La omnipotencia tiene mala prensa: se la considera ya sea como puro espejismo o como desviación de una superpotencia, mientras que, de entrada, fue una manera de afirmar una alteridad irreductible.
Teológica, contribuyó a establecer la libertad de Dios más allá del orden del que era el garante. Política, fue el fundamento del absolutismo real a la francesa. Jurídica, se inmiscuyó en el estado de excepción, en pleno corazón de los sistemas democráticos. En todos los casos, reposa en la existencia de una voluntad considerada como insondable y entonces: toda Otra.
Al destituir al Otro de toda cualidad subjetiva, Jacques Lacan abrió el espacio de una pregunta inédita respecto a esa tradición: ¿y si el mundo de la omnipotencia no ocultara ningún agente? ¿No sería ese el verdadero ateísmo?