ALAIN BADIOU elevó su transferencia con Lacan al reino de los objetos eternos o, parafraseando el título de uno de sus libros dedicado a una generación de pensadores franceses (entre ellos J.M.L), la puso bajo llave en su “pequeño panteón portátil”. En lugar de dirigirse al consultorio de la calle Lile para que esa particular forma del amor se abra al devenir y luego caiga como cualquier objeto sometido al tiempo, lo idealizó a punto tal de convertir a Lacan en un maestro del que podía prescindir, así como se prescinde de un matemático una vez que éste ha dejado tras de sí una determinada operatoria. Badiou eligió, así, la elaboración de la transferencia con Lacan por la vía del pensamiento filosófico.
Si un análisis está destinado a terminar, un panteón filosófico, o incluso psicoanalítico, está destinado a terminar con lo que termina. Se pone en juego ahí aquello que Lacan llamó en su seminario sobre la ética del psicoanálisis la segunda muerte, la muerte simbólica que llega como segunda instancia de la muerte biológica, y que informa las posiciones que se adoptan para interpretar una obra. La opción de llevar a Lacan al panteón para leerlo bajo el sesgo de la eternidad es la más frecuente. Esta opción consiste en extraer enunciados teóricos que puedan ser elevados al estatuto de un saber sin tiempo. La otra opción, a distancia del discurso universitario, es leerlo con el auspicio de la segunda muerte. Dándole al muerto la posibilidad de morir sin más.
Daniel Groisman nació en Córdoba en 1983. Es doctor en filosofía por la UNC y Magister en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad por la UBA. Practica el psicoanálisis y la docencia universitaria. Publicó en 2010 La tumba de Faulkner (Alción). En 2015 Fotogramas de ruina (Alción) y en 2019 El cerebro: un hisopo (Borde Perdido). Fagocitar a Lacan… ha sido traducido y publicado en el Brasil.