"Nací un miércoles. Sé que era miércoles porque para mí los miércoles siempre son azules. Como el número nueve o el sonido de voces discutiendo (lo sé porque mis padres se peleaban mucho). Cuando en clase alguien hacía pompas de jabón, todos los niños corrían a explotarlas. Yo me limitaba a contemplarlas. En el recreo, mientras el resto de los niños jugaban al fútbol, yo me quedaba a la sombra de un árbol contando las hojas de su copa. En Lituania, donde impartí clases, me presentaron por primera vez como Daniel, y no como el chico que podía hacer cosas raras con su cabeza.
Cuando era muy pequeño me pasaba las horas en la biblioteca, buscando mi nombre en los lomos de los libros. No sabía que para que eso sucediera tenía que escribir uno yo. Me llamo Daniel Tammet, soy sinestésico y tengo el síndrome del sabio, una forma de autismo que me diagnosticaron por mis capacidades cognitivas extraordinarias.
Mi cerebro puede recitar de memoria decimales del número pi durante cinco horas (por eso me dieron un Guinness) o aprender un idioma en una semana. Y, sin embargo, o precisamente por eso, mi yo niño y adolescente no lo tuvo nada fácil. Al menos ahora puedo entenderlo y explicarlo. Porque, pese a que somos diferentes, seguro que a ti te pasaron cosas parecidas"-
Daniel Tammet nació el 31 de enero de 1979. A él le gusta decir que 31, 19 y 79 son números primos, pero eso es porque considera que los números primos son poéticos. Sabe hablar muchos idiomas (diez, incluyendo el islandés, el esperanto y uno de creación propia) y le encanta la literatura. Especialmente, la poesía. Y, en concreto, La poesía de los números.
Para este matemático prodigioso cada número hasta la cifra de 10.000 tiene su propia forma, color, textura y emoción. Números que brillan. Contar es para él como ver una película o adentrarse en un bosque tropical. Quizás por eso, cuando era un muchacho hostigado por sus compañeros en un barrio al este de Londres, no jugaba al fútbol en el patio del colegio, sino que se ponía delante de un árbol y contaba las hojas de la copa. De hecho, es el mayor de nueve hermanos y todos ellos eran mejores con la pelota que él, aunque le querían igual porque desde pequeño les explicaba historias. Es posible, también, que gracias a esta capacidad batiera en 2004 un récord europeo al recitar 22.514 decimales del número pi, el más enigmático de todos, en cinco horas.
Lo hizo, en realidad, con el objetivo de recaudar fondos para dar visibilidad a las personas que sufren epilepsia. Su padre murió de esa enfermedad, así que cuando él sufrió el primer ataque su madre temió lo peor. Sin embargo, esa crisis desató otro efecto: se le acabaría diagnosticando Asperger, pero solo un 1% de los diagnosticados con este trastorno autista padecen también el Síndrome del Sabio (o son savants), caracterizado por una memoria prodigiosa, unas habilidades con las artes innatas, una capacidad de cálculo casi paranormal. Él, además, es sinestésico, así que puede escuchar colores o palpar sabores. La clave, sin embargo, es que además de poseer todas estas habilidades asombrosas, es de los pocos que saben explicarlas. Porque escribe. Y escribe muy bien.
Todo esto también tiene otras consecuencias. Tammet está anclado en las rutinas: debe tomar el té cada día a una hora exacta, salpicar su cara cinco veces cuando se despierta y, antes de salir de casa, contar los botones de toda la ropa que viste. Explicó todo eso y mucho más en Nacido en un día azul (2006), las memorias sobre el día a día de un sabio con autismo, nombradas mejor libro del año por la American Library Association. De hecho, su rasgo más especial no es ser un sabio, sino saber explicar cómo funciona su cerebro. Y el nuestro. El de todos. La conquista del cerebro, su nuevo libro, va entre otras cosas de esto. Fue uno de los grandes best sellers de 2009 en Francia, así que se mudó a París, donde vive como escritor desde entonces. Un matemático que vive de las letras. A Tammet le costó entender qué sucedía en su cabeza. Por eso era tímido, aunque le gustaba arrasar en los quizs en los que concursaba con sus amigos. Pero en 2005 el Channel Five británico le dedicó el documental «The Boy with the Incredible Brain», y durante la grabación conoció a alguien que le daría la confianza que le faltaba: Kim Peek, la persona en la que se basó el personaje de Dustin Hoffman en Rain Man. Ese que recitaba números, se golpeaba a cabeza y para el que una lavadora de color era tan fascinante como la mejor película jamás filmada. Aunque se ha convertido en un autor de éxito y en una celebridad de la divulgación científica, Tammet aún se pone nervioso a menudo. Tiene un truco. Lo hace desde que era muy pequeño. Para llevarlo a cabo debe cerrar los ojos. Entonces, multiplica dos por dos, y el resultado por dos más, y esa cifra otra vez por dos... Y a medida que lo hace en su mente aparecen bengalas, chispas, espirales de neón. Hasta que, de repente, puede ver con claridad todo un cielo de fuegos artificiales. Eso lo tranquiliza y le parece bonito. Le gustan la justicia y la precisión, pero siempre dice que en las matemáticas, como en la literatura y en la vida, la belleza es lo más importante.