Dicen que dicen que cuando la nereida Tetis, hija del dios del mar Nereo, y el mortal Peleo celebraron sus bodas, la afluencia de invitados, dioses y mortales fue… mítica. Imaginemos por unos instantes las galas de los asistentes, los fastuosos regalos, los banquetes, dignos de semejante ocasión. Tal vez a causa del frenesí de los preparativos que todo el que se haya casado sabrá comprender, nadie se acordó de invitar a Eris, la diosa de la discordia. Despechada, Éris se presentó en la fiesta con una manzana de oro en la que había grabado la frase “Para la más bella” y la dejó en la mesa en la que estaban las diosas Hera, Atenea y Afrodita. Cada una asumió que era la merecedora del regalo. Ahora volvamos a imaginar; pero imaginemos el revuelo que causó Éris con su “manzana de la discordia” y la desazón de Tetis y Peleo al ver su fiesta arruinada por la riña entre diosas con tamaño ego.
Tan enojosa fue la situación que el mismísimo Zeus tuvo que intervenir. El dios de dioses hizo cargo de la situación a su hijo Hermes, el dios mensajero. Hermes condujo a las tres diosas al monte Ida en la llanura de Troya y designó a Paris, el hijo del rey Príamo, como juez de semejante pleito: él debería decidir a quién correspondía la manzana. Qué responsabilidad…
Durante el juicio, además de hacer valer sus méritos, cada una de las tres diosas prometió regalos a Paris si la designaba vencedora. Hera le prometió la soberanía sobre toda Asia; Atenea se comprometió a darle la prudencia y la victoria en todas las batallas; Afrodita le ofreció el amor de la mujer más hermosa de Grecia: Helena de Esparta.
Paris se decidió por Afrodita, lo que le significó la protección incondicional de la diosa, el amor de Elena… y la guerra de Troya.