La esencia de la confianza es tener confianza en la confianza. Es por eso que uno tiene razón en rebelarse. Lo que quiere decir: no hay coraje inútil. La idea del coraje inútil, así como su reverso de angustia, el "Viva la muerte" de los franquistas, no son sino las parodias reaccionarias de la ética. La creencia niega el obstáculo, justamente porque ella cree en él. Si el buen genio no quita la montaña, es que está bien que esté ahí donde está. Yo puedo evidentemente dar vueltas alrededor con trompetas. Trompeta o pico, ésa es toda la cuestión. La creencia ornamenta el obstáculo con su discurso alegórico. La confianza, situada en el mismo punto, se ahonda sin esperar más, alerta sobre los agujeros de los cuales la regla prescribe la inocupación sin controlar todas sus vecindades.
Los que renunciaron a la revolución, los que arguyen del Gulag o de la retirada de las masas, muestran que jamás han sido seriamente del sujeto del cual tenían una causa evanescente. Esta es gente de la estructura. Vivieron en el régimen de la identidad consigo mismo, hasta la más completa desidentificación. No se beneficiaron sino de una creencia ornamental. Vienen a decirnos que habían tomado "las masas" como significante-maestro. Es exacto. El acontecimiento, deberían reconocerlo, no lo exigía. No había allí, en verdad, sino una delgada fisura del "esplace" imperialista, cuyo movimiento, que siempre se acaba, era la causa algebraica. Los que, como nosotros, vieron en principio la falta (la precariedad subjetiva, política, la ausencia de partido) y no lo pleno (la rebelión, las masas en la calle, la palabra liberada) tuvieron con qué alimentar su confianza, cuando los otros ya no tenían más que traicionar su creencia.