En 1965 Jean-Claude Carrière[1] y Guy Bechtel[2] entregaron al mundo su singular Dictionaire de la bêtise (Diccionario de la tontería). La obra, lamentablemente no publicada en español, es sencillamente asombrosa[3]. Recoge las más extraordinarias barbaridades que se hayan publicado, las afirmaciones y teorías más ridículas, torpes y falaces. Lejos de la inocencia de Bouvard y Pécuchet, sus compiladores afirman: “Si este libro tiene un primer interés, es muy simplemente de orden histórico. (...) Son textos de los que no debemos burlarnos ni enamorarnos; textos cuyo mérito es en primer lugar el de existir, el de haber sido realmente escritos e impresos, como lo mostrarán las referencias. Textos que han sido leídos y que, también ellos, cuentan la Historia”[4]. Sin duda alguna, hay un supuesto en juego y es que la tontería, lejos de ser una muestra de la estupidez humana, puede aportar algo: “No, no sufrimos la tontería. Es todo lo contrario: gozamos de ella, nos beneficiamos. Para decirlo todo, resulta evidente que la primera y gran virtud de la tontería es la de ser fecunda”[5]. Para muestra, hay que leer las 3500 entradas de este increíble diccionario.
Algo más tarde, en 1982, Jean-Claude Milner pronunció una conferencia cuyo título se inscribe en el mismo sesgo que el libro citado: Théorie de la bêtise (Teoría de la tontería). Una reescritura de la conferencia se transformó en el capítulo XIII del libro “Los nombres indistintos” (Seuil, París, 1983 y Manantial, Bs.As., 1999). Finalmente, en 1984, la conferencia se incluyó en el primero y único número de la revista Escansión (Ed. Paidós, Bs.As., 1984). En dicho texto, la tontería fue reducida a un axioma, a partir de la cual Milner desarrolla curiosas elaboraciones: “el axioma tonto: no hay ningún corte que deshaga el lazo”[6]. Sin embargo, en pocas líneas queda ubicado cierto matiz necesario de la tontería, al menos, para que determinados dispositivos puedan funcionar: “(...) aquello por lo cual todo dispositivo puede aguantar no es otra cosa que la parte necesaria de tontería (...). Todo discurso requiere de todo sujeto que consienta, al menos por un instante, con esa máxima, anestesiándose a estos cortes que podrían dispersar y pulverizar. Ese instante, por impalpable que sea, es tontería radical”[7]. Una vez más, asistimos aquí a cierta fecundidad de una posición que Milner no deja de hacer coincidir con una posición del sujeto, puesto que “¿quién puede jactarse de sostener incesantemente la barra del sentido?”[8].
Siempre que los psicoanalistas hablamos de la tontería, en mayor o menor grado, la lógica del significante nos conduce a la canallada. Y eso, aún más cuando se trata de nuestros pacientes. Pero, ¿acaso no hay algo de la tontería con lo que podría operar un psicoanalista? Y si acaso eso resultara posible, ¿con qué fines? Sigue a continuación la cita de Jacques Lacan que me llevó a descubrir que detrás de todo esto se abría una oportunidad clínica para los psicoanalistas:
“Las dimensiones de la tontería son infinitas, y no están lo suficientemente interrogadas.
Creo que, a fin de cuentas, eso es de una gran originalidad... y entonces, para funcionar verdaderamente bien como analista, en el límite, habría que lograr ser más tonto de lo que naturalmente se es.
(...) La salud, ¿puede llegarnos desde el fondo mismo de la tontería? ¿Quién sabe, no?
Es de allí que tal vez un nuevo sol pueda levantarse sobre nuestro mundo, el que está demasiado comprometido por una explotación del deseo –hay que decirlo–.
Digo que eso ya funciona.
(...) La explotación del deseo es la gran invención del discurso capitalista –hay que llamarlo por su nombre. Y debo decir que es un truco muy logrado.
(...) Es mucho más fuerte de lo que se cree: afortunadamente está la tontería, la que probablemente complicará a todo lo que está en el aire –lo que no está mal, puesto que no se ve adónde nos podría conducir eso–”[9].
Pero entonces, ¿es posible iluminar el deseo del psicoanalista con la tontería?
Tal vez, reflexionar al respecto nos aleje de la inteligencia anacoreta de esos desengañados que se engañan, y contribuya a extender la frontera móvil de la conquista psicoanalítica. Este breve recorrido entre los textos que así lo sugieren, vuelve a testimoniar que liber enim, librum aperit...
NOTAS.
[1] Carrière (nacido en 1931) es actor y guionista francés, fue uno de los más cercanos colaboradores de Luis Buñuel. Sin embargo, desde muy joven se reveló como bibliófilo y cazador de obras bizarras, según él mismo ha narrado en su reciente diálogo con Umberto Eco publicado con el título de “Nadie acabará con los libros” (Lumen, Buenos Aires, 2010).
[2] Bechtel (también nacido en 1931) es un reconocido periodista e historiador francés, especializado en la redacción de síntesis históricas para el gran público, entre las que se destaca su célebre “Las cuatro mujeres de Dios: la puta, la bruja, la santa y la tonta” (Ed. Zeta, Montevideo, 2001).
[3] La edición francesa fue publicada en 1965 por Éditions Robert Laffont, S.A, en París.
[4] Op. cit. Préface, p. X (Traducción personal)
[5] Ibíd., p. XI.
[6] Milner, Jean-Claude. “La tontería”, en Los nombres indistintos, Ed. Manantial, Bs.As., 1999, p. 129.
[7] Íbid. p. 130.
[8] Íbid. p. 129. Dejo de lado aquí el aporte final del texto donde, con una fina ironía, Milner condena al lazo entre los sexos a la tontería más absoluta.
[9] Lacan, J. Excursus a la conferencia de Milán, 4 de febrero de 1973. Disponible en http://www.ecole-lacanienne.net/documents/1973-02-04.doc (traducción personal).