Encuentro Internacional de la Escuela,
Buenos Aires, 28 y 29 agosto 2009
Traducción de Pablo Peusner
Les hablaré hoy partiendo de las diferentes experiencias que he tenido en lo concerniente al dispositivo del pase, y también de los intercambios con los colegas de nuestro CIG. Con el tiempo, el que al menos para mí comenzó hace mucho, me detuve en la idea de que uno de los problemas estructurales mayores del dispositivo del pase –digo “estructurales”, porque no dependen de tal o cual época– no se situaba del lado de los pasadores, pasantes o AE, sino del lado de lo que Lacan había llamado el jurado, para indicar así que se esperaba un trabajo.
Sin embargo, es cierto que se trata de un jurado, puesto que esos cárteles deben zanjar la cuestión con un sí o un no, sin partir de una tesis sobre el pase al analista –ese terreno no deja de ser embarazoso, puesto que se recurre a los textos de Lacan– sino a partir del caso particular de cada pasante. Que esos cárteles luego tengan que justificar su poder de decisión con sus elaboraciones como cártel es otra cuestión.
No creo que el hecho de que Lacan haya introducido una novedad acerca del pase en su texto del ’76, “Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI”, texto esencial, constituya un problema suplementario. Justamente, hace falta algo de tiempo para que nuestra comunidad capte el alcance clínico de ese reacomodamiento. Es cuestión de un trabajo colectivo.
La dificultad se plantea –en efecto– desde el ’69, en el intervalo entre lo que esos textos dicen de la estructura y los casos en que aquélla se encarna.
La estructura de la experiencia analítica –esa que Lacan dedicó su vida a construir–, si vale, vale para todo análisis. No obstante, cada análisis es particular puesto que la verdad jamás es colectiva: “sólo hay verdades particulares” –ustedes conocen la cita de Lacan–.
Según Lacan, en el dispositivo se trata de la “estructuración analítica de la experiencia” que condiciona el pase al acto o al deseo del analista. Podemos admitir –decía él en su discurso a la EFP– que esa estructuración no se encuentre distribuida de igual manera y que se trate entonces de informarse, no sólo para rubricarla, sino para reproducirla. La tesis permanece idéntica en el ’76, en otros términos: saber si la historización (hystorisation)[1] del análisis ha conducido a poner término al espejismo de la verdad.
Pero no se puede esperar del pasante que aporte, él mismo, la fórmula de este pase al acto, en razón misma del estatuto de dicho acto. “Aporía de la reseña” del acto, dice Lacan en el ‘67, por el hecho de que el objeto es allí activo y el sujeto subvertido. Igual que para el deseo del analista. No desarrollo ese punto. Las fórmulas más tardías del ’76 que definen un pase no por el objeto sino por lo real –podríamos decir: por el anudamiento de lo real– implican la misma imposibilidad del lado del pasante porque –reconocerán la cita– no se puede decir la verdad de lo real, la verdad siempre miente, y el pasante no puede hacer más que –cito– “testimoniar acerca de la verdad mentirosa”.
En consecuencia, la tarea incumbe a los cárteles y son estos lo que, en efecto, están en el banquillo: en el banquillo en lo referente a reconocer las condiciones de posibilidad del acto analítico que el pasante no puede enunciar en términos de verdad. Sobre ese punto, la doxa compartida que se deposita en el trabajo de la comunidad está puesta en cuestión porque los cárteles son parte interesada.
Tuve ya la ocasión de decirlo, aquí mismo, en Buenos Aires: no hemos hecho la crítica del contrasentido histórico de la ECF y de la AMP en lo concerniente al pase. ¿Cuál es ese contrasentido?
Las fórmulas que tomamos prestadas de Lacan son conocidas. Lo esencial, en el ’67: destitución de un sujeto que percibe su ser de objeto. ¿Pero cuál es la traducción clínica de esto?
Digo que el texto de Lacan no implica que saberse objeto sea saber qué objeto se es. Es todo lo contrario, es haber captado que el objeto hace agujero en el saber y que, justamente por eso, es imposible decir lo que ese objeto es. Saberse objeto es entonces estrictamente equivalente a lo que llamamos la caída del sujeto supuesto saber, sin la cual puede haber terapeuta pero no acto analítico posible.
Los antiguos miembros de la Escuela Freudiana de París habían captado algo de esto, puesto que su lectura los había conducido a... ¡destacar el no-saber del fin! Lacan protestó, a justo título, puesto que son necesarias muchas elaboraciones de saber para percibir o ceñir un agujero en el Otro. Eso no es no saber, cito: “saber vano de un ser que es escabulle”. El contrasentido de la ECF y la AMP, es el de haber inducido, mediante un término de orden teórico, según el funcionamiento propio de cada institución y para cada pasante, la búsqueda supuesta posible del objeto que no se escabulliría, el objeto que el pasante es y que se trata de enunciar ante el mundo. En estos tiempos, es más bien invitado a decir su real, lo que constituye el mismo contrasentido.
Las razones de la promoción de tal contrasentido son de política institucional, es cierto, pero hay sin embargo algo que lo ha vuelto plausible y que explica –creo yo– su pregnancia.
Es que el objeto, agujero en el saber, puede imaginarse y se imagina. Pero imaginarse objeto no es saberse objeto. Según creo, esta es la fuente clínica de la dificultad. El objeto sin imagen ni significante, se imagina a partir de la pulsión (mirada, mierda, voz, seno). Dicho de otro modo: un sujeto puede hacerse representar por las imágenes y los significantes del objeto. Eso no ocurre al final del análisis, sino desde que el análisis comienza: ¿acaso los sujetos no se quejan justamente en ese momento de hacerse comer, cagar, de ser mantenidos a la vista, de recibir órdenes, etc. y transfieren esa obsesión sobre el analista?
Eso no es un producto del análisis, es la manifestación de un fantasma que ya está allí y que se trata justamente de atravesar. Un sujeto que se hace representar por los significantes del objeto, cualquiera de los cuatro, no es un sujeto destituido. Dicho de otro modo: considerarse, por ejemplo, una mierda o una mirada, es una manera de institución subjetiva mediante el fantasma y está lejos de ser una destitución. De entrada el objeto está representado imaginariamente; al final, –por así decir– está desvestido de sus representaciones. Saberse objeto es haberlo desprendido de los significantes corporales que son plurales, haberlo reducido al lugar suyo en el Otro, el de un agujero donde el significante falta.
Es quiere decir que entre “saberse objeto” y “saber qué objeto”, hay exclusión. Es lo uno o lo otro. Recuerden que Lacan dice en el seminario de La angustia, que el neurótico nos toma el pelo con esos objetos, y es precisamente lo que hace posible al contrasentido debido a la confusión del fantasma con lo real del inconsciente.
No alentemos entonces a los pasantes o a los AE a exponernos el objeto que ellos son, allí donde está lo que Lacan llamaba el “punto cero” del saber los desacreditaríamos. Tampoco los induzcamos, en términos más recientes, a exponer lo real que ellos son, la famosa letra del síntoma –sería el mismo error–. No hago la demostración porque ya la hice. La misma está implicada por los efectos incalculables de lalengua de la que resulta que todo lo que se dijera de esa letra sería “elucubración” (según el término de Lacan en Aún). La institución objetal o real del fin del análisis no es una institución por el saber sino lo contrario, ella frecuenta los límites del saber. De allí el sicut palea que se aplica al saber elaborado.
La crítica de ese contrasentido teórico que sustenta un hacer semblante de saber no ha sido realizada en nuestra Escuela. Solamente hicimos la crítica institucional de la AMP, pero en lo referente al pase hemos partido con las mismas bases implícitas, sin tiempo de detención crítica. Este le hubiera sin embargo evitado a los cárteles –a los nuestros, que tenían el mérito de haber roto con las intenciones políticas precedentes– buscar lo que por estructura es inhallable en las declaraciones (si son auténticas) de los pasantes, a saber: los enunciados del objeto, de la letra o de lo real. Buscar lo inhallable programa la decepción, el sentimiento del fracaso y a veces el mutismo afligido.
Esta cuerda de la decepción ha comenzado a vibrar a propósito de nuestro pase. En este punto, no olvidemos que Lacan también aplica a los analistas su tesis sobre la tristeza. Vean la “Nota a los Italianos”, donde pone en relación los pases dejados “inciertos” con una comunidad “teñida de depresión”, como él dice. “Pases inciertos” para el dispositivo quiere decir “no encontrarse allí en la estructura”. Entonces, evidentemente no se trataría de sobrecompensar la decepción mediante un falso entusiasmo fingido, sino más bien de ver cómo encontrarse allí en mayor medida.
¿Cuáles son las manifestaciones clínicas de la destitución subjetiva del ’67, o del fin del espejismo de la verdad del ’76? Estas pueden variar mucho de uno a otro, pero solamente en la medida limitada de los efectos posibles de la estructura. Les hago notar que Lacan aisló dos rasgos en el ‘67: posición depresiva y seguridad de un sujeto que ha finiquitado la duda, la pregunta y la espera correlativa. En el ’76 evoca una satisfacción específica, propia de cada uno –y cuya naturaleza habría que precisar–.
Observen que en ninguno de los dos casos se trata de rasgos de estructura. Se trata de una postura del sujeto en la estructura, e incluso de una postura del afecto que ahí responde y testimonia así indirectamente que la elaboración estructural ha sido empujada hasta la captación del agujero –diría gustosa: hasta la forclusión del objeto o de lo real–. Eso es por lo cual, creo, Lacan le imputa a los cárteles una tarea de autentificación y no de escucha, de desciframiento ni de construcción. En efecto, esta postura es de certeza, no de creencia, sobre el fondo de lo imposible de saber, siendo la certeza por definición la traducción psíquica de una forclusión.
Concretamente, lo que busco no puedo decirlo, no llego a eso. “Comenzar a saber para no llegar a eso”, dice Lacan. No es sorprendente que eso deprima en la medida de mis esfuerzos. Demandarle más no sería una respuesta ilustrada. Eso deprime al menos transitoriamente, porque si extraigo las consecuencias, eso libera. “Del cierre de una experiencia pueden surgir libertades”, dice Lacan. Evidentemente, esta conjunción entre certeza y libertad en el fin, preocupa: no solo porque haya que reconocerla a nivel de los casos, como Lacan lo hace para el Guerrero Aplicado o para él mismo mientras proseguía, impávido, su seminario en medio de la tormenta de la época de la excomunión. Pero sobre todo, preocupa porque esa conjunción entre certeza y libertad es lo propio de la psicosis.
Concluyo: cuando digo que eso preocupa es poco decir, puesto que sobre la base de los postulados del contrasentido del que intenté enunciar que, en efecto, obtura el punto de forclusión, podría ocurrir que se tomaran las manifestaciones del fin, y concretamente las posturas de seguridad o de satisfacción, por los signos mismos de un análisis que no llegó al final (¿qué cártel habría nominado al Guerrero Aplicado?) o a la inversa... y seremos aún más dichosos si no se los considerara signos de una psicosis.
Creo que es aquí que nuestro pase está, al menos, en juego y eso se merece los debates de orientación en los que nos comprometemos.
[1] Neologismo intraducible en forma de sustantivo por condensación de las palabras hystérique (histérico), historique (histórico) y autorisation (autorización).