Homenaje
a Marguerite Duras,
El
encantamiento de Lol V. Stein1
(Traducción: Carlos Faig)
El
encantamiento –esa palabra es enigmática–.
¿La determinación que opera sobre Lol V. Stein es objetiva o subjetiva?
Encantada. Se evoca el alma y es la belleza
la que opera. Respecto de ese sentido al alcance de la mano uno se las arregla
como puede mediante el símbolo.
Encantadora es, asimismo, la imagen que nos
impone esta figura herida, exiliada de las cosas, que no se osa tocar, pero que
nos hace su presa. Los dos movimientos se anudan, sin embargo, en una cifra que
se revela por ese nombre formado sabiamente al contornear su escritura: Lol V.
Stein.
Lol V. Stein: alas de papel, V tijeras,
Stein, la piedra, en el juego de la murra tu te pierdes.2
Se responde: ¿Oh, boca abierta, acaso quiero
hacer tres ondas sobre el agua, fuera del juego del amor donde me sumerjo?3
Este arte sugiere que la encantadora es
Marguerite Duras, nosotros los encantados. Pero si al apretar nuestros pasos
tras los pasos de Lol, que resuenan en su novela, los oímos detrás nuestro sin
haber encontrado a nadie, ¿es, pues, porque su criatura se desplaza en un
espacio desdoblado? ¿O es que uno de nosotros ha pasado a través del otro y cuál
de los dos, entonces, se ha dejado atravesar?
Por esto se ve que la cifra debe anudarse de
otra forma: dado que para aprehenderla hace falta contarse tres.
Lean antes.
La escena de la que la novela no es
enteramente más que la rememoración es, propiamente, el encantamiento de dos en
una danza que los suelda, y bajo los ojos de Lol, tercera, con el baile todo,
para sufrir allí el rapto de su prometido por la que no ha tenido más que
aparecer repentinamente. ¿Y para palpar qué es lo que Lol busca a partir de ese
momento no se nos ocurriría hacerle decir “yo me duelo”4 conjugando
dolor con Apollinaire?
Pero, justamente, ella no puede decir que
sufre.
Se pensará en seguir algún clisé: ella
repite el acontecimiento. Pero hay que mirar con cuidado.
Salta a la vista que una cupla de amantes es
reconocible en este acecho, al que Lol volverá muchas veces en adelante, en
esta cupla Lol ha rehallado, como por azar, a una amiga que le fue próxima
antes del drama y la asiste en su hora misma: Tatiana.
No es el acontecimiento sino un nudo el que
se rehace allí. Y es lo que ese nudo estrecha lo que, propiamente, encanta,
pero aún entonces ¿qué?
Lo menos que puede decirse es que la
historia pone a alguien en contraposición y no únicamente porque es de él que
Marguerite Duras hace la voz del relato: el otro partenaire de la cupla. Su
nombre, Jacques Hold.
Pues él tampoco es lo que parece cuando
digo: la voz del relato. Más bien es su angustia. Donde la ambigüedad persiste
todavía: ¿es la suya o la del relato?
Él no
es, en todo caso, quien simplemente muestra la máquina, sino más bien, uno de
sus resortes y sin saber en absoluto qué es lo que lo captura.
Esto hace legítimo que yo introduzca a
Marguerite Duras, teniendo por lo demás su confesión, en un tercer ternario,
del cual uno de los términos es el encantamiento de Lol V. Stein tomado como
objeto en su nudo mismo, y donde heme aquí el tercero para promover un
encantamiento, en mi caso decididamente subjetivo.
No es un madrigal, sino un límite de método
que pretendo afirmar en su valor positivo y negativo. Un sujeto es término de
ciencia, en tanto perfectamente calculable, y la alusión a su estatuto debería
poner fin a lo que es necesario llamar por su nombre: la grosería, digamos la pedantería
de un cierto psicoanálisis. Esta faz de sus diversiones, por ser sensible, se
lo espera, a los que se arrojan en ellas, debería servir para señalarles que se
deslizan en alguna tontería: por ejemplo la de atribuir la técnica confesa de
un autor a alguna neurosis: grosería, y demostrarlo como la adopción explícita
de los mecanismos que hacen al edificio inconsciente: tontería.
Pienso que, incluso si Marguerite Duras me
informa personalmente que no sabe en toda su obra cómo se le ocurrió Lol, y aun
cuando yo pudiera entreverlo por la siguiente frase que me dice, la única
ventaja que un psicoanalista tiene derecho a tomar por su posición, aunque le
fuese reconocida como tal, es recordar con Freud que en su materia, el artista
siempre le precede y que no tiene, pues, qué hacer el psicólogo allí donde el
artista le abre la vía.
Es precisamente lo que reconozco en el
encantamiento de Lol V. Stein, donde Marguerite Duras demuestra saber sin mí lo
que yo enseño.
En lo cual no me equivoco para con su genio
al apoyar mi crítica sobre la virtud de sus medios.
Lo único de lo que testimoniaré rindiéndole
homenaje es que la práctica de la letra converge con el uso del inconsciente.
Aseguro al que lee estas líneas a la luz de
las candilejas a punto de extinguirse o volver, incluso de esas riberas del
futuro donde Jean-Louis Barrault por sus Cahiers permite abordar la conjunción
única del acto teatral, que del hilo que voy a desarrollar no hay nada que no
se ubique a la letra por el encantamiento de Lol V. Stein, y que otro trabajo
hecho a esa luz en mi escuela no le permita puntualizar. Por lo demás, no me
dirijo tanto a ese lector cuanto que no me excuso ante su tribunal para ejercitarme
en el nudo que enderezo.
Debe tomarse en la primera escena donde Lol
es, propiamente, sorprendida5 por su amante, es decir que debe seguirse en
el tema de la robe6, la cual soporta el fantasma al que Lol se apega
tiempo después, de un más allá del que ella no ha podido hallar la palabra, esa
palabra que, cerrando las puertas sobre ellos tres, la hubiera unido al momento
en que su amante levantó la robe, la robe negra de la mujer y develó su
desnudez. ¿Esto va más lejos? Sí, a lo indecible de esta desnudez que se
insinúa para reemplazar a su propio cuerpo. Allí todo se detiene.
¿No es suficiente para que reconozcamos lo
que ha sucedido a Lol y que revela lo que corresponde al amor; o sea esta
imagen, imagen de sí de la que el otro os reviste y que os viste y que os deja
cuando sois sorprendidos, qué cosa subyace? ¿Qué decir de ese anochecer Lol
toda para vuestra pasión de diecinueve años, para vuestra intención de
desvestir7, cuando vuestra desnudez fuera mayor, para darle su
esplendor?
Lo que os resta entonces, es lo que se decía
de ustedes cuando erais pequeños, que no estabais nunca bien allí.
¿Pero qué es este vacío? Tiene entonces un
sentido: fuisteis, si, por una noche hasta la aurora, cuando algo abandonó este
lugar: el centro de las miradas.
¿Qué oculta esta locución? El centro no es
igual sobre cualquier superficie. Único sobre un plato, por todos lados en una
esfera, sobre una superficie más compleja puede hacer un lindo nudo. Es el
nuestro.
Pues ustedes sienten que se trata de una
envoltura al no tener ya ni dentro ni fuera, y que en la costura de su centro
se vuelven todas las miradas en la vuestra, que es la vuestra la que las satura
y que por siempre, Lol, la reclamará a todos los transeúntes. Que se siga a Lol
sorprendiendo al pasar de uno a otro a ese talismán del que cada uno se
descarga apresuradamente como de un peligro: la mirada.
Toda mirada será la vuestra, Lol, en tanto
Jacques Hold fascinado se diga a sí mismo dispuesto a amar a “Lol toda”.
Hay una gramática del sujeto donde acoger
ese rasgo genial. Volverá bajo una pluma que lo ha puntualizado para mí.
Esa mirada está por todos lados en la
novela, basta que se la verifique. Y la mujer del acontecimiento es muy fácil
de reconocer porque Marguerite Duras la pinta como no-mirada.
Yo enseño que la visión se escinde entre la
imagen y la mirada, que el primer modelo de la mirada es la mancha de la que
deriva el radar que ofrece la copa del ojo a la extensión.
La mirada se extiende en el pincel sobre la
tela para hacerles bajar la vuestra ante la obra del pintor.
Se dice que eso os mira de lo que requiere
vuestra atención.
Pero es más bien la atención de lo que los
mira lo que se trata de obtener. Pues de lo que los mira sin mirarlos ustedes
no conocen la angustia.
Es esta angustia la que aprehende a Jacques
Hold cuando desde la ventana del hotel de paso donde él aguarda a Tatiana,
descubre, a la orilla del campo de centeno, enfrente, a Lol tendida.
Su agitación pánica, violenta o bien soñada,
tendrán tiempo de llevarla al registro de lo cómico, antes de que él se
tranquilice significativamente diciéndose que Lol lo ve sin duda. Un poco más
calmo solamente, para formar ese segundo tiempo en que ella se sabe vista por
él.
Aun será necesario que él le muestre,
propiciatorio en la ventana a Tatiana, sin conmoverse ya de que ella no haya
notado nada, cínico por haberla sacrificado a la ley de Lol, puesto que es en
la certeza de obedecer al deseo de Lol que él llega, con un vigor decuplicado,
a esforzarse para con su amante, abismándola con esas palabras de amor de las
que él sabe que es la otra quien abre las compuertas, pero esas palabras viles
él siente también que nos las quisiera para ella.
Sobre todo no se engañen sobre el lugar de
la mirada. No es Lol quien mira, aunque no fuera más que porque ella no ve
nada. Ella no es el voyeur. Lo que sucede la realiza.
Se demuestra donde está la mirada cuando Lol
la hace surgir en el estado de objeto puro, con las palabras que se deben, para
Jacques Hold, todavía inocente.
“Desnuda, desnuda bajo sus cabellos negros”
esas palabras de la boca de Lol engendran el pasaje de la belleza de Tatiana a
la función de mancha intolerable que pertenece a este objeto.
Esta función es incompatible con el mantenimiento
de la imagen narcisista donde los amantes se ocupan en contener su
enamoramiento, y Jacques Hold experimenta pronto el efecto.
Desde entonces es legible que, consagrados a
realizar el fantasma de Lol, serán cada vez menos el uno para el otro.
No es, manifiesta en Jacques Hold, su
división de sujeto la que nos retendrá más tiempo, es lo que está en el ser de
tres al que Lol se suspende, aplicando sobre su vacío el “yo pienso” de mal
sueño que hace a la materia del libro. Pero, haciéndolo, se contenta con darle
una conciencia de ser que se sostiene fuera de ella en Tatiana.
Sin embargo, es él quien acuerda este ser de
tres. Y es por lo que el “yo pienso” de Jacques Hold acaba por obsesionar a Lol
con una preocupación demasiado estrecha; al fin de la novela sobre la ruta
donde él la acompaña en un peregrinaje al lugar del acontecimiento –Lol se
vuelve loca–.
En efecto, el episodio porta signos de ello, pero de éstos doy cuenta que
los sé por Marguerite Duras.
Es que la última frase de la novela
retrayendo a Lol al campo de centeno, me parece constituir un final menos
decisivo que esta observación. Se adivina la puesta en guardia contra lo
patético de la comprensión. Ser comprendida no conviene a Lol, no se salva del
encantamiento.
Mi comentario permanece más superfluo que la
obra de Marguerite Duras dando existencia de discurso a su criatura.
Pues el pensamiento mismo donde le restituyo
su saber, no podría obstaculizarla por la conciencia de ser en un objeto,
puesto que este objeto ella ya lo recuperó por su arte.
Es el sentido de esta sublimación de la que
los psicoanalistas están todavía aturdidos porque Freud al legarles el término
cerró la boca.
Solo les advirtió que la satisfacción que
comporta no debe tomarse por ilusoria.
No era hablar suficientemente claro sin
duda, puesto que gracias a ellos, el público sigue persuadido de lo contrario.
Aun más, preservado, cuando se llega a profesar que la sublimación se mide por
el número de ejemplares vendidos por el escritor.
Es que desembocamos en la ética del
psicoanálisis, cuya introducción en mi seminario fue la línea de partición
entre la tabla frágil y su platea.
Sin embargo, es ante todos que un día
confesé haber tenido, todo ese año, la mano estrechada en lo invisible, de otra
Marguerite, la del Heptamerón. No es
vano que reencuentre aquí esta eponimia.
Es que me parece natural reconocer en
Marguerite Duras esta caridad severa y militante que anima las historias de
Marguerite d’Angoulême, cuando se puede leerlas desembarazado de algunos
prejuicios de los que el tipo de instrucción que recibimos tiene por misión
expresa hacernos pantalla respecto de la verdad.
Aquí la idea de la historia “galante”.
Lucien Febvre ha intentado en una obra magistral denunciar el señuelo.
Y me detengo en lo que Marguerite Duras me
testimonia haber recibido de sus lectores, un asentimiento que la sorprende,
unánime en llevar a esta extraña manera de amor: la que el personaje del que he
marcado que llena la función no del relatante, sino del sujeto, lleva en
ofrenda a Lol, como tercero seguramente, lejos de ser tercero excluido.
Me regocijo de ello, como de una prueba de
que lo serio guarda todavía algún derecho después de cuatro siglos en que la
mojigatería se ha aplicado a hacer virar la convención técnica del amor cortés
a un cuento de ficción, y a enmascarar solamente el déficit de la promiscuidad
del matrimonio al cual esta convención protege verdaderamente.
Y el estilo que usted despliega, Marguerite
Duras, a través de vuestro Heptamerón, hubiera quizá facilitado las vías en que
la gran historia que nombré más arriba, se esfuerza en comprender la una o la
otra de esas historias tomándolas por lo que nos son dadas: por ser historias
verdaderas.
Vastas consideraciones sociológicas se
refieren a las variaciones de un tiempo a otro del esfuerzo de vivir, son poco
ante la relación de estructura que por ser del Otro, el deseo sostiene con el
objeto que lo causa.
Y la aventura ejemplar que hace consagrarse
hasta la muerte al Amador de la novela X, que no es un ingenuo, a un amor, en
absoluto platónico por ser un amor imposible, le hubiesen parecido un enigma
menos opaco si no fuesen vistas a través de los ideales del happy end victoriano.
Pues el límite en que la mirada se vuelve
belleza, lo he descripto, es el umbral del entre-dos-muertes, lugar que definí
y no es simplemente lo que creen los que están lejos de él: el lugar de la
desgracia.
Es alrededor de ese lugar que gravitan, me
ha parecido por lo que conozco de vuestra obra Marguerite Duras, los personajes
que usted sitúa en nuestro común para mostrarnos que los hay por todas partes,
tanto nobles como gentilhombres y damas gentiles lo fueron en las antiguas
paradas, valientes como para arremeter, aun cuando estuviesen apresados en las
zarzas del amor imposible de domesticar, hacia esta mancha, nocturna en el
cielo, de un ser ofrecido a la gracia de todos…, a las diez y media de la noche
en verano.8
Sin duda no podría socorrer vuestras
creaciones, nueva Marguerite, con el mito del alma personal. Pero la caridad
sin grandes esperanzas con la que usted las anima no es el hecho de la fe, de
la que usted tiene de sobra, cuando celebra las nupcias taciturnas de la vida
vacía con el objeto indescriptible.
Notas de traducción
1. El original fue
publicado en los Cahiers Renaud-Barrault, n° 52, diciembre de 1965, ed.
Gallimard, París.
2. Fr. “au je de la mourre”, homofonía con “au je de l’amour”, el juego del amor.
3. Fr. “hors-jeu de l’amour”. Hors-jeu, fuera del juego, y por
homofonía, fuera del yo. Se trata de un juego de palabras frecuente en Lacan.
En este contexto, remite al encantamiento de la protagonista.
4. Fr. “Je me deux”, literalmente: yo me dos. Se
podría forzar la traducción y emplear un neologismo producido condensando dos
palabras: yo me dosduelo.
5. Fr. “dérobée”. Traduzco sorprendida aun
cuando no se trata de la primera .acepción. Dérober es robar, sustraer a, flaquear (las piernas), faltar (el
suelo bajo los pies), etc.
6. Juego de palabras entre
robe y dérobée, entre la sorpresa y
el desvestido.
7. Fr.
“prise de robe”.
8. Alusión a la novela “Dix
heures et demie du soir, en été”, de M. Duras.