PRIMER ACTO
(Primera escena)
Habitación
WENDLA
– Mamá, ¿por qué me hiciste tan largo el vestido?
SEÑORA
BERGMANN – ¡Hoy cumples catorce años!
WENDLA
– Su hubiera sabido que ibas a hacerme
un vestido tan largo, habría preferido no cumplirlos.
SEÑORA
BERGMANN – El vestido no es tan largo Wendla. ¡Qué quieres! ¡No es mi culpa que
cada primavera mi hija crezca cinco centímetros más! Una mujercita como tú no
debe andar con un trajecito de princesa.
WENDLA
– De todos modos el trajecito de princesa me queda mejor que este camisón. ¡Ay,
mamá… déjamelo usar una vez más… por este verano! A los catorce, o a los
quince, voy a tener tiempo de ponerme esta túnica… Guardémosla hasta el próximo
cumpleaños… Ahora me pisaría el ruedo.
SEÑORA
BERGMANN – No sé qué decirte… Me gustaría tenerte siempre como ahora…
hija… A tu edad otras chicas son tan
torpes y pesadas… pero tú eres todo lo contrario. ¡Quién sabe cómo serás cuando
las otras se conviertan en mujeres!
WENDLA
– ¡Quién sabe…! Tal vez ya no viva para
entonces…
SEÑORA
BERGMANN – Ay, nena, nena, ¡Cómo se te ocurren esos pensamientos!
WENDLA
– ¡No… mamita…! ¡No te pongas triste…!
SEÑORA
BERGMANN – (Abrazándola). ¡Mi único tesoro!
WENDLA
– Esos pensamientos me asaltan de noche,
cuando no puedo dormirme. Pero no me entristecen y sé que después duermo mucho
mejor. ¿Es un pecado pensar en esas cosas?
SEÑORA
BERGMANN – ¡Anda, toma la túnica y cuélgala en el armario…! Y en nombre del
cielo, sigue usando tu trajecito de princesa. Voy a agregarle un volado de unos
cinco dedos…
WENDLA
– (Colgando el traje). ¡Quisiera haber cumplido ya los
veinte…!
SEÑORA
BERGMANN – Pero… ¿no vas a tener frío?
Alguna vez fue un traje bastante largo, pero ahora…
WENDLA–
¡Ahora viene el verano… mamá! ¡La gripe no ataca a los chicos por las
pantorrillas!
¿Por qué tanto miedo…? ¡A mi edad no se
tiene frío, y menos en las piernas! ¿O
te parece preferible tener mucho calor, mamá? Dale gracias a Dios de que tu
tesorito aún no se haya arrancado las mangas y se te aparezca al atardecer, descalza
y sin medias… ¡Y cuando no tenga más remedio que ponerme la túnica, por debajo
me vestiré como una sílfide…! ¡No me retes, mamita…! Nadie verá nada.