Buenos días.
Como decía un viejo actor televisivo, “antes de
hablar, me gustaría decir unas palabras”.
Se trata de palabras de agradecimiento, puesto que a
uno no lo invitan todos los días a encuentros como éste
Tampoco las invitaciones provienen a menudo de otras
ciudades. Aunque, en este caso, no me siento para nada un turista. El trabajo
que desde el año 2003 desarrollo en esta ciudad y, específicamente, en este
Hospital, me permitiría sentir que “somos locales otra vez”. Pero lo que más
tranquilidad me brinda, es el hecho de poder afirmar que trabajando con la
gente de Junín (y alrededores) hemos producido nuevas ideas.
Agradezco, entonces, a los residentes de psicología
de este Hospital la invitación, tanto como la posibilidad de haberme permitido
compartir con los residentes del Hospital de Pergamino una muy provechosa tarde
de trabajo.
Y les confieso que aquello que la invitación me
produjo, se ilustra bien con la pregunta “¿Qué espera esta gente de mí?”
Es mi deseo haber interpretado lo mejor posible esa
esperanza.
Siguen a continuación, algunas cuestiones referidas
al asunto que hoy nos reúne.
El hecho de hablar de “dispositivos institucionales”
sugiere la pertinencia de la inclusión de las “variantes de la cura-tipo”. Este
pleonasmo[1] tan
particular encuentra hoy, aquí, entre nosotros, un uso diferente al que Lacan
le diera en 1955 (año de la publicación del escrito)[2]. En
aquel entonces la cura-tipo era la que respondía a los standards de la
IPA ¾standards
que un grupo de psicoanalistas de lengua inglesa intentaba establecer mediante
estadísticas y cuestionarios. Hoy la cura-tipo podría ser la del consultorio
privado, el analista muerto, el Otro que no existe, la sesión fugaz y el goce
como variable multi-explicativa. Y nosotros, en el hospital, somos quienes
enfrentamos la necesidad de las “variantes”. Nosotros improvisamos, inventamos
y variamos aquello que en otros espacios resulta sagrado. Somos “profanadores” ¾tomo
prestado el sentido de este término del título del último libro de Giorgio
Agamben publicado en español[3]. Por
aquí no circula el dinero en mano. No tenemos diván ni sillón. En ocasiones
nuestros pacientes no nos piden nada, sino que obedecen órdenes de algún Otro
que, según el caso, viste el sayo del juez, del médico, de los padres o del
educador. ¿Cómo vamos a hablar aquí de “demanda” si ni siquiera encontramos un
humilde pedido? En ocasiones somos nosotros quienes terminamos “demandando” de
tanto que ofertamos: “Yo lo escucho. Usted, dígalo”. “Dígalo como pueda”.
“Dígalo jugando” o “Dígalo con mímica”. “Dígalo escribiendo o dibujando”. Pero
“Dígalo”.
Si acaso logramos poner eso en movimiento,
adviene un asunto. Y ese asunto requiere de nosotros porque no existía “antes”
de nuestra intervención (Lacan lo conjuga en futuro anterior: “habrá sido”). Y
luego ya estamos allí, inevitablemente, desvaneciendo nuestra “persona” y la de
quien nos acompaña en un vínculo humano único: el psicoanálisis.
Pero también hay ocasiones menos precisas, menos
estables y algo más confusas de las que participamos. Muchas veces recibimos el
apelativo de “Doctor” o “Seño”. Circunstancialmente sostenemos conversaciones
con diversas personas por única vez, pero... ¿cómo medir su alcance luego de
despedirlos? ¿Acaso no nos enseño Lacan con claridad que “pagamos”, entre otras
cosas, con nuestra palabra y nuestra presencia?
¿Y acaso no merece un párrafo aparte nuestra relación
con los agentes del saber médico? ¿No resulta paradójica (por no decir irónica)
esa forma de bordear la imposibilidad de encuentro que ambos discursos
introducen? De ello resulta que la “Interconsulta” se acerca, en ocasiones, a
un paso de comedia que no produce risa, sino impotencia. Sin embargo... los
analistas intervenimos. ¡Y cómo!
En cierta ocasión, recuerdo haberle dicho a un
paciente:
-“Desde la última de nuestras sesiones hasta hoy,
estuve estudiando su caso y descubrí
cierta cosa...”
El paciente, visiblemente sorprendido, me preguntó:
-“Pero cómo... ¿Usted estudia mi caso por fuera del
tiempo que me dedica en las sesiones?”
Esta pequeña anécdota me llevó a reflexionar acerca
de todo lo que hacemos los psicoanalistas para pensar nuestra práctica, cuando
no estamos en compañía de nuestros pacientes. Supervisamos. Hacemos
presentaciones clínicas (o ateneos). Estudiamos. Escribimos. Pasamos
interminables horas hablando de nuestra clínica con nuestros compañeros en el office
del hospital o en la mesa de algún café. Armamos instituciones de formación
psicoanalítica prósperas en actividades. Y dejé para el final lo que hoy nos
nuclea: también organizamos Jornadas de trabajo acerca de asuntos precisos.
Hoy, estamos aquí para trabajar acerca de “Dispositivos Institucionales:
dificultades en la práctica”.
Quisiera proponerles algo.
No sé si es muy habitual que un panelista haga una
propuesta para lo que en una Jornada de trabajo seguirá. Si es habitual,
fenómeno. Si no lo es, espero no faltarles el respeto ¾y, en todo caso, que este
pequeño gag pase a formar parte del anecdotario. De todos modos, creo
que vale la pena intentarlo.
Así como ciertas consignas que un analista le
propone a un futuro analizante contribuyen a crear la “situación analítica”,
quisiera proponer hoy ciertas consignas que contribuyan a crear un verdadero
espíritu de trabajo. Siempre me llamó la atención un parágrafo de “La dirección
de la cura...”[4] en el que Lacan afirmaba
que hasta en las inflexiones de la voz con las que un analista comunicaba sus
consignas se verificaba cuánto había estudiado el problema y qué efecto había
tenido su propio análisis sobre él. Y entonces ahora me siento un poco más
comprometido con este asunto, ya que si mi propuesta se torna tímida ustedes
supondrán que no he estudiado mucho este problema. Pero lo que más miedo me da
son las elucubraciones que puedan ustedes hacer acerca de los efectos de mi
análisis personal a partir de lo que voy a decir a continuación.
Volvamos al asunto, no quiero perderme en
confidencias.
¿Nunca dudaron del
psicoanálisis? ¿Nunca se preguntaron qué puede haber de efectivo entre dos
personas de las que uno habla y la otra escucha? ¿Nunca dudaron acerca de qué
mecanismos permiten que una acción tan inasible en lo que se ve pueda alcanzar
semejantes niveles de supuesta profundidad? Estas preguntas no son mías, sino
de Lacan. Es el mismo Lacan quien en su Discurso de Roma sintetiza todas estas
preguntas en una sola: ¿De qué se trata el psicoanálisis? Y ésta es una
pregunta legítima y necesaria para todo analista. Ahora bien, como es una
pregunta que pocos (o casi nadie) se anima a hacer, él afirma que la misma a
menudo se traiciona bajo la forma de otras preguntas, que no son ni más ni
menos que un recurso a los maestros (tengamos en cuenta que, en francés,
“maestro” también significa “amo”): dada tal o cual situación clínica... ¿Qué
hay que hacer, qué hay que decir?[5]
Y como hoy vamos a hablar de dificultades... ¡Cuán
tentados estaríamos de sostener estas preguntas! ¡Quizás tanto como otros
estarían encantados de responderlas!
Rechacemos esta vía. Me mueve hoy la intención de
proponerles que para enfrentar las dificultades que nuestros compañeros
expondrán en esta Jornada, rechacemos el recurso al formalismo práctico que
tiene por última vestidura a la “experiencia”. La experiencia es mística y, por
lo tanto, escapa a los dispositivos de transmisión de saber que consideramos
científicos. Podríamos volver a parafrasear a Lacan diciendo que si bien se
presenta como un conocimiento, nunca podrá llegar a constituirse en un saber
–me refiero aquí a un saber argumentado y comunicable.
¿Cómo podría
transmitirles a ustedes la experiencia de observar el glaciar Perito Moreno en
una noche de luna llena? ¿Acaso creen que con una foto bastaría? La experiencia
es algo tan intransmisible que cualquiera de nosotros que se hubiera enfrentado
profesionalmente en un intercambio con una persona con problemas de adicción a
las drogas, habría obtenido por respuesta un “¿y vos qué sabes si nunca te
drogaste?”. Finalmente, y me dirijo ahora al sector masculino de la asistencia...
¿cómo saben si son realmente machos? ¿Hicieron la experiencia? (¡No
me respondan!)
Cito a Lacan:
“Se trata ciertamente de
un rigor en cierto modo ético (...)
Este rigor exige una
formalización, teórica según la entendemos, que apenas ha encontrado hasta el
día de hoy más satisfacción que la de ser confundida con un formalismo
práctico: o sea, de lo que se hace, o bien, de lo que no se hace.” [6]
“Lo que se hace en estos casos...” encuentra su otra
cara en un “en estos casos no conviene hacer tal o cual cosa...” Si uno
pregunta el por qué, en ocasiones puede encontrarse con la respuesta más
incómoda: “Y... qué se yo... por mi experiencia”.
Lacan propone oponer a esta vía, un rigor tal que
nos exige una formalización. La ventaja es muy evidente, pero por las dudas,
conviene señalarla: la formalización es transmisible porque permite constituir
un saber; un saber que seguramente no podrá recubrir totalmente lo real, un
saber no-todo. Pero un saber al alcance de otros psicoanalistas, un saber del
que podrán disponer y al que podrán recurrir. Y al que, eventualmente, podrán
retornar para presentarle alguna objeción, para someterlo a una nueva revisión.
Un saber que nos pone a trabajar juntos, que nos invita a hablar y a discutir,
pero que no nos silencia. Porque cuando alguien nos responde en términos de
experiencia... ¿Cómo objetar ese medio de conocimiento, tan depositado sobre
una persona?
Quizás alguno de ustedes esté pensando en cierta
paradoja: porque las invitaciones a formar parte de un panel, exigen que el
panelista tenga cierto recorrido (que no es ni más ni menos que un eufemismo
por “experiencia”), además de cierto trabajo realizado en torno a la teoría del
psicoanálisis. Considero que no es mucho pedirles a mis colegas panelistas (a
quienes no conocía previamente) que nos propongamos la renuncia al criterio de
la experiencia, en favor de los argumentos fuertemente racionales que son el
sostén de la teoría psicoanalítica. No creo que algo así nos acarree serios
perjuicios. Dejo constancia que soy consciente del peligro de la ingenuidad de
borrar las diferencias. No las borremos. Cada uno argumentará en su medida.
Pero los invito a que intentemos sostener esta máxima como el criterio
metodológico de nuestra Jornada.
Y esto también lo hago extensivo para todos los
participantes. Privilegiemos los argumentos y discutámoslos cuidando todo lo
que sea posible a la persona que sea su portavoz. Respetemos el valor de quien
expresa su inquietud. No dejemos de plantear nuestras dudas por temor al ridículo
y, si nos hacen una pregunta, no supongamos en nuestro interlocutor maldad
alguna, sino apetito de saber. No dejemos de decir algo por temor a que nos
interroguen sobre eso. Y si acaso alguien lograra hacernos “esa” pregunta de la
que no sabemos la respuesta (una de las escenas más temidas), que dicha persona
sea nuestro socio en el recorrido exigido para encontrarla ¾porque,
lejos de ser quien “ubicó en nosotros un punto de falta”, es aquel que con su
legítima inquietud ofició de mojón para orientar nuestras futuras
investigaciones.
Y hablando de “futuras investigaciones”, recuerdo
que en 1949 Lacan gustaba calificar a ciertos espacios de formación como la
“frontera móvil de la conquista psicoanalítica”[7]. Esto
supone que nuestra frontera se mueve. Que trabajando rigurosamente y
formalizando nuestro saber, que exponiendo nuestros interrogantes y
compartiendo esbozos de respuestas, el psicoanálisis se revela más apto para
aliviar el sufrimiento humano. En este sentido, cualquier paso que demos ¾por
pequeño que sea¾
será un gran paso.
Y para no abusar de vuestra paciencia, quisiera
terminar con una referencia directa al tema que nos ocupa. Todo el mundo sabe
que “el psicoanálisis no es una terapéutica como las demás” (Lacan dixit)[8] tanto
como que el psicoanálisis es un asunto del hospital. Podría reemplazar la
palabra “asunto” por la palabra “sujeto”. Entonces, el psicoanálisis es un
sujeto del hospital. Y como no hay sujeto sin Otro, ya tenemos instalado el
marco ético necesario para hablar de “dificultades”. “Dificultades” que no son
anécdotas. Que se han transformado en textos a leer estableciendo los cortes
necesarios para que advenga cierta estructura. Esos textos son los verdaderos
protagonistas de lo que ocurrirá hoy aquí y por ello merecen toda nuestra
atención; porque si a partir de ellos, en nuestros intercambios surgiera una
idea, una –al menos-, todo el esfuerzo compartido será valioso y alguien que
sufre (y que tal vez no esté aquí presente entre nosotros) obtendrá de ella un
generoso beneficio.
Anhelo, de todo corazón, que hoy en nuestro
encuentro de trabajo estemos a la altura de las circunstancias.
Muchas gracias por vuestra amable atención.
PP.
Mayo
de 2006
[1](Del Lat. pleonasmus, y este del gr. πλεονασμoς).
1. m. Ret. Figura de
construcción, que consiste en emplear en la oración uno o más vocablos
innecesarios para que tenga sentido completo, pero con los cuales se añade
expresividad a lo dicho; p. ej., lo vi con mis propios ojos.
2. m. Demasía o redundancia
viciosa de palabras.
[2] Lacan, Jacques. “Variantes de la cura-tipo” (1955) en
Escritos 1, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1984, pp. 311 y sig.
[3] V. Agamben, Giorgio. “Profanaciones”(2005). Adriana
Hidalgo editora S.A. Buenos Aires, 2005
[4] Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los
principios de su poder” (1958), en Escritos 2, Siglo Veintiuno Editores, Buenos
Aires. Capitulo 1, parágrafo 2, pág. 566.
[5] Lacan, Jacques. “Discours de Rome” (1953), en Autres
Écrits, ed. Du Seuil, París, 2001. pág. 134.
[6] Lacan, Jacques. “Variantes...” op.cit. Pág. 312).
[7] Lacan, Jacques. “Reglamento y doctrina de la comisión
de enseñanza de la SPP” (1949), en J-A. Miller. “Escisión, excomunión,
disolución – Tres momentos en la vida de Jacques Lacan” Ed. Manantial, Buenos
Aires, 1987.
[8] Lacan, Jacques. “Variantes...” ibidem.