En estos juicios la voz del testigo suena con la autoridad de lo verdadero. En ausencia del “cuerpo del delito” (desaparecido como parte del crimen) y destruidas las pruebas documentales, los tribunales han decidido creer en el testigo. Han decidido asumir que, en ese sufrimiento sin bordes, cuando la palabra asoma penosamente, es la expresión de una verdad que debe ser escuchada.
La palabra del testigo es –en esta empresa de exterminio que se juzga– la palabra de un sobreviviente. Lo que esto quiere decir para cada uno, lo dirá cada uno por sí mismo. Pero para que se diga será necesario escucharlo, y recibir esa palabra incluso en lo que no dice para escuchar al que ahora vive y habla de algo que ya no.
Dar lugar a esa palabra es lo que se han propuesto los autores de este libro. Nuestro trabajo sobre los testigos en estos juicios y sobre los testimonios allí ofrecidos produjo las reflexiones y dudas que este libro quiere dar a conocer. Víctima, autor, silencio: los sitios que hemos nombrado como destinos que se deciden.