“En los libros de Alasdair Gray no hay dominio del autor sobre el lector. Primero, la exigencia de estilo queda reemplazada por una volubilidad que no carece de rasgos pero los recibe de aquello que eligió robar: libros, saberes, noticias o cualquier cosa. Segundo, gracias a la inconstancia se amplía la inventiva en un grado que, si a alguien le parece insensato, es porque Gray se ha emancipado de las normas de lo verosímil. Ya no hay tributo moral que lo fantástico deba rendir a las leyes de la ilusión realista, ni realismo que peque de caducidad. La narrativa cambia de consistencia. Ha reemplazado las reglas del arte por reglas de juego que a menudo lo obligan a desviarse y así revelan oportunidades que de otro modo él no advertiría. El narrador es indiferente a la duda sobre el final y a los fines; se entrega a la contingencia.”
Marcelo Cohen