Un encantador mantiene en un puño a la multitud. Así explica Thomas Mann el nacimiento del fascismo. La sugestión hipnótica ya se registraba en la Francia de fines del siglo XIX. El teatro de la mirada entre encantador y sonámbulo salía de los límites de las atmósferas medicalizadas de las grandes clínicas para invadir tanto los salones de la alta sociedad como las ferias. La puesta en juego de aquella epidemia sugestiva era política más que científica.
Todo dispositivo de dominación es sugestivo, según se desprende de la trama de fascinaciones que Andrea Cavalletti despliega ante nosotros. Desde el magnetismo animal del siglo XVIII hasta el hipnotismo, se replica un ejercicio de imposición que identifica a la propia vida con una materia sugestionable. ¿Es posible sustraerse de la sugestión? La pregunta apela a las formas de resistencia que en nuestro presente le dan un vigor renovado al pensamiento como estilo de vida. Porque el encantador nunca es un amo absoluto, ni el sonámbulo es por siempre un esclavo.