La experiencia del pase es una experiencia en curso. El modo con el cual la produje fue la proposición, toda ella impregnada de prudencia, una prudencia quizás humana, demasiado humana: no veo cómo habría podido ser yo más prudente.
Mi prudencia se hallaba impuesta por el estado de cosas existente: éste es el principio mismo de la prudencia. Así fue que no quise poner en manos de otros, que no fueran los que ya poseían un título correspondiente, en efecto, a una selección, el de Analista de la Escuela, la tarea de conglomerar personas cuya sola presencia entre ellos cambiaba por completo el alcance de ese título. Esto es lo que se produce en todo conglomerado humano cuando los seres reclutados se sitúan en ese real en nombre de principios muy diferentes de los que anteriormente permitieron constituir una clase. El hecho de que esa clase, conservando el mismo nombre esté habitada por una especie muy diferente de individuos, es susceptible de transformar enteramente, no ciertas estructuras fundamentales, sino la naturaleza del discurso.
No fue ése ciertamente, por mi parte, un acto de autoridad, un acto de amo * , ya que el primer resultado que me ocasionó fue la huída alocada de cierta cantidad de personas cuyo sostén y fidelidad yo estimaba. La fidelidad no es noción de amo: si leen ustedes un poquito mis escritos, aquellos que pueden concernir al orden de la política, verán que la fidelidad no constituye su valor principal. No diré que no vacilé al arriesgar esta salida, porque conscientemente no asumí ningún riesgo, pensando que los persuadiría.
En efecto, a esto me consagré en reuniones restringidas; y fue en cierto modo sin aviso, después de haberse puesto ellos de acuerdo entre sí, cuando durante una reunión llamada "Congreso de la Escuela" recibí de ellos-eran tres personas a las que todo el mundo conoce-el anuncio colectivo y firmado de su renuncia. No se puede decir que si yo hubiera apostado sobre lo que podemos llamar mi prestigio, habría alcanzado el éxito. Sin embargo, la cosa me pareció ligera, sumamente ligera, como también sucedería en el futuro con cualquier persona que quisiese seguirlos. El problema no es ése.
El problema es saber cómo funcionó efectivamente hasta ahora la sociedad analítica, cuyos primeros lineamientos trazó Freud y que después fue cobrando una forma cada vez más precisa. Estas sociedades acabaron siendo demasiado prudentes, pues funcionan según las leyes ordinarias el grupo, donde siempre, en efecto, es absolutamente necesario que se manifieste el amo, como creí poder decir en ocasión del gran revoltijo de mayo del 68. Lo que ustedes quieren-decía yo a los que, por el hecho de estar en Vincennes, donde yo simplemente había aceptado ir, se imaginaban que estaba allí por delegación de los poderes superiores y creían necesario armar jaleo, mientras que por lo general cuando hablo esto no sucede-, lo que ustedes quieren, es un amo. Lo cual quedó bien demostrado después, al no haber tenido la crisis del 68 otras consecuencias que un máximo fortalecimiento de lo que yo había definido, ¡gracias a Dios, antes de esa crisis!, como "el mercado del saber"; quiero decir que el saber es reducido a convertirse en mercancía. Y después de mayo del 68 la Universidad presenció cómo su prestigio hacía, literalmente, un "boom", hasta tal punto que no hay forma alguna de meterse en ella que no sea objeto de codicia y luchas salvajes.
Justamente, hice la proposición con la finalidad de aislar lo que concierne al discurso analítico. Consideré que la delegación, por reconocimiento común, de una autoridad -por qué no decir, "de un poder"-, iba a resultar mas adecuada a lo que tendría que ser un reclutamiento verdadero si instaurábamos ese modo de testimoniar que constituye el pase. En efecto, el pase permite a alguien que piensa que puede ser analista, a alguien que se autoriza él mismo a ello, o que está a punto de hacerlo, dar a conocer qué fue lo que lo decidió, e introducirse en un discurso del cual pienso que por cierto no es fácil ser el soporte.
¿Que sucedió entonces? Al incorporar a este nuevo miembro, el jurado de confirmación tuvo que hacer cambiar de sentido el término "Analista de la Escuela". Siempre me pareció que la manera con que nuestras sociedades juzgaban a los individuos seleccionados participaba, por qué no decirlo, de esas leyes de la competencia que permiten funcionar a la mayoría de los grupos humanos. Yo deseé otro modo de reclutamiento: el pase. A mi entender, era el primer escalón de un reclutamiento de estilo diferente, de un orden modelado muy precisamente sobre lo que entonces consideré que daba especificidad al discurso analítico.
Hace un momento se hizo alusión a mis llamados "cuatrípodos". Si por estos cuatrípodos y su rotación pude especificar el discurso del amo, como también otros discursos, en particular el discurso universitario en cuanto distinto del discurso científico, esto sólo fue a partir del discurso analítico. Si no existiera discurso analítico, nunca habría pensado yo el discurso del amo como, simplemente un determinado tipo, un determinado modo de cristalización de lo que constituye, en resumidas cuentas, el fondo de nuestra experiencia, a saber: la estructura misma del inconsciente; antes que yo, nadie había pensado en referir a eso el discurso del amo. Es notable, y a mí mismo me sorprendió, que se di era allí como necesario, bajo el término del "plus-de-gozar", lo que en el discurso capitalista Marx supo detectar como la plusvalía. El llamado discurso capitalista es una cierta variedad del discurso del amo, y se distingue de él tan sólo por un pequeñísimo cambio en el orden de las letras. Es un hecho que al detectar, en el sentido del discurso capitalista, la plusvalía como su resorte esencial, Marx confirió de pronto al discurso del amo una consistencia y un poder cuyos resultados no han terminado ustedes de percibir. Es absolutamente seguro que el capitalismo de estado reinante en la U.R.S.S. nos habrá de mostrar que más vale que el discurso del amo sepa lo que hace. No carece de interés, en mi opinión, el que, en cuanto le concierne, el discurso psicoanalítico no sólo tome cuerpo sino que haya tomado cuerpo desde ahora, lo quieran ustedes o no. Y este Congreso es testigo del hecho de que finalmente hay interés, un interés poderoso y universal, en que ese discurso se mantenga: para que esto funcione o no es forzoso que los propios psicoanalistas hayan tomado conciencia de ello. Además, ahí esta, precisamente, su drama: ellos responden a una demanda, pero si tal demanda no ve más allá de sus narices, no será otra cosa que demanda de un lisiado, cuando podría ser algo muy diferente.
Lo que viene a ocupar el lugar de la plusvalía, y que denominé "plus-de-gozar", es una función mucho más radical que la de la plusvalía en el discurso capitalista. Es una función de fundamento, ligada a la dependencia del hombre con respecto al lenguaje. El discurso analítico permite advertir que por ese lenguaje se ve el hombre separado, taponado respecto a todo lo referente a la relación sexual, y que por ahí hace su entrada en lo real; para ser más exactos, por ahí resulta faltar a ese real. Por ahí tiene una pequeña posibilidad, en la medida en que quedan abiertas para él algunas vías hacia un cierto número de puntos, que atestiguan la presencia misma de lo real en el origen de su. discurso.
Lo que, en el llamado discurso del amo, viene a ocupar el lugar del plus-de-gozar es algo que hace ya largo tiempo denominé "objeto a". A fin de cuentas, este objeto no representa otra cosa que un cierro número de enigmas polarizados, que para los que hablan se presentifican en estas grandes funciones que no dejan de estar ligadas al cuerpo: el seno nutricio, el residuo, el desecho, la mierda, para llamarla por su nombre, o incluso cosas que, no por tener un aspecto más noble, dejan de ser estrictamente del mismo nivel: la mirada y la voz.
Ahora bien: sucede que el objeto a puede trocar su lugar con el significante-amo, puede sustituirlo en el lugar seudo-rector, y desde allí funcionar como debe funcionar el analista. El analista funciona en el análisis como representante del objeto a; a fin de cuentas no es seguro que yo mismo capte incluso todo el sentido de esta formula, pero estoy convencido de que tal es, efectivamente la manera en que eso tiene que escribirse, y esto es lo que expresan exactamente los cuatrípodos que designan el discurso del amo y el discurso analítico.
Entonces, aun suponiendo-recurso demasiado conocido-que simplemente con poner un analista estamos otra vez frente a una de esas viejas sociedades asentadas en el discurso del amo, aun desde ese punto de vista no veo qué cosa impediría a alguien que estuviese colocado en la posición rectora del S1, la del amo, discernir algo de las relaciones entre este S1 y lo que forma parte del mismo discurso, pero en otro lugar, el objeto a, y en particular apreciar, en ese momento que yo llamo el pase, por qué alguien asume el riesgo loco de convertirse en aquello que el objeto a es.
Se trata de una experiencia radicalmente nueva que nosotros hemos establecido, pues el pase no tiene nada que hacer con análisis. Y es perfectamente comprensible que del jurado de confirmación, dado su reclutamiento hasta el presente, sólo puedan llegar a ustedes testimonios de perplejidad y confusión; pero también es cierto que algunos de los pasantes nunca podrán olvidar lo que fue para ellos, que se hallaban, digamos en principio, en un final de análisis, la experiencia del pase. En esta reunión lo que falta es su testimonio. Utilizando una palabra que tomé de una persona a la que oí en una de estas salas, diré que el pase era algo así como el relámpago.
Esto despertó inevitablemente en mí el eco de una célebre frase de Heráclito comentada por Heidegger en un libro publicado hace poco en francés, y que dice:ta panta oizeiqueraunos. Lo cual significa: El trueno rige ta panta, esto es intraducible. Diels, quien reunió los fragmentos de Heráclito y formó con ellos la recopilación en cierto modo definitiva, autentificada, traduce esto como "el universo", y con ello lo falsea todo. Ta panta es algo así como "los todos", "los todos" en cuanto diversos, en cuanto que hay un montón de todos. Hay un montón de todos que son radicalmente distintos. "A todos los rige el relámpago" Quizá los lance un poquito hacia el universo, pero ciertamente demuestra que no lo hay. Como lo manda nuestra posición subjetiva, sin duda estamos forzados a pensar el mundo como un universo, entre el empuje de los seres vivos y las condiciones más o menos estelares en las que imperiosamente tienen que habitar . El origen de la vida: con esto todavía no terminó nadie. Nos empeñamos en destapar ese agujero, pero ¿lo conseguiremos?: no se sabe. Digamos, para no decir nada mas, que la enunciación de los ta panta procede de la idea verdaderamente capital de una heterogeneidad entre las cosas.
¿Puede el pase poner efectivamente de relieve ante quien se ofrece a él, como es capaz de hacerlo un relámpago, con una luz totalmente distinta, un cierto sector de sombras de su análisis? Es una cosa que incumbe al pasante. Puedo asegurarles, y creo que en el jurado de confirmación nadie, ni siquiera Leclaire, me desmentirá, que el pase fue para algunos una experiencia absolutamente conmocionante.
He aquí, pues, lo que obtengo tras haber propuesto esa experiencia. Obtengo algo que en modo alguno pertenece al orden del discurso del amo, y mucho menos del dómine **. Habría que saber reparar en las cosas de las que no hablo: nunca hablé de formación analítica, hablé de formaciones del inconsciente. No hay formación analítica. Del análisis se desprende una experiencia, a la que es completamente errado calificar de didáctica. La experiencia no es didáctica. ¿Por qué creen, si no, que procuré borrar por completo el término "didáctico", y que hablé de psicoanálisis puro?
El año pasado les di una lección sobre lo que está en juego en la experiencia pretendidamente interrogativa con respecto al animal. Se pone a diversos animales en pequeños laberintos, donde quedan entrampados ***, como ratas precisamente, y se intenta enseñarles a aprender ****. No es para nada evidente que eso esté de acuerdo con su temperamento ni que sean capaces de ello, como sucede entre nosotros. Pues bien: si vemos las cosas desde este ángulo, un análisis implica por cierto la conquista de.un saber que está ahí, antes de que lo sepamos, esto es, el inconsciente, y desde luego que el sujeto puede aprender allí cómo es que eso se produjo. En este sentido, y sólo en este sentido, un análisis es didáctico. Pero si el sujeto no ha hecho más que aprender a aprender a pulsar los botones adecuados para que eso se abra en el inconsciente, y bien, permítanme decirlo, no ha aprendido gran cosa. No aprendió que de ese saber que yo defino como articulado -ésta es la esencia de aquello en lo que insisto cuando digo que el inconsciente esta estructurado como un lenguaje- cada cual, a su manera, y en un punto exclusivamente local, es el efecto. La pura y simple dependencia. Si se limitó a aprender como hacer para que otros se den cuenta, esto es poco frente a lo que se reveló ante él en la experiencia analítica. Piense el analista lo que piense, el sujeto no lo aprendió en absoluto, pero eso se reveló ante él. Es una dimensión muy diferente del aprender. Su primer movimiento es no saber por que punta asirla.
Esto explica que, en definitiva, el pase sólo podrá ser juzgado, como ha dicho alguien esta mañana, por el esfuerzo de aprehensión de quienes, al haberse expuesto a ese pase, vivieron de él la experiencia y quizá, por una vez, el diálogo. Esto, por ahora, manifiestamente a ustedes les tiene que faltar, va que después de todo no es tan viejo. Los que encuentran que se han ofrecido a esa experiencia no son viejos, y cabe preguntarse si es ahora cuando se hace preciso que ofrezcan de ella vaya a saber qué inscripción, dibujo, caricatura, o si tienen que dejarlo madurar.
Lo indudable es que, si me atreví a introducir esta experiencia, no fue para que yo mismo interviniera en ella. Ustedes podrán pensar lo que fuere, pero a nivel del jurado de confirmación no opero sino con la discreción más extremada. Me dirán ustedes que como la discreción también quiere decir discernimiento, yo tal vez opere más de lo que confieso, ¿por qué no? Por mi parte, tengo la sensación de estar esperando. Si de lo que produce esa experiencia no tenemos resultados más luminosos para ofrecerles, es a causa de esta discreción, que va mucho más allá de la discreción, que pertenece al orden de la espera. Por mi parte, y pido disculpas, me limito a esperar lo que de eso resultará efectivamente, incluido un modo muy distinto de recoger el testimonio.
Pero que, sencillamente, alguien me proponga aquí otra forma de recogerlo. Quise evitar el retorno a las viejas usanzas, el carácter magistral que siempre se desprende del hecho de que alguien esté allí como candidato. Consiento en que al passant se lo llame candidato o cándido ***** qué importa; lo importante es que el que lo oye no se muestre altanero. Por eso pedí expresamente que los passeurs se eligieran sólo entre los más nuevos, y que los eligiese su analista, independientemente, lo subrayé, de su consentimiento. En algunos casos los que ocuparon la posición de passeur se las dieron de analistas, y esto no es, en absoluto, lo que esperamos de ellos. Lo que esperamos de ellos es un testimonio, una transmisión, la transmisión de una experiencia en cuanto precisamente no se dirige a un viejo de la vieja guardia, a un mayor.
Con respecto al pasadizo, la fisura por la cual intenté hacer pasar mi pase, habría podido inventar yo uno más sutil; pero era preciso no complicar demasiado las cosas, y sí permanecer en el orden de lo que se hace. Habría podido demandarles que se hicieran prestidigitadores, por ejemplo, ¡pero se dan ustedes cuenta del cansancio que eso habría producido! El resultado es algo enteramente nuevo, y en ninguno de los que a él se presentaron careció el pase de efecto. Estos efectos tal vez sean deterioros y, después de todo, ¿por qué no? Cualquiera sabe que a nosotros, los de la especie humana, fabricados como estamos, el deterioro es lo mejor que nos puede suceder.
Pues bien, aquí estoy, con los deterioros a cuestas. No es más inútil por eso, pues como se me hizo notar, si hay alguien que se lo pasa pasando el pase, ése soy yo.
Mi prudencia se hallaba impuesta por el estado de cosas existente: éste es el principio mismo de la prudencia. Así fue que no quise poner en manos de otros, que no fueran los que ya poseían un título correspondiente, en efecto, a una selección, el de Analista de la Escuela, la tarea de conglomerar personas cuya sola presencia entre ellos cambiaba por completo el alcance de ese título. Esto es lo que se produce en todo conglomerado humano cuando los seres reclutados se sitúan en ese real en nombre de principios muy diferentes de los que anteriormente permitieron constituir una clase. El hecho de que esa clase, conservando el mismo nombre esté habitada por una especie muy diferente de individuos, es susceptible de transformar enteramente, no ciertas estructuras fundamentales, sino la naturaleza del discurso.
No fue ése ciertamente, por mi parte, un acto de autoridad, un acto de amo * , ya que el primer resultado que me ocasionó fue la huída alocada de cierta cantidad de personas cuyo sostén y fidelidad yo estimaba. La fidelidad no es noción de amo: si leen ustedes un poquito mis escritos, aquellos que pueden concernir al orden de la política, verán que la fidelidad no constituye su valor principal. No diré que no vacilé al arriesgar esta salida, porque conscientemente no asumí ningún riesgo, pensando que los persuadiría.
En efecto, a esto me consagré en reuniones restringidas; y fue en cierto modo sin aviso, después de haberse puesto ellos de acuerdo entre sí, cuando durante una reunión llamada "Congreso de la Escuela" recibí de ellos-eran tres personas a las que todo el mundo conoce-el anuncio colectivo y firmado de su renuncia. No se puede decir que si yo hubiera apostado sobre lo que podemos llamar mi prestigio, habría alcanzado el éxito. Sin embargo, la cosa me pareció ligera, sumamente ligera, como también sucedería en el futuro con cualquier persona que quisiese seguirlos. El problema no es ése.
El problema es saber cómo funcionó efectivamente hasta ahora la sociedad analítica, cuyos primeros lineamientos trazó Freud y que después fue cobrando una forma cada vez más precisa. Estas sociedades acabaron siendo demasiado prudentes, pues funcionan según las leyes ordinarias el grupo, donde siempre, en efecto, es absolutamente necesario que se manifieste el amo, como creí poder decir en ocasión del gran revoltijo de mayo del 68. Lo que ustedes quieren-decía yo a los que, por el hecho de estar en Vincennes, donde yo simplemente había aceptado ir, se imaginaban que estaba allí por delegación de los poderes superiores y creían necesario armar jaleo, mientras que por lo general cuando hablo esto no sucede-, lo que ustedes quieren, es un amo. Lo cual quedó bien demostrado después, al no haber tenido la crisis del 68 otras consecuencias que un máximo fortalecimiento de lo que yo había definido, ¡gracias a Dios, antes de esa crisis!, como "el mercado del saber"; quiero decir que el saber es reducido a convertirse en mercancía. Y después de mayo del 68 la Universidad presenció cómo su prestigio hacía, literalmente, un "boom", hasta tal punto que no hay forma alguna de meterse en ella que no sea objeto de codicia y luchas salvajes.
Justamente, hice la proposición con la finalidad de aislar lo que concierne al discurso analítico. Consideré que la delegación, por reconocimiento común, de una autoridad -por qué no decir, "de un poder"-, iba a resultar mas adecuada a lo que tendría que ser un reclutamiento verdadero si instaurábamos ese modo de testimoniar que constituye el pase. En efecto, el pase permite a alguien que piensa que puede ser analista, a alguien que se autoriza él mismo a ello, o que está a punto de hacerlo, dar a conocer qué fue lo que lo decidió, e introducirse en un discurso del cual pienso que por cierto no es fácil ser el soporte.
¿Que sucedió entonces? Al incorporar a este nuevo miembro, el jurado de confirmación tuvo que hacer cambiar de sentido el término "Analista de la Escuela". Siempre me pareció que la manera con que nuestras sociedades juzgaban a los individuos seleccionados participaba, por qué no decirlo, de esas leyes de la competencia que permiten funcionar a la mayoría de los grupos humanos. Yo deseé otro modo de reclutamiento: el pase. A mi entender, era el primer escalón de un reclutamiento de estilo diferente, de un orden modelado muy precisamente sobre lo que entonces consideré que daba especificidad al discurso analítico.
Hace un momento se hizo alusión a mis llamados "cuatrípodos". Si por estos cuatrípodos y su rotación pude especificar el discurso del amo, como también otros discursos, en particular el discurso universitario en cuanto distinto del discurso científico, esto sólo fue a partir del discurso analítico. Si no existiera discurso analítico, nunca habría pensado yo el discurso del amo como, simplemente un determinado tipo, un determinado modo de cristalización de lo que constituye, en resumidas cuentas, el fondo de nuestra experiencia, a saber: la estructura misma del inconsciente; antes que yo, nadie había pensado en referir a eso el discurso del amo. Es notable, y a mí mismo me sorprendió, que se di era allí como necesario, bajo el término del "plus-de-gozar", lo que en el discurso capitalista Marx supo detectar como la plusvalía. El llamado discurso capitalista es una cierta variedad del discurso del amo, y se distingue de él tan sólo por un pequeñísimo cambio en el orden de las letras. Es un hecho que al detectar, en el sentido del discurso capitalista, la plusvalía como su resorte esencial, Marx confirió de pronto al discurso del amo una consistencia y un poder cuyos resultados no han terminado ustedes de percibir. Es absolutamente seguro que el capitalismo de estado reinante en la U.R.S.S. nos habrá de mostrar que más vale que el discurso del amo sepa lo que hace. No carece de interés, en mi opinión, el que, en cuanto le concierne, el discurso psicoanalítico no sólo tome cuerpo sino que haya tomado cuerpo desde ahora, lo quieran ustedes o no. Y este Congreso es testigo del hecho de que finalmente hay interés, un interés poderoso y universal, en que ese discurso se mantenga: para que esto funcione o no es forzoso que los propios psicoanalistas hayan tomado conciencia de ello. Además, ahí esta, precisamente, su drama: ellos responden a una demanda, pero si tal demanda no ve más allá de sus narices, no será otra cosa que demanda de un lisiado, cuando podría ser algo muy diferente.
Lo que viene a ocupar el lugar de la plusvalía, y que denominé "plus-de-gozar", es una función mucho más radical que la de la plusvalía en el discurso capitalista. Es una función de fundamento, ligada a la dependencia del hombre con respecto al lenguaje. El discurso analítico permite advertir que por ese lenguaje se ve el hombre separado, taponado respecto a todo lo referente a la relación sexual, y que por ahí hace su entrada en lo real; para ser más exactos, por ahí resulta faltar a ese real. Por ahí tiene una pequeña posibilidad, en la medida en que quedan abiertas para él algunas vías hacia un cierto número de puntos, que atestiguan la presencia misma de lo real en el origen de su. discurso.
Lo que, en el llamado discurso del amo, viene a ocupar el lugar del plus-de-gozar es algo que hace ya largo tiempo denominé "objeto a". A fin de cuentas, este objeto no representa otra cosa que un cierro número de enigmas polarizados, que para los que hablan se presentifican en estas grandes funciones que no dejan de estar ligadas al cuerpo: el seno nutricio, el residuo, el desecho, la mierda, para llamarla por su nombre, o incluso cosas que, no por tener un aspecto más noble, dejan de ser estrictamente del mismo nivel: la mirada y la voz.
Ahora bien: sucede que el objeto a puede trocar su lugar con el significante-amo, puede sustituirlo en el lugar seudo-rector, y desde allí funcionar como debe funcionar el analista. El analista funciona en el análisis como representante del objeto a; a fin de cuentas no es seguro que yo mismo capte incluso todo el sentido de esta formula, pero estoy convencido de que tal es, efectivamente la manera en que eso tiene que escribirse, y esto es lo que expresan exactamente los cuatrípodos que designan el discurso del amo y el discurso analítico.
Entonces, aun suponiendo-recurso demasiado conocido-que simplemente con poner un analista estamos otra vez frente a una de esas viejas sociedades asentadas en el discurso del amo, aun desde ese punto de vista no veo qué cosa impediría a alguien que estuviese colocado en la posición rectora del S1, la del amo, discernir algo de las relaciones entre este S1 y lo que forma parte del mismo discurso, pero en otro lugar, el objeto a, y en particular apreciar, en ese momento que yo llamo el pase, por qué alguien asume el riesgo loco de convertirse en aquello que el objeto a es.
Se trata de una experiencia radicalmente nueva que nosotros hemos establecido, pues el pase no tiene nada que hacer con análisis. Y es perfectamente comprensible que del jurado de confirmación, dado su reclutamiento hasta el presente, sólo puedan llegar a ustedes testimonios de perplejidad y confusión; pero también es cierto que algunos de los pasantes nunca podrán olvidar lo que fue para ellos, que se hallaban, digamos en principio, en un final de análisis, la experiencia del pase. En esta reunión lo que falta es su testimonio. Utilizando una palabra que tomé de una persona a la que oí en una de estas salas, diré que el pase era algo así como el relámpago.
Esto despertó inevitablemente en mí el eco de una célebre frase de Heráclito comentada por Heidegger en un libro publicado hace poco en francés, y que dice:ta panta oizeiqueraunos. Lo cual significa: El trueno rige ta panta, esto es intraducible. Diels, quien reunió los fragmentos de Heráclito y formó con ellos la recopilación en cierto modo definitiva, autentificada, traduce esto como "el universo", y con ello lo falsea todo. Ta panta es algo así como "los todos", "los todos" en cuanto diversos, en cuanto que hay un montón de todos. Hay un montón de todos que son radicalmente distintos. "A todos los rige el relámpago" Quizá los lance un poquito hacia el universo, pero ciertamente demuestra que no lo hay. Como lo manda nuestra posición subjetiva, sin duda estamos forzados a pensar el mundo como un universo, entre el empuje de los seres vivos y las condiciones más o menos estelares en las que imperiosamente tienen que habitar . El origen de la vida: con esto todavía no terminó nadie. Nos empeñamos en destapar ese agujero, pero ¿lo conseguiremos?: no se sabe. Digamos, para no decir nada mas, que la enunciación de los ta panta procede de la idea verdaderamente capital de una heterogeneidad entre las cosas.
¿Puede el pase poner efectivamente de relieve ante quien se ofrece a él, como es capaz de hacerlo un relámpago, con una luz totalmente distinta, un cierto sector de sombras de su análisis? Es una cosa que incumbe al pasante. Puedo asegurarles, y creo que en el jurado de confirmación nadie, ni siquiera Leclaire, me desmentirá, que el pase fue para algunos una experiencia absolutamente conmocionante.
He aquí, pues, lo que obtengo tras haber propuesto esa experiencia. Obtengo algo que en modo alguno pertenece al orden del discurso del amo, y mucho menos del dómine **. Habría que saber reparar en las cosas de las que no hablo: nunca hablé de formación analítica, hablé de formaciones del inconsciente. No hay formación analítica. Del análisis se desprende una experiencia, a la que es completamente errado calificar de didáctica. La experiencia no es didáctica. ¿Por qué creen, si no, que procuré borrar por completo el término "didáctico", y que hablé de psicoanálisis puro?
El año pasado les di una lección sobre lo que está en juego en la experiencia pretendidamente interrogativa con respecto al animal. Se pone a diversos animales en pequeños laberintos, donde quedan entrampados ***, como ratas precisamente, y se intenta enseñarles a aprender ****. No es para nada evidente que eso esté de acuerdo con su temperamento ni que sean capaces de ello, como sucede entre nosotros. Pues bien: si vemos las cosas desde este ángulo, un análisis implica por cierto la conquista de.un saber que está ahí, antes de que lo sepamos, esto es, el inconsciente, y desde luego que el sujeto puede aprender allí cómo es que eso se produjo. En este sentido, y sólo en este sentido, un análisis es didáctico. Pero si el sujeto no ha hecho más que aprender a aprender a pulsar los botones adecuados para que eso se abra en el inconsciente, y bien, permítanme decirlo, no ha aprendido gran cosa. No aprendió que de ese saber que yo defino como articulado -ésta es la esencia de aquello en lo que insisto cuando digo que el inconsciente esta estructurado como un lenguaje- cada cual, a su manera, y en un punto exclusivamente local, es el efecto. La pura y simple dependencia. Si se limitó a aprender como hacer para que otros se den cuenta, esto es poco frente a lo que se reveló ante él en la experiencia analítica. Piense el analista lo que piense, el sujeto no lo aprendió en absoluto, pero eso se reveló ante él. Es una dimensión muy diferente del aprender. Su primer movimiento es no saber por que punta asirla.
Esto explica que, en definitiva, el pase sólo podrá ser juzgado, como ha dicho alguien esta mañana, por el esfuerzo de aprehensión de quienes, al haberse expuesto a ese pase, vivieron de él la experiencia y quizá, por una vez, el diálogo. Esto, por ahora, manifiestamente a ustedes les tiene que faltar, va que después de todo no es tan viejo. Los que encuentran que se han ofrecido a esa experiencia no son viejos, y cabe preguntarse si es ahora cuando se hace preciso que ofrezcan de ella vaya a saber qué inscripción, dibujo, caricatura, o si tienen que dejarlo madurar.
Lo indudable es que, si me atreví a introducir esta experiencia, no fue para que yo mismo interviniera en ella. Ustedes podrán pensar lo que fuere, pero a nivel del jurado de confirmación no opero sino con la discreción más extremada. Me dirán ustedes que como la discreción también quiere decir discernimiento, yo tal vez opere más de lo que confieso, ¿por qué no? Por mi parte, tengo la sensación de estar esperando. Si de lo que produce esa experiencia no tenemos resultados más luminosos para ofrecerles, es a causa de esta discreción, que va mucho más allá de la discreción, que pertenece al orden de la espera. Por mi parte, y pido disculpas, me limito a esperar lo que de eso resultará efectivamente, incluido un modo muy distinto de recoger el testimonio.
Pero que, sencillamente, alguien me proponga aquí otra forma de recogerlo. Quise evitar el retorno a las viejas usanzas, el carácter magistral que siempre se desprende del hecho de que alguien esté allí como candidato. Consiento en que al passant se lo llame candidato o cándido ***** qué importa; lo importante es que el que lo oye no se muestre altanero. Por eso pedí expresamente que los passeurs se eligieran sólo entre los más nuevos, y que los eligiese su analista, independientemente, lo subrayé, de su consentimiento. En algunos casos los que ocuparon la posición de passeur se las dieron de analistas, y esto no es, en absoluto, lo que esperamos de ellos. Lo que esperamos de ellos es un testimonio, una transmisión, la transmisión de una experiencia en cuanto precisamente no se dirige a un viejo de la vieja guardia, a un mayor.
Con respecto al pasadizo, la fisura por la cual intenté hacer pasar mi pase, habría podido inventar yo uno más sutil; pero era preciso no complicar demasiado las cosas, y sí permanecer en el orden de lo que se hace. Habría podido demandarles que se hicieran prestidigitadores, por ejemplo, ¡pero se dan ustedes cuenta del cansancio que eso habría producido! El resultado es algo enteramente nuevo, y en ninguno de los que a él se presentaron careció el pase de efecto. Estos efectos tal vez sean deterioros y, después de todo, ¿por qué no? Cualquiera sabe que a nosotros, los de la especie humana, fabricados como estamos, el deterioro es lo mejor que nos puede suceder.
Pues bien, aquí estoy, con los deterioros a cuestas. No es más inútil por eso, pues como se me hizo notar, si hay alguien que se lo pasa pasando el pase, ése soy yo.
Texto establecido por J.A. Miller
El original estenografiado se publicó en las "Lettres de l'Ecole freudienne", nº 15, junio de 1975 (pp. 185-193).
Traducción: Irene Agoff
NOTAS
* En el original, "acte de maître". Maître es vocablo cuya polisemia facilita a Lacan en este texto-y en tantos otros-la promoción de unas vías asociativas que la traducción al castellano anula. Por ejemplo, la acepción de maître como "maestro", capital para la comprensión de la parte del articulo en que se alude, lo mencionamos en otra nota, al Seminario Encore (N. de T.)
* En el original, "acte de maître". Maître es vocablo cuya polisemia facilita a Lacan en este texto-y en tantos otros-la promoción de unas vías asociativas que la traducción al castellano anula. Por ejemplo, la acepción de maître como "maestro", capital para la comprensión de la parte del articulo en que se alude, lo mencionamos en otra nota, al Seminario Encore (N. de T.)
** Juego intraducible entre maître (amo-maestro) y magister (dómine, pedante). (N. de T.)
*** Así optamos por traducir "où ils sont faits comme des rats", forma dada a la locución francesa "être fait comme un rat", que significa poco más o menos, "caer en la trampa". Pero téngase en cuenta que los animales mencionados en la lección aludida al comienzo del párrafo (Cap. XI de Le Séminaire-Livre XX, Encore) son, precisamente, ratas (N. de T.)
**** En el original, "leur apprendre à apprendre". Apprendre posee ambos sentidos, "enseñar" y "aprender", y consideramos que en el texto unas veces se trata de "enseñar a aprender", como en este caso, y otras, del "aprender a aprender"; esto sin perjuicio de tener en cuenta, para su inteligencia, la homofonía con à-prendre, "a tomar" (véase Encore, pp. 127 y 128). (N. de T.)
***** Juego con la homofonía entre candidat, "candidato", y candide-a, que traducimos por "cándido" (N. de T.)