Catherine Millot.
El deseo de dormir corresponde a una acción fisiológica inhibitoria. El sueño (rêve) es una inhibición activa. Este punto es aquel donde uno puede concebir que allí viene a empalmarse lo simbólico. Es sobre el cuerpo que se empalma lo simbólico, del hecho de la paradoja biológica que constituye una instancia que impide la interrupción del dormir (sommeil). Gracias a lo simbólico, el despertar total es la muerte —para el cuerpo—. El dormir (sommeil) profundo vuelve posible que dure el cuerpo.
Más allá del despertar
Lo que Freud imagina de la pulsión de muerte, implica que el despertar del cuerpo es su destrucción. Porque en el sentido opuesto al principio de placer, eso, él lo califica como un más allá: este más allá, es una oposición.
La vida, por lo que se refiere a ella, está más allá de todo despertar. La vida no está concebida, el cuerpo no atrapa nada de ella, simplemente la transporta. Cuando Freud dice: la vida aspira a la muerte, es por lo mismo que la vida, en tanto que ella es encarnada, en tanto que está en el cuerpo, aspiraría a una total y plena conciencia. Se puede decir que es allí que se designa que incluso en el despertar absoluto hay todavía una parte de sueño (rêve) que es justamente sueño de despertar (rêveil).
Uno no se despierta nunca: los deseos mantienen, entretienen, cuidan los sueños. La muerte es un sueño, entre otros sueños que perpetúan la vida, aquel de permanecer en lo mítico. Es del lado del despertar que se sitúa la muerte. La vida es algo completamente imposible que puede soñar con un despertar absoluto. Por ejemplo, en la religión nirvanesca, la vida sueña con escaparse de ella misma. Lo cual no quiere decir que la vida es real, y que ese retorno es mítico. Es mítico, y forma parte de esos sueños que no se sostienen más que del lenguaje. Si no hubiera lenguaje, uno no se pondría a soñar con la posibilidad de estar muerto. Esta posibilidad es tanto más contradictoria que incluso en esas apariciones no solamente míticas sino místicas, se piensa que se alcanza lo real absoluto, el cual no está modelado más que por un cálculo.
Se sueña confundirse con aquello que se extrapola por el hecho de que se habita el lenguaje. Ahora bien, por el hecho de que se habita el lenguaje, uno se conforma con un formalismo —del orden del cálculo justamente— y uno se imagina que de lo real hay un saber absoluto. A fin de cuentas, en el nirvana, uno aspira a perderse (envolverse) en ese saber absoluto, del cual no hay marca. Uno cree que será confundido con ese supuesto saber sostener el mundo, mundo que no es más que un sueño de cada cuerpo.
Que esté amarrado sobre la muerte, el lenguaje sólo, a fin de cuentas, es el testigo. ¿Es esto lo que está rechazado (refoulé)? Es difícil afirmarlo. Es pensable que todo el lenguaje no esté más que para no pensar la muerte que, en efecto, es la cosa menos pensable. Es por esto mismo que concibiéndola como un despertar, digo algo que está implicado en mi pequeño nudo SIR.
Yo estaría más bien llevado a pensar que el sexo y la muerte son solidarios, como está demostrado por lo que sabemos, que son los cuerpos que se reproducen sexualmente los que están sujetos a la muerte.
Pero es más bien por el rechazo (refoulement) de la no-relación sexual que el lenguaje niega la muerte. El despertar total que consistiría en aprehender el sexo —lo que está excluido— puede tomar, entre otras formas, aquella de la consecuencia del sexo, es decir la muerte.
El no-sentido de lo real
Freud comete un error al concebir que la vida puede aspirar a retornar a la inercia de las partículas imaginadas como materiales. La vida en el cuerpo no subsiste más que del principio de placer. Pero el principio de placer en los seres que hablan está sometido al inconsciente, es decir, al lenguaje. A fin de cuentas, el lenguaje queda, permanece, resta, ambiguo: suple la ausencia de relación sexual y con este hecho enmascara la muerte, a la vez (encore) que es capaz de expresarla como una especie de deseo profundo. Lo cual no quiere decir que no se tengan pruebas en el animal, en los análogos del lenguaje, de una conciencia de la muerte. No pienso que haya más en el hombre, por el hecho del lenguaje: el hecho de que el lenguaje hable de la muerte, eso no prueba que haya ninguna conciencia.
Es el límite más alejado al cual no se accede más que por lo real del sexo. La muerte, es un despertar que participa aún del sueño en tanto que el sueño está ligado al lenguaje. Que algunos deseos sean de los que despiertan, indica que deben ser puestos en relación con el sexo más que con la muerte.
Los sueños, en el ser que habla, conciernen a esta au-sencia (ab-sens), ese no sentido de lo real constituido por la no-relación sexual, que no estimula más que al deseo, justamente, a conocer esa no-relación. Si el deseo es del orden de la falta, sin que pueda decirse que esa sea su causa, el lenguaje es el nivel donde se prodigan las tentativas para establecer esa relación —su prodigalidad, su abundancia (prodigalite), de igual signo que esas relaciones, no se alcanzará jamás. El lenguaje puede ser concebido como aquello que prolifera al nivel de esa no-relación, sin que pueda decirse que esa relación exista