Este texto es la desgrabación de un teórico abierto, dictado en el marco de la cátedra "El juego en los límites" a cargo de la Mg.Norma Bruner en la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Psicología, el 12 de mayo de 2008.
Aprovecho el posteo para agradecer a Norma Bruner la invitación y a Gabriela Kot por la desgrabación.
Norma Bruner: Bueno, vamos a dar comienzo a nuestra actividad de los teóricos abiertos, que como ustedes saben organizamos desde la práctica profesional. Es una alegría también reconocer algunas caras de ex alumnos que están aquí, que acaban de entrar. Les presento a nuestro invitado, el Lic. Pablo Peusner, Docente de la UBA entre 1992 - 2005. Autor de los libros: “El sufrimiento de los niños”, “Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños” y “El niño y el Otro”, que es un libro de próxima aparición y es editor de la Editorial Letra Viva. Bueno, hoy nos vas a hablar de “El niño y el Otro. Puntuaciones acerca de la presencia de padres/parientes en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños".
Pablo Peusner: Buenas noches. Tengo que agradecerle muy especialmente a Norma la presentación. Tuve el placer de trabajar con ella en su reciente libro, y la verdad es que conocernos implicó toda una serie de intercambios, de discusiones y cuestiones que afianzaron nuestro trabajo. Me da alegría porque hace mucho tiempo que no venía a la Universidad.
La primera impresión que tengo es que habría que celebrar la presencia de tantas personas, entre los cuales hay analistas y candidatos a analistas interesados en trabajar en la clínica con niños. Yo siempre cuento la misma anécdota y, como a ustedes no los conozco, la voy a volver a contar. Yo hago una investigación día a día... Cuando me encuentro con un colega, siempre le pregunto si atiende niños; y lo que voy descubriendo a medida que hago esa pregunta es una lógica muy similar al cuento del “caldero agujereado” de Freud. No sé si conocen o recuerdan la historia. Se las voy a contar muy brevemente. Un paisano le presta un caldero, una olla, a otro paisano. Cuando el segundo se la devuelve, la olla tiene un agujero. Entonces, el prestador le reclama por el agujero y el otro le dice que en realidad la olla no tiene ningún agujero. Así es que se arma una discusión entre ambos: “como que no, si acá está el agujero”, “no, acá no hay ningún agujero”, “sí que está el agujero”… Al ratito de la discusión, el que había recibido la olla en préstamo le dice al otro: “bueno, pero el agujero ya estaba cuando vos me la prestaste”. Continúa la discusión, siguen peleándose por el agujero, ahora por si estaba o no estaba al momento del préstamo. Y la discusión concluye con el que había recibido la olla diciendo: “bueno, pero si en realidad vos no me prestaste ninguna olla”...
Entonces es curioso porque los tres argumentos podrían ser ciertos a condición de darse uno solo. Los tres, apareciendo sucesivamente se contradicen y no podrían ser ciertos a la vez.
Cuando yo le pregunto a la gente si atienden niños, si les interesa, si practican esa clínica, lo primero que me responden por lo general es que “no”, porque como en la Universidad, la formación en niños es un área optativa, entonces no han tenido ocasión de estudiarla, dirigieron su carrera por otro sesgo. La conversación sigue y al rato uno encuentra que la segunda respuesta es algo así como “en realidad el problema lo tengo yo, porque yo no soporto mucho a los niños, es muy difícil, es una clínica muy trabajosa. El cuerpo al final del día pesa... Hay que estar tirado en el piso jugando, lidiar con los padres, etc.”. Y si uno tuviera la paciencia de continuar un poco más, podría encontrarse con que el otro directamente afirmara “la clínica de niños no existe, no se puede implicar a los niños en nada que tenga que ver con el orden del psicoanálisis”. Y ahí se produciría el mismo efecto del caldero agujereado.
Es decir, que en principio esto que parece un chiste, a mi gusto tiene como dos lecturas. La primera de las lecturas es que efectivamente hay algún problema con la clínica de niños: es una clínica marginal –si ustedes me permiten decirlo así–. Incluso en las políticas universitarias es una clínica marginal. Y por otro lado a nosotros nos viene fenómeno porque tenemos menos competencia (Risas). Se los puedo decir sencillamente...
Antes de comenzar a trabajar en el tema, quiero hacer dos o tres aclaraciones acerca de mi posición. Primero, yo no soy un conferencista, nada más alejado de mí que eso. Segundo, no soy un profesor de teórico, es decir, no tengo práctica en dictar teóricos, con lo cual no sé qué va a salir de esta reunión que ha sido presentada bajo el nombre de “teórico” –o sea, ustedes están asistiendo a un teórico de una materia universitaria–.
Entonces, hace algún tiempo descubrí que mi modo de trabajo se parece mucho al backstage que actualmente acompaña a una película cuando vemos un DVD. Mi modo de intervención es un backstage. O sea, yo les voy a contar el recorrido que hice en relación a un tema, lo que quiere decir no les voy a presentar la película cerrada, perfectamente terminada, con un moñito. Les voy a presentar las líneas de investigación que fui siguiendo, los lugares donde me equivoqué, los lugares donde el decorado se me vino encima, los problemas que fui teniendo, la lucha que supuso abordar determinados temas... Entonces, no esperen una exposición prolija, ordenada, cerrada, porque no va a salir.
Propuse un título muy largo. Me cuesta mucho poner títulos breves. Es un título que tiene dos partes. La primera es “El niño y el Otro”, que en realidad es una especie de publicidad de mi nuevo libro que lleva ese título. Pero luego viene un punto y a continuación puse: “Puntuaciones acerca de la presencia de padres/parientes en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños”. Y esto merece una pequeña explicación.
Yo voy a hablar de clínica. No voy a hablar de investigación, no voy a hablar de psicodiagnóstico, no voy a hablar de diagnóstico diferencial, sino que voy a hablar de clínica. Segundo, que la clínica de la que voy a hablar es la clínica psicoanalítica y no psicológica, ni clínica médica tampoco. Tercero, que es lacaniana, o sea que, desde un modo de pensar la clínica, yo necesito solamente la obra de Lacan. Es decir, que parto de un recorte teórico y utilizo solamente el corpus doctrinal de Lacan con todos los problemas que se les pueda ocurrir. Ustedes saben que los seminarios no están todos editados, por supuesto tampoco están todos traducidos; saben que de los Escritos –que hasta hace poco eran como lo más confiable de Lacan–, este año, hace muy poquito, apareció una revisión de la traducción, lo que quiere decir que tenían numerosísimos errores. Es decir que es un cuerpo doctrinal muy difícil.
Voy a dejar para el final de la reunión quizás, por qué “con” niños y no “de” niños, que es un lugar común en las reuniones de los psicoanalistas. A mi me parece que la clínica es “con” niños y no “de” niños, fundamentalmente por el lugar que le asigno a los padres en el tratamiento. Entonces, voy a partir de una afirmación. Les propongo que “el niño y el Otro” –así como si se tratara de un solo significante– constituye el sujeto de la clínica lacaniana con niños. El problema de decir esto así es qué quiero decir con “sujeto”. Estamos acostumbrados a decir “un sujeto de treinta años asiste a la consulta…”. Por lo general los historiales clínicos comienzan así, lo que es sumamente correcto ya que en buen español está muy bien decir “sujeto” cuando uno no quiere decir el nombre de una determinada persona o cuando uno no sabe. El problema es que históricamente, en el lacanismo, cada vez que Lacan dice o escribe la palabra sujet, los traductores al español traducen directamente ‘sujeto’. Ahora bien, eso no es una traducción, es una vaguedad absoluta. En francés, el término sujet en su primera acepción quiere decir “asunto o tema acerca del cual se habla o se escribe”. Entonces, por ejemplo, en francés, luego de ver una película, alguien nos podría preguntar ¿cuál es el sujet de la película?, o sea ¿de qué se trata? De la misma manera se puede hacer la misma pregunta respecto de un cuadro cuando uno pregunta cuál es el motivo pictórico que está presente en la obra. Con lo cual, observen ustedes que no se hace en estos casos referencia a una persona de carne y hueso, a una persona que tridimensional –es decir, un cuerpo físico que sumergido en agua desplazaría volumen de agua–. A mi me parece que esto se nos filtra todo el tiempo, cuando nosotros en español hablamos de ‘sujeto’, para nada estamos acostumbrados a utilizar el término como en la tercera acepción del Diciconario de la Real Academia Española admite, que es “tema o asunto acerca del cual se habla o se escribe”. En francés ese es el primer uso del término, pero en español es el tercer uso del término, lo que en la traducción nos transfiere todo un problema.
Antes de resolver o proponerles una resolución del problema y para que quede claro hacia donde voy, confieso que he escuchado muchas veces que “el niño es el sujeto de un tratamiento”, lo que permite suponer rápidamente que los padres podrían ser el Otro. Pero entonces... ¿cuál es el lugar para el analista?
Entonces, me parece que conviene que cada vez que uno lea en un texto de Lacan en español el término ‘sujeto’, hacerse la pregunta acerca de qué valor del término estará en juego: ¿está hablando del paciente, de la persona o está hablando del asunto? A mi me parece que si uno logra separar al sujeto de las personas es posible que en un sujeto, es decir, en un asunto, participen varias personas –esta es como la primera de las propuestas que les abro–. Y en ese asunto, entonces, perfectamente podrían estar incluidos el niño y el Otro.
Esta definición de sujeto, es una definición, que a la altura más o menos del Seminario IX Lacan llama “sujeto bidimensional” o “sujeto plano”. No sé si se acuerdan cómo funcionaba la geometría clásica de la secundaria, pero nosotros teníamos el punto que era de dimensión uno; el plano que era de dimensión dos; y los objetos del mundo que son de dimensión tres (es decir, que tienen alto, ancho y profundidad). Nosotros aprendemos eso en la escuela y para nosotros un plano es un pizarrón. El problema es que el pizarrón tiene espesor, con lo cual no es un plano, es un objeto de tres dimensiones. Y ninguno de nosotros jamás ha visto un plano en su vida, es imposible captarlo por los sentidos. Entonces un plano tiene dos dimensiones: largo y alto. No hay la tercera, no hay profundidad. En el Seminario IX lo que Lacan propone es hacer coincidir este vector –que indica el largo– con la lógica de un significante hacia otro, y este vector –que indica el alto– con la lógica de un significante por otro. Así el sujeto quedaría planteado en términos de metáfora y metonimia.
Entonces, si el sujeto es un asunto acerca del cual se habla o se escribe, el sujeto es un texto que está compuesto por elementos diferenciales últimos al estilo de los significantes y regido por las únicas dos leyes que conocemos del orden cerrado, como son la metáfora y la metonimia. ¿Vieron cuando uno tiene un caso de esos en los que pasan las entrevistas y uno no sabe muy bien de qué se trata? Quienes asienten es porque supongo que tienen clínica y han pasado por esa situación. Uno se pregunta: ¿de qué se trata? ¿Qué es lo que está pasando acá? Bueno, esa es la pregunta por el sujeto tal como yo les propongo pensarlo. Muchas veces los analistas llegan a la supervisión con esa pregunta, llegan diciendo “tengo todo este material pero todavía no sé muy bien qué es lo que está pasando”. Mi planteo es que en eso que está pasando hace falta ubicar al niño y al Otro.
Entonces cuando comencé a trabajar con esta lógica, cuando descubrí esta manera de pensar al sujeto, lo primero que me pasó fue que empecé a corregir todos los textos de Lacan que tenía en español. Entonces en todos los textos de Lacan donde encontraba la palabra ‘sujeto’, tachaba y trataba de tomar una decisión acerca de de qué se trataba, si era el asunto o si era la persona (o paciente).¡No se imaginan las sorpresas que me fui llevando en el camino!
Ahora bien, a partir de esta lógica, descubrí que uno no podía tratar de descubrir cuál era ese asunto sin contar con los padres de los niños. Y ahí también hay un problema lingüístico, porque en todos los textos de los psicoanalistas franceses que trabajan con niños, los más clásicos, Mannoni, Doltó, incluso en algunas referencias muy puntuales de Lacan –Lacan no tiene muchos textos sobre niños, pero basta con ir al Discurso de clausura sobre las jornadas de psicosis en el niño o ir a las célebre Nota sobre el niño– se habla de un término que es les parents. Le parents en francés coloquial son ‘los padres’ (el problema es que habría que decidir si Lacan hablaba francés coloquial. Todos ustedes han padecido alguna vez un texto de Lacan, vieron que uno a veces dice “no, debe ser que está mal traducido”. Después lo empieza a leer en francés y se da cuenta que no, en realidad ya es bizarro y barroco directamente en francés y es muy difícil el estilo que Lacan calculó. Porque aparte él mismo dijo que estaba calculado, no es que le salió así como así). Entonces lo que yo descubrí es que les parents, aparte de ser ‘los padres’ también son ‘los parientes’, los parientes en el sentido de los parientes políticos. Si esto es cierto, entonces todo el problema acerca de los niños adoptados o todo el problema acerca de los niños hijos de las parejas ensambladas, la familia en desorden, todas estas cuestiones desaparecían. De hecho, hasta en algún punto, los analistas lacanianos tendemos a pensar que no hay niño que no sea adoptado, todos los niños son adoptados. Porque tener cría es una función biológica, es decir, la reproducción como hecho biológico no es el fenómeno que nosotros tratamos de encuadrar en el psicoanálisis, nosotros vamos por la paternidad y por la maternidad, que es más bien otra cosa.
Entonces me preguntaba cómo conviene trabajar cuando uno practica la clínica con niños, cuál es la lógica por la cual uno puede pensar incluir en el asunto todo lo que porta la lógica familiar, es decir, la lógica de los padres y de los parientes.
Desde ahí dejé de hablar de “los padres” y empecé a hablar de “los padres y de los parientes”. A mi me pasa todo el tiempo en el consultorio que me encuentro con que se me multiplican las entrevistas con los padres de los niños, porque tengo que tomar una entrevista al padre que habitualmente viene con su nueva pareja que casualmente es psicoanalista lacaniana; y a la madre que viene también con su nueva pareja que también quiere aportar. Entonces de tener dos personas pasamos a tener cuatro. Y uno, por ahí en algún otro momento de la historia del psicoanálisis, se hubiera preguntado: ¿está bien? ¿Hay que aceptar estas presencias o no? Bueno, evidentemente yo creo que sí, me parece que es importante.
Norma Bruner: Me hacés acordar a una entrevista que tuve hoy a la tarde con una adolescente que vivía con su mamá, y la pregunta era por la pareja de la madre…la pregunta era “¿y él qué es mío? ¿Por qué tiene que interferir?”. Esta era la pregunta que se hacía.
Pablo Peusner: Claro, tal cual. Cuando la pregunta es de un niño no hay problema, pero el problema es cuando la pregunta es del analista, porque somos nosotros los que no sabemos operar con eso.
Bueno, la primera locura que se me ocurrió, en ese contexto, fue empezar a estudiar a la familia a lo largo de la historia. Así fue que llegué a Grecia y leyendo un diálogo de Platón me encontré con una frase que era más o menos así: “el sufrimiento de los niños...”. Me llamó mucho la atención porque estaba construida a partir de un caso muy especial en el uso del sustantivo que es el caso del genitivo. Es un caso lingüístico propio del sustantivo, en donde se indica que un sustantivo es un complemento nominal de otro. O sea, en nuestro caso yo digo “el sufrimiento de los niños” y este “de” produce un efecto por el cual “sufrimiento” y “niños” traban una relación particular. Entonces, supongan que cambiamos la frase solamente para poder entender de qué se trata, y que hablamos del “temor de Dios” –que está construido de la misma forma–. Uno podría afirmar que Dios tiene temor y hablar entonces del “temor de Dios”, supongan, al Diablo. En este caso, Dios aparecería como sujeto de la construcción, ya que en él se verificarían los valores subjetivos del temor generado por otro que, en este caso, sería el Diablo. También podríamos proponer que algunas personas tienen “temor de Dios”. En este caso Dios aparece como objeto porque es el que le hace tener miedo a otro.
Entonces si volvemos a nuestra frase, esta frase admite al menos dos valores: la primera es que los niños, en tanto sujetos, sufran. Que exista un “sufrimiento de los niños”, que en nuestro caso clínico podríamos identificar con el motivo de consulta o con el síntoma, si es que acaso lo hubiera. Pero, hay otra posibilidad más que consiste en suponer que hay alguien que siente, de alguna manera, un “sufrimiento de los niños” así como alguien podría sufrir de los nervios, supongamos. En ese caso, los niños ya no serían sujeto de la construcción, sino que serían el objeto que hace sufrir a algún otro. Entonces a partir de esta pequeña frasecita tan económica, se me armó una estructura vacía con dos lugares, donde podía colocar a los niños en cualquiera de los dos lados y así decidir que en algún momento alguna otra persona podría formar parte del mismo asunto. Es decir que “el sufrimiento de los niños” supone un asunto respecto del cual no sólo había implicado un niño sino que también estaba implicando un Otro necesariamente.
Muy bien, entonces a partir de esta idea, que como ustedes ven, es bastante económica, no tiene gran desarrollo, solamente una pequeña lógica, comencé a colocar dentro de esos casilleros los casos que iba trabajando. Igualmente, me seguían surgiendo problemas: por un lado, necesitaba ubicar ciertos elementos estructurales para definir ambos matices. ¿Por qué digo esto? Porque yo veía que en la bibliografía de los analistas contemporáneos había muchos textos en donde se contaba lo que los analistas hacían con los padres de los niños. Pero lo que también notaba es que no había teorización sobre eso, es decir, que solamente se mostraba lo que se hacía, una especie de definición ostensiva. Algo así como si ustedes me preguntaran qué es una tiza y yo les dijera “esto” [muestra una tiza], es decir, como un hecho de mostrar el caso pero sin elaboración. A mi eso no me alcanzaba, yo necesitaba algo que fuera más lógico para tratar de entender el problema. Y por otro lado necesitaba un dispositivo que permitiera desplegar los dos valores del sufrimiento de los niños. Es decir, alguna forma de trabajar en la clínica, en concreto, que permitiera hablar tanto de los casos en donde los niños sufrían de alguna otra cosa, como en los casos en donde los niños hacían sufrir a algún otro. Ese es el lugar que le asigno al dispositivo de presencia de padres y parientes en la clínica con niños.
La presencia de padres y parientes no es un tema que haya sido trabajado en la obra de Lacan. O sea que cuando uno pretende hacer lo que estoy haciendo yo en esta reunión siempre corre dos riesgos: si uno quiere quedarse muy pegado a la letra de Lacan no puede avanzar en la investigación porque no hay nada, pero nada en ningún lugar. Y si uno pretende empezar a inventar en grande, corre el riesgo de alejarse mucho del corpus doctrinal del psicoanálisis lacaniano, así que hay que tener ahí algún tipo de cuidado. Entre los analistas post-lacanianos conozco solamente un libro que específicamente se dedica a esto, que se llama “El lugar de los padres en el psicoanálisis de niños”. Es un libro de la década del ’90, pero hay que señalar que si bien el libro parte del psicoanálisis, no todos los textos corresponden al psicoanálisis lacaniano, hay textos de psicoanálisis kleiniano, y textos de psicoanálisis freudiano.
Ahora bien, casi todo ese libro se apoya en la idea central de que los niños presentan respecto de sus padres una dependencia real. Por “dependencia real” hay que entender “dependencia biológica”. Ustedes saben que tenemos el concepto de prematuración de Bolk que Lacan retomó, todos sabemos que los niños nacen y no están mielinizados, que dependen de sus progenitores muchísimo más tiempo que otras especies. Y muchas veces se ha invocado esa lógica para justificar el hecho de que haya que trabajar con los padres cuando uno trabaja con niños. Yo creo que nadie sería tan necio de negar esto, es cierto que todos los niños presentan una dependencia genérica respecto de sus progenitores. Lo que yo me preguntaba es si eso justificaba la aplicación del método psicoanalítico. Cuando uno quiere saber si determinado fenómeno es susceptible de ser trabajado por el método psicoanalítico, se tiene que preguntar si ese fenómeno existe en el mundo animal. Si el fenómeno existe en el mundo animal, entonces no se justifica el psicoanálisis. El psicoanálisis se justifica sí y sólo sí se puede ubicar alguna diferencia.
Entonces, a pesar de lo avanzado de la hora y sin ánimo de cansar a nadie, voy a utilizar el recurso a la cita –ustedes saben igual que yo que es muy aburrido, muy pesado, pero voy a trabajar una muy breve cita de un escrito de Lacan que se llama “Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología”–. Es un artículo poco conocido y poco leído de Lacan. Es del año 1950, si ustedes consideran que Lacan inició su enseñanza en 1953 este escrito sería previo a su enseñanza. Encima es un escrito que está firmado en colaboración con Michel Cénac que era otro psiquiatra compañero de Lacan en ese momento. Sin embargo, Lacan dice así en la página 128 de la edición española:
“... la realidad de la miseria fisiológica propia de los primeros meses de la vida del hombre, expresa la dependencia genérica del hombre respecto de su medio humano”.
O sea esto es lo que todos sabemos: fisiológicamente el niño nace en la miseria, le falta todo, no tiene nada, a eso Lacan lo llama “miseria fisiológica”. Y que esa miseria fisiológica expresa la dependencia que el niño tiene con el medio. El asunto es definir de qué tipo de dependencia se trata. Y Lacan dice:
“que esa dependencia aparezca como significante en el individuo en un estadío increíblemente precoz de su desarrollo, este es un hecho ante el cual el analista nunca debe retroceder”.
Es una maravilla. Porque todos ustedes conocían “no retroceder ante la psicosis”, pero ninguno de ustedes conocía “no retroceder ante los niños”. Y es lo que Lacan dice exactamente aquí: que la dependencia del niño al medio sea significante y no biológica, es lo único que justifica que el analista no retroceda ante el niño. Es buenísima la idea. Y esto habría que revoleárselo por la cabeza a la gente que habla de la biología lacaniana.
Fíjense, que la dependencia sea significante va en favor de lo que yo les proponía que era el asunto, porque el asunto está armado con la lógica del significante, es un texto. Y la dependencia del niño a su medio se puede establecer a través de un texto, no hace falta recurrir a la biología para situar la dependencia. Entonces yo me preguntaba: ¿cómo incidirá esto en el dispositivo analítico? Empecé a investigar el significante “dispositivo analítico” y me di cuenta que Lacan jamás habló de “dispositivo analítico”. Lacan habló de “dispositivo” un montón de veces: los cuatro discursos son un dispositivo, el pase es un dispositivo, el seminario cerrado es un dispositivo, la lámpara tríoda del esquema Lambda es un dispositivo, las represas hidroeléctricas de las que Lacan habla muchas veces son un dispositivo... Todo es un dispositivo menos el “dispositivo analítico”, del cual Lacan nunca dice que se trate de un dispositivo. Y entonces... ¿por qué nosotros decimos todo el tiempo “dispositivo analítico”?
Bueno, el gran teórico del dispositivo, el autor que más trabajó la noción de dispositivo es Michel Foucault. Ustedes saben, Lacan y Foucault fueron así como enemigos íntimos, por decirlo de alguna manera, porque tenían una relación muy particular, se odiaban, se tiraban con todo cuando podían, pero también se coqueteaban, bien al estilo de los franceses, hay cartas de Lacan a Foucault, Foucault asistía a algunos seminarios de Lacan...
¿Qué es un dispositivo en Foucault? Hay que buscar una definición, lo más económica posible, que nos aporte mucha riqueza, para a ver si podemos hablar de cómo construir un dispositivo que permitiera desplegar lo que llamé “el sufrimiento de los niños”. Un dispositivo es una red formada por discursos. Ahora, cuando Foucault dice “red”, a mí la noción de red viene bárbaro, porque ustedes saben que para nosotros el significante se articula en redes. Retomo a Foucault: un dispositivo es una red formada por discursos, pero también por instituciones, decisiones reglamentarias, enunciados científicos, proposiciones, algunas enunciadas y otras no enunciadas, pero que siempre están inscriptas en un juego de poder. La definición es buenísima, es muy económica, la tomé de una entrevista y, creo, permite inscribir allí no sólo al dispositivo analítico, sino también al de presencia de padres y parientes...
Ahora bien, ¿cómo instalarlo? ¿Cómo hacer clínicamente para instalar ese dispositivo? Hay un texto de Lacan, donde Lacan expone claramente cómo se instala un dispositivo analítico, aunque no lo llame así, que es el famosísimo La dirección de la cura..., que todo el mundo leyó muchísimas veces. Es uno de esos textos que uno leyó tantas veces, que cuando tiempo después lo vuelve a leer comienza por lo que no subrayó. Pasa eso, después de veinte años de leer a Lacan, uno empieza a ver lo que uno nunca subrayó y ahí encuentra cosas maravillosas. Entonces les voy a proponer que volvamos a leer el punto 2 del capítulo 1. Voy a hacer una puntuación muy ligera, porque dice dos o tres cosas que son sorprendentes:
“La dirección de la cura consiste, en principio, en hacer aplicar por el paciente [en francés dice ‘le sujét’] la regla analítica. O sea, las directivas de las que no se podría desconocer la presencia en el principio de lo que se llama la situación analítica. Éstas directivas son planteadas en una comunicación inicial bajo las formas de consignas, de las cuales por poco que el analista las comente, se puede sostener que hasta en las inflexiones de su enunciado, esas consignas vehiculizarán la doctrina que el analista se hizo de ellas al punto de consecuencia al que han devenido para él”.
En principio, Lacan dice que hasta en las inflexiones del enunciado, es decir, hasta el modo en que nos tiemble la voz cuando a un paciente o los padres de un paciente les digamos cómo vamos a trabajar, eso, vehiculiza dos cosas: primero, cuánto estudiamos el problema. Segundo, cuánto del problema nos influyó a través de nuestro propio análisis. Eso quiere decir cuando dice “al punto de consecuencia al que hayan devenido para cada uno”. Es impresionante.
Situación: “hola sí, mire, yo lo llamo porque quiero un turno para mi nena de diez años que tiene un Síndrome de Rubinstein-Taybi. ¿Qué tengo que hacer, tengo que llevar a la nena o tengo que ir yo primero?”. Respuesta del analista: “Ehhh, no... ehhh, como usted quiera…”. Esto que les cuento lo escuché en una supervisión. Con lo cual observen que esa respuesta permite verificar que el analista: a) no reflexionó lo suficiente sobre cómo se inicia un tratamiento, sobre cómo se plantea un dispositivo, b) probablemente él tenga algún problema acerca de cómo transmitir consignas claras. ¿Entienden esto? Lacan dice que “hasta en las inflexiones del enunciado”. “¿Cuánto cobra usted?”. “Ehh… no... bueno, yo… ¿cuánto puede pagar usted?” “¿La primera entrevista usted la cobra?” “Ehh…bueno…yo…”. ¿Se entiende lo que digo? Es muy importante esto de que uno tenga una posición con respecto a estas cosas. Y esto se logra de dos maneras: una es analizándose, porque si uno tiene algún problema con el dinero, con la paternidad, con la maternidad, todo esto va a ser mucho más difícil. Pero segundo, estudiando y reflexionando estos problemas.
Observen que Lacan dice que la dirección de la cura consiste en hacerle aplicar al paciente (cuando yo digo ‘paciente’ pueden ser los padres del niño y el niño eventualmente) la regla analítica, es decir, las consignas que van a permitir establecer la situación analítica. No hay que tenerle miedo a esto. Y es muy fuerte esta afirmación, hasta en el temblor de la voz eso se transmite.
Entonces, yo les propongo que desde el punto de vista político, la presencia de padres es un dispositivo. Es decir, es una red que está formada básicamente por el discurso del psicoanálisis, que vehiculiza inclusive hasta lo que nosotros vamos a instituir, una situación, que incluye decisiones reglamentarias, porque vamos a establecer un reglamento. En definitiva, lo que antes se llamaba “encuadre”, que Lacan llama “situación analítica”, es un conjunto de reglamentaciones. También incluye enunciados científicos, porque tenemos algún tipo de guía teórica para poder sostener estos modos de trabajos. Y siempre, siempre, este modo de relación está inscripto en un juego de poder. Es inevitable eso, uno trata de sustraerse ahí, y de hecho basta que comience uno a caer en algún tipo de tironeo con los padres de un chico con respecto a un chico, para que éste desaparezca del análisis. Esto es muy claro, hay un juego de poder ahí, hay que ver cómo uno se sustrae.
Ahora, yo decía, la presencia de padres es un dispositivo a nivel político. Pero tenemos la táctica, no sé si se acuerdan pero Lacan decía que en la táctica el analista es “el único amo en su barco después de Dios”. Es decir, que uno hace lo que quiere ahí. Libre del número de intervenciones, libre del modo, libre del formato, o sea que uno ahí tiene máxima libertad. Entonces esa táctica exige dos cosas: primero, cuando uno recibe una consulta por un niño, lo primero que hay que hacer es tratar de establecer si uno va a aceptar o no al niño. Yo no sé cómo trabajan ustedes, pero es muy frecuente que por el mero hecho de que uno se oferte como analista de niños en la ciudad y nos traigan un niño a la consulta, se tienda a pensar que ese niño ya es el paciente desde el primer momento. Y a mí me parece que hay que sostenerse lo máximo posible para que eso sea un punto de llegada, es decir, hacer un trabajo en el que uno termine diciendo “bueno, efectivamente voy a aceptar a este niño como paciente”, porque podía no ocurrir eso. Y entonces, el segundo punto que me parece importante es que la táctica también va a exigir, respecto a este formato de presencia de padres, una temporalidad. En esto yo soy como irreductible. ¿Por qué? Yo verifico que si uno no establece con los padres de un niño una temporalidad fija, siempre llegamos tarde. ¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que si uno no establece con los papás de un chico que va a atender al chico los martes y al papá los jueves, o a los papás el jueves, o al niño el martes y a los papás cada quince días un jueves, o al niño los martes y a los papás el último jueves de cada mes.... no importa si es frecuencia semanal, quincenal o mensual, pero fija, si uno no acomoda eso, con lo que se van a encontrar es que los papás se les van a meter en el consultorio cuando haya algún escándalo, cuando el chico tenga un problema difícil en la escuela, cuando se lastime, cuando lo internen, cuando lo tengan que operar o alguna cosa así. Es decir, vamos a llegar tarde.
A mí me parece que si nosotros trabajamos con la temporalidad del significante, el significante es anticipación y retroacción, entonces tenemos que tratar de apostarle también a la anticipación. Esto quiere decir que si uno establece frecuencia fija, que insisto puede ser variable –no necesariamente tiene que ser semanal, porque a veces no están dadas las condiciones, gente que vive muy lejos, gente que no puede costear dos sesiones por semana, pero no importa, el asunto es que sea fijo–, de esa manera uno puede hacer funcionar en esa red, no sólo la retroacción sino también la anticipación, que es un elemento que los analistas por lo general descuidamos. En realidad, si queremos ser freudianos, el famoso Nachträglich de Freud es anticipación-retroacción y el significante de Lacan también; lo que nos mató fue traducir el Nachträglich por aprés-coup. Entonces, una vez instalado el dispositivo, una vez planteado que vamos a trabajar con el sufrimiento de los niños en sus dos matices, una vez decidido que los
papás van a venir con el formato que sea, las veces que sea, les propongo que intentemos escribir una pequeña fórmula del sufrimiento de los niños.
Me gustaría partir de algo que es casi una especie de axioma en el psicoanálisis lacaniano, que es la preexistencia del Otro. Entendamos la preexistencia del Otro de una manera bien cotidiana. El Otro, en principio, preexiste la entrada y la llegada del niño al mundo. Ahora, cuando yo digo el Otro... ¿a qué me refiero? Me refiero a un texto, no a una persona, me refiero al texto que prefigura el lugar al que ese niño va a ir a parar. Yo conozco un caso de personas que a los catorce años dijeron “ah, cuando tenga un hijo le voy a poner Diego”, y cuando tuvieron un hijo, a los treinta y pico, le pusieron Diego. Fíjense ustedes la distancia. Hay muchos matrimonios que llevan un diario del embarazo, donde van anotando cosas que van pasando. También hay algo que es la famosa tradición familiar, la constelación familiar, en donde se viene escribiendo que, por ejemplo, todos los hijos mayores y varones tienen que ser médicos, y eso también forma parte de un texto que en algún sentido prefigura y preexiste la entrada del niño al mundo. ¿Están de acuerdo?
Ahora bien, esto está encarnado por lo que Freud llama “la actitud de los padres tiernos hacia sus hijos”, tenemos que partir de esto. Freud situaba una especie de ideal de posición de los padres, que él decía que no era ni más ni menos que una especie de recupero narcisista por el narcisismo propio abandonado hace muchos años. Y lo representaba con el cuadro de His majesty the baby. Esto es que todo el malestar en la cultura debía detenerse ante la aparición del niño. Con lo cual, lo que les propongo es lo siguiente: tenemos la preexistencia del Otro, que en realidad no es ni más ni menos, dice Freud, que un recupero narcisista por el narcisismo perdido. O sea que aquí no debemos poner “narcisismo”, sino al “narcisismo perdido”. Este narcisismo se perdió, entonces los papás intentan recuperar el narcisismo por la vía del niño. Entonces claro, la idea es que cuando aparezca ese niño, ese niño permita una plena satisfacción a nivel del narcisismo perdido por los padres.
Yo les propongo, esta idea es mía, todo niño que nace siempre es más, menos o distinto, de aquello que podría haber satisfecho plenamente ese narcisismo resignado. Con lo cual la diferencia produce el sufrimiento de los niños.
Esto que aparece acá (en “ñ”) ese niño que aparece ahí, puede tener o no una marca orgánica. En los casos de marca orgánica, queda claramente localizada en lo real, pero podría no ser así. Es esto del niño que vuelve siempre al mismo lugar, esto que los padres dicen “siempre me hace lo mismo”, “siempre me responde de la misma manera”, “siempre me deja mal parado de la misma forma”, en ese matiz de cosa real del niño, siempre hay más, siempre hay menos o siempre hay distinto, de aquello que podría satisfacer plenamente, o sea, al cien por ciento, ese narcisismo resignado. A esa diferencia a nivel de los padres, es lo que yo llamo sufrimiento de los niños, en sentido objetivo (que escribí Sñ), que no es ni más ni menos que una versión de la perversión polimorfa infantil. Nosotros estamos acostumbrados a una versión de la perversión polimorfa infantil muy divertida. Yo me acuerdo de un pacientito mío que totalmente desnudo se presentaba ante su hermanita chiquitita y le bailaba cantándole una canción bastante asquerosa... y mientras bailaba le mostraba a su hermanita cómo se le movía el pito –los padres se horrorizaban por eso–. Estos matices de perversión polimorfa son divertidos, cuando llegan a la consulta nos divertimos. O sea, ahí el matiz perverso lo tenemos tan incorporado, ya está tan naturalizado en nosotros que no nos molesta. El problema es que hay otros matices de perversión polimorfa que sí nos molestan y que incluso hacen estallar la posición parental. Lacan decía que los padres y los niños mantienen una especie de neurosis de transferencia espontánea. Sin embargo, hay padres que no pueden sostener eso. Hay padres que declaran “yo no tengo ni la más pálida idea de qué hacer con este monstruo”, es decir, que se presentan bajo la forma de división subjetiva. O sea casi, casi, uno podría llegar a pensar que el niño le funciona como a minúscula produciendo la división subjetiva, es un matiz de la perversión polimorfa que podríamos escribir así:
Se dice que los niños “son crueles”, ese es un matiz de la perversión polimorfa, del que Freud se lo olvidó. También se dice que los niños “dicen la verdad”. Recuerdo una ocasión en que iba caminando con mi hija de tres años, y al cruzarnos con un hombre realmente obeso, ella me dijo en un tono de voz muy alto: “¡Mirá papá ese gordo!”...
¿Por qué no van los chicos a los velorios? Todo el mundo dice que es para preservarlos de la escena... ¡Es mentira! Los chicos no van porque no se comportan como si estuvieran en un velorio. Juegan, corren, se ríen, pueden tirar el cajón…por eso no van. Entonces el punto es que hay algo de la posición de los chicos que a nosotros nos resulta imposible de poder articular con ese narcisismo resignado. Bueno, ese es el punto de lo que llamo “sufrimiento objetivo” y ese es uno de los elementos a trabajar con los padres en este tipo de entrevistas.
Bueno, voy a detenerme aquí, tendría mucho más para decirles, pero prefiero conversar un poco con ustedes.
Norma Bruner: Tomando esta forma del sufrimiento de los niños y estas operatorias de anticipación y retroacción, ¿se trata de trabajar en transferencia el aspecto del narcisismo, qué de lo que del síntoma del niño repercute y los hace sufrir a ellos?
Pablo Peusner: Bueno, yo no diría necesariamente desde el punto de vista narcisista... Yo diría que los niños cumplen la función de descompensar un sistema, ellos estaban anticipados en un determinado lugar y no llegan a ese lugar. Y a esta situación la propongo con un cierto valor estructural.
Alfredo Pais: Vienen a suplir y terminan denunciando.
Pablo Peusner: Exactamente. Por eso no diría que se trata de una recomposición de la posición narcisista, sino de producir una permutación en un sistema para que se produzca otro ordenamiento. Yo propondría que habría que trabajarlo en la lógica del discurso analítico, que es la que permite recuperar parte de este planteo de la perversión infantil, señalando que hay un saber que queda por fuera –yo propongo que de lo que se trata es de acceder a ese saber–. Como por supuesto este es el lugar de la verdad, nunca se podrá acceder a él por completo, pero sí hacer una maniobra para que este saber ingrese al circuito, es decir, habilitando la dimensión del inconsciente –o sea, estas posiciones en realidad requieren un desplazamiento y no necesariamente en el nivel de recomposición narcisista–. Algo que permita trabajar el “¿qué esperaban ustedes?”, “¿qué encontraron?”, “¿por qué esperaban eso?”, “¿cuál es el afecto que respondía a lo que encontraron?”. Cuando los padres encuentran algo diferente a lo que esperaban, lo que ocurre en todos los casos, responden con distintos afectos. Algunos que quedan perplejos; otros, que tienen la total certidumbre o certeza de que el chico tiene que ser como ellos quieren, los presionan para que cumplan ese mandato. Hay otros que tienen tal nivel de angustia que no pueden hacer nada... Entonces de lo que se trata es de ver cómo desplazar los contenidos significantes para que el asunto advenga desde otro lugar.
Alfredo Pais: En la clínica de los problemas del desarrollo, el dispositivo es distinto. “Juan” no es ni más, ni menos, ni distinto, no es Juan, es “Síndrome de Down”, es un nominativo común, no es un nominativo particular. No tiene nombre. De hecho hay muchos padres que han pensado un nombre para los hijos y cuando nace un “Síndrome de Down” le ponen otro.
Pablo Peusner: Bueno, habría que estudiar y discutir si no entraría en lo que yo nombraba como “diferente”. Tu planteo es taxativo, pero también es muy interesante, no lo había pensado desde esa posibilidad, como un cero.
Alfredo Pais: Ahora, este matema que vos armás sobre el sufrimiento de los niños, resulta clínicamente muy preciso. Lo estoy llevando a ciertos casos, a ciertas historias y uno lo ve. Funciona en los dos sentidos que vos marcás.
Pablo Peusner: Bueno, a mí me resulta muy importante que sea útil, que sea apropiable...
Mirta Kuperman: A veces, cuando no hay preguntas, uno piensa si acaso no se entendió nada de su propuesta o si ella no despertó interés... Personalmente me pareció sumamente interesante para los que trabajamos en clínica con niños con problemas en el desarrollo y creo que vale como una puerta de entrada. Si algo me interesaría es seguir charlando, abriendo cuestiones, es una nueva mirada sobre las mismas cosas y eso es muy valioso...
En general el matema, que es esta hiperestructura en lugar del saber absoluto, es muy difícil... No sé muy bien a qué se debe, pero las vueltas que les has dado, lo ha hecho como más accesible, la idea de que es como una “receta de cocina” pero sin la necesidad de aplicarlo. Pero a uno le dispara la idea de que lo puede acomodar de alguna forma. Y no es una superestructura tan referida al texto, que se remite al texto, sino que tiene un cambio.
Pablo Peusner: mi intención es matematizarlo para separarlo de la cosa ostensiva. Yo podría haber traído un caso clínico y leerlo, o haber tomado uno de los casos del libro de Norma y leerlo, pero mi intención era traer una herramienta teórica que sea apropiable, que ustedes hagan con eso lo que quieran y después me digan si sirvió o no sirvió.
Norma Bruner: ¿Cuál sería el límite entre trabajar con estas personas que vos decís que sufren por este niño, o sea que este niño les causa sufrimiento, y un análisis individual?
Pablo Peusner: Por un lado, se trata de trabajar solamente el sufrimiento producido por un niño, y ningún otro. Es como un acotamiento de los problemas. No es asociación libre, es hablar del sufrimiento producido por la posición de ese niño en relación a ellos. Y lo otro es que yo determino que mi paciente es el niño o determino que mi paciente es la pareja parental. No determino que el paciente son todos. Yo tengo un paciente que es el niño, en ciertos casos, y ese niño exige sí o sí el dispositivo de la presencia de los padres y parientes. Y hay otros casos en donde hay que hacer un trabajo preliminar, en donde no se justifica el trabajo con el niño, que llevo adelante sin necesidad de verlo nunca.
Público: ¿Se puede hablar del sufrimiento de los padres?
Pablo Peusner: Yo siempre utilizo el sufrimiento de los niños, nunca uso el sufrimiento de los padres. Siempre corto por el lado del niño, como objeto o como sujeto, por lo tanto nunca podrían ser asimilables. Y cuidado con esto: el niño no necesariamente sufre de los padres, por eso digo “el niño y el Otro” –por ejemplo la cultura, la sexualidad, los padres, los hermanos–. Podría ser la lógica familiar independientemente de los padres. No siempre lo que les pasa a los chicos está en relación a los padres, hay otros sistemas.