Jean-François Favarger está cansado. Lleva mucho tiempo viajando por el centro y sur de Francia, munido de dos pistolas que le servirán de cruzarse con algún delincuente, con un caballo enfermo que se ve obligado a vender por muy poco dinero y varias llagas ocasionadas por una incómoda silla de montar: tanto la cuenta de los remedios como la del caballo y la de algún que otro cabaret visitado para satisfacer las necesidades básicas de un viajante será enviada a sus empleadores. ¿Qué es lo que transporta Favarger que cuida con tanto recelo? La respuesta es tajante: libros. Y no cualquier libro, sino la Encyclopédie de Diderot y D’Alembert, uno de los textos más importantes del pensamiento ilustrado, varios ejemplares acompañados de parte del acervo de la Société Typographique de Neuchâtel, la editora más importante de las últimas dos décadas del Ancien Régime. Historias pequeñas como las de Favarger, determinantes de la historia del libro, de la historia –y posibilidad– de la lectura, pueblan las páginas del norteamericano Robert Darnton, El beso de Lamourette, texto originalmente publicado en 1989 que hace de estas pequeñas situaciones o figuras la base de un estudio profundo, entretenido y ágil.
Y ahí está el quid de la cuestión: que un libro de historia sea entretenido y ágil no es necesariamente un contrasentido, al menos, no en el caso de Darnton. El estudio de este campo del saber suele tomar muchas veces los tintes de una lectura sólo para entendidos que expulsa al público, por más que se encuentre en una situación de conocimiento sobre tal o cual tema que sorprendería al profesional, abocado más a la tarea de dirimir cuestiones metodológicas antes que ocuparse acerca de la difusión que la historia tiene en la gran masa de lectores. Será por eso que los ensayos y crónicas reunidos en el texto tienen por objetivo presentar un trabajo “sin notas al pie”, enfocado precisamente en recuperar esos acontecimientos que quedan fuera de las grandes estructuras históricas que conjuntos de especialistas como la escuela de los Annales han dejado de lado con el objetivo de concentrarse en sistemas que presentan mayor regularidad.
Sin embargo, todo este aspecto de una historia entretenida no pierde por eso valor crítico-intelectual: las últimas dos partes del libro –dedicadas a ensayos con varias notas al pie– son revisiones profundas del momento en que se encuentran ciertos estudios, como la Historia Intelectual frente al desarrollo de la Historia Social, esto es, un enfoque preocupado por la evolución macro de las ideas y una visión de la historia como sucesos más enfocados en lo micro: el objetivo es revisar cómo pese a su oposición estas dos corrientes terminan vinculándose en los estudios de Historia Cultural, en acercamientos propios del autor, como la historia del libro o las instancias dentro de la circulación del material impreso que determinan la llegada de una idea a cada rincón de Francia –desde los editores hasta los mismos libreros–, relevando las vinculaciones que la historia ha tenido no solamente con la antropología sino también con la literatura, esos campos que el estructuralismo y el post-estructuralismo han levantado como caballito de batalla y que Darnton pasa por el microscopio, mostrando falencias o rescatando perspectivas.
Robert Darnton (1939), profesor emérito de la Universidad de Princeton y autor de trabajos como La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa (1984), no sólo se convirtió en uno de los referentes de los estudios enfocados en el siglo XVIII –sobre todo, en el gran tema francés por excelencia: la Revolución de 1789 y sus episodios–, sino que también es uno de los profesionales responsables en revisar la historia de los medios, la así llamada Historia del Libro, como una estrategia para vincular los estudios macro y micro, cuantitativos y cualitativos, ofreciendo un costado de la historia que sorprende y permite darle un golpe de aire fresco a una rama que, casi siempre, está sujeta a la moda universitaria del momento.
Contando con textos amenos que sin desviarse totalmente del tema resultan sumamente entretenidos (como “El periodismo: imprimimos todas las noticias que quepan”, en donde recupera sus años en la redacción del The New York Times), el autor logra su propósito de hacer el estudio de la historia tan interesante como un artículo periodístico acerca de un homicidio: es casi como Favarger, negociando con los libreros y llevando el texto más importante de la Ilustración bajo las inclemencias del viaje. Estas historias mínimas terminan siempre pasándoles factura a las grandes estructuras.
(tomado de Radar Libros / Página 12)