miércoles, 2 de julio de 2014
Pablo Chacón. "La mala leche no es propiedad de cierta aristocracia"
Es difícil entender el valor de conjuro que puede haber tenido la escritura para el británico Edward St. Aubyn, a quien el lugar común quiere aristócrata, pero no solamente: también víctima sexual de su padre, indiferencia alcohólica de su madre, heredero de parte de una fortuna familiar gastada en jeringas y heroína de altísima calidad, entre los quince y los veintipico de años cuando decidió escribir y acaso detener sus ataques de angustia y la pulsión suicida que empezaba a seducirlo.
Por esos caprichos de la industria editorial, en la Argentina se conoció primero Leche materna, publicada por la editorial Anagrama, cuarta novela de la saga de cinco (novelas) de los Melrose -donde Patrick Melrose haría las veces de alter ego de St. Aubyn-, cuyas tres primeras entregas, reunidas en un solo tomo, El Padre, acaba de publicar Random House Mondadori, antes de reunir este año, también en un único volumen, Leche materna y la última de esa saga, en proceso de traducción.
Con suerte, alguna vez se conocerán las otras dos novelas de este hombre de cincuenta y cuatro años, padre y esposo amantísimo, que no tratan, ni siquiera lateralmente, episodios de su vida sino episodios ridículos o no, según se los mire, animados por la clase alta inglesa infiltrada por las costumbres de la clase media estadounidense, más o menos como hizo William Jefferson Clinton con Anthony Charles Linton Blair.
Desde la tercera vía a la popularización del bourbon; la influencia del contractualismo de John Rawls en Anthony Giddens; el peso de la new age y su corte de chamanes para millonarios de plena disposición al turismo for export, de esos discursos y otros más, St. Aubyn se burla sin piedad, satirizando la decadencia de la insularidad de su país, con ese humor british, otro lugar común que los argentinos pretendidamente cultos suelen destacar sin conocer el precio.
Lo cierto es que St. Aubyn se hubiera convertido en escritor de cualquier manera. Extraño es que alguien esterilice una jeringa para inyectarse heroína por tener una madre borracha y un violador como padre. Cierto es también que soportar esa historia personal bajo los efectos de la heroína es más complicado. Pero se sabe: es difícil abandonar ese placebo.
La lectura de El padre enseña que encontrar una pasión más fuerte que la autodestrucción, cuando se está hasta el fondo en eso, corresponde a espíritus fuertes, a misántropos, a sujetos egoístas, vulnerables y arrogantes. Escribiendo Da lo mismo, la primera novela de la serie, durante 1992, el inglés reconoce que sin la ayuda de quien entonces era su novia, jamás podría haber soportado sus accesos de angustia y la falta de drogas para seguir adelante.
Pero siguió adelante. Melrose es violado por su padre desde los cinco a los ocho años. Su madre es violada por su padre (producto de esa violación es Patrick). Su madre es una alcohólica de sedante y sueño pesado, que vive encerrada mientras el nene crece en ese mundo de mentiras. Sin ese humor gélido, y bien dicho: freudiano, St. Aubyn corría el riesgo de convertirse en Nora Roberts.
Porque el aliento romántico, de self made man de este tipo, es casi imposible que no lo persiga, por más cortante, antipático, hosco, herido que se muestre. Hijo dilecto de una familia de canallas, la pregunta que provoca Leche materna es, por ejemplo, ¿existen familias que sean tan distintas a las de este escritor? Por supuesto, en los detalles. En las generales de la ley, un secreto, dos, oscurecen hasta las representaciones más felices. Y sin embargo, eso, y eso deja esta lectura: eso es mejor que nada.
Fuente: Telam