La vergüenza en
el análisis
Me propuse
trabajar el tema de la vergüenza. Una pasión, un pathos que forma parte de la consulta cotidiana. Un fenómeno
que no deja de presentar sus enigmas, por ejemplo, por la variabilidad de lo
que la genera en distintas personas. Un paciente el otro día me comentaba cómo
lo inundaba la vergüenza cuando tres personas lo miraban al tomar la palabra, y
a la vez tenemos al caso de una de las hermanas Xipolitakis, quien estaba
avergonzada porque Playboy había oscurecido en la tapa de su revista sus
genitales, como forma de poner sobre ellos un velo. Eso la movió a declarar que
“de ninguna manera sus genitales eran negros”. Muy singularmente la desnudez de
los genitales no le producía vergüenza alguna. Está claro que los cánones de
vergüenza son variables.
Por un lado está entonces toda la fenomenología
de los padecimientos en los que está presente la vergüenza como elemento integrado
a una gran variedad de síntomas e inhibiciones. Por otro están todas las
consecuencias que tiene para nuestra vida este pathos. Inclusive se
podría hablar de la función social de la vergüenza, su papel en el orden
social, cómo forma parte de los diques morales descriptos por Freud y por ende
también de su papel en la disciplina, el establecimiento de normas, en la
crianza, etc.
Un hecho Clínico
Hoy quiero comentarles algunas cuestiones preliminares que estuve
pensando en relación a la vergüenza en la escena del análisis.
Hay toda una variedad de fenómenos ligados a
la vergüenza vinculados con el dispositivo: me refiero a los grandes silencios
que cortan la asociación que luego son reconducidos a una escena que avergüenza,
pero especialmente a los momentos en los que algunos analizantes dicen no
querer mencionar determinados temas porque eso les produciría vergüenza, sin
que estos luego demostraran ser temas en extremo penosos, sino cuestiones nimias.
Unas vergüencitas de nada.
También me
refiero al modo de conducirse conmigo en cuestiones de saludo, llamados
telefónicos, etc. Y last but no least la
situación que de pronto alguien comience a mostrarse más vergonzoso cuando en
un inicio no lo parecía. El análisis es un lugar en donde a veces se siente
vergüenza. ¿Por qué?
¿Cuáles son las
coordenadas clínicas de su ocurrencia? ¿Qué está en juego allí?
Pero primero, permítanme una digresión.
La retórica de las pasiones
En la primera clase del Seminario X, Lacan destaca la relación al
Otro, al significante, que tienen las pasiones, y el error que implicaría
intentar encontrar allí algo previo al símbolo. Nos remite entonces al libro
segundo de la retórica de Aristóteles: “Lo mejor que hay sobre las pasiones
está atrapado en la red de la retórica”. O sea que va a ubicar los afectos en
relación a la palabra, siendo que en esa obra Aristóteles se va a referir
justamente a la palabra que se dirige al Otro con fines de persuasión.
Entre otras cosas, Aristóteles intenta meterse con los resortes del
discurso fabricado para convencer. Dentro de sus herramientas se encuentra el pathos
que se puede generar para influir sobre el juicio. Por este motivo aborda las
pasiones y las coordenadas simbólicas en las que se presentan –podemos decir
nosotros. Una de estas pasiones es la vergüenza.
En el capítulo
6 titulado “La vergüenza y la desvergüenza”, afirma:
“La vergüenza es un cierto
pesar o turbación relativos a aquellos vicios presentes, pasados o futuros, cuya
presencia acarrea una pérdida de reputación (...) avergonzarán todos los vicios
que parecen ser vergonzosos, y las obras resultantes del vicio, como, por
ejemplo, abandonar el escudo y huir, ya que esto resulta de la
cobardía. El mantener relaciones carnales con quienes no se debe o donde
y cuando no conviene, pues esto resulta del desenfreno. El obtener ganancia de
cosas ruines o vergonzosas o de personas imposibilitadas, como son los pobres o
los difuntos -de ahí el refrán: saca partido hasta de un cadáver, porque
todo esto procede de la codicia y la mezquindad. Por lo demás, se siente
vergüenza no sólo de las cosas que se califican de vergonzosas, sino también de
sus signos; por ejemplo: No sólo de entregarse a los placeres del amor, sino
también de lo que son signos suyos”.
Ahora la cuestión que es extremadamente relevante para la vergüenza es el
lugar del Otro. Continúo con Aristóteles.
“Tales son, pues, las cosas que causan vergüenza. Más, ante
quienes puesto que la vergüenza es una fantasía que se siente concierne
a la pérdida de reputación, y como, por otra parte, nadie se preocupa de la
reputación sino con referencia a quiénes
han de juzgarla, necesariamente
se sentirá vergüenza ante aquellos cuyo juicio importa”.
Entonces:
1) Importa el
juicio de quienes nos admiran
2) de aquéllos
otros a quienes admiramos
3) por los que
queremos ser admirados
“No se siente por lo general vergüenza ni ante aquéllos de quienes
desdeñamos su opinión en lo que se refiere a ser veraces ni tampoco ante los
conocidos igual que ante los desconocidos, sino que ante los conocidos. (Nos
avergonzamos) por lo que se juzga (vergonzoso) de verdad, mientras que ante los
no allegados, (por lo que lo es) según las convenciones”.
Entonces dado un evento vergonzoso uno podría preguntarse, ¿Cuál es
el vicio en juego? ¿Cuál es el Otro enjuiciador que corresponde a la pérdida de
reputación? Está claro que el Otro en el caso Xipolitakis es muy diferente al
de mi paciente, por ejemplo.
Bueno, volvamos entonces a nuestros fenómenos clínicos teniendo las
herramientas de la retórica de Aristóteles.
¿Por qué de pronto ganan la escena estas formas de la vergüenza en
el dispositivo? ¿Por qué a veces cuestiones nimias generan tanta vergüenza al
analizante? En otras palabras, ¿por qué el analista se vuelve enjuiciador ante
un supuesto vicio, aunque éste no se presente como defensor del soberano bien?
¿Por qué el analizante de pronto puede pasar a estar muy preocupado por su
reputación de “buen paciente”?
No voy a sorprender a nadie si remito este fenómeno a la
transferencia, pero como mi interés recae sobre el asunto de la vergüenza en el
dispositivo, quisiera saber qué modalidad de satisfacción se ha establecido en
la cura cuando aparece la vergüenza.
Transferencia y objeto
Para esto necesito recorrer algunas nociones vinculadas al objeto y
la transferencia.
En el Seminario
XI, en una reducción fenomenal, Lacan grafica a la pulsión como un movimiento
de llamado al Otro en el que se pone en juego un “hacerse”. Es un llamado al
Otro que implica un hacerse ver, chupar, cagar, etc. La pulsión realizará su
recorrido en torno a alguna de las formas del objeto a, lo que posibilitará un modo de satisfacción.
Esto produce el cierre del inconsciente y eso es lo que representa el sostén
pulsional del amor de transferencia.
En el obstáculo
trasferencial entonces, y esto es lo que implica que sea la puesta en acto de
la realidad sexual del inconsciente, se trata de que alguna de las variantes
del objeto a es colocado, transfundido en el campo del Otro, en el lugar
del analista. Dice Lacan:
“…en la pulsión (escópica) de lo que se trata es de hacerse ver. La
actividad de la pulsión se concentra en ese hacerse…La mirada es ese objeto
perdido y, de pronto, reencontrado, en la conflagración de la vergüenza,
gracias a la introducción del otro”.
Mirada Ideal
Pero no se
trata en la vergüenza exclusivamente del hecho de que el objeto mirada haya
sido transferido al lugar del analista por obra de la dinámica de la cura. Eso
solo implicaría la satisfacción de hacerse ver, y no una pasión incómoda.
Pienso que la vergüenza tiene como correlato la coincidencia de la situación
que Lacan describe para la hipnosis: el pegoteo, la colusión del objeto a mirada
con el significante ideal.
Es en relación
al ideal del yo que el moi se constituye como amable, y cuando el
analista es ubicado en línea con el significante ideal, que cualquier cosa que manche
la unidad imaginaria va a avergonzar. Se
trata de un “hacerse ver… bien”.
Frente a ese Otro se vuelve tan importante mantener la reputación.
Entonces, la vergüenza
se presenta cuando algo del ser rompe la unidad del yo ideal frente al ideal
del yo.
La vergüenza como brújula de la dirección de la cura
Esto reivindica
a la vergüenza. Quizás sea un modo de corroer esa identificación alienante a la
que se ha consagrado el yo ante el analista ubicado en el lugar del ideal del
yo. Que vayan apareciendo manifestaciones de vergüenza puede ser un modo de
denunciar la entrega fantasmática a la mirada del hipnotizador. En la vergüenza
el sujeto está afectado en tanto que hay algo que rompe la
unidad imaginaria, pero ese no es el verdadero problema, la ruptura en rigor es
lo que es indicador de un deseo.
El problema está en la
promoción exacerbada de la figura de unidad imaginaria que es propuesta a la
mirada transfundida al analista en la transferencia. No hay que confundir el
intento de curación con la enfermedad.
En este sentido
la vergüenza nos pasa a avisar que el analista se ha ubicado en esa posición de
ideal y que eso tiene que perderse. Así, la vergüenza podría tener una cara
virtuosa y a la vez indicarnos el camino
a seguir. El análisis no defiende el
soberano bien ni amonesta infracciones
al mismo. Inclusive, sabemos por historia las aberraciones a las que puede
llevar la obediencia al líder.
El análisis, y
esa es mi propuesta de hoy, más bien puede utilizar a la vergüenza como brújula de un
deseo que se rehúsa a acomodarse a las exigencias de amabilidad del ideal del
yo.
Elogio de la vergüenza
Cometer un acto
vergonzoso, no ya prevenirse de cometerlo, no deja de ser a veces una forma de
denunciar la impostura y ganar en libertad.
Groucho Marx,
personaje muy querido en relación al cual vengo trabajando por otros motivos,
puede ilustrar algo de lo que estoy sugiriendo en relación a la virtud que
puede llegar a tener la vergüenza. Él dice sufrir una compulsión nerviosa, un
reflejo automático o una perseverancia básica que lo suele meter en problemas.
La llama: “The foot in the mouth disease”. Es decir la compulsión a
decir cosas inconvenientes, que lo hacen inmediatamente entrar en una situación en la que el resto de los mortales
sentiríamos vergüenza.
Es así como
durante un viaje a un país exótico, “con todo pago”, en un festival en donde se
honraban actores famosos de todo el mundo, el anfitrión informa honrado a los
presentes que conocerían al presidente en palacio a las cuatro de la tarde.
Inmediatamente
Groucho pregunta: “¿Qué chances hay de que el excelentísimo siga siendo
presidente para las cuatro de la tarde?”. Desde ese momento, dice, por una
extraña razón, nadie más le habló, no le dieron más de comer, etc. Dos días
después el presidente moría acuchillado.
El asesino
llegó tarde a la celada, Groucho había matado al falso amo dos días antes...
22 de agosto de 2014
(Próximamente, aparecerá el nuevo libro de la dupla Lucas Boxaca-Luciano Lutereau,
con el título de "Impurezas del deseo")