Palabras Preliminares
Cantor, Gödel y Turing hicieron matemática pura, no aplicada. Tal vez por
eso no sean autores tan conocidos por el gran público, aun cuando la prodigiosa
aventura matemática que protagonizaron estableció una nueva ciencia.
Demiurgos involuntarios, casi secretamente sentaron las bases sobre las que
se construye una nueva era: los fundamentos lógico-matemáticos con los que
funcionan las computadoras e Internet.
En los tres casos, la aventura terminó dramáticamente, con un altísimo coste
subjetivo. Después de introducir sus innovaciones mayores, Cantor y Gödel
padecieron severos síntomas psicóticos e internaciones psiquiátricas. Turing
por su parte fue un hombre bizarro, insólitamente condenado y tratado
con hormonas por homosexualidad en su Inglaterra natal; se suicidó joven
de un modo acaso programado bastante tiempo antes.
En tanto psicoanalista, conozco las limitaciones del psicoanálisis aplicado,
no ignoro su incapacidad para explicar la obra de arte y el descubrimiento
científico. No corresponde al psicoanálisis explicar el lazo causal entre la
biografía del autor y su obra. Sin embargo, quiero evocar a propósito de estos
matemáticos lo que Borges dice de la obra de Walt Withman y del autor
de esa obra, que prologa en estos términos: "Quienes pasan del deslumbramiento
y del vértigo de Hojas de hierba a la laboriosa lectura de cualquiera
de las piadosas biografías del escritor, se sienten siempre defraudados. En las
grisáceas y mediocres páginas que he mencionado, buscan al vagabundo semidivino
que les revelaron los versos y les asombra no encontrarlo. Tal, por
lo menos, ha sido mi experiencia personal y la de todos mis amigos. Uno de
los propósitos de este prólogo es explicar, o intentar, una explicación de esa
desconcertante discordia".
La discordia que me gustaría explicar por mi parte en este libro, es la que
confronta la penosa vida de tres hombres de genio con la poderosa obra que
tramaron en medio - o justo antes - de sus respectivas locuras. Me apoyaré
en la serie que los tres constituyen, en el misterio común que nos dejaron, y
en una hipótesis ya no muy exigente, después de la lectura de Joyce por Lacan,
y de Joyce, Rousseau y Pessoa por Soler: no es mero azar que las claves
de una nueva manera de tratar lo simbólico y, sobre todo, de confrontarlo sin
anestesia con sus propias imposibilidades, les hayan sido reveladas a sujetos
capaces de poblar tipos clínicos harto más dramáticos que los de la neurosis
ordinaria.
Es evidente que no basta con ser psicótico para ser Cantor o Gödel; la teoría
lacaniana de la psicosis no explica sus producciones decisivas, pero nos
permite sin embargo entrever que el "sin padre" de la psicosis no siempre es
déficit, ya que puede habilitar una libertad impensable en otros tipos clínicos,
un gusto por lo que el signo entraña de absoluto — vale decir, de desligado de
sus referencias habituales -, y también de toda significación y de toda religión.
Por eso no solamente encontramos en ellos un deseo de explorar lo definible
más allá de lo comprensible, sino también una inclinación por la certeza que
el lenguaje lógico-matemático implica para el sujeto que, manipulándolo, resulta
por él determinado.
No hay ninguna heurística elaborable, ni en psicoanálisis ni en ninguna otra
disciplina, ningún saber que nos permita deducir la obra a partir de la biografía
- ni tampoco de ningún otro saber previo -. Parafraseando a Whistler, podemos
afirmar "science happens". Particularmente para la lógica matemática,
su creación, su ex-nihilo, es la sustancia misma de la ciencia en tanto articulación
nueva de saber, de puro saber, de mero saber, capaz sin embargo de
introducir una tecnología del lenguaje cuya eficacia se funda, como veremos,
en que es también una tecnología de supresión del sujeto del lenguaje.
No tengo ningún derecho a suponer saber ni sujeto previo a la teoría de
los conjuntos transfinitos de Cantor, a los teoremas con que Gödel probó algunas
imposibilidades fundamentales para la matemática, a la máquina de
Turing en que ahora consiste cada uno de los programas que dan sustrato lógico
a la tecnología actual — incluido el procesador de texto con que redacto
este prólogo -. Por eso no me he interesado en rastrear el sujeto previo, pero
me parece legítimo y fructífero investigar en cambio el sujeto posterior al hallazgo
— sea éste creación o invención -. Y particularmente en estos tres casos,
ya que en ellos se trata del sujeto resultante de una obra que trata precisamente
del efecto de sujeto en el lenguaje lógico.
Intento mostrar que el destino de ese efecto de sujeto se puede rastrear
con relativa facilidad tanto en la obra como en la dramática vida de Cantor,
Gödel y Turing — pero sólo después de sus creaciones decisivas, de extensa y
también íntima eficacia -.
El método que propongo es compatible con la doctrina psicoanalítica del
acto, que responsabiliza del acto creador al sujeto que resulta de él, sin suponerlo
como su agente. Vale decir, retirando la hipótesis del sujeto supuesto
saber. No podemos constatar que Cantor, ni siquiera inconscientemente, ‘sa-
bía’ los números transfinitos antes de encontrar la sintaxis con que los trajo a
la consideración científica, tampoco podemos decidir, sin hacer metafísica, si
los encontró y entonces los descubrió, o si por el contrario los inventó. Sí en
cambio podemos saber con seguridad que Cantor consintió a lo que en ellos
se reveló, y que en tanto sujeto fue alterado por ellos, y por el reconocimiento
parisino de Poincaré y otros matemáticos famosos. Este reconocimiento, por
lo que exigía de "separación", lo responsabilizó y lo afectó más que la piadosa
falta de reconocimiento que padeció en su Alemania natal bajo el liderazgo
de Kronecker. Cantor debió pagar un altísimo costo por su teoría de los conjuntos
transfinitos, de los que fue unánimemente considerado responsable —
se estuviese o no de acuerdo con esa teoría, la más audaz de cuantas pergeñó
el ser hablante -. ¿Lo pagó? Su locura, su alejamiento radical del lazo social,
nos deja a nosotros la pregunta. Lo mismo podemos decir de Gödel respecto
de la numeración y los teoremas a los que dio su nombre. Y en cierta
medida también de Turing en cuanto a la máquina que engendró, que es universal
pero lleva su nombre.
Lacan llamó a la lógica "ciencia de lo real". Esta ciencia en tanto pura, una
vez liberada de toda pretensión metafísica de representar realidades exteriores
al lenguaje matemático, permite discernir en él un núcleo sólido de imposibilidad,
y reestructurar la existencia de los "seres extramatemáticos" – según
se expresó Gödel - que el lenguaje enreda y parasita. De allí que si bien
ellos tres fueron los autores y primeros pacientes de una tecnología extremadamente
eficaz de detección - y eliminación - del efecto de sujeto del lenguaje,
el precio de la adquisición de esa tecnología no fue costeado sólo por ellos.
También lo pagamos nosotros, y no solamente con el dinero que sufragamos
para adquirir su software y el hardware que lo soporta y adorna. Aunque de
manera menos dramática, menos traumática, cada uno de nosotros, paga por
habitar un mundo reordenado en una matrix informática que trastorna nuestra
subjetividad, nuestros goces, nuestra sabiduría tradicional, porque altera
nuestra relación inconsciente con el signo.
Valga este libro como introducción a un capítulo de la lógica del lenguaje
todavía apenas esbozado en psicoanálisis, y casi únicamente por Lacan en
sus consecuencias clínicas: el de las autoaplicaciones del lenguaje, que hasta
el momento parecían a merced de la magra ideología del cognitivismo y de
las ilusiones de la autoconciencia. Intento mostrar en él de qué modo Lacan
supo aprovechar para la clínica psicoanalítica las consecuencias de la aventura
lógica de Cantor, Gödel y Turing.
"La autorreferencia del lenguaje en la obra de Lacan: lógica y clínica" fue
el tema de mi tesis de doctorado defendida en la Universidad de Buenos Aires
en junio de 2007. Este libro rescata lo esencial de ese arduo trabajo de investigación.
Cantor, Gödel y Turing hicieron matemática pura, no aplicada. Tal vez por
eso no sean autores tan conocidos por el gran público, aun cuando la prodigiosa
aventura matemática que protagonizaron estableció una nueva ciencia.
Demiurgos involuntarios, casi secretamente sentaron las bases sobre las que
se construye una nueva era: los fundamentos lógico-matemáticos con los que
funcionan las computadoras e Internet.
En los tres casos, la aventura terminó dramáticamente, con un altísimo coste
subjetivo. Después de introducir sus innovaciones mayores, Cantor y Gödel
padecieron severos síntomas psicóticos e internaciones psiquiátricas. Turing
por su parte fue un hombre bizarro, insólitamente condenado y tratado
con hormonas por homosexualidad en su Inglaterra natal; se suicidó joven
de un modo acaso programado bastante tiempo antes.
En tanto psicoanalista, conozco las limitaciones del psicoanálisis aplicado,
no ignoro su incapacidad para explicar la obra de arte y el descubrimiento
científico. No corresponde al psicoanálisis explicar el lazo causal entre la
biografía del autor y su obra. Sin embargo, quiero evocar a propósito de estos
matemáticos lo que Borges dice de la obra de Walt Withman y del autor
de esa obra, que prologa en estos términos: "Quienes pasan del deslumbramiento
y del vértigo de Hojas de hierba a la laboriosa lectura de cualquiera
de las piadosas biografías del escritor, se sienten siempre defraudados. En las
grisáceas y mediocres páginas que he mencionado, buscan al vagabundo semidivino
que les revelaron los versos y les asombra no encontrarlo. Tal, por
lo menos, ha sido mi experiencia personal y la de todos mis amigos. Uno de
los propósitos de este prólogo es explicar, o intentar, una explicación de esa
desconcertante discordia".
La discordia que me gustaría explicar por mi parte en este libro, es la que
confronta la penosa vida de tres hombres de genio con la poderosa obra que
tramaron en medio - o justo antes - de sus respectivas locuras. Me apoyaré
en la serie que los tres constituyen, en el misterio común que nos dejaron, y
en una hipótesis ya no muy exigente, después de la lectura de Joyce por Lacan,
y de Joyce, Rousseau y Pessoa por Soler: no es mero azar que las claves
de una nueva manera de tratar lo simbólico y, sobre todo, de confrontarlo sin
anestesia con sus propias imposibilidades, les hayan sido reveladas a sujetos
capaces de poblar tipos clínicos harto más dramáticos que los de la neurosis
ordinaria.
Es evidente que no basta con ser psicótico para ser Cantor o Gödel; la teoría
lacaniana de la psicosis no explica sus producciones decisivas, pero nos
permite sin embargo entrever que el "sin padre" de la psicosis no siempre es
déficit, ya que puede habilitar una libertad impensable en otros tipos clínicos,
un gusto por lo que el signo entraña de absoluto — vale decir, de desligado de
sus referencias habituales -, y también de toda significación y de toda religión.
Por eso no solamente encontramos en ellos un deseo de explorar lo definible
más allá de lo comprensible, sino también una inclinación por la certeza que
el lenguaje lógico-matemático implica para el sujeto que, manipulándolo, resulta
por él determinado.
No hay ninguna heurística elaborable, ni en psicoanálisis ni en ninguna otra
disciplina, ningún saber que nos permita deducir la obra a partir de la biografía
- ni tampoco de ningún otro saber previo -. Parafraseando a Whistler, podemos
afirmar "science happens". Particularmente para la lógica matemática,
su creación, su ex-nihilo, es la sustancia misma de la ciencia en tanto articulación
nueva de saber, de puro saber, de mero saber, capaz sin embargo de
introducir una tecnología del lenguaje cuya eficacia se funda, como veremos,
en que es también una tecnología de supresión del sujeto del lenguaje.
No tengo ningún derecho a suponer saber ni sujeto previo a la teoría de
los conjuntos transfinitos de Cantor, a los teoremas con que Gödel probó algunas
imposibilidades fundamentales para la matemática, a la máquina de
Turing en que ahora consiste cada uno de los programas que dan sustrato lógico
a la tecnología actual — incluido el procesador de texto con que redacto
este prólogo -. Por eso no me he interesado en rastrear el sujeto previo, pero
me parece legítimo y fructífero investigar en cambio el sujeto posterior al hallazgo
— sea éste creación o invención -. Y particularmente en estos tres casos,
ya que en ellos se trata del sujeto resultante de una obra que trata precisamente
del efecto de sujeto en el lenguaje lógico.
Intento mostrar que el destino de ese efecto de sujeto se puede rastrear
con relativa facilidad tanto en la obra como en la dramática vida de Cantor,
Gödel y Turing — pero sólo después de sus creaciones decisivas, de extensa y
también íntima eficacia -.
El método que propongo es compatible con la doctrina psicoanalítica del
acto, que responsabiliza del acto creador al sujeto que resulta de él, sin suponerlo
como su agente. Vale decir, retirando la hipótesis del sujeto supuesto
saber. No podemos constatar que Cantor, ni siquiera inconscientemente, ‘sa-
bía’ los números transfinitos antes de encontrar la sintaxis con que los trajo a
la consideración científica, tampoco podemos decidir, sin hacer metafísica, si
los encontró y entonces los descubrió, o si por el contrario los inventó. Sí en
cambio podemos saber con seguridad que Cantor consintió a lo que en ellos
se reveló, y que en tanto sujeto fue alterado por ellos, y por el reconocimiento
parisino de Poincaré y otros matemáticos famosos. Este reconocimiento, por
lo que exigía de "separación", lo responsabilizó y lo afectó más que la piadosa
falta de reconocimiento que padeció en su Alemania natal bajo el liderazgo
de Kronecker. Cantor debió pagar un altísimo costo por su teoría de los conjuntos
transfinitos, de los que fue unánimemente considerado responsable —
se estuviese o no de acuerdo con esa teoría, la más audaz de cuantas pergeñó
el ser hablante -. ¿Lo pagó? Su locura, su alejamiento radical del lazo social,
nos deja a nosotros la pregunta. Lo mismo podemos decir de Gödel respecto
de la numeración y los teoremas a los que dio su nombre. Y en cierta
medida también de Turing en cuanto a la máquina que engendró, que es universal
pero lleva su nombre.
Lacan llamó a la lógica "ciencia de lo real". Esta ciencia en tanto pura, una
vez liberada de toda pretensión metafísica de representar realidades exteriores
al lenguaje matemático, permite discernir en él un núcleo sólido de imposibilidad,
y reestructurar la existencia de los "seres extramatemáticos" – según
se expresó Gödel - que el lenguaje enreda y parasita. De allí que si bien
ellos tres fueron los autores y primeros pacientes de una tecnología extremadamente
eficaz de detección - y eliminación - del efecto de sujeto del lenguaje,
el precio de la adquisición de esa tecnología no fue costeado sólo por ellos.
También lo pagamos nosotros, y no solamente con el dinero que sufragamos
para adquirir su software y el hardware que lo soporta y adorna. Aunque de
manera menos dramática, menos traumática, cada uno de nosotros, paga por
habitar un mundo reordenado en una matrix informática que trastorna nuestra
subjetividad, nuestros goces, nuestra sabiduría tradicional, porque altera
nuestra relación inconsciente con el signo.
Valga este libro como introducción a un capítulo de la lógica del lenguaje
todavía apenas esbozado en psicoanálisis, y casi únicamente por Lacan en
sus consecuencias clínicas: el de las autoaplicaciones del lenguaje, que hasta
el momento parecían a merced de la magra ideología del cognitivismo y de
las ilusiones de la autoconciencia. Intento mostrar en él de qué modo Lacan
supo aprovechar para la clínica psicoanalítica las consecuencias de la aventura
lógica de Cantor, Gödel y Turing.
"La autorreferencia del lenguaje en la obra de Lacan: lógica y clínica" fue
el tema de mi tesis de doctorado defendida en la Universidad de Buenos Aires
en junio de 2007. Este libro rescata lo esencial de ese arduo trabajo de investigación.
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El libro estará disponible a mediados de abril. Agradezco a su autor, Gabriel Lombardi, por permitirme publicar estas páginas en el blog.
PP