—Con tantas influencias que reconoce la sociología clínica, ¿cuál es el concepto de deseo al que adhiere usted?
—Los sociólogos suelen tener dificultades con la cuestión del deseo, porque éste no explica lo sociológico. Esa es una de las razones por las cuales he trabajado con la concepción freudiana del deseo, ya que remite a las normas y prohibiciones sociales, a la interiorización de las aspiraciones colectivas. A la vez, las fórmulas de Lacan acerca del deseo se me presentan más opacas y su concepto del inconsciente estructurado como lenguaje desplaza el deseo por fuera de lo vivido. Hay una especie de abstracción lacaneana con relación al proyecto de la sociología clínica, cuyo enfoque principal se orienta hacia lo vivido por los sujetos. Las formulaciones lacaneanas no aportan nada esencial a la sociología clínica.
—¿El esquizoanálisis de Deleuze y Guattari es más importante para sociología clínica?
—Me interesó en algún momento el esquizoanálisis por su intento de articular el inconsciente con las problemáticas sociales, la energía libidinal y la social, pero existe un riesgo en él de invertir el registro del ello y del superyó. La obligación a gozar plantea la hipótesis de que el ello es revolucionario, y de este modo niega la dimensión conflictiva en las fuentes de lo intrapsíquico entre eros y tánatos. Los flujos de deseo de Deleuze y Guattari son tanto liberadores como destructores.
—¿Cuál es el objeto de estudio de la sociología clínica?
—No hay un objeto particular de la sociología clínica, porque es una cierta manera de hacer sociología. Se apoya en los métodos clínicos para interrogar los fenómenos sociales, los cuales se convierten en fenómenos sociopsíquicos. En mi caso, tomo muy en cuenta el proyecto del Colegio de Sociología de Georges Bataille, Roger Callois y Michel Leiris, que proponía estudiar las relaciones íntimas entre el ser del hombre y el ser de la sociedad. Hoy en día los sistemas sociopsíquicos de gestión y poder funcionan movilizando la energía libidinal para transformarla en fuerza de trabajo. No podemos pensar el individuo sin pensar la sociedad, porque se producen mutuamente. Por ejemplo, la vergüenza nace bajo la mirada del otro y es completamente sociopsíquica, aunque su raíz yace en el inconsciente.
—En tanto es una relación social, ¿la vergüenza implica un síntoma sociopsíquico?
—La vergüenza no es un síntoma patológico, salvo en ciertos casos extremos donde los sujetos se odian a sí mismos. La vergüenza es constituyente de la humanidad y nos liga a la especie humana. Nos permite, cuando podemos sobrepasarla, vincularnos al otro como un semejante, como alguien que también puede sentir vergüenza. Quien no conoce la vergüenza representa un peligro para la sociedad.
—Pero la vergüenza no es un valor social.
—Sin duda. El orgullo es un valor social, como la dignidad o el honor. Pero sentir vergüenza cuando maltratan a un ser humano, cuando lo instrumentalizan, expresa un signo de humanidad, la interiorización de los ideales de humanidad. La vergüenza pertenece, para decirlo rápidamente con conceptos freudianos, al ideal del yo y no al yo ideal que se confunde con el superyó. La vergüenza está más del lado de la depresión, cuando no estamos a la altura de las expectativas que hemos interiorizado respecto de lo que tenemos que ser.
—¿Pero entonces, qué sucede en una sociedad o una época sin grandes ideales o cuando éstos se han gastado?
—Sucede, como hoy, que existe una multiplicidad de pequeños ideales. Cada individuo se hace su propio sistema de valores, de modelos y antimodelos, mediante los cuales construye el sentido de su existencia. La crisis actual de los grandes ideales religiosos, políticos, científicos y morales ha hecho surgir nuevos procesos de idealización y desidealización. Cuando los grupos y clases sociales ya no son determinantes, cada uno se las arregla para fabricar sus ideales personales.