Si en tus tiempos de lector te acompaña la paciencia, el esmero y la minuciosidad, leyendo este libro, vas a necesitar, en ese ágil contexto de reposo físico, un más amplio abanico de texturas confortables, para no distraerte de este colmado texto, donde se habla de monosílabos y superlativos eficaces, que pronunciarás sin advertirlo, para comprobar su efecto en tu atrio y que habías pasado por alto, al parecerte monótonos.No es un libro de verano, pero si igual de templado y sofocante.Desde 1933 hasta 1945, clandestinamente, Victor Klemperer fue recogiendo en un diario, detalladamente, aquella combinación no de términos nuevos, sino de los más conocidos, pero que combinaban, en una pobreza retórica sin igual, toda la jerga, algunas expresiones extranjeras y miles de remilgadas siglas, para dar contenido en su ámbito lingüístico, a un estúpido propósito político totalitario.Las palabras que caían desde aquellos pulpitos nazis, tan poderosos, sometieron bajo su énfasis en las entonaciones, el libre albedrio del pueblo alemán.Nombres y adjetivos con ímpetu, que dictados en alto, protegen y subyugan; pero desde la distancia con que el filólogo compone este análisis, durante aquellos doce años de terror, desnuda la intención de la palabra en aquellos contextos del odio, que Goebbels, como conducator, manipulo hasta hacer sentir culpabilidad, por su historia, a todo una nación, creando el germen de la propaganda moderna.Signos de puntuación lanzados para atrapar sentimientos, con un entrecomillado, como le llama el autor "irónico", transformando las reglas gramaticales, para provocar un efecto más pasional que intelectual, principal propósito del duermevela de su Ministerio de Propaganda, contaminado por el uso de los superlativos.Desde estas sólidas páginas, se analizan y comparan los dictados, de regímenes que anteriormente llenaron de monosílabos todos los ámbitos públicos y privados, como el totalitarismo franquista, este descaradamente católico y nacional-futbolístico, aquel nazi-boxístico.Palabras que sufrieron abusos fueron pueblo, heroísmo, patria, tierra, raza, fanático, histórico, eterno, los términos religiosos extrapolados al lenguaje político, la magnificencia de los acontecimientos familiares, el valor de los nombres nórdicos, las runas, las abreviaturas... pasaron del papel al discurso, y se instalaron en la sangre del pueblo alemán y en la de sus fieles países satélites.Una doctrina laica, con una literatura aria, una filosofía aria, etc. de ficticios orígenes, creó un éxtasis místico que suplanto a las razones universales, dando la impunidad necesaria para matar a tantos seres humanos.Para que las memorias no se recuerden envilecidas, olvidándose de las envenenadas consignas que hicieron historia, es conveniente leer este libro, haciendo de su contenido, un marcador de las diferencias entre la propaganda política, sociológica y multipublicitaria que nos hace creer en que elegirlas y pensarlas nos llenarán de bienes y salud, y el propio criterio ideológico de nuestro pragmatismo.El director checo, afincado en París, Stan Neumann, llevo estos diarios al cine en 2004 bajo el título de La lengua no miente.
Victor Klemperer (Landsberg 1881-Dresde 1960), hijo de un rabino, hermano de un médico de prestigio y primo de Otto, el conocido director de orquesta, se doctoró en Múnich en 1914 con una tesis sobre Montesquieu. Tras combatir como voluntario en la Gran Guerra, inició su carrera académica. En 1933, a diferencia de su hermano y de su primo, no emigró de Alemania. Dos años más tarde las leyes raciales lo obligaron a dejar la cátedra de literatura francesa que ocupaba en la Universidad de Dresde. En esta ciudad vivió durante casi toda la época nazi sometido a las terribles restricciones impuestas a los judíos, aunque logró salvarse de la deportación porque estaba casado con una mujer «aria». Tras el final de la guerra decidió permanecer en Dresde, en la zona de ocupación soviética. Retomó su puesto en la universidad y en 1947 publicó LTI, ensayo basado en el abundante material sobre la lengua del Tercer Reich que recogió en sus diarios, aparecidos en Alemania en 1995, treinta y cinco años después de su muerte. (datos de editorial minúscula).