... este término del eterno amor es colocado por Dante
expresamente a las puertas del Infierno.
Jacques Lacan
En más de una ocasión, Jacques Lacan se mostró conocedor de la obra cumbre de Dante Alighieri y no dudó en utilizar La Divina Comedia[1] como una referencia válida para apoyar algunas de sus afirmaciones. Como en muchos otros casos, Lacan se dirigía en sus intervenciones y escritos a un lector que consideraba modelo, incluso ideal, suponiéndolo a veces conocedor de las más importantes obras de la cultura pero también capaz de rastrear otras fuentes tal vez menos conocidas, pero que lograron enorme notoriedad a partir de su inclusión en el órganon lacaniano.
La construcción fantástico-científica del universo que sirve como marco al viaje de ultratumba más célebre de la literatura universal ha sido objeto de diversos esclarecimientos y comentarios a lo largo de la historia de las letras y la cultura[2]. Uno de los últimos emprendimientos al respecto ha sido puesto en marcha por un astrofísico argentino: Alejandro Gangui y su Poética astronómica. El cosmos de Dante Alighieri, publicado en el año 2008 por el Fondo de Cultura Económica.
Gangui plantea que el cosmos de La Divina Comedia representa un modelo aristotélico simplificado, en donde la Tierra permanecía quieta en el centro del universo y los astros eran transportados por esferas materiales cristalinas y transparentes. Para apoyar su tesis del valor cosmológico de la obra, Gangui presenta algunos de los más de cien pasajes que en La Divina Comedia están relacionados con la astronomía –así como destaca que cada canto que lo compone concluye con la palabra “estrellas”–. En su libro, el autor argentino no es ingenuo: sabe bien que se trata de una obra de ficción, aunque su trabajo consiste en relevar las marcas de las diversas influencias recibidas del estado de la teoría cosmológica de la época: la física aristotélica y la astronomía ptolemaica. La disposición de los diversos círculos que componen el cosmos de Dante es motivo de ordenamiento y reflexión a lo largo de sus páginas, tanto como los supuestos físico-matemáticos (en ocasiones sorprendentes) que le dan formato. Además, Gangui se detiene en los versos 19 al 30 del canto I, donde según nos dice, podría haber una alusión a nuestra Cruz del Sur: la hipótesis es plausible y en el libro se analizan diversas posibilidades por las que Dante podría haber tomado conocimiento de dicha constelación, aunque siempre en forma indirecta. El libro es ágil y sus ilustraciones facilitan la comprensión de los modelos espaciales que están en juego en el análisis.
En este punto, quisiera volver a una afirmación de Lacan que siempre me resultó curiosa: “en Dante es evidente que nadie se interesa más que en el infierno”[3]. ¿Será cierto? La construcción del infierno realizada por Dante fue por demás efectiva, puesto que introdujo un adjetivo en la lengua compartida: dantesco. Ahora bien, ese infierno puede ser leído al menos de dos maneras: siguiendo la organización y distribución de las almas allí arrojadas (muchas con nombre y apellido) en función de los pecados cometidos y su padecimiento, o situando la lógica físico-matemática que le da su estructura...
En todo caso, el siguiente autor al que nos referiremos cumple estrictamente con la idea de Lacan: solo le interesa el infierno de Dante y, más precisamente, su estructura cosmológica de corte físico-matemático. El texto lleva por título original Dos lecciones ante la Academia Florentina acerca de la forma, la ubicación y el tamaño del infierno de Dante, y fue leído hacia finales de 1587 por un joven matemático de veinticuatro años, aún sin licenciatura, llamado Galileo di Vincenzo di Michelangelo di Giovanni di Bonaiuto Galilei. Sí, estimado lector: Galileo dictó dos lecciones sobre el infierno de Dante y las mismas –consideradas perdidas– cayeron por casualidad en manos de Ottavio Gigli en 1850 (¡tres siglos después!), mientras examinaba manuscritos originales en una biblioteca pública de Florencia. La editorial argentina La Compañía acaba de publicar esas lecciones con el título de Dos lecciones infernales, con impecable traducción y posfacio de Matías Alinovi e introducidas por un elegante texto de Riccardo Pratesi. Chapeu!
No hay manera de reseñar la obra, porque hay que leerla, es sensacional. Galileo utiliza dos principios para organizar su lectura: el de las proporciones y el notorio número pi griego presentado bajo la forma de la fracción 22/7 (siguiendo la propuesta de Arquímedes en el siglo III AC). Otra vez, los libros dialogan entre sí, tejiendo un puente que une autores muy lejanos en el tiempo, demostrando que los asuntos tratados por los mismos pueden actualizarse y que, nuevamente, liber enim, librum aperit...
[1] Se desconoce la fecha exacta en que La Divina Comedia fue escrita aunque las opiniones más reconocidas aseguran que el Infierno pudo ser compuesto entre 1304 y 1307 ó 1308; el Purgatorio entre 1307 ó 1308 a 1313 ó 1314 y por último, el Paraíso de 1313 ó 1314 a 1321, fecha del fallecimiento del poeta.
[2] Entre los clásicos podemos citar los trabajos de Antonio Manetti (1506), Galileo Galilei (1587) –al que volveremos más tarde– y Alessandro Vellutello (1544): tanto Manetti como Vellutello incluyeron sus lecturas –que además estaban en franca oposición– como notas o anexos en diversas ediciones de La Divina Comedia. Entre los contemporáneos, tal vez uno de los más citados sea el estudio de J. Dauphiné, Le cosmos de Dante, Les belles lettres, Paris, 1984.
[3] Lacan, Jacques. “Respuesta de Jacques Lacan a una pregunta de Marcel Ritter (26 de enero de 1975)”, en Suplemento a las Notas Nº1, EFBA, 1980.