Título: Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños
Autor: Pablo Peusner
Editorial Letra Viva, 2011 (reedición)
Con sus Tres ensayos (1905), Freud esclareció la condición de posibilidad para que el niño ingresara en el discurso psicoanalítico: el carácter infantil de la sexualidad sustentaba el interés teórico por lo niños, aunque Freud tuviera como punto de mirada los síntomas de los adultos. Lo que Freud nunca esperó fue recibir su mensaje invertido desde el lugar del Otro; hacia 1906, Max Graf comenzaba a escribir a Freud acerca de las inquietudes y, finalmente, la fobia de su hijo, el pequeño Hans. Con este ejercicio de lectura de se inicia Fundamentos... (2006, Reeditado este año), y podría decirse que esta táctica de aproximación a los textos domina su construcción argumentativa: leer, como resultado de una escucha a los detalles; escribir, como analista concernido con la verdad de una praxis (clínica psicoanalítica lacaniana), antes que erudito obsesionado por la exactitud. En esta recensión explicitaremos el desarrollo expositivo de Fundamentos…, destacando la presencia de este libro en el marco de la obra del autor.
1. La sentencia lacaniana de que el inconsciente está estructurado como un lenguaje se manifiesta en fenómenos concretos; por ejemplo, en la equivocidad de lo dicho frente al querer decir; ahora bien, ¿no son los niños quienes más disfrutan de esta defraudación de la intencionalidad lingüística? O bien, ¿no es notorio el anclaje que el decir tiene en los niños, como demuestran las promesas que los adultos suelen realizar a porfía? Ambos rasgos caracterizan la textura de lo que Peusner llama “lenguaje infantil”, destacando que este margen de indeterminación –que “el sujeto no sabe lo que dice”, según Lacan– es lo que permite tomarlo como vía de entrada al discurso del análisis. El rechazo de ambos fenómenos, propio del “lenguaje adulto”, no sería más que el rechazo de la apertura del inconsciente. Pero, ¿qué posición le cabe al analista en esta situación? Un primer modo de entender la noción transferencia estaría en soportar el lenguaje infantil –que, valga aclararlo, ¡también puede corresponder a un adulto!–, dejando a un lado las concepciones rectificadoras que suponen un “hacerse cargo” de lo que se dice, en una acepción estrecha (yoica) de lo que significa la responsabilidad en psicoanálisis.
2. El lenguaje infantil, caracterizado por su decir “irruptivo” –por el cual, alguna vez, le pudo ser atribuida al niño una función de oráculo–, es estudiado estructuralmente por Peusner, quien destaca –siguiendo el hilo conductor de un célebre sueño de la niña A. Freud– que en dicho lenguaje “el que se diga” no queda olvidado en “lo dicho”, siendo la represión (presentada desde un punto de vista lingüístico antes que metapsicológico) el motivo de la escisión entre ambos componentes en el lenguaje adulto.
3. El análisis del decir lleva a introducir una elaborada concepción de la interpretación –que parte de un ingenioso esclarecimiento bibliográfico–, como localización de una posición enunciativa o subjetiva, que puede tener forma de palabra o no (aunque eso no invalida que sí tenga estructura de lenguaje), y que no necesariamente es comunicada. De este modo, Peusner plantea la distinción entre interpretación e intervención, articulándola a una operación de lectura en sentido estricto (como la que Lacan propone en La instancia de la letra…). Sucede a esta consideración una revisión minuciosa de las menciones lacanianas acerca de la interpretación en diversos parágrafos de La dirección de la cura… con el propósito de situar que el decir del analista también puede sucumbir a la textura del lenguaje infantil, en la medida en que el efecto interpretativo de sus palabras también implica un plus respecto de lo dicho, por el cual, en el mejor de los casos, puede sorprenderse.
4. Para Peusner, que el inconsciente esté estructurado como un lenguaje, remite al lenguaje infantil, donde cabe distinguir la función de la palabra –que es sólo un modo de puesta en acto– junto con otros tipos de producciones, como el jugar y el dibujar. Asimismo, el análisis del autor del hablar à la cantonade –paradigma en los niños de la sustracción del destinatario efectivo– tiene como piedra de toque situar el núcleo de la regla analítica de la asociación libre. De este modo, el dispositivo analítico es reconducido a su fundamento infantil, no sólo a propósito del decir (y la interpretación), sino también respecto de la transferencia.
5. Respecto de este último operador clínico, Peusner –luego de cuestionar la posición de E. Porge de abandonar los juguetes, para conservar en el tratamiento de niños sólo el lenguaje hablado, dado que la concepción del lenguaje argumentada en el libro permite entrever que aquél puede tomar diferentes formas más allá de la articulación vocal– evalúa la pertinencia y el alcance de nombrar una “neurosis de transferencia” en el niño, destacando la “inconsistencia de saber” que, ocasionalmente, produce el estallido de una neurosis sintomática. Asimismo, el autor precisa que la transferencia remite a la puesta en acto de la cadena significante, lo que implica un más allá de las personas efectivas en el dispositivo para ceder a una topología transindividual, un nosotros que hace signo del encuentro singular entre analista y analizante. La transferencia no es el afecto de transferencia, ni una mera reedición imaginaria de una relación acontecida en otro tiempo. No es que estas dimensiones sean desestimadas, sino que son reconducidas a su fundamento, a la Übertragung lingüística entre el sujeto y el Otro. En esta dialéctica de posiciones enunciativas, Peusner concluye su trabajo con una elaboración de la noción de saber en psicoanálisis, anticipando el desarrollo de otro de sus libros, El niño y el Otro. Pertinencia de los “cuatro discursos” en la clínica psicoanalítica con niños.
Balance crítico
Peusner se sitúa en la “frontera móvil” de la clínica con niños –aquella que Lacan reconoció explícitamente, sin dedicarse a su dispositivo– y, recurrentemente, sostiene que se trata de “no retroceder”. Preguntas concretas salen al paso en este punto, en el camino de la lectura: ¿qué lugar ocupan los padres en el dispositivo? ¿Cuánto dura una sesión con un niño? ¿En qué consiste el sufrimiento en la infancia? Es notable advertir cómo en este libro convergen intereses precedentes y motivos posteriores de la obra de Peusner. No sería un desacierto afirmar que este libro constituye un momento clave en su elaboración clínica del psicoanálisis, sino un hito fundamental, a su vez, en la historia del psicoanálisis con niños en nuestro país. No sólo por el interés desmitificador que alienta cada una de las páginas de este libro –que rechaza la jerga, intentando capturar los problemas cruciales de la experiencia– sino por su afán propositivo, formulado en primera persona. Pocos analistas en nuestro país, que se dedicaron especialmente al trabajo con niños, han escrito libros de este tenor: Arminda Aberastury y, más recientemente, Alicia Hartmann, son de los pocos referentes. Quizás esto explique que el libro ya cuente con una reedición (que se hará extensible también a la segunda edición de su primer libro El sufrimiento de los niños). O quizá se deba también a otra cuestión: cuando leemos a Peusner nos ocurre lo mismo que al leer los escritos técnicos de Freud; su enunciación remite constantemente a una praxis, a aquello
que implica poner en marcha el dispositivo desde una ética intransigente.
Luciano Lutereau