En El mito de Ulises en el mundo moderno (Editorial Eudeba), José Emilio Burucúa desata un exhaustivo análisis sobre la historia de este mito devenido universal y sus diversas apropiaciones en las artes. Va desde la literatura, el teatro, las artes plásticas, la música y el cine hasta la vida política y religiosa. José Emilio Burucúa, para todos Gastón, un hombre de conocimientos múltiples y profundos como los de un renacentista, realizó esta investigación gracias a su intensa experiencia como fellow en Wissenschaftskolleg de Berlín y a dos becas (una del Getty Research Institute y otra del Kunsthistorisches Institut de Florencia). Con envidiable pasión, analiza todas las aristas del magnífico mito, considerado por Adorno y Horkheimer el mito burgués e ilustrado por excelencia.
El interés de Burucúa por abordar el mito de Ulises comenzó en enero de 2002: “Hubo –cuenta Burucúa– un operativo de algunos países de la Comunidad Económica Europea en el Atlántico. Un operativo de seguridad militar que integraban España, Francia, Italia e Inglaterra. Consistía en detener en altamar las barcazas de migrantes de Africa y devolverlos al puerto de origen. Esta práctica se sigue haciendo pero ahí hubo un plan estratégico con apoyo de Inglaterra que, a pesar de no ser una potencia mediterránea, se interesó en el asunto. Además del hecho en sí condenable desde tantas perspectivas, a ese operativo lo llamaron ‘Ulises’. Si hay un ejemplo de migrante, que pasa por una serie de avatares, a veces es bien recibido otras mal recibido pero es el prototipo del migrante, es Ulises. Siempre anhela volver a su casa, y regresa convertido en otra persona por los infortunios que atravesó. Me pareció que era escandaloso que le pusieran ‘Ulises’ porque no tenía nada que ver con ese personaje, más bien lo contrario. Escribí una carta que publicaron en varios diarios, y recibí mensajes de respuesta de todo el mundo: la mayoría a favor, adhiriendo a lo que yo decía, y algunos no, francamente insultantes. Ahí empecé a estudiar el tema para tratar de demostrar hasta qué punto ese recorte sobre la figura del héroe no era un invento mío, sino que era un recorte que estaba presente ya desde la Antigüedad”. En su hermoso estudio, conversamos con Gastón Burucúa sobre este fascinante mito devenido universal, que ya no reconoce fronteras.
-¿Cómo transformó o adaptó el cristianismo el mito de Ulises?
-El cristianismo usó varias veces al mito de Ulises desde perspectivas contradictorias. Para San Agustín, por ejemplo, Ulises era un personaje despreciable por su capacidad de fabular, mentir y engañar: lo condenaba. Por el contrario, a San Jerónimo, Ulises le resultaba bastante más simpático y, ya en el siglo V, San Máximo consideraba que algunas aventuras de Ulises eran prefiguraciones de la vida de Cristo: Ulises atado al mástil de la nave para resistirse al canto de las sirenas aparece como una alegoría de Cristo en la cruz, y también del alma cristiana que puede, sujetando la voluntad, hacer frente a las tentaciones del mundo. Es muy ambivalente esta apropiación de Ulises. En el Renacimiento prevalece la del hombre de coraje, que cultiva la prudencia y la templanza: en ese sentido es un modelo a seguir. Por eso para tantos reyes va a ser interesante una aproximación a la figura de Ulises como modelo: los reyes de Francia, en el siglo XVI, consideran a Ulises el héroe protector, como Hércules lo es para la monarquía española. Hércules es un héroe que despliega su fuerza, pero no repara en los efectos: es responsable de la muerte de su mujer, Deyanira, a quien ama. Su cólera contra el centauro que la rapta provoca paradójicamente la muerte de su propia mujer. Eso es algo que jamás podría suceder en personajes como Ulises: él es capaz de calcular y ver cuáles van a ser los efectos de las distintas posibilidades de la acción. Examina, modifica, improvisa.
-¿Por qué tantos escritores cayeron presos del hechizo de Ulises? ¿Qué cree que fue lo que más cautivó de la historia a escritores como Shakespeare, Joyce, Kazantzakis, Kafka, Borges, Claudel y Dante?
-Creo que lo fundamental en Ulises es su polimorfismo y, que a pesar de todo ese polimorfismo, no se disperse el personaje, tenga consistencia. Para un escritor, creador de ficciones, eso es extraordinario. El relato es absolutamente magistral: hasta que se unifica hay cuatro o cinco relatos paralelos que ocurren en tiempos completamente distintos. Pensar que se puede resolver eso en un texto del siglo VI aC. cautiva a los escritores. La cuestión de los relatos paralelos y de las mutaciones psicológicas de Ulises es fascinante. Creo que a pesar de toda la complejidad, tanto de la historia con muchísimos registros y horizontes como del personaje que es tan mutable, todo eso finalmente se sostiene en una narración asombrosa y hasta cierto punto creíble. Además, la figura del viajero, el migrante, el hombre sujeto a todas estas desventuras del que no está en su tierra, siempre extranjero, que pierde sus compañeros en la aventura, hace que muchos escritores identifiquen ciertos personajes con sus propias vidas: los exiliados, los desterrados, ven en Ulises una especie de álter ego. Es el caso de Borges: ese amor por la Argentina y a su vez el extrañamiento que tiene respecto de ella, hace que Ulises sea para él una especie de arquetipo. Creo que Borges se identifica tanto con Homero como con Odiseo.
-A pesar de todo, Ulises rechaza la juventud eterna y la inmortalidad.
-Sí, es extraordinario. Hay una radical humanidad: es un hombre que decide seguir siendo hombre. En el mundo de los muertos, él ha escuchado a Aquiles que le ha dicho: “No te equivoques, esto es un horror. Yo preferiría no morir y ser siervo entre los siervos antes que estar aquí. Todo lo que uno haya podido ser, aquí no vale nada”. El ha pasado por esa experiencia, ha visto cómo es el mundo de los muertos y, sin embargo, rechaza la inmortalidad por ese deseo de recuperar lo que lo identifica como hombre y ha perdido.
-¿Por qué usted sostiene que más que en la literatura el mayor acercamiento de la ideología real francesa al modelo odiseico se produjo en la pintura?
-El rey Francisco I encarga un ciclo de frescos que se va a hacer en una galería que va a llevar el nombre de “Galería de Ulises”. Enrique II, su hijo, es el que lleva el proyecto a cabo, lo financia y logra que se pinte: era una galería inmensa derribada por Luis XV. Ese ciclo son más de cincuenta escenas al fresco pintadas allí. Se han conservado grabados del siglo XVI, copias de las escenas, pero las pinturas originales desaparecieron por completo.
-Desde el Renacimiento tardío hasta las últimas representaciones, ¿cómo fueron modificándose las pinturas que representaban la Odisea?
-Las historias de Ulises siempre generaban divertimento, están ligadas a lo cómico. Como no sabemos en qué terreno están claramente, si es en la imaginación y en la fantasía del personaje o si en realidad ocurrieron esos hechos, siempre existe la posibilidad de hacer un análisis desde el punto de vista de lo inverosímil: lo inverosímil es una de las fuentes de lo cómico. Acá hay un tema que yo he tratado de indagar: lo sublime que es tan fuerte para la estética moderna, sobre todo a partir de Berkley y Kant, y que sostiene que los dos principios de la estética son lo bello y lo sublime. Lo bello consiste en presentar lo sensible como un compendio de armonías, de relaciones proporcionales. El mundo es bello, pero también el mundo es terrible, aplastante, infunde temor y veneración: eso es lo sublime. La idea de lo sublime como tal viene de la Antigüedad. Hay un tratado de lo sublime atribuido a un tal Longino, que termina siendo pseudo Longino, traducido a fines del siglo XVI. Pero la idea, la categoría estética de lo sublime, realmente se afianza en el momento en que Boileau, a fines del siglo XVII, traduce al francés el tratado de lo sublime. De ahí va ir a Kant, donde va a adquirir una sanción prácticamente indiscutida. Mi teoría es que la aparición, la consolidación de lo sublime es producto de una disgregación de lo cómico. Se produce cuando lo monstruoso deja de ser cómico: lo monstruoso es cómico hasta bien entrado el siglo XVII. La deformación provocaba risa: hoy a nosotros eso nos parece espantoso, sin embargo hasta 1650 era moneda corriente. El que jugaba mucho con que lo anómalo puede ser motivo de risa era Fellini: por eso amaba tanto el mundo del circo. Lo transforma precisamente en lo sublime: alcanzó así una comprensión del ser humano que antes no tenía. En el caso de Fellini se ve muy bien cómo lo cómico tradicional se puede convertir en sublime, y para mí eso ocurre a fines del siglo XVII: esta dispersión de lo cómico y su disociación respecto de lo monstruoso es lo que va a llevar a la consagración de lo sublime como una nueva categoría.
-¿Cómo fueron cambiando las apropiaciones que se hicieron de Ulises?
-Es muy complicado si usted no tiene la apoyatura explícita de un texto. Nosotros sabemos cuáles eran las imágenes que hacían reír en el siglo XVI porque existe una cantidad apabullante de grabados en donde ciertas imágenes van acompañadas de comentarios cómicos, de comentarios graciosos. Por ejemplo, todo lo que se relacionaba con el mundo de los gatos hacía reír. La presencia de un gato es siempre un elemento cómico, pero eso lo sabemos gracias a los grabados. En cada pintura hay que bucear y ver si aparecen esos elementos cómicos, tratando de no forzar, de no sobreinterpretar. Yo creo que ese abordaje cómico es siempre una posibilidad respecto de Ulises y la Odisea . En el Ulises de Joyce hay pasajes que son verdaderamente cómicos, destinados a provocar la risa.
-Marx toma mucho de la literatura y también toma de la nekya de Odiseo para describir el capitalismo…
-Sí, por ejemplo, el proletariado aparece como esas sombras que Ulises encuentra en su nekya, en su viaje al país de los muertos.
Burucúa lee (la traducción es suya) el pasaje de la Odisea citado en El Capital: “De la muchedumbre abigarrada de trabajadores de toda denominación, edad, sexo, que nos acosan peor que las almas de los muertos lo hacían con Ulises, sobre quienes basta una mirada para ver en ellos la marca de la sobrecarga del trabajo (…)”.
-¿Qué fue lo que más se le criticó al paisaje mitológico de la Odisea que creó Joseph Turner?
-Las críticas fueron sobre todo estilísticas. Se dijo que era una pintura confusa. Porque Turner presenta el nuevo camino: el de la prevalencia del color sobre la línea, es decir el color como determinante fundamental de la forma. Lo interesante es que esta representación asociada con una escena clave de la historia de Ulises es la que va a provocar este debate estético.
Seguimos conversando sobre el Ulises de Joyce. “Leopold Bloom –dice Burucúa– ese personaje tan pobre de espíritu en muchos aspectos, tan desgraciado, encuentra una reivindicación de una fuerza desconocida. Ulises es este personaje, que de heroico tiene poco, pero resulta que, dentro de lo que podríamos llamar los marcos de la vida cotidiana, también él tiene algo heroico al final de esa jornada. Creo que la grandeza del Ulises de Joyce está en esa reducción o esa condensación de lo temporal. Lo que se desenvuelve en veinte años él lo convierte en un día. La odisea real es cada día nuestro. Es un viaje, una vuelta a casa: aunque nosotros no nos demos cuenta, pueden pasar cosas extraordinarias en ese viaje”.
Fuente: MARINA OYBIN, para Revista Ñ