por Mariana Dimopulos, para Revista Ñ
Quiero el mundo y lo quiero tal cual y lo quiero de vuelta, lo quiero eternamente, y exclamo de forma insaciable: ¡que se repita!” Así encabezaba en 1960 la revista Tel Quel su número inaugural. La afirmación del mundo tal cual es ( tel quel ) fue entonces inspiración para su nombre, así como su premisa: ir en contra del pesimismo, ir en contra del nihilismo, ir en contra de la literatura de compromiso. Una cita del filósofo alemán Friedrich Nietzsche y una revista francesa se daban la mano. El proyecto durará unos veinte años y será una de las publicaciones faro del postestructuralismo.
Uno de los fundadores de esta revista, el más célebre, acaba de publicar un libro que en cierto modo insiste con aquella fórmula nietzscheana del sí por el mundo: Philippe Sollers. Y aunque la versión castellana recoge sólo parte de los ensayos del original, el trazo principal de Discurso perfecto (editado por El Cuenco de Plata) mantiene al menos dos ideas típicas de este histórico provocador, ensayista y novelista francés: su defensa de los escritores malditos (o más bien maldecidos) y su pasión por un autor especialmente estigmatizado de la filosofía, Friedrich Nietzsche.
Pero hay también amabilidad en estos ensayos, artículos de diario, conferencias: pocas complejidades conceptuales o estructurales. Están construidos, en su mayoría, sobre dos preguntas que quedan siempre anudadas: qué es la vida de un autor y cómo se lee una obra. Son retratos. Philippe Sollers está escandalizado y agita, porque nadie sabe leer. Hay que volver entonces a los autores sagrados, por lo malditos.
No se trata de crear un nuevo canon, sino de verlos en su unión con una obra, no sancionarlos en base a una moral inválida. El argumento tiene su parentesco con Nietzsche y recuerda a su programa de inversión de los valores. Entonces vemos a Céline, que ha sido condenado por colaboracionista, en su prisión danesa, después de haber escrito numerosos panfletos antisemitas durante los años de la ocupación nazi. Pero también ha escrito Viaje al fin de la noche .
Vemos al maldecido Charles Baudelaire ser juzgado en manos de la falsa decencia en contra de las indecencias de Las flores del mal . Y a Arthur Rimbaud, que se ha perdido en Africa después de revolucionar la poesía francesa del siglo XIX, retratado abrazando un fusil entre otros traficantes del desierto. Antonin Artaud, el loco, Georges Bataille, el autor “obsceno” de Madame Edwarda, y el más famoso de todos ellos, el punto cúlmine del escándalo, el mal encarnado: el marqués de Sade.
Sobre todos ellos sobrevuela Nietzsche, como un ángel o una lente por donde mirar mejor. Hace unos años Sollers ya le había dedicado un libro notable, esta vez sí fiel a todos los mejores procedimientos literarios que supo cultivar el siglo XX, entre otras, gracias a las teorías y discusiones difundidas por la misma revista Tel Quel. En Una vida divina (El Cuenco de Plata), Philipe Sollers redescubre a Friedrich Nietzsche, lo actualiza, lo hace vivir más allá de 1900 en París, donde nunca estuvo, lo hace tener una mujer, que nunca tuvo. Pero esto por momentos, para luego retratarlo como fue: un hombre solitario, atormentado por los dolores físicos y por la verdad, funesto, enfermo, dando vueltas tanto por Italia y Alemania mientras escribía sus libros más famosos, llenos de invectivas, de iluminaciones y de martillazos contra la moral cristiana.
A su vez, ese Friedrich Nietzsche es el álter ego de un narrador que, único que lo lee como es debido, lo lee con toda la seriedad que el alemán se merece, también escribe, también lanza sus invectivas contra la moralina del mundo, pero con una corrección clave: este narrador de Sollers conoce a las mujeres, no tiene sífilis, tiene sexo.
Uno de los textos recogidos en Discurso perfecto se llama “Nietzsche, milagro francés”. La justificación aristocrática es una nueva provocación en lo político y en lo histórico, y es dudosa, pero vale como síntoma.
En el fondo, de lo que se trata es del ejercicio y la teoría más tajante del individualismo.
Y es cierto que Nietzsche vuelve una y otra vez a los autores franceses a lo largo de su obra, condenando y admirando, y gasta muchas páginas en imprecaciones en contra de su país natal.
En este sentido, esa falsa biografía que es Una vida divina se enlaza con una importante tradición francesa de la recepción del autor de Ecce Homo . Dos clásicos: el libro que le dedicó Bataille, escrito en el último período de la ocupación nazi en Francia, y el publicado por Deleuze en 1967. El primero, llamado simplemente Nietzsche , parece un verdadero precursor de la versión postmoderna que ofrece Sollers. Bataille también busca una suerte de asociación, de comunidad con el autor alemán, y sus experiencias están mezcladas con múltiples citas de su obra. Sin embargo, Bataille entiende que a sus doctrinas “no se las puede seguir, sitúan ante nosotros luminosidades imprecisas, a menudo deslumbradoras: ningún camino lleva en la dirección indicada.” La idea de una doctrina no es en vano; para hacer su famosa inversión total de los valores, Nietzsche no podía dejar de ser un profeta, como el que construyó en Zaratustra. No valía desarmar la moral y la idea de la verdad metafísica utilizando simplemente la razón. Había que profetizar. Y sin embargo, jamás hubiera podido ser una doctrina de una fe, por supuesto. De ahí que, como dice Bataille, no sea seguible, no nos resuelva, no nos lleve a ningún lado.
Por el contrario, en Nietzsche y la filosofía , Deleuze emprende la tarea de encuadrar esos libros indómitos en la tradición filosófica y extraer con cuidado, y otro poco de propio interés, las teorías no formalizadas en el autor alemán. Se convertirá entonces en el perfeccionador de la voluntad de poder y del eterno retorno. Será comparado con Kant. Y, ante todo, será convertido en el férreo enemigo de la dialéctica, el crítico oculto de Hegel. Según Deleuze, en el sí dionisíaco del mundo “lo negativo es enteramente expulsado de la constelación del ser.” De ahí que Nietzsche distinga entre el resentimiento, que es una pura fuerza reactiva de los débiles en la negación, y la agresividad (crítica), que es el modo activo del poder de afirmar. Por eso los telquelianos decían, en una traducción algo modalizada del fragmento 56 de Más allá del bien y del mal : quiero al mundo tal cual es. En tanto vida y en tanto voluntad de poder. Con Céline antisemita, con Sade en sus extremos y en su prisión.
Por momentos confundido con el narrador (aunque este narrador Sollers tenga dos mujeres, un dinero que alcanza, cenas de jet-set y sesiones de sexo filosófico), rodeado de numerosas citas propias y de muchos otros autores, Nietzsche aparece en Una vida divina en un virtuoso retrato (y en una excelente traducción de Ariel Dilon). Y sin embargo al final, después de todas las posibilidades retratadas por Sollers, como en una escena del eterno retorno, Nietzsche termina como en verdad terminó: muriendo loco, cuidado por las dos erinias de su hermana y de su madre, paralizado, con sífilis avanzada. Se puede decir, muere alemán.
Y en más de un sentido nunca había dejado de serlo: por su amor a las ciudades italianas, por su pasión filosófica, y por su perfecta soledad.