Mucho es lo que se ha escrito acerca de las exigencias y requerimientos impuestos por su trabajo al analista, los problemas que lo acosan en relación con la transferencia, y los especiales peligros a los que está expuesto, tales como el incremento de los sentimientos de omnipotencia, y el descenso de los patrones superyoicos, entre otros.
Es cierto que existe un acuerdo acerca de la necesidad de un análisis tan completo como fuese posible para el aspirante a analista, pero este reconocimiento, ¿nos lleva suficientemente lejos? (o: pero, ¿hasta dónde nos lleva este reconocimiento?) Se presume que el analista es alguien que puede reconocer y manejar satisfactoriamente las influencias de su propio inconsciente, alguien capaz de dominar su propia psique a través de su análisis. En los hechos sabemos que esto es más que nada una imagen ilusoria, una quimera, salvo en los casos de naturalezas excepcionales. Sabemos que la situación analítica puede ser usada por el analista, como lo es para el paciente, para la gratificación de deseos inconscientes, especialmente los relativos a las fases pregenitales y genitales infantiles (desde que estas últimas a menudo no son tratadas sino parcialmente en el análisis del propio analista). O puede ser convertido en lo que Edward Glover llama viewing process (proceso que se da a través del ver) que gratifica así el deseo infantil de mirar a los objetos sexuales prohibidos. O puede el analista sucumbir a la tentación de convertirse en el que consuela y salva para mencionar sólo unos pocos de los usos hacia los cuales puede ser desviado el análisis. Sin embargo, tales gratificaciones deben ser negadas si se quiere evitar que el análisis fracase y además la situación se hace más difícil debido al agudo contraste entre los participantes en ella.
Renunciar a perpetuidad a las gratificaciones del niño amado y omnipotente, del reverenciado padre omnisciente, del exhibicionismo, del sadismo, del masoquismo no es algo fácil de lograr; tampoco lo es el entregarse a una incertidumbre intelectual, el quedar en posición de suspender los juicios, el abandonar el deseo de aportar soluciones rápidas. Más difícil aún, tal vez, es el abandono de los patrones superyoicos en favor de una perspectiva más libre y de un más pleno desarrollo yoico, mientras que el paciente puede decirse que se da el lujo de todos estos privilegios.
Desde que no puede existir nunca la persona “completamente analizada”, desde que el Ello y su poderosa fuerza nunca puede ser totalmente analizada, desde que (según Freud nos ha mostrado) el inconsciente no puede tolerar más que un cierto grado de privación sin compensación parece que estamos postulando una situación ficticia a menos que tal compensación se diese en algún futuro.
Tres privaciones, tan inevitables como onerosas pueden servir de ilustración, a saber: la inhibición del placer narcisístico, especialmente en el nivel pregenital (emociones-sentimientos de impaciencia, resentimiento, retaliación); la inhibición de la certidumbre dogmática en la esfera intelectual; y la modificación del yo, siendo esta última la que involucra la mayor privación de todas. Para resumir, el analista se halla bajo lo necesidad de traducir e interpretar el material del paciente sin reaccionar a él emocionalmente. Pero aquí nos enfrentamos con dos dificultades: si fracasase en esta tarea entonces anularía el análisis; por otra parte, sólo a través de su propia actividad emocional puede (alcanzar) lograr una correcta interpretación y traducción de tal material. La obra ―práctica y teórica― de los grandes exponentes del psicoanálisis sirven para ilustrarnos a este respecto.
Permitir nuestra propia respuesta emocional a nuestro propio material es algo muy diferente de la reacción a las emociones del paciente, siendo lo primero tan esencial al trabajo analítico como el segundo le es destructivo.
En El Paraíso Perdido Milton hace destilar del espíritu de Dios tres gotas de esencia divina en los ojos del proscripto Adán, con lo cual “penetra con sus ojos hasta el centro y corazón del ver”, lo que sugiere un paralelo con la emoción que puede liberar el poder de la visión interpretativa. Pero, ¿cómo se puede llegar a esto?
El estado de ceguera, de no-visión, corresponde al material incorporado que está “muerto” hasta que la emoción da su hálito de vida a los huesos secos; es después de esto que “vemos”, como vio Adán. El proceso esencial se nos presenta como una forma de introyección y proyección dirigidas hacia el material aportado por el paciente, una situación que puede equipararse a la relación del artista con el mundo exterior sobre el cual trabaja. Este interdío es el camino del artista (junto al cual podemos incluir al verdadero hombre de ciencia), y sin él la “compensación” antes mencionada parece inalcanzable, imposible de alcanzar. En un trabajo llamado La naturaleza de la acción terapéutica del Psicoanálisis, Vol. XV, p. 127, Strachey trata la cuestión de la interpretación y en especial el tipo de interpretación que él denomina “interpretación mutativa”, sobre la cual escribe: “La interpretación mutativa es el factor operativo esencial en la acción terapéutica del psicoanálisis”. Aquí, creo, Strachey trata el problema al que me he referido. Entiendo que tal “interpretación mutativa” es el producto del insight del analista, el cual surge del libre contacto con sus propias emociones. Esto, según sugiero otorga al analista la posibilidad de visión, y permite al paciente que está en contacto con él, volverse más libre en su propia vida emocional, y por ende cambiar. Sabemos que tal interpretación ―cuándo, cómo, y hasta qué grado será dada― es uno de los problemas vitales para el analista como para el paciente, y pone a prueba las relaciones del analista con sus propios impulsos inconscientes. Una cosa es cierta: tal interpretación del analista, si se aproxima al punto apropiado y se dirige con exactitud a su meta, puede ser de la mayor influencia dinámica sobre el inconsciente del paciente, provocando por un lado un flujo de energía hacia un funcionamiento sano y por otro, una resistencia agresiva autoprotectora.
Precisamente evoca la activa y agresiva energía del Ello, igualmente este puede ser el momento que evoque la energía del Ello del analista dirigida hacia el material (del paciente) que es ahora una parte de sí mismo, y así liberar nuevas y más ricas fantasías acompañadas por una placentera sensación de movimiento, acción, actividad (movement). Como resultado debe haber una actitud mucho más favorable por parte del analista, con una disminución de su hostilidad inconsciente.
¿Qué puede entonces ocurrir para prevenir la hostilidad inconsciente y la venganza por estas privaciones de las que he hablado? ¿Pueden éstas ser convertidas en positivos beneficios? El Dr. Sachs se ha referido a un aspecto del trabajo del analista que lo ubica en la posición del artista creativo, a saber, su participación en una multitud de obras. A pocos de nosotros, ciertamente nos estaría garantizada esta entrée (?) fuera del proceso analítico, salvo que pudiéramos obtenerla por medio de alguna forma de la creación artística (música, etc.), es en la dirección de esta “participación” que debemos buscar nuestra compensación.
Pero tenemos que tener la seguridad de que este “participar” es un verdadero proceso de participación y de creación. Si nuestra participación es la de un espectador más o menos pasivo, y siendo que nuestro placer está ampliamente basado en la gratificación de la curiosidad infantil y de los deseos de identificación el placer así obtenido no necesariamente probará una verdadera fuerza dinámica; es más, la gratificación puede fácilmente enmascarar hostilidad, más probable de emerger cuando estamos siendo espectadores de seres humanos vivientes. “¡Ah! qué cosa amarga es mirar por la ventana la satisfacción de otro ser humano”, como escribió uno de nuestros poetas.
Si ese “siendo espectadores” pudiese devenir “viviendo de” la experiencia de la que somos partícipes, las inhibiciones mencionadas pueden convertirse en positivas: el placer de participar de una vida sana (renovada) a cambio de la abandonada gratificación narcisista; impulsos yoicos menos trabados en lugar de los modificados patrones superyoicos, y una legítima curiosidad más osada en lugar de la inhibición de certidumbre-certeza dogmática. El resultado de tales intercambios permitirá el desarrollo del analista en dos direcciones: puede usar mucho más (y más libremente) su mente consciente, y puede traer a la luz un mayor sector de su inconsciente.
Lo que he llamado “vivir de” (en lugar de “ser espectador de”) puede aclararse si pensamos en la descripción del poeta Wordsworth del esencial proceso de la creación poética. El dijo: debe ser “emoción recordada” (esto es re-experienciada) en tranquilidad. Y también, pensemos en el consejo de Hamlet a la troupe de actores: “No sean demasiado mansos (sumisos, dóciles)… en el mismo torrente, tempestad y remolino de la pasión deben adquirir y producir templanza, sobriedad”. De tal modo podemos lograr la situación deseada, esto es, habilidad para traducir el material del paciente, adaptabilidad a sus requerimientos inconscientes pero sin sumergirse, hundirse en ellos. Wordsworth y Hamlet demandan emoción y pasión, el trabajo psicoanalítico también, pero sujetas a un “manejo” analítico que es, pienso, el paralelo de su “tranquilidad” y “templanza-sobriedad”. Ejemplos que ilustran esta “emoción en tranquilidad” nos son conocidos a todos, y yo elegiría la propia técnica de Freud como el principal de entre estos ejemplos. En la misma exposición de esta técnica encontramos en su estilo (esto es, en el vehículo y expresión de su psique) profunda emoción y la máxima libertad para usar esa emoción: su actitud hacia su material, expresada a través de palabras e ideas, puede casi ser llamada “gozosa” y uno es conmovido al leer su obra por la identidad en este respecto con la actitud que transforma una situación negativa (el resultado de un abismo entre el material incorporado y su propio flujo emocional) en otra positiva, y gratifica una elevadamente sublimada sensación de poder. Con respecto al estilo de Freud, tanto seguidores como enemigos sienten sus extraordinarios efectos iluminadores (y en libertad?) con certeza análogos a aquellos que alcanza todo gran artista. Un Miguel Ángel, un Shakespeare, un Goethe. Sus escritos parecen estar en un libre contacto con sus propias fantasías, influidos por la pasión que Hamlet demandaba de sus actores, y sin embargo bajo el control de la “templanza” y la “tranquilidad”.
En diferente forma y grado encontramos esta misma condición en otros autores del psicoanálisis (como Ferenczi y Glover, para mencionar a dos que ya no se encuentran entre nosotros). La libertad para la fantasía, pese a lo poco que concordamos con sus ideas básicas, ciertamente dio riqueza y fuerza a los escritos de Groddeck y yo agregaría efectividad a su trato con seres humanos.
La evidente complacencia (surgida de la satisfacción emocional) la que los autores mencionados obtienen de su propia libertad, produce un impacto en todos los que entran en contacto con ellos, y eso es lo que quiero significar al hablar de la reacción sobre el paciente de la real participación del analista en las experiencias que le son presentadas. Debemos descubrir por lo tanto, qué es lo que en realidad involucra este “participar-en”.
La capacidad por una parte, de tomar un material externo, moldearlo y recrearlo, y de tal modo crear nuevas combinaciones (cualidad esencial del artista en cualquier esfera) y, por otra, el poder de comunicar nuevamente un material que ha pasado por nosotros, y se ha combinado por presión con nuestra propia experiencia individual, deben estar basados en la vida impulsiva oral y anal, como se ha señalado en múltiples investigaciones sobre la actividad creativa. La producción y asimilación de este material halla su equivalente más próximo en el proceso de ingesta y recombinación de los distintos alimentos, con la correspondiente actividad placentera que acompaña al proceso.
Por ende, si el analista puede comer su propia comida “lado a lado” con la del paciente, tiene acceso a un libre placer (en su forma sublimada, y esto es lo que llamo “revivir de su propia secuencia interior”). Tal como una comida compartida por dos personas es algo totalmente diferente de dos comidas individuales, así también una nueva creación se desenvuelve a partir de este vivir compartido, lo que resulta en un mayor desarrollo del paciente. Me acuerdo aquí de un paciente mío, novelista y poeta de cierta excelencia que solía decir cuando era capaz de expresar libremente sus fantasías: “me siento como si estuviese comiendo una comida deliciosa; me siento rico y satisfecho interiormente”.
El aspecto sublimado de estos procesos debe ser un tema importante para nosotros, pues se refiere a la cuestión las sublimaciones del analista de la que tanto se habla. Este problema parece estar siempre con nosotros. ¿Hasta dónde tenemos “verdadera” sublimación y si es “verdadera” qué alcance puede lograr? Es por esto que he desarrollado la cuestión de la compensación: parecería que muy a menudo estamos afirmando un grado de sublimación que no puede alcanzarse, y que podemos aún estar demandando una “sublimación” que es sólo una mascarada, en cuanto regula el contacto con la libre fantasía.
Cuando Freud relata sus casos, a menudo da señales de “vivir de (con)” el material presentado. Por ejemplo, al tratar una fase de su caso Elizabeth Von R. y su ceguera ante el significado de ciertos síntomas muy obvios, relata cómo después él recordó su propia notable ceguera en una determinada situación, revelando una peculiar discrepancia entre su conocimiento inconsciente y su observación consciente, y continúa explicando y dando una interpretación más detallada de sus propias condiciones psíquicas en ese tiempo.
Es muy claro que el ampliado contacto de Freud con su material inconsciente le dio mucha mayor libertad: de hecho, escribe que sintió entonces el sentimiento triunfante de estar en posesión del deseado conocimiento para tratar con el inconsciente de su paciente, haciendo éste gran avance en la sesión siguiente. Esto (sólo un ejemplo de los innumerables que pueden encontrarse en las exposiciones de casos de Freud) me sirve como ejemplo del revivir del analista de su propia secuencia interior junto con el re-vivir de su paciente, un proceso en el que concurren efectos dinámicos sobre ambos. Sabemos que Freud y muchos otros autores han enfatizado su importancia. Y aquí nos encontramos con lo que es, probablemente, una situación humana fundamental ―la necesidad y el efecto dinámico de esta primitiva relación― que Edward Glover ha descripto como el bebé en el paciente haciendo rapport con el bebé en el analista con el resultado de que el paciente-bebé se siente liberado de mucha de su ansiedad, siente que así como el superior (el analista) ha estado en la posición peligrosa y dolorosa logrando emerger de ella, él puede hacer lo mismo. Tal rapport debe ser un factor en todo análisis, puesto que sin él no podría haber ninguna sensación de movimiento, y el análisis dejaría de ser un proceso viviente para convertirse en “castrante” tanto para el analista como para el paciente.
Una de las ventajas de la terapia “activa” (según la posterior interpretación de Ferenczi de esta frase) puede residir en la producción de una mayor sensación de (movilidad?) movimiento; aunque cuando la energía dinámica no puede operar es probablemente más una cuestión de predisposición inconsciente que de técnica. No obstante, la habilidad de “forzar” la producción de fantasía en el paciente y de tolerar una gran “actividad” en él ―siempre que no sea una pantalla para evadirse del sadismo más profundo del paciente y de las propios acciones del analista ante esto― puede ser una expresión de libertad para los impulsos instintivos de este último, que conduzca a una más positiva síntesis yoica con el paciente.
No es un caso de reaccionar a las fantasías del paciente, sino más bien una forma de un fiesta de amor co-operativa, y sabemos que aquellos que comen juntos, y de tal modo devienen hermanos de sangre, pueden satisfacer legítimas demandas en el nivel oral inconsciente, y en un nivel consciente de sexualidad sublimada. Tomar el material introyectado y poner en él ley, orden y unidad, es el método por medio del cual se satisfacen urgencias inconscientes: proyectarlo a la vez en nuevas formas gratifica deseos sublimados. Este es el trabajo del artista y del hombre de ciencia, y así debe ser el trabajo del analista. Podemos ―como nos decía…― no tomar el rol del profeta, salvador, o del que consuela al paciente, pero no podemos ―no debemos― convertirnos en los enamorados del material proyectado por el paciente y hacerlo nuestro introyectado “objeto bueno”.
Es este amor el que va a permitir el proceso que yo he llamado “participar-en”, si es suficientemente fuerte como para permitir la liberación de las fantasías placenteras del analista. Y aquí podemos conseguir cierta ayuda del análisis de niños. El analista de niños puede mostrarnos el modo en el cual más y más profundamente el analista puede liberar su vida de fantasía, al punto de que termine habiendo una corriente más libre entre él y su paciente. Porque el analista de niños debe ―por fuerza― estar profunda e instintivamente en contacto con la vida de la fantasía del niño si es que quiere lograr algún éxito: no puede renegar de la fantasía tras de la pantalla de las palabras, de la manera en que el analista de adultos puede hacerlo.
No tengo tiempo de extenderme sobre las breves indicaciones que he dado aquí. Tal vez el mejor resumen del peligro del analista que intenta mantener la ficción, de su inmunidad frente a la emoción en el proceso analítico, puede encontrarse en las palabras usadas por Freud para referirse a la tragedia de Leonardo: “El artista había tomado los servicios del investigador para que los asistiese y ahora el sirviente era más fuerte y suprimía a su amo... ni amó ni odió… investigó en vez de haber amado”. Es ese contraste de tal situación que el precursor de Freud, en la persona de Hamlet, declaraba: “Tu parecerías conocer mis pasos y arrancar (tocar) el corazón (fondo) de mi misterio: me harías vibrar desde mi nota más baja hasta el máximo de que fuese capaz, y hay un excelente desempeño en este pequeño órgano: sin embargo no podrías tú hacerlo hablar”.
El exitoso logro del analista (tanto para sí mismo como para el paciente) puede ser mejor descrito si nos dirigimos otra vez hacia Freud y su imagen del artista. El artista, nos dice, (nosotros deberíamos aquí sustituir artista por analista) en contacto con el mundo exterior (que deberíamos sustituir por “paciente”) obtiene su material, lo moldea e ilumina por fusión con su propio inconsciente, y lo presenta otra vez así re-formado, en formas aceptables a las demandas de la realidad y al inconsciente del mundo (el paciente). A través de tal revelación obtiene un medio de liberación, tanto para sus semejantes como para sí mismo.