jueves, 29 de enero de 2009

JACQUES LACAN. "Conclusiones en las Jornadas del 8 y 9 de noviembre de 1975", en Maison de la Chimie, Paris.


(Publicado en Lettres de l'École Freudienne Nº 24, agosto de 1978).

He oído hablar —desgraciadamente no pude asistir a las jornadas— de lo que se ha planteado aquí sobre la función de los cartels. Si los informes que he recibido son ciertos, todo ha girado alrededor de este más uno que yo había formulado, y que, si fui bien informado, la cuestión era saber si el más uno estaba encarnado en alguien. Alrededor de esto ha girado la pregunta planteada sobre la función de los cartels.
En lo que he escrito nada indica que el más uno esté encarnado. Tal vez es un más uno que se desprende, que funciona efectivamente en todo grupo, porque, finalmente un grupo es algo que está siempre compuesto de cierto número de individuos. Hay un número finito, y la pregunta de saber si a un número finito no se le agrega siempre Uno es una pregunta que me parece que vale la pena plantear.
Es evidentemente una pregunta diferente de la que mencioné con respecto a la institución del pase. Pero también es cierto que, en el pase, me esforcé porque hubiera más de dos, quiero decir, que hubiera dos pasantes. Pero no fue para generar uno de-más, porque aquel que se propone para el pase está en otra posición como sujeto. Ni siquiera es un sujeto. Se ofrece a ese estado de objeto que es al que lo destina la posición del analista. De modo que si uno saca lo mejor de él de alguna manera, no es en absoluto una recompensa, se necesita de él; se necesita de él para sustentar la posición analítica.
No es un título que surge del pase, es todo lo contrario. Y me sorprende que no se haya visto lo que, sin embargo, puedo demostrar acá: que ha sido preciso —ya que se ha mencionado su nombre— que me tire a los pies de alguien que justamente no quiero volver a nombrar, alguien de quien ya hemos hablado demasiado; fue preciso que me tirara a sus pies para lograr que aceptara ser analista de la Escuela.
Esto es lo que hay. Daré ocasión al auditorio, si alguien lo desea, para que se me haga una pregunta. Ya no insistiré sobre la distinción radical entre el más uno, por una parte, cuando se trata del trabajo de grupo, que es un trabajo de enseñanza, y, por la otra, el hecho de que le rogamos, a aquel que en el pase nos pareció que respondía, que se autorizara dignamente en esta posición de analista, a quien le exigimos que fuera esa clase de analista al cual podemos consultar.
Pero sí hay algo a lo que asistí: a la eminente comunicación que hizo el señor. Gaillard. (1) Trataba de la Verleugnung y de la perversión. En esta oportunidad, me di cuenta de que el término "denegación" que, por desgracia, sancioné yo mismo, no era el apropiado. En verdad, yo lo sancioné pero no fui yo quien lo enunció. Creo que el término "desmentido" es más apropiado.
¿De dónde podemos recibir el desmentido? Podemos recibirlo de lo real, que es en lo que realmente está interesada la verdad, porque la verdad, ya lo he dicho, sólo puede decirse a medias, pero no puede referirse más que a lo real. De eso se trata.
La relación de este desmentido con lo real es cierta. Por eso me parece que eso en torno a lo cual gira el enunciador tiene visos inapropiados. Es verdad, la perversión existe, pero —cosa extraña— no sabemos cómo. Sólo sabemos que el neurótico aspira a encontrar en ella su satisfacción y que no tiene éxito en este empeño.
¿Habría que decir que la perversión es del orden de lo imaginario? Por supuesto que no, puesto que, como también dije hace poco, llegado el caso, la perversión se encarna. Lo hace a menudo. Tal vez es así como participa de alguna transgresión. Pero al mismo tiempo participa de cierto espejismo, porque también es, como dije, a lo que aspira el neurótico. Lo que espera alcanzar es lo que tiene de inaudito. Así es como vemos que la virtud de la esperanza no tiene esperanzas.
Martin creyó que debía volver con alguna insistencia sobre esta famosa psicopatía que parece haber conmovido a las almas. Entiendo muy bien por qué. Sin embargo, hay algo que quisiera decirles: que me parece que no es inoportuno querer hablar de ello, pues, en suma, desde luego bajo otro nombre, bajo el nombre de lo que ustedes me han visto anunciar ni más ni menos este año bajo el título de sínthoma, antigua ortografía, ortografía anterior al siglo XV, ortografía incunable —entiendo con eso que sólo está asentada en los primeros volúmenes impresos— espero poder exponerles que el sínthoma es sufrir por tener un alma. Se trata de la psicopatía, para hablar con propiedad, en el sentido en que un alma es lo más jorobado que hay. El agobio en el que viven casi todos los hombres de nuestro tiempo resulta del hecho de tener un alma cuya propiedad esencial es la de ser síntoma. Y si uno ha dado vueltas alrededor de la psicopatía y de la psicosis, es porque lo imaginario, lo simbólico y lo real, aunque estén anudados, no se bastan a sí mismos. No habría sino este complemento —así lo destaco—, este complemento de lo simbólico, esta manera de anudarse con dos redondeles de hilo que no son suficientes, sin embargo, para hacer de ellos uno. A pesar de todo, es en lo simbólico donde se engancha todo lo que se refiere al síntoma, y sobre esta consistencia propia del síntoma, intento —es lo que intentaré, empleo los términos en el presente porque, es verdad, es lo que empiezo a interrogar—, intentaré este año hacer mi demostración. Freud sentía que era en el arte, en el artificio, donde debía encontrar el soporte de su teoría. Lo sentía, pero no hizo más que sentirlo, pues cada vez que se acercaba a una obra de arte, estaba incapacitado para someter la obra misma o a su autor a un psicoanálisis. Además, la ambigüedad de la obra y su autor es del todo palpable. ¿Qué manda en el arte? ¿Se trata de la obra o del autor? Esto es lo que intentaremos averiguar este año.
Por lo que fuere, les aviso que en los dos números recientemente publicados de Ornicar? hay algo que se aproxima a este más-Uno, a partir de lo imaginario, de lo simbólico y de lo real, y hacia lo que se apunta expresamente en el texto es a lo simbólico.
Desgraciadamente, ocurre que, lo digo porque es una advertencia para los que seguramente, después de que haya hablado, van a remitirse a esos números, ocurre que al dibujar el redondel de hilo Nº 4, me equivoqué en la parte interior, digamos que hice mal la figura, y podrán ver bien, además, cuál es la figura en la que la pifié, y una persona en ese momento, que no era otro que André Rondepierre, muy acertadamente me lo hizo ver; yo improvisaba; naturalmente, hacía tiempo que había notado el asunto; cuando lo volví a hacer, hubo dos figuras que resultaron erradas.
Todo esto es para decirles que si nos hemos preguntado acerca de la diferencia entre la psicopatía y la psicosis, como se dice, tengo el apoyo de mis redondeles de hilo para responder a ello.
En la psicosis, no hay sino tres, conforme a lo que Freud había previsto del todo; la teoría del análisis que hice se realizó a la manera de lo que se ha dado en llamar, por parte de Zlatine, el conocimiento paranoico. Freud dijo, además, que no hay que retroceder. Yo tampoco he retrocedido. El soporte de lo imaginario, de lo simbólico y de lo real, el nudo borromeo entre ellos, para decirlo todo, es algo que no abordamos más que por el hecho de que existe el conocimiento paranoico. Mi teoría del funcionamiento del discurso analítico, como cabe esperarse, es de este orden, y por esta razón tengo necesidad ahora de darle al síntoma su propia consistencia, y pongo las cartas boca arriba; es por mediación del síntoma como podemos decir qué hay realmente; ser hombre es ya situarse enteramente en el síntoma; por supuesto, es algo que no puede anticiparse sino después de que se haya desprendido, por turnos, la función de lo imaginario, de lo simbólico y de aquello por lo que accedemos a lo real.
Así es. Después de lo cual, a continuación de estas menudas consideraciones que les ofrezco como un comienzo, quisiera, sin embargo, expresar cuál es mi aspiración luego de estas Jornadas. Para decirles la verdad, me he roto los pies, lo que, bien mirado, se debe a que no tengo pies de barro, contrariamente al famoso coloso, ¡tengo pies que pueden romperse! (2)
Al fin y al cabo, sin embargo, quisiera hacerles una pequeña invocación. Ya lo dije hace poco: soy neurótico como todo el mundo, y, por consiguiente, no hay razón para que espere a lo que aspiro. ¿Habría alguien que quisiera hacerse cargo de inaugurar la próxima escisión? ¡Cómo me aliviaría eso! Me permitiría, vaya, ante algo real, esperar que como resultado me rompiera menos los pies. ¿Quién quiere hacer un quinto grupo? ¡Ustedes saben con qué superabundancia de alivio, con qué verdadera y bulliciosa alegría recibí la fundación del cuarto! ¡Por qué no un más uno!



NOTAS
(1) No encontraremos aquí ningún indicio de esta comunicación. J.-P. Gaillard nos pidió expresamente que ésta no fuera ni transcrita ni publicada.
(2) Este párrafo ha sido traducido casi literalmente, pero téngase en cuenta que casser les pieds ("romper los pies") quiere decir "fastidiar a alguien" y se casser les pieds ("romperse los pies"), "aburrirse como una ostra". T.