miércoles, 27 de mayo de 2009

Maria Pierrakos. "La tapeuse de Lacan" (L'Harmattan, Paris)

Ella no habla, tampoco escribe, pero ¡ella tipea! En la dedicatoria a sus amigos, quienes la han sostenido con su aliento, Maria Pierrakos califica su empresa de quijotesca. En su libro “La estenotipista de Lacan”, ella no carga contra los molinos de viento, sino contra quien fuera un prodigioso molino de palabras: el mismo Jacques Lacan. La crítica de aquel a quien apodó “el Salvador Dalí del psicoanálisis” es un ejercicio difícil. La gran complejidad de su pensamiento, y sobre todo de su lenguaje, requiere de una inversión intelectual que pocos están listos a prestar, sobre todo si ellos se nutren ya de prevenciones ante un hombre cuya actividad creadora parece haber acrecentado más el número de seminarios que el de los conocimientos verificables... “La estenotipista de Lacan” es un testimonio escrito con talento, al mismo tiempo que una reflexión accesible acerca del ejercicio del psicoanálisis y sus dificultades... La Sra. Pierrakos reconoce que existen psicoanalistas lacanianos de buena práctica y de buena compañía, pero ella les encuentra que, desde su punto de vista, las características del maestro (sinrazón, arrogancia, no-respeto, empresa) exponen sus muchos excesos. Por otra parte, el entusiasmo que un discurso tal pudo suscitar plantea una pregunta problemática: ¿cómo estos brillantes representantes de una generación en plena rebelión contra la autoridad pudieron llegar a adorar, justamente, a dos figuras de autoridad como Jacques Lacan y el presidente Mao? Y algunos de sus discípulos, y no los menores, quedaron fascinados simultáneamente por esos dos faros del pensamiento. ¿Y por qué ese título, “La estenotipista de Lacan” La autora se explica: durante sus doce años de tarea semanal a los pies del maestro, él no le dirigió una sola vez la palabra. Pero, un día, prevenido de que ella debía retirarse de su puesto antes de la hora habitual, anunció al auditorio: “Hoy terminaremos más temprano, porque la estenotipista debe partir...”.

François Lelord
Le Figaro