domingo, 31 de julio de 2011
sábado, 30 de julio de 2011
Editorial post-vacaciones
domingo, 17 de julio de 2011
sábado, 16 de julio de 2011
Juan Carlos Volnovich. "Los jóvenes y sus golosinas digitales" (Página 12/Psicología, 14/7/11
Es muy probable que el operativo de instalar en el imaginario social la figura de adolescentes aislados, semiautistas, encapsulados, no sea una acción tan neutra ni tan inocente como pudiera creerse. Esos jóvenes, “nuestros jóvenes”, esos a quienes les espera una temporalidad sin futuro y una desafiliación marcada por la exclusión del trabajo y la falta de inscripción en formas estables de sociabilidad, tienen muy mala prensa y son objeto de una verdadera campaña difamatoria por parte de los medios de comunicación de masas a la que contribuyen muchas veces los “expertos”, cuando registran como conductas desviantes lo que en realidad son producciones novedosas.
Tal vez es un exceso referirnos a quienes transitan la adolescencia como una totalidad; antes bien, deberíamos reconocer la existencia de múltiples universos simbólicos. Tal vez no podamos aludir a una adolescencia cuya ética y estética su-bordine a las demás, pero eso no tiene por qué autorizarnos a hacer caso omiso de una cultura dominante, aunque esa cultura sea la de la parcialidad y la fragmentación.
Porque el caso es que nos ha tocado vivir un período trascendente en la historia de la humanidad: las innovaciones tecnológicas están impactando en la familia, en el sistema educativo, en la vida misma, como nunca antes había sucedido. O, al menos, como desde la invención de la imprenta, desde Gutenberg, no había sucedido. Y la cuestión no se clausura ahí. Quiero decir: antes que asistir a la incorporación de novedades tecnológicas, estamos atravesando significativos cambios culturales. Hemos pasado de una cultura letrada –libro, papel y lápiz– a una cultura de la imagen que, a su vez, rápidamente, le dejó lugar a la cibercultura (Alejandro Piscitelli, Nativos digitales: dieta cognitiva, inteligencia colectiva y arquitectura de participación, ed. Aula XXI). Entonces, se trata de la cibercultura y de los sujetos que la protagonizan. Nosotros, los “inmigrantes digitales”, “expertos” en adolescentes, aún no hemos desarrollado los instrumentos teóricos ni las herramientas epistemológicas con las que podamos teorizar acerca de los procesos y las operaciones lógicas desplegadas por los “nativos digitales”.
Hoy en día, los adolescentes se definen más como usuarios y como autores que como aprendices. Se caracterizan por las operaciones que pueden llegar a hacer con el flujo de información que reciben, más bien que por el sentido que les encuentran a los textos que se les ofrecen. Transformados en autores, las pibas y los pibes no interpretan textos, no leen ni descifran, no incorporan algo que en el futuro puede llegar a servirles; sólo operan, generan estrategias operativas –muchas veces extremadamente barrocas y complejas– para que la marea de información se les vuelva habitable.
Con el éxito editorial de Harry Potter, ante la avalancha de bestsellers para niños, con la familiaridad del chat y de los mensajes de texto por los celulares, con la popularidad de Facebook o de Twitter, quienes pensaban que la lectoescritura estaba agotada y había cumplido su ciclo en la historia de la humanidad volvieron a respirar. Claro que el nuevo género literario de mensajes usados por los pibes rápidamente transformó los suspiros de alivio en gritos espantados ante la perversión de la lengua pero aun así, es inevitable aceptar que, al menos, leen y producen textos. Escriben y... leen. Pasan el día, y muchas veces las noches, leyendo y escribiendo.
Pero la lectura de los usuariosautores nada tiene que ver con la lectura de los alumnos. En los alumnos, la lectura tiene una ventaja jerárquica por sobre otros estímulos informacionales. En los alumnos la lectura deja marcas que perduran y que reaparecen, investidas, resignificadas o expulsadas a lo largo de la vida del sujeto. En cambio, para los usuarios, leer es una acción destinada a producir imágenes. Es apenas un medio para un fin, una más entre las múltiples operaciones de recepción del hipertexto que junto a las películas, los sitios de Internet, los afiches, los juegos de cartas, los disfraces, contribuyen a la producción de imágenes propias que son usadas para competir con la abrumación de imágenes aceleradas, estímulos publicitarios que los bombardean y amenazan saturarlos.
Así, las pibas y los pibes de la cibercultura transitan como esquiadores sobre el agua. Se desplazan a toda velocidad, intentando, con las imágenes propias que –no sólo pero también– les brinda la lectura, reducir la aceleración. Si se detienen, colapsan agobiados: el aburrimiento se apodera de ellos.
Porque los “nativos digitales” aman la velocidad cuando de lidiar con la información se trata. Les encanta hacer varias cosas al mismo tiempo, casi todos ellos son multitasking y en muchos casos multimedia. Viven hiperconectados. Pueden oír la radio al tiempo que estudian en un libro la lección de historia con la tele prendida, jugando a la play, hablando por el celular, chateando con medio mundo y comiendo pizza. Prefieren el universo gráfico al textual. Eligen el acceso aleatorio e hipertextual en lugar de la narrativa lineal. Funcionan mejor cuando operan en red, y lo que más aprecian es la gratificación constante y las recompensas permanentes que, por lo general, los incitan a desafíos de creciente complejidad.
Pero, por sobre todo, prefieren jugar antes que estudiar. Su alimento verdadero son las golosinas digitales y no los alimentos convencionales. Pueden hackear la computadora más sofisticada por la noche y, por la mañana, reprobar el examen más sencillo de matemáticas.
En un estudio riguroso, Kurt Squire y Henry Jenkins (Harnessing the power of games in education, enhttp://website.education.wisc.edu/kdsquire/manuscripts/insight.pdf04/07/011) encuestaron a 650 alumnos del MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts) y encontraron que el 88 por ciento de ellos habían jugado a los videogames antes de los 10 años, y más de 75 por ciento lo seguía haciendo. Entre no-sotros, el campeón nacional de Counter Strike –hasta hace poco uno de los juegos más populares– es uno de los mejores alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires. Estos datos contradicen las tesis vulgares que buscan una incompatibilidad entre el desarrollo de la inteligencia, la incorporación de conocimientos y los videojuegos.
La cuestión de los videojuegos tiene poco que ver con discusiones acerca de la corrupción cultural o de la adicción electrónica; más bien concierne a un profundo cuestionamiento político de la concepción tradicional y actual de qué es aprender y de cómo se aprende, y de qué tipo de ciudadano formar, para qué tipo de mundo.
Entonces, la elección es clara: o los “inmigrantes digitales” nos decidimos a despojarnos de nuestros prejuicios o los “nativos digitales” nos dejarán a nosotros conectados en soledad. Porque lo que aquí está en juego es un cambio cultural. Ya no se trata de reformatear viejos hábitos de pensamiento y contenidos actualizándolos, traduciéndolos al código de las imágenes y del lenguaje multimedia, sino de algo más complejo y sutil: reconocer que forma y contenido están inextricablemente unidos y que, si bien el buen sentido y los talentos tradicionales no están en cuestión, lo que sí está en cuestión es que las operaciones lógicas no pueden plantearse en contraposición a la aceleración, al paralelismo, a la aleatoriedad y a la atribución diversificada del sentido.
El problema, entonces, no es la “soledad”. El problema reside en el Otro. Más aún: el problema reside en que la nuestra tiende a ser una cultura sin Otro. Al menos, sin un Otro simbólico ante quien el sujeto pueda dirigir una demanda, hacer una pregunta o presentar una queja. La nuestra tiende a ser una cultura colmada por Otros vacíos (DanyRobert Dufour, El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global, ed. Paidós, 2007). No hay un Otro en la cultura actual y todavía está por verse si el Mercado reúne las condiciones de dios único, capaz de postularse para ocupar el lugar vacante que el Otro tuvo en la modernidad. Más bien parecería que los nuevos tipos de dominación remiten a una “tiranía sin tirano” (Hannah Arendt, Du mensonge a la violence, ed. Calman Levy, París, 1972) donde triunfa el levantamiento de las prohibiciones para dar paso a la pura impetuosidad de los apetitos. El capitalismo ha descubierto –y está imponiendo– una manera barata y eficaz de asegurar su expansión. Ya no intenta controlar, someter, sujetar, reprimir, amenazar a los adolescentes para que obedezcan a las instituciones dominantes. Ahora simplemente destruye, disuelve las instituciones de modo tal que las pibas y los pibes quedan sueltos, caen blandos, precarios, móviles, livianos, bien dispuestos para ser arrastrados por la catarata del Mercado, por los flujos comerciales; listos para circular a toda prisa, para ser consumidos a toda prisa y, más aún, para ser descartados de prisa (Paul Virilio, La inseguridad del territorio, ed. Asunto Impreso, Buenos Aires, 2000). La cultura actual produce sujetos flotantes, libres de toda atadura simbólica: “colgados”.
Si la nuestra tiende a ser una cultura colmada por Otros vacíos, no es difícil aceptar que hay varias adolescencias, que no existe una adolescencia –o, al menos, que no existe una adolescencia hegemónica– y que todo se reduce a la singularidad de cada una y cada uno de los adolescentes.
Ocurre, sin embargo, que el vértigo, la velocidad con la que se instaló la cibercultura produjo cambios significativos en las subjetividades de lo que hasta ahora habíamos conocido como cultura “textual” o cultura “letrada”, y esos cambios no han sido acompañados con la misma agilidad por desarrollos ni de la pedagogía ni del psicoanálisis.
Se impone, entonces, una nueva manera de posicionarnos frente a quienes vienen a confrontarnos con nuestros fracasos y con el fracaso de una cultura que de la ciencia hizo virtud y, del progreso, gloria. Ellos son los “nativos digitales”. Aquellos a quienes Alessandro Baricco llamó los “bárbaros” (Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación, ed. Anagrama, Barcelona, 2006). Esos “nativos digitales”, esas pibas y esos pibes, desconfían de la información que queremos transmitirles; si son poco receptivos es porque sospechan que el saber, el sistema axiomático que les ofrecemos, no es ajeno a la catástrofe que les toca vivir.
Y lo que no les perdonamos es que, con su irreverencia, nos hagan saber que nuestra gloria de burgueses cultos y civilizados generó, permitió –o, al menos, no logró impedir– las peores calamidades que sufrió la humanidad (desde Auschwitz a Hiroshima; desde la ESMA al consenso que toleró la instalación del neoliberalismo entre nosotros, por mencionar sólo algunos); gloria de burgueses que produjo una generación sufrida, castigada y maltratada, a la que sólo le queda refugiarse allí: en la oscuridad de un ciber, en la precariedad de un estigma –un tatuaje, un piercing, una cicatriz–, precariedad de un estigma elevado a emblema.
Así, en contraste con los jóvenes de generaciones anteriores, la actual es la primera generación que, para lograr su independencia, cuenta con la dependencia de las nuevas tecnologías. El holandés Jeroen Boschma (Generación Einstein, ed. Melusina) e Inez Groen han propuesto la categoría de “generación Einstein” para aludir a quienes nacieron a partir de 1988. Estos autores esgrimen sobrados argumentos para fundamentar el respeto y la admiración que les despiertan los jóvenes contemporáneos: pibes que conocen como nadie las reglas del marketing, que leen la prensa como periodistas, que miran películas como semiólogos, que analizan anuncios como verdaderos publicistas, que siguen sin dificultad alguna la complejidad de Doctor House y de Lost. Son jóvenes que se despliegan en un universo simbólico donde sus padres y los adultos que los rodean –“inmigrantes digitales”– no entran más que para balbucear torpemente. Más rápidos, más inteligentes, más sociables, se mueven como pez en el agua en el ciberespacio sin pedir permiso a los mayores.
viernes, 15 de julio de 2011
Entrevista a Víctor Cáceres. "Los niños y adolescentes en internet. Hacia un uso responsable"
¿Qué es y qué objetivos persigue el programa Buenos Padres en Internet?
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Buenos Padres en Internet tiene por objetivo concientizar a padres y docentes sobre los riesgos que apareja para niños y jóvenes el uso irrestricto de internet, esto quiere decir: los peligros que podrían derivar de una utilización sin la guía y el debido acompañamiento de un adulto alerta y responsable.
Desde el comienzo, el Programa BPEI intenta abrir un debate acerca del lugar que ocupa Internet en el entramado social de la actualidad. Indudablemente, es el medio de comunicación con mayor impacto y crecimiento de los últimos años, ya no podríamos decir que se trata de un medio de interacción orientado a cierto grupo etario, ni siquiera de una herramienta tecnológica para especialistas. Internet es global y masiva -no decimos nada novedoso-, una red de intercambios culturales sin precedentes y en irreversible crecimiento. A su vez, el fenómeno de las redes sociales ha terminado de instalarla, de incluirla en nuestra cotidianeidad en un sentido fuerte, como lo fue en su momento la radio, la televisión o el teléfono.
Lo cierto es que las relaciones humanas se han transformado radicalmente desde que existe Internet, una parte de ellas hoy son mediatizadas por las nuevas tecnologías, parece evidente que éstas últimas cumplen un papel de tamiz a partir del cual procesamos diferentes aspectos de nuestra realidad cotidiana.
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Entonces: ¿podríamos decir que ya somos una sociedad hiperconectada?
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No sé si a tal extremo, aunque analizando los índices oficiales de acceso web no podemos menos que anticiparlo. En Argentina, por ejemplo, 19 millones de personas se conectan a Internet –casi un 50% de la población total-, de ese porcentaje, más de 14 millones ya posee cuentas activas en Facebook. El promedio de navegación es de 4 horas diarias, de las cuales 3 son absorbidas por la dinámica de las Redes Sociales, si incluimos además el uso menos específico de teléfonos inteligentes, entonces el número de internautas y de horas de conexión se engrosa significativamente.
Con este detalle, deberíamos desactivar rápidamente la idea un poco anticuada de que Internet es sólo para niños o adolescentes. Las estadísticas que arroja Facebook son precisas, con un 44% de usuarios que van de los 25 a los 65 años o más.
Como verás, Internet es una red inconmensurable de intercambios, que crece, evoluciona y se adapta inteligentemente a los usos de todas las edades y estratos socioculturales.
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Pero cuando se trata de nuestros hijos en Internet ¿qué tipo de cosas deberíamos tener en cuenta?
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Lo central radica en asumir que dedicamos gran parte de nuestro tiempo a estar en Internet, que a través de ella resolvemos infinidad de tareas y recreamos un sinnúmero de vínculos y relaciones sociales. Para ser claro: hoy Internet es mucho más que una simple recreación de la realidad, mucho más que un pequeño compartimento de tiempo libre. En tal sentido, lo mismo que encontramos en la vida que llamamos “real” podemos encontrarlo en “Internet”, las mismas vivencias maravillosas y los mismos horrores; personas con buenas intenciones, personas perniciosas, personas que desean ayudarnos y personas que pueden dañarnos, en definitiva, en Internet vemos desplegarse pasiones, incertidumbres y contradicciones inherentes a la vida humana. Muchas veces los padres se preocupan por saber dónde están sus hijos, con quiénes andan, dónde irán, quién los traerá a casa al terminar la noche, con la misma preocupación deberían monitorear qué hacen en Internet. No por estar encerrados en sus habitaciones con la computadora están más seguros, en el marco de lo que venimos diciendo, Internet se parece bastante a una calle oscura y solitaria de la ciudad.
En Internet nuestros hijos pueden acceder a información inconveniente con sólo un click, conectarse con personas desconocidas y entablar con ellas relaciones con final abierto. Es fundamental no subestimar esta situación: en un mundo digitalizado, capturado por la imagen, ver no es una actividad inocua, ver es una experiencia formativa, ver también es vivir.
Aclaro esto porque se habla bastante sobre el uso excesivo y hasta adictivo de las computadoras, de la pérdida progresiva de los vínculos que llamamos “reales” y la puesta en juego del cuerpo en lo social, asuntos que seguramente merecen una reflexión sobre el impacto que esto pudiera ocasionar sobre la subjetividad. No obstante, y aquí el debate que quiero proponerte, ningún escenario vivido en la computadora es absolutamente “virtual”, no se encierra en sí mismo; delante y detrás de los monitores habitan personas “reales”, con propósitos y sufrimientos “reales”. La pantalla no es inofensiva, la imagen no es inofensiva, lo “virtual” no es inofensivo en cuanto a su incidencia sobre el cuerpo, habrá impactos para él en lo “real”, aunque esté encerrado, contenido o aislado en una habitación.
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¿Y a qué tipo de riesgos estaríamos expuestos?
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Los especialistas definen cada día una nueva modalidad de daño. Llaman Cyberbullying al acoso y la difamación a través de medios electrónicos; Grooming a las acciones deliberadas por parte de un adulto de cara a establecer lazos de amistad con un niño, a partir de lo cual obtener una satisfacción sexual mediante imágenes eróticas o pornográficas del menor, o incluso como preparación para un encuentro sexual; Sexting al envío de contenidos pornográficos a través de teléfonos móviles; Ciberdelitos a todo tipo de estafas efectuadas por la red, desde el robo de contraseñas y números de tarjetas de crédito, hasta la apropiación de identidades digitales para distintos fines, entre otros de índole similar.
Obviamente, en la relación que los niños y jóvenes entablan con Internet, además de los riesgos y daños potenciales asociados a los Ciberdelitos, no podemos descuidar otras problemáticas igual de significativas: los niveles de dependencia a la tecnología, las inhibiciones producidas por la virtualización de los contactos sociales, el aislamiento, la falta de motivación o interés por actividades que no tengan que ver con la red, etc.
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Escucho esto y en lo primero que pienso es en controlarlos, en prohibirles el uso de Internet cuando no estamos con ellos.
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Para algunos puede ser la manera, es respetable, sobre todo porque no existe un manual que nos enseñe cómo ser “Buenos Padres”, aunque el miedo y la paranoia no aportan nada al tratamiento del problema, por el contrario, nos paraliza y nos llena de prejuicios. No todo lo que hay en Internet es malo, peligroso o nocivo, de hecho, mucho de lo que podemos encontrar en la red es tremendamente enriquecedor para la vida social y el desarrollo personal. Facilita aspectos de comunicación, acerca personas y afectos en el tiempo y la distancia, promueve reencuentros y obviamente, abre un mundo inabarcable de conocimientos, herramientas y espacios de esparcimiento.
Nosotros, desde el programa y de un modo alternativo, elegimos “guiar” antes que “prohibir”, “acompañar y compartir”, antes que “controlar”. Es necesario agregar aquí que la denominación “Buenos Padres…” no remite a ninguna definición sobre lo que sería o debería ser un “buen” o un “mal” padre, juicio que por otra parte nos conduciría a una culpabilización inadecuada, no es la idea. Con “Buenos Padres en Internet” sólo pretendemos compartir preocupaciones que nos identifican, las de cualquier padre interesado en asegurar el bienestar de sus hijos.
Con BPEI queremos mostrar hasta qué punto una aproximación interesada a la tecnología puede favorecer un acercamiento directo a nuestros hijos, no es la única forma, pero sí una muy importante. Prohibir el uso de Internet no debería ser la solución, sobre todo si esperamos que nuestros hijos se desarrollen en este mundo tal cual se les presenta. Por otra parte, el control excesivo, ocasionalmente, produce inhibiciones y conflictos de autonomía en los niños y actitudes de hostilidad frente a las normas en los adolescentes; es cierto que estas son manifestaciones típicas y hasta esperables en los niños y en los adolescentes, pero generalmente se agravan cuando se ejerce sobre ellos un desmedido control, o se les prohíbe, sin acuerdo ni explicación, todo aquello que consideramos inconveniente. Igualmente, los adolescentes siempre hallan la manera de seguir haciéndolo, sólo que esta vez no nos enteramos. No hay que olvidar que los abusadores acostumbran acosar a los niños culpabilizándolos por aquello mismo a lo que son obligados, amenazándolos con contar todo a sus padres si no hacen lo que se les pide (desnudarse frente a la webcam, enviar fotos íntimas, revelar datos, etc.). Muchos niños prefieren someterse a las exigencias del abusador porque temen que sus padres los castiguen o les prohíban Internet. En consecuencia, como se dice tan a menudo: “no se trata de ser amigo de nuestros hijos, pero sí, y eso ayuda, un poco más confidentes”.
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Algunos adultos suelen mostrarse reticentes al uso de las nuevas tecnologías, en particular cuando son parte de las generaciones que no nacieron con internet, que se vincularon con el mundo de otra manera.
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Es cierto y lícito. Ahora, pregunto: ¿cuántas cosas tuvimos que aprender, resignar, aceptar o cambiar en la tarea diaria de ser padres y educar a nuestros hijos? Dedicar tiempo a entender cómo funciona la tecnología y cuáles son los riesgos inmanentes al uso Internet es parte de nuestra labor como padres y como educadores. Resistirnos al fenómeno atrapados en el prejuicio: “esto no es para mí”, “no puedo”, “no tengo tiempo para estas cosas”… no contribuye a enfrentar inteligentemente el problema.
En nuestros asesoramientos insistimos en dimensionar la relevancia y presencia de la tecnología en la vida de nuestros hijos, y desde ese lugar, mostramos hasta qué punto resulta necesario involucrarse. Sólo conociendo y haciendo uso de la tecnología podremos deducir las ventajas, los peligros y los requerimientos de guía y acompañamiento. En esto la escuela y los docentes cumplen un papel clave, pues son socios privilegiados en la formación intelectual y emocional de los más chicos.
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Según la experiencia obtenida con las presentaciones del programa, ¿cuáles son las mayores preocupaciones que los padres y docentes plantean?
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Algunos están más informados que otros. Su mayor preocupación suele ser la de saber cómo monitorear la navegación, cómo administrar los tiempos de uso.
En el caso de los más chicos, conviene instalar la computadora en lugares de tránsito familiar, donde podamos verlos. Es aconsejable preguntarles cada tanto qué hacen y qué entienden de eso que hacen, acompañándolos en el filtrado y la simbolización de los datos que consumen. También es buena idea acercarnos con la excusa de que nos enseñen, compartir con ellos la navegación y aportarles criterios de discernimiento entre “la recreación virtual” y lo que consideramos “la realidad”.
Asimismo, no deberíamos utilizar la computadora ni la televisión para entretenerlos. Encontrar fines educativos y de esparcimiento, regulados por tiempos precisos y acordados, puede ser una excelente medida.
Cuando hablamos de adolescentes el foco de atención cambia. Sabemos que necesitan disfrutar de espacios de mayor intimidad, los que podremos concederles no sin ciertas pautas, que cada padre tendrá que establecer, no hay una regla, pero si lo que cada familia considera “bueno” o “malo” desde sus propios valores. Lo esencial en esto es ocuparse y comprometerse con el propio estilo, entendiendo que los límites no son contraproducentes, por el contrario, los límites contienen y contribuyen a la configuración de un espacio simbólico entre “lo permitido” y “lo no permitido”, favoreciendo un mejor desenvolvimiento. Ayudarlos a encontrar una autoregulación, a disfrutar de una libertad responsable, es la más viable y sustentable de todas las soluciones.
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Con esta realidad: ¿cómo no caer en una posición negativamente conservadora o represiva?
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El horizonte es encontrar una justa medida, y como todo horizonte al que aspiramos, la tarea es caminar. Siendo este mi parecer, sólo puedo decirte que lo “bueno” y lo “malo” como valores en sí mismos es un desvelo que debe quedar para la filosofía. Cuando se trata de una familia y de riesgos palpables, según creo, siempre debe haber lo bueno y lo malo, lo permitido y lo prohibido. Pero ese criterio es singular y específico en cada familia, aunque compartir las vivencias con otros padres puede ayudar, sin dudas.
Quizás, el secreto esté en acercarnos a nuestros hijos y participar con ellos de sus búsquedas; pero no de un modo invasivo, es mejor aplicar esa especie de “indiferencia deseante” que nos mantiene atentos, pero no controladores.
Sus estados de ánimo suelen funcionar como brújulas para saber qué les está ocurriendo en cada etapa, pero debemos hacer el esfuerzo por conocerlos, mostrando ante ellos una actitud sincera.
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Uno de los principales motivos por los que los niños y adolescentes son presa de estafas y abusos en Internet es la suplantación de identidad, algo extremadamente simple para cualquier usuario de la red. ¿Es posible alguna regulación en este sentido?
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Hay empresas y entidades que están avanzando mucho en aspectos de identidad digital, esto sucede porque Internet reemplaza cada vez más los métodos tradicionales en distintos campos (bancos, compras, documentaciones). Pero aún no hay manera de saber si las personas que contactamos en Internet son lo que dicen ser. Las personas que se dedican a este tipo de daños son muy diestras y conocen perfectamente el perfil de sus víctimas. Debemos estar atentos, aunque nada garantiza una solución total del tema. Nada.
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¿Aconsejan el uso de algunas herramientas técnicas?
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Existen filtros que pueden instalarse en la computadora y que facilitan una auditoría interesante de todo lo realizado en la red, elegir la información deseada y bloquear las páginas que consideramos inconvenientes.
En el caso de redes sociales como Facebook, es recomendable que los adultos manejen sus propias cuentas, por un lado para determinar de qué modo la gente se relaciona allí, por otro porque Facebook es bastante transparente y nos permite ver algo de lo que nuestros hijos hacen en ella. Eso sí, siempre y cuando nos acepten como amigos. (risas).
Pero más allá de los consejos técnicos, lo sustancial, finalmente, es lograr una buena comunicación padres-hijos a través del uso las nuevas tecnologías, es el camino más seguro, y el más divertido también.
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Buenos Padres en Internet cuenta con el auspicio de importantes marcas de tecnología, de las cuales HP es una de las principales. ¿Cuál es la motivación que encuentran para tomar parte de este tipo de acciones?
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Todas las empresas que acompañan el programa manifiestan una sensibilidad especial por estas problemáticas. En primer lugar, las que se dedican a la tecnología, quizás por ser quienes con sus innovaciones favorecen el desarrollo de los nuevos medios, sintiendo una mayor implicación con el fenómeno. Luego la reciente incorporación de empresas como Grupo Betania en Córdoba, Argentina, una empresa que dedicada al rubro inmobiliario nos mostró una profunda preocupación y un recto interés por participar de esta iniciativa. Lo valoramos realmente, esperando que como ellos muchos otros se sumen a la causa.
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¿Una última reflexión?
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Si, una muy simple que resume todo lo conversado: si cuidamos a nuestros hijos cuando salen a la calle, cuidémoslos también cuando navegan en Internet.
jueves, 14 de julio de 2011
Silvia Bleichmar. "La construcción del sujeto ético" (Paidós, 2011)
miércoles, 13 de julio de 2011
Psicolibro ediciones
martes, 12 de julio de 2011
Carlos Baro. "El sujeto y el lazo social. Del sujeto aislado al sujeto entramado". (Psicolibro ed., 2011)
lunes, 11 de julio de 2011
domingo, 10 de julio de 2011
El video del domingo. Ney Matogrosso. "Exagerado" en vivo
La Ney, en una versión exagerada (como su título) de un super clásico del gran Cazuza...
sábado, 9 de julio de 2011
viernes, 8 de julio de 2011
Howard Becker - Robert Faulkner. "El jazz en acción. La dinámica de los músicos en el escenario" (Siglo XXI, 2011)
Cada noche, en algún lugar del mundo, tres o cuatro músicos subirán al escenario para tocar juntos. Si la actuación tiene lugar en un club de jazz, un bar o una fiesta privada, no comenzará con una nota sino con una pregunta como esta: “¿Te sabés ‘Body and soul’?”. Y a partir de allí, el sutil arte de interpretar el repertorio de jazz se pondrá en escena frente al público. Quizás estos músicos nunca hayan tocado juntos antes, y quizá ni siquiera se conozcan. ¿Cómo consiguen, entonces, que todo salga aceptablemente bien?
El jazz en acción cuenta la increíble dinámica de los músicos profesionales desde el punto de vista de lo que sucede en el escenario. Robert R. Faulkner y Howard S. Becker –ambos músicos de jazz con décadas de experiencia, además de reconocidos sociólogos– revelan el sorprendente conjunto de habilidades que los músicos necesitan para poder cumplir con su labor. Dado que es imposible memorizar los cientos de miles de canciones que forman parte del conocimiento masivo, deben emplear estrategias comunes e improvisar para salir conjuntamente airosos. Así, exploran los terrenos en los que el otro se siente más cómodo, disimulan cuando se mueven en zonas desconocidas y al mismo tiempo responden a las impredecibles exigencias de la audiencia, que puede pedirles a gritos una polca o una oscura canción sentimental.
Con destreza e ingenio, Faulkner y Becker argumentan que, como en otros campos de la cultura, el repertorio debe ser entendido como un proceso, como algo que se hace y rehace a medida que las personas incorporan nuevos ritmos y canciones, discuten, aprenden y enseñan, seleccionan y ejecutan. Hecho de experiencias personales, tanto como de entrevistas y observaciones, este libro alcanza una combinación perfecta de anécdotas jugosas y agudeza crítica. Es además una obra maestra para comprender la acción colectiva y las negociaciones interpersonales en cualquier ámbito de la interacción humana.
jueves, 7 de julio de 2011
Oscar Conde. "Lunfardo" (Taurus, 2011)
miércoles, 6 de julio de 2011
Osvaldo Guariglia-Graciela Vidiela. "Breviario de Ética" (Edhasa, 2011)
martes, 5 de julio de 2011
Karl Kerényi. "Prometeo. Interpretación griega de la existencia humana" (Sexto Piso, 2011)
Estos cuatro dioses parecen caracterizarse por estar más cerca del mundo de los hombres al mostrarse solidarios con su desamparo y tragedia existencial, hecho que propicia una interpretación prefilosófica de la existencia humana, del Dasein, en Grecia. Es bien sabido que Prometeo robó el fuego del cielo y se lo concedió a los hombres; como castigo fue encadenado a una roca hasta que fue liberado por Hércules.
Para los griegos, el mito de la liberación de Prometeo refleja una ley primordial de la existencia y el destino de la humanidad. En este sentido, Prometeo representa la imagen arquetípica de la existencia humana, y es cantado por los poetas, en especial por Goethe, quien nos llevará a experimentar los mitologemas, durante largo tiempo extraviados, como el arquetipo de lo humano: la transformación del sufrimiento en el misterio del sacrificio.
Kerényi examina la historia de Prometeo y el proceso mismo de creación de mitos como un reflejo de la función arquetípica y trata de descubrir cómo esta historia primitiva fue investida de una fatalidad universal, por primera vez en la imaginación griega, y luego en la tradición occidental de la poesía romántica. Por ello, seguir atentamente una actividad llamada «mitología» —el seguimiento de la mitologización de los mitólogos— es, como propone Kerényi, del todo necesario.
lunes, 4 de julio de 2011
domingo, 3 de julio de 2011
El video del domingo. Carles Benavent (bajo), Tino di Geraldo (batería) y Jorge Pardo (saxo). "Bulerías"
A pesar de que la imagen no es muy buena, el sonido es impecable y lo que tocan increíble...
sábado, 2 de julio de 2011
Dificultades con la Encuesta...
viernes, 1 de julio de 2011
PABLO PEUSNER. "Dos señalamientos de Jacques Lacan sobre la función del dinero en psicoanálisis"
En asuntos de dinero
no puedo tener miramiento alguno[1].
J. Lacan
No hace falta conocer el texto de Mathis para comprender el sentido de los señalamientos de Lacan. Lo curioso es que lo encontramos allí hablando del dinero, y ofreciendo algunas pistas para que en tanto psicoanalistas reflexionemos sobre una problemática en la que –según decía Freud– “coparticipan poderosos factores sexuales”[3].
En primer lugar, Lacan rectifica una de las ideas desarrolladas por Mathis en su intervención: no es un precepto universal que una de las modalidades de la educación del niño consista en “separar muy cuidadosamente la manipulación del dinero de lo que concierne a su deseo”[4]. Pero además, afirma: “hay zonas sociales en las que niño aprende pronto a manipular el dinero y a conocer su valor. El niño es capaz de saber muy pronto que el dinero no es simplemente algo que se recibe de manera dosificada por el deseo materno. Creo que se puede enunciar otra ley. (...) La separación del dominio de la formación del deseo con el aparato del dinero, está muy localmente designado en la sociedad”[5]. Probablemente los psicoanalistas que no retrocedemos ante los niños podamos extraer de esta idea algún tipo de indicación táctica a la hora de diseñar nuestro dispositivo de trabajo...
La segunda línea que Lacan introduce en su intervención se inicia con la inscripción de la práctica del psicoanalista en el marco de las llamadas profesiones liberales. Lo que resulta curioso es el modo en que las caracteriza: “La profesión liberal está muy exactamente y únicamente definida por lo siguiente: ella está instituida por un desconocimiento sistemático de la función del dinero”[6]. El contexto de sus palabras permite suponer que la profesión liberal no se reduce solamente a un intercambio de dinero por un servicio –tal como se deduciría de una lógica capitalista de mercado–. Sabemos que en el marco de las reflexiones freudianas acerca del dinero en el texto de “La iniciación de tratamiento”, siempre estuvo muy presente la idea de que los honorarios que percibe el psicoanalista son su medio de vida; y si bien Freud no ignoró las articulaciones entre el dinero y los factores sexuales que participan de un análisis, se ocupó de los aspectos teóricos de dicha articulación del lado del paciente.
El cuestionamiento de Lacan al desconocimiento de la función del dinero por parte de quienes ejercemos profesiones liberales es retomado tres veces a lo largo de su intervención. Promediando su desarrollo y casi al pasar, introduce la herramienta conceptual del momento: los cuatro discursos. Y en ocasión de hablar de uno de ellos, afirma: “subrayé que seguramente no hubiera sido tan fácilmente propuesto un grafo tal, puesto que en suma se trata de un grafo...”[7]. Efectivamente, y aquí Lacan lo dice con todas las letras, los discursos tienen estructura de grafo[8] –esencialmente, a partir de su reescritura como tetraedros orientados privados de una arista–. Y es echando mano al dispositivo de los discursos, a los términos que los componen y a los lugares que adjudica, que Lacan ofrece una opción para pensar la posición del dinero en el análisis. Cito:
Pienso que es totalmente imposible decir alguna cosa acerca de la función del dinero sin preguntarse masivamente en principio si el dinero está en el lugar mismo del analista, si es identificable con ese objeto a y si el discurso del analista está especificado por ese lugar, arriba y a la izquierda que ocupa el analista[9].
La sugerencia resulta valiosa, puesto que si se tratara del discurso capitalista, el lugar del agente estaría ocupado por el sujeto barrado. Pero desde el momento en que Lacan sugiere al dinero en el lugar que es el del objeto a en el discurso analítico, se inaugura una lógica distinta, calificable de anticapitalista. El paciente no es un cliente al que debe satisfacerse, puesto que –como suele decirse en el mundo del intercambio de bienes y servicios– siempre tiene la razón. En el caso del analizante, esa lógica no puede aplicarse.
Este breve escrito no tiene por función profundizar en las consecuencias de tales ideas a la hora de conceptualizar la función del dinero en el psicoanálisis, pero sí rescatar un texto que no es de los más conocidos y citados cuando se abordan este tipo de problemas, pero que podría aportar alguna luz a la discusión. Es una fuente más, otra, para refrendar aquella idea que anima nuestra tarea: liber enim, librum aperit...
[1] Carta a Pierre Martin, del 18 de junio de 1974. Incluida en Pierre Martin, Argent et psychanalyse, Navarin, Paris, 1984, pp. 198. Esta línea retoma palabras de Freud en La interpretación de los sueños, Cap. IV, parte 3.
[2] El texto, cuyo título completo es Interventions sur l’exposé de P. Mathis: “Remarques sur la fonction de l’argent dans la technique analytique” au Congrès de l’École freudienne de Paris sur « La technique psychanalytique », está también incluido en el archivo Pas-tout Lacan, disponible en la página web de la École Lacanienne de Psychanalyse: www.ecole-lacanienne.net/pastoutlacan70.php
[3] Freud, S. “Sobre la iniciación del tratamiento” (1913), en Obras Completas, Amorrortu editores, Bs.As., varias ediciones, Volumen XII, p. 132.
[4] Lacan, J. Interventions sur l’exposé de P. Mathis…, Óp. Cit. p. 195 [Traducción personal].
[5] Ibíd. p. 195-196.
[6] Ibíd. p. 196.
[7] Ibíd. p. 202.
[8] Para desarrollos y consecuencias de esta afirmación, véase Darmon, Marc. Ensayos acerca de la topología lacaniana, Letra Viva, Bs.As., 2008, Cap. X.; y Peusner, Pablo. El niño y el Otro, Letra Viva, Bs.As., 2008.
[9] Lacan, J. Interventions sur l’exposé de P. Mathis…, Óp. Cit. p. 205