“Schelling, entre otros, atribuye a la existencia humana una tristeza fundamental, ineludible. Más concretamente, esta tristeza proporciona el oscuro fundamento en el que se apoyan la conciencia y el conocimiento. Lo que es más, este fundamento sombrío debe ser la base de toda percepción, de todo proceso mental. El pensamiento es estrictamente inseparable de una “profunda e indestructible melancolía”. La cosmología actual ofrece una analogía con esta convicción de Schelling. Es la del “ruido de fondo”, la de las inaprensibles pero inexorables longitudes de onda cósmicas que son las huellas del “Big Bang”, del nacimiento del Universo. En todo pensamiento, según Schelling, esta radiación y “materia oscura” primigenia contiene una tristeza, una pesadumbre (Schwermut) que es asimismo creativa. La existencia humana, la vida del intelecto, significa una experiencia de esta melancolía y la capacidad vital de sobreponerse a ella. Hemos sido creados, por así decirlo, “entristecidos”. Un velo de tristeza (tristitia) se extiende sobre el paso, por positivo que sea, del homo al homo sapiens. El pensamiento lleva dentro de sí un legado de culpa. Las notas que siguen constituyen un intento, totalmente provisional, de comprender estas proposiciones; de aprehender cautamente algunas de sus implicaciones. Son necesariamente insuficientes a causa de la espiral por la cual toda tentativa de pensar en el pensamiento está a su vez enredada en el proceso del pensamiento, en su autorreferencia”.
(George Steiner)
miércoles, 31 de octubre de 2007
martes, 30 de octubre de 2007
Editorial du Seuil anuncia la aparición del nuevo Seminario de Lacan para el 8 de noviembre.
Le Seuil annonce la parution, le 8 novembre, d’un nouveau Séminaire de J.Lacan: Le Séminaire – Livre XVIII
D'un discours qui ne serait pas du semblant
Jacques Lacan
Le Seuil
Titre de prime abord énigmatique. Donnons le mot : il s’agit de l’homme et de la femme - de leurs relations les plus concrètes, amoureuses et sexuelles, dans leur vie de tous les jours, oui, comme dans leurs rêves et leurs fantasmes. Cela n’a rien à faire, bien entendu, avec ce que la biologie étudie sous le nom de sexualité. Faut-il pour autant laisser ce domaine à la poésie, au roman, aux idéologies ? On tente ici d’en donner une logique. C’est retors.Dans l’ordre sexuel, il ne suffit pas d’être, il faut encore paraître. Cela est vrai des animaux. L’éthologie a détaillé la parade qui précède et conditionne l’accouplement : c’est, dans la règle, le mâle qui fait signe à sa partenaire de ses bonnes dispositions, par l’exhibition de formes, couleurs, postures. Ces signifiants imaginaires constituent ce que nous appelons des semblants. On a pu aussi bien les mettre en valeur dans l’espèce humaine, et y trouver matière à satire. Pour y trouver matière à science, il convient de les bien distinguer du réel qu’ils voilent et manifestent à la fois, celui de la jouissance.Celle-ci n’est pas la même pour l’un et l’autre sexes. Difficilement localisable du côté femme, et à vrai dire diffus et insituable, le réel en jeu est, du côté homme, coordonné à un semblant majeur, le phallus. D’où il ressort : que, contrairement au sens commun, l’homme est l’esclave du semblant qu’il supporte, tandis que, plus libre à cet endroit, la femme est aussi plus proche du réel ; que rencontrer sexuellement la femme est toujours pour l’homme mettre le semblant à l’épreuve du réel, et vaut comme “heure de vérité“ ; que, si le phallus est apte à signifier l’homme comme tel, “ tout homme “, la jouissance féminine, pour n’être “ pas-toute “ prise dans ce semblant, fait objection à l’universel.Dès lors, une logique est possible en effet, si l’on a le nerf d’écrire ainsi la fonction phallique, Ф(x), et de formaliser les deux modes distincts, pour un sujet, de se sexualiser, en s’y inscrivant comme argument. Cette élaboration demande : de passer outre les mythes inventés par Freud, l’Œdipe et le Père de la horde ( Totem et tabou ) ; de mobiliser Aristote, Pierce, la théorie de la quantification ; d’élucider la vraie nature de l’écrit, en passant par le chinois et le japonais.Au terme du parcours, on saura donner sa valeur exacte à l’aphorisme lacanien : “Il n’y a pas de rapport sexuel“.
Jacques-Alain Miller(From le site du Seuil)
George Steiner. "Creo que la literatura europea no está en un buen momento".
Bajo la sobria nave gótica de la capilla de Santa Agata, en Barcelona, y con las imágenes de epifanía pero también de crucifixión del Retablo del Condestable (la pintura de Jaume Huguet) detrás, las palabras del escritor George Steiner resonaban hace unos días casi a palabra de Dios, y más de una vez apocalíptica, aunque procurara matizar sus reflexiones con un "ojalá me equivoque".Steiner, nacido en el seno de una familia de judíos vieneses, políglota desde la cuna, crítico y profesor de literatura comparada en Princeton, Cambridge, Oxford o Harvard y uno de los más escuchados intelectuales de las últimas décadas ofreció una conferencia en el Saló del Tinell barcelonés bajo el título "Recordar el futuro", pero antes habló con la prensa. Las preguntas llegaron y Steiner respondió, articulando un discurso que podría haberse titulado como uno de sus libros: Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento."En Europa el pasado es tan pesado y excesivo que no es seguro que podamos dar a los jóvenes un futuro, una nueva esperanza. En los Balcanes, Europa no ha podido limpiar su propia pequeña mierda, ha sido Estados Unidos el que ha tenido que venir otra vez. Las dos guerras mundiales han sido guerras civiles europeas: entre 1914 y 1945, setenta millones de personas fueron masacradas", descargó, y añadió que "el antiamericanismo europeo es un complejo de inferioridad y una mala conciencia profunda. Con la posibilidad de la derrota en Irak, Europa comienza a respirar mejor. Hay autocomplacencia si la cosa no funciona allá. Pero, ¿qué pasa en Europa? La mafia rusa compra Londres. Las mafias compran el arte y Europa comienza a no poder proteger sus tesoros...".Y prosiguió: "Hoy sólo hay una gran fuerza en Europa: el dinero. Hace 20 años mis estudiantes de Oxford querían dedicarse a la política, a la investigación... Hoy, nuestras elites van al dinero y el dinero lo compra todo en Europa, es como una droga del olvido, no queremos pensar los problemas. Y si no encontramos otro ideal, el dinero va a sofocar la vida espiritual". Y recordó que "en Europa la esperanza siempre ha estado a la izquierda desde la Revolución Francesa, y donde no hay una izquierda seria, con programa humano, hay un agujero negro". Las preguntas se le agolparon: "¿Se va a encontrar en Europa una nueva identidad que no sea contra Estados Unidos o Rusia?"; ¿es posible que en Europa, donde se ha matado a los judíos, haya posibilidad de alta cultura? "Viena, que ha dado a Freud o a Schönberg es hoy una ciudad turística sin ningún interés intelectual. En Berkeley hay parking para Premios Nobel... ¿y en Europa?". Y, por último, "para el hombre y la mujer normal, ¿qué es importante? Un retiro digno, un hospital, comida... La libertad le preocupa a una pequeña elite. ¿Vamos a encontrar un capitalismo humano, un socialismo liberal?" ¿Y la literatura? Steiner respondió: "Hoy es probable que el cine, cierta televisión o el arte conceptual sean más interesantes que la literatura. Shakespeare hoy habría sido un gran cineasta. La literatura en Europa no está en buen momento. Dar el Nobel a una dama de 88 años, aunque la admire, no deja de ser inquietante".
(Por Justo Barranco, para Clarín, 29/10/07)
sábado, 27 de octubre de 2007
PASANDO REVISTA
Pensamiento BaruJ Spinoza
En el siglo XVII, el sabio holandés vislumbró que la experiencia de vida deja marcas en el cuerpo humano. Trescientos años después, el padre del psicoanálisis postuló que el cerebro evoluciona guardando las huellas de los hechos vividos
Pequeños tesoros
El siguiente texto fue publicado el domingo 8 de agosto de 1977 en el Suplemento Literario de LA NACION
¿Cuáles son los textos imprescindibles para desentrañar el enigma del ser argentino?
jueves, 25 de octubre de 2007
Super Recomendación Literaria. Laurent Gaudé y sus dos novelas recientemente traducidas al español
"El sol de los Scorta" (ambos en Ed. Salamandra)
Una madre debe vengar a su hijo, una niña busca sepultura para su padre; un pueblo quiere matar a un recién nacido para dar fin a su maldición; un hombre viola a la hermana de la mujer a quien deseó durante quince años; un cura despojado de su sotana prefiere morir caminando y calcinado por el sol antes de afrontar su desnudez: el último sobreviviente de una tribu diezmada pacta con el rey vencedor: será su servidor más fiel hasta que llegue la hora de vengar a los suyos.
Esta enumeración es incompleta –ya que los episodios dramáticos se suceden a cada vuelta de página–, pero es la prueba de que al menos dos de las cuatro novelas que ha publicado Laurent Gaudé hasta ahora están aquí, traducidas al castellano: El legado del rey Tsongor, que ganó el Premio Goncourt de Lycéens en 2002 (es el que otorgan los jóvenes lectores, alumnos de secundario) y El sol de los Scorta que recibió, entre otros, el Premio Goncourt en 2004. He aquí un dramaturgo francés nacido en 1972 –autor, por ejemplo, de la pieza Onysos le furieux donde reconstruye la gesta de un héroe épico totalmente inventado, aunque a imagen y semejanza de los griegos–, puesto a escribir novelas sin abandonar su sino; el espectro más recalcitrante de la tragedia determina la estructura de su razonamiento y la secuencia de sus acciones. El azar, el mandato de la casta, la negritud de las almas culminan siempre en anagnórisis, liberadora, se sabe, pero tardía.
En sus ejercicios humanistas, Gaudé utiliza el tono sostenido con el que suelen narrarse los episodios mitológicos. A cambio de la sumisión o el encanto ante la frase impostada, ofrece su extraordinaria capacidad de síntesis. Las historias son breves; el narrador afectado no da rodeos, va directo al punto, combina crueldad con compasión. Así es que los hechos pueden estar situados en Africa ancestral o en un pueblo del sur de Italia de la actualidad; sea como sea, el recurso poético buscará siempre resguardo en la cadencia y el ritmo de Esquilo y de Eurípides, combinación de grandilocuencia e intimidad mientras cumple todas sus promesas de entramado y resolución.
Los personajes, así como las descripciones estetizadas de los ambientes (además, aquí el clima siempre determina el carácter), son piezas arquetípicas, densas pero previsibles a causa de la hybris o la prudencia que lleven en su sangre.
El legado del rey Tsongor, con su violencia mágica en las batallas, con su corte de ingeniosos guerreros que se maquillan de mujer para herir la dignidad de un enemigo que se siente superado por el sexo débil, esgrime un parentesco lejano pero evidente con La Ilíada. El soberano de un vasto imperio se prepara para casar a su única hija, pero pocas horas antes surge un segundo pretendiente a quien ella le había prometido casamiento siendo apenas una niña. Los argumentos de cada parte son tan atendibles como irreconciliables. El padre no puede elegir entre el candidato legítimo y el joven que él mismo ama como al hijo pródigo que vuelve luego de años de exilio. De pronto, a este reino fundado sobre victorias sangrientas que se disponía a gozar de tiempos de paz le nace una Helena. La peor guerra estalla y entre los despojos, la hija menor –una valiente émula de Antígona– tendrá que pagar los excesos y la rectitud de su padre.
En El sol de Los Scorta el autor reconstruye la vida cotidiana, creencias y personajes típicos de un pequeño pueblo del sur de Italia, Montepuccio. De este pueblo que actúa como bloque, sobresale la figura del bandido, delincuente y violador que busca generación tras generación la muerte, el goce que dure un instante y el reconocimiento de la plebe. Las sucesivas generaciones de este clan cubren un período que va desde finales del siglo XIX hasta el presente. Pero serán finalmente los cuatro hermanos Scorta –nietos del malo del pueblo– quienes intentarán torcer lo que manda el destino, actuando como cuatro cabezas alla italiana, con reuniones familiares, mesa grande y pasta con rico tuco, de un mismo monstruo.
Los Scorta y el rey Tsongor reiteran la absurda y bella lucha de los seres que nacen marcados, contra el mandato superior. Los acontecimientos que ocurren fuera de las paredes de la casa, tras el más mínimo descuido, se entrometen y se instalan como parte de la intimidad cotidiana. A estos seres trágicos siempre les llega el momento en el que no pueden hacer otra cosa que buscar amparo en el mismo destino que los carcome.
Bajo el amparo de la Antigüedad, Laurent Gaudé cuenta bellas, morales y entretenidas historias.
Esta enumeración es incompleta –ya que los episodios dramáticos se suceden a cada vuelta de página–, pero es la prueba de que al menos dos de las cuatro novelas que ha publicado Laurent Gaudé hasta ahora están aquí, traducidas al castellano: El legado del rey Tsongor, que ganó el Premio Goncourt de Lycéens en 2002 (es el que otorgan los jóvenes lectores, alumnos de secundario) y El sol de los Scorta que recibió, entre otros, el Premio Goncourt en 2004. He aquí un dramaturgo francés nacido en 1972 –autor, por ejemplo, de la pieza Onysos le furieux donde reconstruye la gesta de un héroe épico totalmente inventado, aunque a imagen y semejanza de los griegos–, puesto a escribir novelas sin abandonar su sino; el espectro más recalcitrante de la tragedia determina la estructura de su razonamiento y la secuencia de sus acciones. El azar, el mandato de la casta, la negritud de las almas culminan siempre en anagnórisis, liberadora, se sabe, pero tardía.
En sus ejercicios humanistas, Gaudé utiliza el tono sostenido con el que suelen narrarse los episodios mitológicos. A cambio de la sumisión o el encanto ante la frase impostada, ofrece su extraordinaria capacidad de síntesis. Las historias son breves; el narrador afectado no da rodeos, va directo al punto, combina crueldad con compasión. Así es que los hechos pueden estar situados en Africa ancestral o en un pueblo del sur de Italia de la actualidad; sea como sea, el recurso poético buscará siempre resguardo en la cadencia y el ritmo de Esquilo y de Eurípides, combinación de grandilocuencia e intimidad mientras cumple todas sus promesas de entramado y resolución.
Los personajes, así como las descripciones estetizadas de los ambientes (además, aquí el clima siempre determina el carácter), son piezas arquetípicas, densas pero previsibles a causa de la hybris o la prudencia que lleven en su sangre.
El legado del rey Tsongor, con su violencia mágica en las batallas, con su corte de ingeniosos guerreros que se maquillan de mujer para herir la dignidad de un enemigo que se siente superado por el sexo débil, esgrime un parentesco lejano pero evidente con La Ilíada. El soberano de un vasto imperio se prepara para casar a su única hija, pero pocas horas antes surge un segundo pretendiente a quien ella le había prometido casamiento siendo apenas una niña. Los argumentos de cada parte son tan atendibles como irreconciliables. El padre no puede elegir entre el candidato legítimo y el joven que él mismo ama como al hijo pródigo que vuelve luego de años de exilio. De pronto, a este reino fundado sobre victorias sangrientas que se disponía a gozar de tiempos de paz le nace una Helena. La peor guerra estalla y entre los despojos, la hija menor –una valiente émula de Antígona– tendrá que pagar los excesos y la rectitud de su padre.
En El sol de Los Scorta el autor reconstruye la vida cotidiana, creencias y personajes típicos de un pequeño pueblo del sur de Italia, Montepuccio. De este pueblo que actúa como bloque, sobresale la figura del bandido, delincuente y violador que busca generación tras generación la muerte, el goce que dure un instante y el reconocimiento de la plebe. Las sucesivas generaciones de este clan cubren un período que va desde finales del siglo XIX hasta el presente. Pero serán finalmente los cuatro hermanos Scorta –nietos del malo del pueblo– quienes intentarán torcer lo que manda el destino, actuando como cuatro cabezas alla italiana, con reuniones familiares, mesa grande y pasta con rico tuco, de un mismo monstruo.
Los Scorta y el rey Tsongor reiteran la absurda y bella lucha de los seres que nacen marcados, contra el mandato superior. Los acontecimientos que ocurren fuera de las paredes de la casa, tras el más mínimo descuido, se entrometen y se instalan como parte de la intimidad cotidiana. A estos seres trágicos siempre les llega el momento en el que no pueden hacer otra cosa que buscar amparo en el mismo destino que los carcome.
Bajo el amparo de la Antigüedad, Laurent Gaudé cuenta bellas, morales y entretenidas historias.
(tomado del suplemento Radar Libros, de Página 12, domingo 21/10/07).
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Si acaso alguna vez se animaron a leer La Ilíada, "El legado del rey Tsongor" les producirá un efecto muy similar.
"El sol de los Scorta" es una maravillosa puesta en escena de la tradición familiar y de cómo es posible cambiar alguna cosa...
Ambos son imperdibles.
PP
miércoles, 24 de octubre de 2007
Gabriel Lombardi. "Cantor, la libertad".
Georg Cantor nació en San Petersburgo en 1845, probó en Alemania algunos teoremas decisivos de la historia de la matemática, introdujo la teoría de los conjuntos y números transfinitos, desató con ello la crisis más profunda y fructífera en esa disciplina científica, desarrolló también algunas elaboraciones filosóficas y teológicas en defensa de sus teorías. A partir de 1884 sufrió varias internaciones psiquiátricas, en sus delirios intentó demostrar que Francis Bacon fue autor de algunas obras de Shakespeare, en su locura exhibió una desinhibición pulsional sorprendente, murió en Halle en 1918. Esta apretada biografía bastaría para ilustrar la alternancia, no infrecuente en la vida de un hombre de genio, de la ciencia y la locura.
Parece natural que un psicoanalista se interese sobre todo en esta última, y que ponga el acento en Cantor el caso clínico. Curiosamente no fue eso lo que retuvo la atención de Lacan, quien lo cita frecuentemente en sus Seminarios, pero no para hablar de su enfermedad ni de sus avatares biográficos, sino de lo que Cantor introdujo en el discurso de la matemática. Más que en sus síntomas, se interesó en sus actos, y en las consecuencias de sus actos – y en particular del acto humano por excelencia, el acto de decir, la enunciación como acto -. En su texto L’étourdit, Lacan rindió homenaje al “decir de Cantor”, expresión que figura tres veces en ese texto. Vehemente y sólo sostenible desde una posición subjetiva extrema, el decir de Cantor inaugura la ciencia del siglo XX, haciendo posible que otros matemáticos avancen hasta la invención de la matriz lógica de la computadora.
No es función de la ciencia recordar al sujeto que soportó una invención, ni las condiciones de enunciación que incluyen su vida y sus lazos con los matemáticos de la época. El psicoanálisis en cambio se interesa en esas condiciones, para devolver al acto sus consecuencias, enormes sobre las matemáticas y sobre la civilización. Y también sobre el sujeto: como veremos, el decir tuvo en Cantor la particularidad de exigirle llegar hasta los límites últimos de la alienación en el sentido lacaniano del término, sin que eso facilitara en nada para él la segunda fase de la constitución del sujeto: la separación.
Inspirado en Jacques Lacan y en Colette Soler, el título de este texto ubica - en aposición al nombre - el rasgo que tuvieron en común las vidas, tan distintas, de Georg Cantor. Más que la convicción y la energía que desplegó en cada una de ellas, es la libertad lo que da el rasgo común a su decir como matemático, a la fundamentación filosófica personal de sus teorías, a sus delirios y a su locura.
Cantor fue matemático y fue loco, pero no al mismo tiempo. Sin pretender reducir en nada el abismo que separa esas fases dispares e irreductibles una a otra, este texto se propone interrogar cómo se juega en ellas esa facultad paradójica, la libertad, que Cantor sostuvo hasta la muerte como su bien más preciado. Para comenzar, recordemos a grandes rasgos el modo en que Cantor libera a la matemática de sus ataduras tradicionales.
Breve historia del infinito
En su Física, Aristóteles explica que la noción de infinito es contradictoria en sí misma: “No es como se dice, algo fuera de lo cual no hay nada, sino algo fuera de lo cual siempre hay algo”. Advirtió así que el infinito no admite ningún “todo”. Lo juzgó entonces una noción absurda, que no debe ser admitida por el científico más que en un sentido restringido: sólo hay infinitos en potencia, que existen por composición en las magnitudes muy grandes o por división en las muy pequeñas, pero es absurdo pensar que pueda existir en acto un “cuerpo” {soma} sensible infinito. Consideró que ni siquiera los matemáticos tienen necesidad de admitir la existencia de cuerpos infinitos, pues su disciplina solamente requiere magnitudes tan grandes como se quiera, pero limitadas.
Durante más de 2000 años, los matemáticos se atuvieron, en cuanto al infinito, a la conducta recomendada por Aristóteles. Sin embargo, ya en 1638 Galileo había señalado que algo muy curioso ocurre con los conjuntos infinitos de números. Notó que si escribimos la lista de los naturales: 1, 2, 3, 4, ..., podemos suponer que tal lista que no tiene un último término, no tiene fin, decimos que es al menos potencialmente infinita. Si debajo de esa lista hacemos otra, de modo que el cuadrado de cada uno de los términos de la primera quede justo debajo de él, tendremos: 1, 4, 9, 16, ... Es muy fácil ver que estamos haciendo una correspondencia uno a uno de cada miembro de la primera lista con cada miembro de la segunda. Esto permitió a Galileo deducir que debe existir la misma cantidad de números en ambas listas, porque existe una correspondencia uno a uno entre sus miembros, es decir que cada miembro de una lista puede ser unido por una flecha doble con cada miembro de la otra. Inmediatamente aparece la siguiente paradoja: por un lado ambas listas tienen la misma cantidad de números, y por otro no, ya que cada número que aparece en la lista de los cuadrados – que son también números naturales - tiene que figurar en la primera lista, la de todos los naturales, pero además la primera lista contiene otros números como el 3 ó el 5 que no son cuadrados, y por lo tanto la primera lista tiene más números que la segunda. La primera tiene la misma cantidad de números que la segunda lista, y al mismo tiempo tiene una cantidad mayor. He allí la paradoja. Galileo pone en boca de Salviati esta conclusión:
“No veo que otra cosa haya que decir si no es que infinitos son todos los números, infinitos los cuadrados, infinitas sus raíces; y la multitud de los cuadrados no es menor que la de todos lo números, ni ésta mayor que aquélla; y finalmente, los atributos de mayor, menor e igual no se aplican a los infinitos, sino sólo a las cantidades terminadas [esto es, finitas]”.
Galileo se atuvo sin embargo a la imperativa prudencia de Aristóteles. El hombre que inició la matematización de la física, que permitió transformar el mundo cerrado del medioevo en el universo infinito de la época moderna, no puso en cuestión los límites establecidos para la matemática misma. El infinito en juego, tanto para él como para Newton, es ese infinito potencial al que Aquiles y la tortuga aspiran desde hace muchos siglos, pero al que nunca llegarán “en su doble y desesperada persecución de la inmovilidad y del éxtasis”, según dijo bellamente Borges. Temieron que el infinito tomado en acto, integrado al pensamiento, estalle y lo mate.
Doscientos cincuenta años después que Galileo, Georg Cantor volvió sobre las listas infinitas de números. Argumentó que las cantidades infinitas no necesariamente deberían responder a las mismas leyes que las finitas, y que sus leyes específicas podían ser establecidas. En lugar de descartarlas como absurdas, las hizo ingresar en el discurso de la matemática. La propiedad que Galileo había considerado paradójica era, en verdad, una propiedad “natural” de los conjuntos infinitos.
Ahora bien, para dar ese otro paso, la matematización del infinito, era el lenguaje mismo lo que debía explorarse. Había que enfrentar los problemas que surgen con la cuantificación universal cuando es aplicada a ciertas expresiones que también están en el lenguaje, pero que exceden la lógica del “todo”. Si pretendía tratar la contradicción interna del infinito, la matemática no podía (y como veremos, no debía) apelar esta vez a la física, ya que era completamente inoperante concebir un cuerpo infinito en acto. Aristóteles había demostrado que tal cuerpo es imposible, porque debería estar en algún lugar, que sería su límite, y por lo tanto no sería ya infinito.
Había que inventar entonces una nueva lógica, con un lenguaje limitado, manejable, pero suficientemente potente como para expresar los conjuntos infinitos. Tal es la función de la teoría de los conjuntos que introduce Cantor, capaz de alojar en el lenguaje conjuntos más grandes aún que “todo”, mediante combinaciones de una cantidad limitada de signos.
El hotel de Hilbert
Recapitulando la obra de Cantor, es fácil encontrar una decena de ideas mayores. De ellas se ha escrito que son “tan brillantes y originales, tan simples, elegantes y poderosas, que cualquiera de ellas hubiera sido suficiente para coronar la carrera de un gran matemático.” Algunas de esas ideas son:
- las cantidades infinitas no son absurdas o imposibles, sino números que requieren un álgebra nueva para entregar sus secretos;
- la propiedad de tener partes que son igual que el todo es la propiedad determinante de los números infinitos;
- se dice que dos conjuntos de objetos tienen el mismo número de elementos si sus elementos pueden ser puestos en una correspondencia uno-a-uno;
- los números racionales son enumerables (contables), ya que de un modo sencillo se pueden poner en una relación uno-a-uno con los enteros positivos, a pesar de que parecen ser muchos más;
- los números reales (racionales más irracionales) no son enumerables.
La lista de ideas novedosas de Cantor no se detuvo allí. Con igual desenvoltura demostró que los elementos de un conjunto son menos que los subconjuntos de dicho conjunto. De lo cual rápidamente dedujo la siguiente consecuencia: el conjunto de subconjuntos es un principio generador, para cualquier conjunto dado, de conjuntos mayores. (¡Incluso si se tratara del conjunto de todos los conjuntos!)
La ganancia que trajo la ampliación del campo de la matemática a los conjuntos infinitamente grandes, puede ser ilustrada con las libertades que podría tomarse el propietario de un hotel tal como lo concibió David Hilbert, uno de los primeros matemáticos en aprovechar la teoría de los conjuntos:
Imaginemos un hotel con un número finito de habitaciones, y supongamos que todas las habitaciones están ocupadas. Llega un nuevo huésped y pide una habitación. “Lo siento, dice el propietario, pero todas las habitaciones están ocupadas”. Imaginemos ahora un hotel con un número infinito de habitaciones, todas ellas ocupadas. También a este hotel llega un nuevo huésped y pide una habitación. “¡Por supuesto!”, exclama el dueño, y traslada a la persona que previamente ocupaba la habitación 1 a la habitación 2, la de la habitación 2 a la 3, la persona de la habitación 3 a la 4, y así sucesivamente... Y el nuevo cliente recibe la habitación 1, que ha quedado libre como resultado de estas mudanzas. Imaginemos ahora un hotel con un número infinito de habitaciones, todas ocupadas, y un número infinito de nuevos huéspedes que llegan y piden habitación. “¡Seguro, señores –dice el dueño-, esperen sólo un minuto!”. Traslada entonces el ocupante de la habitación 1 a la 2, el ocupante de la 2 a la 4, el de la 3 a la 6, y así sucesivamente. Ahora, todas las habitaciones con números impares han quedado libres, y los infinitos nuevos huéspedes pueden fácilmente ser alojadas en ellas.
Ese hotel sólo podría construirse en el “paraíso creado por Cantor” –así lo llamó Hilbert - donde el conjunto infinito de los enteros positivos tiene la misma cantidad de elementos (y no la mitad) que el de los números pares.
Las teorías de Cantor, aun si se basaban en el razonamiento matemático, iban en contra de las bases intuitivas proporcionadas por la física o la geometría; por eso mismo estaban destinadas a encontrar una oposición activa entre los matemáticos de su época. Algunos de ellos reaccionaron con encono, como Kronecker su antiguo maestro, de quien Cantor hizo un enemigo, casi un perseguidor, al que dedicaba buena parte de sus desvelos y de sus nuevos descubrimientos.
Sin embargo Kronecker sólo le devolvía en los años ’80, un poco enfáticamente es verdad, la crítica que antes el propio Cantor hiciera a otros matemáticos como Du Bois-Reymond: que construían números de papel, entidades inexistentes. Los verdaderos números, sostenía Kronecker, son los que pueden construirse a partir de los números “naturales” 0, 1, 2, 3 ... Pero veremos que la matemática cantoriana, liberada de las ataduras de la física, rápidamente estaría sin embargo en condiciones de encontrar nuevas formas de lo real, bajo la forma de lo imposible. Pero los obstáculos, la oposición de lo real a la libertad que Cantor proponía, no estarían ya adonde el representante de la tradición los señalaba.
A decir verdad, el mismo Cantor no podía saber exactamente adónde se encontrarían las nuevas formas de imposibilidad que surgirían de su teoría a medida que pudiese ser formulada más precisamente, cuando fuera axiomatizada sucesivamente, de un modo cada vez más riguroso, por Zermelo, Von Neumann y Gödel. Podemos ya anunciar aquí sin embargo lo que mostraremos en otro capítulo: que es sobre la base de los nuevos imposibles, generados por el decir de Cantor, que surgirán los lenguajes de programación y las redes numéricas en que se sustenta Internet.
Ahora bien, asentar el discurso de la matemática en una teoría que lo liberara de las limitaciones impuestas por otros discursos, no pudo hacerse sin un costo subjetivo. Y de hecho fue solo después de su primer momento de psicosis clínica e internación en 1884, que Cantor se atrevió a dar algunos pasos decisivos en el camino de esa rápida liberación de los “fantasmas” de la física y de la geometría. No fue sin su síntoma que pudo ir más allá del paradigma geométrico que durante años retuvo sus concepciones del número sujetas a la topología de la recta.
Así, es recién en 1891 que la existencia de los conjuntos infinitos no enumerables es demostrada siguiendo el ahora famoso método diagonal, que ya no reposa sobre la idea del continuo en la recta infinita, sino en la escritura decimal de los números reales, es decir, en una pura sintaxis que prescinde de toda referencia exterior a sus propias reglas. Y que sin embargo no acarreará al hombre una confrontación menor con lo imposible. ¡Al contrario! Como veremos, Cantor es el padre de Gödel. Paradojas de la libertad de un ser atado al símbolo.
En el mismo sentido podrían mencionarse las denominaciones de los números transfinitos cardinales y ordinales, y la admisión de conjuntos inconsistentes.
El decir de Cantor, según Lacan y Gödel
Como ya lo he dicho, a diferencia de otros psicoanalistas, Lacan no puso el acento en la psicosis de Cantor; y menos aún en los “fantasmas” que le habrían impedido ver lo que todavía no había sido descubierto. En esto era sensato: es muy fácil señalar hoy lo que Cantor no vio cuando todavía nadie lo había visto, para afirmar luego que eso probaría no sé qué fijación fantasmática. ¿O acaso deberíamos suponer ya escrito en nuestro inconsciente el saber que la ciencia encontrará en los próximos 100 años? Como suposición, lo menos que puede decirse es que es innecesaria, y Lacan la critica explícitamente en su texto La méprise du sujet supposé savoir. Mucho más interesante resulta estudiar las consecuencias de lo que la enunciación de Cantor abrió en el discurso de la matemática, aún si esas consecuencias no podían ser completamente advertidas por el propio Cantor (y eso por la estructura misma de todo acto). Es en esta dirección que Lacan menciona “el decir de Cantor”. Leemos en L’étourdit:
Lo que se profiere en el decir de Cantor, es que la serie de los números no representa ninguna otra cosa en el transfinito que la inaccesibilidad que comienza en dos {deux}, por lo cual de ellos {d’eux} se constituye lo enumerable al infinito.
Esta afirmación se basa en un texto de Gödel de 1947, titulado ¿Qué es el problema del continuo de Cantor? Allí Gödel desarrolla la pregunta: ¿cuál es el número de puntos de una línea recta? Para Cantor existen al menos dos clases de conjuntos infinitos, los enumerables y los no enumerables. Tras haber probado que el número de puntos de la recta es mayor que el de los conjuntos finitos enumerables, y que hay diferentes conjuntos no enumerables, Cantor hace la siguiente hipótesis: la cantidad de puntos del continuo de una recta tiene una cota superior, dada por el menor conjunto infinito no enumerable. Esa es su conjetura del continuo, que nunca pudo ser probada ni refutada hasta 1966, año en que Paul Cohen mostró que tanto esa conjetura como su negación son compatibles con las formas axiomatizadas de la teoría de los conjuntos. Es decir que la hipótesis del continuo de Cantor puede ser añadida como axioma independiente al armazón de la teoría de los conjuntos transfinitos.
De paso, en ese artículo Gödel da una definición rigurosa de lo que significa que el número de elementos de un conjunto sea inaccesible desde un punto de vista cantoriano. “Es inaccesible” quiere decir: tal número no puede ser construido por suma o producto de conjuntos con menor número de elementos. Gödel encuentra que no sólo los números transfinitos son inaccesibles, sino que hay ya un conjunto finito que es inaccesible: ¡el 2! El 2 es inaccesible desde un conjunto con un elemento, porque para llegar a él se necesitaría de la suma de 2 elementos, ¡es decir que sólo teniéndolo de antemano puede ser construido! Notemos que no pasa lo mismo con el 3.
Kronecker tenía entonces razón, los transfinitos son inaccesibles y contrarios a la intuición natural, sólo que la razón que Kronecker tenía iba a caducar, como efecto del decir de Cantor. Pero además, la nueva razón mostraría que el número 2 no es tan “natural” como parece. Lo cual es un saber útil para el psicoanalista, que puede entender ahora un poco mejor la dificultad que encuentra la gente para contar hasta dos - especialmente en la cama, ese riguroso distrito, donde se necesita teorizar al tercero para situarse “en relación” con el segundo -. Esa dificultad se funda en una propiedad de la estructura del lenguaje, imposible de reconocer hasta que Lacan añade al inconsciente freudiano las consecuencias del decir de Cantor – entre las cuales deben contarse los enunciados de Gödel -.
¿Y cómo es que, siendo tales números inaccesibles, el lenguaje nos permite plantear su existencia? Ayudado por el saber de lalengua francesa, en el párrafo citado Lacan ensaya una respuesta, sobre la que vuelve dos y muchas veces: es porque el uno del lenguaje es equívoco que de ellos (d’eux) puede hacerse dos (deux). También intentará esta otra, apoyándose en la reelaboración cantoriana que hace Frege de la aritmética: dado que el nombre del primer elemento es equívoco (¿el conjunto vacío es un cero o es un uno?), se puede establecer que cero y uno hacen dos. “A partir de lo cual Cantor pone en cuestión toda la serie de los números enteros y remite lo enumerable al primer transfinito, el primer Uno distinto {Un autre} que retoma lo que zanja del primero: que de hecho lo corta en dos.”
Es gracias a la ambigüedad del uno del lenguaje que se puede contar, y que se puede existir, incluso ex-sistir como sujeto de la enunciación cuya representación el uno equívoco puede tomar sobre sí. La teoría de los conjuntos hace entrar ese Uno equívoco del lenguaje en el discurso de la matemática, mediante el artilugio del conjunto vacío a partir de lo cual todo puede construirse, y más también. Allí ubicará Lacan su definición del sujeto: es lo que un significante, en su ambigüedad, representa para otro significante.
El decir de Cantor introduce en la ciencia nada menos que el efecto de sujeto del lenguaje, efecto divisorio, en el dominio en que menos se lo esperaba: el del número. Eso será rápidamente detectado por los matemáticos bajo la forma de las paradojas de la teoría de los conjuntos, que llevarán a una revisión radical de los fundamentos lógicos del discurso de la matemática (supuestos hasta ese momento un dominio de certeza y de saber asegurados). La teoría de los conjuntos no es estéril, diría uno de sus críticos más agudos, porque ella engendra la paradoja. Pero no sólo engendraría paradojas. Esa teoría, que permite alojar números inaccesibles sólo acotados por el rigor de una sintaxis, esa teoría de matemática pura que nace sin aplicaciones físicas ni geométricas, resulta que hoy se aplica. La informática y la nueva tecnología del software derivan de allí.
Además, la matemática pura de Georg Cantor no sólo se aplica hoy en el discurso de la ciencia o de la tecnología. Con Lacan, también encuentra aplicación en el discurso psicoanalítico. Entre las indicaciones que éste da al respecto, hay una en el corazón de su Proposición del 9 de octubre sobre el psicoanalista de la Escuela. “Es útil pensar en la aventura de un Cantor, aventura que no fue precisamente gratuita, para sugerir el orden transfinito en que el deseo del psicoanalista se sitúa.” Como en la teoría cantoriana de los números, en un análisis se trata de producir una coincidencia del decir con un no-saber, un aleph que enmarque la rigurosa cadena de los dichos; lo cual supone dar un salto afuera de la cadena, un salto que ubique al sujeto en una perspectiva nueva, desde donde la articulación de significantes se zanja {se tranche} como “solamente saber.”
Antifilosofía matemática, o la libertad de prescindir de toda metafísica
Después de años de trabajo concentrado en el discurso de la matemática, en 1883 Cantor comienza a publicar consideraciones filosóficas sobre lo que implica su manera de entender la realidad de las nociones que introduce. En ese año publica su texto Fundamentos de una teoría general de los conjuntos, donde discute la realidad de los números finitos e infinitos. A ellos puede adjudicarse una realidad trans-subjetiva o trascendente, de la que puede ocuparse la metafísica. O bien una realidad intrasubjetiva o inmanente, que es la única que verdaderamente interesa a la matemática en tanto tal, es decir en tanto “matemática libre”. El texto continúa así:
La matemática es plenamente libre en su desarrollo, y no conoce sino una única obligación: sus conceptos deben ser no contradictorios en sí mismos y sostener por otra parte con los conceptos formados anteriormente, ya presentes y asegurados, relaciones fijas, reguladas por las definiciones. En particular, para poder introducir nuevos números, solamente se requiere dar definiciones que les confieran precisión y, llegado el caso, una relación con los antiguos números tal, que se pueda distinguir a unos de otros de un modo determinado. Desde que un número satisface todas estas condiciones, puede y debe ser considerado como existente y real en la matemática.
No es necesario, yo creo, temer de estos principios ningún peligro para la ciencia. Por una parte las condiciones que digo - sin la observación de las cuales la libertad de formar números no puede ser puesta en ejercicio - son tales que sólo dejan a lo arbitrario un lugar extremadamente reducido; luego todo concepto matemático lleva en sí mismo su correctivo necesario: si es estéril o inadecuado, se manifiesta muy rápido por su poco uso, y es entonces abandonado por falta de eficacia. Por el contrario, toda restricción superflua impuesta al apetito de investigación matemática me parece implicar un peligro más grave, tanto más grave cuanto que no se puede extraer de la esencia de la ciencia nada que la justifique.
A partir de allí afirma: la esencia de la matemática reside precisamente en su libertad. No es de todos modos una libertad loca e irrestricta, porque, como leímos, sus principios “sólo dejan a lo arbitrario un lugar extremadamente reducido”. Lo notable es que finalmente estos principios que Cantor llevó hasta sus últimas consecuencias son los que tomará la ciencia a partir de él – sin decirlo -. Otro científico fascinado por la desconexión entre los símbolos matemáticos y la “realidad”, Alan Turing, avanzará en 1936 hasta la invención del software con la misma idea: Science is doubting the axioms.
Cantor introduce así el deseo de una matemática intrínsecamente rigurosa, que pueda prescindir de los lazos tradicionales con todas sus aplicaciones posibles. Por oposición a la matemática aplicada, sometida al control “metafísico” de la física y otras disciplinas que en nada pueden ya contribuir a su rigor, la matemática libre que él preconiza y ejercita tiene derecho a encontrar en sí misma su consistencia y su justificación, y a dejar que las significaciones trascendentes surjan, eventualmente, a posteriori.
Para dar el paso de la matematización del infinito, era necesaria esa posición, que implicaba tomar al lenguaje mismo, y no a ninguna otra realidad trascendente, como la materia a explorar; por ejemplo para determinar qué problemas surgen con el “todo” de la cuantificación universal cuando él se aplica a ciertas expresiones que también están en el lenguaje, las de lo infinito. En efecto, para tratar esa contradicción interna del infinito, la matemática no podía, no debía, apelar esta vez a la física.
La posición subjetiva extrema de Cantor supone el reconocimiento lúcido de la matemática como “sólo saber”; lo cual hace que la única coerción que acepte para esa disciplina es la que le impone la exigencia lógica de no contradicción. Es la única condición a que debe atenerse un elemento para ser admitido como existente. Lo que no implicaba dejar de lado lo real, sino por el contrario, afrontar lo que un discurso así generado conlleva: una confrontación con la imposibilidad lógica. La retracción de la matemática a la lógica matemática, es decir a lo que Lacan calificaría de “ciencia de lo real”, es el camino que Cantor abrió con su ejercicio matemático de la libertad.
La física y sus demás aplicaciones, para el discurso de la matemática, son fantasma. Había que abandonarlo para laicizar el infinito que el lenguaje aporta al ser hablante. Respecto de algunas ideas llamadas teológicas de Cantor, debemos decir que no son tan teológicas como pueden parecer desde una lectura ingenua. Sus consideraciones acerca de Dios anticipan por el contrario la concepción de Dios como efecto real del lenguaje, efecto del que Lacan desprendió toda suposición, para aislar en él al uno que hay. En 1908, es decir después de varias internaciones psiquiátricas, en respuesta a la crítica de Poincaré que le imputaba el sostén de un Género supremo, Cantor afirma:
Jamás he derivado ningún “Género supremo” del infinito actual. Por el contrario, he demostrado rigurosamente que no hay en absoluto “Género supremo” del infinito actual. Lo que sobrepasa todo lo finito y transfinito no es ningún “Género”; es la simple unidad en la cual todo está incluido, que incluye incluso el “Absoluto” incomprensible para el entendimiento humano. Es el “Actus purissimus” que por muchos es llamado “Dios”.
Dios, entonces, es una forma de hablar de algunos hombres. ¿De hablar de qué?, de la simple unidad, del uno que hay, para decirlo en los términos de Ou pire..., y que es acto creador porque siendo el simple elemento del lenguaje, logra hacer entrar en lo real a su criatura: el sujeto que es su efecto. Cantor no era psicoanalista lacaniano para formularlo en estos términos, no obstante llega a plantear que la realidad de lo que su discurso introduce es sólo inmanente o subjetiva.
Locura y libertad
Sin embargo, Georg Cantor no siempre se atuvo al discurso de la matemática en el ejercicio de la libertad. La practicó también en la locura. A propósito suyo, con toda discreción, Lacan habló del drama del sabio en las crisis de la ciencia. “Tiene sus víctimas de las que nada dice que su destino se inscriba en el mito del Edipo.” En 1884, por un breve período, Cantor fue internado por primera vez, en el mismo Hospital Universitario de Leipzig que unos meses después alojaría aSchreber. A partir de entonces parece dedicar más tiempo a las preocupaciones teológicas y filosóficas que a las propiamente matemáticas, a las que sin embargo retorna, produciendo aún resultados muy importantes.
Hoy es común que el hombre de ciencia que ha encontrado algo, ante lo subjetivamente insoportable de sus logros, se dedique a sostener y divulgar ideas que poco tienen que ver con la disciplina en que hizo avanzar la ciencia. Acaso sea una forma de tratar la destitución subjetiva que exige la ciencia a quien le entrega su hallazgo y su nombre. La comunidad científica respeta el estilo y las costumbres del investigador, admite que pasee por los pasillos y por el mundo con su osito de peluche gastado y sucio, y también que defienda sus pequeños delirios no muy científicos en su espacio transicional anglosajón, tolera incluso que redacte a partir de ellos algún opúsculo sobre la inteligencia artificial y la conciencia de las máquinas, y hasta que lo publique.
Cantor, sin embargo, se tomó algunas libertades menos propensas a una inscripción social que un libro de divulgación. Durante muchos años defendió, y de un modo francamente delirante, la autoría por parte de Francis Bacon de las obras de Shakespeare. A diferencia de la brillantez y exhuberancia de ideas que mostró en el discurso de la matemática, allí los argumentos que acompañaron su habitual rigor fueron escasos y más bien pobres.
Muy poco se sabe de las circunstancias que llevaron a su primera internación. Es verosímil, aunque difícil de comprobar, la tesis de Charraud según la cual el desencadenamiento no fue por la falta de reconocimiento o la oposición de la comunidad alemana de matemáticos, sino al contrario como consecuencia de un viaje a Paris donde fue recibido como un maestro por matemáticos de la talla de Poincaré, Hermitte y Picard. Cantor nunca tuvo discípulos, nunca los aceptó, se interesó siempre más en sus detractores que en sus seguidores. La posición de maestro tal vez le resultara insostenible o poco interesante.
Menos aún se conoce de las circunstancias que, a partir de 1899, lo llevaron a estar internado por períodos de varios meses, casi regularmente cada año, en alternancia con las etapas en que trabajaba en matemática y en docencia universitaria. Hay constancias de franca locura, de horrísonos ejercicios vocales, de conductas excrementicias que espantaban al psiquiatra – éste retrocedía ante la mano embadurnada que Cantor, sonriente, le tendía -.
El loco, decía Lacan, es el hombre libre, porque tiene el objeto de su lado, no busca la voz ni la hez en el Otro como inconscientemente hace el neurótico. No sueña tampoco con liberarse del Otro, porque aún encerrado en un asilo es subjetivamente libre de las ataduras o “lazos” sociales. Por lo cual Lacan no consideró a la locura como un mero déficit. Más bien “seducción del ser”, ruptura del nudo social que mantiene atados los registros simbólico e imaginario con lo real. Pensaba que la locura es una opción que no está al alcance de cualquiera, y que tampoco a quien quiere le llegan los riesgos que la bordean.
“No basta con un organismo débil – añadió -, una imaginación alterada, conflictos que superen a las fuerzas. Puede ocurrir que un cuerpo de hierro, poderosas identificaciones y facilidades del destino inscriptas en los astros, conduzcan con mayor seguridad a esa seducción del ser.”
Podemos evocar también este otro párrafo, tal vez el único que Lacan incluye dos veces en sus Escritos: “El ser del hombre no solamente no puede ser comprendido sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no llevara en sí a la locura como límite de su libertad.”
De su puño y letra, el padre lo convocaba en una carta al porvenir de “una estrella brillante en el horizonte de la ciencia”. Cantor, cuerpo de hierro, poderosas identificaciones sostenidas en su padre, un destino inscripto en los astros, no apoyaba sin embargo esas identificaciones en la metáfora paterna y en la represión que ésta condiciona; lo cual no necesariamente fue un déficit, y especialmente no en cuanto a su ejercicio inusitado de la libertad.
Pero por supuesto, el goce de la libertad tuvo para él un costo. Porque una vez planteadas libremente las reglas y los axiomas, atenerse al discurso constrictivo de la matemática implica la libertad de padecer como sujeto las consecuencias, ellas ya no libres, de haber establecido libremente esos axiomas y reglas de deducción. Lo que explica en parte que haya reencontrado su libertad, al principio de manera intermitente, afuera de los lazos de discurso.
Un síntoma alienante
Lo que dio el sesgo propio y la posición sintomática de Cantor, lo más singular que podemos advertir en lo que sabemos de su vida y de su obra, reside en la firmeza y la eficacia con que consiguió importar al discurso de la matemática la libertad de que pudo gozar en la locura. Si su decir es acto y tan pleno de consecuencias, es porque logró realizar en el discurso lo que otros sólo padecen fuera de él. Ahora bien, su frecuente salida del discurso de la matemática no es sin embargo un cambio de discurso, es pasaje al acto – esa ruptura del lazo social en que consiste un desencadenamiento -. No vemos en Cantor esa saludable separación que se obtiene con el cambio de discurso, ese recurso que permite a otros hombres de ciencia una existencia más cómoda, y también menos rigurosa.
¿Qué es la libertad, además de un ideal o una utopía? ¿Qué es ella desde el siglo XIX, cuando ya no se apoya en la legalidad de la esclavitud, que daba consistencia lingüística al “hombre libre”? ¿Qué queda de ella cuando ya nadie cree en la igualdad entre los hombres, cuando la fraternidad más desembozadamente que nunca se apoya en la segregación? ¿Es algo más que un sueño del neurótico, sostenido en el discurso interior casi delirante que Lacan describió tan bien en su seminario Las psicosis?
Hegel caracterizó muy bien el momento histórico que sigue al de la revolución francesa: la libertad se realiza en el Terror, donde la esencia del hombre libre se revela en la libertad de morir. Es que esta “facultad” no es idealizada solamente por error del neurótico. Es la estructura misma del sujeto, esencialmente encadenado al lenguaje, lo que hace de la libertad una instancia alienante, cuyos espejismos encuentra en una primera fase de su constitución subjetiva.
Eso resulta especialmente evidente cada vez que la “cadena” del significante se reduce al par significante. En ese nivel, cuando “somos libres”, nos encontramos ante una elección forzada. Los ejemplos que estudió Lacan, la bolsa o la vida, la libertad o la muerte, son ilustrativos. Si se plantea tal opción, sólo tenemos la libertad de una vida sin la bolsa, o la libertad de morir: división subjetiva como consecuencia de la caducidad inaugural del Otro que el significante condiciona. La fórmula lacaniana que dice: el significante representa al sujeto para otro significante, es la fórmula de la alineación, es un o bien, o bien que “en el mejor de los casos” se reduce a la posibilidad de elegir entre perder sólo uno de los términos (la bolsa) o perder ambos (la vida, ergo también la bolsa).
Es que la libertad se realiza en la eliminación del Otro, en el pasaje al acto. Hay una salida - al menos para quien una referencia metafórica al padre ha sido admitida en su inconsciente - a la que Lacan llamó separación, y que determina una segunda fase en la constitución del sujeto. Ella implica un retorno del Otro eliminado en la primera fase, al que el sujeto le hace un lugar en el nivel del deseo. Pero eso implica que en su elección ya no es tan libre, porque en ella palpita el deseo del Otro que ha alojado en la intimidad de su ser. El ser ha consentido en que el deseo del Otro intervenga en su insondable decisión.
Entonces, una cosa es la libertad, otra la separación. Son dos formas bien diferentes de ubicarse en relación con el Otro en tanto que tachado. En el primer caso, la tachadura tiene valor de eliminación. Allí se ubicó Cantor, en una línea que Lacan hace proceder del método de Descartes, que sustituyo al gran Otro, Dios, por las pequeñas letras a, b, c, ..., y que reemplazó al razonamiento fundado en la verdad revelada por Dios, por la demostración por repetición o recurrencia. Es decir lo que sería llamado principio de inducción, y que Cantor llevaría hasta lo transfinito: si un teorema vale para el caso 1, y si cuando vale para n también vale para n+1, entonces vale para todo n.
Si, tal como afirmó Cantor, en tanto disciplina de saber la esencia de la matemática es la libertad, eso no necesariamente es cómodo para el investigador. Lacan escucha que es bajo la forma de un gemido como Cantor enuncia que la gran dificultad, el gran riesgo de la matemática, es que es el lugar de la libertad. La vida de Cantor como sujeto de la matemática, se reduce a soportar la marca de la división originaria que la teoría de los conjuntos incluye desde el comienzo, como conjunto vacío. El conjunto vacío es la marca del sujeto y al mismo tiempo el elemento diseñado para arrastrar por todos los enunciados de la matemática la huella del sujeto de la enunciación, una enunciación destinada a ser desestimada por la ciencia bajo la forma de la forclusión: “pasó tu tiempo, en el dominio del número, en tanto sujeto, no cuentas”. Y esto no por mala voluntad de una comunidad científica, no por la animadversión de Kronecker, sino por necesidad del discurso en que esa ciencia se sostiene y avanza.
No debe extrañar que ese sujeto aproveche para gritar cuando, después de un tramo de desarrollo de ese discurso, se llegue al punto crítico en que el lenguaje, en sus imposibilidades, se ve obligado a confesar su existencia. Es el momento de la paradoja, el momento que sacude a ese discurso entre 1885 y 1936, donde todos los matemáticos tienen algo para decir, a favor o en contra de Cantor, poco importa, pero sobre Cantor, sea desde un discurso propiamente científico, sea epistemológico o filosófico. Lo que a la larga interesaría sería el camino por el que Gödel, Church, Post y Turing iban zanjar la cuestión: encontrando un modo efectivo de acallar nuevamente la presencia excesiva de la enunciación en los enunciados matemáticos. El software, el lenguaje preciso de la máquina automática, será el resultado. Automatic machine, precisará Turing en su artículo original, se opone a choice machine.
Hoy los matemáticos han olvidado aquella gesta de libertad, de paradojas, de necesidad de una fundación completamente nueva de su disciplina. Piensan que no es un tema interesante, que la matemática tiene cosas más útiles en que ocuparse, y no sólo por cuestiones ligadas a las exigencias del discurso en que trabajan. Sólo algunos recuerdan esa gesta, y la mantienen viva en su enunciación – por ejemplo Gregory Chaitin en sus libros y en sus conferencias en Buenos Aires, explicando a su manera cómo su teoría de la información algorítmica, con la que explora los límites de la matemática y de la informática, procede del decir de Cantor -.
Una distinción entre psicosis y locura
Con su síntoma de suplencia, la libertad, Cantor logró en sus investigaciones “atacar la cadena en su punto de intervalo”, pero eso no lo habilitó para alojar allí el deseo del Otro social al que rechazó sistemáticamente. Condensando sobre sí lo que era su síntoma y su antinomia personal, libre por necesidad (para decirlo en una contradicción en los términos), Cantor funda primero una unión de matemáticos alemanes que responda a su llamado libertario, que luego se hará mundial y funcionará bien, sobre todo cuando él no esté. Episodio histórico que ilustra hasta qué punto la vía de Cantor es la del pasaje al acto, y no la del acto de separación al que nunca accedió. Aún atacando la cadena en su punto de intervalo, no logró forjarse lo que Lacan llamó un estado civil, no “formó parte” de la comunidad de los matemáticos, sólo pudo transformarles su discurso, y colegiarlos – desde el exterior -. Antes que formar parte, antes que salir de su lugar de sujeto excepcional, eligió desligarse del Otro. Desencadenando su psicosis, resguardó su libertad.
La vida y la obra de Cantor hacen evidente que la psicosis como estructura subjetiva no sólo es compatible con la más extremada sujeción a la lógica de un discurso, sino que evidentemente la favorece. Libertad de sujeción a un discurso que volveremos a encontrar en Gödel, aunque en él será el rigor lógico, más que la libertad creativa, el rasgo subjetivo que prevalecerá. La posición subjetiva extrema que eso exige resulta a todas luces beneficiada por la estructura subjetiva de la psicosis; que entonces no necesariamente es un déficit, sino que en algunos casos facilita una libertad creativa incomparable, de una escala distinta de la que es capaz el neurótico, tan eficazmente limitado por la represión a seguir ideas y costumbres ya aceptadas.
Es frecuente el empleo de los términos psicosis y locura como equivalentes, tanto en el lenguaje especializado del psicoanálisis como en el de los legos. Si se tiene en cuenta la notable precisión lograda por Jacques Lacan en la definición de la psicosis como estructura subjetiva, una distinción entre los términos de psicosis y locura puede ser establecida. Tal distinción encontraría una aplicación inmediata en los casos como el que ahora consideramos, en que la psicosis como estructura subjetiva no impide al sujeto sostener un lazo social a menudo muy firme. Es decir que la psicosis no coincide con la locura, aún si condiciona y facilita esa “seducción del ser”: una mitad de la vida de Cantor testimonia sobre eso.
Estas coordenadas, que hacen posible distinguir entre psicosis y locura, permiten también una definición justa del autismo: un sujeto del lenguaje, que desde el comienzo ha tomado la posición - alienada, firme, petrificante - de no entrar en lazos de discurso alguno. Con lo cual se distingue claramente del psicótico en el sentido lacaniano del término, que es el sujeto que cuenta con la posibilidad estructural de retirarse del lazo social – habiendo participado de él -.
Que el analista se aparte de los prejuicios acerca del déficit en la psicosis, y sobre todo se sustraiga de los efectos de fascinación y de angustia alternados que el loco en tanto hombre libre genera en el neurótico, es la condición exigible para no retroceder ante la posibilidad de que el psicótico acepte el vínculo analítico. Para ello deberá tentarlo a retornar, de la locura posterior al desencadenamiento, a la psicosis, que no es incompatible con el lazo social. Tal vez lo inspire en ese sentido este pequeño poema dirigido a los psiquiatras que alguna vez redactó Cantor, internado, y que muy bien podría ubicarse como epígrafe del Pequeño discurso que tiempo después Lacan les dedicó:
Tenéis ojos para ver,
Dos orejas prestas a escuchar,
Dos manos para tocar y sentir,
La nariz para los olores.
No os falta una lengua
Tampoco un paladar para gustar,
Así, tenéis los cinco sentidos,
Pero estáis todos locos.
Lo que os falta es bien simple,
Es el buen sentido.
Habéis estudiado demasiado.
Y os encontráis completamente extraviados en el plano psiquiátrico.
Seamos también aquí rigurosos, Cantor no dice que el buen sentido exista. Eso es precisamente lo que falta, y no sólo al psiquiatra. Lo que sí existe, es el extravío en el plano psiquiátrico.
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Parece natural que un psicoanalista se interese sobre todo en esta última, y que ponga el acento en Cantor el caso clínico. Curiosamente no fue eso lo que retuvo la atención de Lacan, quien lo cita frecuentemente en sus Seminarios, pero no para hablar de su enfermedad ni de sus avatares biográficos, sino de lo que Cantor introdujo en el discurso de la matemática. Más que en sus síntomas, se interesó en sus actos, y en las consecuencias de sus actos – y en particular del acto humano por excelencia, el acto de decir, la enunciación como acto -. En su texto L’étourdit, Lacan rindió homenaje al “decir de Cantor”, expresión que figura tres veces en ese texto. Vehemente y sólo sostenible desde una posición subjetiva extrema, el decir de Cantor inaugura la ciencia del siglo XX, haciendo posible que otros matemáticos avancen hasta la invención de la matriz lógica de la computadora.
No es función de la ciencia recordar al sujeto que soportó una invención, ni las condiciones de enunciación que incluyen su vida y sus lazos con los matemáticos de la época. El psicoanálisis en cambio se interesa en esas condiciones, para devolver al acto sus consecuencias, enormes sobre las matemáticas y sobre la civilización. Y también sobre el sujeto: como veremos, el decir tuvo en Cantor la particularidad de exigirle llegar hasta los límites últimos de la alienación en el sentido lacaniano del término, sin que eso facilitara en nada para él la segunda fase de la constitución del sujeto: la separación.
Inspirado en Jacques Lacan y en Colette Soler, el título de este texto ubica - en aposición al nombre - el rasgo que tuvieron en común las vidas, tan distintas, de Georg Cantor. Más que la convicción y la energía que desplegó en cada una de ellas, es la libertad lo que da el rasgo común a su decir como matemático, a la fundamentación filosófica personal de sus teorías, a sus delirios y a su locura.
Cantor fue matemático y fue loco, pero no al mismo tiempo. Sin pretender reducir en nada el abismo que separa esas fases dispares e irreductibles una a otra, este texto se propone interrogar cómo se juega en ellas esa facultad paradójica, la libertad, que Cantor sostuvo hasta la muerte como su bien más preciado. Para comenzar, recordemos a grandes rasgos el modo en que Cantor libera a la matemática de sus ataduras tradicionales.
Breve historia del infinito
En su Física, Aristóteles explica que la noción de infinito es contradictoria en sí misma: “No es como se dice, algo fuera de lo cual no hay nada, sino algo fuera de lo cual siempre hay algo”. Advirtió así que el infinito no admite ningún “todo”. Lo juzgó entonces una noción absurda, que no debe ser admitida por el científico más que en un sentido restringido: sólo hay infinitos en potencia, que existen por composición en las magnitudes muy grandes o por división en las muy pequeñas, pero es absurdo pensar que pueda existir en acto un “cuerpo” {soma} sensible infinito. Consideró que ni siquiera los matemáticos tienen necesidad de admitir la existencia de cuerpos infinitos, pues su disciplina solamente requiere magnitudes tan grandes como se quiera, pero limitadas.
Durante más de 2000 años, los matemáticos se atuvieron, en cuanto al infinito, a la conducta recomendada por Aristóteles. Sin embargo, ya en 1638 Galileo había señalado que algo muy curioso ocurre con los conjuntos infinitos de números. Notó que si escribimos la lista de los naturales: 1, 2, 3, 4, ..., podemos suponer que tal lista que no tiene un último término, no tiene fin, decimos que es al menos potencialmente infinita. Si debajo de esa lista hacemos otra, de modo que el cuadrado de cada uno de los términos de la primera quede justo debajo de él, tendremos: 1, 4, 9, 16, ... Es muy fácil ver que estamos haciendo una correspondencia uno a uno de cada miembro de la primera lista con cada miembro de la segunda. Esto permitió a Galileo deducir que debe existir la misma cantidad de números en ambas listas, porque existe una correspondencia uno a uno entre sus miembros, es decir que cada miembro de una lista puede ser unido por una flecha doble con cada miembro de la otra. Inmediatamente aparece la siguiente paradoja: por un lado ambas listas tienen la misma cantidad de números, y por otro no, ya que cada número que aparece en la lista de los cuadrados – que son también números naturales - tiene que figurar en la primera lista, la de todos los naturales, pero además la primera lista contiene otros números como el 3 ó el 5 que no son cuadrados, y por lo tanto la primera lista tiene más números que la segunda. La primera tiene la misma cantidad de números que la segunda lista, y al mismo tiempo tiene una cantidad mayor. He allí la paradoja. Galileo pone en boca de Salviati esta conclusión:
“No veo que otra cosa haya que decir si no es que infinitos son todos los números, infinitos los cuadrados, infinitas sus raíces; y la multitud de los cuadrados no es menor que la de todos lo números, ni ésta mayor que aquélla; y finalmente, los atributos de mayor, menor e igual no se aplican a los infinitos, sino sólo a las cantidades terminadas [esto es, finitas]”.
Galileo se atuvo sin embargo a la imperativa prudencia de Aristóteles. El hombre que inició la matematización de la física, que permitió transformar el mundo cerrado del medioevo en el universo infinito de la época moderna, no puso en cuestión los límites establecidos para la matemática misma. El infinito en juego, tanto para él como para Newton, es ese infinito potencial al que Aquiles y la tortuga aspiran desde hace muchos siglos, pero al que nunca llegarán “en su doble y desesperada persecución de la inmovilidad y del éxtasis”, según dijo bellamente Borges. Temieron que el infinito tomado en acto, integrado al pensamiento, estalle y lo mate.
Doscientos cincuenta años después que Galileo, Georg Cantor volvió sobre las listas infinitas de números. Argumentó que las cantidades infinitas no necesariamente deberían responder a las mismas leyes que las finitas, y que sus leyes específicas podían ser establecidas. En lugar de descartarlas como absurdas, las hizo ingresar en el discurso de la matemática. La propiedad que Galileo había considerado paradójica era, en verdad, una propiedad “natural” de los conjuntos infinitos.
Ahora bien, para dar ese otro paso, la matematización del infinito, era el lenguaje mismo lo que debía explorarse. Había que enfrentar los problemas que surgen con la cuantificación universal cuando es aplicada a ciertas expresiones que también están en el lenguaje, pero que exceden la lógica del “todo”. Si pretendía tratar la contradicción interna del infinito, la matemática no podía (y como veremos, no debía) apelar esta vez a la física, ya que era completamente inoperante concebir un cuerpo infinito en acto. Aristóteles había demostrado que tal cuerpo es imposible, porque debería estar en algún lugar, que sería su límite, y por lo tanto no sería ya infinito.
Había que inventar entonces una nueva lógica, con un lenguaje limitado, manejable, pero suficientemente potente como para expresar los conjuntos infinitos. Tal es la función de la teoría de los conjuntos que introduce Cantor, capaz de alojar en el lenguaje conjuntos más grandes aún que “todo”, mediante combinaciones de una cantidad limitada de signos.
El hotel de Hilbert
Recapitulando la obra de Cantor, es fácil encontrar una decena de ideas mayores. De ellas se ha escrito que son “tan brillantes y originales, tan simples, elegantes y poderosas, que cualquiera de ellas hubiera sido suficiente para coronar la carrera de un gran matemático.” Algunas de esas ideas son:
- las cantidades infinitas no son absurdas o imposibles, sino números que requieren un álgebra nueva para entregar sus secretos;
- la propiedad de tener partes que son igual que el todo es la propiedad determinante de los números infinitos;
- se dice que dos conjuntos de objetos tienen el mismo número de elementos si sus elementos pueden ser puestos en una correspondencia uno-a-uno;
- los números racionales son enumerables (contables), ya que de un modo sencillo se pueden poner en una relación uno-a-uno con los enteros positivos, a pesar de que parecen ser muchos más;
- los números reales (racionales más irracionales) no son enumerables.
La lista de ideas novedosas de Cantor no se detuvo allí. Con igual desenvoltura demostró que los elementos de un conjunto son menos que los subconjuntos de dicho conjunto. De lo cual rápidamente dedujo la siguiente consecuencia: el conjunto de subconjuntos es un principio generador, para cualquier conjunto dado, de conjuntos mayores. (¡Incluso si se tratara del conjunto de todos los conjuntos!)
La ganancia que trajo la ampliación del campo de la matemática a los conjuntos infinitamente grandes, puede ser ilustrada con las libertades que podría tomarse el propietario de un hotel tal como lo concibió David Hilbert, uno de los primeros matemáticos en aprovechar la teoría de los conjuntos:
Imaginemos un hotel con un número finito de habitaciones, y supongamos que todas las habitaciones están ocupadas. Llega un nuevo huésped y pide una habitación. “Lo siento, dice el propietario, pero todas las habitaciones están ocupadas”. Imaginemos ahora un hotel con un número infinito de habitaciones, todas ellas ocupadas. También a este hotel llega un nuevo huésped y pide una habitación. “¡Por supuesto!”, exclama el dueño, y traslada a la persona que previamente ocupaba la habitación 1 a la habitación 2, la de la habitación 2 a la 3, la persona de la habitación 3 a la 4, y así sucesivamente... Y el nuevo cliente recibe la habitación 1, que ha quedado libre como resultado de estas mudanzas. Imaginemos ahora un hotel con un número infinito de habitaciones, todas ocupadas, y un número infinito de nuevos huéspedes que llegan y piden habitación. “¡Seguro, señores –dice el dueño-, esperen sólo un minuto!”. Traslada entonces el ocupante de la habitación 1 a la 2, el ocupante de la 2 a la 4, el de la 3 a la 6, y así sucesivamente. Ahora, todas las habitaciones con números impares han quedado libres, y los infinitos nuevos huéspedes pueden fácilmente ser alojadas en ellas.
Ese hotel sólo podría construirse en el “paraíso creado por Cantor” –así lo llamó Hilbert - donde el conjunto infinito de los enteros positivos tiene la misma cantidad de elementos (y no la mitad) que el de los números pares.
Las teorías de Cantor, aun si se basaban en el razonamiento matemático, iban en contra de las bases intuitivas proporcionadas por la física o la geometría; por eso mismo estaban destinadas a encontrar una oposición activa entre los matemáticos de su época. Algunos de ellos reaccionaron con encono, como Kronecker su antiguo maestro, de quien Cantor hizo un enemigo, casi un perseguidor, al que dedicaba buena parte de sus desvelos y de sus nuevos descubrimientos.
Sin embargo Kronecker sólo le devolvía en los años ’80, un poco enfáticamente es verdad, la crítica que antes el propio Cantor hiciera a otros matemáticos como Du Bois-Reymond: que construían números de papel, entidades inexistentes. Los verdaderos números, sostenía Kronecker, son los que pueden construirse a partir de los números “naturales” 0, 1, 2, 3 ... Pero veremos que la matemática cantoriana, liberada de las ataduras de la física, rápidamente estaría sin embargo en condiciones de encontrar nuevas formas de lo real, bajo la forma de lo imposible. Pero los obstáculos, la oposición de lo real a la libertad que Cantor proponía, no estarían ya adonde el representante de la tradición los señalaba.
A decir verdad, el mismo Cantor no podía saber exactamente adónde se encontrarían las nuevas formas de imposibilidad que surgirían de su teoría a medida que pudiese ser formulada más precisamente, cuando fuera axiomatizada sucesivamente, de un modo cada vez más riguroso, por Zermelo, Von Neumann y Gödel. Podemos ya anunciar aquí sin embargo lo que mostraremos en otro capítulo: que es sobre la base de los nuevos imposibles, generados por el decir de Cantor, que surgirán los lenguajes de programación y las redes numéricas en que se sustenta Internet.
Ahora bien, asentar el discurso de la matemática en una teoría que lo liberara de las limitaciones impuestas por otros discursos, no pudo hacerse sin un costo subjetivo. Y de hecho fue solo después de su primer momento de psicosis clínica e internación en 1884, que Cantor se atrevió a dar algunos pasos decisivos en el camino de esa rápida liberación de los “fantasmas” de la física y de la geometría. No fue sin su síntoma que pudo ir más allá del paradigma geométrico que durante años retuvo sus concepciones del número sujetas a la topología de la recta.
Así, es recién en 1891 que la existencia de los conjuntos infinitos no enumerables es demostrada siguiendo el ahora famoso método diagonal, que ya no reposa sobre la idea del continuo en la recta infinita, sino en la escritura decimal de los números reales, es decir, en una pura sintaxis que prescinde de toda referencia exterior a sus propias reglas. Y que sin embargo no acarreará al hombre una confrontación menor con lo imposible. ¡Al contrario! Como veremos, Cantor es el padre de Gödel. Paradojas de la libertad de un ser atado al símbolo.
En el mismo sentido podrían mencionarse las denominaciones de los números transfinitos cardinales y ordinales, y la admisión de conjuntos inconsistentes.
El decir de Cantor, según Lacan y Gödel
Como ya lo he dicho, a diferencia de otros psicoanalistas, Lacan no puso el acento en la psicosis de Cantor; y menos aún en los “fantasmas” que le habrían impedido ver lo que todavía no había sido descubierto. En esto era sensato: es muy fácil señalar hoy lo que Cantor no vio cuando todavía nadie lo había visto, para afirmar luego que eso probaría no sé qué fijación fantasmática. ¿O acaso deberíamos suponer ya escrito en nuestro inconsciente el saber que la ciencia encontrará en los próximos 100 años? Como suposición, lo menos que puede decirse es que es innecesaria, y Lacan la critica explícitamente en su texto La méprise du sujet supposé savoir. Mucho más interesante resulta estudiar las consecuencias de lo que la enunciación de Cantor abrió en el discurso de la matemática, aún si esas consecuencias no podían ser completamente advertidas por el propio Cantor (y eso por la estructura misma de todo acto). Es en esta dirección que Lacan menciona “el decir de Cantor”. Leemos en L’étourdit:
Lo que se profiere en el decir de Cantor, es que la serie de los números no representa ninguna otra cosa en el transfinito que la inaccesibilidad que comienza en dos {deux}, por lo cual de ellos {d’eux} se constituye lo enumerable al infinito.
Esta afirmación se basa en un texto de Gödel de 1947, titulado ¿Qué es el problema del continuo de Cantor? Allí Gödel desarrolla la pregunta: ¿cuál es el número de puntos de una línea recta? Para Cantor existen al menos dos clases de conjuntos infinitos, los enumerables y los no enumerables. Tras haber probado que el número de puntos de la recta es mayor que el de los conjuntos finitos enumerables, y que hay diferentes conjuntos no enumerables, Cantor hace la siguiente hipótesis: la cantidad de puntos del continuo de una recta tiene una cota superior, dada por el menor conjunto infinito no enumerable. Esa es su conjetura del continuo, que nunca pudo ser probada ni refutada hasta 1966, año en que Paul Cohen mostró que tanto esa conjetura como su negación son compatibles con las formas axiomatizadas de la teoría de los conjuntos. Es decir que la hipótesis del continuo de Cantor puede ser añadida como axioma independiente al armazón de la teoría de los conjuntos transfinitos.
De paso, en ese artículo Gödel da una definición rigurosa de lo que significa que el número de elementos de un conjunto sea inaccesible desde un punto de vista cantoriano. “Es inaccesible” quiere decir: tal número no puede ser construido por suma o producto de conjuntos con menor número de elementos. Gödel encuentra que no sólo los números transfinitos son inaccesibles, sino que hay ya un conjunto finito que es inaccesible: ¡el 2! El 2 es inaccesible desde un conjunto con un elemento, porque para llegar a él se necesitaría de la suma de 2 elementos, ¡es decir que sólo teniéndolo de antemano puede ser construido! Notemos que no pasa lo mismo con el 3.
Kronecker tenía entonces razón, los transfinitos son inaccesibles y contrarios a la intuición natural, sólo que la razón que Kronecker tenía iba a caducar, como efecto del decir de Cantor. Pero además, la nueva razón mostraría que el número 2 no es tan “natural” como parece. Lo cual es un saber útil para el psicoanalista, que puede entender ahora un poco mejor la dificultad que encuentra la gente para contar hasta dos - especialmente en la cama, ese riguroso distrito, donde se necesita teorizar al tercero para situarse “en relación” con el segundo -. Esa dificultad se funda en una propiedad de la estructura del lenguaje, imposible de reconocer hasta que Lacan añade al inconsciente freudiano las consecuencias del decir de Cantor – entre las cuales deben contarse los enunciados de Gödel -.
¿Y cómo es que, siendo tales números inaccesibles, el lenguaje nos permite plantear su existencia? Ayudado por el saber de lalengua francesa, en el párrafo citado Lacan ensaya una respuesta, sobre la que vuelve dos y muchas veces: es porque el uno del lenguaje es equívoco que de ellos (d’eux) puede hacerse dos (deux). También intentará esta otra, apoyándose en la reelaboración cantoriana que hace Frege de la aritmética: dado que el nombre del primer elemento es equívoco (¿el conjunto vacío es un cero o es un uno?), se puede establecer que cero y uno hacen dos. “A partir de lo cual Cantor pone en cuestión toda la serie de los números enteros y remite lo enumerable al primer transfinito, el primer Uno distinto {Un autre} que retoma lo que zanja del primero: que de hecho lo corta en dos.”
Es gracias a la ambigüedad del uno del lenguaje que se puede contar, y que se puede existir, incluso ex-sistir como sujeto de la enunciación cuya representación el uno equívoco puede tomar sobre sí. La teoría de los conjuntos hace entrar ese Uno equívoco del lenguaje en el discurso de la matemática, mediante el artilugio del conjunto vacío a partir de lo cual todo puede construirse, y más también. Allí ubicará Lacan su definición del sujeto: es lo que un significante, en su ambigüedad, representa para otro significante.
El decir de Cantor introduce en la ciencia nada menos que el efecto de sujeto del lenguaje, efecto divisorio, en el dominio en que menos se lo esperaba: el del número. Eso será rápidamente detectado por los matemáticos bajo la forma de las paradojas de la teoría de los conjuntos, que llevarán a una revisión radical de los fundamentos lógicos del discurso de la matemática (supuestos hasta ese momento un dominio de certeza y de saber asegurados). La teoría de los conjuntos no es estéril, diría uno de sus críticos más agudos, porque ella engendra la paradoja. Pero no sólo engendraría paradojas. Esa teoría, que permite alojar números inaccesibles sólo acotados por el rigor de una sintaxis, esa teoría de matemática pura que nace sin aplicaciones físicas ni geométricas, resulta que hoy se aplica. La informática y la nueva tecnología del software derivan de allí.
Además, la matemática pura de Georg Cantor no sólo se aplica hoy en el discurso de la ciencia o de la tecnología. Con Lacan, también encuentra aplicación en el discurso psicoanalítico. Entre las indicaciones que éste da al respecto, hay una en el corazón de su Proposición del 9 de octubre sobre el psicoanalista de la Escuela. “Es útil pensar en la aventura de un Cantor, aventura que no fue precisamente gratuita, para sugerir el orden transfinito en que el deseo del psicoanalista se sitúa.” Como en la teoría cantoriana de los números, en un análisis se trata de producir una coincidencia del decir con un no-saber, un aleph que enmarque la rigurosa cadena de los dichos; lo cual supone dar un salto afuera de la cadena, un salto que ubique al sujeto en una perspectiva nueva, desde donde la articulación de significantes se zanja {se tranche} como “solamente saber.”
Antifilosofía matemática, o la libertad de prescindir de toda metafísica
Después de años de trabajo concentrado en el discurso de la matemática, en 1883 Cantor comienza a publicar consideraciones filosóficas sobre lo que implica su manera de entender la realidad de las nociones que introduce. En ese año publica su texto Fundamentos de una teoría general de los conjuntos, donde discute la realidad de los números finitos e infinitos. A ellos puede adjudicarse una realidad trans-subjetiva o trascendente, de la que puede ocuparse la metafísica. O bien una realidad intrasubjetiva o inmanente, que es la única que verdaderamente interesa a la matemática en tanto tal, es decir en tanto “matemática libre”. El texto continúa así:
La matemática es plenamente libre en su desarrollo, y no conoce sino una única obligación: sus conceptos deben ser no contradictorios en sí mismos y sostener por otra parte con los conceptos formados anteriormente, ya presentes y asegurados, relaciones fijas, reguladas por las definiciones. En particular, para poder introducir nuevos números, solamente se requiere dar definiciones que les confieran precisión y, llegado el caso, una relación con los antiguos números tal, que se pueda distinguir a unos de otros de un modo determinado. Desde que un número satisface todas estas condiciones, puede y debe ser considerado como existente y real en la matemática.
No es necesario, yo creo, temer de estos principios ningún peligro para la ciencia. Por una parte las condiciones que digo - sin la observación de las cuales la libertad de formar números no puede ser puesta en ejercicio - son tales que sólo dejan a lo arbitrario un lugar extremadamente reducido; luego todo concepto matemático lleva en sí mismo su correctivo necesario: si es estéril o inadecuado, se manifiesta muy rápido por su poco uso, y es entonces abandonado por falta de eficacia. Por el contrario, toda restricción superflua impuesta al apetito de investigación matemática me parece implicar un peligro más grave, tanto más grave cuanto que no se puede extraer de la esencia de la ciencia nada que la justifique.
A partir de allí afirma: la esencia de la matemática reside precisamente en su libertad. No es de todos modos una libertad loca e irrestricta, porque, como leímos, sus principios “sólo dejan a lo arbitrario un lugar extremadamente reducido”. Lo notable es que finalmente estos principios que Cantor llevó hasta sus últimas consecuencias son los que tomará la ciencia a partir de él – sin decirlo -. Otro científico fascinado por la desconexión entre los símbolos matemáticos y la “realidad”, Alan Turing, avanzará en 1936 hasta la invención del software con la misma idea: Science is doubting the axioms.
Cantor introduce así el deseo de una matemática intrínsecamente rigurosa, que pueda prescindir de los lazos tradicionales con todas sus aplicaciones posibles. Por oposición a la matemática aplicada, sometida al control “metafísico” de la física y otras disciplinas que en nada pueden ya contribuir a su rigor, la matemática libre que él preconiza y ejercita tiene derecho a encontrar en sí misma su consistencia y su justificación, y a dejar que las significaciones trascendentes surjan, eventualmente, a posteriori.
Para dar el paso de la matematización del infinito, era necesaria esa posición, que implicaba tomar al lenguaje mismo, y no a ninguna otra realidad trascendente, como la materia a explorar; por ejemplo para determinar qué problemas surgen con el “todo” de la cuantificación universal cuando él se aplica a ciertas expresiones que también están en el lenguaje, las de lo infinito. En efecto, para tratar esa contradicción interna del infinito, la matemática no podía, no debía, apelar esta vez a la física.
La posición subjetiva extrema de Cantor supone el reconocimiento lúcido de la matemática como “sólo saber”; lo cual hace que la única coerción que acepte para esa disciplina es la que le impone la exigencia lógica de no contradicción. Es la única condición a que debe atenerse un elemento para ser admitido como existente. Lo que no implicaba dejar de lado lo real, sino por el contrario, afrontar lo que un discurso así generado conlleva: una confrontación con la imposibilidad lógica. La retracción de la matemática a la lógica matemática, es decir a lo que Lacan calificaría de “ciencia de lo real”, es el camino que Cantor abrió con su ejercicio matemático de la libertad.
La física y sus demás aplicaciones, para el discurso de la matemática, son fantasma. Había que abandonarlo para laicizar el infinito que el lenguaje aporta al ser hablante. Respecto de algunas ideas llamadas teológicas de Cantor, debemos decir que no son tan teológicas como pueden parecer desde una lectura ingenua. Sus consideraciones acerca de Dios anticipan por el contrario la concepción de Dios como efecto real del lenguaje, efecto del que Lacan desprendió toda suposición, para aislar en él al uno que hay. En 1908, es decir después de varias internaciones psiquiátricas, en respuesta a la crítica de Poincaré que le imputaba el sostén de un Género supremo, Cantor afirma:
Jamás he derivado ningún “Género supremo” del infinito actual. Por el contrario, he demostrado rigurosamente que no hay en absoluto “Género supremo” del infinito actual. Lo que sobrepasa todo lo finito y transfinito no es ningún “Género”; es la simple unidad en la cual todo está incluido, que incluye incluso el “Absoluto” incomprensible para el entendimiento humano. Es el “Actus purissimus” que por muchos es llamado “Dios”.
Dios, entonces, es una forma de hablar de algunos hombres. ¿De hablar de qué?, de la simple unidad, del uno que hay, para decirlo en los términos de Ou pire..., y que es acto creador porque siendo el simple elemento del lenguaje, logra hacer entrar en lo real a su criatura: el sujeto que es su efecto. Cantor no era psicoanalista lacaniano para formularlo en estos términos, no obstante llega a plantear que la realidad de lo que su discurso introduce es sólo inmanente o subjetiva.
Locura y libertad
Sin embargo, Georg Cantor no siempre se atuvo al discurso de la matemática en el ejercicio de la libertad. La practicó también en la locura. A propósito suyo, con toda discreción, Lacan habló del drama del sabio en las crisis de la ciencia. “Tiene sus víctimas de las que nada dice que su destino se inscriba en el mito del Edipo.” En 1884, por un breve período, Cantor fue internado por primera vez, en el mismo Hospital Universitario de Leipzig que unos meses después alojaría aSchreber. A partir de entonces parece dedicar más tiempo a las preocupaciones teológicas y filosóficas que a las propiamente matemáticas, a las que sin embargo retorna, produciendo aún resultados muy importantes.
Hoy es común que el hombre de ciencia que ha encontrado algo, ante lo subjetivamente insoportable de sus logros, se dedique a sostener y divulgar ideas que poco tienen que ver con la disciplina en que hizo avanzar la ciencia. Acaso sea una forma de tratar la destitución subjetiva que exige la ciencia a quien le entrega su hallazgo y su nombre. La comunidad científica respeta el estilo y las costumbres del investigador, admite que pasee por los pasillos y por el mundo con su osito de peluche gastado y sucio, y también que defienda sus pequeños delirios no muy científicos en su espacio transicional anglosajón, tolera incluso que redacte a partir de ellos algún opúsculo sobre la inteligencia artificial y la conciencia de las máquinas, y hasta que lo publique.
Cantor, sin embargo, se tomó algunas libertades menos propensas a una inscripción social que un libro de divulgación. Durante muchos años defendió, y de un modo francamente delirante, la autoría por parte de Francis Bacon de las obras de Shakespeare. A diferencia de la brillantez y exhuberancia de ideas que mostró en el discurso de la matemática, allí los argumentos que acompañaron su habitual rigor fueron escasos y más bien pobres.
Muy poco se sabe de las circunstancias que llevaron a su primera internación. Es verosímil, aunque difícil de comprobar, la tesis de Charraud según la cual el desencadenamiento no fue por la falta de reconocimiento o la oposición de la comunidad alemana de matemáticos, sino al contrario como consecuencia de un viaje a Paris donde fue recibido como un maestro por matemáticos de la talla de Poincaré, Hermitte y Picard. Cantor nunca tuvo discípulos, nunca los aceptó, se interesó siempre más en sus detractores que en sus seguidores. La posición de maestro tal vez le resultara insostenible o poco interesante.
Menos aún se conoce de las circunstancias que, a partir de 1899, lo llevaron a estar internado por períodos de varios meses, casi regularmente cada año, en alternancia con las etapas en que trabajaba en matemática y en docencia universitaria. Hay constancias de franca locura, de horrísonos ejercicios vocales, de conductas excrementicias que espantaban al psiquiatra – éste retrocedía ante la mano embadurnada que Cantor, sonriente, le tendía -.
El loco, decía Lacan, es el hombre libre, porque tiene el objeto de su lado, no busca la voz ni la hez en el Otro como inconscientemente hace el neurótico. No sueña tampoco con liberarse del Otro, porque aún encerrado en un asilo es subjetivamente libre de las ataduras o “lazos” sociales. Por lo cual Lacan no consideró a la locura como un mero déficit. Más bien “seducción del ser”, ruptura del nudo social que mantiene atados los registros simbólico e imaginario con lo real. Pensaba que la locura es una opción que no está al alcance de cualquiera, y que tampoco a quien quiere le llegan los riesgos que la bordean.
“No basta con un organismo débil – añadió -, una imaginación alterada, conflictos que superen a las fuerzas. Puede ocurrir que un cuerpo de hierro, poderosas identificaciones y facilidades del destino inscriptas en los astros, conduzcan con mayor seguridad a esa seducción del ser.”
Podemos evocar también este otro párrafo, tal vez el único que Lacan incluye dos veces en sus Escritos: “El ser del hombre no solamente no puede ser comprendido sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no llevara en sí a la locura como límite de su libertad.”
De su puño y letra, el padre lo convocaba en una carta al porvenir de “una estrella brillante en el horizonte de la ciencia”. Cantor, cuerpo de hierro, poderosas identificaciones sostenidas en su padre, un destino inscripto en los astros, no apoyaba sin embargo esas identificaciones en la metáfora paterna y en la represión que ésta condiciona; lo cual no necesariamente fue un déficit, y especialmente no en cuanto a su ejercicio inusitado de la libertad.
Pero por supuesto, el goce de la libertad tuvo para él un costo. Porque una vez planteadas libremente las reglas y los axiomas, atenerse al discurso constrictivo de la matemática implica la libertad de padecer como sujeto las consecuencias, ellas ya no libres, de haber establecido libremente esos axiomas y reglas de deducción. Lo que explica en parte que haya reencontrado su libertad, al principio de manera intermitente, afuera de los lazos de discurso.
Un síntoma alienante
Lo que dio el sesgo propio y la posición sintomática de Cantor, lo más singular que podemos advertir en lo que sabemos de su vida y de su obra, reside en la firmeza y la eficacia con que consiguió importar al discurso de la matemática la libertad de que pudo gozar en la locura. Si su decir es acto y tan pleno de consecuencias, es porque logró realizar en el discurso lo que otros sólo padecen fuera de él. Ahora bien, su frecuente salida del discurso de la matemática no es sin embargo un cambio de discurso, es pasaje al acto – esa ruptura del lazo social en que consiste un desencadenamiento -. No vemos en Cantor esa saludable separación que se obtiene con el cambio de discurso, ese recurso que permite a otros hombres de ciencia una existencia más cómoda, y también menos rigurosa.
¿Qué es la libertad, además de un ideal o una utopía? ¿Qué es ella desde el siglo XIX, cuando ya no se apoya en la legalidad de la esclavitud, que daba consistencia lingüística al “hombre libre”? ¿Qué queda de ella cuando ya nadie cree en la igualdad entre los hombres, cuando la fraternidad más desembozadamente que nunca se apoya en la segregación? ¿Es algo más que un sueño del neurótico, sostenido en el discurso interior casi delirante que Lacan describió tan bien en su seminario Las psicosis?
Hegel caracterizó muy bien el momento histórico que sigue al de la revolución francesa: la libertad se realiza en el Terror, donde la esencia del hombre libre se revela en la libertad de morir. Es que esta “facultad” no es idealizada solamente por error del neurótico. Es la estructura misma del sujeto, esencialmente encadenado al lenguaje, lo que hace de la libertad una instancia alienante, cuyos espejismos encuentra en una primera fase de su constitución subjetiva.
Eso resulta especialmente evidente cada vez que la “cadena” del significante se reduce al par significante. En ese nivel, cuando “somos libres”, nos encontramos ante una elección forzada. Los ejemplos que estudió Lacan, la bolsa o la vida, la libertad o la muerte, son ilustrativos. Si se plantea tal opción, sólo tenemos la libertad de una vida sin la bolsa, o la libertad de morir: división subjetiva como consecuencia de la caducidad inaugural del Otro que el significante condiciona. La fórmula lacaniana que dice: el significante representa al sujeto para otro significante, es la fórmula de la alineación, es un o bien, o bien que “en el mejor de los casos” se reduce a la posibilidad de elegir entre perder sólo uno de los términos (la bolsa) o perder ambos (la vida, ergo también la bolsa).
Es que la libertad se realiza en la eliminación del Otro, en el pasaje al acto. Hay una salida - al menos para quien una referencia metafórica al padre ha sido admitida en su inconsciente - a la que Lacan llamó separación, y que determina una segunda fase en la constitución del sujeto. Ella implica un retorno del Otro eliminado en la primera fase, al que el sujeto le hace un lugar en el nivel del deseo. Pero eso implica que en su elección ya no es tan libre, porque en ella palpita el deseo del Otro que ha alojado en la intimidad de su ser. El ser ha consentido en que el deseo del Otro intervenga en su insondable decisión.
Entonces, una cosa es la libertad, otra la separación. Son dos formas bien diferentes de ubicarse en relación con el Otro en tanto que tachado. En el primer caso, la tachadura tiene valor de eliminación. Allí se ubicó Cantor, en una línea que Lacan hace proceder del método de Descartes, que sustituyo al gran Otro, Dios, por las pequeñas letras a, b, c, ..., y que reemplazó al razonamiento fundado en la verdad revelada por Dios, por la demostración por repetición o recurrencia. Es decir lo que sería llamado principio de inducción, y que Cantor llevaría hasta lo transfinito: si un teorema vale para el caso 1, y si cuando vale para n también vale para n+1, entonces vale para todo n.
Si, tal como afirmó Cantor, en tanto disciplina de saber la esencia de la matemática es la libertad, eso no necesariamente es cómodo para el investigador. Lacan escucha que es bajo la forma de un gemido como Cantor enuncia que la gran dificultad, el gran riesgo de la matemática, es que es el lugar de la libertad. La vida de Cantor como sujeto de la matemática, se reduce a soportar la marca de la división originaria que la teoría de los conjuntos incluye desde el comienzo, como conjunto vacío. El conjunto vacío es la marca del sujeto y al mismo tiempo el elemento diseñado para arrastrar por todos los enunciados de la matemática la huella del sujeto de la enunciación, una enunciación destinada a ser desestimada por la ciencia bajo la forma de la forclusión: “pasó tu tiempo, en el dominio del número, en tanto sujeto, no cuentas”. Y esto no por mala voluntad de una comunidad científica, no por la animadversión de Kronecker, sino por necesidad del discurso en que esa ciencia se sostiene y avanza.
No debe extrañar que ese sujeto aproveche para gritar cuando, después de un tramo de desarrollo de ese discurso, se llegue al punto crítico en que el lenguaje, en sus imposibilidades, se ve obligado a confesar su existencia. Es el momento de la paradoja, el momento que sacude a ese discurso entre 1885 y 1936, donde todos los matemáticos tienen algo para decir, a favor o en contra de Cantor, poco importa, pero sobre Cantor, sea desde un discurso propiamente científico, sea epistemológico o filosófico. Lo que a la larga interesaría sería el camino por el que Gödel, Church, Post y Turing iban zanjar la cuestión: encontrando un modo efectivo de acallar nuevamente la presencia excesiva de la enunciación en los enunciados matemáticos. El software, el lenguaje preciso de la máquina automática, será el resultado. Automatic machine, precisará Turing en su artículo original, se opone a choice machine.
Hoy los matemáticos han olvidado aquella gesta de libertad, de paradojas, de necesidad de una fundación completamente nueva de su disciplina. Piensan que no es un tema interesante, que la matemática tiene cosas más útiles en que ocuparse, y no sólo por cuestiones ligadas a las exigencias del discurso en que trabajan. Sólo algunos recuerdan esa gesta, y la mantienen viva en su enunciación – por ejemplo Gregory Chaitin en sus libros y en sus conferencias en Buenos Aires, explicando a su manera cómo su teoría de la información algorítmica, con la que explora los límites de la matemática y de la informática, procede del decir de Cantor -.
Una distinción entre psicosis y locura
Con su síntoma de suplencia, la libertad, Cantor logró en sus investigaciones “atacar la cadena en su punto de intervalo”, pero eso no lo habilitó para alojar allí el deseo del Otro social al que rechazó sistemáticamente. Condensando sobre sí lo que era su síntoma y su antinomia personal, libre por necesidad (para decirlo en una contradicción en los términos), Cantor funda primero una unión de matemáticos alemanes que responda a su llamado libertario, que luego se hará mundial y funcionará bien, sobre todo cuando él no esté. Episodio histórico que ilustra hasta qué punto la vía de Cantor es la del pasaje al acto, y no la del acto de separación al que nunca accedió. Aún atacando la cadena en su punto de intervalo, no logró forjarse lo que Lacan llamó un estado civil, no “formó parte” de la comunidad de los matemáticos, sólo pudo transformarles su discurso, y colegiarlos – desde el exterior -. Antes que formar parte, antes que salir de su lugar de sujeto excepcional, eligió desligarse del Otro. Desencadenando su psicosis, resguardó su libertad.
La vida y la obra de Cantor hacen evidente que la psicosis como estructura subjetiva no sólo es compatible con la más extremada sujeción a la lógica de un discurso, sino que evidentemente la favorece. Libertad de sujeción a un discurso que volveremos a encontrar en Gödel, aunque en él será el rigor lógico, más que la libertad creativa, el rasgo subjetivo que prevalecerá. La posición subjetiva extrema que eso exige resulta a todas luces beneficiada por la estructura subjetiva de la psicosis; que entonces no necesariamente es un déficit, sino que en algunos casos facilita una libertad creativa incomparable, de una escala distinta de la que es capaz el neurótico, tan eficazmente limitado por la represión a seguir ideas y costumbres ya aceptadas.
Es frecuente el empleo de los términos psicosis y locura como equivalentes, tanto en el lenguaje especializado del psicoanálisis como en el de los legos. Si se tiene en cuenta la notable precisión lograda por Jacques Lacan en la definición de la psicosis como estructura subjetiva, una distinción entre los términos de psicosis y locura puede ser establecida. Tal distinción encontraría una aplicación inmediata en los casos como el que ahora consideramos, en que la psicosis como estructura subjetiva no impide al sujeto sostener un lazo social a menudo muy firme. Es decir que la psicosis no coincide con la locura, aún si condiciona y facilita esa “seducción del ser”: una mitad de la vida de Cantor testimonia sobre eso.
Estas coordenadas, que hacen posible distinguir entre psicosis y locura, permiten también una definición justa del autismo: un sujeto del lenguaje, que desde el comienzo ha tomado la posición - alienada, firme, petrificante - de no entrar en lazos de discurso alguno. Con lo cual se distingue claramente del psicótico en el sentido lacaniano del término, que es el sujeto que cuenta con la posibilidad estructural de retirarse del lazo social – habiendo participado de él -.
Que el analista se aparte de los prejuicios acerca del déficit en la psicosis, y sobre todo se sustraiga de los efectos de fascinación y de angustia alternados que el loco en tanto hombre libre genera en el neurótico, es la condición exigible para no retroceder ante la posibilidad de que el psicótico acepte el vínculo analítico. Para ello deberá tentarlo a retornar, de la locura posterior al desencadenamiento, a la psicosis, que no es incompatible con el lazo social. Tal vez lo inspire en ese sentido este pequeño poema dirigido a los psiquiatras que alguna vez redactó Cantor, internado, y que muy bien podría ubicarse como epígrafe del Pequeño discurso que tiempo después Lacan les dedicó:
Tenéis ojos para ver,
Dos orejas prestas a escuchar,
Dos manos para tocar y sentir,
La nariz para los olores.
No os falta una lengua
Tampoco un paladar para gustar,
Así, tenéis los cinco sentidos,
Pero estáis todos locos.
Lo que os falta es bien simple,
Es el buen sentido.
Habéis estudiado demasiado.
Y os encontráis completamente extraviados en el plano psiquiátrico.
Seamos también aquí rigurosos, Cantor no dice que el buen sentido exista. Eso es precisamente lo que falta, y no sólo al psiquiatra. Lo que sí existe, es el extravío en el plano psiquiátrico.
Referencias bibliográficas
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martes, 23 de octubre de 2007
Luis Buñuel - Salvador Dalí. "Un Perro Andaluz"(1929)
Haciendo click aquí, podés descargarte a tu computadora en forma directa el filme de Buñuel y Dalí, super clásico del surrealismo.
http://ubu.artmob.ca/video/Bunuel-Luis_Un-Chien-Andalou_1929.mpg
También podés verlo on-line en la página de UBUWEB, haciendo click aquí
http://www.ubu.com/film/bunuel.html
Les recomiendo la página en cuestión http://www.ubu.com/, archivo de imágenes y sonidos impresionante, donde hay películas de Lacan y audios completos de sesiones de seminarios.
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domingo, 21 de octubre de 2007
¡FELIZ DÍA A LAS MADRES!
Orígenes
Las primeras celebraciones del Día de la Madre se remontan a la antigua Grecia, donde se le rendían honores a Rhea, la madre de los dioses Zeus, Poseidón y Hades, entre otros. Los romanos llamaron a esta celebración La Hilaria cuando la adquirieron de los griegos. Se celebraba el 15 de marzo en el templo de Cibeles y durante tres días se hacían ofrecimientos.
Los primeros cristianos transformaron estas celebraciones a la Diosa Madre en honor a la Virgen María, la madre de Jesús. En el santoral católico el 8 de diciembre se celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción, fecha que se mantiene en la celebración del Día de la Madre en algunos países como Panamá.
En el siglo XVII, en Inglaterra tenía lugar un acontecimiento similar, honrando también a la Virgen, que se denominaba Domingo de las Madres. Los niños concurrían a misa y regresaban a sus hogares con regalos para sus progenitoras. Además, como muchas personas servían a acaudalados señores, muchas veces lejos de sus hogares, el día era no laborable pero pagado para que pudieran concurrir a sus terruños a visitar a sus familias.
En Estados Unidos, en cambio, la celebración tiene sus orígenes hacia 1872, cuando Julia Ward Howe, autora del Himno de batalla de la República, sugirió que esa fecha fuera dedicada a honrar la paz, y comenzó celebrando cada año encuentros en la ciudad de Boston, Massachusetts en celebración del Día de la Madre.
Extensión mundial
Los primeros cristianos transformaron estas celebraciones a la Diosa Madre en honor a la Virgen María, la madre de Jesús. En el santoral católico el 8 de diciembre se celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción, fecha que se mantiene en la celebración del Día de la Madre en algunos países como Panamá.
En el siglo XVII, en Inglaterra tenía lugar un acontecimiento similar, honrando también a la Virgen, que se denominaba Domingo de las Madres. Los niños concurrían a misa y regresaban a sus hogares con regalos para sus progenitoras. Además, como muchas personas servían a acaudalados señores, muchas veces lejos de sus hogares, el día era no laborable pero pagado para que pudieran concurrir a sus terruños a visitar a sus familias.
En Estados Unidos, en cambio, la celebración tiene sus orígenes hacia 1872, cuando Julia Ward Howe, autora del Himno de batalla de la República, sugirió que esa fecha fuera dedicada a honrar la paz, y comenzó celebrando cada año encuentros en la ciudad de Boston, Massachusetts en celebración del Día de la Madre.
Extensión mundial
Este hecho aislado se vio acompañado por la iniciativa de una joven, Anna Jarvis, hija de Anna Reeves Jarvis, una activista comunitaria de Virginia Occidental, que hacia 1858 tuvo activa participación en la organización de las mujeres para trabajar en la mejora de la sanidad pública en las comunidades apalaches durante la Guerra Civil Estadounidense, colaborando también en el cuidado de los heridos de ambos lados de la contienda y, más tarde, organizando reuniones para que los antiguos enemigos se integraran y confraternizaran.
Anna, que perdió a su madre en 1905, comenzó a enviar cartas a políticos, abogados y otras personas influyentes solicitando que se consagrara Día de la Madre el segundo domingo de mayo (el cual algunos años coincidía con el aniversario de la muerte de su madre).
Para 1910 ya se celebraba en muchos estados de la Unión, y en 1912 logró que se creara la Asociación Internacional Día de la Madre con el objetivo de promover su iniciativa.
Finalmente, en 1914, el Congreso de Estados Unidos aprobó la fecha como el Día de la Madre y la declaró fiesta nacional, lo cual fue apoyado por el Presidente Woodrow Wilson.
Más tarde otros países se adhirieron a esta iniciativa y pronto Ana pudo ver que más de 40 países del mundo celebraban el Día de la madre en fechas similares.
Sin embargo, la festividad impulsada por Ana Jarvis comenzó a mercantilizarse, de manera tal que se desvirtuaba el origen de la celebración. Esto motivó a que Ana presentara una demanda, en 1923, para que se eliminara la fecha del calendario de festividades oficiales. Su reclamo alcanzó tal envergadura, que hasta fue arrestada por disturbios durante una reunión de madres de soldados en lucha, que vendían claveles blancos, el símbolo que Jarvis había impulsado para identificar la fecha.
Ana luchó con insistencia contra la idea que ella misma había impulsado, perdiendo todo el apoyo de aquellos que la acompañaran inicialmente. En un reportaje que le hicieron antes de su muerte Ana mencionó su arrepentimiento por haber impulsado el Día de la Madre.
Anna, que perdió a su madre en 1905, comenzó a enviar cartas a políticos, abogados y otras personas influyentes solicitando que se consagrara Día de la Madre el segundo domingo de mayo (el cual algunos años coincidía con el aniversario de la muerte de su madre).
Para 1910 ya se celebraba en muchos estados de la Unión, y en 1912 logró que se creara la Asociación Internacional Día de la Madre con el objetivo de promover su iniciativa.
Finalmente, en 1914, el Congreso de Estados Unidos aprobó la fecha como el Día de la Madre y la declaró fiesta nacional, lo cual fue apoyado por el Presidente Woodrow Wilson.
Más tarde otros países se adhirieron a esta iniciativa y pronto Ana pudo ver que más de 40 países del mundo celebraban el Día de la madre en fechas similares.
Sin embargo, la festividad impulsada por Ana Jarvis comenzó a mercantilizarse, de manera tal que se desvirtuaba el origen de la celebración. Esto motivó a que Ana presentara una demanda, en 1923, para que se eliminara la fecha del calendario de festividades oficiales. Su reclamo alcanzó tal envergadura, que hasta fue arrestada por disturbios durante una reunión de madres de soldados en lucha, que vendían claveles blancos, el símbolo que Jarvis había impulsado para identificar la fecha.
Ana luchó con insistencia contra la idea que ella misma había impulsado, perdiendo todo el apoyo de aquellos que la acompañaran inicialmente. En un reportaje que le hicieron antes de su muerte Ana mencionó su arrepentimiento por haber impulsado el Día de la Madre.
sábado, 20 de octubre de 2007
José Saramago. "La literatura no tiene ninguna función"
Hoy decidí suspender mi "pasando revista" de los sábados. El motivo central es que la revista "Ñ" del Clarín, publicó una entrevista a José Saramago. No sé muy bien cómo explicar lo que me pasa con este hombre. Lo diré así: yo no conocí a mis abuelos. Pero si acaso hubiera podido elegir, me hubiera gustado que mi abuelo fuera un tipo como Saramago, comer un asado y escucharlo narrar desde su lugar en la mesa cualquier historia con esa durísima sencillez y calidez que tiene su discurso.
De paso, si no leyeron "Las pequeñas memorias", salgan corriendo a buscarlas. No se van a arrepentir.
PP
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Desde su refugio en la isla de Lanzarote, muy cerca de una serie de homenajes por sus 85 años y los 25 de su "Memorial del convento", el Premio Nobel portugués respondió, parco, incisivo, a las preguntas de "Ñ" sobre la actualidad y el futuro de la literatura. Jurado del Premio Clarín de Novela, dice que la narrativa no debe escuchar al mercado, que preguntarse sobre la utilidad de la ficción es no entender nada y que esa pregunta sin respuesta se repetirá eternamente: tendrá siempre nuevos "preguntadores".
por PATRICIA KOLESNICOV (para Clarín)
por PATRICIA KOLESNICOV (para Clarín)
«Ahora, ahora mismo, ahora, ahora, mientras esto se escribe, mientras esta nota está por empezar a ser leída, allá en una isla volcánica, allá en su escritorio de caballetes, allá con su vista africana a un océano Atlántico intenso como un cielo sin luna, el Premio Nobel de Literatura, el escritor comprometido, el tipo serio que es José Saramago, escribe su próxima novela.Sabemos su título: Se llamará El viaje del Elefante. Sabemos que sobre esa tabla que tiene por escritorio, ordenadas, prolijitas a un lado de su impresora, ya hay unas 50 páginas. Sabemos que la novela está basada en un hecho real, ocurrido en la época de Maximiliano de Austria, que nació en Viena, fue nombrado emperador de México en 1864 y fue fusilado en 1867. Sabemos también que la novela en la que está inmerso Saramago ahora, ahora mismo, está llena de ironía, de sarcasmo y de compasión. Que es una metáfora, dicen buenas fuentes, sobre los pobres diablos que somos los seres humanos. Sabemos que postulará, el autor del conmovedor Ensayo sobre la ceguera, que el destino que nos damos los humanos es estúpido, cuando podríamos alcanzar algo más que el ridículo. Que dirá que es ridículo o patético que nos pasemos la vida corriendo, trabajando, criando hijos, para acabar pobres, además de viejos y de olvidados. No habla de la vejez, nadie se atreva a hacer interpretaciones al vuelo y creer que porque está a punto de cumplir los 85 -el 16 de noviembre- José Saramago escribe sobre la vejez.El tema de la novela que viene, desliza nuestra buena fuente, es la carrera hacia la nada que, según el punto de vista del escritor, parece llevar la humanidad. Una novela de ideas. Como lo fue Memorial del convento, la gran obra que está cumpliendo los 25 años y que lo tendrá de festejo en festejo en España y en Portugal, a mediados de noviembre. Festejo que reúne la alegría de los 85 del autor, 300 del Convento de Mafra, 350 de Doménico Scarlatti, el músico que es personaje de la novela. A lo grande: habrá un espectáculo que ya se hizo en Finlandia, con música de Scarlatti en la voz de una soprano, algunos pasos de ballet y palabras del Memorial... que dialogarán con un clavicordio. Y luego hablará Saramago. En España la producción tendrá como actor a Juan Echanove. En Portugal, a Jorge Vaz Carvalho. Los demás, finlandeses. Y con eso empezará su trabajo en Lisboa la flamante Fundación José Saramago. ¿Es todo? Para nada: el 17 de noviembre el escritor estará en Mafra, Portugal, para las celebraciones del convento. Y así: una mirada a su agenda de compromisos puede producir taquicardia.No es fácil darse cuenta cómo lleva ese ritmo el Premio Nobel y además de escribir novelas tiene tiempo para enterarse y ocuparse de lo que considera injusto en el mundo, de asistir a Ferias del Libro, de volver a casarse con su mujer, Pilar del Río -lo hicieron en junio en Castril, el pueblo granadino donde ella nació-, de colaborar con la cineasta chilena Carmen Castillo para el documental Calle Santa Fe, sobre la resistencia en su país. De ir a Guadalajara, México, a leer partes de su novela Las intermitencias de la muerte -lo hizo en diciembre pasado- sobre un escenario, junto a un deslumbrado Gael García Bernal, en un duelo de galanes en el que no estuvo claro quién ganó.Desde esa ventana al mar, desde Lanzarote, la isla donde vive, que es políticamente España y geográficamente Africa, a pocos días de subir al avión que lo traerá a Buenos Aires como miembro del jurado del Premio Clarín, Saramago responde las preguntas de Ñ sobre qué lo lleva a escribir, sobre la lectura hoy y sobre la literatura que vendrá. No es fácil entrevistarlo, quien lo haga debe saber que es probable quede ligeramente en ridículo. Porque como siempre, Saramago es sencillo, contundente y conmovedor.
«p-Después del premio Nobel, de tanto reconocimiento... ¿Qué lo mueve a seguir escribiendo? ¿Qué lo hace sentarse frente a la computadora?
«r-El hecho de haber dejado una página por terminar.
«p-¿Sigue buscando algo en la literatura? ¿Qué busca?
«r-Como cualquier otro lector, o escritor, me busco a mí mismo. Busco encontrarme en páginas, en ideas, en reflexiones, reconocer que somos algo más que esto que se presenta como "realidad", ése sigue siendo el mayor deslumbramiento. ¿Sí? ¿Seguimos los humanos encontrándonos en páginas, que no sean páginas web? Saramago hace rato que escribe sus textos en computadora y está lejos el día en que Pilar rescató de la papelera (la real, no la de Windows) la primera página de la última novela que su marido escribió a máquina y corrigió a mano, "Historia del cerco de Lisboa". La sacó del tacho, la alisó (era un bollito como los de las películas), le pidió una dedicatoria. Dice: "'A Pilar, esta página y mi vida'. José. 29 de diciembre del 87". La página fue enmarcada y colgada de la pared. Buen recuerdo, testimonio asegurado y a otra cosa, la escritura se volvió digital. En resumen: El Nobel no está paranoico con el papel que jugará la tecnología en la cultura.
«p-¿La literatura pierde terreno frente a la informática?
«r-La literatura no puede ocupar el terreno de la informática y viceversa. Son formas distintas de entender el mundo. La informática puede ser una contribución, no a la literatura, sino a la lectura
«p-Entonces, ¿se lee de una nueva manera?
«r-En cualquier caso, la literatura siempre ha sido una actividad minoritaria. Me parece que ahora se lee y se escribe más. Quizá por la informática.
«p-Si recordamos aquello de que el medio es el mensaje.. ¿cómo afecta este nuevo medio los contenidos de la literatura, es decir, el sentido?
«r-Es absurdo pensar que lo que un escritor tenga para decir dependa del instrumento que utilice. Así contesta Saramago -ya avisamos que el entrevistador puede quedar en ridículo- como quien sabe apropiarse de los medios que tiene a mano para esparcir las ideas que tiene claras. Eso: alguna vez el dijo a esta cronista que de chico pensaba en ser "conductor de trenes, maquinista, el hombre que va conduciendo el tren". Y que cuando le preguntaban por qué, decía que era "por el tren, la velocidad, la noche, uhh, uhh". ¿Qué tiene que ver con su presente? Que se pensaba como un conductor. La interpretación, aclaremos, es de él: "Creo que no lo estoy inventando ahora, creo que haber sentido esa responsabilidad", decía entonces. ¿Condicionará la informática esa empresa? No parece. Tampoco lo hará el dominio de los medios audiovisuales. Quien tenga algo que decir encontrará su rumbo. El es terminante:
«p-¿Lo audiovisual le arrebató el relato a la literatura? ¿La novela perdió la hegemonía sobre las historias?
«r-No, no y no.
«p-Es decir que usted no piensa que vamos hacia el fin de la novela...
«r-Se ha pronosticado muchas veces ese final, y la novela sigue vivita y coleando. Un premio literario para novela suscita el aparecimiento inmediato de 200 o 300 candidatos. ¿Dónde estaban esos libros? ¿Han sido escritos corriendo para cumplir el plazo? ¿O son el resultado de meses y meses de trabajo responsable, respetuoso del idioma?; autores que llevan un mundo dentro y lo quieren confrontar con la realidad que los rodea y limita.
«p-Un mundo dentro y un mundo fuera. ¿Usted es un "escritor comprometido"? ¿Con qué?
«r-Estoy comprometido, o sea, vivo, en un mundo que es un desastre. Como escritor y como persona, mi empeño es no separar al escritor de la persona que soy. Me esfuerzo, en la medida de mis posibilidades, en tratar de entender y explicar el mundo.
«p-Como escritor, su medio de intervención es la literatura. ¿Podemos volver a pensar si sirve para algo? ¿Si la literatura pueda mejorar (o empeorar) la vida, el mundo?
«r-Llevamos siglos preguntándonos los unos a los otros para qué sirve la literatura y el hecho de que no exista respuesta no desanimará a los futuros preguntadores. No hay respuesta posible. O las hay infinitas: la literatura sirve para entrar en una librería y sentarse en casa, por ejemplo. O para ayudar a pensar. O para nada. ¿Por qué ese sentido utilitario de las cosas? Si hay que buscar el sentido de la música, de la filosofía, de una rosa, es que no estamos entendiendo nada. Un tenedor tiene una función. La literatura no tiene una función. Aunque pueda consolar a una persona. Aunque te pueda hacer reír. Para empeorar la literatura basta con que se deje de respetar el idioma. Por ahí se empieza y por ahí se acaba.
«p-¿Que se deje de respetar el idioma? ¿Y no que haga depender la literatura del mercado?
«r-Pobre mercado, que le salen moretones por todos lados. Si el libro es una mercancía, hay que venderlo. ¿Dónde lo haremos? ¿En la Luna?
«p-Claro. Pero ¿no se invierten los términos y se escribe lo que se vende en lugar de vender lo que se escribe?
«r-Hay que tener cuidado con las ideas hechas. Por ejemplo: que el mercado condiciona al autor. No es cierto. Puede el mercado manifestar una preferencia por ciertos tipos de libros, de "modas", pero eso no obliga a ningún autor a seguir ese camino. Estamos creando una gran confusión: imaginar que los autores son iguales entre sí. Nos ocupamos de tópicos remanidos y no estudiamos la realidad. Y olvidamos demasiadas veces que las preguntas no son inocentes. Me molesta hablar de literatura y mercado. La literatura es la creación y no importa qué montaje se haga en torno a ella. Hay negocios, hay literatura. Y personas que leen para entender y personas que leen porque siguen campañas. Y personas que no leen. Lo importante, me parece, es no dejarnos llevar por estas cuestiones que desde luego a mí, como escritor, me son ajenas. Así, así como se lo lee, así se lo escucha a José Saramago. Así: hay que tener cuidado con lo que se le pregunta porque está atento, porque está escuchando, porque integra la especie -¿en extinción?- de aquéllos a los que nada de lo humano les es ajeno. En su boca, y en sus oídos, las palabras pesan, no habrá que hablarle jamás con ligereza. No le interesa el mercado, háblenle de literatura, háblenle de política, háblenle del amor y del dolor, pero no del mercado; él es escritor, mercader no.
«p-Entonces, ¿quiénes siguen para usted el camino posible y deseable para la literatura contemporánea?
«r-Creo que ningún escritor en su sano juicio osaría contestar a esa pregunta. Yo, hasta ahora, no he perdido el mío todavía. Y creo que cada uno hablará por sí mismo.Vueltas de la vida, el chico salido de aquel pueblito portugués, el nieto de un campesino analfabeto, es hoy un nombre de referencia entre sus contemporáneos. Sigue recibiendo homenajes: el 23 de noviembre se inaugura una exposición sobre él en la Fundación César Manrique, un lugar espléndido construido dentro de burbujas de lava en Lanzarote. En tres salas recorrerán su vida, su escritura, sus intervenciones cívicas. Reunirán otras obras generadas a partir de las de Saramago en cine, en televisión, en ópera, en pintura. Habrá cincuenta pantallas que pondrán en movimiento lo que está quieto en las vitrinas. A minutos de ahí estará el hombre, atento a unos lagartos pequeñitos que se escurren por el suelo de su jardín de lava y cactus. A su ventana, bajo la cual corren sus sobrinos. A un amor que late a la vista de todos, constante como un minutero. Al cielo gigante y el mar omnipresente de la isla. A su mundo interior, claro. Estará ahí, sentado al teclado aunque parezca que lo tiene todo. Porque, claro, tiene una página sin terminar.
viernes, 19 de octubre de 2007
"Domesticar al sujeto" (Diario La Nación, 11 de octubre 2007)
Peter Sloterdijk es quizás el filósofo más inquietante y fascinante de Europa. Faltaban pocos meses para el año 2000 cuando pronunció una conferencia titulada "Reglas para un parque humano" en el castillo de Elmau, Alemania, en ocasión de unas jornadas sobre Heidegger y Emanuel Lévinas. Sus palabras generaron un revuelo que aún hoy no cesa. En realidad, Sloterdijk no había hecho más que retomar la "Carta sobre el humanismo" de Heidegger a partir del diálogo El Político de Platón para demostrar que la era del humanismo está terminando y que, entre otras cosas, la ingeniería genética despliega hacia el futuro un tipo de "domesticación y cría de los seres humanos" diferente del de la modernidad. Sloterdijk es alguien que celebra los avances tecnológicos; que se asume en la estela de Heidegger y sobre todo de Nietzsche, pensadores que en Alemania aún cargan con el lastre de su supuesta cercanía con el nazismo; que no teme decir "domesticación y cría" en este contexto, a pesar de que son palabras de Platón retomadas por el propio Nietzsche. Son suficientes razones, entonces, para que fuera acusado de filonazi por la oficialidad intelectual alemana, encabezada por Jürgen Habermas. Duque dedicó un largo escrito al llamado " affaire Sloterdijk" y es una voz autorizada para opinar sobre esa querella. "Sloterdijk -dice Duque- tiene cierto optimismo antropotécnico que lo lleva a decir que el hombre es autooperable genéticamente y que no hay nada malo en ello. En sí es una posición rescatable en la medida en que no condena de antemano la eugenesia y en que reconoce, además, la novedad aportada por la cibernética. Pero hay que aclarar que el hombre autooperable es también el hombre autodesechable, porque es evidente que no todos los hombres pueden acceder a este estadio de autooperación eugenésica. En segundo lugar, hay que discutir hasta qué punto es deseable esta carrera de autocorroboración del potencial tecnológico, hasta qué punto cabe seguir pensando o no en la dignidad del ser humano. Por último, el nuevo régimen de domesticación y cría, ¿en qué medida no reproduce todos los problemas de dominación del viejo hombre? Y no estoy hablando solo de la dominación de algunos hombres sobre los demás, sino de la relación con el propio cuerpo, con la dominación de uno mismo.
jueves, 18 de octubre de 2007
Novedad: Alain Badiou. "Justicia, filosofía y literatura" (Ed. Homo Sapiens, 2007)
La filosofía debe plantearse no ya como un saber global, sino como una disciplina subjetiva que intenta organizar la resistencia a la división en disciplinas. La afirmación althusserianana de que "la filosofía no tiene objeto" significa ni más ni menos esto: que no se inscribe en la división objetiva de disciplinas. La filosofía, frente a la posición "miserable" de aceptar su conversión en una disciplina ordinaria, debe asumir la posición heroica de resistir y preservar su libertad de circular por el campo de los saberes por otras razones que las disciplinarias. La filosofía es útil como diagonal entre los saberes, una diagonal cuya regla no esta determinada de antemano sino que debe ser resultado de una invención. He aquí las resistencias al destino técnico del conocimiento, del cual la división en disciplinas es solo un aspecto.
miércoles, 17 de octubre de 2007
Pablo Peusner. "L'impasse de l'impasse o educando al soberano".
Es un hecho: uno lee muchos textos de psicoanálisis.
Y es otro hecho, que esos textos son de diversos estilos: tesis universitarias, libros propiamente escritos, seminarios desgrabados, pequeños textos escritos especialmente para jornadas o congresos profesionales, presentaciones clínicas y desgrabaciones de intervenciones orales...
Ahora bien, hace rato que encuentro el mismo problema entre los modos de escritura de mis colegas en todos los tipos de textos psicoanalíticos y, de tanto encontrarlo, pienso que quizás haya un error del que convenga advertir.
El problema en cuestión radica en el uso que en español, se hace del término francés impasse (del que, por otra parte conviene recordar que es femenino). Entonces, si algún "afrancesado" quiere utilizar el término, debe adjuntarle el artículo femenino "la": debería escribirse entonces que, por ejemplo, "la resistencia del analista constituye la impasse del recorrido analítico" pero, como se verá a continuación, la cosa no es del todo conveniente.
A fin de documentar el tema, cito el "Diccionario Panhispánico de dudas" de la Real Academia (p. 353). Dice: "impasse. Voz francesa que significa ‘situación de difícil o imposible resolución, o en la que no se produce ningún avance’. Su uso es innecesario en español, por existir las expresiones callejón sin salida o punto muerto, de sentido equivalente: «Las posibilidades para encontrar una solución favorable podrían llegar a un callejón sin salida» (Siglo [Guat.] 7.10.97); «Francia es responsable del punto muerto en las negociaciones» (País [Esp.] 11.9.77). A veces se utiliza erróneamente por compás de espera, expresión que significa, simplemente, ‘detención temporal de un asunto’.
Y es otro hecho, que esos textos son de diversos estilos: tesis universitarias, libros propiamente escritos, seminarios desgrabados, pequeños textos escritos especialmente para jornadas o congresos profesionales, presentaciones clínicas y desgrabaciones de intervenciones orales...
Ahora bien, hace rato que encuentro el mismo problema entre los modos de escritura de mis colegas en todos los tipos de textos psicoanalíticos y, de tanto encontrarlo, pienso que quizás haya un error del que convenga advertir.
El problema en cuestión radica en el uso que en español, se hace del término francés impasse (del que, por otra parte conviene recordar que es femenino). Entonces, si algún "afrancesado" quiere utilizar el término, debe adjuntarle el artículo femenino "la": debería escribirse entonces que, por ejemplo, "la resistencia del analista constituye la impasse del recorrido analítico" pero, como se verá a continuación, la cosa no es del todo conveniente.
A fin de documentar el tema, cito el "Diccionario Panhispánico de dudas" de la Real Academia (p. 353). Dice: "impasse. Voz francesa que significa ‘situación de difícil o imposible resolución, o en la que no se produce ningún avance’. Su uso es innecesario en español, por existir las expresiones callejón sin salida o punto muerto, de sentido equivalente: «Las posibilidades para encontrar una solución favorable podrían llegar a un callejón sin salida» (Siglo [Guat.] 7.10.97); «Francia es responsable del punto muerto en las negociaciones» (País [Esp.] 11.9.77). A veces se utiliza erróneamente por compás de espera, expresión que significa, simplemente, ‘detención temporal de un asunto’.
Espero que la aclaración no enoje ni ofenda a nadie. Tenemos un idioma maravilloso -quizás uno de los más ricos sobre la tierra- y son muy escasas las ocasiones en las que escribiendo en español necesitamos echar mano de expresiones foráneas. Es cierto que en el "mercado lingüístico" (Bourdieu dixit) de los psicoanalistas lacanianos las expresiones francesas "cotizan alto", pero no siempre son necesarias y, en ocasiones, confunden.
Hasta la próxima (Chi vediamo, À bientot, Bye bye...)
PP.
martes, 16 de octubre de 2007
Jacques Lacan. "L'étourdit"
En respuesta a las dificultades que algunos de vosotros me manifestaron para encontrar la célebre revista "Escansión 1" de Paidós, va el texto central de Lacan en una traducción de la que, al menos, conviene decir que tiene ciertos errores.
Ojalá les sirva.
PP
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EL ATOLONDRADO, EL ATOLONDRADICHO O LAS VUELTAS DICHAS
Al contribuir al 50º aniversario del Hospital Henri-Rousselle, por el favor que los míos y yo allí recibimos en un trabajo del cual indicaré lo que sabía hacer, es decir, pasar la presentación, rindo homenaje al doctor Daumézon, que me lo permitió.
Lo que sigue nada prejuzga, según mi costumbre, del interés que le prestará su destino:1 mi decir en Sainte-Anne fue vacuola, igual que en Henri-Rousselle y, ¿se imaginan?, desde hace casi el mismo tiempo, guardando en cualquier caso el valor de esa carta que digo llega siempre donde debe.
Parto de migajas, ciertamente no filosóficas, puesto que son el relieve de mi seminario de este año (en París I).
Allí, en dos oportunidades, inscribí en la pizarra (de una tercera en Milán donde, itinerante, las había convertido en pancarta para un flash sobre "el discurso psicoanalítico") estas dos frases:
Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha.
Este enunciado que parece de aserción por producirse en una forma universal, es de hecho modal, existencial como tal: el subjuntivo con que se modula su sujeto lo testimonia.
Si el bienvenido que de mi auditorio me responde lo bastante como para que el término seminario no sea demasiado indigno de lo que traigo de palabra, no me hubiese desviado de estas frases, hubiera querido demostrar, por su relación de significación, el sentido que toman con el discurso psicoanalítico. La oposición que evoco aquí habrá de ser acentuada más adelante.
Recuerdo que con la lógica este discurso toca a lo real, al encontrarlo como imposible, por lo cual es el discurso que la lleva a su última potencia: ciencia, he dicho, de lo real. Que aquí me perdonen los que, por ser los interesados, no lo saben. Aun me anduviese yo con miramientos, los acontecimientos se lo enseñarían muy pronto.
La significación, por ser gramatical, rubrica primero que la segunda frase se refiere a la primera, al convertirla en su sujeto bajo la forma de un particular. Dice: este enunciado, y luego lo califica con el asertivo de postularse como verdadero, lo cual confirma porque tiene la forma de la proposición llamada universal en lógica: en todo caso queda el decir olvidado tras lo dicho.
Pero de antítesis, esto es, en el mismo plano, en un segundo tiempo, denuncia su semblante:2 al afirmarlo por el hecho de que su sujeto es modal, y al probarlo porque éste se modula gramaticalmente como: que se diga. Cosa que ella convoca no tanto a la memoria sino, como se dice: a la existencia.
La primera frase no pertenece pues a ese plano tético de verdad que el primer tiempo de la segunda asegura, como de costumbre, mediante tautologías (aquí dos). Se evoca que su enunciación es momento de existencia, que situada con el discurso, "ex-siste" a la verdad.
Reconozcamos aquí la vía por donde adviene lo necesario: en buena lógica, se entiende, la que ordena sus modos de proceder desde donde accede, o sea, ese imposible, módico sin duda aunque por ello incómodo, de que para que un dicho sea verdadero todavía hace falta que se diga, que decir haya.
Con lo cual la gramática mide ya fuerza y debilidad de las lógicas que se aíslan de ella, para, con su subjuntivo, escindirlas, e indica que concentra su poder, por desbrozarlas a todas
Pues, insisto en ello una vez más, "no hay metalenguaje" tal que alguna de las lógicas, por armarse de la proposición, lo pueda usar de báculo (que cada una se quede con su imbecilidad),3 y si alguien cree poder encontrarlo en mi referencia, más arriba, al discurso, lo refuto porque la frase que parece ahí ser el objeto de la segunda, no por ello se aplica menos significativamente a ésta.
Pues esta segunda, que se la diga queda olvidado tras de lo que se dice. Y ello, de modo tanto más impresionante que es asertiva, sin remisión, hasta el punto de ser tautológica en las pruebas que ofrece -al denunciar en la primera su semblante, postula su propio decir como inexistente, ya que al cuestionar a ésta como dicho de verdad, a la existencia hace responder de su decir, y no porque haga existir este decir, ya que sólo lo denomina, sino porque le niega la verdad- sin decir.
Si se extiende este proceso, nace la fórmula, mía, de que no hay universal que no tenga que contenerse con una existencia que lo niega. Así, el estereotipo de que todo hombre es mortal no se enuncia desde ninguna parte. La lógica que le pone fecha, no es sino la de una filosofía que simula esa nulibiquidad, ese hacer de coartada para lo que denomino discurso del amo.
Ahora bien, no de este solo discurso, sino del lugar donde toman turno otros (otros discursos), el que designo como el del semblante, toma un decir su sentido.
Este lugar no es para todos, pero les ex-siste, y de allí se homologa (se hombreloga) que todos son mortales. Sólo pueden serlo todos, puesto que a la muerte se les delega de este lugar, y es bien necesario que sean todos pues ahí se vela por la maravilla del bien de todos. Y particularmente cuando lo que ahí vela pone semblante de significante amo o de saber. De allí el sonsonete de la lógica filosófica.
No hay pues universal que no se reduzca a lo posible. Aun la muerte, ya que ésa es la punta con la que ella se articula. Por universal que se la postule, nunca deja de ser más que posible. Que la ley se aligere por afirmarse como formulada desde ninguna parte, es decir, con ser sin razón, confirma aun más de dónde sale su decir.
Antes de devolver al análisis el mérito de esta apercepción, saldemos cuentas con nuestras frases señalando que el "en lo que se escucha" de la primera, empalma asimismo con la existencia del "queda olvidado" que destaca la segunda y con el "lo que se dice" que ella misma denuncia como cubriendo ese resto.4
Con lo cual acoto, de paso, el defecto del intento "transformacional" por hacer lógica recurriendo a una estructura profunda supuestamente arborescente.
Y vuelvo al sentido a fin de recordar el esfuerzo que necesita la filosofía-la última en salvar su honor por estar al día y haber llegado a la página que el analista hace ausente- para percibir aquello que, del analista, es recurso cada día: que nada esconde tanto como lo que revela, que la verdad, Aletheia = Verborgenheit.
De modo que no reniego de la fraternidad de este decir, puesto que lo repito sólo a partir de una práctica que, al situarse desde otro discurso, lo vuelve incuestionable.
Para los que me escuchan . . . o peor,5 este ejercicio no hubiese hecho más que confirmar la lógica con la que se articulan en el análisis castración y Edipo.
Freud nos encamina a que el ausentido (ab-sens) designa el sexo: en el bulto de este sentido ausexo (ab-sexe) se explaya una topología donde la palabra es lo tajante.
Partiendo de la locución: "eso ni que decir", se ve que sin decir no andan muchas cosas, casi ninguna, y tampoco la cosa freudiana tal como la situé de ser lo dicho de la verdad.
No andar sin... es hacer pareja o, como se dice, que "las cosas no andan solas".
Es así como lo dicho no anda sin decir. Pero si lo dicho se postula siempre como verdad, así sea sin pasar nunca de un mediodicho (tal me expreso yo), el decir sólo se acopla allí por ex-sistir, o sea, por no ser de la dimensión, de la dichomansión 6 de la verdad.
Es fácil hacer sentir esto en el discurso de la matemática donde constantemente el dicho se renueva por tomar su sujeto de un decir antes que de realidad alguna, así tenga que a ese decir sumarle la continuación propiamente lógica que implica como dicho.
No se necesita el decir de Cantor para palpar esto. Comienza con Euclides.
Si recurrí este año al primero, o sea, a la teoría de los conjuntos, fue para traer la maravillosa florescencia que por aislar en lógica lo incompleto de lo inconsistente, lo indemostrable de lo refutable, y hasta por anexarle lo indecidible al no lograr excluirse de la demostrabilidad, nos pone tanto contra el muro de lo imposible como para que brote el "no es eso", que es el vagido que clama por lo real.
Dije discurso de la matemática. No lenguaje de la misma. Téngase en cuenta para el momento de retornar al inconsciente, estructurado como un lenguaje, he dicho desde siempre. Pues en el análisis es donde se ordena en discurso.
Queda por recalcar que el matemático tiene con su lenguaje los mismos tropiezos que nosotros con el inconsciente, para traducirlo de ese pensamiento que no se sabe de qué habla, y aun para asegurarlo como verdadero (Russell).
Por ser el lenguaje más propicio para el discurso científico, la matemática es la ciencia sin conciencia que convierte en promesa nuestro buen Rabelais, aquella ante la que el filósofo* sólo puede quedar obtuso: esto alegraba a la gaya ciencia que presumía por ello la ruina del alma. Por supuesto, le sobrevive la neurosis.
Señalado esto, el decir se demuestra, y por escapar de lo dicho. Entonces, este privilegio sólo lo asegura al formularse en "decir que no", cuando al ir al sentido, es el "contiene" lo que se capta, no la contradicción-la respuesta, no la reasunción como negación-, el rechazo, no la corrección.
Responder así suspende lo que el dicho tiene de verdadero.
Lo cual se aclara con la luz rasante que el discurso analítico aporta a los otros, al revelar los lugares modales con que se cumple su ronda.
Voy a metaforizar ahora, con el incesto, la relación que la verdad mantiene con lo real. El decir viene de donde él la ordena.
¿Pero no puede haber también decir directo?
Decir lo que hay, es cosa que no les dice nada, queridos amiguitos de la sala de guardia, llamada así sin duda porque se guarda bien de contrariar el patronazgo al que aspira (sea cual fuere).
Decir lo que hay, durante mucho tiempo era algo que encumbraba a un hombre hasta esa profesión que ya sólo les obsesiona por su vacío: el médico, que en todas las épocas y por toda la superficie terráquea, sobre lo que hay. se Pronuncia. Pero es también por lo siguiente: que lo que hay sólo tiene interés por tener que ser conjurado.
La historia ha reducido esta función sacramental hasta tal punto, que comprendo vuestro malestar. Ni siquiera les cabe, la época no está para eso, fungir de filósofos, última muda en la que, haciendo de lacayos de emperadores y príncipes, los médicos encontraron su supervivencia (léase a Fernel).
Sepan no obstante, aunque el análisis sea de una sigla diferente -y pese a ello les atrae, lo cual es comprensible-de qué doy testimonio primero.
Lo digo, por estar demostrado sin excepción respecto de los que llamé mis "dandies": no hay la más pequeña vía de acceso a Freud que no esté recusada-y sin remisión en este caso-por la elección de tal o cual analista.
Es que no hay formación del analista concebible fuera del mantenimiento de este decir, y que Freud, por no haber forjado, con el discurso del analista, el lazo que atase a las sociedades de ( psicoanálisis, las situó desde otros discursos que necesariamente tachan su decir.
Cosa que todos mis escritos demuestran.
El decir de Freud se infiere de la lógica que toma en su fuente el dicho del inconsciente. En tanto que Freud descubrió ese dicho, ex-siste.
Restituir este decir es necesario para que el discurso se constituya del análisis (a lo cual contribuyo), y a partir de la experiencia donde resulta que existe.
No se puede, este decir, traducirlo en términos de verdad ya que de la verdad sólo hay mediodicho, bien cortado, pero el que haya ese mediodicho tajante (se conjuga hacia arriba: tú meditas, yo malmedigo)7 sólo recibe su sentido de ese decir.
Este decir no es libre, sino que se produce por relevar a otros que provienen dé otros discursos. Por cerrarse en el análisis (cf. mi Radiofonía, el número justamente anterior de este aperiódico),8 su ronda sitúa los lugares con que se cerca este decir.
Lo cercan como real, es decir, con lo imposible, el cual se anuncia:
No hay relación sexual.
Esto supone que relación, ratio, proporción "en general", no hay sino enunciada, y que lo real de ello sólo se asegura confirmándose con el límite que se demuestra de las consecuencias lógicas del enunciado.
Aquí límite inmediato, de que "no hay" nada que hacer para hacer una proporción con un enunciado.
De esto, ninguna consecuencia lógica, lo que no es negable, aunque ninguna negación basta para sostenerlo: solamente el decir que: nohay.
Negó/nohay no conlleva en español la misma homofonía que nya/nia (negación y pretérito de negar) en francés. Así, nia (negó) basta para, con el pasado que significa, de cualquier presente cuya existencia allí se connote marcar que nya (no hay) huella.9
Pero ¿de qué se trata? De la relación del hombre y de la mujer en tanto precisamente fuesen apropiados, por habitar el lenguaje, para hacer enunciado de esta relación.
¿Es la ausencia de esta relación lo que lo exila en estábitat?10 ¿Es por abitarlo que esta relación sólo puede quedar en entre-dicho?
No se trata de la pregunta: más bien de la respuesta, y la respuesta que la sustenta --por ser lo que la estimula a repetirse- es lo real.
Admitámoslo: donde es-ahí. Nada se gana con remontarse al diluvio cuando éste ya se narra por retribuir la relación de la mujer con la gloria.
Ilustremos sin embargo esta función de la respuesta con un apólogo, logo acosado de aúllos por el psicólogo quien lo suministra, ya que el alma es aúllo, y aun con la (a) minúscula, a(huyo).
Desgraciadamente, el psicólogo, por no fundar su sector más que en la teología, quiere que lo psíquico sea normal, y por ello elabora lo que lo suprime.
El Innenwelt y el Umwelt en especial, cuando sería mejor que se ocupara del hombre-vuelta o del hombre-voltio que hace el laberinto de donde el hombre no sale.
La pareja estímulo-respuesta confiesa al fin sus invenciones. Llamar respuesta a lo que permite al individuo mantenerse en vida es excelente pero el que la cosa termine pronto y mal, abre la pregunta que se resuelve en que la vida reproduce al individuo, y por tanto reproduce asimismo la pregunta o, como se dice en este caso, se repite, que es lo mismo que decir que ella revienta.
Es precisamente lo que se descubre del inconsciente, el cual entonces resulta ser respuesta, pero por ser ella quien estimula.
Con lo cual también, aunque le pese, el psicólogo regresa al hombre-vuelta de la repetición, ésa que sabemos que se produce desde el inconsciente.
La vida sin duda reproduce, Dios sabe qué y por qué. Pero la respuesta sólo se hace pregunta donde no hay relación que sustente la reproducción de la vida.
A no ser que el inconsciente formule: "¿Cómo se reproduce el hombre?", que es lo que hace en este caso.
-"Reproduciendo la pregunta", es la respuesta. O "para hacerte hablar", dicho-de-otro-modo que tiene el inconsciente, por ex-sistir.
A partir de ahí tenemos que obtener dos universales, dos todos bastante consistentes para poder separar en hablantes-quienes, por serlo, se creen seres-, dos mitades que no se enreden demasiado en la coiteración cuando a ella lleguen.
Mitad (moitié) dice en francés que se trata de un asunto de yo (moi), y la mitad de pollo que abría mi primer libro de lectura me desbrozó también el camino hacia la división del sujeto.
El cuerpo de los hablantes está sujeto a dividirse de sus órganos, lo bastante para tener que encontrarles una función. Se precisan a veces eras: por un prepucio que adquiere uso con la circuncisión, véase el apéndice esperarlo por siglos enteros, de la cirugía.
Así, del discurso psicoanalítico, un órgano se hace el significante. Aquel del que puede decirse que se aísla en la realidad corporal como carnada, por funcionar allí (la función se la delega un discurso):
a) como fanera gracias a su aspecto de aditamento móvil que se acentúa por su erectibilidad;
b) para ser anzuelo, donde este último acento contribuye en las diversas pescas que hacen discurso de las voracidades con que se tapona la inexistencia de la relación sexual.
Se reconoce ciertamente, aun en este modo de evacuación, el órgano que por estar, digamos, "en el activo" del macho, hace a éste, en el dicho de la copulación, merecer el activo del verbo. Es el mismo a quien sus diversos nombres, en la lengua que uso, muy sintomáticamente feminizan.
Es preciso, sin embargo, no equivocarse: en cuanto a la función que le viene del discurso, pasó al significante. Un significante puede servir para muchas cosas, igual que un órgano, pero no son las mismas. En la castración, por ejemplo, si presta sus servicios, no tiene (afortunadamente, en general) las mismas consecuencias que si se tratase del órgano. Para la función de carnada, si es el órgano el que se ofrece como anzuelo a las voracidades que situábamos antes, digamos: de origyn el significante en cambio es el pez que devora lo que precisan los discursos para sustentarse.
Este órgano que pasó al significante, horada el lugar desde donde cobra efecto para el hablante, sigámoslo en eso de que se piensa: ser, la inexistencia de la relación sexual.
El estado actual de los discursos que se alimentan de estos seres, se sitúa desde este hecho de la inexistencia, desde este imposible, no imposible de decir, sino que, ceñido por todos los dichos, prueba ser lo real.
El decir de Freud así establecido se justifica por sus dichos primero, con los cuales se prueba, lo que he dicho -se confirma por haberse delatado en el estancamiento de la experiencia analítica, que denuncio-, y podría desarrollarse con el resurgimiento del discurso analítico, a lo cual me dedico, ya que, aunque sin recursos, es de mi incumbencia.**
En medio de la confusión en que el organismo parásito que Freud injertó en su decir, hace él mismo injerto de sus dichos, no es poca cosa dar-pie con bola, ni dar el lector con un sentido.
El enredo es insuperable por lo que se prende a él de la castración, de los desfiladeros por donde el amor cultiva el incesto, de la función del padre, del mito en que el Edipo se redobla con la comedia del Padre-Orang-te, del perorante Padre-Után.
Se sabe que me esmeré durante diez años por hacer jardín a la francesa de esas vías a las que Freud supo adherirse en su diseño, el primero, cuando sin embargo desde siempre lo que ellas tienen de torcido era discernible para cualquiera que hubiese querido sacar en claro lo que suple a la relación sexual.
Aún era necesario que surgiese a la luz la distinción de lo simbólico, lo imaginario y lo real: esto para que la identificación a la mitad hombre y a la mitad mujer, donde acabo de evocar que el asunto del yo domina, no fuese con su relación confundida.
Basta que el asunto de yo así como el asunto de falo hasta donde tuvieron a bien seguirme hace un instante, se articulen en el lenguaje, para que se conviertan en asunto de sujeto y dejen de ser de la sola incumbencia de lo imaginario. Piénsese que ya desde el año 56 todo esto hubiese podido darse por sabido, de consentirlo el discurso analítico.
Pues en la "Cuestión Previa" de mis Escritos, que debía leerse como la respuesta dada por lo percibido en las psicosis, introduzco el Nombre-del-Padre, y con los campos (de los cuales hay grafo en ese Escrito), que permiten ordenar la psicosis misma, se puede calibrar su potencia.
No hay nada excesivo, en vista de lo que nos da la experiencia, en poner bajo el acápite del ser o tener el falo (cf. mi Bedeutung de los Escritos) la función que suple a la relación sexual.
De allí una inscripción posible (en la significación donde la posible es fundante, leibniziana) de esta función como fi_may_de_x a lo cual los seres van a responder por su modo de hacer allí argumento. Esta articulación de la función como proposición es de Frege.
Pertenece sólo al orden del complemento que ofrezco más arriba a toda posición del universal en cuanto tal, el que sea preciso que en un punto del discurso una existencia, como se dice, tache de falsa a la función fálica, para que establecerla sea "posible", que es lo poco de lo que puede pretender a la existencia.
Precisamente a esta lógica se resume todo lo tocante al complejo de Edipo.
Todo puede mantenerse si se desarrolla en torno a lo que yo expongo de la correlación lógica de dos fórmulas que, al inscribirse matemáticamente para_todo_x fi_may_de_x, y existe_x fi_may_de_x se enuncian:
la primera, para todo x se cumple fi_may_de_x lo cual puede traducirse con una y que denota valor de verdad. Esto traducido al discurso analítico, cuya práctica es dar sentido, "quiere decir" que todo sujeto en cuanto tal, ya que es eso lo que está en juego en este discurso, se inscribe en la función fálica para obviar la ausencia de relación sexual (la práctica de dar sentido es justamente la de referirse a esta ausencia, este ausentido);
la segunda, se da excepcionalmente el caso, familiar en matemática (el argumento x = 0 en la función exponencial 1/x), el caso en que existe una x para la cual fi_may_de_x la función, no se cumple, es decir, que al no funcionar queda excluida de hecho.
Precisamente, allí conjugo el todos de la universal, modificado, más de lo que uno imagina, en el paratodo del cuantor, con el existe un que lo cuántico le aparea, siendo patente su diferencia con lo que implica la proposición que Aristóteles dice ser particular. Los conjugo porque el existe un en cuestión, al hacer de límite al paratodo, es lo que lo afirma o lo confirma (cosa que un dicho ya objeta al contradictorio de Aristóteles).
Ello se debe a que el discurso analítico versa sobre el sujeto que, como efecto de significación, es respuesta de lo real. Esto lo articulaba yo, desde el 11 de abril del 56, y está recogido en texto, con una cita del significante asemántico, para gente a quien hubiese podido interesarle por sentirse llamada a una función de deyecto.
Desbroce, ciertamente, que no es para cualquiera que, por montarse en el discurso universitario, lo desvía hacia ese moqueo hermenéutico, y aun semiologizante, del que me imagino responsable, rezumante por todos lados como está ahora, a falta de una deontología que el análisis no les ha fijado aún.
Que yo enuncie la existencia de un sujeto postulándola en un decir que no a la función proposicional fi_may_de_x implica que se inscriba con un cuantor del cual esta función queda cercenada porque no tendría en ese punto ningún valor que pueda acotarse como de verdad, lo que quiere decir de error tampoco, y lo falso sólo habrá de entenderse falsus como de lo caído, en lo que ya he hecho hincapié.
En lógica clásica, piénsese, lo falso se percibe sólo por ser de la verdad el revés: él la designa también.
Es pues correcto escribir como lo hago: existe_x . fi_may_de_x El uno que existe, es el sujeto supuesto porque la función fálica falta allí. No es más, respecto de la relación sexual, que un modo de acceso sin esperanza, pues el síncope de la función que sólo se mantiene allí por ser semblante, por allí sembrarse,11 diría yo, no basta ni para inaugurar esta relación, pero es en cambio necesario para completar la consistencia del suplemento que hace de ella, y esto por fijar el límite donde este semblante no es más que decencia, des-sentido (dé-sens).
Sólo opera entonces el equívoco significante, o sea, la astucia con la cual la ausencia, el ausentido de la relación se tapona hasta el punto de suspensión de la función.
El des-sentido, precisamente, por cargarlo a la cuenta de la castración, lo denotaba yo de lo simbólico desde el 56 (al inicio de los cursos: relación de objeto, estructuras freudianas: existe una reseña), distinguiéndolo por tanto de la frustración, imaginaria, de la privación, real.
El sujeto se hallaba ahí ya supuesto, con sólo aprehenderlo del contexto que Schreber, a través de Freud, me había suministrado mediante la consumación de su psicosis.
Ahí, el Nombre-del-Padre, al hacer lugar de su playa, demuestra ser el responsable según la tradición.
Lo real de esta playa, al naufragar allí el semblante, "realiza" sin duda la relación a la que suple el semblante, pero no más de lo que el fantasma sustenta nuestra realidad, lo que no es poco, puesto que es todo, aparte de los cinco sentidos, si es que quieren creerme.
La castración hace de relevo de hecho, como vínculo con el padre, para lo que en cada discurso se connota de virilidad. Hay pues dos dimensiones (dichomansiones) del paratodohombre, la del discurso con el cual se paratodea y la de los lugares donde eso se thombrea, eso es hombre (ça se thomme).12
El discurso psicoanalítico se inspira en el decir de Freud por proceder de la segunda primero, y de una decencia establecida por abandonar ésos -con quien la herencia biológica es generosa en cuanto al semblante. El azar que parece no poder reducirse así tan pronto en esta repartición se formula con la sex ratio de la especie, estable, al parecer, sin que pueda saberse por qué: ésos -valen por una mitad, ¡en mala hora, macho de mí!13
Los lugares de este thombreo se disciernen por darle sentido al semblante, -con él, a la verdad de que no hay relación,-a un goce que la suple,-y hasta al producto de su complejo, al efecto llamado (gracias a mí) plus de gozar.
Sin duda el privilegio de estas avenidas elegantes podría ser una ganancia que se repartiese en dividendos más razonados que ese juego de cara o sello (dosificación de la sex ratio), si no fuese porque la otra dimensión con la que este menoscabo que es el thombreo se paratodea demuestra que ello agravaría el caso.
El semblante, por fortuna para una mitad, resulta ser en efecto de un orden estrictamente inverso a la implicación que la ofrece al oficio de un discurso.
Me ceñiré a demostrarlo con lo que sufre el órgano mismo.
No sólo porque su thombreo sea un menoscabo a priori por hacer de sujeto en el decir de los padres, pues para la hija puede ser peor.
Antes bien, mientras más ensartado por el a posteriori de los discursos que le esperan, más asuntos tendrá el órgano que cargar.
Se le imputa ser emotivo... ¡Ah! por qué no haberlo adiestrado mejor, quiero decir educado. Para eso, por más que se corra...
Se ve claro en el Satiricón que darle órdenes y hasta implorarle, vigilarlo desde temprana edad, someterlo a estudio in vitro, nada cambia en sus humores, los que equivocadamente se cargan a cuenta de su naturaleza, cuando por el contrario, sólo porque no le gusta lo que le obligan a decir se tranca.
Mejor sería, para amansarlo, tener esa topología de la que dependen sus virtudes, por ser la que dije a quien quisiese escucharme mientras se urdía la trama destinada a acallarme (año 61-62 sobre la identificación). La dibujé con un cross-cap, o mitra como también se llama... Que los obispos la usen de sombrero, no sorprende.
Debe decirse que no hay nada que hacer si de un corte circular -¿de qué? ¿qué es? ni siquiera superficie, por nada de espacio separar-, no se sabe empero cómo se deshace.
Se trata de un asunto de estructura, o sea de lo que no se aprende de la práctica, lo cual explica para los que lo saben que sólo se haya sabido hace poco. Sí, pero ¿cómo? -Precisamente como eso: perocómo.
La bastardía del órgano-dinamismo estalla justamente por el sesgo de esta función, más que por otra cosa. ¿Acaso se cree que el Eterno femenino atrae hacia arriba por el órgano mismo, y que funciona mejor (o peor) porque el meollo lo libera de significar?
Digo esto por los buenos tiempos pasados de una sala de guardia que dentro de todo esto se deja despistar, lo que delata que su reputación de jodedero sólo proviene de las canciones que en ella se aúllan.
Ficción y canto de la palabra y del lenguaje, sin embargo, ¿no hubiesen podido, esos muchachos y muchachas, permitirse contra los Padresamos de los cuales, hay que decirlo, tenían el sello, los doscientos pasos que había que hacer para ir a donde yo hablé durante diez años? Pero de aquellos para quienes yo estaba en entredicho, ni uno solo lo hizo.
Después de todo ¿quién sabe? la necedad tiene sus caminos que son impenetrables. Y si el psicoanálisis la propaga, se me ha escuchado, precisamente en Henri-Rousselle, profesar que ello redunda más para bien que para mal.
Concluyamos que hay trabacuenta en alguna parte. El Edipo es lo que yo digo, no lo que se cree.
Con un deslizamiento que Freud no supo evitar por implicar -en la universalidad de los cruces en la especie donde eso habla, o sea, en el mantenimiento, fecundo al parecer, de la sex ratio (mitad-mitad) en los que hacen mayoría, con la mezcla de sus sangres-, la significancia que descubría en el órgano, universal en quienes son sus portadores.
Es curioso que el reconocimiento, tan fuertemente acentuado por Freud, de la bisexualidad de los órganos somáticos (cuando por otra parte desconocía la sexualidad cromosómica), no lo haya llevado a la función de cobertura del falo en lo que al germen se refiere.
Pero su todothombría delata su verdad en el mito que crea en Tótem y tabú, menos seguro que el de la Biblia pese a que lleva su sello, para dar cuenta de las vías retorcidas por donde procede, ahí donde eso habla, el acto sexual.
Acaso presumimos que de todothombre, si queda huella biológica, es porque no hay sino de raza con que thombrearse y nada con que paratodearse.
Me explico: la raza de que hablo no es la que una antropología sustenta por decirse física, la que Hegel muy bien señaló por el cráneo y que lo merece todavía por encontrar en él, mucho después de Lavater y Gall, lo más grueso de sus medidas.
Pues, como se vio en el intento grotesco de fundar con ello un Reich llamado tercero, con eso no se constituye ninguna raza (y ese mismo racismo en los hechos tampoco).
Esta se constituye por el modo en que se transmiten según el orden de un discurso los puestos simbólicos, los puestos con que se perpetúa la raza de los amos y no menos la de los esclavos, de los pedantes igualmente, a los que les hace falta para responder por ellos los pederastas (pédants-pédés), de los machacones, agregaría yo, a quien no pueden faltar los machacados.
Prescindo pues con toda facilidad del tiempo de cervidumbre, de los bárbaros expulsados de donde los griegos se sitúan, de la etnografía de los primitivos y del recurso a las estructuras elementales, para afirmar lo que sucede con el racismo de los discursos en acción.
Me gustaría más apoyarme en el hecho de que en cuanto a las razas, lo más seguro que poseemos se debe al horticultor, y hasta a los animales de nuestra domesticidad, efectos de arte, y por tanto de discurso: las razas de hombre son cosa que se mantiene con el mismo principio que las de perro y de caballo.
Esto antes de señalar que el discurso analítico lo paratodea a contrapelo, lo cual es concebible si resulta que cierra con su lazo lo real.
Porque es aquel en que el analista debe ser primero el analizado, si, como se sabe, es éste el orden con que se traza su carrera. El analizante, aunque sólo a mí debe esta designación (pero ¿qué asonada iguala el éxito de esta activación?), el analizante es ese cuyo cervicio (oh sala de guardia), el cuello que se doblega, tenía que enderezarse.
Hasta ahora, sin más, hemos seguido a Freud en lo que de la función sexual se enuncia con un paratodo, pero igualmente quedándonos con una mitad, de las dos que discierne, en cuanto a él. del mismo rasero por arrojar las mismas dichomansiones.
Este traslado al otro demuestra bien el ausentido de la relación sexual. Pero es más bien, este ausentido, forzarlo.
Es de hecho el escándalo del discurso psicoanalítico, y ya dice bastante de cómo están las cosas en la Sociedad que lo sustenta, que este escándalo sólo se traduzca porque lo ahogan a la luz del día, si cabe decir.
A tal punto que es mover una montaña aludir a este debate difunto de los años treinta, y no porque al pensamiento del Maestro no se hayan enfrentado Karen Horney, Helen Deutsch, incluso Ernest Jones, otros también.
Pero la tapa que se le ha puesto encima desde entonces, desde la muerte de Freud, como basta para que no se escape ni un poquito de humo, dice mucho acerca de la contención a la cual Freud, en su pesimismo, se remitió deliberadamente para perder, queriéndolo salvar, su discurso.
Indiquemos solamente que las mujeres aquí nombradas apelaron -es su inclinación en este discurso-del inconsciente a la voz del cuerpo, como si precisamente no fuese del inconsciente de donde el cuerpo cobra voz. Es curioso comprobar, intacta en el discurso analítico, la desmesura que hay entre la autoridad con que las mujeres causan efectos y lo ligero de las soluciones con que este efecto se produce.
Me conmueven las flores, más aun por ser de retórica, con las que Karen, Helena -cuál no importa, lo olvido ahora, ya que no me gusta volver a abrir mis seminarios-, con las que Horney o la Deutsch adornan el encantador dedal que les sirve de reserva de agua en el corsage tal como se lleva al dating, esto es a aquello de lo cual parece que una relación se espera, aunque sólo fuese de su dicho.
En cuanto a Jones, la entrada de cervicio (cf. la última línea antes del último intervalo) que toma al calificar a la mujer de deuterofalicidad, sic, esto es, al decir exactamente lo contrario de Freud, a saber, que ellas nada tienen que ver con el falo, al mismo tiempo que parece decir la misma cosa, a saber, que ellas pasan por la castración, es sin duda la obra maestra que permitió a Freud reconocer que, respecto a la cervilidad que se espera de un biógrafo, ése era su hombre.
Agrego que la sutileza lógica no excluye la debilidad mental que, como lo demuestra una mujer de mi escuela, proviene más bien del decir parental que de una obtusión nata. A partir de esto era Jones el mejor de los goym, ya que con los judíos Freud no estaba seguro de nada.
Pero me extravió volviendo a la época en que esto, lo machaqué, ¿lo machaqué para quién?
El no hay relación sexual no implica que no haya relación con el sexo. Es precisamente lo que la castración demuestra, pero no más: a saber, que esta relación con el sexo no sea distinta en cada mitad, por el hecho mismo de que las reparta.
Subrayo. No dije: que las reparta por repartirles el órgano, velo donde se extraviaron Karen, Helen, Dios las tenga en su gloria si aún no es así. Pues lo importante no es que parta de las titilaciones que los meninos sienten en la mitad de su cuerpo que hay que devolver a su yo-alto,14 sino que esa mitad haga allí entrada de emperadora para sólo reaparecer como significante amo o meser de este asunto de relación con el sexo. Y esto lisa y llanamente (aquí en efecto Freud tiene razón) respecto a la función fálica, ya que por proceder justamente como suplemento de una fanera única, es como esta función se organiza, encuentra el organon que aquí reviso.
Lo hago porque a diferencia de él-en el caso de las mujeres nada lo guiaba, y es justamente lo que le permitió avanzar tanto escuchando a las histéricas que "hacen de hombre"-, a diferencia de él, repito, no obligaré a las mujeres a medir en la horma de la castración la vaina encantadora que ellas no elevan al significante, aun si el calzador, por el otro lado, no sólo al significante, sino también al pie ayuda.
A hacer de calzado, por cierto, de tal pie, las mujeres (y que entre ellas se me perdone esta generalidad que pronto repudio, pero los hombres al respecto son duros de oreja), las mujeres, digo, se dedican a veces a fondo. De ello se sigue entonces que el calzador sea recomendable, pero debe preverse que ellas puedan prescindir de él, no solamente en el MLF que es de actualidad, sino porque no hay relación sexual, de lo que lo actual no es más que testimonio, aunque, me temo, momentáneo.
A ese paso, la elucubración freudiana del complejo de Edipo, en la que la mujer es en él pez en el agua, por ser la castración en ella inicial (Freud dixit), contrasta dolorosamente con el estrago que en la mujer, en la mayoría, es la relación con la madre, de la cual parece esperar en tanto mujer más subsistencia que del padre, lo que no pega con su ser segundo en este estrago.
Aquí muestro mis cartas al postular el modo cuántico bajo el cual la otra mitad, mitad del sujeto, se produce a partir de una función por satisfacerla, o sea, por completarla con su argumento.
De dos modos depende que el sujeto se proponga aquí ser dicho mujer. Son éstos: no_existe_x . no_fi_de_x y no_todo_x .fi_may_de_x.
Su inscripción no es usual en matemática. Negar, como lo marca la barra del cuantor, negar que existeun no se hace, y menos aun cuando paratodo se paranotoda.
Es ahí, sin embargo, donde se da el sentido del decir, porque al allí conjugarse el nohay-negó15 que susurra de los sexos en compañía suple el que entre ellos relación no haya.
Lo que debe tomarse no en el sentido que, al reducir nuestros cuantores a su lectura según Aristóteles, igualaría el noexisteuno al ningunes de su universal negativa, haría volver el Tmepagnes, el notodo (que supo sin embargo formular), a dar fe de la existencia de un sujeto diciendo que no a la función fálica, lo que es suponerlo por la llamada contrariedad de dos particulares.
No es éste el sentido del decir, que se inscribe con estos cuantores. Es: que por introducirse como mitad que decir de las mujeres, el sujeto se determina porque, no habiendo suspensión de la función fálica, todo puede decirse de ella, aun lo proveniente de la sinrazón. Pero es un todo fuera de universo, que se lee de inmediato en el segundo cuantor como notodo.
El sujeto, en la mitad donde se determina a partir de los cuantores negados, porque nada existente hace límite a la función, nada puede asegurarse de un universo. Así al fundarse con esta mitad, "ellas" notodas son, y en consecuencia y por ello mismo, ninguna tampoco es toda.
Podría aquí, con desarrollar la inscripción, que hice mediante una función hiperbólica, de la psicosis de Schreber, demostrar en ella lo que tiene de sardónico el efecto incita-a-la-mujer que se especifica en el primer cuantor: habiendo precisado que es por la irrupción de Un-padre como sin razón, que se precipita aquí el efecto experimentado como forzamiento, en el campo de un Otro que ha de pensarse como lo más ajeno a todo sentido.
Pero llevar a su potencia de extrema lógica la función, desorientaría. Ya pude medir el esfuerzo que la buena voluntad hizo de aplicarla a Hölderlin: sin éxito.
¿Acaso no es mucho más cómodo, y aun promesa de delicias, acreditar al otro cuantor el singular de un "confín", porque obliga la potencia lógica del notodo a habitarse con el receso del goce que la feminidad sustrae, y aun cuando viene a conjugarse con lo que hace thombre...
Pues este "confín", por enunciarse aquí de lógica, es realmente el mismo con que se ampara Ovidio al figurarlo como Tiresias en el mito. Decir que una mujer no es toda, es lo que el mito nos indica por ser ella la única cuyo goce sobrepasa al que surge del coito.
Por eso mismo, quiere ser reconocida como la única por la otra parte: harto ahí lo saben.
Pero es también donde se capta lo que hay allí que aprender, a saber, que así se la satisficiera en la exigencia del amor, el goce que se tiene de una mujer la divide convirtiendo su soledad en su pareja, mientras que la unión queda en el umbral.
Pues cómo puede servirle mejor el hombre a la mujer de la que quiere gozar, si no es devolviéndole ese goce suyo que no la hace toda suya: por en ella re-suscitarlo.
Lo que llaman el sexo (y aun el segundo, cuando es una necia) es propiamente, por fundarse en notoda, el Eteron que no puede saciarse de universo.
Llamemos heterosexual, por definición, a lo que gusta de las mujeres, cualquiera sea su propio sexo. Así será más claro.
Dije: gustar de, no: estar prometido a ellas por una relación que no hay. Hasta es lo que implica lo insaciable del amor, que se explica con esta premisa.
Que haya sido necesario el discurso analítico para que esto llegue a decirse, muestra claramente que no en todo discurso viene un decir a ex-sistir Pues la cuestión fue durante siglos machacada en términos de intuición del sujeto, el cual era muy capaz de verlo, y aun refocilarse con ello, sin que nunca se tomara en serio.
Debe darse inicio a la lógica del Eteros, siendo notable que es donde desemboca el Parménides a partir de la incompatibilidad del Uno con el Ser. Pero ¿cómo comentar ese texto ante setecientas personas?
Queda la cantera- siempre abierta al equívoco del significante: el Eteros, por declinarse en Etera, se eteriza, y hasta se hetairiza...
El apoyo del dos que hacer con ellos (du deux à faire d'eux) que parece ofrecernos ese notodo, se presta a ilusión, pero la repetición que en suma es el transfinito, muestra que se trata de un inaccesible, a partir de lo cual, ya asegurado lo enumerable, se asegura también la reducción.
Aquí semeja el semblante, se siembra su semejante, cuyo equívoco sólo yo he intentado desanudar, por haberlo escudriñado con el homosexuado,16 esto es, con lo que hasta ahora se llamaba el hombre en forma abreviada, que es el prototipo del semejante (cf. mi estadio del espejo).
El Eteros, observen, es quien, por sembrarse en él de discordia, erige al hombre en su estatuto que es el de homosexual. No por mis oficios, subrayo, sino por los de Freud, quien le devuelve este apéndice, y con todas sus letras.
Sin embargo, sólo se siembra así de un decir por estar ya bien avanzado. Lo que primero llama la atención es hasta qué punto el homodicho pudo arreglárselas con todo lo que le viniese del inconsciente, hasta el momento en que, al decirlo "estructurado como un lenguaje", di a pensar que de tanto hablar, era poco lo dicho: que eso habla y habla, pero que eso es todo lo que sabe causar.17 Tan poco me comprendieron, mejor así, que puedo contar con que un día me lo van a objetar.
En suma, uno flota del islote falo, atrincherándose ahí con lo que de él se trincha.
Así la historia se hace de maniobras navales donde los barcos danzan su ballet con un número limitado de figuras.
Es interesante que haya mujeres que no desdeñen entrar en su ronda: y hasta es por eso que la danza es un arte que flora cuando los discursos se mantienen en su lugar, y en ella abren el paso quienes tienen con qué, para el significante congruente.
Pero cuando el notoda llega a decir que no se reconoce en ellas qué otra cosa dice si no lo que se encuentra en lo que aporté, esto es:
el cuadrípodo de la verdad y del semblante, del goce y de lo que de un plus de-, se esquiva al desmentir que se defiende de él,
y el bípodo cuyo intervalo muestra el ausentido de la relación,
luego el trípode que se restituye con la entrada del falo sublime que guía al hombre hacia su verdadero lecho, por su rumbo haber perdido.
"Me has satisfecho thombrecito. Te diste cuenta, era lo que hacía falta. Anda, atolondradichos no sobran, para que te vuelva uno después del mediodicho. Gracias a la mano que te responderá con que Antígona la llames, la misma que puede desgarrarte porque esfinjo mi notoda, sabrás incluso, atardeciendo, equipararte a Tiresias y como él, por haber hecho de Otro, adivinar lo que te dije".
Esto es superyomitad que no se superyomedia tan fácilmente como la conciencia universal.
Sus dichos no pueden completarse, refutarse, inconsistirse, indemostrarse, indecidirse sino a partir de lo que ex-siste de las vías de su decir.
¿De qué otra fuente que la de este Otro, el Otro de mi grafo y significado con S de A tachado: notoda, de dónde más podrá el analista sacar peros que ponerle a lo que bulle de los ardides lógicos cuya relación al sexo se extravía, por querer que sus caminos lleven a la otra mitad?
Que aquí una mujer no sirva al hombre más que para dejar de amar a otra; que él retenga contra ella el que no lo consiga, cuando es precisamente porque lo logra que ella lo falla,
-que, torpe, el mismo imagine que por tener dos, la vuelve toda,
-que la mujer en el pueblo sea la doña, que en otros lados el hombre quiera que ella nada sepa:
¿desde dónde podrá el analista orientarse entre estas gentilezas -hay otras- a no ser desde la lógica que en ellas se delata y en la que pretendo adiestrarlo?
Me complació destacar que Aristóteles se doblega a ella, proporcionándonos, curiosamente, los términos que yo retomo de otro devaneo amoroso. ¿Pero acaso no hubiese sido interesante que encarrilase su Mundo con el notodo negándole lo universal? Con ello, la existencia ya no se marchitaba por la particularidad, y para Alejandro, su amo, hubiera podido ser buena la advertencia: si el notodo que ex-siste se escabulle mediante un ausentido como-ni(ng)uno con que negar el universo, hubiese sido el primero en reírse, con.o le corresponde, de su designio de "impeorar" el universo.
Allí es precisamente donde nitanloco, el filósofo, toca tanto mejor la tonada del mediodicho cuanto que puede hacerlo con buena conciencia. Se le suministra el sustento para que diga la verdad, como el bufón, sabe que es perfectamente factible, con tal de que no suture (Sutor...)18 por encima de su zapatitud.
Ahora viene un poco de topología.
Consideremos un toro (una superficie en forma de "anillo"). Salta a la vista que al apretarlo entre dos dedos a todo lo largo a partir de un punto al que se regresa, quedando al final abajo el dedo que primero estaba arriba, es decir, operando media vuelta de torsión durante la realización de la vuelta completa del toro, se obtiene una banda de Moebius: con tal de considerar que la superficie así prensada confunde las dos láminas producidas de la superficie inicial. Resulta que su evidencia se homologa por su vaciamiento.19
Cabe demostrarlo de modo menos grosero. Procedamos a un corte siguiendo el borde de la banda obtenida (se sabe que es único). Es fácil ver que cada lámina, ahora separada de la que la duplica, se continúa, sin embargo, precisamente en ésta. Así, el borde de una lámina en un punto es el borde de la otra lámina cuando una vuelta lo ha llevado a un punto conjugado por ser del mismo "través", y cuando con una vuelta adicional vuelve a su punto de partida, ha dejado de lado, por haber hecho un doble lazo repartido sobre dos láminas, otro doble lazo que constituye un segundo borde. La banda obtenida tiene pues dos bordes, lo que basta para asegurarle un derecho y un revés.
Su relación con la banda de Moebius que figuraba antes de que en ella hiciéramos corte, es... que el corte la haya producido.
En eso consiste el juego de manos: con volver a coser el mismo corte no se reproducirá la banda de Moebius puesto que sólo se la "fingía" mediante un toro aplanado, pero con un deslizamiento de las dos láminas una sobre otra (y también en los dos sentidos), al enfrentarse consigo mismo el doble lazo de uno de los bordes, su costura constituye la banda de Moebius "verdadera".
Donde la banda obtenida del toro revela ser la banda de Moebius bipartita-con un corte no de doble vuelta, sino que se cierra con una sola (hagámoslo por la mediana para aprehenderla... imaginariamente) .
Pero a la vez se evidencia que la banda de Moebius no es otra cosa más que ese corte, el mismo por el cual de su superficie desaparece.
Y la razón es que al proceder a unir consigo, tras el deslizamiento de una lámina sobre la otra de la banda bipartita, el doble lazo de uno de los bordes de esta misma banda, cosíamos a todo lo largo del reverso de esta banda su anverso.
Donde se palpa que no es del través ideal con que una banda se tuerce media vuelta, como la banda de Moebius ha de ser imaginada; es a todo lo largo como hace que su anverso y su reverso no sean más que uno. No hay ningún punto suyo donde uno y otro no se unan. Y la banda de Moebius no es otra cosa sino el corte de una sola vuelta, cualquiera (aunque puesta en imagen a partir de la impensable "mediana"), que la estructura con una serie de líneas sin puntos.
Esto se confirma imaginando al corte reduplicarse (por estar "más cercano" a su borde): este corte dará una banda de Moebius, verdaderamente mediana ésta, que, achatada, quedará haciendo cadena con la Moebius bipartita que sería aplicable sobre un toro (por constar de dos rollos de un mismo sentido y uno de sentido contrario o, de modo equivalente: por obtenerse de ella tres rollos de un mismo sentido): se ve así que el ausentido que resulta del corte simple hace la ausencia de la banda de Moebius. De ahí que este corte = la banda de Moebius.
Con todo, el corte no tiene esta equivalencia sino por bipartir una superficie que el otro borde limita: con una doble vuelta precisamente, o sea, con lo que hace a la banda de Moebius. La banda de Moebius es pues aquello que al operar sobre la banda de Moebius, la hace volver a la superficie tórica.
El agujero del otro borde puede sin embargo suplementarse de otro modo, a saber, con una superficie que, por tener de borde el doble lazo, lo llena; con otra banda de Moebius, obviamente, y esto da la botella de Klein.
Aún hay otra solución: tomar este borde del recorte en arandela que al desenrollarlo éste despliega sobre la esfera. Por hacer en ella círculo, puede reducirse a un punto: punto fuera de línea que, por suplementar la línea sin puntos, configura lo que en topología se designa como cross-cap.
Es la aesfera, léase bien: a-esfera. El plano proyectivo, también llamado de Desargues, plano que reduce su horizonte a un punto, y cuyo descubrimiento se precisa con que este punto sea tal que toda línea trazada, de llegar a él, sólo lo transpone pasando del anverso del plano a su reverso.
Este punto, asimismo, se despliega con la línea inasible con la que se dibuja en la figuración del cross-cap la travesía necesaria de la banda de Moebius por la arandela con que acabamos de suplementarla por apoyarse sobre su borde.
Lo notable de esta secuencia es que la aesfera, por comenzar en el toro (se presenta de primera mano) sólo alcanza la evidencia de su aesfericidad suplementándose con un corte esférico.
Este desarrollo debe tomarse como la referencia -expresa, quiero decir ya articulada- de mi discurso adonde ha llegado: contribuyendo al discurso analítico.
Referencia que no es para nada metafórica. Diría: se trata de la urdimbre, de la urdimbre de este discurso, si eso no fuera precisamente caer en la metáfora.
Para decirlo, caí; ya está hecho, no por el uso del término repudiado al instante, sino por haber hecho-imagen, para hacerme entender por a quienes me dirijo, a todo lo largo de mi exposición topológica.
Sépase que podía hacerse con una pura álgebra literal, recurriendo a los vectores con que por lo general se desarrolla de cabo a rabo esta topología.
La topología, ¿no es ese noespacio adonde nos lleva el discurso matemático y que requiere revisión de la estética de Kant?
No hay otra urdimbre que darle sino ese lenguaje de puro matema, y por ello entiendo lo único que puede enseñarse: y esto sin recurrir a ninguna experiencia, que por estar siempre fundada, pese a todo, en un discurso, permite las locuciones que sólo apuntan en última instancia a, este discurso, establecerlo.
¿Qué me autoriza en mi caso a referirme a este puro matema?
Acoto primero que si excluyo de él la metáfora, admito que puede ser enriquecido y que como tal sólo sea, por este camino, recreación, esto es, aquello con lo cual se han abierto, de hecho, toda índole de campos matemáticos nuevos. Me mantengo, entonces, en el orden por mí aislado de lo simbólico, al inscribir en él lo tocante al inconsciente, para tomar allí referencia de mi presente discurso.
Contesto, entonces, a mi pregunta: que primero hay que tener la idea, la cual se toma de mi experiencia, de que cualquier cosa no puede ser dicha. Y hay que decirlo.
Vale decir que primero hace falta decir.
El "significado" del decir sólo es, como pienso haberlo hecho sentir desde un comienzo con mis frases, ex-sistencia al dicho (aquí al dicho de que no todo puede decirse). O sea: que no es el sujeto, el cual es efecto de dicho.
En nuestras aesferas, el corte, corte cerrado, es el dicho. El, hace sujeto: así ciña lo que fuere...
Señaladamente, como lo figura la conminación de Popilio de que se le responda con un sí o un no, señaladamente, digo, si lo que ciñe el corte es el concepto, con que se define el ser mismo: con un círculo alrededor, recortándose de una topología esférica, la que sostiene lo universal, el en cuanto-al-todo: topología del universo.
Lo malo es que el ser no tiene por sí mismo ningún sentido. Desde luego, allí donde está, es el significante-amo, como lo demuestra el discurso filosófico que, por mantenerse a su servicio, puede ser brillante, esto es: ser bello, pero en cuanto al sentido lo reduce al significante me-ser. Meser sujeto20 que lo redobla al infinito en el espejo.
Evocaré aquí la sobrevivencia magistral, tan sensible cuando abraza los hechos "modernos", la sobrevivencia de este discurso, el de Aristóteles y Santo Tomás, en la pluma de Etienne Gilson, la cual no es ya más que regodeo: me es "plus-de-gozar".
Es también que le doy sentido con otros discursos, el autor también como acaba de decirlo. Explicaré esto, lo que produce el sentido, un poco más adelante.
El ser se produce pues "señaladamente". Pero nuestra aesfera en todos sus avatares atestigua que si lo dicho se concluye de un corte que se cierra, hay ciertos cortes cerrados que no hacen de esta aesfera dos partes: dos partes que puedan denotarse con el sí y el no en cuanto a lo que hay ("del ser") de una de ellas.
Lo importante es que sean estos otros cortes los que tengan efecto de subversión topológica. Pero ¿qué decir del cambio que acarrean?
Podemos denominarlo topológicamente: cilindro, banda, banda de Moebius. Pero encontrar lo que hay de ello en el discurso analítico, sólo puede hacerse interrogando en éste la relación del decir con lo dicho.
Digo que un decir se especifica en él con la demanda cuyo estatuto lógico es del orden de lo modal, y que la gramática lo certifica.
Otro decir, para mí, es allí privilegiado: la interpretación, que no es modal, ella, sino apofántica. Añado que en el registro de la lógica de Aristóteles es particular, porque concierne al sujeto de los dichos particulares, los cuales notodos (asociación libre) son dichos modales (la demanda entre otros).
La interpretación, como lo formulé en su tiempo, atañe a la causa del deseo, causa que ella revela, y de la demanda que con su modal arropa el conjunto de los dichos.
Quienquiera que me siga en mi discurso sabe bien que encarno esta causa con el objeto (a), y este objeto, lo reconoce (por haberlo yo enunciado tiempo ha, diez años, en el seminario del 61-62 sobre la identificación, donde introduje esta topología), ya lo ha, afirmo, reconocido en lo que designo aquí con la arandela adicional con que se cierra la banda de Moebius, cuando se configura con ella el cross-cap.
La topología esférica de este objeto llamado (a) es lo que se proyecta sobre el otro compuesto, heterogéneo, que el cross-cap constituye.
"Imaginemos" aún según lo que se configura gráficamente de manera usual, esta otra parte. ¿Qué vemos de ella? Su abultamiento.
Nada más natural para que se tome por esférica. Por más que se reduzca la torsión de una media vuelta, no deja por ello de ser una banda de Moebius, esto es, la valorización de la aesfera del notodo: es lo que sustenta lo imposible del universo, o sea, tomando nuestra fórmula, lo que allí encuentra lo real.
El universo no está en ningún otro lado más que en la causa del deseo, lo universal tampoco. De ahí procede la exclusión de lo real...
... de ese real: que no hay relación sexual, y ello debido al hecho de que un animal tiene estábitat que es el lenguaje, que elabitarlo es asimismo lo que para su cuerpo hace de órgano; órgano que, por así ex-sistirle, lo determina con su función, y ello antes de que la encuentre. Por eso incluso es reducido a encontrar que su cuerpo no deja de tener otros órganos, y que la función de cada uno se le vuelve problema; con lo que el dicho esquizofrénico se especifica por quedar atrapado sin el auxilio de ningún discurso establecido.
Mi tarea es desbrozar el estatuto de un discurso, donde sitúo que hay... discurso: y lo sitúo con el vínculo social a lo cual se someten los cuerpos que, este discurso, loabitan.
Lo mío parece una empresa desesperada (lo es por el hecho mismo, en ello reside lo desesperado) porque es imposible que los psicoanalistas formen grupo.
No obstante, el discurso psicoanalítico (es mi desbroce) puede precisamente fundar un vínculo social limpio de toda necesidad de grupo.
Como saben que no me ando con miramientos cuando se trata de resaltar una apreciación que, pese a merecer un acceso más estricto, debe prescindir de él, diré que sopeso el efecto de grupo según lo que añade de obscenidad imaginaria al efecto de discurso.
Este decir poco asombro causará, espero, puesto que es históricamente cierto que la entrada en juego del discurso analítico abrió las vías a las prácticas llamadas de grupo y que estas prácticas sólo promueven un efecto, valga la palabra, purificado del propio discurso que las permitió.
En esto, ninguna objeción a la práctica llamada de grupo, con tal de que esté bien indicada (no es mucho decir).
La presente observación respecto a lo imposible del grupo psicoanalítico es a la vez lo que en él funda, como siempre, lo real. Lo real es esa obscenidad misma: así entonces de ella "vive" (entre comillas) como grupo.
Esta vida de grupo es lo que preserva la institución llamada internacional, y lo que intento proscribir de mi Escuela, contra las reconvenciones que recibo- de algunas personas con dones para proferirlas.
Lo importante no es eso, ni tampoco el que sea difícil para quien se instala dentro de un mismo discurso vivir de otra manera que no sea en grupo; lo importante es lo que ahí se convoca, a saber: el baluarte del grupo, la posición del analista tal como queda definida por su discurso mismo.
El objeto (a), en cuanto a la aversión que lo enfrenta al semblante donde lo sitúa el análisis, ¿podría sustentarse con otro consuelo que no sea el del grupo?
Ya he perdido bastante gente: sin amargarme, y siempre dispuesto a que otros me enmienden la plana.
No voy a vencer yo, sino el discurso al cual sirvo. Ahora voy a decir por qué.
Hemos llegado al reino del discurso científico y lo voy a hacer sentir. Lo voy a hacer sentir desde el lugar donde se confirma mi crítica anterior, del universal de que "el hombre es mortal".
Su traducción al discurso científico es el seguro de vida. La muerte, según el decir científico, es asunto de cálculo de probabilidades. Es lo que ella tiene de verdadero en este discurso.
Hay sin embargo, en nuestra época, gente que rehúsa afiliarse a un seguro de vida. Es porque quieren de la muerte una verdad distinta, ya asegurada por otros discursos. El del amo por ejemplo que, si nos guiamos por Hegel, se funda en la muerte considerada como riesgo; el del universitario, que se regodea en la memoria eterna del saber.
Por ser sumamente cuestionables, estas verdades, así como estos discursos, han sido cuestionados. Ha salido a la luz otro discurso, el de Freud, según el cual la muerte, es el amor.
Esto no quiere decir que el amor no esté sometido también al cálculo de probabilidades, que no le concede más que la ínfima oportunidad que supo realizar el poema de Dante. Lo que quiere decir es que no hay seguro de amor, ya que sería también un seguro de odio.
El amor-odio es aquello cuya ambivalencia es lo único que, con razón, un psicoanalista, aun no lacaniano, reconoce, o sea, la faz única de la banda de Moebius; con la consecuencia, ligada a lo cómico que le es propio, de que en su "vida" de grupo, sólo nombra el odio.
Reengancho con lo de antes: el incentivo del seguro de amor se reduce en la medida en que sólo produce pérdidas; como le pasó a Dante, quien en los círculos de su infierno omite el conjungo sin fin.
Entonces sobra ya el comentario en la imaginería de este decir que es mi topología. Un analista verdadero sólo se avendría a hacer que este decir ocupase el lugar de lo real, a falta de otro mejor.
En efecto, el lugar del decir es el análogo en el discurso matemático de ese real que otros discursos cercan con el imposible de sus dichos.
Esta dichomansión de un imposible que incidentalmente llega a abarcar el impasse propiamente lógico, en otro lado se llama estructura.
La estructura es lo real que sale a relucir en el lenguaje. Y por supuesto no tiene relación alguna con la "buena forma".
La relación del lenguaje como órgano con el ser que habla es metáfora. El lenguaje es además estábitat del cual debe suponerse, porque el habitante hace en él de parásito, que le asesta el golpe de un real.
Es evidente que al "expresarme así", que es como traduciría lo que acabo de decir, estoy cayendo en una "concepción del mundo", es decir en el desecho de todo discurso.
De esto, precisamente, podría salvarse el analista porque su discurso mismo lo desecha, al iluminarlo como desperdicio del lenguaje.
Por ello parto de un hilo, ideológico pues no me queda otro camino, con el que tejo la experiencia instituida por Freud. ¿En nombre de qué desecharlo, cuando ese hilo proviene de la trama que mejor ha resistido la prueba de mantener reunidas las ideologías de una época que es la mía? ¿En nombre del goce? Pero si es precisamente lo propio de este hilo salir ileso del goce: esto hasta es el principio del discurso psicoanalítico, tal como, él mismo, se articula.
Lo que digo vale por el lugar donde pongo el discurso de que se prevalece el análisis, entre todos los demás discursos que se reparten la experiencia de esta época. El sentido, si es que hay alguno por hallar, ¿podrá venir de una época distinta? Hago el intento; siempre en vano.
No sin razón el análisis se funda en el supuesto sujeto de saber: sí, el análisis, por cierto, supone que éste cuestiona el saber, por eso es mejor que sepa lo suyo.
Admiro en cuanto a esto el aire picado que adopta la confusión, porque yo la elimino.
Queda que la ciencia ha arrancado, claramente por el hecho de abandonar la suposición, a la que en este caso cabe llamar natural, porque implica que las conexiones del cuerpo con la "naturaleza" lo son, -lo cual, por fraguarse, acarrea una idea de lo real que yo diría gustoso ser verdadera. Desafortunadamente no es la palabra que a lo real convenga. Sería preferible poder demostrar que es falsa, si por ello se entendiese: caída (falsa), o sea, que se escurre de entre los brazos del discurso que la ciñe.
Si mi decir se impone, no, como suele decirse, con un modelo, sino con el propósito de articular topológicamente el discurso mismo, de la defección en el universo procede, con la condición de que tampoco él pretenda suplirla.
"Realizando" de esto la "topología", no salgo del fantasma ni siquiera para dar cuenta de él -pero la recojo, esta topología, en flor de la matemática-, es decir que por inscribirse en ésta con un discurso, el más vaciado de sentido que exista, por prescindir de toda metáfora, por ser metonímicamente de ausentido, confirmo que con el discurso con que se funda la realidad del fantasma se encuentra inscrito lo que de esta realidad hay de real.
¿Por qué no puede ser este real el número, y crudamente después de todo, ese número que el lenguaje transmite tan bien? Pero no es tan sencillo, y en este caso cabe decirlo (siempre me apresuro en conjurar estos casos diciendo que es el caso en que cabe decirlo),
Pues lo que se profiere con el decir de Cantor es que la serie de los números no representa otra cosa en el transfinito más que la inaccesibilidad que comienza con el dos, por lo cual, de ellos se constituye lo enumerable infinitamente.
Entonces se hace necesaria una topología ya que lo real no le viene sino del discurso del análisis, para confirmar este discurso, y ya que por la hiancia que abre este discurso al volver a cerrarse más allá de los otros discursos, este real llega a ex-sistir.
Es lo que voy a hacer que ahora palpen.
Mi topología no está hecha de una sustancia que sitúe más allá de lo real aquello con que se motiva una práctica. No es teoría.
Pero tiene que dar cuenta de que, cortes del discurso, los hay tales que modifican la estructura a la que éste se acoge originalmente.
Es una pura escapatoria exteriorizar este real con estándares, estándares llamados de vida, considerados primigenios para los sujetos en su existencia, por sólo hablar para expresar sus sentimientos sobre las cosas, ya que la pedantería de la palabra "afecto" nada cambia.
¿Cómo incide esta secundariedad sobre lo primigenio que ahí sustituye a la lógica del inconsciente?
¿Intervendrá en ello la sabiduría? Los estándares a los que se recurre precisamente lo contradicen.
Pero por argumentar desde esta banalidad, se pasa ya a la teología del ser, a la realidad psíquica, es decir a lo que sólo se avala analíticamente con el fantasma.
Sin duda, el análisis mismo da cuenta de esta celada y deslizamiento, pero ¿no es ésta lo bastante burda como para delatarse a sí misma en cualquier parte donde un discurso sobre lo que hay se exime de la responsabilidad de producirla?
Porque, hay que decirlo, el inconsciente es un hecho en tanto encuentra su soporte en el discurso mismo que lo establece, y, si los analistas son capaces de desechar su carga, es por alejar de sí la promesa de desecho que allí los llama, y ello en la medida en que su voz haya tenido un efecto.
Siéntase esto en el lavado de manos con que apartan de sí la llamada transferencia, al rechazar lo sorprendente del acceso al amor que ésta ofrece.
Al prescindir en su discurso, según los lineamientos de la ciencia, de todo savoir-faire en cuanto a los cuerpos, pero en aras de un discurso otro, el análisis -por evocar una sexualidad de metáfora, metonímica a pedir de boca por sus accesos más comunes, aquellos llamados pregenitales, léase extra- se configura por revelar la torsión del conocimiento.
¿Quedaría fuera de lugar dar el paso de lo real que da cuenta de ella traduciéndolo por una ausencia perfectamente situable, la de la "relación" sexual en cualquier matematización?
En esto los matemas con que se formula en impasses lo matematizable, definido éste como lo que de real se enseña, son susceptibles de coordinarse con esta ausencia tomada de lo real.
Recurrir al notodos. al almenosuno, hombruno,21 o sea, a los impasses de la lógica, es, por mostrar por dónde se sale de las ficciones de la Mundanidad hacer fixión 22 distinta de lo real: esto es, con lo imposible que lo mira fijo desde la estructura del lenguaje. Es también trazar la vía por la que se encuentra en cada discurso lo real con que se envuelve, y despachar los mitos con los que de ordinario se suple.
Pero proferir por eso que faltó lo real de que nada es todo, cuya incidencia respecto a la verdad conduciría derechito a un aforismo más escabroso; o, tomando otro sesgo con respecto a ella, declarar que lo real requiere verificaciones sin objeto, no es más que dar un nuevo envión a la tontería de adornarse con el noúmeno: esto es, que el ser escapa al pensamiento... Nada llega a meter en cintura a este ser que por poco dafnizo, y aun laurifico en ese "noúmeno", del cual es mejor decir que para que se sostenga, tiene que haber varias capas...
Mi preocupación es que los aforismos, que por lo demás me contento en presentar en botón, hagan reflores de las cunetas de la metafísica (pues el noúmeno es el floreo, la subsistencia fútil...). Apuesto a que vendrán a ser unos plus-de-nonsense, más divertidos, para decirlo, que lo que nos trae locos...
...¿hasta dónde? deberé sobresaltarme, jurar que yo no lo vi de inmediato mientras que ustedes, ya ... esas verdades primeras, pero si son el texto mismo con que se formulan los síntomas de las grandes neurosis, de las dos que, si ha de tomarse en serio lo normal, nos dicen que es más bien norma macho.23
Esto nos vuelve a poner los pies en el suelo, quizá no el mismo, pero puede que también sea el válido, aquel en que el discurso analítico se anda menos con pies de plomo.
Echemos a andar aquí el asunto del sentido antes prometido en su diferencia respecto de la significación.
Nos permite engancharlo lo enorme de la condensación entre "lo que piensa" en nuestra época con los pies que acabo de mencionar y la topología inepta a que Kant dio cuerpo desde su propio estamento, el del burgués que no puede imaginar más que trascendencia, la estética como la dialéctica.
Esta condensación, en efecto, debemos decirla para que se entienda "en sentido analítico", según la fórmula acreditada. ¿Cuál es este sentido?, si precisamente los elementos que en él se condensan, se califican unívocamente de una imbecilidad semejante, y aun son capaces de ufanarse de ella por los lados de "lo que piensa", mientras la máscara de Kant en cambio parece de palo ante el insulto, cuando se reflexiona junto a Swedenborg: dicho de otra manera, ¿hay un sentido de la imbecilidad?
En ello se palpa que el sentido nunca se produce más que por la traducción de un discurso a otro.
Provistos como estamos de esta lucecita, titila la antinomia que se produce de sentido a significación: que llegue a surgir un tenue sentido a ras de las llamadas "críticas" de la razón pura y del juicio (de la razón práctica dije el suyo retozón poniéndolo en el camino de Sade, no más divertido éste, pero lógico); en cuanto despunta su sentido, los dichos de Kant dejan de tener significación.
La significación no les viene pues sino del momento en que Uno tenían sentido, ni siquiera sentido común.
Se nos aclaran así las tinieblas que nos dejan a tientas. No falta sentido en los vaticinios llamados presocráticos: imposible decir cuál, pero esorprende.24 Y que Freud se relamiera con ellos -no con los mejores por cierto pues eran de Empédocles, pero no importa, él si tenía sentido de la orientación-nos basta para ver que la interpretación es sentido y va contra la significación. Oracular, cosa que no es de extrañar por lo que sabemos ligar de oral a la voz, del desplazamiento sexual.
Miseria de los historiadores: no poder leer más que el sentido allí donde no tienen otro principio sino confiarse en los documentos de la significación. Así, también ellos llegan a la trascendencia, la del materialismo, por ejemplo, que "histórico", lo es por desgracia hasta el punto de acabar siéndolo irremediablemente.
Felizmente, está allí el análisis para aupar a la historieta: pero, sólo lo logra por lo que está preso en su discurso, y por eso en -su discurso de hecho, nos deja plantados para lo que no es de nuestro tiempo; sin así cambiar nada de lo que la honestidad obliga al historiador a reconocer en cuanto tiene que situar el más mínimo esorprende. Que esté a cargo de la ciencia del tropiezo, es precisamente lo embarazoso de su aporte a la ciencia.
Importa pues a muchos, ¿a éstos como a muchos más?, que la imposibilidad de decir verdad de lo real se motive en un matema (saben cómo lo defino), un matema con el cual se sitúa la relación del decir al dicho.
El matema se profiere del único real reconocido primero en el lenguaje: a saber, el número. Aunque la historia de la matemática demuestra (viene al caso decirlo) que puede extenderse a la intuición, a condición de castrar lo más posible en este término su uso metafórico.
Hay pues un campo del cual lo que más llama la atención es que su desarrollo, a diferencia de los términos con que se absorbe, no procede por generalización sino por reacomodo topológico, por una retroacción sobre el comienzo tal que borra su historia. Ninguna experiencia resuelve su embarazo con mayor seguridad. De ahí su atractivo para el pensamiento: que allí encuentra el nonsense propio del ser, esto es, del deseo de una palabra sin allende.
Pero nada invoca al ser que no dependa de nuestra benevolencia, cuando lo enunciamos así.
Muy distinto al hecho de lo indecidible, para tomar el ejemplo de agudeza que recomienda al matema: está en juego lo real del decir del número, cuando de ese decir se demuestra que no es verificable, en el grado segundo de que ni siquiera se le puede asegurar, como se hace con otros ya dignos de retenernos, con una demostración de la indemostrabilidad de las premisas mismas que supone: entendamos bien, con una contradicción a suponerlo demostrable.
No puede negarse que haya allí progreso respecto a lo que el Menón aún pregunta sobre lo enseñable. Ciertamente no cabria decir que entre los dos hay un mundo: pues el asunto es que en ese lugar cabe lo real, y el mundo no es más que su caída irrisoria.
Con todo, es el progreso lo que hay que restringir allí, pues no pierde de vista el lamento25 que de regreso le responde, al saber que la opinión verdadera a que da sentido Platón en el Menón, ya no tiene para nosotros más que ausentido de significación, cosa que se confirma refiriéndola a la de nuestros bienpensantes.
¿La hubiese sustentado un matema, que nuestra topología ofrece? Vamos a intentarla.
Ello nos lleva a la sorpresa de que evitáramos apoyar con la imagen nuestra banda de Moebius, pues tal imaginación vuelve vana toda consideración que hubiera requerido un dicho otro por hallarse articulado a ella: mi lector sólo llegaba a ser otro porque el decir sobrepasase al dicho, decir que ha de aprehenderse del ex-sistir al dicho, con lo cual lo real me le ex-sist(ía) sin que alguien, por verificable, pudiera hacerlo pasar a matema. La opinión verdadera, ¿es la verdad en lo real en tanto es él quien tacha su decir?
Voy a probarlo con volver a decir.
Línea sin puntos, dije del corte, en tanto es, él, la banda de Moebius porque uno de sus bordes, después de la vuelta con que se cierra, se continúa en el otro borde.
Pero ello sólo puede producirse de una superficie ya picada por un punto que dije fuera de línea por especificarse con un doble lazo, aunque desplegable éste sobre una esfera: de suerte que se recorta con una esfera, pero con su doble lazada hace de la esfera una aesfera o cross-cap.
Sin embargo, lo que el punto pasa al cross-cap por prestarse a la esfera, es que un corte que vuelve moebiano en la superficie que determina al hacerla posible, la devuelve, esta superficie, al modo esférico: pues, al serle equivalente el corte, "se proyecta allí", he dicho, aquello con que se suplementaba en cross-cap.
Pero como de esta superficie, para que permita este corte, puede decirse que está hecha de líneas sin puntos por donde en todas partes su anverso se cose con su reverso, en todas partes el punto adicional, al poder esfericizarse, puede ser fijado en un cross-cap.
Pero esta fixión debe ser escogida como único punto fuera de línea, para que un corte, con darle una vuelta, una sola, tenga el efecto de resolverla en un punto esféricamente desplegable.
Luego, el punto es la opinión que puede ser dicha verdadera porque el decir que le da la vuelta la verifica en efecto, pero sólo por ser el decir lo que la modifica al introducir la doxa como real.
Así, un decir como el mío, por ex-sistir al dicho permite su matema, pero no hace para mí matema y se postula así como no enseñable antes que su decir se haya producido. Como enseñable sólo después de haberlo yo matematizado según los criterios menónicos que, sin embargo, no me lo habían certificado.
Lo no enseñable, lo hice matema con asegurarlo de la fixión de la opinión verdadera, fixión escrito con x, pero no menos venero de equívoco.
Así, un objeto tan fácil de fabricar como la banda de Moebius en tanto que se imagina, pone al alcance de todas las manos lo que es inimaginable en cuanto su decir al olvidarse, hace al dicho soportarse.
De dónde procedió mi fixión de este punto doxa que no dije, no lo sé, y no puedo, como tampoco Freud, dar cuenta "de lo que enseño", a no ser que le siga la pista a sus efectos en el discurso analítico, efecto de su matematización que no viene de una máquina, pero que resulta tener algo de aparato, una vez que la ha producido.
Es notable que Cicerón supiera ya emplear este término: "Ad usum autem orationis, incredibile est, nisi diligenter attenderis, quanta opera machinata natura sit" (Cicerón, De natura deorum, 59, 149), pero más aun que yo lo haya puesto de epígrafe a los tanteos de mi decir desde el 11 de abril de 1956.
La topología no está "mandada a hacer para orientarnos" en la estructura. Ella es la estructura: como retroacción del orden de la cadena en que consiste el lenguaje.
La estructura, es lo aesférico entrañado en la articulación lenguajera en tanto que un efecto de sujeto se capta en ella.
Está claro que, en cuanto a la significación, ese "se capta" de la subfrase, seudomodal, se pesca del objeto mismo que como verbo envuelve en su sujeto gramatical, y-que hay falso efecto de sentido, resonancia del imaginario inducido de la topología, según que el efecto de sujeto haga remolino de aesfera o lo subjetivo de este efecto se "refleje".
Aquí hay que distinguir la ambigüedad que se inscribe con la significación, o sea, con el lazo del corte, y la sugerencia de agujero, es decir, de estructura, que con esta ambigüedad fabrica un sentido.***
Así, el corte, el corte instaurado desde la topología (al hacerlo en ella, con todo derecho, cerrado, y que se sepa de una vez por todas, en mi uso al menos) es el dicho del lenguaje, pero por no olvidar ya su decir.
Existen, desde luego, los dichos que son el objeto de la lógica predicativa y cuya suposición universalizadora incumbe sólo a la esfera, esto es: que precisamente la estructura no encuentra en ella sino un suplemento que es el de la ficción de lo verdadero.
Podría decirse que la esfera? es lo que prescinde de topología. El corte, es cierto, recorta en ella (al cerrarse) el concepto en que descansa la feria del lenguaje, el principio del intercambio, del valor, de la concesión universal. (Digamos que no más que "materia" para la dialéctica, asunto de discurso del amo.) Es muy difícil sostener esta dichomansión pura, pues por estar en todas partes, pura no lo es nunca, aunque lo importante es que ella no es la estructura. Es la ficción de superficie con que se viste la estructura.
Que el sentido le sea ajeno, que "el hombre es bueno", y lo mismo el dicho contrario, no quiera decir estrictamente nada que tenga sentido, cabe con razón asombrarse de que nadie haya hecho con esta observación (cuya evidencia, una vez más, remite al ser como vaciamiento), referencia estructural. ¿Correremos el riesgo de decir que el corte a- fin de cuentas no ex-siste a la esfera? -Por la razón de que nada lo obliga a cerrarse, ya que de quedar abierto produce en ella el mismo efecto, calificable de agujero, pero porque aquí este término no puede ser tomado en la acepción imaginaria de ruptura de superficie: evidente, claro, pero por reducir lo que puede ceñir al vacío de un posible cualquiera cuya substancia sólo es correlato (composible sí o no: desenlace del predicado en lo proposicional con todos los pasos en falso con que nos divertimos).
Sin la homosexualidad griega, y luego árabe, y el relevo de la eucaristía, todo ello hubiese precisado de Otro recurso mucho antes. Pero se entiende que en aquellas grandes épocas que acabamos de evocar, sólo la religión después de todo, por constituir la opinión verdadera, la orthé doxa pudo dar a este matema los fondos con que de hecho estaba ya investido. Siempre quedará algo por más que se crea lo contrario, y por eso nada prevalecerá contra la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Los estudios bíblicos nunca han salvado a nadie de ella.
Sólo aquellos para quienes tal tapón no tiene el menor interés, los teólogos, por ejemplo, trabajarán en la estructura... si se lo pide el cuerpo, pero cuidado con las náuseas.
La topología enseña el vínculo necesario que se establece del corte al número de vueltas requeridas para que se obtenga una modificación de la estructura o de la aesfera, único acceso concebible a lo real, y concebible de lo imposible en tanto lo demuestra.
Así, la vuelta única que en la aesfera hace colgajo esféricamente estable por introducir el efecto del suplemento que toma del punto fuera de línea, la orthé doxa. Duplicar el cierre de esta vuelta obtiene algo muy distinto: caída de la causa del deseo de donde se produce la banda moebiana del sujeto, demostrando la caída que él no es más que ex-sistencia al corte de doble lazo de que resulta.
Esta ex-sistencia es decir y lo prueba por quedar el sujeto a merced de su dicho si se repite, o sea: como la banda moebiana por allí encontrar su fading (desvanecimiento).
Punto nodal (viene al pelo), vuelta con que se hace el agujero, pero sólo en el "sentido" que dé la vuelta, el agujero se imagina, o se maquina, como quieran.
La imaginación del agujero tiene, ciertamente, consecuencias: ¿es acaso necesario evocar su función "pulsional" o, a decir mejor, lo que de ella deriva (Trieb)? La conquista del análisis es haberla convertido en matema, mientras que otrora la mística daba testimonio de su prueba haciendo de ella lo indecible. Pero quedarse en este agujero reproduce la fascinación con la que el discurso universal mantiene su. privilegio, más aun le hace cobrar cuerpo, por el discurso analítico.
Nada se hará nunca a la imagen. El semejante suspeorará26 incluso de lo que allí se siembra.
El agujero no se motiva en el guiño, ni en el síncope mnésico, ni en el grito. Acercársele uno al darse cuenta de que en francés le mot, la palabra, se presta al mutis (con lo cual se juega entre silencio y movimiento), no es lo indicado allí desde donde la topología se instaura.
Un toro no tiene agujero, central o circular, más que para quien lo mira como objeto, no para quien es su sujeto, o sea, de un corte que no implica ningún agujero, pero que lo obliga a un número preciso de vueltas a decir para que el otro se haga (se haga si hay demanda porque, en fin, mejor toro tuerto que través entuerto), se haga, como prudentemente nos contentamos con imaginar, banda de Moebius, o contrabanda si prefieren la palabra. Un toro, como lo demostré hace diez años a gente con ganas de empantanarme en su contrabando, es la estructura de la neurosis en tanto que el deseo puede, por la re-petición indefinidamente enumerable de la demanda, cerrarse en dos vueltas. Al menos, con esta condición se decide la contrabanda del sujeto: en el decir que se llama interpretación.
Quisiera solamente sellar la suerte de la suerte de incitación que puede imponer nuestra topología estructural.
He dicho de la demanda que es numerable en sus vueltas. Está claro que si el agujero no es de imaginar, la vuelta sólo ex-siste por el número con que se inscribe en el corte del que no cuenta sino el cierre
Insisto: la vuelta en sí no se puede contar; repetitiva, no cierra nada, no está ni dicha ni por decir, es decir, ninguna proposición. Con lo cual sería demasiado decir que no depende de una lógica, que queda por hacer a partir de la modal.
Pero si como lo asegura nuestra figuración primera del corte con que del toro se hace la banda de Moebius, con una demanda basta, pero que puede re-pedirse por ser enumerable, es como decir que sólo se aparea a la doble vuelta con que se funda la banda por postularse de lo transfinito (cantoriano).
De todos modos, sólo podría la banda constituirse si las vueltas de la demanda son de número impar.
Lo transfinito sigue siendo exigible porque nada, hemos dicho, se cuenta allí si el corte no se cierra, y al dicho transfinito, tal Dios mismo, quien sabemos se congratula de ello, se lo conmina a ser impar.
Esto agrega una dichomansión a la topología de nuestra práctica del decir.
¿No entra ella en el concepto de la repetición ya que no se la deja abandonada a sí misma sino que está condicionada por esta práctica, como lo hicimos también notar del inconsciente?
Es sorprendente -aunque déjà-vu para lo que digo, recuérdese- que el orden (entendamos: el ordinal) cuyo camino efectivamente desbrocé en mi definición de la repetición y a partir de la práctica, ha pasado, en su necesidad, por completo desapercibido para mi audiencia.
Marco aquí la referencia para una reanudación futura.
Digamos, empero, el final del análisis del toro neurótico.
El objeto (a), por caer del agujero de la banda, se proyecta après-coup en lo que llamaremos, por abuso imaginario, el agujero central del toro, o sea, en torno a lo cual el transfinito impar de la demanda se resuelve con la doble vuelta de la interpretación.
De esto recibe el psicoanalista su función por situarlo con su semblante.
El analizante sólo termina si hace del objeto (a) el representante de la representación de su analista. Entonces, en tanto dure su duelo del objeto (a) al que por fin lo ha reducido, el psicoanalista persiste en causar su deseo: más bien maníaco-depresivamente.
Es el estado de exultación que Balint, pese a abordarlo por donde no es, describe muy bien: más de un "éxito terapéutico" encuentra allí su razón, y sustancial eventualmente. Luego, el duelo se consuma.
Queda lo estable del aplastamiento del falo, esto es, de la banda, donde el análisis encuentra su final, el que le asegura a su supuesto sujeto el saber:
... que, estando en entredicho el diálogo de uno a otro sexo porque un discurso, sea cual fuere, se funda por excluir lo que el lenguaje entraña de imposible, a saber, la relación sexual, de ello resulta para el diálogo en el seno de cada (sexo) algún inconveniente.
... que nada cabría decirse "seriamente" (o sea, para formar de serie límite) sino tomando sentido del orden cómico; al cual no hay sublime (Dante aquí otra vez) que no le haga su reverencia.
... y, luego, que el insulto, si resulta por el epos ser del diálogo tanto la primera como la última palabra (veaseaomero), así como el juicio, hasta el "final", sigue siendo fantasma, y para decirlo todo, no llega a lo real sino perdiendo toda significación.
Con todo esto sabrá hacerse una conducta. Más de una, las hay a montones, conviene a las tres dichomansiones de lo imposible: tal como se despliegan en el sexo, en el sentido y en la significación.
Si es sensible a lo bello, a lo cual nada lo obliga, lo situará con el entre-dos-muertes, y si alguna de estas verdades le parest que deba darse a entender, sólo se fiará del mediodecir de la vuelta simple.
Estos beneficios, aunque se apoyen en un segundo-decir, no por olvidarlo, dejan de quedar establecidos por él.
Ahí está el filo de nuestra enunciación de partida. El dicho primero, idealmente de primera intención, del analizante, sólo tiene sus efectos de estructura al "paraser" el decir, dicho de otra manera, que la interpretación haga paraser.
¿En qué consiste el paraser? En que produce los cortes"verdaderos" a entender estrictamente de los cortes cerrados a lo cual la topología no permite al punto-fuera-de-línea reducirse ni, es lo mismo, sólo hacer agujero imaginable.
De este paraser, no tengo que exponer el estatuto sino con mi propio recorrido, habiéndome ya eximido de connotar su emergencia en el punto, anterior, en que la permití.
Paraser en este recorrido sería por lo mismo penetrarlo, pen-serlo, y aun casi hasta es demasiado.
Este decir que convoco a la ex-sistencia, este decir que no hay que olvidar, del dicho primario, con él puede el psicoanálisis pretender cerrarse.
Si el inconsciente está estructurado como un lenguaje, no dije: por. La audiencia, si con ello debe entenderse algo así como una acústica mental, la audiencia que entonces tenía era mala, pues los psicoanalistas no la tienen mejor que los demás. A falta de un señalamiento suficiente de esta escogencia (evidentemente, ninguna de estas pullas los herían, por dejarlos pat(er)difusos, sin más, por cierto), me fue preciso, ante la audiencia universitaria, ella que en este campo no puede más que equivocarse, poner a la vista circunstancias que me impidieran asestar los golpes sobre mis propios alumnos, para explicar que haya dejado pasar una extravagancia tal como hacer del inconsciente "la condición del lenguaje", cuando manifiestamente del inconsciente doy cuenta por el lenguaje: el lenguaje, hice entonces que se transcribiera en el texto revisado de una tesis, es la condición del inconsciente.
Nada sirve de nada, cuando uno está preso entre ciertas encrucijadas mentales, puesto que ahora me veo forzado a recordar la función, especificada en lógica, del artículo que carga a lo real de lo único el efecto de una definición: un artículo, "parte del discurso", esto es, gramatical, utilizando esta función en la lengua que empleo, para en ella ser definido definido.
El lenguaje sólo puede designar la estructura con la cual hay efectos de lenguajes, que por ser varios abren el uso del uno entre otros que da a mi como su preciso alcance, el del como un lenguaje, por el cual, precisamente, diverge del inconsciente el sentido común. Los lenguajes caen bajo la acción del notodos de la forma más cierta, ya que no otro es en ellos el sentido de la estructura, y que por ello compete a mi recreación topológica de hoy.
Así, la referencia con la cual sitúo el inconsciente es precisamente la que escapa a la lingüística, porque como ciencia nada tiene que hacer con el paraser, como tampoco nos lleva al noúmeno. Pero de que nos lleva nos lleva, y Dios sabe a dónde, aunque de seguro no al inconsciente, quien por tomarla en la estructura la desorienta en cuanto a lo real con que se motiva el lenguaje: ya que el lenguaje, es eso mismo, esa deriva.
El psicoanálisis sólo accede a él por la entrada en juego de Otra dichomansión, que se abre porque el adalid (del juego) "pone semblante" de ser el efecto de lenguaje principal, el objeto con que se (a)nima el corte que así permite: el objeto (a), para llamarlo con la sigla que le asigno.
Esto, el analista lo paga con tener que representar la caída de un discurso, luego de haber permitido al sentido abrazarse en torno a la caída a que se aboca.
Cosa que denuncia la decepción que causo a muchos lingüistas, sin salida posible para ellos, aunque yo sea el del (des)enredo.
En efecto, ¿quién puede dejar de ver, leyendo lo que escribo, o aun oyéndomelo decir en claro, que el analista, desde Freud, está muy adelantado en este asunto respecto al lingüista, a Saussure, por ejemplo, que se queda en el acceso estoico, el mismo que el de San Agustín? (Cf., entre otros, el De magistro, cuyo límite indiqué lo suficiente, fechando en él mi apoyo: la distinción signans-signatum).
Muy adelantado, y dije por qué: la condensación y el desplazamiento anteceden al descubrimiento, con ayuda de Jakobson, del efecto de sentido de la metáfora y la metonimia.
Por poco que el análisis se sustente con la oportunidad que le ofrezco, conservará el adelanto; y lo conservará con todas las reanudaciones que el porvenir quiera añadir a mi palabra.
Porque la lingüística, en cambio, nada desbroza para el análisis, y aun el apoyo que tomé de Jakobson, a diferencia de lo que se produce para borrar la historia en la matemática, no es del orden del après-coup, sino del contragolpe; en beneficio, y para decir-segundo, de la lingüística.
El decir del análisis, en tanto es eficaz, realiza lo apofántico, que con su sola ex-sistencia se distingue de la proposición. Es como pone en su lugar a la función proposicional en tanto que, pienso haberlo mostrado, nos ofrece el único apoyo que supla el ausentido de la relación sexual. En ella este decir se renombra, por el embarazo que delatan campos tan desperdigados como el oráculo y el fue -de-discurso de la psicosis, con tomar prestado de ellos el término de interpretación.
Es el decir al que vuelven a asirse, por fijar su deseo, los cortes que sólo por ser demandas se sostienen como no-cerrados. Demandas que, por aparear lo imposible a lo contingente, lo posible a lo necesario, amonestan por sus pretensiones a la sedicente lógica modal.
Este decir no procede más que del hecho de que el inconsciente, por estar "estructurado como un lenguaje", esto es, lalengua que habita, está sujeto al equivoco con que cada una se distingue. Una lengua entre otras no es otra cosa sino la integral de los equívocos que de su historia persisten en ella, Es la veta en la que lo real, el único para el discurso analítico que motiva su desenlace, lo real de que no hay relación sexual, ha dejado su sedimento en el curso de los siglos. Esto, en la especie que este real introduce al uno, o sea, a lo único del cuerpo que de él cobra órgano, y que por ello hace órganos descuartizados de una disyunción por donde sin duda otros reales se ponen a su alcance, pero no sin que la vía cuádruple de estos accesos se infinitice para que se produzca el "número real".
El lenguaje, pues, en tanto esta especie tiene en él su lugar, no hace allí efecto de otra cosa más que de la estructura con que se motiva esta incidencia de lo real.
Todo lo que de él parest semblante de comunicación es siempre sueño, lapsus o joke.
Luego, nada que hacer con lo que se imagina y se confirma en muchos puntos de un lenguaje animal.
Lo real allí no ha de apartarse de una comunicación unívoca respecto a la cual los animales, que nos dan el modelo, nos harían sus delfines: una función de código se ejerce en ella mediante la cual se da la neguentropía de resultados de observación. Más aun, se organizan ahí conductas vitales con símbolos del todo semejantes a los nuestros (erección de un objeto al rango de significante del amo en el orden del vuelo de migración, simbolismo del pavoneo amoroso o de combate, señales de trabajo, marcas de territorio), con la salvedad de que estos símbolos nunca son equívocos.
Estos equívocos con que se inscriben los ribetes de una enunciación, se concentran en tres puntos nodales donde se observará no sólo la presencia de lo impar (antes juzgada indispensable), sino también que como ninguno se impone de primero, el orden con que vamos a exponerlos se mantiene en ellos y con un doble lazo antes que con una sola vuelta.
Comienzo con la homofonía, de la que depende la ortografía. Que en la lengua mía, como hace rato jugué con ella, haya equívoco entre dos y dellos, guarda huella del juego del alma por el cual hacer de ellos dos-juntos encuentra su límite en "hacer dos" de ellos.
Otros hay en este texto, del paraser al sembrante.
Mantengo que aquí todas las jugadas están permitidas por la sencilla razón de que, por estar cualquiera a su alcance sin poder en ellas reconocerse, ellas nos juegan. A no ser que los poetas las vuelvan cálculo y el psicoanalista las emplee donde conviene.
Donde conviene para su fin: o sea, para, de su decir que rescinde su sujeto, reeditar la aplicación que se representa en el toro, el toro en que consiste el deseo propio a la insistencia de su demanda.
Si un bulto imaginario puede aquí ayudar a la transfinitización fálica, recordemos, empero, que el corte no deja de funcionar aun trasladado al chiffonné que glorifiqué en su tiempo en el dibujo girafoide de Juanito.
Pues la gramática secunda aquí a la interpretación. A lo cual, en este caso como en otros, Freud no se priva de recurrir. No insisto sobre lo que subrayo de esta práctica confesada en hartos ejemplos.
Sólo destaco que tal cosa se la imputan púdicamente los analistas a Freud como desliz hacia el adoctrinamiento. En fechas (cf. la del Hombre de las Ratas) en que no tiene otro trasmundo que proponerles más que el sistema psi acosado por "incitaciones internas".
Así, los analistas que se aferran al parapeto de la "psicología general", no son siquiera capaces de leer, en esos casos deslumbrantes, que Freud hace que los sujetos "repasen su lección" en su gramática.
Con la salvedad de que nos repite que, con el dicho de cada uno de ellos, debemos estar dispuestos a revisar "las partes del discurso" que creímos poder retener de los anteriores.
Claro que esto los lingüistas se lo proponen como ideal, pero si la lengua inglesa parest propicia a Chomsky, he marcado que mi primera frase tacha de falso, con un equívoco, su árbol transformacional.
"No te lo hago decir", ¿no es la intervención interpretativa mínima? Pero su sentido no es lo que importa en la fórmula que permite lalengua que aquí empleo, importa que la amorfología de un lenguaje abra el equivoco entre "Lo dices tú" y "Eso corre a cargo mío, tanto menos cuanto que, cosa semejante, no te la he hecho decir por nadie".
Número tres, ahora: es la lógica, sin la cual la interpretación sería imbécil, siendo por supuesto los primeros en utilizarla los que, para del inconsciente trascendentalizar la existencia, se arman de las palabras de Freud de que es insensible a la contradicción.
Sin duda no se han enterado aún de que mas de una lógica se ha preciado de prohibirse este fundamento, y no queda por ello menos "formalizada", vale decir propia para el matema.
¿Quién reprocharía a Freud tal efecto de oscurantismo y los nubarrones de tinieblas que de inmediato, de Jung a Abraham, se acumularon para responderle? -No seré yo, desde luego, que también tengo algunas responsabilidades a este respecto (desde mi reverso).
Recordaré tan sólo que ninguna elaboración lógica, desde antes de Sócrates y de otras tradiciones que la nuestra, procedió nunca de otra cosa que de un núcleo de paradojas; para utilizar el término admisible por todos con que designamos los equívocos que se sitúan a partir de este punto, que, por llegar aquí de tercero, es lo mismo primero o segundo.
¿A quién dejé de hacer sentir que el baño de juventud con el cual el matema llamado lógico ha encontrado para nosotros su asidero y su vigor, son esas paradojas no sólo refrescadas por ser promovidas a nuevos términos por un Russell, sino aun inéditas cuando provienen del decir de Cantor?
¿Me pondré a hablar de la "pulsión genital" como del catálogo de las pulsiones pregenitales en tanto no se contienen a sí mismas, sino que tienen su causa en otra parte, esto es, en el Otro al que la "genitalidad" sólo tiene acceso si él se "tacha" por tenerla a su merced en la división que se efectúa por su paso al significante mayor, el falo?
Y en cuanto a lo transfinito de la demanda, o sea, la repetición, ¿tendré que recalcar que no tiene otro horizonte más que dar cuerpo a que el dos no sea menos que ella inaccesible por sólo partir del uno que no fuese el del conjunto vacío?
Quiero aquí marcar que esto es mera recolección-sin cesar alimentada con el testimonio que me dan, claro, aquellos de quien abro los oídos- recolección de lo que cada cual puede, tanto como yo y ellos, obtener de los labios mismos de los analizantes siempre que uno se haya autorizado a ocupar el lugar del analista.
Que, al cabo, la práctica me haya permitido hacer con ello dichos y redichos, edictos, desdichos, es en verdad el sello con que cada hombre se busca el lugar que merece en discursos distintos del que propongo.
Por hacerse en ellos guiadores de raza (los que trazan la guía) a quienes se confían guiados, pedantes... (ver lo anterior).
Al contrario, en el acceso al lugar de donde se profiere lo que enuncio, la condición estimada por origen primera es la de ser el analizado, o sea, lo que resulta del analizante.
Pero siempre hace falta que vuelva a empezar el proceso, para mantenerme en el filo de lo que me autoriza.
Con lo cual se precisa que mi discurso está, respecto a los demás, cuesta arriba, he dicho ya, y se confirma mi exigencia del doble lazo para que el conjunto se cierre.
Esto en torno a un agujero del real ese del cual se anuncia aquello que a posteriori, ninguna pluma deja de testimoniar: no hay relación sexual.
Así se explica el mediodecir que al fin llevamos a cabo, el de que la mujer desde siempre sería verdad de engaño. Quiera el cielo al fin quebrado por la vía que os abrimos láctea, que algunas por ser notodas para el hombredicho hagan llegar el (eng)año de lo real. No tiene por qué ser más desagradable que antes.
No será un progreso, ya que no lo hay que de regreso no se lamente, lamente por una pérdida. Pero que uno ría, la lengua que sirvo reharía el joke de Demócrito sobre el meden: extrayéndolo por caída del me de la negación del rien (nada) que parece llamarlo, como nuestra banda lo hace por sí misma en su auxilio.
Demócrito en efecto nos regaló el atomos, del real radical, al elidir su "no", me pero en su subjuntividad, o sea, ese modal cuya demanda vuelve a hacer consideración. Gracias a lo cual el den fue justamente el pasajero clandestino cuyo clam hace ahora nuestro destino
No más materialista en eso que cualquiera que fuese sensato, yo o Marx, por ejemplo. En cuanto a Freud, no lo juraría: quién sabe el grano de palabras encantadas de Moravia27 que ha podido germinar en su alma de un país en que caminaba la Cábala.
Toda materia requiere de mucho esprit, que además sea de su cosecha, pues si no ¿de dónde le vendría? Fue lo que Freud sintió, pero no sin el lamento que mencioné hace poco.
No detesto pues en absoluto ciertos síntomas, ligados a lo intolerable de la verdad freudiana.
La confirman, y aun creyendo recibir su fuerza de mí. Para retomar una ironía de Poincaré sobre Cantor, mi discurso no es estéril, genera la antinomia, mejor aún: muestra poder sostenerse aun de la psicosis.
Más afortunado que Freud, quien para abordar su estructura tuvo que recurrir a ese desecho que son las memorias de un difunto, mi Schreber nace de una reanudación de mi palabra (y esta vez es hasta bipresidente, águila de dos cabezas).
Mala lectura de mi discurso, sin duda, es buena: ocurre con todas: con el uso. Basta que un analizante llegue por eso muy animado a su sesión, para que empalme directamente con su materia edípica; como me lo informan de todas partes.
Obviamente, mi discurso no siempre tiene rechazos tan acertados. Para tomarlo por el ángulo de la “influencia" tan preciada por las tesis universitarias, parece poder ir muy lejos, en particular respecto a un remolino de semantofilia del cual se lo estima precedente, entonces con una fuerte prioridad esto lo centraría con la palabra-gaveta28 ...Se palabra-gaveta sin fin desde hace un tiempo y, por desgracia, en eso me deben montones.
No me consuelo ni me desconsuelo. Es menos deshonroso para el discurso analítico que lo produce la formación de las sociedades con ese nombre. Allí, es tradicional que el fariseísmo dé el tono, y los ataques recientes contra los sobresaltos de la juventud, no hacen más que conformarse a ello.
Denuncio que de todo se valen los analistas de esa afiliación para escabullirse de un desafío del cual afirmo que reciben su existencia: pues es un hecho de estructura que los determina.
El desafío, lo denoto con la- abyección. Es sabido que el término de absoluto ha obsesionado al saber y al poder-irrisoriamente, hay que decirlo-: allí al parecer estaba la esperanza, que los santos en otro lado representan. Pero hay que desengañarse. El analista abandona el juego.
En cuanto al amor que el surrealismo quisiera que las palabras hiciesen, ¿habrá que decir que eso se queda así? Es extraño que el encubrimiento que el análisis demuestra, no haya hecho manar venero de semblante.
Para terminar según el consejo de Fenouillard29 respecto al límite, saludo a Henri-Rousselle de quien, por tomar aquí ocasión, no olvido que me da lugar para, este juego del dicho al decir, darle demostración clínica. ¿Dónde mejor he hecho sentir que con lo imposible de decir se mide lo real-en la práctica?
y a la cosa pongo fecha en:
BELOEIL, el 14 de julio de 1972
Beloeil, donde cabe pensar que Carlos I, aunque no de mi linaje, me ha hecho falta, pero no, sépase, Coco, de ojos lindos, beloeil, porque vive en la posada de al lado, esto es, la guacamaya tricolor que sin tener que explorar su sexo, tuve que clasificar como hétero, -porque se lo dice ser hablante.--
NOTAS
1 Adresse en francés significa a la vez aquel a quien uno se dirige y dirección, destino postal. [T.]
2 Lacan emplea aquí semblant en el sentido de apparence (apariencia), término desgastado por su uso filosófico. Traducirnos semblante ateniéndonos a su vieja acepción castiza, derivada del verbo semblar, que significa parecer. Consúltese el Diccionario de autoridades, 1737, Edición Facsímil, Madrid, Gredos, 1979. [T.]
3 Lacan juega con el sentido etimológico de imbécil: débil, que necesita báculo o muleta para sostenerse. [T.]
4 Juego fundado en la homonimia: reste oublié, queda olvidado, y ce reste, ese resto. [T.]
5 Ou pire...: título del seminario de Lacan del año lectivo 1971-72- [T.]
6 Dit-mension: juego homofónico y ortográfico entre dimension (dimensión) y dit-mansion (dicho-mansión)- [T.]
* El filósofo se inscribe (en el sentido en que se dice de una circunferencia) en el discurso del amo. Hace en él de bufón. Eso no quiere decir que sea tonto; es hasta más que utilizable. Lean a Shakespeare.
Tampoco es eso decir, téngase en cuenta, que sepa lo que dice. El bufón de corte tiene un papel: el de ser quien hace las veces de la verdad. Puede hacerlo expresándose como un lenguaje, igual que el inconsciente. Que por ello esté, él, en la inconsciencia es secundario, lo importante es que alguien haga las veces. Así Hegel, aunque habla tan exactamente del lenguaje matemático como Bertrand Russell, no deja de fallar el tiro: pasa que Bertrand Russell está en el discurso de la ciencia.
Kojève, a quien considero mi maestro, por haberme iniciado en Hegel, tenía la misma parcialidad respecto de la matemática, pero es preciso decir que había llegado al tiempo de Russell, y que sólo filosofaba en virtud del discurso universitario bajo el cual se había cobijado, pero sabiendo perfectamente que su saber no funcionaba en él más que como semblante y tratándolo como tal: lo mostró en todas las formas habidas y por haber, entregando sus notas a quien podía sacarles beneficio y postumando su irrisión de toda la aventura.
Este desprecio, tan suyo, se sostenía en su discurso de partida que fue también a donde volvió: el alto funcionario sabe tratar a los bufones tan bien como a los demás, o sean como sujetos que son del soberano.
7 Juego homofónico y ortográfico entre midit (mediodicho), que es conjugado como verbo: tu médites (meditas) y je médis, donde juega con la homofonía con médire (mal decir, hablar mal). [T.]
8 Scilicet, No. 2/3, Paris, Editions du Seuil. [T.]
9 Juego homofónico y ortográfico entre n'y a, no hay (escrito en una sola palabra: nya) y nia, negó. [T.]
10 Reproducimos en castellano las condensaciones de escritura que hace Lacan, en este caso la de "este hábitat". [T.]
** Aquí se detiene lo que aparece a la vez en el memorial de Henri-Rousselle.
11 Lacan juega con la homofonía entre sembler (semblar, semejar) y s'embler, que condensa dos acepciones: sembrarse y atrincherarse. [T.]
12 Thomme: condensación de homme (hombre) con tomer, del griego temno, que significa cortar, tal como está presente en castellano en la palabra tomo, por ejemplo, o en anatomía. [T.]
13 Lacan escribe desgracia, en mala hora (malheur), del siguiente modo: mâle heur, macho de mí. [T.]
14 En francés moi-haut, literalmente yo-alto, sigue el juego con moi, yo, que forma parte de moitié, mitad. [T.]
15 Véase la nota 9. [T.]
16 Lacan escribe hommosexuel en lugar de homosexuel. Traducimos homosexual, destacando el primer componente (homo), que en este caso remite al latín homo-hominis y no al griego homo, que denota igualdad. En francés la doble m indica claramente homme, hombre. [T.]
17 Juego con el doble sentido de causer en francés, charlar y causar. [T.]
18 Sutor, ne supra crepidam: zapatero, no apuntes más alto que el calzado. [T.]
19 Juego con las sílabas iniciales en común entre évidence, evidencia, y évidement, vaciamiento [T.]
20 Alusión a la fábula de La Fontaine Le corbeau et le renard.[T.]
21 Juego homofónico y ortográfico entre au moins un, al menos uno, y hommoinzun, hombruno. [T.]
22 Condensación de fiction, ficción, y fixer, fijar. [T.]
23 En lugar de normale, normal, Lacan escribe norme mâle, norma macho. [T.]
24 Çasysent, escritura unificada de ça s'y sent, que es homófona con saissisant, sorprendente, atrapante, cautivante. [T.]
25 Lacan juega con progrès, progreso, y regret, lamento, palabra ésta que coloca donde podría haber ubicado regreso, retroceso, que no existe como término que pueda jugar aquí. [T.]
*** Espero que aquí se vea que la imputación de estructuralismo, entendida como comprensión del mundo, una más en el guignol con que nos representan la "historia literaria" (pues de eso se trata), a pesar del bulto de publicidad que me aportó, y bajo la forma más placentera puesto que estaba embarcado con la mejor compañía, acaso no es lo que más me satisface.
Y cada vez menos, diría, en la medida en que se impone una acepción cuya vulgata podría enunciarse diciendo que las carreteras se explican por conducir de una señal de guía Michelin a otra: "Y es por eso que su mapa está mudo".
26 S'oupirer, juego homofónico y ortográfico entre ou pire, o peor, y soupirer, suspirar, condensándose ambos vocablos. [T.]
27 Lacan juega con la homofonía de mots ravies, palabras encantadas, y Moravie, Moravia. [T.]
28 Palabra-gaveta, término popularizado a partir de Lewis Carroll. [T.]
29 Fenouillard, personaje de "La familia Fenouillard", historieta de fines de siglo pasado, muy popular en Francia, escrita por Armand Colin. El consejo al que alude Lacan es el siguiente: "Quand la borne est franchie il n'est plus de limites!" ¡Cuando se ha pasado la raya ya no hay límites!" [T.]
Ojalá les sirva.
PP
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EL ATOLONDRADO, EL ATOLONDRADICHO O LAS VUELTAS DICHAS
Al contribuir al 50º aniversario del Hospital Henri-Rousselle, por el favor que los míos y yo allí recibimos en un trabajo del cual indicaré lo que sabía hacer, es decir, pasar la presentación, rindo homenaje al doctor Daumézon, que me lo permitió.
Lo que sigue nada prejuzga, según mi costumbre, del interés que le prestará su destino:1 mi decir en Sainte-Anne fue vacuola, igual que en Henri-Rousselle y, ¿se imaginan?, desde hace casi el mismo tiempo, guardando en cualquier caso el valor de esa carta que digo llega siempre donde debe.
Parto de migajas, ciertamente no filosóficas, puesto que son el relieve de mi seminario de este año (en París I).
Allí, en dos oportunidades, inscribí en la pizarra (de una tercera en Milán donde, itinerante, las había convertido en pancarta para un flash sobre "el discurso psicoanalítico") estas dos frases:
Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha.
Este enunciado que parece de aserción por producirse en una forma universal, es de hecho modal, existencial como tal: el subjuntivo con que se modula su sujeto lo testimonia.
Si el bienvenido que de mi auditorio me responde lo bastante como para que el término seminario no sea demasiado indigno de lo que traigo de palabra, no me hubiese desviado de estas frases, hubiera querido demostrar, por su relación de significación, el sentido que toman con el discurso psicoanalítico. La oposición que evoco aquí habrá de ser acentuada más adelante.
Recuerdo que con la lógica este discurso toca a lo real, al encontrarlo como imposible, por lo cual es el discurso que la lleva a su última potencia: ciencia, he dicho, de lo real. Que aquí me perdonen los que, por ser los interesados, no lo saben. Aun me anduviese yo con miramientos, los acontecimientos se lo enseñarían muy pronto.
La significación, por ser gramatical, rubrica primero que la segunda frase se refiere a la primera, al convertirla en su sujeto bajo la forma de un particular. Dice: este enunciado, y luego lo califica con el asertivo de postularse como verdadero, lo cual confirma porque tiene la forma de la proposición llamada universal en lógica: en todo caso queda el decir olvidado tras lo dicho.
Pero de antítesis, esto es, en el mismo plano, en un segundo tiempo, denuncia su semblante:2 al afirmarlo por el hecho de que su sujeto es modal, y al probarlo porque éste se modula gramaticalmente como: que se diga. Cosa que ella convoca no tanto a la memoria sino, como se dice: a la existencia.
La primera frase no pertenece pues a ese plano tético de verdad que el primer tiempo de la segunda asegura, como de costumbre, mediante tautologías (aquí dos). Se evoca que su enunciación es momento de existencia, que situada con el discurso, "ex-siste" a la verdad.
Reconozcamos aquí la vía por donde adviene lo necesario: en buena lógica, se entiende, la que ordena sus modos de proceder desde donde accede, o sea, ese imposible, módico sin duda aunque por ello incómodo, de que para que un dicho sea verdadero todavía hace falta que se diga, que decir haya.
Con lo cual la gramática mide ya fuerza y debilidad de las lógicas que se aíslan de ella, para, con su subjuntivo, escindirlas, e indica que concentra su poder, por desbrozarlas a todas
Pues, insisto en ello una vez más, "no hay metalenguaje" tal que alguna de las lógicas, por armarse de la proposición, lo pueda usar de báculo (que cada una se quede con su imbecilidad),3 y si alguien cree poder encontrarlo en mi referencia, más arriba, al discurso, lo refuto porque la frase que parece ahí ser el objeto de la segunda, no por ello se aplica menos significativamente a ésta.
Pues esta segunda, que se la diga queda olvidado tras de lo que se dice. Y ello, de modo tanto más impresionante que es asertiva, sin remisión, hasta el punto de ser tautológica en las pruebas que ofrece -al denunciar en la primera su semblante, postula su propio decir como inexistente, ya que al cuestionar a ésta como dicho de verdad, a la existencia hace responder de su decir, y no porque haga existir este decir, ya que sólo lo denomina, sino porque le niega la verdad- sin decir.
Si se extiende este proceso, nace la fórmula, mía, de que no hay universal que no tenga que contenerse con una existencia que lo niega. Así, el estereotipo de que todo hombre es mortal no se enuncia desde ninguna parte. La lógica que le pone fecha, no es sino la de una filosofía que simula esa nulibiquidad, ese hacer de coartada para lo que denomino discurso del amo.
Ahora bien, no de este solo discurso, sino del lugar donde toman turno otros (otros discursos), el que designo como el del semblante, toma un decir su sentido.
Este lugar no es para todos, pero les ex-siste, y de allí se homologa (se hombreloga) que todos son mortales. Sólo pueden serlo todos, puesto que a la muerte se les delega de este lugar, y es bien necesario que sean todos pues ahí se vela por la maravilla del bien de todos. Y particularmente cuando lo que ahí vela pone semblante de significante amo o de saber. De allí el sonsonete de la lógica filosófica.
No hay pues universal que no se reduzca a lo posible. Aun la muerte, ya que ésa es la punta con la que ella se articula. Por universal que se la postule, nunca deja de ser más que posible. Que la ley se aligere por afirmarse como formulada desde ninguna parte, es decir, con ser sin razón, confirma aun más de dónde sale su decir.
Antes de devolver al análisis el mérito de esta apercepción, saldemos cuentas con nuestras frases señalando que el "en lo que se escucha" de la primera, empalma asimismo con la existencia del "queda olvidado" que destaca la segunda y con el "lo que se dice" que ella misma denuncia como cubriendo ese resto.4
Con lo cual acoto, de paso, el defecto del intento "transformacional" por hacer lógica recurriendo a una estructura profunda supuestamente arborescente.
Y vuelvo al sentido a fin de recordar el esfuerzo que necesita la filosofía-la última en salvar su honor por estar al día y haber llegado a la página que el analista hace ausente- para percibir aquello que, del analista, es recurso cada día: que nada esconde tanto como lo que revela, que la verdad, Aletheia = Verborgenheit.
De modo que no reniego de la fraternidad de este decir, puesto que lo repito sólo a partir de una práctica que, al situarse desde otro discurso, lo vuelve incuestionable.
Para los que me escuchan . . . o peor,5 este ejercicio no hubiese hecho más que confirmar la lógica con la que se articulan en el análisis castración y Edipo.
Freud nos encamina a que el ausentido (ab-sens) designa el sexo: en el bulto de este sentido ausexo (ab-sexe) se explaya una topología donde la palabra es lo tajante.
Partiendo de la locución: "eso ni que decir", se ve que sin decir no andan muchas cosas, casi ninguna, y tampoco la cosa freudiana tal como la situé de ser lo dicho de la verdad.
No andar sin... es hacer pareja o, como se dice, que "las cosas no andan solas".
Es así como lo dicho no anda sin decir. Pero si lo dicho se postula siempre como verdad, así sea sin pasar nunca de un mediodicho (tal me expreso yo), el decir sólo se acopla allí por ex-sistir, o sea, por no ser de la dimensión, de la dichomansión 6 de la verdad.
Es fácil hacer sentir esto en el discurso de la matemática donde constantemente el dicho se renueva por tomar su sujeto de un decir antes que de realidad alguna, así tenga que a ese decir sumarle la continuación propiamente lógica que implica como dicho.
No se necesita el decir de Cantor para palpar esto. Comienza con Euclides.
Si recurrí este año al primero, o sea, a la teoría de los conjuntos, fue para traer la maravillosa florescencia que por aislar en lógica lo incompleto de lo inconsistente, lo indemostrable de lo refutable, y hasta por anexarle lo indecidible al no lograr excluirse de la demostrabilidad, nos pone tanto contra el muro de lo imposible como para que brote el "no es eso", que es el vagido que clama por lo real.
Dije discurso de la matemática. No lenguaje de la misma. Téngase en cuenta para el momento de retornar al inconsciente, estructurado como un lenguaje, he dicho desde siempre. Pues en el análisis es donde se ordena en discurso.
Queda por recalcar que el matemático tiene con su lenguaje los mismos tropiezos que nosotros con el inconsciente, para traducirlo de ese pensamiento que no se sabe de qué habla, y aun para asegurarlo como verdadero (Russell).
Por ser el lenguaje más propicio para el discurso científico, la matemática es la ciencia sin conciencia que convierte en promesa nuestro buen Rabelais, aquella ante la que el filósofo* sólo puede quedar obtuso: esto alegraba a la gaya ciencia que presumía por ello la ruina del alma. Por supuesto, le sobrevive la neurosis.
Señalado esto, el decir se demuestra, y por escapar de lo dicho. Entonces, este privilegio sólo lo asegura al formularse en "decir que no", cuando al ir al sentido, es el "contiene" lo que se capta, no la contradicción-la respuesta, no la reasunción como negación-, el rechazo, no la corrección.
Responder así suspende lo que el dicho tiene de verdadero.
Lo cual se aclara con la luz rasante que el discurso analítico aporta a los otros, al revelar los lugares modales con que se cumple su ronda.
Voy a metaforizar ahora, con el incesto, la relación que la verdad mantiene con lo real. El decir viene de donde él la ordena.
¿Pero no puede haber también decir directo?
Decir lo que hay, es cosa que no les dice nada, queridos amiguitos de la sala de guardia, llamada así sin duda porque se guarda bien de contrariar el patronazgo al que aspira (sea cual fuere).
Decir lo que hay, durante mucho tiempo era algo que encumbraba a un hombre hasta esa profesión que ya sólo les obsesiona por su vacío: el médico, que en todas las épocas y por toda la superficie terráquea, sobre lo que hay. se Pronuncia. Pero es también por lo siguiente: que lo que hay sólo tiene interés por tener que ser conjurado.
La historia ha reducido esta función sacramental hasta tal punto, que comprendo vuestro malestar. Ni siquiera les cabe, la época no está para eso, fungir de filósofos, última muda en la que, haciendo de lacayos de emperadores y príncipes, los médicos encontraron su supervivencia (léase a Fernel).
Sepan no obstante, aunque el análisis sea de una sigla diferente -y pese a ello les atrae, lo cual es comprensible-de qué doy testimonio primero.
Lo digo, por estar demostrado sin excepción respecto de los que llamé mis "dandies": no hay la más pequeña vía de acceso a Freud que no esté recusada-y sin remisión en este caso-por la elección de tal o cual analista.
Es que no hay formación del analista concebible fuera del mantenimiento de este decir, y que Freud, por no haber forjado, con el discurso del analista, el lazo que atase a las sociedades de ( psicoanálisis, las situó desde otros discursos que necesariamente tachan su decir.
Cosa que todos mis escritos demuestran.
El decir de Freud se infiere de la lógica que toma en su fuente el dicho del inconsciente. En tanto que Freud descubrió ese dicho, ex-siste.
Restituir este decir es necesario para que el discurso se constituya del análisis (a lo cual contribuyo), y a partir de la experiencia donde resulta que existe.
No se puede, este decir, traducirlo en términos de verdad ya que de la verdad sólo hay mediodicho, bien cortado, pero el que haya ese mediodicho tajante (se conjuga hacia arriba: tú meditas, yo malmedigo)7 sólo recibe su sentido de ese decir.
Este decir no es libre, sino que se produce por relevar a otros que provienen dé otros discursos. Por cerrarse en el análisis (cf. mi Radiofonía, el número justamente anterior de este aperiódico),8 su ronda sitúa los lugares con que se cerca este decir.
Lo cercan como real, es decir, con lo imposible, el cual se anuncia:
No hay relación sexual.
Esto supone que relación, ratio, proporción "en general", no hay sino enunciada, y que lo real de ello sólo se asegura confirmándose con el límite que se demuestra de las consecuencias lógicas del enunciado.
Aquí límite inmediato, de que "no hay" nada que hacer para hacer una proporción con un enunciado.
De esto, ninguna consecuencia lógica, lo que no es negable, aunque ninguna negación basta para sostenerlo: solamente el decir que: nohay.
Negó/nohay no conlleva en español la misma homofonía que nya/nia (negación y pretérito de negar) en francés. Así, nia (negó) basta para, con el pasado que significa, de cualquier presente cuya existencia allí se connote marcar que nya (no hay) huella.9
Pero ¿de qué se trata? De la relación del hombre y de la mujer en tanto precisamente fuesen apropiados, por habitar el lenguaje, para hacer enunciado de esta relación.
¿Es la ausencia de esta relación lo que lo exila en estábitat?10 ¿Es por abitarlo que esta relación sólo puede quedar en entre-dicho?
No se trata de la pregunta: más bien de la respuesta, y la respuesta que la sustenta --por ser lo que la estimula a repetirse- es lo real.
Admitámoslo: donde es-ahí. Nada se gana con remontarse al diluvio cuando éste ya se narra por retribuir la relación de la mujer con la gloria.
Ilustremos sin embargo esta función de la respuesta con un apólogo, logo acosado de aúllos por el psicólogo quien lo suministra, ya que el alma es aúllo, y aun con la (a) minúscula, a(huyo).
Desgraciadamente, el psicólogo, por no fundar su sector más que en la teología, quiere que lo psíquico sea normal, y por ello elabora lo que lo suprime.
El Innenwelt y el Umwelt en especial, cuando sería mejor que se ocupara del hombre-vuelta o del hombre-voltio que hace el laberinto de donde el hombre no sale.
La pareja estímulo-respuesta confiesa al fin sus invenciones. Llamar respuesta a lo que permite al individuo mantenerse en vida es excelente pero el que la cosa termine pronto y mal, abre la pregunta que se resuelve en que la vida reproduce al individuo, y por tanto reproduce asimismo la pregunta o, como se dice en este caso, se repite, que es lo mismo que decir que ella revienta.
Es precisamente lo que se descubre del inconsciente, el cual entonces resulta ser respuesta, pero por ser ella quien estimula.
Con lo cual también, aunque le pese, el psicólogo regresa al hombre-vuelta de la repetición, ésa que sabemos que se produce desde el inconsciente.
La vida sin duda reproduce, Dios sabe qué y por qué. Pero la respuesta sólo se hace pregunta donde no hay relación que sustente la reproducción de la vida.
A no ser que el inconsciente formule: "¿Cómo se reproduce el hombre?", que es lo que hace en este caso.
-"Reproduciendo la pregunta", es la respuesta. O "para hacerte hablar", dicho-de-otro-modo que tiene el inconsciente, por ex-sistir.
A partir de ahí tenemos que obtener dos universales, dos todos bastante consistentes para poder separar en hablantes-quienes, por serlo, se creen seres-, dos mitades que no se enreden demasiado en la coiteración cuando a ella lleguen.
Mitad (moitié) dice en francés que se trata de un asunto de yo (moi), y la mitad de pollo que abría mi primer libro de lectura me desbrozó también el camino hacia la división del sujeto.
El cuerpo de los hablantes está sujeto a dividirse de sus órganos, lo bastante para tener que encontrarles una función. Se precisan a veces eras: por un prepucio que adquiere uso con la circuncisión, véase el apéndice esperarlo por siglos enteros, de la cirugía.
Así, del discurso psicoanalítico, un órgano se hace el significante. Aquel del que puede decirse que se aísla en la realidad corporal como carnada, por funcionar allí (la función se la delega un discurso):
a) como fanera gracias a su aspecto de aditamento móvil que se acentúa por su erectibilidad;
b) para ser anzuelo, donde este último acento contribuye en las diversas pescas que hacen discurso de las voracidades con que se tapona la inexistencia de la relación sexual.
Se reconoce ciertamente, aun en este modo de evacuación, el órgano que por estar, digamos, "en el activo" del macho, hace a éste, en el dicho de la copulación, merecer el activo del verbo. Es el mismo a quien sus diversos nombres, en la lengua que uso, muy sintomáticamente feminizan.
Es preciso, sin embargo, no equivocarse: en cuanto a la función que le viene del discurso, pasó al significante. Un significante puede servir para muchas cosas, igual que un órgano, pero no son las mismas. En la castración, por ejemplo, si presta sus servicios, no tiene (afortunadamente, en general) las mismas consecuencias que si se tratase del órgano. Para la función de carnada, si es el órgano el que se ofrece como anzuelo a las voracidades que situábamos antes, digamos: de origyn el significante en cambio es el pez que devora lo que precisan los discursos para sustentarse.
Este órgano que pasó al significante, horada el lugar desde donde cobra efecto para el hablante, sigámoslo en eso de que se piensa: ser, la inexistencia de la relación sexual.
El estado actual de los discursos que se alimentan de estos seres, se sitúa desde este hecho de la inexistencia, desde este imposible, no imposible de decir, sino que, ceñido por todos los dichos, prueba ser lo real.
El decir de Freud así establecido se justifica por sus dichos primero, con los cuales se prueba, lo que he dicho -se confirma por haberse delatado en el estancamiento de la experiencia analítica, que denuncio-, y podría desarrollarse con el resurgimiento del discurso analítico, a lo cual me dedico, ya que, aunque sin recursos, es de mi incumbencia.**
En medio de la confusión en que el organismo parásito que Freud injertó en su decir, hace él mismo injerto de sus dichos, no es poca cosa dar-pie con bola, ni dar el lector con un sentido.
El enredo es insuperable por lo que se prende a él de la castración, de los desfiladeros por donde el amor cultiva el incesto, de la función del padre, del mito en que el Edipo se redobla con la comedia del Padre-Orang-te, del perorante Padre-Után.
Se sabe que me esmeré durante diez años por hacer jardín a la francesa de esas vías a las que Freud supo adherirse en su diseño, el primero, cuando sin embargo desde siempre lo que ellas tienen de torcido era discernible para cualquiera que hubiese querido sacar en claro lo que suple a la relación sexual.
Aún era necesario que surgiese a la luz la distinción de lo simbólico, lo imaginario y lo real: esto para que la identificación a la mitad hombre y a la mitad mujer, donde acabo de evocar que el asunto del yo domina, no fuese con su relación confundida.
Basta que el asunto de yo así como el asunto de falo hasta donde tuvieron a bien seguirme hace un instante, se articulen en el lenguaje, para que se conviertan en asunto de sujeto y dejen de ser de la sola incumbencia de lo imaginario. Piénsese que ya desde el año 56 todo esto hubiese podido darse por sabido, de consentirlo el discurso analítico.
Pues en la "Cuestión Previa" de mis Escritos, que debía leerse como la respuesta dada por lo percibido en las psicosis, introduzco el Nombre-del-Padre, y con los campos (de los cuales hay grafo en ese Escrito), que permiten ordenar la psicosis misma, se puede calibrar su potencia.
No hay nada excesivo, en vista de lo que nos da la experiencia, en poner bajo el acápite del ser o tener el falo (cf. mi Bedeutung de los Escritos) la función que suple a la relación sexual.
De allí una inscripción posible (en la significación donde la posible es fundante, leibniziana) de esta función como fi_may_de_x a lo cual los seres van a responder por su modo de hacer allí argumento. Esta articulación de la función como proposición es de Frege.
Pertenece sólo al orden del complemento que ofrezco más arriba a toda posición del universal en cuanto tal, el que sea preciso que en un punto del discurso una existencia, como se dice, tache de falsa a la función fálica, para que establecerla sea "posible", que es lo poco de lo que puede pretender a la existencia.
Precisamente a esta lógica se resume todo lo tocante al complejo de Edipo.
Todo puede mantenerse si se desarrolla en torno a lo que yo expongo de la correlación lógica de dos fórmulas que, al inscribirse matemáticamente para_todo_x fi_may_de_x, y existe_x fi_may_de_x se enuncian:
la primera, para todo x se cumple fi_may_de_x lo cual puede traducirse con una y que denota valor de verdad. Esto traducido al discurso analítico, cuya práctica es dar sentido, "quiere decir" que todo sujeto en cuanto tal, ya que es eso lo que está en juego en este discurso, se inscribe en la función fálica para obviar la ausencia de relación sexual (la práctica de dar sentido es justamente la de referirse a esta ausencia, este ausentido);
la segunda, se da excepcionalmente el caso, familiar en matemática (el argumento x = 0 en la función exponencial 1/x), el caso en que existe una x para la cual fi_may_de_x la función, no se cumple, es decir, que al no funcionar queda excluida de hecho.
Precisamente, allí conjugo el todos de la universal, modificado, más de lo que uno imagina, en el paratodo del cuantor, con el existe un que lo cuántico le aparea, siendo patente su diferencia con lo que implica la proposición que Aristóteles dice ser particular. Los conjugo porque el existe un en cuestión, al hacer de límite al paratodo, es lo que lo afirma o lo confirma (cosa que un dicho ya objeta al contradictorio de Aristóteles).
Ello se debe a que el discurso analítico versa sobre el sujeto que, como efecto de significación, es respuesta de lo real. Esto lo articulaba yo, desde el 11 de abril del 56, y está recogido en texto, con una cita del significante asemántico, para gente a quien hubiese podido interesarle por sentirse llamada a una función de deyecto.
Desbroce, ciertamente, que no es para cualquiera que, por montarse en el discurso universitario, lo desvía hacia ese moqueo hermenéutico, y aun semiologizante, del que me imagino responsable, rezumante por todos lados como está ahora, a falta de una deontología que el análisis no les ha fijado aún.
Que yo enuncie la existencia de un sujeto postulándola en un decir que no a la función proposicional fi_may_de_x implica que se inscriba con un cuantor del cual esta función queda cercenada porque no tendría en ese punto ningún valor que pueda acotarse como de verdad, lo que quiere decir de error tampoco, y lo falso sólo habrá de entenderse falsus como de lo caído, en lo que ya he hecho hincapié.
En lógica clásica, piénsese, lo falso se percibe sólo por ser de la verdad el revés: él la designa también.
Es pues correcto escribir como lo hago: existe_x . fi_may_de_x El uno que existe, es el sujeto supuesto porque la función fálica falta allí. No es más, respecto de la relación sexual, que un modo de acceso sin esperanza, pues el síncope de la función que sólo se mantiene allí por ser semblante, por allí sembrarse,11 diría yo, no basta ni para inaugurar esta relación, pero es en cambio necesario para completar la consistencia del suplemento que hace de ella, y esto por fijar el límite donde este semblante no es más que decencia, des-sentido (dé-sens).
Sólo opera entonces el equívoco significante, o sea, la astucia con la cual la ausencia, el ausentido de la relación se tapona hasta el punto de suspensión de la función.
El des-sentido, precisamente, por cargarlo a la cuenta de la castración, lo denotaba yo de lo simbólico desde el 56 (al inicio de los cursos: relación de objeto, estructuras freudianas: existe una reseña), distinguiéndolo por tanto de la frustración, imaginaria, de la privación, real.
El sujeto se hallaba ahí ya supuesto, con sólo aprehenderlo del contexto que Schreber, a través de Freud, me había suministrado mediante la consumación de su psicosis.
Ahí, el Nombre-del-Padre, al hacer lugar de su playa, demuestra ser el responsable según la tradición.
Lo real de esta playa, al naufragar allí el semblante, "realiza" sin duda la relación a la que suple el semblante, pero no más de lo que el fantasma sustenta nuestra realidad, lo que no es poco, puesto que es todo, aparte de los cinco sentidos, si es que quieren creerme.
La castración hace de relevo de hecho, como vínculo con el padre, para lo que en cada discurso se connota de virilidad. Hay pues dos dimensiones (dichomansiones) del paratodohombre, la del discurso con el cual se paratodea y la de los lugares donde eso se thombrea, eso es hombre (ça se thomme).12
El discurso psicoanalítico se inspira en el decir de Freud por proceder de la segunda primero, y de una decencia establecida por abandonar ésos -con quien la herencia biológica es generosa en cuanto al semblante. El azar que parece no poder reducirse así tan pronto en esta repartición se formula con la sex ratio de la especie, estable, al parecer, sin que pueda saberse por qué: ésos -valen por una mitad, ¡en mala hora, macho de mí!13
Los lugares de este thombreo se disciernen por darle sentido al semblante, -con él, a la verdad de que no hay relación,-a un goce que la suple,-y hasta al producto de su complejo, al efecto llamado (gracias a mí) plus de gozar.
Sin duda el privilegio de estas avenidas elegantes podría ser una ganancia que se repartiese en dividendos más razonados que ese juego de cara o sello (dosificación de la sex ratio), si no fuese porque la otra dimensión con la que este menoscabo que es el thombreo se paratodea demuestra que ello agravaría el caso.
El semblante, por fortuna para una mitad, resulta ser en efecto de un orden estrictamente inverso a la implicación que la ofrece al oficio de un discurso.
Me ceñiré a demostrarlo con lo que sufre el órgano mismo.
No sólo porque su thombreo sea un menoscabo a priori por hacer de sujeto en el decir de los padres, pues para la hija puede ser peor.
Antes bien, mientras más ensartado por el a posteriori de los discursos que le esperan, más asuntos tendrá el órgano que cargar.
Se le imputa ser emotivo... ¡Ah! por qué no haberlo adiestrado mejor, quiero decir educado. Para eso, por más que se corra...
Se ve claro en el Satiricón que darle órdenes y hasta implorarle, vigilarlo desde temprana edad, someterlo a estudio in vitro, nada cambia en sus humores, los que equivocadamente se cargan a cuenta de su naturaleza, cuando por el contrario, sólo porque no le gusta lo que le obligan a decir se tranca.
Mejor sería, para amansarlo, tener esa topología de la que dependen sus virtudes, por ser la que dije a quien quisiese escucharme mientras se urdía la trama destinada a acallarme (año 61-62 sobre la identificación). La dibujé con un cross-cap, o mitra como también se llama... Que los obispos la usen de sombrero, no sorprende.
Debe decirse que no hay nada que hacer si de un corte circular -¿de qué? ¿qué es? ni siquiera superficie, por nada de espacio separar-, no se sabe empero cómo se deshace.
Se trata de un asunto de estructura, o sea de lo que no se aprende de la práctica, lo cual explica para los que lo saben que sólo se haya sabido hace poco. Sí, pero ¿cómo? -Precisamente como eso: perocómo.
La bastardía del órgano-dinamismo estalla justamente por el sesgo de esta función, más que por otra cosa. ¿Acaso se cree que el Eterno femenino atrae hacia arriba por el órgano mismo, y que funciona mejor (o peor) porque el meollo lo libera de significar?
Digo esto por los buenos tiempos pasados de una sala de guardia que dentro de todo esto se deja despistar, lo que delata que su reputación de jodedero sólo proviene de las canciones que en ella se aúllan.
Ficción y canto de la palabra y del lenguaje, sin embargo, ¿no hubiesen podido, esos muchachos y muchachas, permitirse contra los Padresamos de los cuales, hay que decirlo, tenían el sello, los doscientos pasos que había que hacer para ir a donde yo hablé durante diez años? Pero de aquellos para quienes yo estaba en entredicho, ni uno solo lo hizo.
Después de todo ¿quién sabe? la necedad tiene sus caminos que son impenetrables. Y si el psicoanálisis la propaga, se me ha escuchado, precisamente en Henri-Rousselle, profesar que ello redunda más para bien que para mal.
Concluyamos que hay trabacuenta en alguna parte. El Edipo es lo que yo digo, no lo que se cree.
Con un deslizamiento que Freud no supo evitar por implicar -en la universalidad de los cruces en la especie donde eso habla, o sea, en el mantenimiento, fecundo al parecer, de la sex ratio (mitad-mitad) en los que hacen mayoría, con la mezcla de sus sangres-, la significancia que descubría en el órgano, universal en quienes son sus portadores.
Es curioso que el reconocimiento, tan fuertemente acentuado por Freud, de la bisexualidad de los órganos somáticos (cuando por otra parte desconocía la sexualidad cromosómica), no lo haya llevado a la función de cobertura del falo en lo que al germen se refiere.
Pero su todothombría delata su verdad en el mito que crea en Tótem y tabú, menos seguro que el de la Biblia pese a que lleva su sello, para dar cuenta de las vías retorcidas por donde procede, ahí donde eso habla, el acto sexual.
Acaso presumimos que de todothombre, si queda huella biológica, es porque no hay sino de raza con que thombrearse y nada con que paratodearse.
Me explico: la raza de que hablo no es la que una antropología sustenta por decirse física, la que Hegel muy bien señaló por el cráneo y que lo merece todavía por encontrar en él, mucho después de Lavater y Gall, lo más grueso de sus medidas.
Pues, como se vio en el intento grotesco de fundar con ello un Reich llamado tercero, con eso no se constituye ninguna raza (y ese mismo racismo en los hechos tampoco).
Esta se constituye por el modo en que se transmiten según el orden de un discurso los puestos simbólicos, los puestos con que se perpetúa la raza de los amos y no menos la de los esclavos, de los pedantes igualmente, a los que les hace falta para responder por ellos los pederastas (pédants-pédés), de los machacones, agregaría yo, a quien no pueden faltar los machacados.
Prescindo pues con toda facilidad del tiempo de cervidumbre, de los bárbaros expulsados de donde los griegos se sitúan, de la etnografía de los primitivos y del recurso a las estructuras elementales, para afirmar lo que sucede con el racismo de los discursos en acción.
Me gustaría más apoyarme en el hecho de que en cuanto a las razas, lo más seguro que poseemos se debe al horticultor, y hasta a los animales de nuestra domesticidad, efectos de arte, y por tanto de discurso: las razas de hombre son cosa que se mantiene con el mismo principio que las de perro y de caballo.
Esto antes de señalar que el discurso analítico lo paratodea a contrapelo, lo cual es concebible si resulta que cierra con su lazo lo real.
Porque es aquel en que el analista debe ser primero el analizado, si, como se sabe, es éste el orden con que se traza su carrera. El analizante, aunque sólo a mí debe esta designación (pero ¿qué asonada iguala el éxito de esta activación?), el analizante es ese cuyo cervicio (oh sala de guardia), el cuello que se doblega, tenía que enderezarse.
Hasta ahora, sin más, hemos seguido a Freud en lo que de la función sexual se enuncia con un paratodo, pero igualmente quedándonos con una mitad, de las dos que discierne, en cuanto a él. del mismo rasero por arrojar las mismas dichomansiones.
Este traslado al otro demuestra bien el ausentido de la relación sexual. Pero es más bien, este ausentido, forzarlo.
Es de hecho el escándalo del discurso psicoanalítico, y ya dice bastante de cómo están las cosas en la Sociedad que lo sustenta, que este escándalo sólo se traduzca porque lo ahogan a la luz del día, si cabe decir.
A tal punto que es mover una montaña aludir a este debate difunto de los años treinta, y no porque al pensamiento del Maestro no se hayan enfrentado Karen Horney, Helen Deutsch, incluso Ernest Jones, otros también.
Pero la tapa que se le ha puesto encima desde entonces, desde la muerte de Freud, como basta para que no se escape ni un poquito de humo, dice mucho acerca de la contención a la cual Freud, en su pesimismo, se remitió deliberadamente para perder, queriéndolo salvar, su discurso.
Indiquemos solamente que las mujeres aquí nombradas apelaron -es su inclinación en este discurso-del inconsciente a la voz del cuerpo, como si precisamente no fuese del inconsciente de donde el cuerpo cobra voz. Es curioso comprobar, intacta en el discurso analítico, la desmesura que hay entre la autoridad con que las mujeres causan efectos y lo ligero de las soluciones con que este efecto se produce.
Me conmueven las flores, más aun por ser de retórica, con las que Karen, Helena -cuál no importa, lo olvido ahora, ya que no me gusta volver a abrir mis seminarios-, con las que Horney o la Deutsch adornan el encantador dedal que les sirve de reserva de agua en el corsage tal como se lleva al dating, esto es a aquello de lo cual parece que una relación se espera, aunque sólo fuese de su dicho.
En cuanto a Jones, la entrada de cervicio (cf. la última línea antes del último intervalo) que toma al calificar a la mujer de deuterofalicidad, sic, esto es, al decir exactamente lo contrario de Freud, a saber, que ellas nada tienen que ver con el falo, al mismo tiempo que parece decir la misma cosa, a saber, que ellas pasan por la castración, es sin duda la obra maestra que permitió a Freud reconocer que, respecto a la cervilidad que se espera de un biógrafo, ése era su hombre.
Agrego que la sutileza lógica no excluye la debilidad mental que, como lo demuestra una mujer de mi escuela, proviene más bien del decir parental que de una obtusión nata. A partir de esto era Jones el mejor de los goym, ya que con los judíos Freud no estaba seguro de nada.
Pero me extravió volviendo a la época en que esto, lo machaqué, ¿lo machaqué para quién?
El no hay relación sexual no implica que no haya relación con el sexo. Es precisamente lo que la castración demuestra, pero no más: a saber, que esta relación con el sexo no sea distinta en cada mitad, por el hecho mismo de que las reparta.
Subrayo. No dije: que las reparta por repartirles el órgano, velo donde se extraviaron Karen, Helen, Dios las tenga en su gloria si aún no es así. Pues lo importante no es que parta de las titilaciones que los meninos sienten en la mitad de su cuerpo que hay que devolver a su yo-alto,14 sino que esa mitad haga allí entrada de emperadora para sólo reaparecer como significante amo o meser de este asunto de relación con el sexo. Y esto lisa y llanamente (aquí en efecto Freud tiene razón) respecto a la función fálica, ya que por proceder justamente como suplemento de una fanera única, es como esta función se organiza, encuentra el organon que aquí reviso.
Lo hago porque a diferencia de él-en el caso de las mujeres nada lo guiaba, y es justamente lo que le permitió avanzar tanto escuchando a las histéricas que "hacen de hombre"-, a diferencia de él, repito, no obligaré a las mujeres a medir en la horma de la castración la vaina encantadora que ellas no elevan al significante, aun si el calzador, por el otro lado, no sólo al significante, sino también al pie ayuda.
A hacer de calzado, por cierto, de tal pie, las mujeres (y que entre ellas se me perdone esta generalidad que pronto repudio, pero los hombres al respecto son duros de oreja), las mujeres, digo, se dedican a veces a fondo. De ello se sigue entonces que el calzador sea recomendable, pero debe preverse que ellas puedan prescindir de él, no solamente en el MLF que es de actualidad, sino porque no hay relación sexual, de lo que lo actual no es más que testimonio, aunque, me temo, momentáneo.
A ese paso, la elucubración freudiana del complejo de Edipo, en la que la mujer es en él pez en el agua, por ser la castración en ella inicial (Freud dixit), contrasta dolorosamente con el estrago que en la mujer, en la mayoría, es la relación con la madre, de la cual parece esperar en tanto mujer más subsistencia que del padre, lo que no pega con su ser segundo en este estrago.
Aquí muestro mis cartas al postular el modo cuántico bajo el cual la otra mitad, mitad del sujeto, se produce a partir de una función por satisfacerla, o sea, por completarla con su argumento.
De dos modos depende que el sujeto se proponga aquí ser dicho mujer. Son éstos: no_existe_x . no_fi_de_x y no_todo_x .fi_may_de_x.
Su inscripción no es usual en matemática. Negar, como lo marca la barra del cuantor, negar que existeun no se hace, y menos aun cuando paratodo se paranotoda.
Es ahí, sin embargo, donde se da el sentido del decir, porque al allí conjugarse el nohay-negó15 que susurra de los sexos en compañía suple el que entre ellos relación no haya.
Lo que debe tomarse no en el sentido que, al reducir nuestros cuantores a su lectura según Aristóteles, igualaría el noexisteuno al ningunes de su universal negativa, haría volver el Tmepagnes, el notodo (que supo sin embargo formular), a dar fe de la existencia de un sujeto diciendo que no a la función fálica, lo que es suponerlo por la llamada contrariedad de dos particulares.
No es éste el sentido del decir, que se inscribe con estos cuantores. Es: que por introducirse como mitad que decir de las mujeres, el sujeto se determina porque, no habiendo suspensión de la función fálica, todo puede decirse de ella, aun lo proveniente de la sinrazón. Pero es un todo fuera de universo, que se lee de inmediato en el segundo cuantor como notodo.
El sujeto, en la mitad donde se determina a partir de los cuantores negados, porque nada existente hace límite a la función, nada puede asegurarse de un universo. Así al fundarse con esta mitad, "ellas" notodas son, y en consecuencia y por ello mismo, ninguna tampoco es toda.
Podría aquí, con desarrollar la inscripción, que hice mediante una función hiperbólica, de la psicosis de Schreber, demostrar en ella lo que tiene de sardónico el efecto incita-a-la-mujer que se especifica en el primer cuantor: habiendo precisado que es por la irrupción de Un-padre como sin razón, que se precipita aquí el efecto experimentado como forzamiento, en el campo de un Otro que ha de pensarse como lo más ajeno a todo sentido.
Pero llevar a su potencia de extrema lógica la función, desorientaría. Ya pude medir el esfuerzo que la buena voluntad hizo de aplicarla a Hölderlin: sin éxito.
¿Acaso no es mucho más cómodo, y aun promesa de delicias, acreditar al otro cuantor el singular de un "confín", porque obliga la potencia lógica del notodo a habitarse con el receso del goce que la feminidad sustrae, y aun cuando viene a conjugarse con lo que hace thombre...
Pues este "confín", por enunciarse aquí de lógica, es realmente el mismo con que se ampara Ovidio al figurarlo como Tiresias en el mito. Decir que una mujer no es toda, es lo que el mito nos indica por ser ella la única cuyo goce sobrepasa al que surge del coito.
Por eso mismo, quiere ser reconocida como la única por la otra parte: harto ahí lo saben.
Pero es también donde se capta lo que hay allí que aprender, a saber, que así se la satisficiera en la exigencia del amor, el goce que se tiene de una mujer la divide convirtiendo su soledad en su pareja, mientras que la unión queda en el umbral.
Pues cómo puede servirle mejor el hombre a la mujer de la que quiere gozar, si no es devolviéndole ese goce suyo que no la hace toda suya: por en ella re-suscitarlo.
Lo que llaman el sexo (y aun el segundo, cuando es una necia) es propiamente, por fundarse en notoda, el Eteron que no puede saciarse de universo.
Llamemos heterosexual, por definición, a lo que gusta de las mujeres, cualquiera sea su propio sexo. Así será más claro.
Dije: gustar de, no: estar prometido a ellas por una relación que no hay. Hasta es lo que implica lo insaciable del amor, que se explica con esta premisa.
Que haya sido necesario el discurso analítico para que esto llegue a decirse, muestra claramente que no en todo discurso viene un decir a ex-sistir Pues la cuestión fue durante siglos machacada en términos de intuición del sujeto, el cual era muy capaz de verlo, y aun refocilarse con ello, sin que nunca se tomara en serio.
Debe darse inicio a la lógica del Eteros, siendo notable que es donde desemboca el Parménides a partir de la incompatibilidad del Uno con el Ser. Pero ¿cómo comentar ese texto ante setecientas personas?
Queda la cantera- siempre abierta al equívoco del significante: el Eteros, por declinarse en Etera, se eteriza, y hasta se hetairiza...
El apoyo del dos que hacer con ellos (du deux à faire d'eux) que parece ofrecernos ese notodo, se presta a ilusión, pero la repetición que en suma es el transfinito, muestra que se trata de un inaccesible, a partir de lo cual, ya asegurado lo enumerable, se asegura también la reducción.
Aquí semeja el semblante, se siembra su semejante, cuyo equívoco sólo yo he intentado desanudar, por haberlo escudriñado con el homosexuado,16 esto es, con lo que hasta ahora se llamaba el hombre en forma abreviada, que es el prototipo del semejante (cf. mi estadio del espejo).
El Eteros, observen, es quien, por sembrarse en él de discordia, erige al hombre en su estatuto que es el de homosexual. No por mis oficios, subrayo, sino por los de Freud, quien le devuelve este apéndice, y con todas sus letras.
Sin embargo, sólo se siembra así de un decir por estar ya bien avanzado. Lo que primero llama la atención es hasta qué punto el homodicho pudo arreglárselas con todo lo que le viniese del inconsciente, hasta el momento en que, al decirlo "estructurado como un lenguaje", di a pensar que de tanto hablar, era poco lo dicho: que eso habla y habla, pero que eso es todo lo que sabe causar.17 Tan poco me comprendieron, mejor así, que puedo contar con que un día me lo van a objetar.
En suma, uno flota del islote falo, atrincherándose ahí con lo que de él se trincha.
Así la historia se hace de maniobras navales donde los barcos danzan su ballet con un número limitado de figuras.
Es interesante que haya mujeres que no desdeñen entrar en su ronda: y hasta es por eso que la danza es un arte que flora cuando los discursos se mantienen en su lugar, y en ella abren el paso quienes tienen con qué, para el significante congruente.
Pero cuando el notoda llega a decir que no se reconoce en ellas qué otra cosa dice si no lo que se encuentra en lo que aporté, esto es:
el cuadrípodo de la verdad y del semblante, del goce y de lo que de un plus de-, se esquiva al desmentir que se defiende de él,
y el bípodo cuyo intervalo muestra el ausentido de la relación,
luego el trípode que se restituye con la entrada del falo sublime que guía al hombre hacia su verdadero lecho, por su rumbo haber perdido.
"Me has satisfecho thombrecito. Te diste cuenta, era lo que hacía falta. Anda, atolondradichos no sobran, para que te vuelva uno después del mediodicho. Gracias a la mano que te responderá con que Antígona la llames, la misma que puede desgarrarte porque esfinjo mi notoda, sabrás incluso, atardeciendo, equipararte a Tiresias y como él, por haber hecho de Otro, adivinar lo que te dije".
Esto es superyomitad que no se superyomedia tan fácilmente como la conciencia universal.
Sus dichos no pueden completarse, refutarse, inconsistirse, indemostrarse, indecidirse sino a partir de lo que ex-siste de las vías de su decir.
¿De qué otra fuente que la de este Otro, el Otro de mi grafo y significado con S de A tachado: notoda, de dónde más podrá el analista sacar peros que ponerle a lo que bulle de los ardides lógicos cuya relación al sexo se extravía, por querer que sus caminos lleven a la otra mitad?
Que aquí una mujer no sirva al hombre más que para dejar de amar a otra; que él retenga contra ella el que no lo consiga, cuando es precisamente porque lo logra que ella lo falla,
-que, torpe, el mismo imagine que por tener dos, la vuelve toda,
-que la mujer en el pueblo sea la doña, que en otros lados el hombre quiera que ella nada sepa:
¿desde dónde podrá el analista orientarse entre estas gentilezas -hay otras- a no ser desde la lógica que en ellas se delata y en la que pretendo adiestrarlo?
Me complació destacar que Aristóteles se doblega a ella, proporcionándonos, curiosamente, los términos que yo retomo de otro devaneo amoroso. ¿Pero acaso no hubiese sido interesante que encarrilase su Mundo con el notodo negándole lo universal? Con ello, la existencia ya no se marchitaba por la particularidad, y para Alejandro, su amo, hubiera podido ser buena la advertencia: si el notodo que ex-siste se escabulle mediante un ausentido como-ni(ng)uno con que negar el universo, hubiese sido el primero en reírse, con.o le corresponde, de su designio de "impeorar" el universo.
Allí es precisamente donde nitanloco, el filósofo, toca tanto mejor la tonada del mediodicho cuanto que puede hacerlo con buena conciencia. Se le suministra el sustento para que diga la verdad, como el bufón, sabe que es perfectamente factible, con tal de que no suture (Sutor...)18 por encima de su zapatitud.
Ahora viene un poco de topología.
Consideremos un toro (una superficie en forma de "anillo"). Salta a la vista que al apretarlo entre dos dedos a todo lo largo a partir de un punto al que se regresa, quedando al final abajo el dedo que primero estaba arriba, es decir, operando media vuelta de torsión durante la realización de la vuelta completa del toro, se obtiene una banda de Moebius: con tal de considerar que la superficie así prensada confunde las dos láminas producidas de la superficie inicial. Resulta que su evidencia se homologa por su vaciamiento.19
Cabe demostrarlo de modo menos grosero. Procedamos a un corte siguiendo el borde de la banda obtenida (se sabe que es único). Es fácil ver que cada lámina, ahora separada de la que la duplica, se continúa, sin embargo, precisamente en ésta. Así, el borde de una lámina en un punto es el borde de la otra lámina cuando una vuelta lo ha llevado a un punto conjugado por ser del mismo "través", y cuando con una vuelta adicional vuelve a su punto de partida, ha dejado de lado, por haber hecho un doble lazo repartido sobre dos láminas, otro doble lazo que constituye un segundo borde. La banda obtenida tiene pues dos bordes, lo que basta para asegurarle un derecho y un revés.
Su relación con la banda de Moebius que figuraba antes de que en ella hiciéramos corte, es... que el corte la haya producido.
En eso consiste el juego de manos: con volver a coser el mismo corte no se reproducirá la banda de Moebius puesto que sólo se la "fingía" mediante un toro aplanado, pero con un deslizamiento de las dos láminas una sobre otra (y también en los dos sentidos), al enfrentarse consigo mismo el doble lazo de uno de los bordes, su costura constituye la banda de Moebius "verdadera".
Donde la banda obtenida del toro revela ser la banda de Moebius bipartita-con un corte no de doble vuelta, sino que se cierra con una sola (hagámoslo por la mediana para aprehenderla... imaginariamente) .
Pero a la vez se evidencia que la banda de Moebius no es otra cosa más que ese corte, el mismo por el cual de su superficie desaparece.
Y la razón es que al proceder a unir consigo, tras el deslizamiento de una lámina sobre la otra de la banda bipartita, el doble lazo de uno de los bordes de esta misma banda, cosíamos a todo lo largo del reverso de esta banda su anverso.
Donde se palpa que no es del través ideal con que una banda se tuerce media vuelta, como la banda de Moebius ha de ser imaginada; es a todo lo largo como hace que su anverso y su reverso no sean más que uno. No hay ningún punto suyo donde uno y otro no se unan. Y la banda de Moebius no es otra cosa sino el corte de una sola vuelta, cualquiera (aunque puesta en imagen a partir de la impensable "mediana"), que la estructura con una serie de líneas sin puntos.
Esto se confirma imaginando al corte reduplicarse (por estar "más cercano" a su borde): este corte dará una banda de Moebius, verdaderamente mediana ésta, que, achatada, quedará haciendo cadena con la Moebius bipartita que sería aplicable sobre un toro (por constar de dos rollos de un mismo sentido y uno de sentido contrario o, de modo equivalente: por obtenerse de ella tres rollos de un mismo sentido): se ve así que el ausentido que resulta del corte simple hace la ausencia de la banda de Moebius. De ahí que este corte = la banda de Moebius.
Con todo, el corte no tiene esta equivalencia sino por bipartir una superficie que el otro borde limita: con una doble vuelta precisamente, o sea, con lo que hace a la banda de Moebius. La banda de Moebius es pues aquello que al operar sobre la banda de Moebius, la hace volver a la superficie tórica.
El agujero del otro borde puede sin embargo suplementarse de otro modo, a saber, con una superficie que, por tener de borde el doble lazo, lo llena; con otra banda de Moebius, obviamente, y esto da la botella de Klein.
Aún hay otra solución: tomar este borde del recorte en arandela que al desenrollarlo éste despliega sobre la esfera. Por hacer en ella círculo, puede reducirse a un punto: punto fuera de línea que, por suplementar la línea sin puntos, configura lo que en topología se designa como cross-cap.
Es la aesfera, léase bien: a-esfera. El plano proyectivo, también llamado de Desargues, plano que reduce su horizonte a un punto, y cuyo descubrimiento se precisa con que este punto sea tal que toda línea trazada, de llegar a él, sólo lo transpone pasando del anverso del plano a su reverso.
Este punto, asimismo, se despliega con la línea inasible con la que se dibuja en la figuración del cross-cap la travesía necesaria de la banda de Moebius por la arandela con que acabamos de suplementarla por apoyarse sobre su borde.
Lo notable de esta secuencia es que la aesfera, por comenzar en el toro (se presenta de primera mano) sólo alcanza la evidencia de su aesfericidad suplementándose con un corte esférico.
Este desarrollo debe tomarse como la referencia -expresa, quiero decir ya articulada- de mi discurso adonde ha llegado: contribuyendo al discurso analítico.
Referencia que no es para nada metafórica. Diría: se trata de la urdimbre, de la urdimbre de este discurso, si eso no fuera precisamente caer en la metáfora.
Para decirlo, caí; ya está hecho, no por el uso del término repudiado al instante, sino por haber hecho-imagen, para hacerme entender por a quienes me dirijo, a todo lo largo de mi exposición topológica.
Sépase que podía hacerse con una pura álgebra literal, recurriendo a los vectores con que por lo general se desarrolla de cabo a rabo esta topología.
La topología, ¿no es ese noespacio adonde nos lleva el discurso matemático y que requiere revisión de la estética de Kant?
No hay otra urdimbre que darle sino ese lenguaje de puro matema, y por ello entiendo lo único que puede enseñarse: y esto sin recurrir a ninguna experiencia, que por estar siempre fundada, pese a todo, en un discurso, permite las locuciones que sólo apuntan en última instancia a, este discurso, establecerlo.
¿Qué me autoriza en mi caso a referirme a este puro matema?
Acoto primero que si excluyo de él la metáfora, admito que puede ser enriquecido y que como tal sólo sea, por este camino, recreación, esto es, aquello con lo cual se han abierto, de hecho, toda índole de campos matemáticos nuevos. Me mantengo, entonces, en el orden por mí aislado de lo simbólico, al inscribir en él lo tocante al inconsciente, para tomar allí referencia de mi presente discurso.
Contesto, entonces, a mi pregunta: que primero hay que tener la idea, la cual se toma de mi experiencia, de que cualquier cosa no puede ser dicha. Y hay que decirlo.
Vale decir que primero hace falta decir.
El "significado" del decir sólo es, como pienso haberlo hecho sentir desde un comienzo con mis frases, ex-sistencia al dicho (aquí al dicho de que no todo puede decirse). O sea: que no es el sujeto, el cual es efecto de dicho.
En nuestras aesferas, el corte, corte cerrado, es el dicho. El, hace sujeto: así ciña lo que fuere...
Señaladamente, como lo figura la conminación de Popilio de que se le responda con un sí o un no, señaladamente, digo, si lo que ciñe el corte es el concepto, con que se define el ser mismo: con un círculo alrededor, recortándose de una topología esférica, la que sostiene lo universal, el en cuanto-al-todo: topología del universo.
Lo malo es que el ser no tiene por sí mismo ningún sentido. Desde luego, allí donde está, es el significante-amo, como lo demuestra el discurso filosófico que, por mantenerse a su servicio, puede ser brillante, esto es: ser bello, pero en cuanto al sentido lo reduce al significante me-ser. Meser sujeto20 que lo redobla al infinito en el espejo.
Evocaré aquí la sobrevivencia magistral, tan sensible cuando abraza los hechos "modernos", la sobrevivencia de este discurso, el de Aristóteles y Santo Tomás, en la pluma de Etienne Gilson, la cual no es ya más que regodeo: me es "plus-de-gozar".
Es también que le doy sentido con otros discursos, el autor también como acaba de decirlo. Explicaré esto, lo que produce el sentido, un poco más adelante.
El ser se produce pues "señaladamente". Pero nuestra aesfera en todos sus avatares atestigua que si lo dicho se concluye de un corte que se cierra, hay ciertos cortes cerrados que no hacen de esta aesfera dos partes: dos partes que puedan denotarse con el sí y el no en cuanto a lo que hay ("del ser") de una de ellas.
Lo importante es que sean estos otros cortes los que tengan efecto de subversión topológica. Pero ¿qué decir del cambio que acarrean?
Podemos denominarlo topológicamente: cilindro, banda, banda de Moebius. Pero encontrar lo que hay de ello en el discurso analítico, sólo puede hacerse interrogando en éste la relación del decir con lo dicho.
Digo que un decir se especifica en él con la demanda cuyo estatuto lógico es del orden de lo modal, y que la gramática lo certifica.
Otro decir, para mí, es allí privilegiado: la interpretación, que no es modal, ella, sino apofántica. Añado que en el registro de la lógica de Aristóteles es particular, porque concierne al sujeto de los dichos particulares, los cuales notodos (asociación libre) son dichos modales (la demanda entre otros).
La interpretación, como lo formulé en su tiempo, atañe a la causa del deseo, causa que ella revela, y de la demanda que con su modal arropa el conjunto de los dichos.
Quienquiera que me siga en mi discurso sabe bien que encarno esta causa con el objeto (a), y este objeto, lo reconoce (por haberlo yo enunciado tiempo ha, diez años, en el seminario del 61-62 sobre la identificación, donde introduje esta topología), ya lo ha, afirmo, reconocido en lo que designo aquí con la arandela adicional con que se cierra la banda de Moebius, cuando se configura con ella el cross-cap.
La topología esférica de este objeto llamado (a) es lo que se proyecta sobre el otro compuesto, heterogéneo, que el cross-cap constituye.
"Imaginemos" aún según lo que se configura gráficamente de manera usual, esta otra parte. ¿Qué vemos de ella? Su abultamiento.
Nada más natural para que se tome por esférica. Por más que se reduzca la torsión de una media vuelta, no deja por ello de ser una banda de Moebius, esto es, la valorización de la aesfera del notodo: es lo que sustenta lo imposible del universo, o sea, tomando nuestra fórmula, lo que allí encuentra lo real.
El universo no está en ningún otro lado más que en la causa del deseo, lo universal tampoco. De ahí procede la exclusión de lo real...
... de ese real: que no hay relación sexual, y ello debido al hecho de que un animal tiene estábitat que es el lenguaje, que elabitarlo es asimismo lo que para su cuerpo hace de órgano; órgano que, por así ex-sistirle, lo determina con su función, y ello antes de que la encuentre. Por eso incluso es reducido a encontrar que su cuerpo no deja de tener otros órganos, y que la función de cada uno se le vuelve problema; con lo que el dicho esquizofrénico se especifica por quedar atrapado sin el auxilio de ningún discurso establecido.
Mi tarea es desbrozar el estatuto de un discurso, donde sitúo que hay... discurso: y lo sitúo con el vínculo social a lo cual se someten los cuerpos que, este discurso, loabitan.
Lo mío parece una empresa desesperada (lo es por el hecho mismo, en ello reside lo desesperado) porque es imposible que los psicoanalistas formen grupo.
No obstante, el discurso psicoanalítico (es mi desbroce) puede precisamente fundar un vínculo social limpio de toda necesidad de grupo.
Como saben que no me ando con miramientos cuando se trata de resaltar una apreciación que, pese a merecer un acceso más estricto, debe prescindir de él, diré que sopeso el efecto de grupo según lo que añade de obscenidad imaginaria al efecto de discurso.
Este decir poco asombro causará, espero, puesto que es históricamente cierto que la entrada en juego del discurso analítico abrió las vías a las prácticas llamadas de grupo y que estas prácticas sólo promueven un efecto, valga la palabra, purificado del propio discurso que las permitió.
En esto, ninguna objeción a la práctica llamada de grupo, con tal de que esté bien indicada (no es mucho decir).
La presente observación respecto a lo imposible del grupo psicoanalítico es a la vez lo que en él funda, como siempre, lo real. Lo real es esa obscenidad misma: así entonces de ella "vive" (entre comillas) como grupo.
Esta vida de grupo es lo que preserva la institución llamada internacional, y lo que intento proscribir de mi Escuela, contra las reconvenciones que recibo- de algunas personas con dones para proferirlas.
Lo importante no es eso, ni tampoco el que sea difícil para quien se instala dentro de un mismo discurso vivir de otra manera que no sea en grupo; lo importante es lo que ahí se convoca, a saber: el baluarte del grupo, la posición del analista tal como queda definida por su discurso mismo.
El objeto (a), en cuanto a la aversión que lo enfrenta al semblante donde lo sitúa el análisis, ¿podría sustentarse con otro consuelo que no sea el del grupo?
Ya he perdido bastante gente: sin amargarme, y siempre dispuesto a que otros me enmienden la plana.
No voy a vencer yo, sino el discurso al cual sirvo. Ahora voy a decir por qué.
Hemos llegado al reino del discurso científico y lo voy a hacer sentir. Lo voy a hacer sentir desde el lugar donde se confirma mi crítica anterior, del universal de que "el hombre es mortal".
Su traducción al discurso científico es el seguro de vida. La muerte, según el decir científico, es asunto de cálculo de probabilidades. Es lo que ella tiene de verdadero en este discurso.
Hay sin embargo, en nuestra época, gente que rehúsa afiliarse a un seguro de vida. Es porque quieren de la muerte una verdad distinta, ya asegurada por otros discursos. El del amo por ejemplo que, si nos guiamos por Hegel, se funda en la muerte considerada como riesgo; el del universitario, que se regodea en la memoria eterna del saber.
Por ser sumamente cuestionables, estas verdades, así como estos discursos, han sido cuestionados. Ha salido a la luz otro discurso, el de Freud, según el cual la muerte, es el amor.
Esto no quiere decir que el amor no esté sometido también al cálculo de probabilidades, que no le concede más que la ínfima oportunidad que supo realizar el poema de Dante. Lo que quiere decir es que no hay seguro de amor, ya que sería también un seguro de odio.
El amor-odio es aquello cuya ambivalencia es lo único que, con razón, un psicoanalista, aun no lacaniano, reconoce, o sea, la faz única de la banda de Moebius; con la consecuencia, ligada a lo cómico que le es propio, de que en su "vida" de grupo, sólo nombra el odio.
Reengancho con lo de antes: el incentivo del seguro de amor se reduce en la medida en que sólo produce pérdidas; como le pasó a Dante, quien en los círculos de su infierno omite el conjungo sin fin.
Entonces sobra ya el comentario en la imaginería de este decir que es mi topología. Un analista verdadero sólo se avendría a hacer que este decir ocupase el lugar de lo real, a falta de otro mejor.
En efecto, el lugar del decir es el análogo en el discurso matemático de ese real que otros discursos cercan con el imposible de sus dichos.
Esta dichomansión de un imposible que incidentalmente llega a abarcar el impasse propiamente lógico, en otro lado se llama estructura.
La estructura es lo real que sale a relucir en el lenguaje. Y por supuesto no tiene relación alguna con la "buena forma".
La relación del lenguaje como órgano con el ser que habla es metáfora. El lenguaje es además estábitat del cual debe suponerse, porque el habitante hace en él de parásito, que le asesta el golpe de un real.
Es evidente que al "expresarme así", que es como traduciría lo que acabo de decir, estoy cayendo en una "concepción del mundo", es decir en el desecho de todo discurso.
De esto, precisamente, podría salvarse el analista porque su discurso mismo lo desecha, al iluminarlo como desperdicio del lenguaje.
Por ello parto de un hilo, ideológico pues no me queda otro camino, con el que tejo la experiencia instituida por Freud. ¿En nombre de qué desecharlo, cuando ese hilo proviene de la trama que mejor ha resistido la prueba de mantener reunidas las ideologías de una época que es la mía? ¿En nombre del goce? Pero si es precisamente lo propio de este hilo salir ileso del goce: esto hasta es el principio del discurso psicoanalítico, tal como, él mismo, se articula.
Lo que digo vale por el lugar donde pongo el discurso de que se prevalece el análisis, entre todos los demás discursos que se reparten la experiencia de esta época. El sentido, si es que hay alguno por hallar, ¿podrá venir de una época distinta? Hago el intento; siempre en vano.
No sin razón el análisis se funda en el supuesto sujeto de saber: sí, el análisis, por cierto, supone que éste cuestiona el saber, por eso es mejor que sepa lo suyo.
Admiro en cuanto a esto el aire picado que adopta la confusión, porque yo la elimino.
Queda que la ciencia ha arrancado, claramente por el hecho de abandonar la suposición, a la que en este caso cabe llamar natural, porque implica que las conexiones del cuerpo con la "naturaleza" lo son, -lo cual, por fraguarse, acarrea una idea de lo real que yo diría gustoso ser verdadera. Desafortunadamente no es la palabra que a lo real convenga. Sería preferible poder demostrar que es falsa, si por ello se entendiese: caída (falsa), o sea, que se escurre de entre los brazos del discurso que la ciñe.
Si mi decir se impone, no, como suele decirse, con un modelo, sino con el propósito de articular topológicamente el discurso mismo, de la defección en el universo procede, con la condición de que tampoco él pretenda suplirla.
"Realizando" de esto la "topología", no salgo del fantasma ni siquiera para dar cuenta de él -pero la recojo, esta topología, en flor de la matemática-, es decir que por inscribirse en ésta con un discurso, el más vaciado de sentido que exista, por prescindir de toda metáfora, por ser metonímicamente de ausentido, confirmo que con el discurso con que se funda la realidad del fantasma se encuentra inscrito lo que de esta realidad hay de real.
¿Por qué no puede ser este real el número, y crudamente después de todo, ese número que el lenguaje transmite tan bien? Pero no es tan sencillo, y en este caso cabe decirlo (siempre me apresuro en conjurar estos casos diciendo que es el caso en que cabe decirlo),
Pues lo que se profiere con el decir de Cantor es que la serie de los números no representa otra cosa en el transfinito más que la inaccesibilidad que comienza con el dos, por lo cual, de ellos se constituye lo enumerable infinitamente.
Entonces se hace necesaria una topología ya que lo real no le viene sino del discurso del análisis, para confirmar este discurso, y ya que por la hiancia que abre este discurso al volver a cerrarse más allá de los otros discursos, este real llega a ex-sistir.
Es lo que voy a hacer que ahora palpen.
Mi topología no está hecha de una sustancia que sitúe más allá de lo real aquello con que se motiva una práctica. No es teoría.
Pero tiene que dar cuenta de que, cortes del discurso, los hay tales que modifican la estructura a la que éste se acoge originalmente.
Es una pura escapatoria exteriorizar este real con estándares, estándares llamados de vida, considerados primigenios para los sujetos en su existencia, por sólo hablar para expresar sus sentimientos sobre las cosas, ya que la pedantería de la palabra "afecto" nada cambia.
¿Cómo incide esta secundariedad sobre lo primigenio que ahí sustituye a la lógica del inconsciente?
¿Intervendrá en ello la sabiduría? Los estándares a los que se recurre precisamente lo contradicen.
Pero por argumentar desde esta banalidad, se pasa ya a la teología del ser, a la realidad psíquica, es decir a lo que sólo se avala analíticamente con el fantasma.
Sin duda, el análisis mismo da cuenta de esta celada y deslizamiento, pero ¿no es ésta lo bastante burda como para delatarse a sí misma en cualquier parte donde un discurso sobre lo que hay se exime de la responsabilidad de producirla?
Porque, hay que decirlo, el inconsciente es un hecho en tanto encuentra su soporte en el discurso mismo que lo establece, y, si los analistas son capaces de desechar su carga, es por alejar de sí la promesa de desecho que allí los llama, y ello en la medida en que su voz haya tenido un efecto.
Siéntase esto en el lavado de manos con que apartan de sí la llamada transferencia, al rechazar lo sorprendente del acceso al amor que ésta ofrece.
Al prescindir en su discurso, según los lineamientos de la ciencia, de todo savoir-faire en cuanto a los cuerpos, pero en aras de un discurso otro, el análisis -por evocar una sexualidad de metáfora, metonímica a pedir de boca por sus accesos más comunes, aquellos llamados pregenitales, léase extra- se configura por revelar la torsión del conocimiento.
¿Quedaría fuera de lugar dar el paso de lo real que da cuenta de ella traduciéndolo por una ausencia perfectamente situable, la de la "relación" sexual en cualquier matematización?
En esto los matemas con que se formula en impasses lo matematizable, definido éste como lo que de real se enseña, son susceptibles de coordinarse con esta ausencia tomada de lo real.
Recurrir al notodos. al almenosuno, hombruno,21 o sea, a los impasses de la lógica, es, por mostrar por dónde se sale de las ficciones de la Mundanidad hacer fixión 22 distinta de lo real: esto es, con lo imposible que lo mira fijo desde la estructura del lenguaje. Es también trazar la vía por la que se encuentra en cada discurso lo real con que se envuelve, y despachar los mitos con los que de ordinario se suple.
Pero proferir por eso que faltó lo real de que nada es todo, cuya incidencia respecto a la verdad conduciría derechito a un aforismo más escabroso; o, tomando otro sesgo con respecto a ella, declarar que lo real requiere verificaciones sin objeto, no es más que dar un nuevo envión a la tontería de adornarse con el noúmeno: esto es, que el ser escapa al pensamiento... Nada llega a meter en cintura a este ser que por poco dafnizo, y aun laurifico en ese "noúmeno", del cual es mejor decir que para que se sostenga, tiene que haber varias capas...
Mi preocupación es que los aforismos, que por lo demás me contento en presentar en botón, hagan reflores de las cunetas de la metafísica (pues el noúmeno es el floreo, la subsistencia fútil...). Apuesto a que vendrán a ser unos plus-de-nonsense, más divertidos, para decirlo, que lo que nos trae locos...
...¿hasta dónde? deberé sobresaltarme, jurar que yo no lo vi de inmediato mientras que ustedes, ya ... esas verdades primeras, pero si son el texto mismo con que se formulan los síntomas de las grandes neurosis, de las dos que, si ha de tomarse en serio lo normal, nos dicen que es más bien norma macho.23
Esto nos vuelve a poner los pies en el suelo, quizá no el mismo, pero puede que también sea el válido, aquel en que el discurso analítico se anda menos con pies de plomo.
Echemos a andar aquí el asunto del sentido antes prometido en su diferencia respecto de la significación.
Nos permite engancharlo lo enorme de la condensación entre "lo que piensa" en nuestra época con los pies que acabo de mencionar y la topología inepta a que Kant dio cuerpo desde su propio estamento, el del burgués que no puede imaginar más que trascendencia, la estética como la dialéctica.
Esta condensación, en efecto, debemos decirla para que se entienda "en sentido analítico", según la fórmula acreditada. ¿Cuál es este sentido?, si precisamente los elementos que en él se condensan, se califican unívocamente de una imbecilidad semejante, y aun son capaces de ufanarse de ella por los lados de "lo que piensa", mientras la máscara de Kant en cambio parece de palo ante el insulto, cuando se reflexiona junto a Swedenborg: dicho de otra manera, ¿hay un sentido de la imbecilidad?
En ello se palpa que el sentido nunca se produce más que por la traducción de un discurso a otro.
Provistos como estamos de esta lucecita, titila la antinomia que se produce de sentido a significación: que llegue a surgir un tenue sentido a ras de las llamadas "críticas" de la razón pura y del juicio (de la razón práctica dije el suyo retozón poniéndolo en el camino de Sade, no más divertido éste, pero lógico); en cuanto despunta su sentido, los dichos de Kant dejan de tener significación.
La significación no les viene pues sino del momento en que Uno tenían sentido, ni siquiera sentido común.
Se nos aclaran así las tinieblas que nos dejan a tientas. No falta sentido en los vaticinios llamados presocráticos: imposible decir cuál, pero esorprende.24 Y que Freud se relamiera con ellos -no con los mejores por cierto pues eran de Empédocles, pero no importa, él si tenía sentido de la orientación-nos basta para ver que la interpretación es sentido y va contra la significación. Oracular, cosa que no es de extrañar por lo que sabemos ligar de oral a la voz, del desplazamiento sexual.
Miseria de los historiadores: no poder leer más que el sentido allí donde no tienen otro principio sino confiarse en los documentos de la significación. Así, también ellos llegan a la trascendencia, la del materialismo, por ejemplo, que "histórico", lo es por desgracia hasta el punto de acabar siéndolo irremediablemente.
Felizmente, está allí el análisis para aupar a la historieta: pero, sólo lo logra por lo que está preso en su discurso, y por eso en -su discurso de hecho, nos deja plantados para lo que no es de nuestro tiempo; sin así cambiar nada de lo que la honestidad obliga al historiador a reconocer en cuanto tiene que situar el más mínimo esorprende. Que esté a cargo de la ciencia del tropiezo, es precisamente lo embarazoso de su aporte a la ciencia.
Importa pues a muchos, ¿a éstos como a muchos más?, que la imposibilidad de decir verdad de lo real se motive en un matema (saben cómo lo defino), un matema con el cual se sitúa la relación del decir al dicho.
El matema se profiere del único real reconocido primero en el lenguaje: a saber, el número. Aunque la historia de la matemática demuestra (viene al caso decirlo) que puede extenderse a la intuición, a condición de castrar lo más posible en este término su uso metafórico.
Hay pues un campo del cual lo que más llama la atención es que su desarrollo, a diferencia de los términos con que se absorbe, no procede por generalización sino por reacomodo topológico, por una retroacción sobre el comienzo tal que borra su historia. Ninguna experiencia resuelve su embarazo con mayor seguridad. De ahí su atractivo para el pensamiento: que allí encuentra el nonsense propio del ser, esto es, del deseo de una palabra sin allende.
Pero nada invoca al ser que no dependa de nuestra benevolencia, cuando lo enunciamos así.
Muy distinto al hecho de lo indecidible, para tomar el ejemplo de agudeza que recomienda al matema: está en juego lo real del decir del número, cuando de ese decir se demuestra que no es verificable, en el grado segundo de que ni siquiera se le puede asegurar, como se hace con otros ya dignos de retenernos, con una demostración de la indemostrabilidad de las premisas mismas que supone: entendamos bien, con una contradicción a suponerlo demostrable.
No puede negarse que haya allí progreso respecto a lo que el Menón aún pregunta sobre lo enseñable. Ciertamente no cabria decir que entre los dos hay un mundo: pues el asunto es que en ese lugar cabe lo real, y el mundo no es más que su caída irrisoria.
Con todo, es el progreso lo que hay que restringir allí, pues no pierde de vista el lamento25 que de regreso le responde, al saber que la opinión verdadera a que da sentido Platón en el Menón, ya no tiene para nosotros más que ausentido de significación, cosa que se confirma refiriéndola a la de nuestros bienpensantes.
¿La hubiese sustentado un matema, que nuestra topología ofrece? Vamos a intentarla.
Ello nos lleva a la sorpresa de que evitáramos apoyar con la imagen nuestra banda de Moebius, pues tal imaginación vuelve vana toda consideración que hubiera requerido un dicho otro por hallarse articulado a ella: mi lector sólo llegaba a ser otro porque el decir sobrepasase al dicho, decir que ha de aprehenderse del ex-sistir al dicho, con lo cual lo real me le ex-sist(ía) sin que alguien, por verificable, pudiera hacerlo pasar a matema. La opinión verdadera, ¿es la verdad en lo real en tanto es él quien tacha su decir?
Voy a probarlo con volver a decir.
Línea sin puntos, dije del corte, en tanto es, él, la banda de Moebius porque uno de sus bordes, después de la vuelta con que se cierra, se continúa en el otro borde.
Pero ello sólo puede producirse de una superficie ya picada por un punto que dije fuera de línea por especificarse con un doble lazo, aunque desplegable éste sobre una esfera: de suerte que se recorta con una esfera, pero con su doble lazada hace de la esfera una aesfera o cross-cap.
Sin embargo, lo que el punto pasa al cross-cap por prestarse a la esfera, es que un corte que vuelve moebiano en la superficie que determina al hacerla posible, la devuelve, esta superficie, al modo esférico: pues, al serle equivalente el corte, "se proyecta allí", he dicho, aquello con que se suplementaba en cross-cap.
Pero como de esta superficie, para que permita este corte, puede decirse que está hecha de líneas sin puntos por donde en todas partes su anverso se cose con su reverso, en todas partes el punto adicional, al poder esfericizarse, puede ser fijado en un cross-cap.
Pero esta fixión debe ser escogida como único punto fuera de línea, para que un corte, con darle una vuelta, una sola, tenga el efecto de resolverla en un punto esféricamente desplegable.
Luego, el punto es la opinión que puede ser dicha verdadera porque el decir que le da la vuelta la verifica en efecto, pero sólo por ser el decir lo que la modifica al introducir la doxa como real.
Así, un decir como el mío, por ex-sistir al dicho permite su matema, pero no hace para mí matema y se postula así como no enseñable antes que su decir se haya producido. Como enseñable sólo después de haberlo yo matematizado según los criterios menónicos que, sin embargo, no me lo habían certificado.
Lo no enseñable, lo hice matema con asegurarlo de la fixión de la opinión verdadera, fixión escrito con x, pero no menos venero de equívoco.
Así, un objeto tan fácil de fabricar como la banda de Moebius en tanto que se imagina, pone al alcance de todas las manos lo que es inimaginable en cuanto su decir al olvidarse, hace al dicho soportarse.
De dónde procedió mi fixión de este punto doxa que no dije, no lo sé, y no puedo, como tampoco Freud, dar cuenta "de lo que enseño", a no ser que le siga la pista a sus efectos en el discurso analítico, efecto de su matematización que no viene de una máquina, pero que resulta tener algo de aparato, una vez que la ha producido.
Es notable que Cicerón supiera ya emplear este término: "Ad usum autem orationis, incredibile est, nisi diligenter attenderis, quanta opera machinata natura sit" (Cicerón, De natura deorum, 59, 149), pero más aun que yo lo haya puesto de epígrafe a los tanteos de mi decir desde el 11 de abril de 1956.
La topología no está "mandada a hacer para orientarnos" en la estructura. Ella es la estructura: como retroacción del orden de la cadena en que consiste el lenguaje.
La estructura, es lo aesférico entrañado en la articulación lenguajera en tanto que un efecto de sujeto se capta en ella.
Está claro que, en cuanto a la significación, ese "se capta" de la subfrase, seudomodal, se pesca del objeto mismo que como verbo envuelve en su sujeto gramatical, y-que hay falso efecto de sentido, resonancia del imaginario inducido de la topología, según que el efecto de sujeto haga remolino de aesfera o lo subjetivo de este efecto se "refleje".
Aquí hay que distinguir la ambigüedad que se inscribe con la significación, o sea, con el lazo del corte, y la sugerencia de agujero, es decir, de estructura, que con esta ambigüedad fabrica un sentido.***
Así, el corte, el corte instaurado desde la topología (al hacerlo en ella, con todo derecho, cerrado, y que se sepa de una vez por todas, en mi uso al menos) es el dicho del lenguaje, pero por no olvidar ya su decir.
Existen, desde luego, los dichos que son el objeto de la lógica predicativa y cuya suposición universalizadora incumbe sólo a la esfera, esto es: que precisamente la estructura no encuentra en ella sino un suplemento que es el de la ficción de lo verdadero.
Podría decirse que la esfera? es lo que prescinde de topología. El corte, es cierto, recorta en ella (al cerrarse) el concepto en que descansa la feria del lenguaje, el principio del intercambio, del valor, de la concesión universal. (Digamos que no más que "materia" para la dialéctica, asunto de discurso del amo.) Es muy difícil sostener esta dichomansión pura, pues por estar en todas partes, pura no lo es nunca, aunque lo importante es que ella no es la estructura. Es la ficción de superficie con que se viste la estructura.
Que el sentido le sea ajeno, que "el hombre es bueno", y lo mismo el dicho contrario, no quiera decir estrictamente nada que tenga sentido, cabe con razón asombrarse de que nadie haya hecho con esta observación (cuya evidencia, una vez más, remite al ser como vaciamiento), referencia estructural. ¿Correremos el riesgo de decir que el corte a- fin de cuentas no ex-siste a la esfera? -Por la razón de que nada lo obliga a cerrarse, ya que de quedar abierto produce en ella el mismo efecto, calificable de agujero, pero porque aquí este término no puede ser tomado en la acepción imaginaria de ruptura de superficie: evidente, claro, pero por reducir lo que puede ceñir al vacío de un posible cualquiera cuya substancia sólo es correlato (composible sí o no: desenlace del predicado en lo proposicional con todos los pasos en falso con que nos divertimos).
Sin la homosexualidad griega, y luego árabe, y el relevo de la eucaristía, todo ello hubiese precisado de Otro recurso mucho antes. Pero se entiende que en aquellas grandes épocas que acabamos de evocar, sólo la religión después de todo, por constituir la opinión verdadera, la orthé doxa pudo dar a este matema los fondos con que de hecho estaba ya investido. Siempre quedará algo por más que se crea lo contrario, y por eso nada prevalecerá contra la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Los estudios bíblicos nunca han salvado a nadie de ella.
Sólo aquellos para quienes tal tapón no tiene el menor interés, los teólogos, por ejemplo, trabajarán en la estructura... si se lo pide el cuerpo, pero cuidado con las náuseas.
La topología enseña el vínculo necesario que se establece del corte al número de vueltas requeridas para que se obtenga una modificación de la estructura o de la aesfera, único acceso concebible a lo real, y concebible de lo imposible en tanto lo demuestra.
Así, la vuelta única que en la aesfera hace colgajo esféricamente estable por introducir el efecto del suplemento que toma del punto fuera de línea, la orthé doxa. Duplicar el cierre de esta vuelta obtiene algo muy distinto: caída de la causa del deseo de donde se produce la banda moebiana del sujeto, demostrando la caída que él no es más que ex-sistencia al corte de doble lazo de que resulta.
Esta ex-sistencia es decir y lo prueba por quedar el sujeto a merced de su dicho si se repite, o sea: como la banda moebiana por allí encontrar su fading (desvanecimiento).
Punto nodal (viene al pelo), vuelta con que se hace el agujero, pero sólo en el "sentido" que dé la vuelta, el agujero se imagina, o se maquina, como quieran.
La imaginación del agujero tiene, ciertamente, consecuencias: ¿es acaso necesario evocar su función "pulsional" o, a decir mejor, lo que de ella deriva (Trieb)? La conquista del análisis es haberla convertido en matema, mientras que otrora la mística daba testimonio de su prueba haciendo de ella lo indecible. Pero quedarse en este agujero reproduce la fascinación con la que el discurso universal mantiene su. privilegio, más aun le hace cobrar cuerpo, por el discurso analítico.
Nada se hará nunca a la imagen. El semejante suspeorará26 incluso de lo que allí se siembra.
El agujero no se motiva en el guiño, ni en el síncope mnésico, ni en el grito. Acercársele uno al darse cuenta de que en francés le mot, la palabra, se presta al mutis (con lo cual se juega entre silencio y movimiento), no es lo indicado allí desde donde la topología se instaura.
Un toro no tiene agujero, central o circular, más que para quien lo mira como objeto, no para quien es su sujeto, o sea, de un corte que no implica ningún agujero, pero que lo obliga a un número preciso de vueltas a decir para que el otro se haga (se haga si hay demanda porque, en fin, mejor toro tuerto que través entuerto), se haga, como prudentemente nos contentamos con imaginar, banda de Moebius, o contrabanda si prefieren la palabra. Un toro, como lo demostré hace diez años a gente con ganas de empantanarme en su contrabando, es la estructura de la neurosis en tanto que el deseo puede, por la re-petición indefinidamente enumerable de la demanda, cerrarse en dos vueltas. Al menos, con esta condición se decide la contrabanda del sujeto: en el decir que se llama interpretación.
Quisiera solamente sellar la suerte de la suerte de incitación que puede imponer nuestra topología estructural.
He dicho de la demanda que es numerable en sus vueltas. Está claro que si el agujero no es de imaginar, la vuelta sólo ex-siste por el número con que se inscribe en el corte del que no cuenta sino el cierre
Insisto: la vuelta en sí no se puede contar; repetitiva, no cierra nada, no está ni dicha ni por decir, es decir, ninguna proposición. Con lo cual sería demasiado decir que no depende de una lógica, que queda por hacer a partir de la modal.
Pero si como lo asegura nuestra figuración primera del corte con que del toro se hace la banda de Moebius, con una demanda basta, pero que puede re-pedirse por ser enumerable, es como decir que sólo se aparea a la doble vuelta con que se funda la banda por postularse de lo transfinito (cantoriano).
De todos modos, sólo podría la banda constituirse si las vueltas de la demanda son de número impar.
Lo transfinito sigue siendo exigible porque nada, hemos dicho, se cuenta allí si el corte no se cierra, y al dicho transfinito, tal Dios mismo, quien sabemos se congratula de ello, se lo conmina a ser impar.
Esto agrega una dichomansión a la topología de nuestra práctica del decir.
¿No entra ella en el concepto de la repetición ya que no se la deja abandonada a sí misma sino que está condicionada por esta práctica, como lo hicimos también notar del inconsciente?
Es sorprendente -aunque déjà-vu para lo que digo, recuérdese- que el orden (entendamos: el ordinal) cuyo camino efectivamente desbrocé en mi definición de la repetición y a partir de la práctica, ha pasado, en su necesidad, por completo desapercibido para mi audiencia.
Marco aquí la referencia para una reanudación futura.
Digamos, empero, el final del análisis del toro neurótico.
El objeto (a), por caer del agujero de la banda, se proyecta après-coup en lo que llamaremos, por abuso imaginario, el agujero central del toro, o sea, en torno a lo cual el transfinito impar de la demanda se resuelve con la doble vuelta de la interpretación.
De esto recibe el psicoanalista su función por situarlo con su semblante.
El analizante sólo termina si hace del objeto (a) el representante de la representación de su analista. Entonces, en tanto dure su duelo del objeto (a) al que por fin lo ha reducido, el psicoanalista persiste en causar su deseo: más bien maníaco-depresivamente.
Es el estado de exultación que Balint, pese a abordarlo por donde no es, describe muy bien: más de un "éxito terapéutico" encuentra allí su razón, y sustancial eventualmente. Luego, el duelo se consuma.
Queda lo estable del aplastamiento del falo, esto es, de la banda, donde el análisis encuentra su final, el que le asegura a su supuesto sujeto el saber:
... que, estando en entredicho el diálogo de uno a otro sexo porque un discurso, sea cual fuere, se funda por excluir lo que el lenguaje entraña de imposible, a saber, la relación sexual, de ello resulta para el diálogo en el seno de cada (sexo) algún inconveniente.
... que nada cabría decirse "seriamente" (o sea, para formar de serie límite) sino tomando sentido del orden cómico; al cual no hay sublime (Dante aquí otra vez) que no le haga su reverencia.
... y, luego, que el insulto, si resulta por el epos ser del diálogo tanto la primera como la última palabra (veaseaomero), así como el juicio, hasta el "final", sigue siendo fantasma, y para decirlo todo, no llega a lo real sino perdiendo toda significación.
Con todo esto sabrá hacerse una conducta. Más de una, las hay a montones, conviene a las tres dichomansiones de lo imposible: tal como se despliegan en el sexo, en el sentido y en la significación.
Si es sensible a lo bello, a lo cual nada lo obliga, lo situará con el entre-dos-muertes, y si alguna de estas verdades le parest que deba darse a entender, sólo se fiará del mediodecir de la vuelta simple.
Estos beneficios, aunque se apoyen en un segundo-decir, no por olvidarlo, dejan de quedar establecidos por él.
Ahí está el filo de nuestra enunciación de partida. El dicho primero, idealmente de primera intención, del analizante, sólo tiene sus efectos de estructura al "paraser" el decir, dicho de otra manera, que la interpretación haga paraser.
¿En qué consiste el paraser? En que produce los cortes"verdaderos" a entender estrictamente de los cortes cerrados a lo cual la topología no permite al punto-fuera-de-línea reducirse ni, es lo mismo, sólo hacer agujero imaginable.
De este paraser, no tengo que exponer el estatuto sino con mi propio recorrido, habiéndome ya eximido de connotar su emergencia en el punto, anterior, en que la permití.
Paraser en este recorrido sería por lo mismo penetrarlo, pen-serlo, y aun casi hasta es demasiado.
Este decir que convoco a la ex-sistencia, este decir que no hay que olvidar, del dicho primario, con él puede el psicoanálisis pretender cerrarse.
Si el inconsciente está estructurado como un lenguaje, no dije: por. La audiencia, si con ello debe entenderse algo así como una acústica mental, la audiencia que entonces tenía era mala, pues los psicoanalistas no la tienen mejor que los demás. A falta de un señalamiento suficiente de esta escogencia (evidentemente, ninguna de estas pullas los herían, por dejarlos pat(er)difusos, sin más, por cierto), me fue preciso, ante la audiencia universitaria, ella que en este campo no puede más que equivocarse, poner a la vista circunstancias que me impidieran asestar los golpes sobre mis propios alumnos, para explicar que haya dejado pasar una extravagancia tal como hacer del inconsciente "la condición del lenguaje", cuando manifiestamente del inconsciente doy cuenta por el lenguaje: el lenguaje, hice entonces que se transcribiera en el texto revisado de una tesis, es la condición del inconsciente.
Nada sirve de nada, cuando uno está preso entre ciertas encrucijadas mentales, puesto que ahora me veo forzado a recordar la función, especificada en lógica, del artículo que carga a lo real de lo único el efecto de una definición: un artículo, "parte del discurso", esto es, gramatical, utilizando esta función en la lengua que empleo, para en ella ser definido definido.
El lenguaje sólo puede designar la estructura con la cual hay efectos de lenguajes, que por ser varios abren el uso del uno entre otros que da a mi como su preciso alcance, el del como un lenguaje, por el cual, precisamente, diverge del inconsciente el sentido común. Los lenguajes caen bajo la acción del notodos de la forma más cierta, ya que no otro es en ellos el sentido de la estructura, y que por ello compete a mi recreación topológica de hoy.
Así, la referencia con la cual sitúo el inconsciente es precisamente la que escapa a la lingüística, porque como ciencia nada tiene que hacer con el paraser, como tampoco nos lleva al noúmeno. Pero de que nos lleva nos lleva, y Dios sabe a dónde, aunque de seguro no al inconsciente, quien por tomarla en la estructura la desorienta en cuanto a lo real con que se motiva el lenguaje: ya que el lenguaje, es eso mismo, esa deriva.
El psicoanálisis sólo accede a él por la entrada en juego de Otra dichomansión, que se abre porque el adalid (del juego) "pone semblante" de ser el efecto de lenguaje principal, el objeto con que se (a)nima el corte que así permite: el objeto (a), para llamarlo con la sigla que le asigno.
Esto, el analista lo paga con tener que representar la caída de un discurso, luego de haber permitido al sentido abrazarse en torno a la caída a que se aboca.
Cosa que denuncia la decepción que causo a muchos lingüistas, sin salida posible para ellos, aunque yo sea el del (des)enredo.
En efecto, ¿quién puede dejar de ver, leyendo lo que escribo, o aun oyéndomelo decir en claro, que el analista, desde Freud, está muy adelantado en este asunto respecto al lingüista, a Saussure, por ejemplo, que se queda en el acceso estoico, el mismo que el de San Agustín? (Cf., entre otros, el De magistro, cuyo límite indiqué lo suficiente, fechando en él mi apoyo: la distinción signans-signatum).
Muy adelantado, y dije por qué: la condensación y el desplazamiento anteceden al descubrimiento, con ayuda de Jakobson, del efecto de sentido de la metáfora y la metonimia.
Por poco que el análisis se sustente con la oportunidad que le ofrezco, conservará el adelanto; y lo conservará con todas las reanudaciones que el porvenir quiera añadir a mi palabra.
Porque la lingüística, en cambio, nada desbroza para el análisis, y aun el apoyo que tomé de Jakobson, a diferencia de lo que se produce para borrar la historia en la matemática, no es del orden del après-coup, sino del contragolpe; en beneficio, y para decir-segundo, de la lingüística.
El decir del análisis, en tanto es eficaz, realiza lo apofántico, que con su sola ex-sistencia se distingue de la proposición. Es como pone en su lugar a la función proposicional en tanto que, pienso haberlo mostrado, nos ofrece el único apoyo que supla el ausentido de la relación sexual. En ella este decir se renombra, por el embarazo que delatan campos tan desperdigados como el oráculo y el fue -de-discurso de la psicosis, con tomar prestado de ellos el término de interpretación.
Es el decir al que vuelven a asirse, por fijar su deseo, los cortes que sólo por ser demandas se sostienen como no-cerrados. Demandas que, por aparear lo imposible a lo contingente, lo posible a lo necesario, amonestan por sus pretensiones a la sedicente lógica modal.
Este decir no procede más que del hecho de que el inconsciente, por estar "estructurado como un lenguaje", esto es, lalengua que habita, está sujeto al equivoco con que cada una se distingue. Una lengua entre otras no es otra cosa sino la integral de los equívocos que de su historia persisten en ella, Es la veta en la que lo real, el único para el discurso analítico que motiva su desenlace, lo real de que no hay relación sexual, ha dejado su sedimento en el curso de los siglos. Esto, en la especie que este real introduce al uno, o sea, a lo único del cuerpo que de él cobra órgano, y que por ello hace órganos descuartizados de una disyunción por donde sin duda otros reales se ponen a su alcance, pero no sin que la vía cuádruple de estos accesos se infinitice para que se produzca el "número real".
El lenguaje, pues, en tanto esta especie tiene en él su lugar, no hace allí efecto de otra cosa más que de la estructura con que se motiva esta incidencia de lo real.
Todo lo que de él parest semblante de comunicación es siempre sueño, lapsus o joke.
Luego, nada que hacer con lo que se imagina y se confirma en muchos puntos de un lenguaje animal.
Lo real allí no ha de apartarse de una comunicación unívoca respecto a la cual los animales, que nos dan el modelo, nos harían sus delfines: una función de código se ejerce en ella mediante la cual se da la neguentropía de resultados de observación. Más aun, se organizan ahí conductas vitales con símbolos del todo semejantes a los nuestros (erección de un objeto al rango de significante del amo en el orden del vuelo de migración, simbolismo del pavoneo amoroso o de combate, señales de trabajo, marcas de territorio), con la salvedad de que estos símbolos nunca son equívocos.
Estos equívocos con que se inscriben los ribetes de una enunciación, se concentran en tres puntos nodales donde se observará no sólo la presencia de lo impar (antes juzgada indispensable), sino también que como ninguno se impone de primero, el orden con que vamos a exponerlos se mantiene en ellos y con un doble lazo antes que con una sola vuelta.
Comienzo con la homofonía, de la que depende la ortografía. Que en la lengua mía, como hace rato jugué con ella, haya equívoco entre dos y dellos, guarda huella del juego del alma por el cual hacer de ellos dos-juntos encuentra su límite en "hacer dos" de ellos.
Otros hay en este texto, del paraser al sembrante.
Mantengo que aquí todas las jugadas están permitidas por la sencilla razón de que, por estar cualquiera a su alcance sin poder en ellas reconocerse, ellas nos juegan. A no ser que los poetas las vuelvan cálculo y el psicoanalista las emplee donde conviene.
Donde conviene para su fin: o sea, para, de su decir que rescinde su sujeto, reeditar la aplicación que se representa en el toro, el toro en que consiste el deseo propio a la insistencia de su demanda.
Si un bulto imaginario puede aquí ayudar a la transfinitización fálica, recordemos, empero, que el corte no deja de funcionar aun trasladado al chiffonné que glorifiqué en su tiempo en el dibujo girafoide de Juanito.
Pues la gramática secunda aquí a la interpretación. A lo cual, en este caso como en otros, Freud no se priva de recurrir. No insisto sobre lo que subrayo de esta práctica confesada en hartos ejemplos.
Sólo destaco que tal cosa se la imputan púdicamente los analistas a Freud como desliz hacia el adoctrinamiento. En fechas (cf. la del Hombre de las Ratas) en que no tiene otro trasmundo que proponerles más que el sistema psi acosado por "incitaciones internas".
Así, los analistas que se aferran al parapeto de la "psicología general", no son siquiera capaces de leer, en esos casos deslumbrantes, que Freud hace que los sujetos "repasen su lección" en su gramática.
Con la salvedad de que nos repite que, con el dicho de cada uno de ellos, debemos estar dispuestos a revisar "las partes del discurso" que creímos poder retener de los anteriores.
Claro que esto los lingüistas se lo proponen como ideal, pero si la lengua inglesa parest propicia a Chomsky, he marcado que mi primera frase tacha de falso, con un equívoco, su árbol transformacional.
"No te lo hago decir", ¿no es la intervención interpretativa mínima? Pero su sentido no es lo que importa en la fórmula que permite lalengua que aquí empleo, importa que la amorfología de un lenguaje abra el equivoco entre "Lo dices tú" y "Eso corre a cargo mío, tanto menos cuanto que, cosa semejante, no te la he hecho decir por nadie".
Número tres, ahora: es la lógica, sin la cual la interpretación sería imbécil, siendo por supuesto los primeros en utilizarla los que, para del inconsciente trascendentalizar la existencia, se arman de las palabras de Freud de que es insensible a la contradicción.
Sin duda no se han enterado aún de que mas de una lógica se ha preciado de prohibirse este fundamento, y no queda por ello menos "formalizada", vale decir propia para el matema.
¿Quién reprocharía a Freud tal efecto de oscurantismo y los nubarrones de tinieblas que de inmediato, de Jung a Abraham, se acumularon para responderle? -No seré yo, desde luego, que también tengo algunas responsabilidades a este respecto (desde mi reverso).
Recordaré tan sólo que ninguna elaboración lógica, desde antes de Sócrates y de otras tradiciones que la nuestra, procedió nunca de otra cosa que de un núcleo de paradojas; para utilizar el término admisible por todos con que designamos los equívocos que se sitúan a partir de este punto, que, por llegar aquí de tercero, es lo mismo primero o segundo.
¿A quién dejé de hacer sentir que el baño de juventud con el cual el matema llamado lógico ha encontrado para nosotros su asidero y su vigor, son esas paradojas no sólo refrescadas por ser promovidas a nuevos términos por un Russell, sino aun inéditas cuando provienen del decir de Cantor?
¿Me pondré a hablar de la "pulsión genital" como del catálogo de las pulsiones pregenitales en tanto no se contienen a sí mismas, sino que tienen su causa en otra parte, esto es, en el Otro al que la "genitalidad" sólo tiene acceso si él se "tacha" por tenerla a su merced en la división que se efectúa por su paso al significante mayor, el falo?
Y en cuanto a lo transfinito de la demanda, o sea, la repetición, ¿tendré que recalcar que no tiene otro horizonte más que dar cuerpo a que el dos no sea menos que ella inaccesible por sólo partir del uno que no fuese el del conjunto vacío?
Quiero aquí marcar que esto es mera recolección-sin cesar alimentada con el testimonio que me dan, claro, aquellos de quien abro los oídos- recolección de lo que cada cual puede, tanto como yo y ellos, obtener de los labios mismos de los analizantes siempre que uno se haya autorizado a ocupar el lugar del analista.
Que, al cabo, la práctica me haya permitido hacer con ello dichos y redichos, edictos, desdichos, es en verdad el sello con que cada hombre se busca el lugar que merece en discursos distintos del que propongo.
Por hacerse en ellos guiadores de raza (los que trazan la guía) a quienes se confían guiados, pedantes... (ver lo anterior).
Al contrario, en el acceso al lugar de donde se profiere lo que enuncio, la condición estimada por origen primera es la de ser el analizado, o sea, lo que resulta del analizante.
Pero siempre hace falta que vuelva a empezar el proceso, para mantenerme en el filo de lo que me autoriza.
Con lo cual se precisa que mi discurso está, respecto a los demás, cuesta arriba, he dicho ya, y se confirma mi exigencia del doble lazo para que el conjunto se cierre.
Esto en torno a un agujero del real ese del cual se anuncia aquello que a posteriori, ninguna pluma deja de testimoniar: no hay relación sexual.
Así se explica el mediodecir que al fin llevamos a cabo, el de que la mujer desde siempre sería verdad de engaño. Quiera el cielo al fin quebrado por la vía que os abrimos láctea, que algunas por ser notodas para el hombredicho hagan llegar el (eng)año de lo real. No tiene por qué ser más desagradable que antes.
No será un progreso, ya que no lo hay que de regreso no se lamente, lamente por una pérdida. Pero que uno ría, la lengua que sirvo reharía el joke de Demócrito sobre el meden: extrayéndolo por caída del me de la negación del rien (nada) que parece llamarlo, como nuestra banda lo hace por sí misma en su auxilio.
Demócrito en efecto nos regaló el atomos, del real radical, al elidir su "no", me pero en su subjuntividad, o sea, ese modal cuya demanda vuelve a hacer consideración. Gracias a lo cual el den fue justamente el pasajero clandestino cuyo clam hace ahora nuestro destino
No más materialista en eso que cualquiera que fuese sensato, yo o Marx, por ejemplo. En cuanto a Freud, no lo juraría: quién sabe el grano de palabras encantadas de Moravia27 que ha podido germinar en su alma de un país en que caminaba la Cábala.
Toda materia requiere de mucho esprit, que además sea de su cosecha, pues si no ¿de dónde le vendría? Fue lo que Freud sintió, pero no sin el lamento que mencioné hace poco.
No detesto pues en absoluto ciertos síntomas, ligados a lo intolerable de la verdad freudiana.
La confirman, y aun creyendo recibir su fuerza de mí. Para retomar una ironía de Poincaré sobre Cantor, mi discurso no es estéril, genera la antinomia, mejor aún: muestra poder sostenerse aun de la psicosis.
Más afortunado que Freud, quien para abordar su estructura tuvo que recurrir a ese desecho que son las memorias de un difunto, mi Schreber nace de una reanudación de mi palabra (y esta vez es hasta bipresidente, águila de dos cabezas).
Mala lectura de mi discurso, sin duda, es buena: ocurre con todas: con el uso. Basta que un analizante llegue por eso muy animado a su sesión, para que empalme directamente con su materia edípica; como me lo informan de todas partes.
Obviamente, mi discurso no siempre tiene rechazos tan acertados. Para tomarlo por el ángulo de la “influencia" tan preciada por las tesis universitarias, parece poder ir muy lejos, en particular respecto a un remolino de semantofilia del cual se lo estima precedente, entonces con una fuerte prioridad esto lo centraría con la palabra-gaveta28 ...Se palabra-gaveta sin fin desde hace un tiempo y, por desgracia, en eso me deben montones.
No me consuelo ni me desconsuelo. Es menos deshonroso para el discurso analítico que lo produce la formación de las sociedades con ese nombre. Allí, es tradicional que el fariseísmo dé el tono, y los ataques recientes contra los sobresaltos de la juventud, no hacen más que conformarse a ello.
Denuncio que de todo se valen los analistas de esa afiliación para escabullirse de un desafío del cual afirmo que reciben su existencia: pues es un hecho de estructura que los determina.
El desafío, lo denoto con la- abyección. Es sabido que el término de absoluto ha obsesionado al saber y al poder-irrisoriamente, hay que decirlo-: allí al parecer estaba la esperanza, que los santos en otro lado representan. Pero hay que desengañarse. El analista abandona el juego.
En cuanto al amor que el surrealismo quisiera que las palabras hiciesen, ¿habrá que decir que eso se queda así? Es extraño que el encubrimiento que el análisis demuestra, no haya hecho manar venero de semblante.
Para terminar según el consejo de Fenouillard29 respecto al límite, saludo a Henri-Rousselle de quien, por tomar aquí ocasión, no olvido que me da lugar para, este juego del dicho al decir, darle demostración clínica. ¿Dónde mejor he hecho sentir que con lo imposible de decir se mide lo real-en la práctica?
y a la cosa pongo fecha en:
BELOEIL, el 14 de julio de 1972
Beloeil, donde cabe pensar que Carlos I, aunque no de mi linaje, me ha hecho falta, pero no, sépase, Coco, de ojos lindos, beloeil, porque vive en la posada de al lado, esto es, la guacamaya tricolor que sin tener que explorar su sexo, tuve que clasificar como hétero, -porque se lo dice ser hablante.--
NOTAS
1 Adresse en francés significa a la vez aquel a quien uno se dirige y dirección, destino postal. [T.]
2 Lacan emplea aquí semblant en el sentido de apparence (apariencia), término desgastado por su uso filosófico. Traducirnos semblante ateniéndonos a su vieja acepción castiza, derivada del verbo semblar, que significa parecer. Consúltese el Diccionario de autoridades, 1737, Edición Facsímil, Madrid, Gredos, 1979. [T.]
3 Lacan juega con el sentido etimológico de imbécil: débil, que necesita báculo o muleta para sostenerse. [T.]
4 Juego fundado en la homonimia: reste oublié, queda olvidado, y ce reste, ese resto. [T.]
5 Ou pire...: título del seminario de Lacan del año lectivo 1971-72- [T.]
6 Dit-mension: juego homofónico y ortográfico entre dimension (dimensión) y dit-mansion (dicho-mansión)- [T.]
* El filósofo se inscribe (en el sentido en que se dice de una circunferencia) en el discurso del amo. Hace en él de bufón. Eso no quiere decir que sea tonto; es hasta más que utilizable. Lean a Shakespeare.
Tampoco es eso decir, téngase en cuenta, que sepa lo que dice. El bufón de corte tiene un papel: el de ser quien hace las veces de la verdad. Puede hacerlo expresándose como un lenguaje, igual que el inconsciente. Que por ello esté, él, en la inconsciencia es secundario, lo importante es que alguien haga las veces. Así Hegel, aunque habla tan exactamente del lenguaje matemático como Bertrand Russell, no deja de fallar el tiro: pasa que Bertrand Russell está en el discurso de la ciencia.
Kojève, a quien considero mi maestro, por haberme iniciado en Hegel, tenía la misma parcialidad respecto de la matemática, pero es preciso decir que había llegado al tiempo de Russell, y que sólo filosofaba en virtud del discurso universitario bajo el cual se había cobijado, pero sabiendo perfectamente que su saber no funcionaba en él más que como semblante y tratándolo como tal: lo mostró en todas las formas habidas y por haber, entregando sus notas a quien podía sacarles beneficio y postumando su irrisión de toda la aventura.
Este desprecio, tan suyo, se sostenía en su discurso de partida que fue también a donde volvió: el alto funcionario sabe tratar a los bufones tan bien como a los demás, o sean como sujetos que son del soberano.
7 Juego homofónico y ortográfico entre midit (mediodicho), que es conjugado como verbo: tu médites (meditas) y je médis, donde juega con la homofonía con médire (mal decir, hablar mal). [T.]
8 Scilicet, No. 2/3, Paris, Editions du Seuil. [T.]
9 Juego homofónico y ortográfico entre n'y a, no hay (escrito en una sola palabra: nya) y nia, negó. [T.]
10 Reproducimos en castellano las condensaciones de escritura que hace Lacan, en este caso la de "este hábitat". [T.]
** Aquí se detiene lo que aparece a la vez en el memorial de Henri-Rousselle.
11 Lacan juega con la homofonía entre sembler (semblar, semejar) y s'embler, que condensa dos acepciones: sembrarse y atrincherarse. [T.]
12 Thomme: condensación de homme (hombre) con tomer, del griego temno, que significa cortar, tal como está presente en castellano en la palabra tomo, por ejemplo, o en anatomía. [T.]
13 Lacan escribe desgracia, en mala hora (malheur), del siguiente modo: mâle heur, macho de mí. [T.]
14 En francés moi-haut, literalmente yo-alto, sigue el juego con moi, yo, que forma parte de moitié, mitad. [T.]
15 Véase la nota 9. [T.]
16 Lacan escribe hommosexuel en lugar de homosexuel. Traducimos homosexual, destacando el primer componente (homo), que en este caso remite al latín homo-hominis y no al griego homo, que denota igualdad. En francés la doble m indica claramente homme, hombre. [T.]
17 Juego con el doble sentido de causer en francés, charlar y causar. [T.]
18 Sutor, ne supra crepidam: zapatero, no apuntes más alto que el calzado. [T.]
19 Juego con las sílabas iniciales en común entre évidence, evidencia, y évidement, vaciamiento [T.]
20 Alusión a la fábula de La Fontaine Le corbeau et le renard.[T.]
21 Juego homofónico y ortográfico entre au moins un, al menos uno, y hommoinzun, hombruno. [T.]
22 Condensación de fiction, ficción, y fixer, fijar. [T.]
23 En lugar de normale, normal, Lacan escribe norme mâle, norma macho. [T.]
24 Çasysent, escritura unificada de ça s'y sent, que es homófona con saissisant, sorprendente, atrapante, cautivante. [T.]
25 Lacan juega con progrès, progreso, y regret, lamento, palabra ésta que coloca donde podría haber ubicado regreso, retroceso, que no existe como término que pueda jugar aquí. [T.]
*** Espero que aquí se vea que la imputación de estructuralismo, entendida como comprensión del mundo, una más en el guignol con que nos representan la "historia literaria" (pues de eso se trata), a pesar del bulto de publicidad que me aportó, y bajo la forma más placentera puesto que estaba embarcado con la mejor compañía, acaso no es lo que más me satisface.
Y cada vez menos, diría, en la medida en que se impone una acepción cuya vulgata podría enunciarse diciendo que las carreteras se explican por conducir de una señal de guía Michelin a otra: "Y es por eso que su mapa está mudo".
26 S'oupirer, juego homofónico y ortográfico entre ou pire, o peor, y soupirer, suspirar, condensándose ambos vocablos. [T.]
27 Lacan juega con la homofonía de mots ravies, palabras encantadas, y Moravie, Moravia. [T.]
28 Palabra-gaveta, término popularizado a partir de Lewis Carroll. [T.]
29 Fenouillard, personaje de "La familia Fenouillard", historieta de fines de siglo pasado, muy popular en Francia, escrita por Armand Colin. El consejo al que alude Lacan es el siguiente: "Quand la borne est franchie il n'est plus de limites!" ¡Cuando se ha pasado la raya ya no hay límites!" [T.]
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