domingo, 10 de febrero de 2008
VACACIONES
Amigos: el blog cierra por vacaciones hasta la primera semana de marzo.
Nos reencontramos, entonces, luego de un merecido descanso.
Hasta la vuelta
PP
Nigel Rodgers y Mel Thompson "Locura filosofal "
A medio camino entre la biografía y el ensayo, entre la chismografía y el debate intelectual, los investigadores norteamericanos Nigel Rodgers y Mel Thompson recorren en Locura filosofal las excentricidades personales de pensadores emblemáticos como Nietzsche, Heidegger, Foucault y Sartre, entre otros.
Pensamiento y locura se encuentran dinámicamente asociados desde la antigüedad. De esta peligrosa "asociación lícita" trata este volumen que traza una serie de estampas biográficas que abordan desde un costado poco convencional las claves de la filosofía moderna. "Quien con monstruos lucha, cuídese de no convertirse a su vez en uno. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti", aseguró alguna vez Nietzsche, un alma que se sabe por lo menos atormentada. Desde un ofuscado y ególatra Ludwig Wittgenstein que amenaza a su colega Karl Popper con un atizador, hasta un eufórico Michel Foucault que recorre algunos de los saunas masoquistas más famosos de Estados Unidos, Locura filosofal exhibe los desvaríos y la excentricidad de los grandes filósofos de la modernidad. La obra, recién editada por el sello español Melusina, permite descubrir los bajos fondos de las estrellas de la filosofía y recordar que los grandes intelectuales son también hombres vulnerables y falibles. Las vidas de Rousseau, Schopenhauer, Nietzsche, Russell, Wittgenstein, Sartre y Foucault son detalladas con minucia por los autores, quienes pretenden demostrar cómo el propio comportamiento del filósofo -algunas veces incorrecto, otras, directamente demencial- guarda una estrecha relación con sus teorías. Los autores parecieran ampararse en una afirmación de Nietzsche para justificar el emprendimiento. "Toda gran filosofía es la confesión de su creador y una especie de memorias involuntarias", escribió el autor de Así habló Zarathustra. Su discípulo, Martín Heidegger también habilita los errores propios de los grandes pensadores al insinuar que "quien piensa en grande, en grande debe errar".
jueves, 7 de febrero de 2008
Muy recomendado: Georges-Henri Melenotte. "Sustancias del Imaginario"(Epeele, 2005)
El imaginario es poco considerado en nuestros días: lugar de la ilusión, de la falsedad, del engaño que extravía al sujeto en su búsqueda de la verdad. Este enfoque proviene de un análisis dominado por la sociología. El imaginario sería simplemente la imagen, sin que se prejuzgue sobre lo que ésta es.Así, se descuida el ternario lacaniano que articula de manera borromea imaginario, simbólico y real. Contra todo prejuicio peyorativo, Lacan establecía la equivalencia de las tres consistencias.Este libro se propone como ubicación de un momento particular de la experiencia lacaniana del imaginario, momento de crisis de la concepción original que Lacan introdujo en el campo freudiano con el estadio del espejo. George-Henri Melenotte estudia ese momento de viraje, con el despliegue de las salidas que Lacan intentó encontrarle.Se le propone al lector un recorrido en zigzag. El abordaje del imaginario pasa por el consumo de las sustancias, con demasiada frecuencia calificado como toxicomanía. Michaux, Foucault, Witkin se codean así con Freud y Lacan. Igualmente, Parmiggiani et Orlan son etapas de ese recorrido. Éste se cierra con un retorno a ciertos textos de Lacan sobre el estadio del espejo. Tras la invención del objeto (a), no solamente el esquema óptico desaparece progresivamente del horizonte, sino también las cualidades de la imagen. La fijeza deja su lugar a una imagen fluctuante cuya movilidad puede ir hasta formas extremas, e incluso imprevistas (el animal o el monstruo). En cuanto al Urbild, que le da a la imagen su valor de archivo, simplemente desaparece, con lo que paga su cuenta a la herencia junguiana, a la persistencia de la imago.
Aprovechen ahora, que se consigue con cierta facilidad en Buenos Aires. Precio aprox. $ 55.
Es excelente!!!
PP
miércoles, 6 de febrero de 2008
Michel Onfray. "Contrahistoria de la filosofía" (Volumenes I y II)
VOLUMEN 1. LA SABIDURÍA DE LA ANTIGÜEDAD
La tradición del idealismo se extiende desde Platón hasta Kant y Hegel, dominando la historia de la filosofía a lo largo de más de dos mil años. Para Onfray es tiempo de contar la contrahistoria de la filosofía, la que reivindica el cuerpo frente al alma, el hedonismo contra el ideal ascético, el goce de la vida y no la preparación para la muerte. La historia de una filosofía materialista, una tendencia poderosa entre los griegos que luego fuera silenciada por el idealismo. Los manuales de filosofía no tienen nada de objetivos: son instrumentos con los que «la historiografía toma el lugar de la guerra» para seguir imponiendo su línea dominante. Además, esta obra demuestra que esa contratradición tiene grandes maestros: cínicos como Aristipo de Cirene o Diógenes de Sinope, materialistas como Demócrito y el poeta Lucrecio, hedonistas como Epicuro y Filodemo de Gadara. A finales del siglo XIX, Nietzsche señaló el camino; a principios del XXI Onfray demuestra que éste es el momento de liberarse del idealismo y abrirse a la otra tradición, la del hedonismo y el cuerpo.
La tradición del idealismo se extiende desde Platón hasta Kant y Hegel, dominando la historia de la filosofía a lo largo de más de dos mil años. Para Onfray es tiempo de contar la contrahistoria de la filosofía, la que reivindica el cuerpo frente al alma, el hedonismo contra el ideal ascético, el goce de la vida y no la preparación para la muerte. La historia de una filosofía materialista, una tendencia poderosa entre los griegos que luego fuera silenciada por el idealismo. Los manuales de filosofía no tienen nada de objetivos: son instrumentos con los que «la historiografía toma el lugar de la guerra» para seguir imponiendo su línea dominante. Además, esta obra demuestra que esa contratradición tiene grandes maestros: cínicos como Aristipo de Cirene o Diógenes de Sinope, materialistas como Demócrito y el poeta Lucrecio, hedonistas como Epicuro y Filodemo de Gadara. A finales del siglo XIX, Nietzsche señaló el camino; a principios del XXI Onfray demuestra que éste es el momento de liberarse del idealismo y abrirse a la otra tradición, la del hedonismo y el cuerpo.
VOLUMEN 2: EL CRISTIANISMO HEDONISTA
Onfray se pregunta por qué el idealismo ha triunfado sobre cualquier corriente materialista, por qué toda forma de goce es asociada al pecado –incluso desde una perspectiva laica– y a la culpa. Onfray revisa la historia entera de la filosofía y muestra que existe otra tradición en la que el hedonismo no representa el vicio sino la virtud. El gnosticismo licencioso, practicado por una rama de los seguidores de Plotino, opone al ascetismo platóni-co practicado por los cristianos una consideración del mundo material como sede y posibilidad del saber verdadero, no como una carga o una diabólica tentación. Más tardíamente, Simón el Mago, Heilwige de Bratislava o Lorenzo Valla (creador del cristianismo epicúreo) también se unirán a esta troupe de santos heréticos y contemplativos voluptuosos. No hay otro pensador capaz de inquietarnos y enseñarnos tanto como Onfray.
martes, 5 de febrero de 2008
Pablo Amster. "La matemática condensa todas las incertidumbres del ser humano"
El libro de la naturaleza está escrito en caracteres matemáticos, afirmó Galileo. Ya antes, en la antigüedad griega se había concebido las relaciones numéricas como esencias que la apariencia esconde. La religión, la ciencia y la estética se nutren de la matemática. Mientras tanto, una mala pedagogía suele dificultar el acceso placentero al mundo de los números y las formas puras.
Pablo Amster trabaja en dos dimensiones. Por un lado es un investigador especializado y, por el otro, cuenta en sus libros para un público masivo cómo se puede descubrir la belleza del universo matemático.
Para ver el resto de la nota, haga click aquí.
Pablo Amster trabaja en dos dimensiones. Por un lado es un investigador especializado y, por el otro, cuenta en sus libros para un público masivo cómo se puede descubrir la belleza del universo matemático.
Para ver el resto de la nota, haga click aquí.
lunes, 4 de febrero de 2008
sábado, 2 de febrero de 2008
Gabriel Lombardi, "El manejo del tiempo"
¿Qué es el tiempo? A decir verdad, no lo sabemos, desliza entre los dedos de nuestra aprehensión conceptual. ¿Existe? ¿Quién no ha soñado con la eternidad, con permanecer siempre igual, al margen del cambio? ¿Qué analizante no siente a menudo que siempre es el mismo, que el tiempo no pasa? “La ausencia de tiempo es un sueño, se llama eternidad. Uno pasa su tiempo soñando, y no soñamos solamente cuando dormimos. El inconsciente es exactamente esa hipótesis: que no soñamos solamente cuando dormimos”, dice Lacan en su seminario titulado sin embargo El momento de concluir.
En las neurosis encontramos diversas formas de encubrir el tiempo, de perderlo haciendo como que no existe: la distracción — matar el tiempo -, la programación, el aburrimiento, la anticipación morosa del obsesivo, el demasiado pronto histérico, el demasiado tarde melancólico, la cita y el desencuentro, la urgencia subjetiva desorientada, el tomar la angustia como motivo de huída.
Aunque la finitud del tiempo es un tema instalado, mediático incluso, el neurótico habla de sí de un modo impersonal, que se opone igualmente a la sorpresa y a la determinación. La muerte llega seguramente, dice, pero no por ahora. Con este “pero…”, escribe Heidegger, le quita uno a la muerte toda certeza. Todos los hombres son mortales, sí, pero yo no estoy seguro de nada. A esa forma del uno corresponde la inactividad, el pasatiempo, el desinterés, incluso el “inactivo pensar en la muerte”. Es una lástima, dice Heidegger, porque hay en la muerte un irreferente, un absoluto, un “precursar” que singulariza. La muerte no se limita a “pertenecer” indiferentemente al “ser ahí” particular, sino que reivindica a éste en lo que tiene de singular (Heidegger, Sein und Zeit, §53).
Esta lección del filósofo no conmueve al neurótico en su sueño de eternidad. ¿Puede hacerlo un psicoanálisis? Si lo hace, si logra promover en el analizante un pasaje de la eternidad a la finitud antes de que se termine su vida, no es por la senda del filósofo. El psicoanálisis no es un memento mori, no repetimos en la oreja del paciente: “recuerda que has de morir”, como se decía al general romano en su hora de gloria.
¿Cómo se introduce, en la clínica y en la práctica psicoanalítica, lo que el tiempo tiene de real? Por la renovación de la experiencia ya vivida de la discontinuidad temporal, que marca un antes y un después, revelando el aspecto más real del tiempo: la imposibilidad de desandarlo. Las fantasías de algunos teóricos de la física y las lecturas relativistas de muchos psicoanalistas no deberían engañarnos sobre este punto: para nosotros, en tanto seres capaces de elección, lo real del tiempo es su irreversibilidad. Hay palabras, hay actos, hay elecciones que establecen un antes y un después. Los resultados de Alan Turing son en este punto concluyentes: una máquina automática puede ser teletransportada, y su tiempo cambiado, rebobinado por una decisión exterior; pero no un ser capaz de elección.
Para el parlêtre el tiempo tiene una coordenada real, la discontinuidad temporal irreversible, y su aproximación conlleva un presentimiento, un afecto propio que se llama angustia. La angustia anuncia y prepara la renovación de ese momento; su certeza, su carácter de pre-acto señalado por Freud (“Erganzung zur Angst”, en Hemmung, Symptom und Angst), hacen de ella un indicador temporal fundamental, del que el neurótico, lamentablemente, ignora el empleo.
La experiencia de la discontinuidad temporal irreversible abarca varios conceptos en psicoanálisis: el trauma, la castración, la separación, el acto. De cada uno de ellos podemos decir diferentemente que nos afectan en tanto sujeto, o que en ellos nuestro ser juega su partida, su realización, su destino. Esa discontinuidad irreversible podemos padecerla (bajo la forma de la repetición como síntoma), pero también podemos intervenir en su producción, en acto, sin más dilación. Entre el sujeto a destiempo de la neurosis, y el ser en el tiempo — el ser en acto - el psicoanálisis se ubica como una invitación y una espera activa del advenimiento de ese ser, que permite ubicar “el resorte verdadero y último de la transferencia en su relación con el deseo del psicoanalista”, como una relación esencialmente ligada al tiempo y a su manejo (Lacan, Écrits, p. 844).
“Manejar el tiempo”, suena pretencioso. Y sin embargo, mientras hay tiempo, su manejo depende de nosotros. Por más reducido que sea el margen de elección que nos queda, allí está nuestro deseo, en ese lapso limitado por el acto como renovación del trauma original que marca el cuerpo, y la muerte que borra cuerpo y marca y goce. Por eso en psicoanálisis no tratamos tanto al neurótico solamente como “ser relativamente a la muerte”, más bien como “ser relativamente al acto”.
En las neurosis encontramos diversas formas de encubrir el tiempo, de perderlo haciendo como que no existe: la distracción — matar el tiempo -, la programación, el aburrimiento, la anticipación morosa del obsesivo, el demasiado pronto histérico, el demasiado tarde melancólico, la cita y el desencuentro, la urgencia subjetiva desorientada, el tomar la angustia como motivo de huída.
Aunque la finitud del tiempo es un tema instalado, mediático incluso, el neurótico habla de sí de un modo impersonal, que se opone igualmente a la sorpresa y a la determinación. La muerte llega seguramente, dice, pero no por ahora. Con este “pero…”, escribe Heidegger, le quita uno a la muerte toda certeza. Todos los hombres son mortales, sí, pero yo no estoy seguro de nada. A esa forma del uno corresponde la inactividad, el pasatiempo, el desinterés, incluso el “inactivo pensar en la muerte”. Es una lástima, dice Heidegger, porque hay en la muerte un irreferente, un absoluto, un “precursar” que singulariza. La muerte no se limita a “pertenecer” indiferentemente al “ser ahí” particular, sino que reivindica a éste en lo que tiene de singular (Heidegger, Sein und Zeit, §53).
Esta lección del filósofo no conmueve al neurótico en su sueño de eternidad. ¿Puede hacerlo un psicoanálisis? Si lo hace, si logra promover en el analizante un pasaje de la eternidad a la finitud antes de que se termine su vida, no es por la senda del filósofo. El psicoanálisis no es un memento mori, no repetimos en la oreja del paciente: “recuerda que has de morir”, como se decía al general romano en su hora de gloria.
¿Cómo se introduce, en la clínica y en la práctica psicoanalítica, lo que el tiempo tiene de real? Por la renovación de la experiencia ya vivida de la discontinuidad temporal, que marca un antes y un después, revelando el aspecto más real del tiempo: la imposibilidad de desandarlo. Las fantasías de algunos teóricos de la física y las lecturas relativistas de muchos psicoanalistas no deberían engañarnos sobre este punto: para nosotros, en tanto seres capaces de elección, lo real del tiempo es su irreversibilidad. Hay palabras, hay actos, hay elecciones que establecen un antes y un después. Los resultados de Alan Turing son en este punto concluyentes: una máquina automática puede ser teletransportada, y su tiempo cambiado, rebobinado por una decisión exterior; pero no un ser capaz de elección.
Para el parlêtre el tiempo tiene una coordenada real, la discontinuidad temporal irreversible, y su aproximación conlleva un presentimiento, un afecto propio que se llama angustia. La angustia anuncia y prepara la renovación de ese momento; su certeza, su carácter de pre-acto señalado por Freud (“Erganzung zur Angst”, en Hemmung, Symptom und Angst), hacen de ella un indicador temporal fundamental, del que el neurótico, lamentablemente, ignora el empleo.
La experiencia de la discontinuidad temporal irreversible abarca varios conceptos en psicoanálisis: el trauma, la castración, la separación, el acto. De cada uno de ellos podemos decir diferentemente que nos afectan en tanto sujeto, o que en ellos nuestro ser juega su partida, su realización, su destino. Esa discontinuidad irreversible podemos padecerla (bajo la forma de la repetición como síntoma), pero también podemos intervenir en su producción, en acto, sin más dilación. Entre el sujeto a destiempo de la neurosis, y el ser en el tiempo — el ser en acto - el psicoanálisis se ubica como una invitación y una espera activa del advenimiento de ese ser, que permite ubicar “el resorte verdadero y último de la transferencia en su relación con el deseo del psicoanalista”, como una relación esencialmente ligada al tiempo y a su manejo (Lacan, Écrits, p. 844).
“Manejar el tiempo”, suena pretencioso. Y sin embargo, mientras hay tiempo, su manejo depende de nosotros. Por más reducido que sea el margen de elección que nos queda, allí está nuestro deseo, en ese lapso limitado por el acto como renovación del trauma original que marca el cuerpo, y la muerte que borra cuerpo y marca y goce. Por eso en psicoanálisis no tratamos tanto al neurótico solamente como “ser relativamente a la muerte”, más bien como “ser relativamente al acto”.
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