En el capítulo XVI del seminario La Transferencia, “Psique y el complejo de castración” (pp. 253-267), Jacques Lacan comenta y analiza el cuadro Psyche sorprende Amore, “un cuadro de un tal Zucchi” (1547-1590), que presenta “la escena clásica de Psique alzando su pequeña lámpara sobre Eros, que desde hace bastante tiempo es su amante nocturno y nunca percibido”.
Lacan hace circular entre su público dos reproducciones del cuadro junto a un boceto de André Masson, y se apoya en el relato del mito tal como se encuentra en El asno de oro de Apuleyo, “un texto muy exaltante”, ya que su hipótesis es que Zucchi ha tomado de ese texto la originalidad del momento de la escena que pinta en el cuadro.
Psique, quien goza del amor de Eros, asaltada por la curiosidad de ver a su amante y empujada por la pérfida intervención de sus hermanas a violar la promesa de nunca proyectar una luz sobre Eros, no puede evitarlo, se presenta armada ante el dios con una tajadera, y allí comienzan sus desgracias.
Lacan al mismo tiempo analiza la composición formal de la pintura: “Por otra parte, advertirán ustedes lo que se proyecta aquí significativamente como una flor, el ramo del que ésta forma parte y el florero donde se inserta. Verán ustedes que, de una forma muy intensa, muy marcada, esta flor es propiamente hablando el centro mental visual del cuadro. En efecto, el ramo y la flor aparecen en primer plano y se ven a contraluz, o sea que esto constituye una masa negra, tratada de tal forma que le da al cuadro ese carácter llamado manierista. El conjunto está dibujado de una forma extremadamente refinada.” Destaca que la luz que alcanza los muslos y el vientre de Eros envuelve desde atrás el ramo de flores que señala de modo preciso el falo de Eros. Un trazo luminoso parte de la lámpara hasta el hombro de Eros, y “la oblicuidad de este mismo trazo no permite pensar que se trate de esa lágrima de aceite, sino de un rayo de luz.”
No se trata, dice Lacan, de la representación del tema de la amenaza de castración en la coyuntura amorosa. Tampoco de las relaciones entre el hombre y la mujer, “sino de las relaciones del alma con el deseo”.
La minuciosa composición, la intensidad de la imagen aislada, la intuición del pintor retratan ese momento decisivo que Freud sitúa en el complejo de castración, y agrega Lacan, “en su paradoja”. Si el mito tiene un sentido, es que Psique empieza a vivir como “sujeto de un pathos que es propiamente hablando el del alma –sólo en el momento en que el deseo que la ha colmado se escapa y huye de ella. Desde ese momento empiezan las aventuras de Psique.” Eros desaparece ante la curiosidad de Psique.
La paradoja del complejo de castración consiste en que allí donde se espera la conjunción entre la demanda del sujeto y lo que le corresponde en el deseo del Otro, se produce un splitting, una diferencia por la cual el Otro se escapa, y “de hecho nunca puede ser aceptado en su ritmo, que es al mismo tiempo su huir.”
El centro del cuadro –el florero- y la imagen compuesta de Eros –figura de niño, cuerpo miguelangelesco- en contraste con la imagen erecta de Psique dan cuenta del lugar del falo: “Espero que hayan advertido en el cuadro las flores que se encuentran ahí, delante del sexo de Eros. Precisamente están marcadas por una tal abundancia para que se pueda ver que detrás no hay nada. No hay lugar literalmente para ningún sexo. Lo que psique está a punto de cortar ha desaparecido ya ante ella.”
La pintura muestra entonces el momento de la elisión del falo, la operatoria del significante “gracias a la cual sólo queda el signo de la ausencia”. El falo como significante suple el lugar donde en el Otro desaparece la significancia, igualándose al lugar del sujeto, que se sitúa como un significante en menos o bien bajo el significante que lo escamotea. La experiencia analítica revela que el sujeto prefiere guardarse el deseo en el bolsillo para conservar su símbolo: el falo.
La historia de Psique involucra también a Venus Afrodita, madre de Eros. Lacan subraya de Apuleyo la fase anterior al momento-Zucchi, en el que está la felicidad de Psique, y la calamidad de ser considerada tan bella como Venus. Psique “es expuesta en la cima de un peñasco –otra forma del mito de Andrómeda- a un monstruo que deberá hacerse con ella. De hecho, éste resulta ser Eros, al que Venus le ha encargado la entrega de psique a aquel de quien debe ser víctima. Seducido por aquella contra quien lo ha enviado su madre para llevar a cabo sus crueles órdenes, la rapta y la instala en ese lugar profundamente escondido, donde ella goza, en suma, de la felicidad de los dioses”. Lacan encuentra también en las pinturas de Rafael en el palacio de la Farnesina el despliegue del texto de Apuleyo.
Venus será evocada en el capítulo final del seminario: “El analista y su duelo”, de la mano de otro pintor, Boticelli, “una imagen que se erige en el acmé de la fascinación del deseo” para enseñar que “allí donde suponemos simbólicamente el falo es precisamente donde no está”. La imagen de Venus emergiendo con su cuerpo deslumbrante “es investido por las ondas libidinales que provienen de donde ha sido retirado, o sea, del fundamento, por así decir, narcisista, del que se extrae todo lo que formará la estructura objetal”. Lo que constituye el atractivo (Triebregung) en el deseo “tiene su sede en el resto, al cual le corresponde en la imagen aquel espejismo por el que dicha imagen es identificada precisamente con la parte que le falta y cuya presencia invisible le aporta a lo que se llama belleza su brillo.”
REFERENCIAS.
Apuleyo, Las Metamorfosis o El asno de oro, Madrid, Gredos, pp. 146-167
Jacques Lacan, La transferencia, Paidós, 2003, pp. 429-430