lunes, 31 de agosto de 2009

IVAN ALVAREZ. "¿Qué es un síntoma en la clínica psicoanalítica con niños" (en El Sigma)


Primera cuestión: ¿qué es un síntoma?
Para comenzar, me interesa plantear la diferencia entre el síntoma médico y el síntoma psicoanalítico.
El síntoma, en el sentido médico, es una señal, un signo de que algo está funcionando mal en la máquina orgánica llamada “cuerpo”. Es un indicio de cierto desarreglo en algún sector del organismo que debe ser solucionado. No hay apelación a ningún tipo de singularidad o subjetividad en dicho padecer.


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sábado, 29 de agosto de 2009

ALAIN BADIOU. "Las afinidades intelectuales" (anticipo de "Pequeño panteón portátil", nuevo libro del autor)

Celebraremos aquí, al modo antiguo, la celebración que los maestros vivos hacen de los maestros muertos. Al hacerlo, infringiremos dos veces la regla de nuestras sociedades rápidas, que hacen un culto de una desenvoltura supuestamente entendida. Porque ahora olvidamos a los muertos lo más velozmente posible, apurados como estamos por sobrevivir blandamente, y nos mofamos de los maestros [...].
Georges Canguilhem fue -y por lo tanto sigue siendo, pues una inscripción como ésa es irrevocable- el maestro fuerte y discreto de mi generación filosófica. ¿Por qué este especialista en historia de las ciencias de la vida ejerció ese magisterio universitario incluso habiendo llegado a lo más alto de su pensamiento infinitamente preciso? Porque sin duda la concepción que tenía del rigor intelectual se extendía, por un lado, hasta la consideración minuciosa de la historia de los conceptos y, por el otro, a la lógica pura de los compromisos. De modo que Canguilhem, adhiriendo a la concepción de una universidad liberal perenne, más inclinado que nadie a discernir lo que vale la pena de lo que no es más que apariencia, recubre con su atención, más allá de los saberes especiales en los que sobresale con una excelencia casi olvidada, todo lo que combina el sentido articulado de la historia y la ética de la acción.
Así fue como hubo una suerte de influencia electiva que hizo de Georges Canguilhem el maestro de una multitud de jóvenes filósofos muy dispares, cuyos destinos se fueron alejando, tanto de ellos mismos como de él, sobre todo cuando llegó Mayo del 68 y derribó irreversiblemente el edificio universitario que funcionaba como medio de propagación de este tipo de docencia y al que él, como es justo, insistía en guardar fidelidad.
Uno podría suponer dos cosas:
En primer lugar, que Canguilhem ya es un gran clásico, representado en sus obras, todas construidas mediante lentas consecuciones de artículos cruciales en los que se continúa -¿se termina?- la alta tradición nacional de una epistemología apoyada en el examen histórico de la genealogía de los conceptos, de las rupturas del campo en que esos conceptos se ejercen, de los conflictos de interpretación, de las fusiones de campos de saber. Canguilhem es, pues, para las ciencias de la vida, lo que Koyré y Bachelard son para la física; lo que Jean Cavaillès y Albert Lautman, miembros de la Resistencia asesinados por los nazis, empezaban a ser para la matemática.
En segundo lugar, podría suponerse que la función subjetiva de maestro que Canguilhem representaba es intrasmisible [...], ya que [...] no se han mantenido las condiciones institucionales y de pensamiento que ataban esa función a nuestra avidez múltiple de conocimiento entre 1950 y 1967.
Ahora bien: pienso que el opúsculo titulado "Vida y muerte de Jean Cavaillès" -precisamente porque no está escrito en un registro científico, y porque se propone, con áspera simplicidad, rendir homenaje a un filósofo resistente asesinado- puede comunicar a los de otra época parte del secreto perdido de los maestros.
Ese folleto reúne tres textos de un género cuyo desuso republicano sólo puede confundir a quienes consienten de antemano la pérdida, la barbarie del tiempo: la conmemoración oficial de un gran muerto.
Mao Tse Tung no tenía esas ironías modernas; él sostenía que "cuando muera alguien de nuestras filas que haya realizado un trabajo útil, sea cocinero o soldado, efectuaremos sus funerales y una reunión para honrar su memoria". [...]
Ahí tenemos [...] una conmemoración en la Sorbona (1974). Allí Canguilhem resume la vida de Jean Cavaillès: filósofo y matemático, profesor de lógica, cofundador del movimiento de resistencia "Libération-Sud", fundador de la red de acción militar Cohors, detenido en 1942, fugado, detenido de nuevo en 1943, torturado y fusilado. Descubierto en una fosa común, en un rincón de la ciudadela de Arras, bautizado en su momento como "Desconocido nº 5".
Pero lo que Canguilhem intenta restituir va más allá de la evidente designación del héroe ("Un filósofo matemático cargado de explosivos, un lúcido temerario, un hombre resuelto sin optimismo. Si eso no es un héroe, ¿qué es un héroe?"). Fiel, en el fondo, a su método, la localización de coherencias, Canguilhem intenta descifrar lo que funciona como pasaje entre la filosofía de Cavaillès, su compromiso y su muerte.
Es cierto que es un aparente enigma, ya que Cavaillès trabajaba, lejos de la teoría política o del existencialismo comprometido, sobre la matemática pura. Y que, además, pensaba que la filosofía de la matemática debía desentenderse de toda referencia a un sujeto matemático constituyente para examinar la necesidad interna de las nociones. [...].
Es justamente en esa exigencia de rigor, en ese culto instruido a la necesidad, donde Canguilhem ve la unidad entre el compromiso de Cavaillès y su práctica de lógico. Porque, en la escuela de Spinoza, Cavaillès quería de-subjetivar el conocimiento; en el mismo gesto consideró la Resistencia como una necesidad ineluctable [...]. Así, en 1943 declaraba:
Soy spinoziano, creo que en todas partes captamos lo necesario. Necesarios son los encadenamientos de los matemáticos, necesarias incluso las etapas de la ciencia matemática, necesaria también esta lucha que llevamos adelante.
Así fue como Cavaillès, despojado de toda referencia a su propia persona, practicó las formas extremas de la Resistencia, hasta llegar a ponerse el mameluco de trabajo en la base de submarinos de la Kriegsmarine en Lorient, como quien hace ciencia, con una tenacidad sin énfasis, en la que la muerte no era más que una eventual conclusión neutra, pues, como afirma Spinoza, "El hombre libre en ninguna cosa piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida".
Como dice Canguilhem: "Cavaillès fue resistente por lógica ". Y esa afirmación es tanto más fuerte en la medida en que se supone que Canguilhem -que en este punto ha guardado silencio pero que, según se supo a su pesar, estuvo comprometido en la Resistencia- lo fue, en una medida u otra, según el mismo principio.
Respecto de esto, él puede ignorar legítimamente a aquellos que, aunque son filósofos de la persona, de la moral, de la conciencia, "no hablan mucho de ellos mismos sólo porque ellos son los únicos que pueden hablar de su resistencia, a tal punto fue discreta".
Sin duda queda bastante a la vista por qué Georges Canguilhem está en condiciones de representar para nosotros la autenticidad filosófica. Aquí no se trata de política [...] sino de aquello que la hace universalmente posible y que es la poca atención que uno está dispuesto a prestarse a sí mismo si una causa histórica innegable requiere que uno se aboque a ella, en cuyo defecto uno sacrifica, más allá de su dignidad, toda ética, y finalmente, en efecto, toda lógica, es decir todo pensamiento. [...]
Es, pues, justo y oportuno honrar a Canguilhem que honra a Cavaillès, y estarles agradecidos, dado que -para citar una vez más a Spinoza- "sólo los hombres libres son muy agradecidos unos con otros".

[Traducción de Mariana Saúl, con la colaboración de Florencia Giménez Zapiola]

miércoles, 26 de agosto de 2009

MICHEL FOUCAULT. "La verdad y las formas jurídicas"

Estas cinco conferencias dictadas por Foucault en la Universidad Católica de Río de Janeiro en 1973, desarrollan las tesis básicas de la que después seríauna obra capital en su bibliografía: Vigilar y castigar, donde se examina el nacimiento de la prisión y las estrategias de poder y vigilancia en la sociedad moderna. Partiendo de una idea originalmente expuesta por Nietszche, Foucault compone, pasando por las formas de establecer la verdad en la Grecia clásica, la indagación del medioevo y la apropiación de la función judicial por el Estado moderno, una verdadera genealogía del poder como la imbricación íntima, oscura y eficaz que ha modelado la totalidad de las relaciones sociales de nuestra época.
Para bajar las conferencias, hacé click aquí.

Suspensión de las actividades de Guy Le Gaufey en Buenos Aires

martes, 25 de agosto de 2009

Colette Soler. "LACAN, l'inconscient réinventé" (PUF, Paris, 2009)

El libro interroga qué conduce a Jacques Lacan, conocido por su fórmula del “inconsciente estructurado como un lenguaje” y por lo tanto simbólico, a proponer finalmente la noción del “inconsciente real”, de la que deduce consecuencias para la práctica del psicoanálisis y la clínica que construye. El libro interroga la trayectoria de la enseñanza de Lacan que lo lleva de una noción a otra. Lacan despeja lo que la funda: las cuestiones analíticas dejadas en espera a cada paso, concretamente en torno de ese objeto mayor del análisis que es el síntoma. También despliega las modificaciones implicadas “en cascada” por la consideración de lo que no es simbólico, las que tocan el conjunto de la teoría y de la práctica del psicoanálisis: revisión del concepto de sujeto del inconsciente, de las formaciones llamadas del inconsciente (sueños, lapsus, actos fallidos, etc.), de la función de la transferencia, de la clínica del síntoma, del goce y de los afectos, de la función del Padre, del objeto de una cura analítica orientada hacia lo real, de su tempo, de su fin, sin olvidar... las cuestiones de la institución analítica.

JACQUES LACAN. "La psychanalyse et son enseignement" (23 de febrero de 1957) Versión completa

El 23 de febrero de 1957, Lacan presentó ante la Sociedad Francesa de Filosofía su comunicación titulada "La psychanalyse et son enseignement" (El psicoanálisis y su enseñanza).
El texto fue posteriormente incluido en los Escritos de 1966, con modificaciones y sin la discusión posterior.
El texto que presento aquí es el correspondiente al Bulletin de la Société Française de Philosophie, tomo XLIX, 1957, pp.65-85. Como tal, es la versión oral (previa a la corrección para los Escritos) e incluye toda la discusión posterior.
Para descargar el texto completo en formato *pdf. hacé click acá.

lunes, 24 de agosto de 2009

El día del lector

A 110 años del nacimiento de Jorge Luis Borges, Buenos Aires celebrará hoy el Día del Lector con narraciones de textos y presentaciones de libros vinculados al autor de El Aleph. Los festejos arrancarán a las 15 en la Biblioteca Ricardo Güiraldes (Talcahuano 1261) con un espectáculo de narraciones a cargo de Maite Escudero y basado en una selección de textos de Borges. También se destaca la proyección de Un tranvía llamado Deseo, de Elia Kazan, que será mañana a las 14 en la Biblioteca José Mármol (Juramento 2937). Las actividades gratuitas se extenderán durante toda la semana con reconocimientos a Julio Cortázar, Eduardo Galeano y Juan Gelman, entre otros.

Jacques Lacan. Seminario sobre "El hombre de los lobos" (1952-1953)

Para descargar el seminario completo (en español) en formato Word,

sábado, 22 de agosto de 2009

Actividades de Pablo Peusner en Córdoba (septiembre de 2009)

CONFERENCIA EN EL HOSPITAL NACIONAL DE CLÍNICAS


SEMINARIO ORGANIZADO POR LA FUNDACIÓN OTIUM
Y EL EQUIPO EFFAP

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jueves, 20 de agosto de 2009

BEATRIZ JANIN. "El chico rotulado y el niño ideal" (Pagina 12/Psicología)

Solemos pensar la infancia desde la idea que hemos construido, a lo largo de la propia vida, sobre lo que es un niño: representación forjada en base a la conjunción de lo que nos han transmitido, de las propias vivencias y de lo que la sociedad propone como modelo de niño. Pero esta representación de lo que se supone que debe ser un niño, de los niños ideales, choca contra los niños reales, de verdad, con los que nos encontramos cotidianamente. Y esto trae dificultades.
Un niño, en principio, es un sujeto en constitución que es parte de un mundo familiar, escolar, social. Y hay diferentes culturas, y diferentes espacios para el niño en cada cultura. Hoy existe una exigencia desmedida en relación a qué debería hacer todo sujeto en los primeros años de su vida. Así, se supone que debe poder incluirse en una institución a los dos años, debe aprender a leer y a escribir antes del ingreso a primer grado, debe soportar ocho horas de escolaridad a los seis años (a veces antes) y debe estar gran parte de esas horas quieto, atento y respetando normas.
Y no hay tiempo de juego. Suele haber espacios reglados para el juego, en momentos y espacios delimitados, pero no para jugar, libremente, solo o con quien se quiera jugar, sin adultos que reglen esa actividad.
Frente a esto son muchas las situaciones en las que los niños rompen lo esperable, rompen con ese ideal de niño.
Por otro lado, me parece que, en la época actual –que no es seguramente peor que otras pero tiene características específicas–, solemos lanzar a los niños a una excitación excesiva, sin sostén y sin posibilidades de metabolizar a través del juego lo que les pasa.
Esto determina ciertos funcionamientos que aparecen como patológicos y que no pueden pensarse sin tener en cuenta las condiciones familiares y sociales que los producen. Así, ¿cómo entender que un niño repita las palabras de la televisión mucho antes que las de sus padres? ¿O que sean tantos los niños sobreexcitados, que hablan de sexo en términos pornográficos, aludiendo a imágenes vistas en Internet? ¿Cómo pensarlo sin tener en cuenta el exceso de “pantallas” en reemplazo a vínculos con otros?
Esto, en un mundo en el que los adultos también nos sentimos muy presionados, exigidos en exceso. Así, padres y docentes suelen suponerse fracasados si los hijos o los alumnos no cumplen con aquello que la sociedad demanda.
Hay una especie de enjuiciamiento mutuo, en el que tanto padres como maestros se suponen juzgados por el rendimiento del niño en la escuela. Se podría decir que el narcisismo de los padres y de los maestros se sostiene en el éxito de los hijos o alumnos, a la vez que éstos constituyen su imagen de sí en el vínculo con esos adultos. Así, el fracaso escolar de un niño sea vivido como un terremoto que no deja nada en pie, en tanto es un golpe también para padres y maestros.
Lo que prima es la idea de exclusión social y de un futuro incierto. Frente a esto, suele aparecer la necesidad de resolver todo rápidamente, sin dar lugar a la duda. Ese niño debe acomodarse, ya, a lo que se espera de él, de modo que todos recuperemos la tranquilidad perdida.


“Trastorno generalizado”

Un niño está triste. Llora permanentemente, en la casa y en la escuela. Los padres se desesperan. Un profesional dice: “Es una depresión, hay que medicar”. Los padres dudan y hacen otra consulta. El niño quiere hablar. Cuando se lo escucha, manifiesta el temor a crecer y a separarse de los padres. Y, cuando revisamos su historia y hablamos de sus sueños, empieza a pensar salidas posibles, y deja de llorar todo el día. ¿Qué hubiese pasado si se lo medicaba rápidamente? ¿Cuántas cuestiones hubiesen quedado obturadas, sin resolver? ¿Qué dependencia hubiésemos creado y a qué lugar de niño problema (diferente del de un niño que presenta problemas en ese momento) lo hubiésemos encadenado?
En la niñez, un sujeto se va constituyendo como tal. Es una época de apertura de caminos y también de armado de repeticiones. Las identificaciones, los deseos, las normas y prohibiciones internas y los modelos se constituyen en esta etapa. Pero esa estructuración se da en relación a otros, que son los que libidinizan, otorgan modelos identificatorios, transmiten normas e ideales. Y son los que le devuelven al niño, como un espejo, una imagen de sí. Esta imagen constituye un soporte fundamental frente a los avatares de la vida. La posibilidad de quererse a uno mismo, de valorarse, tiene como fuente esa representación de nosotros mismos que nos fue otorgada durante los primeros años.
Esto hace muy necesario plantearse la responsabilidad que tenemos todos los que trabajamos con niños. Responsabilidad que se acrecienta cuando somos los que diagnosticamos, porque ¿cómo constituir el narcisismo si se ha puesto un sello invalidante?, ¿cómo sentirse valioso si se es rotulado y clasificado como portador de un “síndrome”? ¿Cómo investir libidinalmente el mundo y a sí mismo desde ese lugar de “menos”? ¿Cómo podrán los padres mirar a ese niño si lo que les devuelven es que es un “déficit de...” o un “trastorno generalizado...” o algún otro “trastorno”? En lugar de la esperanza, en lugar de ser alguien que va desplegando potencialidades, se es deficitario de entrada.
Y esto no impide reconocer que hay niños que presentan, tempranamente, problemas, algunas veces severos. Pero es muy diferente plantear que un niño tiene tales posibilidades y que, además, tiene tales conflictos, que pueden ir superándose, a sostener que fue y será siempre así.
Por ejemplo: Un niño de diez años es traído a tratamiento con el diagnóstico de ADHD (sigla en inglés para “trastorno por déficit de atención con hiperactividad”). Los padres lo describen como “insoportable”, tanto en la escuela como en la casa. En el transcurso de la entrevista, me cuentan que fue adoptado a los cinco años, que hasta los dos vivió con su mamá y que a partir de allí estuvo en una institución. Pero, dicen, no se muestra agradecido sino desafiante, enojado con el mundo. Si un niño que fue separado de sus padres biológicos por maltrato, que pasó varios años institucionalizado, está peleado con el mundo, ¿será por un problema neurológico? ¿O habrá que ayudarlo a elaborar todo lo vivido impensable, esas marcas, vacíos, silencios, las huellas del dolor que dejó en él su historia? Y deberá entenderse que “ser agradecido” no es un don con el que se nace, sino resultado de un recorrido.
Es fundamental que se consulte tempranamente cuando un niño presenta dificultades, porque el trabajo en los primeros años de la vida puede impedir años de sufrimiento. Pero, también, el profesional que es consultado por un niño pequeño deberá tener en cuenta que los niños cambian, crecen, que un niño es un sujeto marcado por el contexto. Así, pueden abrirse caminos novedosos si se propician modificaciones tanto en el niño como en el entorno. He visto niños que no hablaban a los cuatro años y que no podían aprender a leer y a escribir a los seis y que a los catorce años –luego de años de tratamiento psicológico– tienen una vida social e intelectual semejante a la de cualquier niño (con algún año de retraso escolar en relación con la media o con dificultades puntuales, que también podrán ir variando).
René Kaës dice: “El grupo que nos precede, en particular algunos de sus miembros que son para el infans sus representantes, este grupo nos sostiene y nos mantiene en una matriz de investiduras y de cuidados, predispone signos de reconocimiento y de convocación, asigna lugares, presenta objetos, ofrece medios de protección y de ataque, traza vías de cumplimiento, señala límites, enuncia prohibiciones”. (Transmisión de la vida psíquica entre generaciones, ed. Amorrortu, 1996.) Nadie se constituye como sujeto de un modo aislado, sino en el intercambio con otros que lo libidinizan, le transmiten normas e ideales, le dan modelos de identificación. Y si esos otros suponen que aquel que tendría que cumplir sus sueños es portador de un déficit, este golpe narcisista marcará el vínculo, el modo en que ese niño será mirado, las palabras y silencios que le serán dirigidos. Se pensará ya tempranamente en él como un discapacitado, mucho antes de darle tiempo a desplegar posibilidades.
Esto es particularmente difícil en una sociedad que tiende a mostrar el futuro como temible. En tanto los adultos estamos angustiados y temerosos en relación con el futuro (lo cual se acrecienta con la actual crisis mundial), les transmitimos a los niños las propias sensaciones de desvalimiento e incertidumbre.
Así, se les sugiere a los niños que, cuando sean grandes van a sufrir; se los amenaza con el crecimiento. En lugar del antiguo “Cuando seas grande vas a poder...”, se ha pasado a un amenazante “Cuando seas grande, ya vas a ver”. Y es bastante habitual que los niños digan: “No quiero crecer”; “Quiero seguir siendo bebé...”.


“¿No seré un...?”

Suele ocurrir que, cuando leemos la descripción de cualquier patología, en algún rasgo nos identificamos y, rápidamente, podemos suponer que “tenemos” tal o cual “cuadro”. La dificultad radica en que pasamos de la descripción sintomática, de lo que aparece, lo observable, a una definición totalizadora; una proposición descriptiva pasa a ser explicativa. Así, cualquiera que se busque en el DSM IV (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) se encontrará, en tanto termina enumerando casi todas las dificultades humanas. Es decir, termina siendo un catálogo de conductas.
Esto, que puede llevar a errores importantes cuando se hace con adultos, es mucho más grave cuando está en juego un niño (y en este caso son otros los que lo rotulan). Porque el rótulo se torna vaticinio y el futuro pasa a ser temible.
En un libro (patrocinado por un laboratorio farmacéutico) escrito por madres de niños diagnosticados con “trastorno por déficit de atención con hiperactividad”, una madre relata que el neurólogo, al darle el diagnóstico, le dijo que, si no se trataba bien, el niño podía “inclinarse al lado oscuro”; la madre le preguntó si eso implicaba que podría terminar en prisión, y la respuesta fue que sí. El testimonio de esta madre continúa: “Este temor, aún hoy, después de cinco años, me acompaña en más ocasiones de las que quisiera, por mí y sobre todo por mi hijo, pues soy consciente de que me bloquea y me genera una tensión continua, por intentar mirar con lupa cada paso que damos”. ¿Qué efecto puede producir en un niño que la madre esté permanentemente mirándolo, suponiendo que todo lo que ella y el padre del niño hacen debe ser calculado, porque el riesgo es que el niño termine en prisión? ¿Cómo marca esto los vínculos en esa familia?
¿Por qué se insistirá en catalogar a los niños, en ubicarlos como deficitarios, ubicándose los profesionales desde un ya-sabido, desde certezas que los llevan a clasificar al otro casi sin conocerlo, perdiendo la singularidad? Quizá porque pensar desde la complejidad y ubicar al otro como humano es difícil, en tanto angustiante, en tanto me puedo reconocer en el otro como semejante y en sus miedos y en sus dolores como cercanos. Y entonces se pueden borrar los límites entre un mundo de “sanos” y otro de “enfermos”. Todo se torna variable, las fronteras no son tan claras y quedamos, también los profesionales, expuestos.
Los niños nos exponen particularmente, porque nos recuerdan nuestros miedos infantiles, los dolores a los que no pudimos ponerles palabras, nuestros terrores, las pesadillas que ocupaban las noches y también las dificultades para movernos en el mundo tal como los adultos exigían.


(La autora es Directora de las carreras de especialización en psicoanálisis con niños y adolescentes de la UCES y de la APBA. Texto extractado del trabajo “De diagnósticos y tratamientos. Cuando la pastilla reemplaza a la palabra”).

miércoles, 19 de agosto de 2009

Jean Paulhan. "La experiencia del proverbio" (Referencia del Seminario XX, clase 3)



(Pasé varios años en Madagascar, viviendo desde el primer día con una familia malgache, con la que me dedicaba a compartir los trabajos y, más que los trabajos, las preocupaciones y los pensamientos. Ello no fue sin torpezas.

Si las dificultades, que me presentaron en particular los proverbios, son propias de la lengua malgache, o comunes a todas las lenguas, no lo investigaré aquí. No quiero más que describir, con el mayor cuidado posible, mi experiencia, y los des­cubrimientos ― o bien las astucias ― que me hicieron superar esas dificultades.)


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martes, 18 de agosto de 2009

PABLO PEUSNER. "¿Qué importa quién habla? El encuentro de Lacan y Foucault que dio origen a los cuatro discursos"

Conferencia pronunciada en el Foro Analítico del Río de la Plata, Buenos Aires,
el lunes 10 de agosto de 2009.
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Claudio Barbará

Buenas noches. Hoy tenemos el gusto de contar con la presencia de Pablo Peusner, quien anunció como título de su conferencia: “¿Qué importa quién habla? El encuentro de Lacan y Foucault que dio origen a los cuatro discursos”.
Se refiere al encuentro entre Foucault y Lacan –ustedes saben que siempre fue una tensa relación– en una conferencia de Foucault sobre la cuestión del autor. Pablo nos va a hablar de las consecuencias de ese encuentro y de la intervención de Lacan en dicha conferencia, donde también estaban presentes otros eximios personajes de la época.
Conocemos a Pablo, pero es importante decir que es miembro del Foro Analítico del Río de la Plata y además miembro de la Escuela Internacional de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano. Si alguien no lo sabía, lo sabe a partir de ahora.
Le paso la palabra.
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Pablo Peusner

Buenas noches a todos. Muchas gracias, Claudio, por la presentación.
Dudo mucho que lo que seguirá pueda considerarse una conferencia. En realidad, se trata más bien de presentarles una investigación: hoy –entonces– intentaré mostrarles los lugares por los que fui pasando mientras reconstruía un diálogo entre Foucault y Lacan.
Lo primero que debo decirles es que ese diálogo no se produjo nunca en forma explícita. No se produjo nunca incluso cuando es posible afirmar que en alguna ocasión hayan intercambiado palabras en algún espacio de trabajo compartido –tal es el caso de la conferencia de Foucault de la que vamos a hablar en un momento–. Este diálogo que nunca ocurrió explícitamente, creo, se extendió durante muchos años: los enunciados que dieron origen a cada uno de sus momentos fueron producidos incluso en distintos lugares –no es un diálogo con la estructura del aquí y el ahora–. Se trata de un diálogo regido por la temporalidad del significante: la anticipación y la retroacción resultan notables y, diría yo, sorprendentes. También puedo decir que se trata de un diálogo que concluye con un aporte teórico muy importante para la teoría psicoanalítica como es la teoría de los cuatro discursos. Lacan formaliza cuatro discursos aunque insiste con algunos más: el del capitalismo, escrito durante una conferencia en Italia, el matemático –al que hace referencia en L’étourdit–, el matiz de lo que en ese mismo texto llama “discurso establecido” ...
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domingo, 16 de agosto de 2009

ANTICIPO EXCLUSIVO. Colette Soler. "La querella de los diagnósticos" (Letra Viva, 2009)


Editorial Letra Viva.
Traducción de Pablo Peusner
Aparece el 28 de agosto
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TEXTO DE CONTRATAPA
A primera vista, el título de este libro sorprende: “La querella de los diagnósticos” pareciera anticipar una polémica entre los modos de establecer el diagnóstico en el psicoanálisis lacaniano y otras prácticas clínicas, e incluso otras orientaciones dentro del psicoanálisis. Sin embargo, Colette Soler focaliza su recorrido en lo que podría suponerse como una querella interna a la enseñanza de Lacan: la que se establecería entre las primeras formulaciones de la psicosis –basadas en la forclusión del Nombre-del-Padre y sus efectos sobre el almohadillado de la cadena significante, de las que el presidente Schreber es el paradigma–, y la que podría considerarse quizás la última, presente en los seminarios “RSI” y “El Sínthoma”, ligada a los desarrollos del nudo borromeo, iluminada por el análisis de James Joyce realizado por Lacan y el de Jean-Jacques Rousseau propuesto por la misma Colette Soler.
Contrariamente a ciertas interpretaciones evolutivas de la enseñanza de Lacan, la querella no implica ningún tipo de progreso, sino una exigencia de lectura –lectura para nada cómoda, según afirma la autora–. Se trata de un trabajo de implicación mutua entre ambas conceptualizaciones, de anticipación y retroacción, que permite solucionar los obstáculos propios de su distancia temporal. De paso, el recorrido permite la revisión y definición de los conceptos involucrados en ambos períodos de la enseñanza de Lacan, tanto como la creación de novedosas presentaciones y nexos lógicos para los mismos.

“La querella de los diagnósticos”, es el curso que Colette Soler dictara en el período 2003-2004 en el Colegio Clínico de París, en el marco de las Formaciones Clínicas del Campo Lacaniano.

sábado, 15 de agosto de 2009

JORGE LUIS BORGES. "El inmortal"



En Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph Carthapilus, de Esmirna, ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor (1715-1720) de la Ilíada de Pope. La princesa los adquirió; al recibirlos, cambió unas palabras con él. Era, nos dice, un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmente vagos. Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pasó del francés al inglés y de inglés a una conjunción enigmática de español de Salónica y de portugués de Macao. En octubre, la princesa oyó por un pasajero del Zeus que Cartaphilus había muerto en el mar, al regresar a Esmirna, y que lo habían enterrado en la isla de Ios. En el último tomo de la Ilíada halló éste manuscrito.
El original está redactado en inglés y abunda en latinismos. La versión que ofrecemos es literal.


I

Que yo recuerde, mis trabajos comenzaron en un jardín de Tebas Hekatómpylos, cuando Diocleciano era emperador. Yo había militado (sin gloria) en las recientes guerras egipcias, yo era tribuno de una legión que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo: la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnánimos el acero. Los mauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada eternamente a los dioses plutónicos; Alejandría, debelada, imploró en vano la misericordia del César; antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales.
Mis trabajos empezaron, he referido, en un jardín de Tebas. Toda esa noche no dormí, pues algo estaba combatiendo en mi corazón. Me levanté poco antes del alba; mis esclavos dormían, la Luna tenía el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y ensangrentado venía del Oriente. A unos pasos de mí, rodó del caballo. Con una tenue voz insaciable me preguntó en latín el nombre del río que bañaba los muros de la ciudad. Le respondí que era el Egipto, que alimentan las lluvias. Otro es el río que persigo, replicó tristemente, el río secreto que purifica de la muerte a los hombres. Oscura sangre le manaba del pecho. Me dijo que su patria era una montaña que está del otro lado del Ganges y que en esa montaña era fama que si alguien caminara hasta el Occidente, donde se acaba el mundo, llegaría al río cuyas aguas dan la inmortalidad. Agregó que en la margen ulterior se eleva la Ciudad de los Inmortales, ricas en baluartes y anfiteatros y templos. Antes de la aurora murió, pero yo determiné descubrir la ciudad y su río. Interrogados por el verdugo, algunos prisioneros mauritanos confirmaron la relación del viajero; alguien recordó la llanura elísea, en el término de la tierra, donde la vida de los hombres es perdurable; alguien, las cumbres donde nace el Pactolo, cuyos moradores viven un siglo. En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla. Flavio, procónsul de Getulia, me entregó doscientos soldados para la empresa. También recluté mercenarios, que se dijeron conocedores de los caminos y que fueron los primeros en desertar.
Los hechos ulteriores han deformado hasta lo inextricable el recuerdo de nuestras primeras jornadas. Partimos de Arsinoe y entramos en el abrasado desierto. Atravesamos el país de los trogloditas, que devoran serpientes y carecen del comercio de la palabra; el de los garamantes, que tienen mujeres en común y se nutren de Leones; el de los augilas, que sólo veneran el Tártaro. Fatigamos otros desiertos, donde es negra la arena, donde el viajero debe usurpar las horas de la noche, pues el fervor del día es intolerable. De lejos divisé la montaña que dio nombre al Océano: en sus laderas crece el euforbio, que anula los venenos; en la cumbre habitan los sátiros, nación de hombres ferales y rústicos, inclinados a la lujuria. Que en esas regiones bárbaras, donde la tierra es madre de monstruos, pudieran albergar en su seno una ciudad famosa, a todos nos pareció inconcebible. Proseguimos la marcha, pues hubiera sido una afrenta retroceder. Algunos temerarios durmieron con la cara expuesta a la Luna; la fiebre los ardió; en el agua depravada de las cisternas, otros bebieron la locura y la muerte. Entonces comenzaron las deserciones; muy poco después, los motines. Para reprimirlos, no vacilé ante el ejercicio de la severidad. Procedí rectamente, pero un centurión me advirtió que los sediciosos (ávidos de vengar la crucifixión de uno de ellos) maquinaban mi muerte. Hui del campamento, con los pocos soldados que me eran fieles. En el desierto los perdí, entre los remolinos de arena y la vasta noche. Una flecha cretense me laceró. Varios días erré sin encontrar agua, o un solo enorme día multiplicado por el sol, por la sed y por el temor de la sed. Dejé el camino al arbitrio de mi caballo. En alba, la lejanía se erizó de pirámides y de torres. Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes de alcanzarlo.

II

Al desenredarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho de piedra, no mayor que una sepultura común, superficialmente excavado en el agrio declive de una montaña. Los lados eran húmedos, antes pulidos por el tiempo que por la industria. Sentí en el pecho un doloroso latido, sentí que me abrasaba la sed. Me asomé y grité débilmente. Al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena; en la opuesta margen resplandecía (bajo el último sol o bajo el primero) la evidente Ciudad de los Inmortales. Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el fundamento era una meseta de piedra. Un centenar de nichos irregulares, análogos al mío, surcaban la montaña y el valle. En la arena había pozos de poca hondura; de esos mezquinos agujeros (y de los nichos) emergían hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos. Creí reconocerlos: pertenecían a la estirpe bestial de los trogloditas, que infestan las riberas del golfo Arábigo y las grutas etiópicas; no me maravillé de que no hablaran y de que devoraran serpientes.
La urgencia de la sed me hizo temerario. Consideré que estaba a unos treinta pies de la arena; me tiré, cerrados los ojos, atadas a la espalda las manos, montaña abajo. Hundí la cara ensangrentada en el agua oscura. Bebí como se abrevan los animales. Antes de perderme otra vez en el sueño y en los delirios, inexplicablemente repetí unas palabras griegas: los ricos teucros de Zelea que beben el agua negra del Esepo...
No sé cuántos días y noches rodaron sobre mí. Doloroso, incapaz de recuperar el abrigo de las cavernas, desnudo en la ignorada arena, dejé que la Luna y el Sol jugaran con mi aciago destino. Los trogloditas, infantiles en la barbarie, no me ayudaron a sobrevivir o a morir. En vano les rogué que me dieran muerte. Un día, con el filo de un pedernal rompí mis ligaduras. Otro, me levanté y pude mendigar o robar - yo, Marco Flaminio Rufo, tribuno militar de una de las legiones de Roma - mi primera detestada ración de carne de serpiente.
La codicia de ver a los Inmortales, de tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedaba dormir. Como si penetraran mi propósito, no dormían tampoco los trogloditas: al principio inferí que me vigilaban; luego, que se habían contagiado de mi inquietud, como podrían contagiarse los perros. Para alejarme de la bárbara aldea elegí la más pública de las horas, la declinación de la tarde, cuando casi todos los hombres emergen de las grietas y de los pozos y miran el Poniente, sin verlo. Oré en voz alta, menos para suplicar el favor divino que para intimidar a la tribu con palabras articuladas. Atravesé el arroyo que los médanos entorpecen y me dirigí a la Ciudad. Confusamente me siguieron dos o tres hombres. Eran (como los otro de ese linaje) de menguada estatura; no inspiraban temor, sino repulsión. Debí rodear algunas hondonadas irregulares que me parecieron canteras; ofuscado por la grandeza de la Ciudad, yo la había creído cercana. Hacia la medianoche, pisé, erizada de formas idolátricas en la arena amarilla, la negra sombra de sus muros. Me detuvo una especie de horror sagrado. Tan abominadas del hombre son la novedad y el desierto, que me alegré de que uno de los trogloditas me hubiera acompañado hasta el fin. Cerré los ojos y aguardé (sin dormir) que relumbrara el día.
He dicho que la Ciudad estaba fundada sobre una meseta de piedra. Esta meseta comparable a un acantilado no era menos ardua que sus muros. En vano fatigué mis pasos: el negro basamento no descubría la menor irregularidad, los muros invariables no parecían consentir una sola puerta. La fuerza del día hizo que yo me refugiara en una caverna; en el fondo había un pozo, en el pozo una escalera que se abismaba hacia la tiniebla inferior. Bajé; por un caos de sórdidas galerías llegué a una vasta cámara circular, apenas visible. Había nueve puertas en aquel sótano; ocho daban a un laberinto que falazmente desembocaba en la misma cámara; la novena (a través de otro laberinto) daba a una segunda cámara circular, igual a la primera. Ignoro el número total de las cámaras; mi desventura y mi ansiedad las multiplicaron. El silencio era hostil y casi perfecto; otro rumor no había en esas profundas redes de piedra que un viento subterráneo, cuya causa no descubrí; sin ruido se perdían entre las grietas hilos de agua herrumbrada. Horriblemente me habitué a ese dudoso mundo; consideré increíble que pudiera existir otra cosa que sótanos provistos de nueve puertas y que sótanos largos que se bifurcan. Ignoro el tiempo que debí caminar bajo tierra; sé que alguna vez confundí, en la misma nostalgia, la atroz idea de los bárbaros y mi ciudad natal, entre los racimos.
En el fondo de un corredor, un no provisto muro me cerró el paso, una remota luz cayó sobre mí. Alcé los ofuscados ojos: en lo vertiginoso, en lo altísimo, vi un círculo de luz tan azul que pudo parecerme púrpura. Unos peldaños de metal escalaban el muro. La fatiga me relajaba, pero subí, sólo deteniéndome a veces para torpemente sollozar de felicidad. Fui divisando capiteles y astrálagos, frontones triangulares y bóvedas, confusas pompas del granito y del mármol. Así me fue deparado ascender de la ciega región de negros laberintos entretejidos a la resplandeciente Ciudad.
Emergí a una suerte de plazoleta; mejor dicho, de patio. Lo rodeaba un solo edificio de forma irregular y altura variable; a ese edificio heterogéneo pertenecían las diversas cúpulas y columnas. Antes que ningún otro rasgo de ese monumento increíble, me suspendió lo antiquísimo de su fábrica. Sentí que era anterior a los hombres, anterior a la Tierra. Esa notoria antigüedad (aunque terrible de algún modo para los ojos) me pareció adecuada al trabajo de obreros inmortales. Cautelosamente al principio, con indiferencia después, con desesperación al fin, erré por escaleras y pavimentos del inextricable palacio. (Después averigüé que eran inconstantes la extensión y la altura de los peldaños, hecho que me hizo comprender la singular fatiga que me infundieron.) Este palacio es fábrica de los dioses, pensé primeramente. Exploré los inhabitados recintos y corregí: Los dioses que lo edificaron han muerto. Noté sus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban locos. Lo dije, bien lo sé, con una incomprensible reprobación, que era casi un remordimiento, con más horror intelectual que miedo sensible. A la impresión de enorme antigüedad se agregaron otras: la de lo interminable, la de lo atroz, la de los complejamente insensato. Yo había cruzado un laberinto, pero la nítida Ciudad de los Inmortales me atemorizó y repugnó. Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin. Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los peldaños y balaustrada hacia abajo. Otras, adheridas aéreamente al costado de un muro monumental, morían sin llegar a ninguna parte, al cabo de dos o tres giros, en la tiniebla superior de las cúpulas. Ignoro si todos los ejemplos que he enumerado son literales; sé que durante muchos años infestaron mis pesadillas; no puedo saber ya si tal o cual rasgo es una transcripción de la realidad o de las formas que desatinaron mis noches. Esta Ciudad (pensé) es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz. No quiero describirla; un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de tigre o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odiándose, dientes, órganos y cabezas, pueden (tal vez) ser imágenes aproximativas.
No recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos y húmedos hipogeos. Únicamente sé que no me abandonaba el temor de que, al salir del último laberinto, me rodeara otra vez la nefanda Ciudad de los Inmortales. Nada más puedo recordar. Ese olvido, ahora insuperable, fue quizá voluntario; quizá las circunstancias de mi evasión fueron tan ingratas que, en algún día no menos olvidado también, he jurado olvidarlas.

III

Quienes hayan leído con atención el relato de mis trabajos, recordarán que un hombre de la tribu me siguió como un perro podría seguirme, hasta la sombra irregular de los muros. Cuando salí del último sótano, lo encontré en la boca de la caverna. Estaba tirado en la arena, donde trazaba torpemente y borraba una hilera de signos, que eran como letras de los sueños, que uno está a punto de entender y luego se juntan. Al principio, creí que se trataba de una escritura bárbara; después vi que es absurdo imaginar que hombres que no llegaron a la palabra lleguen a la escritura. Además, ninguna de las formas era igual a otra, lo cual excluía o alejaba la posibilidad de que fueran simbólicas. El hombre las trazaba, las miraba y las corregía. De golpe, como si le fastidiara ese juego, las borró con la palma y el antebrazo. Me miró, no pareció reconocerme. Sin embargo, tan grande era el alivio que me inundaba (o tan grande y medrosa mi soledad) que di en pensar que ese rudimental troglodita, que me miraba desde el suelo de la caverna, había estado esperándome. El Sol caldeaba la llanura; cuando emprendimos el viaje de regreso a la aldea, bajo las primeras estrellas, la arena era ardorosa bajo los pies. El troglodita me precedió; esa noche concebí el propósito de enseñarle a reconocer, y acaso a repetir, algunas palabras. El perro y el caballo (reflexioné) son capaces de lo primero; muchas aves, como el ruiseñor de los Césares, de lo último. Por muy basto que fuera el entendimiento de un hombre, siempre sería superior al de los irracionales.
La humildad y miseria el troglodita me trajeron a la memoria la imagen de Argos, el viejo perro moribundo de la Odisea, y así le puse el nombre de Argos y traté de enseñárselo. Fracasé y volví a fracasar. Los arbitrios, el rigor y la obstinación fueron del todo vanos. Inmóvil, con los ojos inertes, no parecía percibir los sonidos que yo procuraba inculcarle. A unos pasos de mí, era como si estuviera muy lejos. Echado en la arena, como una pequeña y ruinosa esfinge de lava, dejaba que sobre él giraran los cielos, desde el crepúsculo del día hasta el de la noche. Juzgué imposible que no se percatara de mi propósito. Recordé que es fama entre los etíopes que los monos deliberadamente no hablan para que no los obliguen a trabajar y atribuí a suspicacia o a temor el silencio de Argos. De esa imaginación pasé a otras, aún más extravagantes. Pensé que Argos y yo participábamos de universos distintos; pensé que nuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra manera y construía con ellas otros objetos; pensé que acaso no había objetos para él, sino un vertiginoso y continuo juego de impresiones brevísimas. Pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo, consideré la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos. Así fueron muriendo los días y con los días los años, pero algo parecido a la felicidad ocurrió una mañana. Llovió, con lentitud poderosa.
Las noches del desierto pueden ser frías, pero aquélla había sido un fuego. Soñé que un río de Tesalia (a cuyas aguas yo había restituido un pez de oro) venía a rescatarme; sobre la roja arena y la negra piedra yo lo oía acercarse; la frescura del aire y el rumor atareado de la lluvia me despertaron. Corrí desnudo a recibirla. Declinaba la noche; bajo las nubes amarillas la tribu, no menos dichosa que yo, se ofrecía a los vívidos aguaceros en una especie de éxtasis. Parecían coribantes a quienes posee la divinidad. Argos, puestos los ojos en la esfera, gemía; raudales le rodaban por la cara; no sólo de agua, sino (después lo supe) de lágrimas. Argos, le grité, Argos.
Entonces, con mansa admiración, como si descubriera una cosa perdida y olvidada hace mucho tiempo, Argos balbuceó estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y después, también sin mirarme: Este perro tirado en el estiércol.
Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real. Le pregunté qué sabía de la Odisea. La práctica del griego le era penosa; tuve que repetir la pregunta.
Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde que la inventé.


IV

Todo me fue dilucidado aquel día. Los trogloditas eran los Inmortales; el riacho de aguas arenosas, el Río que buscaba el jinete. En cuanto a la ciudad cuyo nombre se había dilatado hasta el Ganges, nueve siglos haría que los Inmortales la habían asolado. Con las reliquias de su ruina erigieron, en el mismo lugar, la desatinada ciudad que yo recorrí: suerte de parodia o reverso y también templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y de los que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre. Aquella fundación fue el último símbolo a que condescendieron los Inmortales; marca una etapa en que, juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación. Erigieron la fábrica, la olvidaron y fueron a morar en las cuevas. Absortos, casi no percibían el mundo físico.
Esas cosas Homero las refirió, como quien habla con un niño. También me refirió su vejez y el postrer viaje que emprendió, movido, como Ulises, por el propósito de llegar a los hombres que no saben lo que es el mar ni comen carne sazonada con sal ni sospechan lo que es un remo. Habitó un siglo en la Ciudad de los Inmortales. Cuando la derribaron, aconsejó la fundación de la otra. Ello no debe sorprendernos; es fama que después de cantar la guerra de Ilión, cantó la guerra de las ranas y los ratones. Fue como un dios que creara el cosmos y luego el caos.
Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa convicción es rarísima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o castigarlo Más razonable me parece la rueda de ciertas religiones del Indostán; en esa rueda, que no tiene principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente, pero ninguna determina el conjunto... Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la república de hombres inmortales había logrado la perfección de la tolerancia y casi con desdén. Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir. Así como en los juegos de azar las cifras pares y las cifras impares tienden al equilibrio, así también se anulan y se corrigen el ingenio y la estolidez, y acaso el rústico poema del Cid es el contrapeso exigido por un solo epíteto de las Églogas o por una sentencia de Heráclito. El pensamiento más fugaz obedece a un dibujo invisible y puede coronar, o inaugurar, una forma secreta. Sé de quienes obraban el mal para que en los siglos futuros resultara el bien, o hubiera resultado en los ya pretéritos... Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales. Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy.
El concepto del mundo como sistema de precisas compensaciones influyó vastamente en los Inmortales. En primer término, los hizo invulnerables a la piedad. He mencionado las antiguas canteras que rompían los campos de la otra margen; un hombre se despeñó en la más honda; no podía lastimarse ni morir, pero lo abrasaba la sed; antes de que le arrojaran una cuerda pasaron setenta años. Tampoco interesaba el propio destino. El cuerpo no era más que un sumiso animal doméstico y le bastaba, cada mes, la limosna de unas horas de sueño, de un poco de agua y de una piltrafa de carne. Que nadie quiera rebajarnos a ascetas. No hay placer más complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos. A veces, un estímulo extraordinario nos restituía al mundo físico. Por ejemplo, aquella mañana, el viejo goce elemental de la lluvia. Esos lapsos eran rarísimos; todos los Inmortales eran capaces de perfecta quietud; recuerdo alguno a quien jamás he visto de pie: un pájaro anidaba en su pecho.
Entre los corolarios de la doctrina de que no hay cosa que no esté compensada por otra, hay uno de muy poca importancia teórica, pero que nos indujo, a fines o a principios del siglo X, a dispersarnos por la faz de la Tierra. Cabe en estas palabras Existe un río cuyas aguas dan la inmortalidad; en alguna región habrá otro río cuyas aguas la borren. El número de ríos no es infinito; un viajero inmortal que recorra el mundo acabará, algún día, por haber bebido de todos. Nos propusimos descubrir ese río.
La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales. Homero y yo nos separamos en las puertas del Tánger; creo que no nos dijimos adiós.



V

Recorrí nuevos reinos, nuevos imperios. En el otoño de 1066 milité en el puente de Stamford, ya no recuerdo si en las filas de Harold, que no tardó en hallar su destino, o en las de aquel infausto Harald Hardrada que conquistó seis pies de tierra inglesa, o un poco más. En el séptimo siglo de la Héjira, en el arrabal de Bulaq, transcribí con pausada caligrafía, en un idioma que he olvidado, en un alfabeto que ignoro, los siete viajes de Simbad y la historia de la Ciudad de Bronce. En un patio de la cárcel de Samarcanda he jugado muchísimo al ajedrez. En Bikanir he profesado la astrología y también en Bohemia. En 1683 estuve en Kolozsvár y después en Leipzig. En Aberdeen, en 1714, me suscribí a los seis volúmenes de la Ilíada de Pope; sé que los frecuenté con deleite. Hacia 1729 discutí el origen de ese poema con un profesor de retórica, llamado, creo, Giambattista; sus razones me parecieron irrefutables. El 4 de octubre de 1921, el Patna, que me conducía a Bombay, tuvo que fondear en un puerto de la costa eritrea 1. Bajé; recordé otras mañanas muy antiguas, también frente al Mar Rojo, cuando yo era tribuno de Roma y la fiebre y la magia y la inacción consumían a los soldados. En las afueras vi un caudal de agua clara; la probé, movido por la costumbre. Al repechar el margen, un árbol espinoso me laceró el dorso de la mano. El inusitado dolor me pareció muy vivo. Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche dormí hasta el amanecer.
...He revisado al cabo de un año, estas páginas. Me constan que se ajustan a la verdad, pero en los primeros capítulos, y aun en ciertos párrafos de los otros, creo percibir algo falso. Ello es obra, tal vez, del abuso de rasgos circunstanciales, procedimiento que aprendí en los poetas y que todo lo contamina de falsedad, ya que esos rasgos pueden abundar en los hechos, pero no en su memoria... Creo, sin embargo, haber descubierto una razón más íntima. La escribiré; no importa que me juzguen fantástico.
La historia que he narrado parece irreal, porque en ella se mezclan los sucesos de dos hombres distintos. En el primer capítulo, el jinete quiere saber el nombre del río que baña las murallas de Tebas; Flaminio Rufo, que antes ha dado a la ciudad el epíteto de Hekatómpylos, dice que el río es el Egipto; ninguna de esas locuciones es adecuada a él, sino a Homero, que hace mención expresa en la Ilíada, de Tebas Hekatómpylos, y en la Odisea, por boca de Proteo y de Ulises, dice invariablemente Egipto por Nilo. En el capítulo segundo, el romano, al beber el agua inmortal, pronuncia unas palabras en griego; esas palabras son homéricas y pueden buscarse en el fin del famoso catálogo de las naves. Después, en el vertiginoso palacio, habla de "una reprobación que era casi un remordimiento"; esas palabras corresponden a Homero, que había proyectado ese horror. Tales anomalías me inquietaron; otras, de orden estético, me permitieron descubrir la verdad. El último capítulo las incluye; ahí está escrito que milité en el puente de Stamford, que transcribí, en Bulaq, los viajes de Simbad el Marino y que me suscribí, en Aberdeen, a la Ilíada inglesa de Pope. Se lee inter alia: "En Bikanir he profesado la astrología y también en Bohemia". Ninguno de esos testimonios es falso; lo significativo es el hecho de haberlos destacado. El primero de todos parece convenir a un hombre de guerra, pero luego se advierte que el narrador no repara en lo bélico y sí en la suerte de los hombres. Los que siguen son más curiosos. Una oscura razón elemental me obligó a registrarlos; lo hice porque sabía que eran patéticos. No lo son, dichos por el romano Flaminio Rufo. Lo son, dichos por Homero; es raro que éste copie, en el siglo trece, las aventuras de Simbad, de otro Ulises, y descubra, a la vuelta de muchos siglos, en un reino boreal y un idioma bárbaro, las formas de su Ilíada. En cuanto a la oración que recoge el nombre de Bikanir, se ve que la ha fabricado un hombre de letras, ganoso (como el autor del catálogo de las naves) de mostrar vocablos espléndidos 2.
Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto.

Postdata de 1950
Entre los comentarios que ha despertado la publicación anterior, el más curioso, ya que no el más urbano, bíblicamente se titula A coat of many colours (Manchester, 1948) y es obra de la tenacísima pluma del doctor Nahum Cordovero. Abarca unas cien páginas. Habla de los centones griegos, de los centones de la baja latinidad, de Ben Jonson, que definió a sus contemporáneos con retazos de Séneca, del Virgilius evangelizans, de Alexander Ross, de los artificios de George Moore y de Eliot, y finalmente, de "la narración atribuida al anticuario Joseph Cartaphilus". Denuncia, en el primer capítulo, breves interpolaciones de Plinio (Historia naturalis, V, 8); en el segundo, de Thomas de Quincey (Writings, III, 439); en el tercero, de una epístola de Descartes al embajador Pierre Chanut; en el cuarto, de Bernard Shaw (Back to Methuselah, V). Infiere de esas intrusiones, o hurtos, que todo el documento es apócrifo.
A mi entender, la conclusión es inadmisible. Cuando se acerca el fin, escribió Cartaphilus, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos.


NOTAS
1. Hay una tachadura en el manuscrito; quizás el nombre del puerto ha sido borrado.
2. Ernesto Sábato sugiere que el « Geambattista » que discutió la formación de la Ilíada con el anticuario Cartaphilus es Geambattista Vico; ese italiano defendía que Homero es un personaje simbólico, a la manera de Plutón o de Aquiles.

viernes, 14 de agosto de 2009

Jorge Aleman. "Para una izquierda lacaniana..." (Ed. Grama, 2009)

Incluye: Presentación, de A. Glaze Una izquierda lacaniana... Derivas sobre la inserción-desinserción La metamorfosis de la ciencia en técnica: el discurso capitalista El legado de Freud Lógica lacaniana: un caso de la escritura psicoanalítica Tesis sobre la institución: la confusión sobre el cero Debate Ernesto Laclau / Jorge Alemán: ¿Por qué los significantes vacíos son importantes para la política
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En primera persona, así definiría a este libro, y así comienza. Un recorrido sobre las reflexiones en torno a psicoanálisis y política que Jorge Alemán nunca abandona.
Es así que términos que siempre escuchamos, sin un contexto definido, son clarificados en el marco de una posición ética respecto al psicoanálisis, y lo que con el concepto de izquierda lacaniana intenta transmitir. Dos términos que parecen no confluir, la izquierda y la orientación lacaniana, hacen que este no sea un libro sobre psicoanálisis, ni un libro sobre política, sino sobre política del psicoanálisis, sobre la dimensión política y ética que el discurso del psicoanálisis tiene en la época que nos toca vivir, donde conceptos como neoliberalismo, dominación, hegemonía, capitalismo, izquierda, ideología, utopía, acontecimiento, contingencia, técnica, mercancía y revolución, son revisitados para clarificar y orientar lo que el psicoanálisis puede decir y el lugar que debería ocupar en esa praxis.
¿Qué es ser de izquierda? En las páginas de este libro se encontrará una respuesta que lejos de ser cerrada y acabada, y que daría un ser al sujeto de izquierda, lo ubica en relación a algo ineludible que tiene que ver con la propia constitución subjetiva. Se trata en definitiva de una operatividad del psicoanálisis, basada en una política y una ética a contrapelo de los discursos de la época.

(De la Presentación de Alejandra Glaze )

jueves, 13 de agosto de 2009

Intervención de Jacques Lacan luego de la conferencia de Michel Foucault titulada "¿Qué es un autor?" (22-2-1969)



Recibí la invitación muy tarde. Al leerla, advertí en el primer párrafo el “retorno a”. Tal vez se retorne a muchas cosas, pero, en fin, el retorno a Freud es algo que he tomado como una especie de bandera en un campo determinado, y en eso no puedo sino agradecerle, usted respondió completamente a mis expectativas. Especialmente al evocar a propósito de Freud, lo que significa el “retorno a”, todo lo que usted dijo, al menos con respecto a aquello en lo que yo haya podido contribuir, me parece perfectamente pertinente.

En segundo lugar, quisiera hacer notar que, estructuralismo o no, me parece que en ninguna parte, dentro del campo vagamente determinado por esa etiqueta, se trata de la negación del sujeto. Se trata de la dependencia del sujeto, lo que es extremadamente diferente; y muy particularmente, en el nivel del retorno a Freud, de la dependencia del sujeto con relación a algo verdaderamente elemental y que hemos intentado aislar bajo el término de “significante”.

En tercer lugar –limitaré a esto mi intervención–, no considero de ninguna manera que sea legítimo haber escrito que las estructuras no bajan a la calle, porque si hay algo que demuestran los acontecimientos de mayo es precisamente la bajada a la calle de las estructuras. El hecho de que se lo escriba en el mismo sitio donde se efectuó esa bajada a la calle no prueba nada más que, simplemente, lo que muy frecuentemente e incluso con la mayor frecuencia es interno a lo que llamamos el acto, es que se desconoce a sí mismo.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Seminarios de Lacan en francés (formato Word)



El sitio Staferla, ha puesto on-line una serie de seminarios de Lacan en francés. Si bien muchos de ellos se conseguían con facilidad en la red, en esta ocasión lo interesante es que están en formato Word. Entonces, para los interesados aquí van los links de descarga directa para los archivos.


Seminario 8. Le transfert

Seminario 9. L'identification

Seminario 10. L'angoisse





Seminario 15. L'acte

Seminario 16. D'un Autre à l'autre



Seminario 19. ... ou pire

Seminario 20. Encore

Seminario 21. Les non-dupes errent

Seminario 22. RSI

Seminario 23. Le sinthome

Seminario 24. L'insu...

martes, 11 de agosto de 2009

Patricia Muñoz en el Foro de Salta-Tucumán

Queridos colegas,

El viernes 21 de agosto a las 19.30 hs tendrá lugar en la sede de la EPFCL - Tucumán/Salta, una Actividad de Escuela.

En dicha oportunidad contaremos con los aportes de la psicoanalista colombiana Patricia Muñoz, primera A.E. de América latina, nombrada a partir del dispositivo del pase.

Nuestra Escuela desde su fundación en el 2001 le ha dicho si a este dispositivo construído por Lacan cuya función esencial es elucidar ese momento de pasaje de analizante a analista. Este dispositivo está en el corazón de nuestra Escuela de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano y es esencial para el mantenimiento y la enseñanza del psicoanálisis.

En esta actividad se partirá de una pregunta crucial para el porvenir del psicoanálisis: ¿Estamos los analistas a la altura de nuestra época?

Esta actividad forma parte del compromiso que cada Foro, en cada ciudad, tiene con la Escuela y con el sostenimiento del lugar de refugio y animación del deseo del analista que ella representa.

Esta actividad es abierta y no arancela.

¡Los esperamos!

Gladys Mattalia - AME de la EPFCL



Iª Jornadas de Psicología Fenomenológica y Psicoanálisis (15 de agosto, UBA-Psicología)


Para agrandar, hacé click en la imagen

lunes, 10 de agosto de 2009

Esta noche...


Pablo Muñoz. "La invención lacaniana del pasaje al acto" (Ed. Manantial, 2009)

Jacques Lacan se interesó desde sus comienzos por el problema clínico que el pasaje al acto comporta. Sin embargo, hubo que esperar más de treinta años para que, en su seminario sobre La angustia, produzca y formalice el concepto psicoanalítico que rompe con la tradición psiquiátrica francesa que había hecho de la expresión passage à l’acte una categoría meramente descriptiva, cargada de referencias morales, criminológicas y despojada de valor teórico. Producción laboriosa, sinuosa por momentos, cuyas fases siguen el ritmo con que avanza su enseñanza en psicoanálisis. El rigor de su proceder, tanto en sus apreciaciones clínicas como en su elaboración teórica, hace posible que el psicoanálisis, frente al problema que el pasaje al acto conlleva en esos ámbitos, no naufrague frente a los mismos impasses ante los que fracasó la psiquiatría. Rigor que encuentra, en la construcción de un concepto adecuado de estructura, la distinción de los tres registros y la invención del objeto a, la balsa teórica que evitó el naufragio –el de recaer en clasificaciones imaginarias, puramente fenoménicas, que llevarían al psicoanálisis a diagnósticos descriptivos que lo distancian de la clínica concebida como demostrativa de lo radical del sujeto del inconsciente, inaprehensible por una clasificación. La fascinación que provoca encontrarse en la práctica con el pasaje al acto en su variedad clínica y sus consecuencias, ha sido motivación más que suficiente para emprender este estudio. Quizá sea el agujero en lo real que produce lo que convoca a estudiar, leer y finalmente escribir. De allí los interrogantes clínicos, para pensar la práctica y las alternativas, casi nulas a veces, ante las que nos sitúa lo real de nuestra experiencia. Aún así, casi parafraseando a Lacan, avanzar en este estudio conlleva un no retroceder ante lo interpelante del pasaje al acto.

viernes, 7 de agosto de 2009

Seminario de Posgrado a cargo de Guillermo Agüero, en el Hospital de Clínicas, Córdoba.



SEMINARIO DE POSGRADO
"INTRODUCCIÓN A LA LECTURA FREUDIANA
DESDE LA LÓGICA DEL PENSAMIENTO DE
JACQUES LACAN"



FUNDAMENTACIÓN DE LOS OBJETIVOS Y CONTENIDOS
SERVICIO DE PSICOPATOLOGÍA HOSPITAL NACIONAL DE CLÍNICAS
SECRETARÍA DE GRADUADOS


FACULTAD DE CIENCIAS MÉDICAS
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA


DIRECTOR: LIC. GUILLERMO AGUERO
CO-DIRECTOR: DR. MARIO SASSI
DOCENTE: LIC. GUILLERMO AGUERO
.

La medicina, la psiquiatría y las ciencias sociales en general, no han
podido dejar de acusar recibo de la revolución que a nivel del pensamiento y la
praxis produce Freud con el descubrimiento de Lo Inconsciente. Revolución en
el terreno de las ciencias, más de una vez comparada con la revolución
Copernicana que asesta un nuevo golpe al narcisismo del hombre, el tercero,
luego de la teoría helio centrista que desplazó a la tierra del centro del universo
y de la teoría de la Evolución de Darwin que desplazó al Hombre del centro de la creación.
El psicoanálisis y el nombre de Freud en nuestros días lo podemos
encontrar en las referencias más insólitas y en los lugares más inesperados.
Esta suerte de "moda" en la que cayó el psicoanálisis en el siglo XX, no
le ha hecho un favor al mismo, ya que esto ha llevado a una suerte de
banalización de los conceptos psicoanalíticos que pasaron a formar parte del
discurso común, perdiendo cada vez más el rigor que los caracteriza y la pertinencia en el uso.


Por otra parte, el siglo XX ha sido el siglo del auge y el progreso del
discurso de la ciencia. Discurso que se caracteriza por su esfuerzo permanente
para silenciar al sujeto, objetivarlo al punto de hacerlo desaparecer.
La pregunta por el sujeto que va más allá de un cuerpo como mero
objeto del saber de la medicina conserva su actualidad a pesar de los avances
de la tecnología que en el terreno de salud derivó en la súper especialización y
atomización del saber médico.
Es la misma pregunta que viene a las primeras planas de los medios de
comunicación y que ya se instala al nivel de la ética cuando algunos casos
toman notoriedad como el caso de la paciente italiana en que se dispuso el
suspenso de la alimentación asistida dejándola así hasta su muerte. La
medicina ha demostrado ser capaz de mantener un cuerpo vivo por muchos
años, la cuestión es preguntarnos si hay ahí un sujeto.
Por oposición a ello la lógica del discurso psicoanalítico nos enseña a
hacerle un lugar al sujeto para el despliegue de su palabra en donde podemos
encontrar las coordenadas que marcan su existencia como sujetos del lenguaje,

siendo ésta su condición.
Es cierto que podemos decir con Lacan, que el psicoanálisis nace en los
asilos a principios del siglo XX, la experiencia de Freud en Salpetriere con su
maestro Charcot y las presentaciones de enfermos son los hitos iniciales de
una forma de concebir la enfermedad mental que cambia el lugar del médico
frente al enfermo, (privilegiando la escucha y reconociendo, - como el propio
Freud lo hace, en una prueba de absoluta honestidad intelectual - "que tal vez
hay más verdad en el delirio de la que estamos acostumbrados a reconocerle".
), pero también es cierto que ni el propio Freud se privó de incursionar por los
productos de la cultura de su época y de los clásicos en el terreno de la
literatura, la pintura y las ciencias sociales, tratando de ver que es lo que nos
enseñan, que pueda tener un valor universal para los seres humanos.
Freud mismo encontró que los resultados más demostrativos de su
naciente teoría los podía recoger en el campo de las neurosis que en la
mayoría de los casos no pueblan los hospitales, si embargo no dejó de
incursionar con claridad y precisión en el campo de las Psicosis, dejando
abierta una puerta para que las futuras generaciones de psicoanalistas tomaran
la tarea de incursionar por esos derroteros.
Por su parte, Jacques Lacan, redefine el psicoanálisis a la luz de la
lingüística y la antropología estructurales y esto le permite dar consistencia a
sus conceptos, incluso avanzando en el campo de las psicosis, tomando de
esta manera la posta que abriera Freud en su excepcional lectura de del
presidente Schreber.
No podemos cerrar este comentario sin remitir al propio Freud cuando
nos dice: " El psicoanálisis ha nacido en el suelo de la medicina como un
procedimiento terapéutico para tratar ciertas afecciones que han recibido el
nombre de «funcionales» y que, con certeza cada vez mayor, fueron

discernidas como consecuencias de unas perturbaciones de la vida afectiva.
Alcanza su propósito de cancelar sus exteriorizaciones, los síntomas, bajo la
premisa de que ellas no son los únicos desenlaces posibles, tampoco los
definitivos, de ciertos procesos psíquicos; entonces, pone en descubierto
dentro del recuerdo el historial de desarrollo de esos síntomas, refresca los
procesos que están en su base y los conduce, con la guía médica, hacía un
desenlace más favorable. El psicoanálisis se ha impuesto las mismas metas
terapéuticas que el tratamiento hipnótico, que, introducido por Liébeault y
Bernheim, tras largas y duras luchas se había conquistado un sitio en la técnica
neurológica. Pero se interna a profundidad mucho mayor en la estructura del
mecanismo anímico y procura alcanzar unos influjos duraderos y unas
alteraciones viables de sus objetos.
Por último, como dice el adagio "cuando el río suena es porque agua
trae". El hecho de que a poco más de un siglo después de la publicación de la
"Interpretación de los sueños" de Freud, en donde se expone el fundamento de
la teoría del "psiquismo humano" en tanto que seres movidos por el deseo, aún
se siga hablando de "eso", debe hacernos pensar que tal vez, algo de la
verdad fue dicho entonces ya que de no haber sido así, no habría generado lo
que generó, tanto amores como odios, adhesiones tan infundadas como las
más feroces críticas. Y no obstante ello, el río sigue sonando.
Es en virtud de estas consideraciones que creemos necesario abordar el
estudio sistemático de los conceptos fundamentales del psicoanálisis freudiano
a la luz de la lógica del pensamiento de Jaques Lacan a fin de que podamos
capitalizar el aporte del psicoanálisis tanto a la medicina como a las ciencias sociales.


***


Para bajar el programa completo del curso, hacé click aquí.

jueves, 6 de agosto de 2009

Axel Honneth. "Patologías de la razón. Historia y actualidad de la teoría crítica" (Katz, 2009)

Más allá de la disparidad de métodos y objetos, lo que aúna a los diversos autores de la Escuela de Frankfurt es la idea de que las condiciones de vida de las sociedades modernas, capitalistas, generan prácticas sociales, posturas o estructuras de personalidad que se reflejan en 'una deformación patológica de nuestras facultades racionales'. Es este tema el que conforma la unidad de la Teoría Crítica en la pluralidad de sus voces: por heterogéneos que sean los trabajos enmarcados en ella, siempre apuntan al objetivo de indagar las causas sociales de una 'patología de la racionalidad humana'. Hoy, cuando por el imperativo de una profesionalización sin objeto, el lazo entre la filosofía y el análisis de la sociedad amenaza romperse definitivamente, la Teoría Crítica -escribe Axel Honneth- "representa un desafío saludable: seguir desarrollándola significaría investigar otra vez, tomando en cuenta las innovaciones teóricas, si la organización específica de nuestras prácticas e instituciones sociales no conlleva un menoscabo del potencial de la razón humana".