lunes, 31 de diciembre de 2007
Último texto del año 2007.
Seguro que habrá más para el 2008.
Les dejo un cálido saludo y los mejores deseos para el año que se avecina.
Afectuosamente
PP
domingo, 30 de diciembre de 2007
Jacques Lacan. Seminario XVIII. "D'un discours qui ne serait pas du semblant"(1971)
sábado, 29 de diciembre de 2007
Los libros del infierno ven la luz (adn Cultura, La Nación)
El infierno existe, pero no es el de Dante ni el de las Sagradas Escrituras. La Biblioteca Nacional de Francia (BNF) lo reveló este mes en una exposición que pasará a la historia por su audacia y su originalidad. En esa muestra, llamada "El Infierno en la Biblioteca. Eros en secreto", la BNF presenta los tesoros de su departamento más sulfúreo y enigmático, un fondo que durante más de 150 años atizó la imaginación de intelectuales, periodistas e investigadores: todos los libros, estampas y grabados condenados al ostracismo por pornográficos, perseguidos por salaces y considerados contrarios a la moral y a las buenas costumbres.
De Sade a Baudelaire, de Louÿs a Bataille, de las estampas libertinas a los daguerrotipos eróticos, ese "fondo secreto" es exhibido por primera vez al público, que ha respondido manifestando una auténtica fascinación. Hecho raro en Francia, el acceso a la muestra está prohibido a los menores de 16 años. Pero, ¿por qué el Infierno? Porque allí fueron a parar todas las publicaciones que por razones diversas consiguieron salvarse de ser devoradas por el fuego de la censura. Con el tiempo, el apelativo obtuvo sus letras de nobleza y terminó convirtiéndose en una signatura, esa señal con números y letras que se estampa en un libro para indicar su ubicación dentro de una biblioteca.
La exposición comienza, justamente, con la definición del Infierno que aparece en el Gran Diccionario Universal del siglo XIX de Larousse (1870): "Sitio cerrado de una biblioteca donde se ponen los libros cuya lectura es considerada peligrosa". Sus autores dan como ejemplo el Infierno de la Biblioteca Nacional. Los alemanes lo llaman "Armario del veneno". Los italianos, por el contrario, conservaron el mismo nombre en francés, Enfer , a pesar de la superioridad que los sonetos de Pietro Aretino (1492-1556) confieren a ese país en materia de escritos lujuriosos. Breve precisión: el Infierno de la BNF no conserva obras heréticas o políticamente peligrosas. Contiene sexo, sexo y sexo. Únicamente sexo.
¿Por qué haber decidido montar esta exposición después de tantos años? "Porque este Infierno alimentó todos los fantasmas. Se lo vio como una suerte de sede de la censura o, por el contrario, como un boudoir galante, un sitio secreto donde se conservaba, lejos de la vista, lo obsceno y lo licencioso -explica Marie-Françoise Quignard, una de las curadoras de la exposición-. La verdad es que el Infierno de la BNF no es ni un boudoir ni una prisión, sino una signatura atribuida a ciertos volúmenes conservados en la reserva de libros raros".
El Infierno nació en el siglo XIX. La primera mención de un libro marcado con la palabra " enfer ", seguida de un número, data de 1844. La decisión de crear ese sitio "no fue obra del poder político sino, sin duda, de los mismos bibliotecarios -explica Quignard-. Quizás porque la Biblioteca Nacional de aquella época se había transformado en un sitio público de lectura, llevados por el puritanismo, sus responsables querían evitar que ciertos libros osados terminaran en manos de todo el mundo". En realidad se trataba de sacar de circulación, pero al mismo tiempo de conservar esas obras licenciosas.
"Al principio, los libros prohibidos que habían escapado a la destrucción eran almacenados en las comisarías, los tribunales y los ministerios, donde eran objeto de tráficos diversos, de reventa o de destrucción. A veces se los cedía a los mismos libreros a quienes se los habían incautado. La preocupación patrimonial recién comenzó a ocupar a la policía y a la justicia a partir de 1850", cuenta Quignard. Fueron justamente las confiscaciones las que alimentaron ese fondo, que en 1876 contaba con 620 libros y que hoy se enorgullece de proponer 2.000 referencias. En 1969, pocos meses después del "destape" de la rebelión juvenil de Mayo del 68, el Infierno de la BNF fue liquidado y los títulos "licenciosos" se incorporaron a las colecciones ordinarias. Si bien el lema "Está prohibido prohibir" tenía un verdadero encanto, las autoridades de la BNF comprendieron poco después que debían dar marcha atrás.
"Por razones prácticas y por la necesidad de clasificar mejor los libros eróticos, el Infierno fue rehabilitado en 1983. Sin embargo, a partir de entonces las dificultades de comunicación con el público desaparecieron", dice la curadora. Hasta 1977, para acceder a esos libros era necesario hacer un pedido oficial y esperar la decisión de un comité consultivo. "Hasta entonces, si los lectores querían realmente consultar nuestros ejemplares, se les aconsejaba certificar que estaban realizando investigaciones en lingüística sobre una palabra específica referida a órganos o prácticas sexuales. Así podían obtener la autorización", agrega.
Engarzadas en un decorado rosa y rojo (los colores de un boudoir galante y, naturalmente, del infierno), las vitrinas de la BNF exponen el sexo en todo su esplendor y sus estados de ánimo a través de libros, estampas y grabados. Sexos de preferencia masculinos, sobredimensionados y turgentes. Pero las mujeres, víctimas o dominadoras, tampoco han sido olvidadas en cientos de imágenes que, por lo general, están asociadas al libro y a la literatura. Las más viejas se remontan al siglo XVI, cuando la imprenta aún no tenía 100 años, como la fascinante serie de grabados de Los amores de los dioses, con frecuencia acompañados con textos del Aretino, el poeta amigo del Tiziano. Las más recientes datan de ayer: Onan, aguafuerte que Salvador Dalí dibujó con su mano izquierda mientras mantenía ocupada la derecha -como él mismo anota a pie de página-, fue realizada en 1979. Au jour dit , de Pierre Bourgeade, ilustrado con fotos de Joel Leick, que lleva la signatura "Enfer 2018", fue impreso en 2000.
Pero la exposición de la BNF no es una simple yuxtaposición de obras eróticas agradables o humorísticas, ingenuas o salaces, anónimas o con firmas ilustres. También es un momento de historia literaria y social contada en tres etapas. La primera está signada por los personajes de novela. En el siglo XVII, y sobre todo en el XVIII, los autores, que corrían el riesgo de ser encarcelados por violación a las buenas costumbres, firmaban con seudónimo. Por esa razón, los héroes -que con frecuencia son heroínas- ocupan el sitio de honor. Sus personajes emblemáticos son Don Bougre, Felicia, Fanny y sobre todo Thérèse ( Thérèse philosophe , del Marqués d Argens), que solo pierde su virginidad y conoce el placer después de haber devorado una biblioteca erótica.
"El idioma de los autores es siempre de gran calidad -observa Quignard-. Puede tratarse de novelas de educación sexual, de panfletos anticlericales o blasfemos, pero está siempre presente el humor." Con Sade y el fin del siglo XVIII, la literatura pornográfica se aleja del registro del puro placer para acercarse al de la crueldad. El humor se vuelve negro. En materia de erotismo, el siglo XIX pertenece a los editores clandestinos. La demanda era fuerte y la censura demasiado severa. Bélgica se transformó en ese momento en tierra de asilo para los "libreros licenciosos". Auguste Poulet-Masis, que publicó Las flores del mal, se refugió enBruselas para difundir con tranquilidad Les épaves, los poemas de Baudelaire condenados por la justicia francesa. En ese momento, la aparición de la fotografía abrió el campo de la imagen erótica al infinito.
La tercera parte de la exposición, el siglo XX, está consagrada a los autores que firman con sus nombres propios o con seudónimos transparentes para sus admiradores. Apollinaire y sus Once mille verges, Pierre Louÿs y Trois filles et leur mère, Aragon y Le con d Irène, Georges Bataille y Histoire de l oeil, Jean Genet y Querelle de Brest. Es la época de los últimos combates librados por los tribunales, cuando Sade comenzó a ser publicado en libro de bolsillo y entró en la prestigiosa colección de La Pléiade. Ya entonces, el infierno había dejado de oler a azufre y comenzaba a ser impreso en papel libre.
Penetrar en el Infierno de la BNF es como sumergirse en la atmósfera de los sitios prohibidos, de los burdeles, las prisiones, los conventos y las bibliotecas de antaño. Pero sobre todo, es una excelente forma de acompañar el camino hacia la libertad que -¿por decisión propia o por el azar de la historia?- decidió recorrer un día la sociedad francesa. Un camino sembrado de escollos, de dificultades y de gestos de increíble coraje. Un derrotero que, a juzgar por la calidad de su producción intelectual durante seis siglos, tuvo como resultado lo mejor. ¿Qué otro país podría haber organizado una exposición semejante, recibida con el beneplácito unánime de todos los sectores de la sociedad? Los nórdicos, quizás.
A la salida de la muestra, en el libro de comentarios de la exposición, una mano entusiasta escribió estas líneas: "Encore, encore et encore. Liberté, chère liberté, toujours plus de liberté! Merci, BNF" (Más, más y más. Libertad, querida libertad, siempre más libertad. ¡Gracias BNF!)
La palabra más bella del mundo es turca
A 20 años de su muerte, Marguerite Yourcenar es un clásico de las letras
miércoles, 26 de diciembre de 2007
La Sorbona celebra sus 750 años
lunes, 24 de diciembre de 2007
Ya que mañana es navidad... un poco de Jesús
Las aventuras del Niño Jesús reúne historias sagradas y profanas, sobrenaturales, traviesas e incluso heréticas de la infancia del hijo de Dios. Compuestas entre los huecos temporales dejados por los evangelistas, yuxtaponen actos triviales con episodios milagrosos, aventuras terrenales con anécdotas místicas. Diversas fuentes, culturas y visiones de mundo, tanto cristianas como musulmanas, coinciden en esta obra para destacar la singularidad de un hombre inimitable para gran parte de la civilización.
Este es uno de mis autores favoritos. Es argentino, pero en tanto hijo de diplomático ha viajado y vivido por todo el mundo. Hoy reside en un pequeño pueblo de Francia. Me gusta porque es un tipo que escribe sobre lo que lee. Y como, aparte, lee cosas buenas, sus ensayos y reflexiones son valiosísimas. Uno aprende mucho y su tono es sencillo, llano, sin academicismos. Su maravillosa "Historia de la lectura" me enloqueció tanto como su "Leyendo imágenes" (ambos libros que recomiendo por demás).
Ahora, en "Las aventuras del niño Jesús", retoma otras versiones de Jesús que no pertenecen a la Biblia. Increíblemente nos enteramos de que existen muchos textos, de diversos orígenes y épocas, que recogen historias y leyendas acerca del Jesús-niño. Más o menos creíbles, más o menos conocidas, todas toman hoy un valor especial.
No importa si sos católico, judío, musulmán o budista... No leerlo sería un desperdicio. Manguel no nos pide que creamos en eso que leemos. Nunca olvida -como lo haría un buen analista- que se trata de textos y que tales textos, sólo en escasas ocasiones dicen "la verdad" (sea lo que ésta sea).
Así que, inviertan los $ 39 que vale este libro y disfrútenlo una vez que se les haya pasado la resaca del 24 .
Feliz Navidad
PP.
domingo, 23 de diciembre de 2007
El segundo analista de Dora, en 1922
“Análisis fragmentario de una histeria”[1]
(1957)
Por Félix Deutsch
En su biografía de Freud, Ernest Jones se refiere al bien conocido caso Dora y a sus diversos síntomas somáticos y mentales. Después de señalar que ella nunca reanudó su análisis de sólo once semanas de duración, menciona que “murió hace algunos años en Nueva York”.
Este hecho despertó mi interés por varias razones. ¿De qué murió Dora? ¿Pudo la intuición de Freud, unida a su penetrante interpretación de sólo dos sueños, realmente iluminar la estructura de la personalidad de esta infortunada niña? Si Freud estuvo acertado, ¿no deberíamos ver en la vida posterior de Dora el impacto de las razones que hicieron que retuviera sus síntomas de conversión? Y, por último –aunque esto no es menos importante– ¿cuánto más avanzados estamos actualmente en nuestra comprensión del “salto de lo mental a lo fisiológico”?
Mi particular curiosidad acerca de la vida posterior de Dora hubiera encontrado desde el comienzo un obstáculo insuperable durante la vida de Freud, debido a la discreción de este último. Freud escribió: “He esperado cuatro años desde el final del tratamiento, y he pospuesto su publicación hasta oír que ha sucedido un cambio de tal índole en la vida de la paciente que me permite suponer que ahora ha disminuido su propio interés en los sucesos y hechos psicológicos.
Es innecesario decir que no ha quedado en el relato ningún nombre que pudiera poner sobre la pista a un lector no médico; y la publicación del caso en un medio puramente científico y técnico debería, aún más, brindar una garantía contra lectores no autorizados. Naturalmente, no puedo evitar que la paciente se sienta apenada si su propia historia clínica llega a sus manos, pero ella no leerá nada en ese trabajo que no sepa ya previamente, y podrá preguntarse quién, además de ella misma, será capaz de descubrir por el trabajo que es de ella de quien se trata”.
Veinticuatro años después del tratamiento de Dora por Freud, sucedió un hecho que aclaró el anonimato del caso a otro analista, sin que Freud lo supiera.
En una nota al pie de su “Adición al análisis fragmentario de una histeria” (1923), Freud escribió: “El problema de la discreción médica, que he discutido en este prefacio, no afecta a los restantes historiales contenidos en este volumen, ya que tres de ellos fueron publicados con el expreso consentimiento de los pacientes (mejor dicho, en el caso de Juanito con el de su padre), mientras que en el cuarto caso (el de Schreber) el sujeto del análisis no fue realmente una persona sino un libro escrito por él. El secreto de Dora fue mantenido hasta este año. Hacía mucho que yo había perdido contacto con ella, cuando hace poco tiempo oí que había enfermado recientemente debido a otras causas, y había confiado a su médico que había sido analizada por mí cuando era joven. Esta confidencia hizo fácil a mi bien informado colega reconocer en ella a la Dora de 1899. Ningún juez cabal de la jerarquía analítica reprochará el hecho de que los tres meses de terapia que ella recibió en aquel entonces no tuvieran más efecto que el alivio de su conflicto actual y que no la protegieran de una posterior enfermedad”.
Freud no reveló el nombre del médico consultado, de acuerdo con el mismo, ya que ello hubiera podido llevar a la revelación de la identidad de la paciente. Ahora que Dora no vive más, puede ser revelado sin transgredir la discreción que protegió su anonimato, por qué la nota de Jones acerca de la muerte de Dora suscitó un especial interés. La razón es que soy yo el médico que en 1922 contó a Freud su encuentro con Dora. Sucedió poco tiempo después de la presentación de mi trabajo “Algunas reflexiones sobre la formación de los síntomas de conversión”, en el Séptimo Congreso Psicoanalítico Internacional en Berlín, en septiembre de 1922, el último al que asistió Freud. Me referí a varios de los puntos de vista expresados en ese trabajo y al misterioso “salto de la mente al soma”, cuando le dije a Freud cómo había tenido lugar mi encuentro con Dora y cómo había sido yo nolens volens {queriéndolo o no}dejado penetrar en el secreto.
En el otoño de 1922 fui consultado por un otorrinolaringólogo acerca de una paciente de él, una mujer casada, de 42 años de edad, que desde hacía un tiempo debía guardar cama debido a acentuados síntomas del síndrome de Meniere: tinitus, disminución de la audición en el oído derecho, mareos e insomnio debido a continuos ruidos en ese oído. Ya que el examen del oído interno, del sistema nervioso y del sistema vascular no mostraban ninguna patología, me preguntaba si un estudio psiquiátrico de la paciente, que se comportaba muy “nerviosamente”, podría quizá dar una explicación a su dolencia.
La entrevista tuvo lugar en presencia de su médico. Su esposo dejó el cuarto poco después de haber escuchado sus quejas y no volvió. La paciente comenzó con una detallada descripción de los inaguantables ruidos que sentía en su oído derecho y de los mareos que tenía cuando movía la cabeza. Dijo haber sufrido desde siempre ataques periódicos de jaqueca en el lado derecho de su cabeza. La paciente comenzó entonces un largo discurso acerca de la indiferencia de su marido respecto a sus sufrimientos, y de lo infortunada que había sido su vida marital. Ahora también su único hijo había comenzado a descuidarla. Había terminado recientemente el Colegio y tenía que decidir si quería continuar con sus estudios. A pesar de eso, a menudo volvía muy tarde a casa por las noches y ella sospechaba que él estaba interesado en las mujeres. Ella lo esperaba escuchando hasta que él volvía a la casa. Esto la llevó a hablar de su propia vida amorosa frustrada y de su frigidez. Un segundo embarazo le había parecido imposible porque no podía resistir los dolores del parto.
Expresó resentida su convicción de que el marido le había sido infiel, que había pensado en divorciarse, pero que no podía decidirse. Llorosamente denunció a los hombres en general por egoístas, pedigüeños y tacaños. Esto la llevó a su pasado. Recordó con gran sentimiento qué cerca había estado siempre de su hermano, que era ahora líder de un partido político y que todavía la visitaba siempre que ella lo necesitaba, en contraste con el padre, que había sido infiel aún a la propia madre. Reprochó a su padre por haber tenido una vez un asunto con una mujer joven casada, con quien ella, la paciente, había trabado amistad, y a cuyos hijos había cuidado durante un tiempo cuando era jovencita. El marido de la mujer le había hecho entonces proposiciones sexuales que ella había rechazado.
Esta historia me resultaba familiar. Mi sospecha de la identidad de la paciente fue pronto confirmada. En el entretiempo, el otólogo había dejado el cuarto. La paciente comenzó a charlar de un modo insinuante, preguntando si yo era analista y si conocía al profesor Freud. Le pregunté a mi vez si ella lo conocía y si él la había tratado alguna vez. Como si hubiera esperado esta pregunta, rápidamente respondió que ella era el caso “Dora”, agregando que no había visto ningún psiquiatra desde su tratamiento con Freud. Mi familiaridad con los escritos de Freud evidentemente creó una muy favorable situación transferencial.
La paciente olvidó hablar acerca de su enfermedad y desplegó gran orgullo porque había escrito de ella como un caso famoso en la literatura psiquiátrica. Después habló de la salud declinante de su padre, que ahora a menudo parecía estar loco. Su madre recientemente había ingresado a un sanatorio para ser tratada de tuberculosis. La paciente sospechaba que su madre podía haberse contagiado la tuberculosis del padre, quien, según ella recordaba, había padecido esta enfermedad cuando niño. Aparentemente había olvidado el episodio sifilítico de su padre, mencionado por Freud, quien lo consideraba en general una predisposición constitucional y un “muy importante factor en la etiología de la constitución neuropática en los niños”. También la paciente expresó preocupación por sus ocasionales resfríos y dificultades respiratorias, así como por sus ataques matutinos de tos, que atribuía a su excesivo fumar durante los últimos años. Como si quisiera hacer más aceptable esto último, dijo que su hermano también tenía el mismo hábito.
Cuando le solicité que bajara de la cama y caminara por la habitación, lo hizo con una ligera renguera de la pierna derecha. Preguntada acerca de ello, no pudo dar ninguna explicación. La tenía desde la infancia, pero no siempre se notaba. Después discutió la interpretación de Freud de sus dos sueños y me pidió una opinión acerca de ella. Cuando me aventuré a conectar su síndrome de Meniere con su relación con su hijo y su continuo escuchar para oír cuando él volvía de sus excursiones nocturnas, pareció aceptar mi interpretación y solicitó otra consulta conmigo.
La próxima vez que la vi ya no estaba más en cama y manifestó que sus “ataques” habían terminado. Los síntomas del síndrome de Meniere habían desaparecido. Nuevamente descargó una gran cantidad de sentimientos hostiles contra su marido y aludió especialmente al asco que ella tenía hacia la vida marital. Describió sus dolores premenstruales y su flujo vaginal después de la menstruación. Después habló principalmente de su relación su madre, de su infeliz niñez a causa de la exagerada tendencia a la limpieza de su madre, de sus anonadantes compulsiones a lavarse y de su falta de afecto por ella. La única preocupación de la madre había sido su propia constipación, y la paciente también ahora sufría de constipación. Finalmente, habló con orgullo de la carrera de su hermano y de su temor de que su hijo no siguiera esas huellas. Cuando la dejé, me agradeció elocuentemente y prometió llamarme si llegaba a sentir la necesidad. No volví a oír hablar de ella. Su hermano me llamó varias veces después de mi contacto con ella, y expresó su satisfacción por su rápida recuperación. El estaba muy preocupado por el continuo sufrimiento de su hermana y por las discordias que ella tenía con el marido y con la madre. Admitió que era difícil llevarse bien con la hermana, debido a que ella desconfiaba de la gente y trataba de hacer disgustar a los demás entre sí. El me quiso ver en mi consultorio, lo que yo decliné en vista de la mejoría de Dora.
Es fácilmente comprensible que esta experiencia me hizo comparar el cuadro clínico de esta paciente con el que Freud describió en su breve análisis veinticuatro años antes, cuando ella tenía dieciocho. Es notorio que el destino de Dora siguió el curso que Freud predijo. Según él “… el tratamiento del caso y consecuentemente mi insight de los complejos elementos que lo componen, es fragmentario. Hay por lo tanto muchas preguntas para las que no tengo respuesta o para las que sólo tengo indicios y conjeturas”. Estas consideraciones, sin embargo, no alteraron su concepto básico de que “… la mayoría de los síntomas histéricos, cuando llegan a su total desarrollo, representan una situación imaginada de la vida sexual”. Fuera de duda, la actitud de Dora hacia la vida conyugal, su frigidez y su asco hacia la heterosexualidad llevan impresos el concepto de Freud del desplazamiento, que describió en los siguientes términos: “Puedo llegar a la siguiente derivación para los sentimientos de asco. Tales sentimientos parecen ser originariamente una reacción al olor (y posteriormente también a la vista) de excrement0o. Pero los genitales pueden actuar recordando las funciones excrementicias”.
Freud corroboró este concepto posteriormente, en sus notas acerca de un caso de neurosis obsesiva, refiriéndose a su paciente como un renifleur (olfateador), que era más susceptible a las sensaciones olfatorias que la mayoría de la gente. Freud agrega en una nota que el paciente “en su niñez había tenido fuertes tendencias coprofílicas. En conexión con esto ya hemos señalado su erotismo anal”.
Podemos preguntarnos si, aparte de los sentidos del olfato, gusto y visión, había involucradas otras modalidades sensoriales en el procesos de conversión que padecía Dora. Ciertamente, el aparato auditivo desempeñó un papel importante en el síndrome de Meniere. De hecho, ya Freud se refirió a la disnea de Dora como condicionada, aparentemente, por su escuchar, cuando niña, los ruidos del dormitorio de sus padres, adjunto al suyo. Este “escuchar” se encontraba repetido en la expectativa con que escuchaba las pisadas del hijo cuando éste volvía al hogar por la noche, con posterioridad a cuando Dora comenzó a sospechar que el hijo estaba interesado en mujeres.
En lo que respecta al tacto, Dora ya había mostrado su represión en su contacto con el señor K. cuando éste la abrazó y cuando ella se comportó como sino hubiera notado el contacto con sus genitales. Ella no pudo negar el contacto en sus labios cuando el señor K. la besó, pero se defendió contra el efecto de este beso negando su propia excitación sexual y su reconocimiento de los genitales del señor K., que rechazó con asco.
Debemos recordar que en 1894, Freud propuso el nombre de “conversión” a una defensa, cuando llegó al concepto de que “… en la histeria, una idea insoportable es transformada en inocua transmutando la cantidad de excitación adherida a ella en una forma corporal de expresión”. Antes aún, en colaboración con Breuer, lo formuló así: “El aumento del total de excitación tiene lugar a lo largo de las vías sensoriales y la disminución a lo largo de las motoras. (…) Si no hay, sin embargo, reacción alguna a un trauma psíquico, el recuerdo de éste retiene el afecto que tenía originariamente”. Esto es cierto todavía hoy.
Muchos años pasaron durante los cuales el Yo de Dora continuó con una terrible necesidad de defenderse de sus sentimientos de culpa. Sabemos que trató de lograrlo a través de una identificación su madres que sufría de una “neurosis de ama de casa”, que consistía en un lavado obsesivo y otras formas de limpieza excesiva. Dora no sólo se parecía a ella físicamente sino también en este aspecto. Ella y su madre no sólo veían suciedad alrededor de ellas, sino también dentro de sí mismas. Ambas sufrían de flujo vaginal cuando Freud trató a Dora, y lo mismo sucedía cuando yo la vi.
Es sorprendente que el arrastre del pie, que Freud observó cuando la paciente tenía dieciocho años, haya persistido veinticinco años. Freud señaló que un síntoma de este tipo sólo puede producirse cuando tiene un “prototipo infantil”. Dora se había torcido el tobillo cuando era niña, al resbalar por un escaló cuando bajaba una escalera. El pie se la había hinchado, le fue vendado y Dora tuvo que guardar cama algunas semanas. Parece que un síntoma tal puede persistir toda la vida, siempre que sea necesario usarlo para expresar displacer somáticamente. Freud siempre se adhirió al “concepto de las reglas biológicas” y consideró al displacer “… como almacenado para su protección. La complacencia somática, orgánicamente predeterminada, allana el camino a la descarga de una excitación inconsciente”.
La importancia de la afirmación de Freud, de que “… parece que es mucho más dificultoso crear una conversión nueva que formar caminos asociativos entre un nuevo pensamiento que necesita descargarse y uno antiguo que ya no necesita hacerlo”, no puede ser excesivamente enfatizada. La conclusión de algún modo fatalista que uno puede inferir de la personalidad de Dora, que veinticinco años más tarde se manifestó tal como Freud lo había visto y pronosticado, es que ella no pudo escapar a su destino. Sin embargo, esta afirmación necesita alguna calificación. Freud mismo expresa muy claramente que él no publicó el caso “para demostrar la realidad del valor de la terapia psicoanalítica” y que la brevedad del tratamiento (que duró menos de tres meses) fue sólo una de las razones que impidieron una mejoría más duradera de las dolencias de Dora. Aún si Freud hubiera hecho ya en esa época sus descubrimientos sobre la neurosis transferencial y la elaboración, Dora no hubiera podido beneficiarse con ellos, ya que inesperadamente interrumpió el tratamiento “sin la menor duda [como] un acto de venganza de su parte. Su propósito de autodañarse también se satisfizo con esta acción”.
Han pasado más de treinta años desde mi visita al lecho de enferma de Dora. De no ser por la nota del doctor Jones acerca de su muerte en Nueva Cork, que me ayudó a obtener mayor información respecto de la última parte de su vida, no hubiera sabido más de ella. Obtuve entonces de un informante los datos adicionales pertinentes acerca de Dora y su familia que transcribo aquí.
Su hijo la trajo de Francia a los Estados Unidos. Contrariamente a lo que ella esperaba, el hijo triunfó en la vida como un renombrado músico. Dora se aferró a él con los mismos reproches y exigencias que había hecho a su esposo, que había muerte de una enfermedad coronaria, desdeñado y torturado por la conducta casi paranoide de ella. De un modo bastante extraño, sin embargo, prefirió morir, según mi informante, a divorciarse. Sin la menor duda, sólo un hombre de este tipo pudo haber sido elegido por Dora como marido. Cuando se analizaba había dicho claramente: “Los hombres son tan detestables que preferiría no casarme. Esta es mi venganza”. Así que su casamiento sólo había servido para cubrir su aversión a los hombres.
Tanto ella como su esposo habían sido arrojados de Viena durante la Segunda Guerra Mundial y emigraron inicialmente a Francia. Antes de esto ella había sido tratada repetidamente por sus bien conocidos ataques de jaqueca y de tos, y su ronquera, que Freud había interpretado analíticamente cuando ella tenía dieciocho años. Al comienzo de la década del treinta, después de la muerte de su padre, Dora comenzó a sufrir palpitaciones cardíacas, que fueron atribuidas a su excesivo fumar. Reaccionaba a esas sensaciones con ataques de ansiedad y temor de morir. Esta dolencia mantenía a todos lo que la rodeaban en un estado de continua alarma y Dora utilizaba esto para hacer enfrentar amigos y parientes entre sí. Su hermano, también “fumador en serie”, murió mucho más tarde de una enfermedad coronaria en París, adonde había escapado después de pasar por muy azarosas circunstancias. Fue enterrado allí con los más altos honores.
La madre de Dora murió de tuberculosis en un sanatorio. Me enteré por mi informante que ella había padecido esa enfermedad en su juventud. Ella se condujo a sí misma a la tumba a través de su interminable y permanente compulsión a la limpieza cotidiana, un trabajo que nadie podía realizar a su entera satisfacción. Dora siguió sus huellas pero dirigió su compulsión principalmente a su propio cuerpo. Como su flujo vaginal persistiera, se sometió a varias operaciones ginecológicas menores. Su incapacidad para “limpiar sus intestinos”, su constipación, fue un problema hasta el final de su vida. Estando acostumbrada a este trastorno de sus intestinos, aparentemente lo trató como un síntoma familiar hasta que se transformó en algo más que un síntoma de conversión. Su muerte, debida un cáncer de colon, diagnosticado demasiado tarde para operarlo con éxito, pareció una bendición a todos aquellos que estaban cerca de ella. Dora había sido, en las palabras de mi informante, “una de las histéricas más repulsivas” que había conocido.
Los datos adicionales sobre Dora que aquí han sido presentados no son más que una nota a la “Adición” (postcripto) de Freud. Espero que el presentarlos ahora pueda estimular la reconsideración y la discusión del grado en que el concepto de proceso de conversión, en el sentido que le dio Freud, es todavía válido, o si no, en qué aspectos difiere de nuestra actual comprensión de él.
[1] Publicado originalmente en The Psychoanalytic Quarterly, 1957, XXVI. Versión española en Revista de Psicoanálisis, 27, nº 3, 1970, p. 595
sábado, 22 de diciembre de 2007
Heinrich Wiegand Petzet. "Encuentros y diálogos con Martin Heidegger" (1929-1976) Ed. Katz, 2007
Por Heinrich Wiegand Petzet [Traducción: Lorenzo Langbehn]
Alberto Manguel. "La biblioteca de noche " (Alianza, 2007)
jueves, 20 de diciembre de 2007
Evalúan la persistencia del nazismo desde la lingüística
Fuente: EFE
(tomado de Revista Ñ, edición digital)
miércoles, 19 de diciembre de 2007
Jacques Lacan. "De una reforma en su agujero" (1969)
3 de febrero de 1969.
Traducción Carlos Faig
La reforma en psiquiatría y la emoción "científica".
Ha sido anunciado el nacimiento inscripto en el estado civil de colegios de psiquiatría en un cierto número de centros, incluso de decentros (décentres) [1], en Francia.Dos pisos para esta reforma.Piso de enseñanza. Maravilla: los psiquiatras tendrán algo que decir. Y aún más, enseñaran lo que saben.Piso de su práctica: se instituye, siguiendo el principio de la función que ellos cumplen por proveniencia, como social. Ese principio toma forma por la institución del "sector" del cual un equipo se responsabiliza a título de la salud mental, profilaxis comprendida.Horrendum: el ascenso de un piso al otro está previsto, y la ida y vuelta permanente.De donde arguye el temor que se enuncia en el nivel de la Universidad: a saber, la facultad de medicina y la facultad de letras, incluso de ciencias.He aquí el aparato: la dominación (dominance) que resulta de esta "sociatría" en la enseñanza es capaz de desviar lo que en ese dominio se promete a una investigación científica, para la cual se gravan otros recursos.En esta advertencia que los laboratorios farmacéuticos sean situados en la primera fila de los investigadores amenazados sería propicio para terminar inmediatamente con ella: ¿quién no ve, en efecto, que los recursos químicos no están cerca de dejar la tribuna?Esta objeción merece, según creemos, examinarse sobre una base más seria, y no únicamente, aunque se nos lo diga, como la resume nuestro ministro en respuesta al piso: enseñanza, rechazando por su base el término sociatría para colgarlo en el otro piso.Ese término es en efecto tanto más pertinente cuanto pertinente es la cosa misma que designa.Resulta claro, en efecto, que el corte social aspirará en su abertura (béance) cada vez más personal, construcciones y el dinero que le hace falta. Un precio bajo comparado con la atribución que costará en adelante ocuparse de ella.Las autoridades universitarias, ahora alarmadas, no habrían, propiamente hablando, querido saber de tal atribución, en el momento preciso en que estaban a cargo de cuidar de ellas.La secuela (suite) requiere que se sepa porque esto ocurrió así: lo que esclarecerá un ejemplo.
La disyunción del neurólogo de la psiquiatría
Debemos franquear el ejemplo tan rápido como sea posible, pues procede de una costumbre que nos angustia abandonar. Yo mismo la experimenté en el efecto de un sueño −formación rara en mi coyuntura presente−, al punto de que, en una primera redacción de este escrito intempestivo, me demora en el ejemplo.Se trata de la conjunción del neurólogo y del psiquiatra en el certificado de calificación instituido por la facultad de medicina. Se sabe que hoy día, reforma mediante, ha perimido.Ahora bien, es necesario recordar que esta conjunción recibió durante veinte años el sostén activo y adoctrinado de los mismos psiquiatras que se regocijan ahora viendo el final, advenido por la fuerza de las cosas, es decir, de la verdad cuando aúlla.Esto porque se trataba, bien entendido en la intención más piadosa, de estar del lado de lo que, para ellos como para muchos otros, detentaba la Universidad, de lo que se llama mediante una locución adverbial la manija.La juventud demuestra, mediante esa manija, a los cuadros de una Universidad, a la que desde hace un largo tiempo el universo falta, que puede reducirse al equívoco −en cuanto para el mundo entero esos cuadros se hallan varados desordenadamente−.Resulta de nuestro ejemplo que la insistencia sobre el peligro para la práctica médica del desconocimiento por parte del psiquiatra de un hecho neurológico descuida el riesgo inverso. Esto porque se toma al hecho psiquiátrico a partir del juicio de todo el mundo: ¿quién no admite que una formación "humana" basta para una terapia de sostén?Se liberan incluso muy fácilmente haciendo reverencia a la ciencia −que ahora los despierta−.Poner la farmacodinamia al alcance de la incompetencia (autorizada) les basta para tomarse por científicos, en nombre del hecho cierto de que las drogas que difundirían son producidas científicamente, e incluso puestas a prueba.Un ideal por lo tanto en el horizonte, promesa: que la seguridad y el alto sostén científico del neurólogo (más sabio, o sea, transitando en sus endosos terapéuticos) llega a cubrir el campo que supuestamente se debe cederles, puesto que la encrucijada cerebral es el desfiladero obligado del hecho psiquiátrico.¿Acaso no puede ser aprehendido en otro lado si es de otro lado que parte? ¿Si, sobre todo, es de otro lado que nos reclama? Para que esto se sostenga, los bordes ensanchados que la copa ofrece a su afluencia, cumpliendo la tarea, fluyen hacia los lugares "asilares", donde la comunidad segrega a sus miembros discordantes. Aquí el común de la gente no ha despreciado a la sociatría desde hace más o menos dos siglos, pero no mira con atención suficiente como para develar un orden científico de una potencia segunda, que sería el efecto de la ciencia sobre lo social, por ejemplo.El beneficio neto del proceso es el mantenimiento de una posición de prestancia, de la que se sabe que no es poca cosa en la eficiencia médica.Y poco importa si el ideal así propuesto es una impasse, manifiesta al presente en que ninguna formación, pues allí está la arista, ninguna formación es más impropia que la del neurólogo para preparar a la aprehensión del hecho psiquiátrico.
De un saber a bajo precio
La inquietud de la ciencia es entonces relegada a manos de los psicólogos, testistas, asistentes sociales si se quiere: el personal inmenso, que, al haberlo devaluado por esta relegación misma, se sospecha, a la vuelta, que está subdesarrollado respecto del científico.Que nadie se engañe: no se halla aquí ninguna refutación del lugar de la medicina en el asunto. Se denuncia, meramente, la falta que comete al templarse (trempe) como universitaria.En el nivel de la medicina como en cualquier otro, preservar los beneficios del saber es la definición infima que se puede dar a la misión de la Universidad. Esta posee los derechos de la formación como efecto del saber según el valor que le da un mercado.En el nivel de la medicina, como en cualquier otro, ciertamente la Universidad no falta.Pero fue sobrepasada por la subversión sobrevenida de lo que llamamos mercado.Nosotros la ubicamos a justo título en razón del valor del que se trata, gravita sobre el que está en juego en el mercado capitalista, que lo establece por el resorte de la mercancía y la radicalización que consuma al incluir allí al trabajo.¿Hace falta enunciar esas verdades primeras y decir aquí lo que oscurecen los que protegen al saber: es decir, que el saber no se adquiere por el trabajo, y menos aún la formación que es efecto del saber?Esto no implica de ninguna manera denegar el saber del trabajador, incluso, si se quiere, del pueblo, sino afirmar que, no más que los sabios, no lo adquieren por su trabajo.Galileo, ni Newton, ni Mendel, ni Galois, ni Bohr, ni el joven James D. Watson, deben nada a su trabajo, sino a aquel de los otros, y sus hallazgos se transmiten en un relámpago únicamente a quien posee la formación que se produce por cortocircuitos del mismo orden, y numerables, aun si el adormecimiento (ennui) escolar extingue la memoria.Cualquier madre de familia sabe que la lectura es un obstáculo respecto del trabajo; el primer obrero producido, como escapatoria de esto, el obrero comunista, toma allí sus cartas de nobleza.¿Cuál es, pues, el costo del valor inherente al saber?
De un agujero y del montón [2] que lo tapona tanto como lo destapa
Aquí interviene la función que solo articula la teoría psicoanalítica [3], la que anudé a los efectos del saber por los que se inaugura el sujeto, al tiempo que es efecto de pérdida, que viene a significar un corte en el cuerpo, bajo la denominación algebraica de objeto (a). Leer: a minúscula [4], los iletrados que se confinan al uso de la palabra, traducen montón [5], simple borrón (bavure) informático.Esta determinación es suficiente, pero igualmente es necesario situar correctamente lo que ha faltado a toda filosofía: la causa, o mejor, la acausa del deseo.En los últimos tiempos de un discurso que se prolonga lo correlacioné a la función que se enuncia como plus-de-gozar (Mehrlust, evidentemente homológica de la Mehrwertde Marx, pero ciertamente no analógica, por ser antes causa que efecto de mercado).La incidencia de mis Escritos en la práctica analítica ha llegado a los lectores de esas líneas. Pero el hecho de que se dirijan ahora al lector de Le Monde, quo talis est no prohíbe aconsejarle referirse a ellos, puesto que contrariamente a la prosa en la que se me quiere hacer entrar, los así llamados Escritos no podrían ser leídos en diagonal [6]: digamos más bien que el efecto de formación que sabe extraer de un tal enfoque la invención matemática, no puede en aquellos ser más que confuso, a falta de una formalización suficiente.Se vería no obstante así, de tomarse el trabajo, que el objeto a se las arregla mucho mejor haciendo el amor con la imagen especular, que él perfora, que animando el torbellino que suscita como plus-de-gozar.Basta un ideal, tomado no importa de dónde, y hasta aquí de un Otro supuesto saber. Es lo que el psicoanalista osa ofrecerles como transferencia.Fructífera impudez por producir la verdad: ésta, en primer lugar, de por sí requiere un trabajo.Se trata del trabajo necesario para producir la identificación del hombre, se sigue el goce hallado de la mujer de la que ha nacido, deshacerla: es decir, rehallar el agujero, pero vívido finalmente, de la castración desde donde la mujer surge verídica.Tal es, al menos, el camino que ha abierto la neurosis al psicoanalista para que la complete como verdad por su repetición.Esto solo puede acometerse suponiéndose al deser por no ser más que deseo de saber.Es lo mismo que decir que la formación del psicoanalista −que sale de las manos de ilotas formados, por lo demás para su comodidad, en una reserva internacional (pero se trata de otra historia que no trataremos aquí...)− debería, por derecho y obligación, recibirla cualquiera que quisiera en adelante encargarse de una enseñanza como formación en la ciencia.No daría oportunidad ninguna al uso de un cierto patronato del acceso graduado, ceremonial o del mismo nivel de los alumnos en su "interior", ya sea mundano o de retiro, preferentemente no familiar, disipado todavía menos.Quizá sería mejor (pues no es un tipo imaginable frente a lo que aparece hoy) que el psicoanalista se libere también por sí mismo y viva en una corriente de aire, aunque no fuera más que para probar que no tiene frío en los pies como tampoco en los ojos, ni en la garganta. No hay ya para Tiresias mama que cubrir.Precio a pagar para que vuelva el costo del saber al mercado, pues de ahí podrá imponerse a quien pretenda ver figurar sus acciones en la selección que circula.La selección será estructuralista o no será. El sujeto de la ciencia no tiene nada que ver con la ampulosidad que prima en el mercado de influencias.No lo digo porque conozca lo que cuesta algunas veces ganarse el pan con esto, sino para recordar donde habita, igualmente y más allá, el objeto a.
La agitacion de mayo y su mayomemoria en el sujeto capitalista [7]
Al pensar en ello, se ve más claramente la confluencia de los distintos aspectos, el motivo de la rompiente violenta de la agitación de mayo [8] (como se llega a decir).No es para rebajar el sentido. Pues la inquietud de los jóvenes burgueses de ver la influencia en mal momento, por el efecto que nosotros damos por reducción del mercado, no les quita el merito de haber marcado algo que tendrá que tomar en cuenta cualquiera que calcule una reforma. No se los mantendrá tranquilos prometiéndoles que la próxima vez los recibirán con alfombras de oro.Pues lo que vomitaban bajo el título de la sociedad de consumo y de los coches que solo sirven para amueblar las calles, eran los objetos con los que esta sociedad espera satisfacerlos en abundancia, porque no reemplazan al objeto a fatídico.La inmersión capitalista universal no ha terminado de oscilar del Oeste al Este. Tiene su rol que jugar.El "ya nunca como antes", sobre el que se abalanza la mayomemorización [9] de las buenas almas, debe tomarse por su lado cómico, es decir, entristecedor. Pues está claro que más que nunca es como antes y que la agitación de mayo precipita lo que ha causado a aquello."La unidad de valor", promovida a la escala de retribución de diplomas, confiesa a la manera de un lapsus enorme lo que nosotros señalamos como la reducción del saber al oficio del mercado.En cuanto al "sector" psiquiátrico, esboza el lineamiento −no menos que en las nuevas guarderías llamadas universitarias− del fin al que tiende el sistema −si la ciencia que todavía los socorre, sucumbe allí−: a saber, el campo de concentración generalizado.El torbellino crece alrededor del agujero sin que haya forma de aferrarse al borde que −porque ese borde es el agujero mismo y lo que se levanta (insurge) resulta arrastrado en él− es su centro.No es la juventud la que puede frenar la rueda donde está tomada, cuando es en ella que el eje (moyeu), por su inexistencia, viene a visitar a algunos.Pues el sujeto de los acontecimientos, por mucho que movilice, no es conciencia, y por eso su replica solo se produce en una cabeza, y no en un grupo.Para sacar algún beneficio hace falta saber que el presente es contingente, como el pasado fútil. Es necesario atenerse al futuro, contra Aristóteles que ha cedido en esto, y dice que el presente tiene (tient) lo que tiene de necesario. El vencedor desconocido de mañana es a partir de hoy que gobierna.
Notas
1-
En algunos sectores dejamos entre paréntesis el término francés para orientar al lector hacia otra posible traducción.
2-
D’un trou et du petit tas, se expresa Lacan en el subtítulo. Remite, obviamente, al petit a.
3-
Psychoanalytique, en el original francés, en lugar de psychanalytique.
4-
En el texto: petit a.
5-
En el texto: petit tas.
6-
La locución adverbial "lus en diagonale" significa "leídos rápidamente", "hojeados", "recorridos para tener una idea general" (como se leen, precisamente, los titulares de un diario: el artículo de Lacan iba a ser publicado por Le Monde). Pero en el texto, un poco más abajo, Lacan alude al método de la diagonal, por eso preferimos traducir la expresión literalmente.
7-
El subtítulo de Lacan en francés es el siguiente: L’emoi de mai et sa maimoire dans le sujet capitaliste. Soporta diversas traducciones, a saber: "La agitación (los disturbios) de mayo y su memoria (mayomemoria, memoria de mayo) en el sujeto capitalista"; también, "El yo (el "yoemotivo", la efervescencia, disturbios) de mayo y su memoria (memayomemoria) en el sujeto capitalista"; y, asimismo, "El (convulsionado) mes de mayo y su mesmayo en el sujeto capitalista".
8-
En el original y como en el subtítulo tratado en la nota anterior: l’émoi de mai; por homofonía resultan: le moi de mai, el yo de mayo; y, le mois de mai, el mes de mayo.
9-
Subrayado por Lacan en el original: maimorisation.
Santa Claus
Existen aproximadamente dos mil millones de niños en el mundo. Sin embargo, como Santa Claus no visita niños musulmanes, ni judíos, ni budistas, esto reduce su trabajo en la noche de Navidad y sólo tiene que visitar 378 millones de chicos.
Con una tasa promedio de 3,5 niños por casa, se convierte en 108 millones de hogares (suponiendo que al menos hay un niño bueno por casa). Santa Claus tiene alrededor de 31 horas de Navidad para realizar su trabajo, gracias a las diferentes zonas horarias y a la rotación de la Tierra, asumiendo que viaja de este a oeste (lo cual parece lógico). Esto suma 968 visitas por segundo. Como quien dice, para cada casa cristiana con un niño bueno, Santa tiene alrededor de 1/1000 de segundo para: estacionar el trineo, bajar, entrar por la chimenea, llenar las botas de regales, distribuir los demás regalos bajo el arbolito, comer los bocadillos que le dejan, trepar nuevamente por la chimenea, subirse al trineo… y llegar a la siguiente casa.
Suponiendo que cada una de esas 108 millones de paradas están equidistribuidas geográficamente, estamos hablando de alrededor de 1248 metros entre casa y casa. Esto significa, un viaje total de 121 millones de kilómetros… sin contar descansos o paradas al baño. Por lo tanto, el trineo de Santa Claus se mueve a una velocidad de 1040 kilómetros por segundo… es decir, casi tres mil veces la velocidad del sonido.
Hagamos una comparación: el vehículo más rápido fabricado por el hombre viaja a una velocidad máxima de 44 km/seg. Un reno convencional puede correr (como máximo) a 24 km por hora o, lo que es lo mismo, unas siete milésimas de kilómetros por segundo. La carga del trineo agrega otro elemento interesante. Suponiendo que cada niño sólo pidió un juguete de tamaño mediano (digamos, de un kilo), el trineo estaría cargando más de 500.000 toneladas… sin contar a Santa Claus. Aun suponiendo que un reno pudiera acarrear diez veces el peso normal, el trabajo, obviamente, no podría ser hecho por 8 ó 9 renos. Santa Claus necesitaría 360.000 de ellos, lo que incrementa la carga otras 54.000 toneladas… sin contar el peso del trineo.
Más allá de la broma, 600.000 toneladas viajando a 1040 km/seg sufrirían una resistencia al aire enorme, lo que calentaría los renos, de la misma forma que se calienta la cubierta de una nave espacial al ingresar a la atmósfera terrestre. Por ejemplo, los dos renos de adelante, absorberían 14,3 quintillones de joules de energía por segundo cada uno… por lo que se calcinarían casi instantáneamente, exponiendo a los renos siguientes y creando ensordecedores “booms” sónicos. Todos los renos se vaporizarían en un poco más de cuatro milésimas de segundo… más o menos cuando Santa Claus esté a punto de realizar su quinta visita.
Si no importara todo lo anterior, hay que considerar el resultado de la desaceleración de 1040 km/seg. En 0,001 de segundo, suponiendo un peso de Santa Claus de 150 kg, estaría sujeto a una inercia de fuerza de 2.315.000 kg, rompiendo al instante sus huesos y desprendiendo todos sus órganos, reduciéndolo al pobre Santa Claus a una masa sin forma aguada y temblorosa.
Si aun con todos estos datos, los enoja que Santa Claus no les haya traído lo que pidieron este año, es porque son tremendamente injustos y desconsiderados.
Tomado de Adrián Paenza,
“Matemática… ¿Estás ahí?”,
Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 2005, p. 177 y ss.
martes, 18 de diciembre de 2007
Roberto Fontanarrosa. "Intervención en el Congreso de la Lengua" (Rosario, Argentina, 19 de abril de 2004)
Las Malas Palabras
No sé qué tiene que ver con lo de la internacionalización, que, aparte, ahora que pienso, ese título lo habrán puesto para decir que una persona que logra decir correctamente in-ter-na-cio-na-li-za-ción es capaz de ponerse en un escenario y hablar algo –porque es como un test que han hecho.
Algo tendrá que ver el tema, éste, el de las malas palabras, por ejemplo, con éste, como el que decía el amigo Escribo (José Claudio Escribano). Se nota que es tan polémica esta mesa que es la única a la que le han asignado “escribano” para que se controle todo lo que se dice en ella.
Es un aporte real en cuanto al intercambio. Me ha tocado vivir, cuando he tenido que acompañar a la Selección Argentina a partidos (de fútbol) en Latinoamérica. El intercambio que hay en esos casos de este lenguaje, es de una riqueza notable; es más, en Paraguay nos decían “come gatos” que es, estrictamente para los rosarinos, “un rosarinismo”.
Un Congreso de la Lengua es, más que todo, para plantearse preguntas. Yo, como casi siempre hablo desde el desconocimiento, me pregunto por qué son malas las malas palabras, quién las define como tal. ¿Quién y por qué? ¿Quién dice qué tienen las malas palabras? ¿Son malas porque son de mala calidad? ¿O sea que cuando uno las pronuncia se deterioran? ¿O, cuando uno las utiliza, tienen actitudes reñidas con la moral?
Obviamente, no se quién las define como malas palabras. Tal vez sean (ellas) como esos villanos de viejas películas –como las que nosotros veíamos–, que en un principio eran buenos, pero que al final la sociedad los hizo malos. Tal vez nosotros, al marginarlas, las hemos derivado en palabras malas. Lo que yo pienso es que brindan otros matices, muchas de ellas. Yo soy fundamentalmente dibujante, con lo que uno se preguntará: ¿qué hace ese muchacho arriba del escenario? Manejo muy mal el color, por ejemplo, pero a través de eso sé que cuanto más matices tenga uno, más puede defenderse, para expresarse, para transmitir, para graficar algo; entonces: hay palabras, palabras, palabras de las denominadas malas palabras que son irremplazables, por sonoridad, por fuerza, algunas incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es “tonta” o “zonza”, que decir que es un “pelotudo”. “Tonto” puede incluso incluir un problema de disminución neurológica realmente agresivo.
El secreto de la palabra “pelotudo”, ya universalizada –no sé si está en el diccionario de dudas–, está en que también puede hacer referencia a algo que tiene pelotas, que puede ser un utilero de fútbol que es un pelotudo porque traslada las pelotas; pero lo que digo, el secreto, la fuerza, está en la letra “t”. Analicémoslo –anoten las maestras–: está en la letra “t”, puesto que no es lo mismo decir “zonzo” que decir “peloTudo”.
Otra cosa, hay una palabra maravillosa que en otros países está exenta de culpa –esa es otra particularidad, porque todos los países tienen malas palabras pero se ve que las leyes de algunos países protegen y en otros no–, hay una palabra maravillosa, decía, que es “carajo”. Yo tendría que recurrir a mi amigo y conocer Arturo Pérez Reverte, conocedor en cuanto a la navegación, porque tengo entendido que “el carajo” era el lugar donde se colocaba el vigía, en lo alto de los mástiles de los barcos para divisar tierra o lo que fuere; entonces mandar a una persona al carajo era estrictamente eso, mandarlo ahí arriba.
Amigos mexicanos con los que estuve cenando anoche me estuvieron enseñando una cantidad de malas palabras mexicanas. Ahora que lo pienso creo que me estaban insultando porque se suscitó un problema con la cuenta a la hora de pagar. Me explicaban que las islas Carajo son unas islas que están en el océano Índico.
En España, el “carajillo” es el café con coñac y acá apareció como mala palabra, al punto que se llega a los eufemismos, se decía “caracho”; es de una debilidad absoluta y de una hipocresía… ¿no?
A veces hay periódicos que ponen: “El senador Fulano de Tal envió a la m… a su par”. La triste función de esos puntos suspensivos, realmente el papel absurdo que están haciendo ahí, merecería también una discusión acá, en el Congreso de la Lengua.
Voy a ir cerrando. Hay otra palabra que quiero apuntar que creo es fundamental en el idioma castellano, que es la palabra “mierda”, que también es irremplazable. El secreto de la contextura física está en la “r” –anoten las docentes–, porque es mucho más débil como la dicen los cubanos: “mieLda”, que suena a chino, y eso –yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la Revolución cubana–, le quita posibilidades de expresividad.
Voy cerrando, después de este aporte medular que he hecho al lenguaje y al Congreso. Lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que es imprescindible para descargarse, para dejar de lado el estrés y todo ese tipo de cosas. Lo único que yo pediría (no quiero hacer una teoría) es reconsiderar la situación de estas palabras. Pido una amnistía para la mayoría de ellas. Vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar.