viernes, 22 de enero de 2010

JACQUES LACAN. "Homenaje a Marguerite Duras, del Rapto de Lol V. Stein" (1965)


Del rapto: esta palabra se nos vuelve enigma. Que Lol V. Stein la determine: ¿la hace subjetiva u objetiva? Raptada. Se evoca el alma y obra la belleza. De este sentido al alcance de la mano nos libraremos como se pueda, con el símbolo.
Raptora es también la imagen que nos impondrá esa figura de la herida, la exilada de las cosas, a quien no se atreve uno a tocar, pero que hace de uno su presa.
No obstante, los dos movimientos se anudan en una cifra que se revela en ese nombre sabiamente Conformado por los contornos de la escritura: Lol V. Stein.
Lol V. Stein: alas de papel, V, tijeras, Stein, la piedra en este juego de la mor-ra*1 te pierdes.
Uno contesta: O, boca abierta ¿qué quiero dando tres saltos sobre el agua, fuera del juego del amor, dónde me zambullo?
Este arte sugiere que la raptora es Marguerite Duras y nosotros los raptados. Pero si, apretando el paso tras los pasos de Lol, que resuenan *2 a lo largo de su novela los oímos detrás nuestro sin habernos encontrado con nadie, ¿será que su criatura se desplaza entonces por un espacio desdoblado? ¿O será que uno de nosotros pasó a través del otro, y quién, ella o nosotros, se dejó atravesar?
Por lo que se ve hay que anudar de otra manera la cifra: para asirla hay que contarse de a tres.
Más bien lean.
La escena -y la novela entera no es más que su rememoración es propiamente el rapto de dos en una danza que los suelda y ante los ojos de Lol, tercera, junto con todos los del baile, padece en él el rapto de su novio por aquella que sólo tuvo súbita que aparecer.
Y para palpar qué busca Lol a partir de ese momento se nos ocurre hacerle decir un "yo me dos" , conjugando doler con Apollinaire.
Pero, precisamente, ella no puede decir que sufre.
Se pensará, según algún cliché, que Lol repite el acontecimiento. Pero hay que examinar las cosas en detalle
Visto de lejos se reconoce el acontecimiento en ese acecho, al que desde ahora Lol volverá muchas veces, de una pareja de amantes en la cual encontró como por azar quien fue antes del drama su amiga íntima y que le prestaba asistencia a su hora: Tatiana.
Lo que allí se rehace no es el acontecimiento sino u nudo. Lo que este nudo encierra es propiamente lo que rapta, pero de nuevo ¿a quién?
Lo menos que puede decirse es que la historia aquí pone a alguien en el otro platillo de la balanza, y no sólo porque Marguerite Duras lo convierta en la voz del relato: el otro integrante de la pareja. Su nombre, Jacques Hold.
Porque tampoco él es lo que parece ser cuando digo: la voz del relato. Es más bien, y mucho más, su angustia. Y aquí vuelve de nuevo la ambigüedad: ¿su angustia o la el relato?
En todo caso no es simplemente el que muestra la maquinaria, sino más bien una de sus piezas, que no sabe todo de cuanto lo sujeta a ella.
Esto da pie a que presente a Marguerite Duras, y tengo por cierto su consentimiento, en un tercer ternario, uno e cuyos términos es el rapto de Lol V. Stein, tomado como objeto en su nudo mismo, y donde yo hago de tercero, al introducir un rapto decididamente subjetivo esta vez.
Esto no es un madrigal sino un límite metódico que me propongo afirmar aquí en su valor negativo y positivo. Un objeto es término de ciencia, por ser perfectamente calculable, y recordar su estatuto debería poner término a algo que al fin y al cabo hay que llamar por su nombre: la patanería, digamos la pedantería, de cierto psicoanálisis. Esta faceta de sus esparcimientos, por ser visible, esperamos, para los que se arrojan en ella, debería servir para señalarles que están cayendo en algo necio: atribuir, por ejemplo, la técnica confesa de un autor a alguna neurosis: patanería, y demostrarlo como la adopción explícita de los mecanismos que constituyen su edificio inconsciente: necedad. Pienso, aunque la propia Marguerite Duras me entera de que no sabe de toda su obra de dónde le viene Lol y aunque pueda yo entreverlo por lo que me dice en la frase siguiente, pienso que un psicoanalista sólo tiene derecho sacar una ventaja de su posición, aunque ésta por tanto sea reconocida como tal: la de recordar con Freud, que en su materia, el artista siempre le lleva la delantera
que no tiene por qué hacer de psicólogo donde el artista le desbroza el camino.
Reconozco esto en el rapto de Lol V. Stein, en el que Marguerite Duras evidencia saber sin mí lo que yo enseño.
Con lo cual no perjudico su genio al apoyar mi crítica en la virtud de sus recursos.
Que la práctica de la letra converja con el uso del inconsciente, es lo único de lo que quiero dar fe al rendirle homenaje.
A quien lea estas líneas a la luz de las candilejas a punto de extinguirse o de volverse a encender, o aun desde esas orillas del futuro hasta las cuales Jean-Louis Barrault, con estos Cahiers, busca hacer llegar la conjunción única del acto teatral, le aseguro que en el hilo que voy a desovillar no hay nada que no siga al pie de la letra el rapto de Lol V. Stein, y que otro trabajo realizado, hasta hoy en mi escuela, no le permita puntuar. Además, más que dirigirme a ese lector, más bien me excuso de su fuero para ejercitarme con ese nudo que destuerzo.
Debe tomarse en la primera escena donde Lol es despojada de su amante, como de un vestido, propiamente Es decir, que debe entonces seguirse en el tema del vestido, que aquí sustenta el fantasma al que se prende Lol en el tiempo siguiente, de un más allá cuya palabra clave no supo descubrir, esa palabra que, al cerrar las puerta tras ellos tres, la hubiese conjugado con el momento en que su amante levantara el vestido , el vestido negro de mujer, y descubriera su desnudez. ¿Llega esto entonces más allá? Sí, llega a lo indecible de esta desnudez que se insinúa hasta remplazar su propio cuerpo. Aquí todo se detiene.
¿No basta esto para reconocer lo que le pasó a Lol, que Revela lo tocante al amor?; o sea, a esa imagen, imagen de sí mismo, con que el otro nos reviste y que nos vise, y que nos deja, cuando nos despojan de ella ¿ser qué debajo? ¿Qué decir de ello cuando esa noche era para ti, Lol, toda entregada a tu pasión de diecinueve años, tu puesta de largo y la desnudez que llevabas puesta daba a tu traje su esplendor?
Lo que te queda entonces es lo que decían de ti cuando ras niña, que nunca estabas del todo ahí.
Pero ¿qué es pues esa vacuidad? Cobra entonces un sentido: fuiste, sí, por una noche y hasta el amanecer en que algo en ese lugar cedió: el centro de las miradas.
¿Qué esconde esta locución? El centro no es igual en todas las superficies. Único en una meseta, en todas partes en una esfera, en una superficie más compleja puede llegar a formar un nudo bien raro. El nuestro.
Pues tú sientes que se trata de una envoltura, por no tener ya ni adentro ni afuera, y que en la costura de su centro se vuelven todas las miradas en la tuya, que es la tuya la que las satura, y que para siempre, Lol reclamarás de todos los que pasan. Sigan el paso de Lol que atrapa cuando pasa de uno a otro ese talismán del que cada cual se descarga con prisa como de un peligro: la mirada. Toda mirada será la tuya, Lol, como Jacques Hold fascinado se dirá él mismo dispuesto a amar a "toda Lol". Hay una gramática del sujeto en la que se puede acoger este rasgo genial. Regresará en una pluma que lo señaló para mí. Compruébenlo, por todas partes en la novela está esa mirada. Y la mujer del acontecimiento es muy fácil de reconocer porque Marguerite Duras la pinta como no-mirada. Enseño que la visión se escinde entre la imagen y la mirada, y el primer modelo de la mirada es la mancha de donde se deriva el radar que ofrece a la extensión la paropia del ojo.
Mirada es algo que se despliega a pinceladas sobre el lienzo, para hacerlos deponer la vuestra ante la obra del pintor.
Se dice que algo los atañe*3 cuando algo requiere vuestra atención
Pero el asunto es más bien obtener la atención de lo que los atañe, de lo que los mira. Pues no conocen ustedes la angustia de lo que los atañe, de lo que los mira sin mirarlos.
Es la angustia que se apodera de Jacques Hold cuando, desde la ventana del hotel de citas donde espera a Tatiana, descubre, en el lindero del sembradío de centeno que está enfrente, a Lol acostada.
Su agitación pánica, violenta o bien soñada ¿tendrán tiempo de pasarla al registro de lo cómico, antes de que Jacques se reconforte significativamente al decirse que sin duda Lol lo ve? Se calma un poco más solamente, al configurar ese segundo tiempo por el que ella se sepa vista por él.
Aun tendrá que mostrarle, en la ventana, propiciatoria, a Tatiana, sin conmoverse en lo más mínimo de que ésta no se haya percatado de nada, cínico por haberla y sacrificado a la ley de Lol, puesto que con un vigor redoblado se afanará con su amante con la certeza de obedecer al deseo de Lol, haciéndola zozobrar con esas palabras de amor cuyas compuertas sabe es la otra quien las abre, pero palabras cobardes que también siente que no querría para ella.
Sobre todo, no se equivoquen acerca del lugar aquí de la mirada. No es Lol quien mira, aunque más no fuese por el solo hecho de que no ve nada. Ella no es el voyeur, el mirón. Lo que suceda la realiza.
El lugar de la mirada se demuestra cuando Lol la hace surgir en su estado de objeto puro, con las palabras que hacen falta, para Jacques Hold, todavía inocente.
"Desnuda, desnuda bajo sus cabellos negros", estas palabras en labios de Lol engendran el paso de la belleza de Tatiana a la función de mancha intolerable que pertenece a ese objeto.
Esta función es incompatible con el mantenimiento de la imagen narcisista en la que los amantes tratan de contener su enamoramiento, y Jacques Hold de inmediato siente su efecto.
Desde entonces es legible que, dedicados a realizar el fantasma de Lol, serán cada vez menos uno y otro.
No es su división de sujeto, manifiesta en Jacques Hold, lo que nos retendrá ya más tiempo, es más bien lo que él es en ese ser de a tres en el que Lol se suspende, plantando sobre su vacío el "yo [je] pienso" de sueño desagradable que constituye la materia del libro. Pero, al hacerlo, Jacques Hold se contenta con darle una conciencia de ser que se sostiene fuera de ella, en Tatiana.
Pero es verdaderamente Lol quien organiza este ser de a tres. Y porque el "yo [je] pienso" de Jacques Hold llega a obsesionarla con un cuidado demasiado cercano, al final de la novela, por el camino por donde él la acompaña en un peregrinaje al lugar del acontecimiento, Lol se vuelve loca.
De esto , en efecto , hay señales en el episodio, pero quiero dar fe de que me viene de Marguerite Duras.
Porque la última frase de la novela, que hace retornar a Lol al sembradío de centeno, me parece constituir un final menos decisivo que esta observación. En ella se adivina la advertencia contra lo patético de la comprensión. Ser comprendida no le conviene a Lol, a quien no se salva del rapto.
Más superfluo resulta mi comentario acerca de lo que hace Marguerite Duras al dar existencia de discurso a su criatura.
Pues el propio pensamiento, con que yo le restituiría su saber, sería incapaz de estorbarla con la conciencia de ser en un objeto, puesto que ese objeto, ya Marguerite Duras lo recuperó con su arte.

Es este el sentido de esa sublimación que todavía deja aturdidos a los psicoanalistas, porque al legarles el término, Freud se quedó con la boca cerrada.
Sólo les advirtió que la satisfacción que entraña no debe considerarse como ilusoria.
No lo dijo lo bastante alto, sin duda, ya que, gracias a ellos, el público está convencido de lo contrario. Ya es mucho si no llegan a profesar que la sublimación se mide para el escritor por el número de ejemplares vendidos.
Y es que aquí desembocamos en la ética del psicoanálisis, cuya introducción en mi seminario constituyó la nea divisoria de la plancha frágil de su platea.
Y no obstante, delante de todos ellos confesé un día que todo el año había tenido apretada en mi mano, en la invisibilidad, la mano de otra Marguerite, la del Heptamerón. No es vano que encuentre aquí esta eponimia.
Porque me parece natural reconocer en Marguerite Duras la caridad severa y militante que anima las historias de Marguerite d'Angoulème, cuando uno las puede leer sin el lastre de algunos de los prejuicios que el tipo de instrucción que recibimos nos inculca, cuya misión expresa es la de velarnos la verdad . En este caso, la idea del cuento "galante" . Lucien Febvre, en una obra magistral, trató de denunciar este engaño .
Y me detengo en lo que Marguerite Duras me da fe de haber recibido de sus lectores, un asentimiento que la impresiona, unánime en lo que respecta a este extraño nodo de amor: el amor que el personaje que señalé cumple aquí la función, -no del recitante, sino del sujeto- trae como ofrenda a Lol, una tercera que dista mucho sin duda de ser la tercera excluida.
Me alegro por esta prueba de que la seriedad conserva aún algún derecho después de cuatro siglos, durante los cuales la mojigatería se ha dedicado a utilizar la novela para girar a cuenta de la ficción la convención técnica del amor cortés, para solamente encubrir el déficit, que esta convención protegía verdaderamente, de la promiscuidad del matrimonio.
Y el estilo que usted despliega, Marguerite Duras, en su Heptamerón, hubiera quizá facilitado los caminos por los cuales el gran historiador antes nombrado se esforzaba en comprender algunas de esas historias que él considera tal como se nos dan: como historias verdaderas.
Las múltiples consideraciones sociológicas que se refieren a las variaciones de una a otra época de la pena de vivir, son de poca monta comparadas con la relación de estructura que, por ser del Otro, el deseo entabla con el objeto que lo causa.
Y la aventura ejemplar en la que el Amador de la historia X, que no es ningún monaguillo, se dedica hasta la muerte a un amor, para nada platónico aunque sea imposible, parecería un enigma menos opaco si no se mirara a través de los ideales del happy end victoriano.
Pues el límite donde la mirada se vuelve belleza, lo he descrito: es el umbral del entre-dos-muertes, lugar que he definido y que no es simplemente lo que creen quienes están lejos de él: el lugar de la desdicha.
Por lo que conozco de su obra, Marguerite Duras, me parece que en torno a este lugar gravitan los personajes que usted sitúa en nuestro vulgo, para mostrarnos que en todas partes existen nobles equivalentes a esos hombres gentiles y a esas damas gentiles de las antiguas lides, igualmente valientes para arrojarse, aunque estén atrapados en los espinos del amor imposible de domesticar, hacia esa mancha, nocturna en el cielo, de un ser ofrecido a la merced de todos. . . , a las diez y media de la noche en verano.
Sin duda no puede usted socorrer a sus creaciones nueva Marguerite, con el mito del alma personal. Pero la caridad sin muchas esperanzas con que usted las anima ¿no es acaso producto de la fe que usted tiene de sobra, cuando celebra las bodas taciturnas de la vida vacía con el objeto indescriptible?

NOTAS
*1 Lacan juega con la homofonía entre jeu de la mourre (juego de la morra) y jeu de l'amour (juego del amor). [N. T.]

*2 Cabe recordar que en múltiples oportunidades Lacan juega con el término francés résonne (resuena) y su homofonía con raison (razón) . [N. T. ]

*3 Lacan juega aquí con la multivocidad del verbo regarder que la expresión ça vous regarde (algo les atañe o les concierne) homónimo con regard (mirada). [N. T.]