martes, 24 de abril de 2012

PABLO PEUSNER. Intervención en la ocasión de la presentación del libro "Ecos del pase" de Marcelo Mazzuca (Bs.As., abril 23 de 2012)






I.

Es una ceremonia regular esto de reunirnos a celebrar la aparición de un nuevo libro cuyo autor resulte ser uno de nuestros colegas más cercanos. Sin embargo, en este caso, el libro en cuestión no es un libro: Marcelo Mazzuca ha escrito un libro anteriormente, pero en esta ocasión la obra presenta un carácter especial, fragmentario –si bien atravesado por un hilo común―, y reúne ponencias orales más algunos trabajos escritos, más o menos coincidentes con su nominación como AE de nuestra Escuela. Además, hay alguna gente que trabajó mucho para que este libro apareciera –lo que no es un caso común cuando uno produce un libro―, pienso especialmente en Vanina Muraro, quien realizó un excelente trabajo de edición, tanto más invisible cuanto mejor hecho está. Pero además, nuestra Institución apoyó económicamente la empresa (se trata de una co-edición con LV), lo que supone algún interés de tipo político en que esta obra existiera: he notado con alguna sorpresa que ningún otro AE del Campo Lacaniano  ha publicado la serie de sus testimonios tal como se ha hecho en este caso y lo primero que pensé fue “por algo será”… ¿Por qué ningún foro del Campo Lacaniano de los tantos que hay en el mundo impulsó que sus AE lo hicieran? Recuerdo discutir hace tiempo si se trataba de una buena idea, si acaso Marcelo no quedaría muy expuesto (yo mismo suelo hacer chistes con los detalles de los testimonios de algún analista de la AMP), si sería políticamente correcto, si la Escuela lo apoyaría y varios etcétera más… Además, me comentaron que el libro no fue un best-seller en el encuentro de Escuela de París del año pasado: desconozco la causa pero no deja de llamarme un poco la atención que tanta gente políglota e interesada en la Escuela, hubiera ignorado una obra como esta…  


II.

Siguiendo una lógica propuesta por Sándor Ferenczi, quien en diversos trabajos hablaba de sus pacientes como “analizandos”, Lacan realizó una maniobra similar sobre determinados sustantivos a fin de indicar cierto carácter activo presente en diversos actores del campo psicoanalítico: analizante, enseñante y pasante son solo algunos de los ejemplos. Suena algo forzado hablar de un “testimoniante”, cuando nuestra lengua ―que por cierto es maravillosa― nos ofrece el término perfecto: “testigo”. En su momento fecundo, el analista que presta testimonio en el dispositivo del pase es un testigo.
Conocemos la referencia de Lacan al testigo en el seminario de Las psicosis, término que deduce de una etimología por lo menos dudosa haciendo derivar el término latino testis de ‘testículo’. Diversos documentos históricos afirman que el juramento romano se llevaba a cabo tomándose los testículos a fines de indicar qué era lo que el testigo estaba dispuesto a perder si acaso mentía. La misma tradición etimológica reaparece en el siglo IX con la leyenda de la papisa Juana (la que, de haber existido, habría sido nada menos que el Papa Benedicto III, descubierto por haber dado a luz un niño durante una procesión). No hay documentos serios que prueben el ritual de la verificación de los testículos del Papa (mediante un procedimiento visual o un tacto que un testigo ―por lo general un diácono― realizaba pronunciando la fórmula latina Duos habet et bene pendentes). El Papa Adriano VI daría finalmente por tierra con dicha leyenda en el siglo XVI.
Creo que esa línea etimológica que, insisto, es por lo menos dudosa, solo podría servirnos para convertir a nuestro testigo en un valiente dispuesto a un riesgo de peso. No creo que haya nada heroico en testimoniar del análisis, pero si acaso lo hubiera, eso podría conducir a lugares erróneos como a menudo ocurre en otras parroquias psicoanalíticas, donde sus AÉroes se entronizan en posiciones políticas, aumentan los honorarios y comienzan a viajar en limousine…


III.

Uno de los textos más serios para estudiar la etimología y la lógica del testigo y el testimonio es el libro del filósofo italiano Giorgio Agamben titulado “Lo que queda de Auschwitz”, cuyo subtítulo reza, justamente, “El archivo y el testigo”. En dicha obra, Agamben indica que en latín existían dos términos para referirse al testigo. Reaparece así la palabra testis aunque con otra etimología, en la que da cuenta de “(…) aquel que se sitúa como tercero en un proceso o litigio entre dos contendientes” (p. 15). Pero se suma también el vocablo superstes, el que se utiliza para hacer “referencia al que ha vivido una determinada realidad, ha pasado hasta el final por un acontecimiento y está por eso en condiciones de ofrecer un testimonio sobre él” (ibídem). O sea, se trata de la lógica del sobreviviente, de aquél que ha atravesado hasta el final determinado acontecimiento del que prestará testimonio. Ambos valores podrían aplicarse a los textos que componen el libro de Marcelo.

Seguramente, la lectura de esta obra podría zanjar alguna cuestión en disputa inclinando la balanza hacia lo que Gabriel Lombardi llamó alguna vez “un dispositivo del pase efectivamente practicable” ―en tal caso el testimonio tomaría valor de testis. Sabemos que el pase divide aguas entre nosotros. No todos somos fanáticos del procedimiento. Muchos que declaran haber finalizado su análisis no se han sometido al dispositivo ―y justamente, esto es una preocupación en el seno de la Escuela. El año pasado, un Cursante del Colegio Clínico preguntó si el procedimiento contaba con la suficiente garantía de salir bien, si acaso no resultaba posible que un pasante presentara un testimonio apropiado y que el “teléfono descompuesto” que Lacan había diseñado para que eso llegara a un jurado no podía fallar. Le respondí que si eso era posible también lo era la situación inversa: que un texto sin carácter de testimonio podía conducir a una nominación. De golpe, me descubrí mostrando todas las cartas y empeorando aún más el escepticismo que dejaba traslucir su pregunta…

En esa sensacional operación política global que supuso la redacción y publicación de “El libro negro del psicoanálisis”, la lógica testimonial no se encontraba ausente. La tercera y última parte de la obra estaba dedicada a recoger testimonios de personas que tuvieron encuentros fallidos con el psicoanálisis freudo-lacaniano, pero que lograron reencauzar sus vidas mediante otros dispositivos clínicos –fundamentalmente el que el libro publicitaba―. Aquí reaparece el valor de testis, utilizado con cierta ligereza, lo que a su vez demuestra que probablemente sea el valor menos importante. El Campo Freudiano contraatacó tiempo después (en 2006) y en sociedad con la revista La Regla del Juego, publicó un volumen que bajo la compilación de Bernard-Henri Lévy y Jacques-Alain Miller, fue titulado “Testimonios de encuentros con el psicoanálisis”. A lo largo de sus páginas pueden hallarse muchísimos textos que, en este caso, fueron obtenidos de personajes públicos de la cultura, del espectáculo y del psicoanálisis, como si tales testigos ―por su carácter de personajes públicos, se entiende― estuvieran más calificados que los de la contra. A modo de conclusión al respecto, está claro que el testimonio en términos de testis no resulta el valor más específico de quien en carácter de AE, decide hacer pública su hystorización.

Ahora bien, el segundo valor reseñado por Agamben también está presente en este libro que, insisto, no es un libro. Resultar nominado como Analista de la Escuela supone que alguien ha vivido la experiencia hasta el final, y lo carga con la responsabilidad de producir una serie de testimonios en su carácter de superstes, de sobreviviente ―curiosamente, este dato está omitido en la recopilación del Campo Freudiano: en los testimonios presentados, no se aclara desde qué posición de la Escuela están producidos―. Aquí Marcelo Mazzuca deja de ser un tercero en una disputa de otros, porque se trata de él mismo, y el testimonio no está producido para zanjar un asunto público, sino que toma un valor personal, único ―diría yo―, donde se trata de plasmar algo de lo que para él fue la experiencia (que como tal es intransmisible), y de hacerle fuerza a la idea de que la misma es posible (Lacan afirmaba que también era “urgente”). El riesgo es evidente: convertirse en un personaje que, ventilando intimidades, esté más cerca de un actor o un músico famoso que de un psicoanalista que carga sobre sí la responsabilidad más alta en el sostenimiento y renovación de la Escuela. Entiendo además que es la Escuela misma la que debe trabajar para que esto no ocurra. “Yo sobreviví”, podría gritar este hombre avalado por una comunidad de trabajo. Pero no lo hizo y, en su lugar de su grito, tenemos estos textos-ecos de los que es el autor.
Curiosamente, hay un tercer término que Agamben asocia al campo semántico del término “testimonio”. Así aparece la idea del auctor que “indica al testigo en cuanto su testimonio presupone siempre algo que le preexiste y cuya fuerza y realidad deben ser confirmadas y certificadas (…). El testimonio es siempre un acto de autor, implica siempre una dualidad esencial en que una insuficiencia o una incapacidad se complementan y hacen valer” (p.157).
Y de todos los problemas sobre los que hablamos y discutimos los analistas, el fin de análisis tal vez sea el que presenta una insuficiencia tal que exige un acto de auctor para validarlo ―creo además que la posición final de Lacan respecto de la productividad de la experiencia del pase en su propia Escuela dejó algunas cosas pendientes―. Aquí la cosa se torna más compleja porque hace su entrada lo real, y el testimonio toma su valor más fuerte en tanto es presentado como un “sistema de relaciones entre lo decible y lo no-decible en toda lengua; entre una potencia de decir y su existencia, entre una posibilidad y una imposibilidad de decir” (p. 152). De este modo, el testigo y su testimonio de autor ―que nosotros llamamos AE― se convierten en un resto, en el sentido teológico-mesiánico del término: el resto es la parte que permite la salvación del todo, del que habitualmente se proclama su división y su pérdida. Pero además, significa la imposibilidad de que el todo y la parte coincidan entre ellos y consigo mismo.

  
IV.

En su presentación a la obra, Juan Ventoso diferencia la “literatura psicoanalítica” de lo que denomina “género del testimonio”. Recuerdo que en una reunión del Espacio Escuela al inicio del año pasado, planteé la idea de considerar a los testimonios como un género psicoanalítico particular. Los textos de Marcelo me permiten retomar esa idea.

Evidentemente, los diversos escritos que componen esta obra no son iguales, y la edición deja verlo al dividirlos en dos grandes grupos: “Testimonios” y “Trabajos escritos”. En la segunda parte nos encontramos con un psicoanalista-escritor. Marcelo ya demostró que puede hacerlo bien en su libro anterior “Una voz que se hace letra” y en sus escritos no hace más que aplicar ese mismo estilo al servicio del tema en cuestión.
Pero la primera parte, los Testimonios propiamente dichos, son distintos. Su estilo es duro ―recuerdo varias discusiones con Vanina, su editora, acerca de qué hacer con eso: si dejarlo tal cual, si aligerarlos un poco dándoles un tono algo más amigable…―. Quedaron como Marcelo los escribió. No son bellos ni literarios. Exigen mucho del lector y, como decía Lacan acerca de sus propios Escritos, “no se entra en ellos como en un molino”. No deparan placer en la lectura, aunque estén bien escritos. Sin embargo, es necesario que así sean para no convertirse en una autobiografía celebratoria. Gabriel Lombardi, en el Prólogo, generosamente, afirma que “las cifras de goce pueden cincelarse con el soplo de un deseo de reciente meteorología”. El relámpago, figura lacaniano-meteorológica del pase, se desliza en estos textos para actualizar toda la teoría del sueño en el final del análisis…

Concluyo.
En 1973, Lacan les decía a los italianos: “todo debe girar alrededor de escritos por aparecer” (Nota italiana, OE, p.331). Aquí está la respuesta de Marcelo, inaugurando la serie de las Voces del Foro (título de la colección que aloja esta obra) en la que también todo debe girar alrededor de escritos por aparecer… Ese es otro valor de esta obra: invitarnos a continuarla. Ojalá estos ecos, ecos del pase, resuenen y se hagan oír entre todos los que constituimos esta enorme y productiva comunidad de trabajo...