miércoles, 21 de diciembre de 2016
Enzo Amarillo. "Una fiesta sepultada" (Modesto Rimba, Buenos Aires, 2016)
EPÍLOGO, por Pablo Peusner
Casi todos los lectores familiarizados con la enseñanza de Lacan conocen su adagio que reza “el amor es dar lo que no se tiene”. Pero probablemente pocos conozcan aquel que pareciera ser su contrario, en el que afirma que “dar lo que se tiene, es la fiesta”.
¿Y entonces? ¿La fiesta resulta sepultada cuando ya no hay nada para dar? -pero entonces allí comenzaría el amor…
Lágrimas que brillan, danzas fantasmales y un verano negro, son algunas de las imágenes que Enzo nos hizo transitar con sus palabras, palabras que tienen función creadora, que enferman, pero que también curan. Y porque cualquiera podría creer que un libro o un poema se leen con los ojos, conviene aquí esbozar una sonrisa y explicarle: ¡No, estás equivocado! Se lee con el cuerpo, porque si la poesía no te atraviesa el cuerpo, es nada.
La palabra embraga con el cuerpo, lo desproporciona, lo vacía. Como en la fiesta, donde el cuerpo goza, siempre desproporcionadamente, hasta quedar vaciado y no tener más nada para dar.
Por suerte hay otros, cuya tontería nos enlaza y nos permite encontrarnos para leernos, para escribirnos, para soñarnos o llorarnos, para querernos.
Por suerte hay poetas y hay poemas.
Y por suerte existe esa música para un solo instrumento, la voz, que es la poesía.
Por suerte la fiesta termina, para poder amarnos.
“Yo no soy poeta, soy poema” decía Lacan, pero no lo entendimos del todo, por suerte…