lunes, 13 de junio de 2011

Pablo Peusner. Intervención en la mesa redonda de cierre de las VIIª Jornadas de los Foros del Campo Lacaniano de América del Sur, 11 de junio de 2011

Como todos los presentes saben, esta mesa es un modo de respuesta de un pequeño grupo de analistas a un fenómeno natural. Es así que podríamos afirmar que “surgió de las cenizas”[1] –y no precisamente al estilo del ave Fénix–. Pero la urgencia en constituirla resonó en mí bajo la forma de una pregunta: ¿tengo algo urgente para decir sobre el tema? Y si acepté la invitación es porque creí que sí y que la ocasión era buena para plantearlo.

I.

¿Puede un analista iniciar su práctica –ya sea con un paciente o considerando la frase en general, o sea dar inicio al acto que lo autoriza como tal– sin una concepción acerca del fin de análisis? ¿Es posible entregarse a la experiencia de lo que supone el psicoanálisis confiando en que eso se producirá de un modo u otro, incluso a pesar de uno? ¿Es posible postergar la pregunta por el final cuando estamos en los principios?

Me he encontrado con la urgencia de responder a estas preguntas en la propia clínica y, fundamentalmente, cuando he sentido que los casos se estancan. Porque en ciertas ocasiones, a pesar de la aparición de múltiples formaciones del inconsciente, asociaciones y diversas producciones, uno tiene la sensación de que la cosa se ha detenido: lo que se manifiesta con una especie de inercia y una vivencia de que la cosa no camina.

Este estado de cosas puesto en el espacio –una de las dimensiones importantes del inconsciente según afirmaba Lacan–, exige una definición que permita su resolución. Así llegué a plantearme que la inercia no es la ausencia de movimiento, sino más bien su intrascendencia. Uno no se siente quieto porque no se mueva, sino porque se mueve y no sabe adónde va. Esa errancia es efecto de la ausencia de una dirección. Y esa dirección está indicada por la idea del final.

II.

Ahora bien, segundo punto: que haya una idea de final no quiere decir que pueda saberse de antemano qué forma tomará este. Personalmente, creo que por eso nos critican –y a veces, mucho–. El psicoanálisis no ubica el objetivo terapéutico a nivel de los fines, aunque no lo ignora sino que más bien lo considera un beneficio secundario del bien decir. Cito a C.S: “si no se puede reducir el síntoma a cero y si no hay sujeto sin síntoma, entonces ¿en qué se transforma el efecto terapéutico del análisis?”[2]. Aquí el analista no debe ser un obstáculo, ni encarnar la resistencia. Se trata de que el sujeto encuentre un síntoma más vivible, solo que él es el único que podría evaluar su beneficio de satisfacción –por eso, el criterio social de salud o las expectativas de su entorno no siempre acuerdan ni celebran dicho final, y las protestas continúan–.

III.

Para terminar, retomo aquí una pregunta de Colette Soler: “¿Quién osará y en nombre de qué, decir hoy cómo debería ser ese síntoma de salida?”[3]. Subrayo el término “hoy”, porque se trata de un asunto de actualidad.

Entonces, digo con Lacan: “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”[4]. Porque si algo cambia en el discurso, el analista no debe quedar por fuera de esa transformación.

Surge así para nosotros un problema: ¿cómo saber dónde situarnos en la política del tiempo, sin renegar de aquella y sin sobrepasarnos con el saber que nuestra experiencia entrega? Entonces, contra (cito) “la tontería profesional que se extiende de la demagogia y la coquetería, a un purismo fuera de época”[5], surge un principio que se transforma en ético: es imposible para el psicoanálisis disociarse de la política del discurso de su tiempo.

En cierto modo, el título de nuestras Jornadas nos pone a prueba al respecto: nos hemos reunido para dar cuenta de nuestras respuestas y para estudiar sus posibles consecuencias. Deseo fervientemente que ya finalizando estos dos días de trabajo, todos nos llevemos alguna pregunta nueva, una idea original o un posible desafío.



[1] La mesa redonda reemplazó lo que debió ser la conferencia central de las Jornadas, cuya oradora no pudo volar desde la ciudad de San Pablo debido a la nube de cenizas volcánicas que motivó el cierre de los Aeropuertos en nuestra ciudad.

[2] Soler, Colette. Lacan, l’inconscient réinventé, Paris, PUF, 2009, p. 234.

[3] Ibíd. p. 235.

[4] Lacan, Jacques. “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” (1953), en Escritos 1, Siglo Veintiuno editores, 1984, p. 309

[5] Soler, Colette. Op. Cit. p. 236.