¿Qué es jugar? ¿Qué tienen en común el juego del bebé arrojando repetidamente un carretel y el echar los dados, el ajedrez y la montaña rusa, las carreras de velocidad y el disfraz, el casino y el hacer de…, el “actuar” según decimos aprovechando las ambigüedades de nuestra lengua? Es difícil imaginar un término más amplio, y más aun cuando las lenguas ya no distinguen entre ludus y jocus, entre juego de acción y juego con palabras, y cuando los mundos virtuales efectivamente practicables por niños y adolescentes multiplican y confunden aquellas formas clásicas, que nuestros ancestros indoeuropeos diferenciaban nítidamente.
Desde aquellos jugueteos de bebé hasta el jugarse la vida por alguna causa, existe una amplia gama de actividades que no parecen muy novedosas, ni muy útiles, ni del todo placenteras, por exceso o por defecto, en las que sin embargo empleamos buena parte de nuestro tiempo, y que acaso invaden nuestras actividades más serias, más profesionales, más caras. Leyendo el texto de Edmundo Mordoh advertí que a menudo, en el consultorio analítico, me hago algunas preguntas. Mientras escucho a un paciente adulto que camufla sus intenciones, que dice otra cosa, suelo pensar: ¿A qué está jugando?, ¿qué rol tengo yo en su juego? Intentando escuchar las hazañas de un adolescente dañino me pregunto: ¿es eso todavía un juego? Y cuando finaliza el juego con un niño: ¿por qué justo ahora lo dio por terminado?
Gabriel Lombardi