viernes, 5 de julio de 2013
PASCAL QUIGNARD. "Los desarzonados". Último reino VII (El cuenco de plata, 2013)
Fragmentos del libro
El malestar en la cultura, de Freud, data de 1930. “¿Por qué la guerra?” data de 1933. El psicoanálisis no aporta ninguna solución al desorden del mundo porque no hay solución para el desorden del mundo. Guerra sin fin. La escena primitiva que constituye el núcleo de la doctrina es el padre desnudo excitado y la madre desnuda penetrada por él y gimiendo bajo sus embates. El núcleo presenta entonces tres caras: la escena primitiva, el Edipo, la pulsión sexual de muerte.
Pero es la misma cara. Las tres hacen una. El hijo mata al padre que lo engendra. Eros encadena aquello que Thánatos desencadena en el interior de Eros. La pulsión sexual de muerte no define nada más que el sadismo. El mundo interno está tan en guerra como el mundo externo puede estarlo ante nuestros ojos.
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A los cincuenta años, Sigismond Freud se puso a escribir cuentos. Un día los hermanos se reunieron. Se dijeron:
–¿Por qué no matamos a nuestro padre?
Entonces lo mataron. Se lo comieron. Lo encontraron bueno. Chuparon todos los huesos. Succionaron piadosamente los sesos. El tiempo pasó, la saciedad pasó.
Curiosamente, sus maxilares les parecieron adoloridos. El “re-mordimiento” los afectó en la parte baja del rostro, de manera muy misteriosa, casi allí donde yacen, se hunden y se muestran los dientes que muerden a los Padres.
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Tras haber dejado sus monumentos, después de haber practicado la ascesis solitaria, el místico finalmente se abisma en un mundo de fe puramente interior y cuya infinitud ya no está sometida a nada.
Ese mundo no es más que un agujero negro, interno y negro, negro como una cueva de montaña, asocial, prelingüístico, extático, secreto como su origen, como la pobre fuente de la natalidad.
Aquel que cae en éxtasis, aquel que lee, aquel que pierde, aquel que ama –el verdadero amor es una relación íntima directa, también asocial, también un agujero negro, desentendido del siglo y de la mirada de los otros hombres, incluso del amado–.
Es la frase de Agustín: dios es más íntimo en mí que yo. Entonces la parte divina corresponde a la parte asocial.