martes, 31 de marzo de 2009

Primera carta de Freud a Abraham, (5 de julio de 1907)

Viena, IX, Berggasse 19
5-7-07


Muy distinguido colega:
He leído con un interés muy particular sus agudas y, lo que es más importante, concluyentes indagaciones, (1) y quisiera, antes de entrar en ellas, descartar la posibilidad de que usted viera en mis comentarios tales como: «Sabíamos ya» o «Yo he llegado a una conclusión parecida» una reivindicación en cualquier sentido. Le ruego también que haga uso de mis observaciones de la manera que más le agrade. A usted le ha sido concedido, naturalmente, ahorrarse el error, por el que yo tuve que pasar, de tomar los traumas sexuales por la verdadera etiología de la neurosis. Entonces ignoraba yo que esas experiencias son muy generales, y cuando me enteré de ello pude, afortunadamente, dirigir mi atención a la constitución psíquica sexual. Entretanto, es muy provechoso que emprenda la revisión de esos traumas sexuales alguien que no haya quedado inseguro, como me sucedió a mí, por ese primero y gran error. Para usted y para mí, lo decisivo es que esos traumas se convierten en el elemento formativo de la sintomatología de la neurosis.
Hay una consideración, válida con seguridad para la histeria -no sé si también para la dementia praecox-, que no puedo dejar de manifestarle. El histérico se aleja ulteriormente mucho del autoerotismo infantil, exagera la catectización objetal (en esto es el polo opuesto del demente pleno, que, según nuestra suposición, regresa al autoerotismo). Consiguientemente, fantasea su necesidad objetal retrotrayéndola a la infancia, y reviste su niñez autoerótica con fantasías de amor y seducción. Algo así como los enamorados, que ya no pueden concebir que en alguna época no se hayan conocido, y construyen, recurriendo a los puntos de apoyo más endebles, encuentros y relaciones anteriores; es decir, una parte de los traumas sexuales que relatan los pacientes son fantasías o podrían serlo: diferenciarlos de los auténticos, que son muy frecuentes, no es fácil, y la dificultad de esta situación, como también la relación de los traumas sexuales con el olvido y el recuerdo, es una de las más importantes razones por las que no puedo atreverme a una interpretación definitiva.
De acuerdo con mis impresiones, el período de los tres a los cinco años es aquel a donde se retrotrae la determinación de los síntomas: los traumas posteriores son en su mayoría auténticos; los que se sitúan antes de esa época o en su transcurso son, a primera vista, dudosos. Hay aquí, pues, una grieta que tiene que ser rellenada mediante la observación. Conozco bien la multiplicidad de los traumas, y en parte por ejemplos espeluznantes. En parte, es producto de fantasías, pero se debe también a que en algunos ambientes las condiciones para tales experiencias son muy favorables, mientras que son escasas en otros. En los casos que he atendido estos últimos años, que provenían de círculos sociales muy elevados, los traumas sexuales anteriores a los cinco años han estado decididamente muy en segundo término respecto del autoerotismo. Después de los ocho años, las oportunidades abundan, por supuesto, en todas las clases sociales.
La pregunta de por qué los niños no revelan sus traumas sexuales se nos impuso aquí también a nosotros. Y la hemos respondido igual que usted: los niños se callan cuando obtienen alguna ganancia de placer. Así es como nos explicamos el enigma de que los malos tratos de niñeras y gobernantas sólo se conocen mucho tiempo después de haber sido éstas despedidas, aun cuando el niño hubiera podido estar seguro de la protección de sus amantes padres. Es el masoquismo el que guardó el secreto. Por lo demás, la conducta de las niñas ya mayores es análoga en la mayoría de los casos y puede tener la misma motivación. Su observación acerca del desplazamiento de la conciencia de culpa es indudablemente acertada. ¿Por qué, sin embargo, hay muchos niños que cuentan los traumas? Asignar a los que no lo hacen una organización anormal resulta difícil, porque tal organización anormal no es más que la constitución infantil general. Posiblemente sea también ésta una cuestión de más o menos, no de una separación tajante, y es posible que el trauma sexual desarrolle su efecto patológico, libere placer y conciencia de culpa cuando encuentra el terreno preparado por un fuerte autoerotismo.
Los dos puntos principales de su exposición, la intención inconsciente en la experiencia del trauma sexual y la constitución anormal, me resultaron muy convincentes, sólo que para mí los contornos están menos perfilados, es decir, se esfuman gradualmente. La constitución es, como dije, propia de todos los niños, y en los que son psíquicamente sanos pueden encontrarse las mismas perversidades infantiles, el erotismo anal, etcétera. De todos modos, en el caso especial de la histeria puede suponerse una aptitud perversa mayor que en los que son básicamente sanos. La discriminación se hace más confusa y difícil porque los acontecimientos posteriores de la vida se convierten con frecuencia en el factor decisivo, y hacen que las experiencias infantiles asuman retrospectivamente el papel de una disposición que, afortunadamente, no había sido usada. Lo referente a la intención inconsciente habría que modificarlo (y considero que en cierto número de personalidades infantiles la concepción de usted es rigurosamente válida) tomando en cuenta que durante los primeros años de la niñez no se ha constituido aún la diferencia entre conciencia e inconsciencia. El niño reacciona a los impulsos sexuales como siguiendo a una compulsión, y por consiguiente, como si lo hiciera inconscientemente en sentido estricto, sólo que entonces no se produce ningún conflicto interior. Creo haber señalado en un pasaje de La interpretación de los sueños (¿o fue en otro ensayo, Etiología... (2) ?) que la teoría permite ver en los fenómenos del período de latencia las condiciones fundamentales para la posibilidad de la neurosis. El niño no está pertrechado para afrontar psíquicamente las impresiones sexuales más fuertes, y por ello reacciona a ellas de manera compulsiva, como si lo hiciera inconscientemente: ésta es una primera falla del mecanismo; tales impresiones, de resultas del incremento somático de disponibilidad sexual, ejercen después, a posteriori y como recuerdos, un efecto más poderoso que cuando eran impresiones sexuales; y ésta es la segunda falla psicológica, porque esta constelación del recuerdo displacentero retroactivamente reforzado posibilita una
represión que no hubiera tenido éxito contra las percepciones. Más allá de esto no he llegado hasta la fecha, y siento que sigue siendo necesario un examen concienzudo. A pesar de estos reparos o incertidumbres mías, puedo manifestarle que grandes partes de su exposición resultan en su totalidad cautivantes y convincentes; pienso especialmente en lo que se refiere a los traumas experimentados en una edad algo más tardía. No deje, pues, de seguir teniéndome al tanto de sus actividades. Yo le aportaré gustoso todo lo que sepa o pueda pensar al respecto, y le ruego encarecidamente que disculpe el hecho de que mis reacciones hayan sido esta vez tan pobres. De todas maneras, ha aferrado usted el problema por el extremo adecuado, que es, además, por donde la mayoría no quiere cogerlo. Me alegra particularmente que le parezca promisorio el punto de vista del autoerotismo para la interpretación de la dementia praecox. Sólo que habría que equilibrarlo tomando en cuenta el autoerotismo normal de la niñez, postulando exclusivamente para la demencia un retorno al autoerotismo. Me satisface mucho que todos ustedes, allí en Zurich, me saquen de las manos este pesado trabajo. Sus jóvenes años y sus fuerzas lozanas, el ahorro que pueden hacerse ustedes de mis rodeos equivocados, son cosas que, todas ellas, prometen lo mejor.
Con mi cordial agradecimiento, y a la espera de nuevas y amistosas noticias de su parte, quedo atentamente suyo,
Doctor Freud

NOTAS.
1 Se refiere a una carta de Abraham a Freud que se ha perdido
2 «Meine Ansichten über die Rolle der Sexualität in der Ätiologie der Neurosen» [La sexualidad en la etiología de las neurosis], GW, V, 147-159 [S.E., VII].