miércoles, 11 de marzo de 2009

Silvia Young. "La transferencia de trabajo como fundamento de un dispositivo de trabajo clínico"

Silvia Young es la Coordinadora General de la Fundación Otium,
Córdoba, Argentina (ONG. que trabaja para jóvenes y adultos con discapacidad)
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Este escrito responde a una inquietud personal de rastrear en los textos, para hacerles decir a ellos o a través de ellos, lo que me parece ser el fundamento de nuestro dispositivo de trabajo (quizás como un modo de dar respuesta a lo que si bien no la tiene, insiste en pedirla)
Hablo del trabajo en Otium, (Organización No Gubernamental, u Organización de la Sociedad Civil -como se dice ahora-) desde hace quince años, con jóvenes y adultos que presentan dificultades para sostener un lazo social.
Si bien soy uno de los miembros fundadores, se fueron sumando otros y hoy somos muchos los que ahí trabajamos. Hay gente de diversas profesiones y no todos han sido formados desde el discurso psicoanalítico; esto tiene sus inconvenientes pero también sus ventajas. Hay diferencias, acuerdos, desacuerdos, certezas, dudas e inquietudes que pueden ser dichas en un espacio formalmente establecido todas las semanas como “la reunión del miércoles”, pero que informalmente también se dicen entre algunos de los miembros, a veces casi a diario.
No todos acuerdan con la modalidad de esta reunión: hay quienes sostienen que los casos quedan siempre abiertos, que nunca se llega a una conclusión, que vamos de uno a otro joven, etc. A veces surgen preguntas como “si no vemos la lógica del caso desde la teoría, ¿cómo sabremos elegir la estrategia de intervención?”. También están quienes proponen en ese espacio la lectura de textos para poder ir pensando los casos. Surgen así nuevas preguntas: "¿Por qué no se va escribiendo sobre los casos y teorizándolos? ¿Por qué no hacemos una distinción más clara desde el texto de Lacan, así elegimos mejor por donde intervenir?". Estas y algunas otras son las expresiones espontáneas de quienes suelen ser nuevos en la institución.
Alguien proveniente del campo de las letras y sin formación específica en psicoanálisis dijo una vez: “Pero estas reuniones son mágicas, el otro día hablábamos de lo mal que estaba X, de sus dificultades para comunicarse, de sus enojos, etc., y desde entonces trabajó, se integró comenzó a hablar, hubo una producción increíble...”.
Estas y otras apreciaciones del decir cotidiano me impulsaron a producir este escrito, el que seguramente será parcial.
¿A qué llamó "magia" esta persona? ¿Cuál sería ese efecto mágico de las reuniones? ¿Qué le pasó a ella?
En Otium las reuniones son el encuentro que formalmente tenemos todas las semanas para hablar de lo que está pasando, de cómo está cada joven, de lo que dijo, de lo que hicimos nosotros, etc.; por eso consideramos que se trata de un dispositivo de trabajo fundamental, porque tendemos en ellas a la producción de significantes que son el fundamento de la clínica en tanto deseo en causa. Quiero decir con ello que se trata de un espacio para la circulación de las palabras, las de los concurrentes a través de los talleristas, pero también las de ellos mismos, los significantes fluyen aunque a veces lo hagan a través de cierto tipo de silencio, un silencio diría "productivo".
Cada uno toma la palabra trayendo lo que algún joven dijo o hizo de una u otra manera y escucha la confrontación, la corroboración o la ampliación de la escucha de algún otro que también estuvo con el joven.
Hay apertura de lugares nuevos para decires otros y de otros, y así se va acotando la posibilidad de la “etiqueta”; la del sentido del caso, la de la significación, la de la comprensión. Surge por el contrario el espacio para la duda, para la incertidumbre, para el no saber, para el descompletamiento; y a la vez para el apoyo que entre varios nos vamos dando al acompañarnos en la tarea de sujetar al otro según las posibilidades de su propia construcción y en cada situación. Allí decidimos o elegimos las estrategias a seguir según lo que los propios jóvenes nos van mostrando.
Lacan dice en los Escritos 1 (pág. 453): “¡Cuídense de comprender! Y dejen esa categoría nauseabunda a los señores Jaspers y socios".
Mannoni en El síntoma y el Saber (pág. 23) agrega: “Es importante que sepamos continuar haciendo de cada nuevo paciente nuestro maestro. Él es quien cuestiona la certeza adquirida. La práctica y la teoría deben interrogarse una a la otra".
Y en el mismo texto, en la intervención de Pierre Fedida (pág. 37) el mismo dirá: “Si puedo decirlo así, el analista pasa su vida descubriendo el análisis. Hace falta toda una vida para descubrir el análisis. Literalmente. Ponerlo al descubierto a partir del análisis personal y de la práctica cotidiana a fin de que la teoría, de alguna manera, se autoconstruya”.
Siguiendo con el mismo texto en el comentario que hace Lucien Israel a la tesis de Mannoni (pág. 82) dice: “Soy testigo de tu trabajo porque, para mí, el análisis se juzga por sus efectos, no por sus escritos. Un día comenzaste un trabajo de grupo en el que las personas debían comentar sus fracasos; allí se aprende algo. Porque los efectos que se pueden denominar comúnmente positivos, son los que escapan al analista. El analista no tiene la oportunidad de seguir hasta el final esos efectos positivos que a veces logra desencadenar”. Y más adelante agrega: “te esforzaste en liberar al analista de su teoría. No digo que haya que prescindir de la teoría, pero estudiar la teoría por sí misma es desconocer nuestra función. Nuestra función no está en la teoría, se sitúa en la interfase, en la interfase entre el aparato teórico y el saber inconsciente de quienes nos hablan; interfase cuya posición es difícil de asumir porque de esto nunca se habla lo suficiente”(pág.84).
Dice Mannoni: “Todo término es arbitrario y cambiar los usos no es más que un juego. Después de todo esa es la teoría del significante, el cual no está ligado, como se sabe a ninguna significación”.

Podríamos afirmar que las reuniones en Otium son un acontecimiento del decir, del lenguaje, y en tanto tal estaríamos hablando del orden de lo simbólico. Hay un discurso que circula sobre un saber que no se sabe, fundado en lo que Lacan llamó la Transferencia de Trabajo.
En Otium nos parece que es desde la vía del deseo centrada en la clínica desde donde se convocan los significantes en la transferencia de trabajo y sabemos que sostener esa vía es llamar siempre al deseo, que es deseo del Otro.
El Otro de las reuniones parece estar articulado a la teoría psicoanalítica o al discurso que desde ella se genera; pero no es articulable para crear sentido en la clínica, porque no es posible saber de antemano qué deseo habita a cada quién, será siempre un trabajo a develar, a descubrir con cada uno de los jóvenes como producto del trabajo colectivo.
Pretendemos interrogar la ilusión del conocimiento seguro que emerge contra la tensión que provoca el saber del inconsciente, el que nos va mostrando pedazos de real y que nos deja en suspenso cotidianamente en nuestra práctica, poniéndonos a prueba en el deseo de saber. Es decir, poder soportar la pregunta que nos genera el sujeto sin arrojarnos a llenarla de respuestas desde saberes previos.
En Otium, decía antes, somos muchos los que trabajamos y venimos de diferentes profesiones; el intento, no siempre logrado porque no es fácil lograrlo, es que ese "muchos" se transforme en varios que se responsabilizan de su intervención o de su falta en ella.
Los discursos que circulan desde las distintas profesiones también son varios, pero lo que les permite convertirse en un dispositivo de intervención es el giro que provoca la introducción del discurso psicoanalítico, es decir la pregunta por el sujeto dividido. No para hacer que todo marche bien, o creer que todos estamos hablando de lo mismo, sino para dar lugar a cada sujeto sin que por ello se desorganice toda la institución como algunos temen ante tanta diversidad.
Sostenemos que el discurso psicoanalítico puede mezclarse con otros discursos y generar prácticas desde los propios límites del psicoanálisis, pero prácticas que están atravesadas por él; de las que se puede dar cuenta por sus efectos y posibilidades; podríamos hablar del psicoanálisis en extensión y quizá también en intensión cuando la situación lo permite y resulta conveniente.
Tratamos de poner a trabajar a los sujetos dando lugar al sufrimiento subjetivo, creando distintas posibilidades de intervención en busca de que cada quien se encuentre con su pregunta (o con su respuesta), y en este trabajo todos terminamos implicados, de un lado o del otro.
El efecto de nuestras intervenciones, a veces entre varios, responde a la teoría del sujeto del inconsciente de la que partimos, y esa es una posición ética.
Responder con la lógica del psicoanálisis desde esta modalidad de lazo entre los miembros del equipo para el trabajo entre varios en la práctica cotidiana, es intentar una elaboración clínica colectiva, con un funcionamiento heterogéneo pero horizontal.
Si bien somos varios, la responsabilidad es de cada uno, aunque el producto le corresponda al conjunto por la misma transferencia de trabajo.
Sucede que no somos siempre los mismos quienes trabajamos con uno u otro joven, nos juntamos o separamos según los casos y según sus distintos momentos, tal vez esto nos permite, cuando lo logramos, evitar el efecto masa; es decir facilitando o encontrando la diferencia. ¿Podría este fenómeno pensarse a la manera de la disolución de los carteles que propone Lacan?
Queremos romper con la tendencia tranquilizadora de otorgar significaciones y explicaciones que puedan obturar; los casos siempre quedan abiertos deslizándose en sus propios significantes y a través de los nuestros.
Sostener esto implica una posición subjetiva particular, cierta posibilidad de soportar esa no respuesta; cuestión que a veces tensa, que a veces hace decaer, desresponsabilizarse...

Resulta entonces necesario, aunque difícil de sostener, el borramiento narcisístico y el abandono de la búsqueda de reconocimiento entre los sujetos semejantes; se pone en juego lo que queda de cada uno como resto, es decir el objeto a de la operación significante. Y para ello hay que vérselas con la propia falta, con el horror que provoca el vacío de saber. Sin embargo es desde esa división subjetiva desde donde se hace posible alguna producción de verdad para el sujeto, enlazada al deseo de saber; pero que es de otro orden, de otro estatuto que el del saber. El deseo de saber es opuesto al amor al saber; sostener el lugar de la falta de saber, hace posible que el saber que se produzca implique al sujeto; y quizá sea esto lo que resulta “mágico”.
Intentamos sostener una elaboración de saber que soporte, que tolere, el vacío de la división subjetiva. Para lo cual es necesario haber atravesado en lo personal cierto punto de horror al saber, hace falta una cierta posición subjetiva para dar lugar al anudamiento entre el deseo y el no saber.
Cuando este lugar no está, no hay producción clínica posible; porque hace falta un agujero en el saber para que se produzca un hallazgo, y que además es necesario tolerarlo para que sea posible que algo quede por descubrir, por inventar, para el sujeto.
Se trata de incitar, (desde el reconocimiento de esa falta a través de nuestro deseo), a saber al otro fundando allí discurso.
Cuando Lacan en la Nota Adjunta al Acta de Fundación funda al cartel como el órgano de base de la Escuela, lo hace para evitar los efectos de masa. En este sentido se me ocurría homologar el cartel con lo que esperamos del funcionamiento en las reuniones, es decir en relación a las condiciones de producción.
La función del "más uno" podría pensarse en estas reuniones como la de quien toma a su cargo la división subjetiva y pone a producir los significantes, evitando de este modo el efecto de atracción en el grupo y llevándolo hacia la clínica, en un intento reiterado y puesto en acto en las reuniones de su propio deseo. Esta función no la sostiene siempre el mismo y es generalmente sólo a posteriori reconstruida y escuchado su efecto.
No es fácil separarse de los efectos sugestivos del grupo, de las seducciones narcisísticas, especialmente en relación al saber teórico, y evitar el taponamiento que provoca el surgimiento de líderes.
Tampoco lo es:

-Que cada uno pueda ocupar ese lugar vacío, es decir la función del más uno de manera intercambiable en el equipo de trabajo, que con su intervención facilite o genere la circulación del trabajo que apunta a la producción de significantes.

-Que haya transferencia de trabajo, no quedándonos tranquilos con lo conocido sino apostando al resto que siempre queda con cada caso como interrogante teórico, como incertidumbre, en su sinsentido o en su malentendido.

-Que la experiencia esté ligada a la sorpresa, a la apertura y a la espera de un saber nuevo.

En este modo de circulación clínica, podríamos leer una doble función: por el efecto del deslizamiento significante de cada uno de los casos que van apareciendo, y a la vez como un espacio de investigación para cada miembro del equipo, en el que va haciendo su propio recorrido, su propio camino.
Dice Lacan en la Nota adjunta al Acta de Fundación: “la enseñanza del psicoanálisis no puede transmitirse de un sujeto a otro sino por los caminos de una transferencia de trabajo”. La enseñanza se funda en la relación de un sujeto con otro, no por los efectos de grupo, es decir por la identificación, sino por los efectos del significante. Concierne al lazo de uno con otro y no de uno con todos.
Esta doble vía parece ser posible cuando se produce la separación de los significantes amos, cuando desaparece el Otro fundamental y uno se separa del fantasma paterno, sabiendo hacer algo con estas marcas, o precisamente del lado del ideal.
La institución a su vez necesita poder sostenerse como no-toda, desarmando el Otro del ideal al que busca siempre la alienación subjetiva; permitir reconquistar el deseo en el uno por uno y disolver todo efecto de grupo como pegoteo cada vez que aparezca; porque lo que hace falta es la transferencia de trabajo, la circulación y la división, y aceptar que no podemos todo.
Necesitamos cierta destitución subjetiva para dar lugar a la transmisión y al deseo de saber, no ya supuesto en algún Otro sino un saber expuesto a la producción clínica, que soporte el vacío y la ignorancia y la comparta con otros. Todos o algunos tienen algo por decir que no se agota en lo dicho.
Volviendo a la idea del cartel como funcionamiento, es esperable que no haya un maestro, que no haya un líder (o al menos no uno permanente); que sea un lugar propicio para investigar. Hablar de lo imposible de decir en estas prácticas es “poner a cielo abierto” las contradicciones, es hacer valer todas las palabras; e implica poner a prueba nuestro propio hacer con esa falta. Decir "no sé", "no conozco", escuchar al otro, estar despistado, etc. Esto, alguna eficacia produce.
Nos parece que el dispositivo consigue transformar los efectos del trabajo en equipo, aún del trabajo entre varios, en movimiento de lugares y funciones que en transferencia de trabajo genere efectos clínicos. Lo que seguramente estará generando a su vez efectos de transmisión psicoanalítica para cada integrante del equipo.
Dice Lacan cuando formula los cuatro discursos: "La transmisión no es posible por la vía de la mera autoridad (discurso del amo), tampoco por la del saber acumulado (discurso universitario), ni por la idealización del analista (que lo desvía de su lugar real)".
Judith Miller, en Coloquio Jacques Lacan, pág. 46 dice al respecto: “La transferencia de trabajo permite a alguien que tiene ya una pequeña experiencia en el análisis, o que se ve suficientemente cuestionado, interesado, en el psicoanálisis... aún cuando no se haya analizado, hacer algún progreso en la disciplina que esta enseñanza pretende transmitir... Y esto implica, además, una idea de que la enseñanza no se puede regir entonces por los discursos, por que aquí, en esta cuestión de la transferencia de trabajo, entra la idea de la transmisión del psicoanálisis... No es una enseñanza para todos, si no que es una enseñanza recurrente, uno por uno”.
En este sentido es que propongo que quizá se pueda pensar el dispositivo institucional a la manera de un cartel, no como órgano de base de una escuela sino como fundamento de los efectos de una clínica aplicada en extensión y en intensión cuando es posible
Cada uno se expone, pregunta, opina, muestra sus dudas, asocia, y esta circulación de significantes facilita un discurso es decir una producción simbólica sobre lo real que nos arroja cada caso separándolo de esta forma del goce, en el que está apresado cada joven en su decir.
¿Podríamos decir que cuando esto se produce, el SSS está en la transferencia de trabajo? ¿Que la función del nombre del Padre, el ideal del yo, pretende estar encarnada en hacer trabajar la clínica, con pérdida de goce y ganancia subjetiva? ¿Sería el dispositivo institucional centrado en la transferencia de trabajo sostenido para cada caso en particular, el que soporta o encarna dicha función?

Lic. Silvia Young