“Los Lefort” es hoy, definitivamente, el nombre de un lugar de enunciación en el psicoanálisis, un nombre que indica el destino que compartieron desde muy pronto y hasta el final de sus vidas, tan llamativamente puntuado con sólo doce días de diferencia. “Como decían los Lefort”... ellos hicieron nacer, en efecto, al Otro del psicoanálisis con niños de una nueva manera. Insistieron, - uno y otro, erre que erre -, en que hablar de psicoanálisis de niños era situarse ya en una desviación considerable del movimiento psicoanalítico, una desviación que se inició en la época de Freud con la pendiente pedagogizante y ortopédica del Yo, y que siguió con el ideal de completud y de reparación del Otro. El niño, como un ser destinado a completar este ideal del Otro, había venido en realidad, una vez más, a encarnar los fantasmas más antiguos para el sujeto. Hablar de psicoanálisis de niños era entonces un modo de infantilizar al psicoanálisis y de negar al niño su verdadero lugar de sujeto del inconsciente y del goce. Cuando los Lefort publican “El nacimiento del Otro” (1980), prueban, por el contrario, que no hay diferencia entre el psicoanálisis de un niño y de un adulto, “que el niño es un analizante de pleno derecho; es de aquí que hemos partido: de la unidad del psicoanálisis” (entrevista en la revista L’Âne nº 16, Mayo – Junio 1984, p. 3). Partieron de esta unidad que volvía a situar al niño, y especialmente al niño psicótico, en la dialéctica del objeto y del Otro y supieron transmitir esta dimensión clínica a varias generaciones de analistas.El niño deja de ser así el objeto víctima del discurso sobre la familia y se presenta como un sujeto que hace una elección, que puede hacer incluso la “elección de la psicosis” a partir de lo que le ofrecen los adultos en el campo del goce y del saber. Al revés de lo que algunas críticas al psicoanálisis le imputan hoy, la posición de los Lefort situó precisamente el lugar de responsabilidad en el niño como sujeto de la experiencia: “Lo que siempre ha sido la obsesión de los analistas de niños es tomar en terapia a los padres de estos niños. Hacerlo cuando vienen a pedir algo para su hijo, es decirles de entrada: ‘Si su hijo está en este estado es porque ustedes son así o asá’. Se los aplasta literalmente con esta responsabilidad psicogenética” (ibidem). Y la demostración de este nuevo lugar del niño se hizo clínica, con casos que han pasado a ser paradigmas en el psicoanálisis: el niño del lobo, el caso Nadia, el caso Marie-Françoise, el caso Maryse...Y si bien lo hicieron a dúo, con este lugar de enunciación único, la singularidad de cada uno, de Rosine y de Robert, se hace escuchar en cada unos de sus desarrollos, en sus textos y en sus conferencias.Diré por mi parte, de la manera más sintética posible, dos huellas que dejó en mí la singularidad de cada uno. Son dos formas del objeto, de ese objeto que no tiene forma, que Lacan escribió con su objeto a y que está en el lugar de causa de la experiencia analítica.La primera es la mirada atenta de Rosine, una mirada que “escuchaba” en silencio, y una mirada también en la que uno podía escuchar todo un discurso. Es esa mirada que ella misma testimonia que fue crucial en su encuentro con Nadia y que estuvo en el origen del intenso trabajo que realizó con ella. Es la mirada que se cruza con el objeto oral mostrando “el estrecho vínculo entre los ojos y la boca”, como indica en su texto, y que puede dar nacimiento al lugar del Otro, tanto en la clínica como en la enseñanza del psicoanálisis.La segunda es la voz, la voz de Robert inconfundible precisamente por la afonía que le aquejaba y que exigía una atención especial para escucharlo. Es también esa voz áfona que está presente en cada enunciación verdadera y que Lacan situó como una forma genuina del objeto a. Es sorprendente cómo de la falta de fonación podía surgir una voz de tal autoridad y de tal soporte. Tuve el honor de compartir varios años con Robert Lefort la condición de miembro del Consejo de la Escuela Europea de Psicoanálisis. Sin duda, mis colegas recordarán también ese lugar de autoridad y de sostén que hacía presente, también allí.Dos formas, pues, del objeto que hacen existir al Otro y a la transferencia como condición del psicoanálisis. Dos formas fructíferas de enseñar lo que el psicoanálisis nos enseña.
Texto enviado a las IIas. Jornadas Nacionales “El quehacer clínico con niños y adolescentes”, Sábado 8 de septiembre de 2007, en la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Psicología, en el que se realizará un homenaje a los Lefort.