El día sábado 14 de julio tuve el gusto de ser invitado a presentar el libro de Osmar Barberis, titulado "Psicosis no desencadenas". Compartí la mesa con Élida Fernández, Carlos Escars y Arturo Frydman. Sigue el texto que leí en la ocasión (en el blog ya tienen mi reseña del libro).
* * *
"Quisiera en primer lugar, agradecer la invitación de Osmar a presentar su libro, tanto como la oportunidad de compartir la mesa con analistas que merecen el mayor de mis respetos.
Habitualmente, quienes somos invitados a tomar la palabra con ocasión de la presentación de un libro, lo hacemos en caracter de “lectores”. En este caso, permítanme afirmar que soy un lector algo “especial”, puesto que he tenido el gusto de tomar contacto con este libro antes de que existiera físicamente como tal, durante el proceso de edición del mismo. Y créanme que en mi carácter de “revisor” de la editorial Letra Viva he tenido la enorme responsabilidad de leerlo como si fuera el “abogado del diablo”: buscando sus errores, persiguiendo sus fallas, sus contradicciones...
He tenido poco trabajo.
Ahora bien, haciendo valer esa prioridad como lector de la obra, escribí una reseña de la misma que apareció publicada en el número de Junio de la revista “Imago-Agenda”. Así pues, dicho escrito fue mi presentación del libro en forma escrita. Y por eso es que, en esta ocasión, lo presento por segunda vez, aunque en esta ocasión en forma oral.
Ese texto que escribí y que está al alcance de todos, fue bien recibido por Osmar, ya que tuvo para él cierto carácter “familiar” –de hecho, me confesó que parecía estar escrito por su abuela–. No me costó nada titularlo “No retroceder...”, en un intento por transmitir a sus lectores que el libro en cuestión –es decir, el que hoy estamos presentando– intentaba avanzar en un terreno que a muchos acobarda; ni resultó difícil realizar una puntuación acerca de su impecable lógica y su esforzada e intransigente argumentación. Repetirla aquí sería abusar de vuestra indulgencia y paciencia, puesto que incurriría en la repetición de los tópicos ya señalados o por mis compañeros de mesa.
Pero me gustaría compartir con ustedes cierto eco que la lectura del libro produjo en mí, puesto que –además de la lectura– también practico el psicoanálisis lacaniano. Y es en mi carácter de psicoanalista, que el encuentro con el libro de Osmar resultó una excelente ocasión para recordar una breve página de la historia del psicoanálisis.
Corría el año 1978. En París, entre el 6 y el 9 de julio, la Escuela Freudiana celebraba su 9º congreso, reuniéndose sus miembros a discutir en torno del tema de “La transmisión del psicoanálisis”. Imaginen ustedes el fervor, el clima de trabajo y las intervenciones allí presentadas... Como tantas otras veces, Jacques Lacan reservará su palabra hasta el final: pronunciará el Discurso de Clausura. Luego de tres días de acaloradas discusiones acerca de la transmisión del psicoanálisis, Lacan afirmaba:
“Tal como ahora lo pienso (y les ruego que consideren el “ahora” como una referencia a las tres jornadas de trabajos presentados acerca de “la transmisión del psicoanálisis), el psicoanálisis es intransmisible. Es muy molesto. Es muy molesto que cada psicoanalista esté obligado –puesto que es necesario que esté obligado a ello– a reinventar el psicoanálisis. (...), a reinventar la manera en que el psicoanálisis pueda perdurar”.
Elegí esta misma cita como epígrafe para mi presentación “escrita” del libro de Osmar, porque siento que el libro participa de esta consigna. En sus páginas no se trata de transmitir, sino de reinventar el psicoanálisis.
Parece un poco abstruso eso de reinventar algo ya inventado. Cuando leí esta conferencia de Lacan por primera vez, me imaginé reinventando el dulce de leche, la birome, el alambre de púas... Pero... ¿el psicoanálisis? Sentía que Lacan quería decir algo importante y, en el contexto de la cita, lo comprendí como una invitación a dejar de repetir lo mismo de siempre, lo que dicen todos; como un convite a comenzar a hablar de psicoanálisis en nuestros propios términos; como la ocasión de no temer echar mano a lo inventado para darle alguna vuelta, para asignarle un nuevo valor, para producirle nuevas articulaciones. Y finalmente, lo más importante: la oportunidad de leer en los cortes, en las vacilaciones, en las imprecisiones del discurso del mismo Lacan. ¿Cómo reinventar el psicoanálisis sin rectificar nuestra relación con su palabra? ¿Cómo resolver ciertos problemas teóricos –como el que plantea el libro que hoy nos convoca–, cuando el recurso al “Lacan dixit” resulta insuficiente, cuando no tenemos “esa” cita aplastante y destructora de toda polémica, cuando no existe esa contraseña que es la última palabra en todo debate? Si esa cita precisa existiera, Osmar no hubiera escrito este libro. Si existiera un aforismo lacaniano acerca del problema que este libro aborda, sus páginas no tendrían sentido. Sin embargo, en medio del corpus teórico de ese psicoanálisis que no tiene una respuesta acabada sobre determinada cuestión, un joven psicoanalista se lanza en una aventura personal, preso de esa “pasión investigativa anudada al campo de la psicosis” (que no es otra cosa que un nombre posible para esa “molestia” que padece el analista, esa molestia por estar preso de la necesidad de reinventar el psicoanálisis), y la comparte con sus otros a través de ese acto que consiste en dar a luz un libro.
Este libro.
Nada de lo que yo diga les ahorrará leer este libro. Su estilo es claro y para nada confuso. El subtítulo traza un mapa que se puede recorrer tranquilo, ya que al transitarlo nunca nos sentiremos traicionados, fundamentalmente porque la “psicosis no desencadenada”, la “psicosis clínica” y la “prepsicosis” siempre permanecerán bien diferenciadas. La polifonía de autores reseñados está enmarcada y justificada: se trata de un coro del que sólo participan los mejores. Porque realiza en acto la reinvención, el caso clínico incluído no resulta la definición ostensiva de lo que no puede explicarse con un argumento, sino exactamente lo contrario.
Y entonces, a riesgo de contarles el final, Osmar toma partido en el asunto cuando afirma que “la presencia o ausencia de fenómenos elementales, tal como son definidos en los textos lacanianos, no constituye un criterio suficiente para diagnosticar las «psicosis no desencadenadas»”. Así, con una frase que no es de Lacan sino suya, denuncia la pérdida de especificidad del concepto de “fenómeno elemental” cuando es utilizado fuera de su contexto teórico de invención.
El libro es arriesgado, pero no lo pretende todo. Quizás porque Osmar sepa algo acerca de cómo enfrentarse a ese no-todo en el que tanto insistió Jacques Lacan. Y justamente por eso, porque no-todo está en él (en el libro), en sus páginas finales, Osmar nos anuncia qué rumbo futuro tomará su derrotero: incluirá en el estudio del problema los aportes de la última parte de la enseñanza de Lacan y, específicamente, la lógica de R.S.I. Nuevamente... liber enim librum aperit...
Habitualmente, quienes somos invitados a tomar la palabra con ocasión de la presentación de un libro, lo hacemos en caracter de “lectores”. En este caso, permítanme afirmar que soy un lector algo “especial”, puesto que he tenido el gusto de tomar contacto con este libro antes de que existiera físicamente como tal, durante el proceso de edición del mismo. Y créanme que en mi carácter de “revisor” de la editorial Letra Viva he tenido la enorme responsabilidad de leerlo como si fuera el “abogado del diablo”: buscando sus errores, persiguiendo sus fallas, sus contradicciones...
He tenido poco trabajo.
Ahora bien, haciendo valer esa prioridad como lector de la obra, escribí una reseña de la misma que apareció publicada en el número de Junio de la revista “Imago-Agenda”. Así pues, dicho escrito fue mi presentación del libro en forma escrita. Y por eso es que, en esta ocasión, lo presento por segunda vez, aunque en esta ocasión en forma oral.
Ese texto que escribí y que está al alcance de todos, fue bien recibido por Osmar, ya que tuvo para él cierto carácter “familiar” –de hecho, me confesó que parecía estar escrito por su abuela–. No me costó nada titularlo “No retroceder...”, en un intento por transmitir a sus lectores que el libro en cuestión –es decir, el que hoy estamos presentando– intentaba avanzar en un terreno que a muchos acobarda; ni resultó difícil realizar una puntuación acerca de su impecable lógica y su esforzada e intransigente argumentación. Repetirla aquí sería abusar de vuestra indulgencia y paciencia, puesto que incurriría en la repetición de los tópicos ya señalados o por mis compañeros de mesa.
Pero me gustaría compartir con ustedes cierto eco que la lectura del libro produjo en mí, puesto que –además de la lectura– también practico el psicoanálisis lacaniano. Y es en mi carácter de psicoanalista, que el encuentro con el libro de Osmar resultó una excelente ocasión para recordar una breve página de la historia del psicoanálisis.
Corría el año 1978. En París, entre el 6 y el 9 de julio, la Escuela Freudiana celebraba su 9º congreso, reuniéndose sus miembros a discutir en torno del tema de “La transmisión del psicoanálisis”. Imaginen ustedes el fervor, el clima de trabajo y las intervenciones allí presentadas... Como tantas otras veces, Jacques Lacan reservará su palabra hasta el final: pronunciará el Discurso de Clausura. Luego de tres días de acaloradas discusiones acerca de la transmisión del psicoanálisis, Lacan afirmaba:
“Tal como ahora lo pienso (y les ruego que consideren el “ahora” como una referencia a las tres jornadas de trabajos presentados acerca de “la transmisión del psicoanálisis), el psicoanálisis es intransmisible. Es muy molesto. Es muy molesto que cada psicoanalista esté obligado –puesto que es necesario que esté obligado a ello– a reinventar el psicoanálisis. (...), a reinventar la manera en que el psicoanálisis pueda perdurar”.
Elegí esta misma cita como epígrafe para mi presentación “escrita” del libro de Osmar, porque siento que el libro participa de esta consigna. En sus páginas no se trata de transmitir, sino de reinventar el psicoanálisis.
Parece un poco abstruso eso de reinventar algo ya inventado. Cuando leí esta conferencia de Lacan por primera vez, me imaginé reinventando el dulce de leche, la birome, el alambre de púas... Pero... ¿el psicoanálisis? Sentía que Lacan quería decir algo importante y, en el contexto de la cita, lo comprendí como una invitación a dejar de repetir lo mismo de siempre, lo que dicen todos; como un convite a comenzar a hablar de psicoanálisis en nuestros propios términos; como la ocasión de no temer echar mano a lo inventado para darle alguna vuelta, para asignarle un nuevo valor, para producirle nuevas articulaciones. Y finalmente, lo más importante: la oportunidad de leer en los cortes, en las vacilaciones, en las imprecisiones del discurso del mismo Lacan. ¿Cómo reinventar el psicoanálisis sin rectificar nuestra relación con su palabra? ¿Cómo resolver ciertos problemas teóricos –como el que plantea el libro que hoy nos convoca–, cuando el recurso al “Lacan dixit” resulta insuficiente, cuando no tenemos “esa” cita aplastante y destructora de toda polémica, cuando no existe esa contraseña que es la última palabra en todo debate? Si esa cita precisa existiera, Osmar no hubiera escrito este libro. Si existiera un aforismo lacaniano acerca del problema que este libro aborda, sus páginas no tendrían sentido. Sin embargo, en medio del corpus teórico de ese psicoanálisis que no tiene una respuesta acabada sobre determinada cuestión, un joven psicoanalista se lanza en una aventura personal, preso de esa “pasión investigativa anudada al campo de la psicosis” (que no es otra cosa que un nombre posible para esa “molestia” que padece el analista, esa molestia por estar preso de la necesidad de reinventar el psicoanálisis), y la comparte con sus otros a través de ese acto que consiste en dar a luz un libro.
Este libro.
Nada de lo que yo diga les ahorrará leer este libro. Su estilo es claro y para nada confuso. El subtítulo traza un mapa que se puede recorrer tranquilo, ya que al transitarlo nunca nos sentiremos traicionados, fundamentalmente porque la “psicosis no desencadenada”, la “psicosis clínica” y la “prepsicosis” siempre permanecerán bien diferenciadas. La polifonía de autores reseñados está enmarcada y justificada: se trata de un coro del que sólo participan los mejores. Porque realiza en acto la reinvención, el caso clínico incluído no resulta la definición ostensiva de lo que no puede explicarse con un argumento, sino exactamente lo contrario.
Y entonces, a riesgo de contarles el final, Osmar toma partido en el asunto cuando afirma que “la presencia o ausencia de fenómenos elementales, tal como son definidos en los textos lacanianos, no constituye un criterio suficiente para diagnosticar las «psicosis no desencadenadas»”. Así, con una frase que no es de Lacan sino suya, denuncia la pérdida de especificidad del concepto de “fenómeno elemental” cuando es utilizado fuera de su contexto teórico de invención.
El libro es arriesgado, pero no lo pretende todo. Quizás porque Osmar sepa algo acerca de cómo enfrentarse a ese no-todo en el que tanto insistió Jacques Lacan. Y justamente por eso, porque no-todo está en él (en el libro), en sus páginas finales, Osmar nos anuncia qué rumbo futuro tomará su derrotero: incluirá en el estudio del problema los aportes de la última parte de la enseñanza de Lacan y, específicamente, la lógica de R.S.I. Nuevamente... liber enim librum aperit...
Damas y caballeros, en estos tiempos de libros negros y pensamientos grises, celebremos la reinvención del psicoanálisis y el nacimiento de un autor. El libro, en la tapa, lleva su nombre, es de él. Pero es mi deseo, que luego de que ustedes lo hayan leído como yo lo hice, este libro se transforme en algo nuestro.-