Para lograr notoriedad internacional y ser situado por algún posible sobreviviente del genocidio nazi, ya que desconocía el destino trágico de sus 300 familiares europeos, el ajedrecista polaco Miguel Najdorf -a quien el juego ubicó fuera de su país-, “se la jugó” y estableció en 1947 el record mundial de partidas “a ciegas” en Brasil. Retuvo durante 23 horas la posición exacta de 1440 piezas y miles de combinaciones para vencer a la mayoría absoluta de sus oponentes, y un día después reprodujo sin dudar cada uno de los 45 desafíos que no vio, transitando por la cornisa de su psiquismo. Se trataba de “la partida”...
Más allá de esta movida magistral que retrata el afán por vencer a lo siniestro, el juego suele desplegar su “tablero” entre la vida y la muerte. Entre el soportar la pérdida del objeto, y la apuesta ciega de lo compulsivo.
El acceso a lo simbólico no se desliga de lo lúdico, y el “carretel” del psicoanálisis desenrolló en el fort-da la posibilidad de simbolizar la ausencia. Las dificultades en el despliegue del juego parecen hablar de lo difícil del corte. La ausencia de juego es indicadora de gravedad. Pero el juego elude separación cuando lo adictivo asoma, y el no poder parar obra en sintonía con la desmentida de la castración. El jugador apuesta sus lógicas a sostener la promesa quimérica de que imposible is nothing. ¿En qué casilla el juego deja de ser un juego? La obviedad del “jugar para ganar”, deja paso a pensar el trasfondo que amalgama la compulsión a encandilarse como algunos insectos con la luz nocturna. Pegados a una pantalla -llamese PC, ruleta, o cartas “dostoievskianas”- para evitar proyecciones. ¿La búsqueda del todo para escapar de la nada? Cálculos y rituales hacen percibir en el azar una ciencia. ¿Qué paga el jugador? Si la compulsión gira la rueda de los que no pueden parar, lo que ocurre, está al servicio de perder las fichas. La apariencia empuja a buscar donde no hay. ¿Cuál es el movimiento factible del analista para conmover la subjetividad náufraga de quién ahoga su cifra? Psicoanalíticamente, ¿de qué “partida” necesaria se trata cuando quien está jugado, pierde “el juego”?