sábado, 22 de diciembre de 2007

Alberto Manguel. "La biblioteca de noche " (Alianza, 2007)

En los libros de Alberto Manguel, el vínculo con las bibliotecas toma el lugar de una experiencia vital, nunca meramente intelectual. Varios de esos textos la implican: la Guía de lugares imaginarios (1980), escrito con Gianni Guadalupi, es un catálogo de lugares ficcionales que remite a la biblioteca de los volúmenes que los resguardan; Historia de la lectura (1996) examina la práctica suprema para la cual toda biblioteca existe; Diario de lecturas (2004) apunta el recorrido a través de libros elegidos en una biblioteca íntima. No sorprende que, en fin, Manguel redactara este vasto ensayo sobre ese espacio a la vez personal, mágico e histórico: la biblioteca. Es inevitable pensar que todo el libro -escrito en inglés y traducido con delicada eficacia por Carmen Criado- es un incesante homenaje a aquel que imaginó esa infinita biblioteca babélica que podía duplicar el universo: Jorge Luis Borges. A pesar de su abrumador número de citas y referencias, este libro erróneamente puede ser considerado un tratado académico y sistemático, al modo en el que podría presentarlo, por ejemplo, un estudioso como Roger Chartier. Se trata de un ensayo que no se distrae de su verdadero tema: un sujeto autobiográfico en el ámbito vital que mejor lo define, su propia biblioteca, en la hora nocturna. Por ello el libro comienza con el relato del descubrimiento y la posterior transformación en una biblioteca, de lo que había sido el antiguo muro de piedra de un granero del siglo XV, sobre una colina al sur del Loire, parte de un conjunto de edificios eclesiásticos donde el escritor proyectó su nuevo hogar. Lo hace con la certeza de que la biblioteca establece los lazos más absolutos tanto con su poseedor -convertido en una especie de fantasma ante la espesa presencia de los volúmenes-, como con la totalidad de lo real -cuando la biblioteca, por la noche, "parece regocijarse en la confusión festiva, esencial, del universo"-. Así, el primer capítulo concibe la biblioteca como mito. Es decir, como ritual, como repetición de un espacio sagrado que reencarna la combinación de dos construcciones inaugurales y emblemáticas: la biblioteca de Alejandría, el gigantesco y espectral ancestro donde se reflejarían todas las sucesoras; y la torre de Babel, la metáfora antigua de la diversidad de lenguas. El libro se despliega como un devenir de lo que las bibliotecas pueden representar, tanto en la dilatada historia del mundo, como en la módica biografía de alguien que lee y escribe acerca de lo que lee. Quince modos de ser de una biblioteca: como mito, orden, espacio, poder, sombra, forma, azar, taller, mente, isla, supervivencia, olvido, imaginación, identidad u hogar. Los capítulos se estructuran de un modo similar, con lo cual se acentúa ese efecto seriado, y a veces monótono en su misma variedad, que tanto conviene a su objeto. Afirmando el buscado matiz egotista, aparece una y otra vez la biblioteca de Manguel: los modos imprecisos y a la vez certeros de los hábitos de lector en ella, su disposición física, su orden, sus carencias, sus tesoros, su pluralidad, la creciente intangibilidad de su condición en la memoria, el sueño o la fantasía. Esos párrafos ilustran una convicción: la de que una biblioteca cualquiera ofrece una especie de espejo para el que busca en ella, "una visión fugaz de los aspectos secretos del yo". La imagen que ese espejo parece reflejar a la enorme mayoría de los lectores, que solo pueden imaginar esa biblioteca privada junto al Loire casi tanto como a la isla de Robinson, es de una complacida indulgencia en la posesión de un refugio cultual. Ese aspecto autobiográfico se entrelaza con otro: el motivo central del capítulo, que se diversifica en una enorme variedad de ejemplos y de autores sobre el tópico tratado. Estos ejemplos van desde la antigüedad a nuestros días, abarcan Oriente y Occidente, lenguas varias, costumbres diversas, antagónicas identidades. La biblioteca es pensada como arquitectura en el espacio, por el modo en que se ordena, por la cantidad de libros que contiene o también por los que no están en ella, por los destruidos, los prohibidos, los desechados e incluso los que no llegaron a existir. Es concebida por el poder que otorga o el peligro que representa. Es proyectada como ámbito imaginario, propicio a la invención, o al virtual olvido, o al azar; como diagrama mental, como vía asociativa o metafórica. Es reconocida como formadora, reformadora, educadora, morada humanista, espacio religioso, recurso de los que sobreviven al exterminio y la vejación. Es proyectada como aislada fortaleza, hogar iluminado, cruce cosmopolita o intemperie sin muros, hasta ser esa "biblioteca ideal, inconcebiblemente extensa, formada por todos los libros que se han escrito alguna vez y todos aquellos que existen como posibilidad". Pero los momentos más certeros del libro ocurren cuando en el seno de cada capítulo se elaboran relatos esbozados sobre algún personaje vinculado al asunto central. Ese envión narrativo da ligereza y contundencia a la sucesión ejemplar o al matiz sentencioso. Por ejemplo, la semblanza del empresario Andrew Carnegie, que explotaba a sus obreros y a la vez empleaba parte de su riqueza en fundar bibliotecas "para iluminar el espíritu de la comunidad que explotaba". O la del historiador del arte Aby Warburg, con su excéntrica biblioteca oval dedicada a la diosa de la memoria y madre de las musas Mnemosyne. O asimismo las historias del inquisidor de México (el arzobispo Zumárraga), del genial constructor de la Biblioteca Laurenziana (Miguel Ángel), del gran planificador de la Biblioteca del Museo Británico (Anthony Panizzi). Para Alberto Manguel no hay biblioteca que no pueda ser considerada un paraíso, no artificial sino posible, en el umbral inmediato del mundo: origen e identidad, luz guardada en el negro tiempo del genocidio o la tortura, diálogo infinito. Y también, como le fue revelado, consolación.

Por Jorge Monteleone
Para LA NACION