jueves, 3 de enero de 2008

JACQUES LACAN. "INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ALEMANA DE UN PRIMER VOLUMEN DE LOS ESCRITOS"

Este maravilloso texto proviene de esa fuente inagotable de trabajo que se llama Ricardo Rodríguez Ponte. Que este posteo, además de servir para compartir tan excelente trabajo, tenga valor de homenaje a quien tanto ha trabajado para la difusión del psicoanálisis lacaniano en nuestra lengua.
Estimado Ricardo: muchas gracias.

PP.

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Introduction à l’édition allemande d’un premier volume des Écrits
(Walter Verlag). Redactado el 7 de Octubre de 1973, el texto fuente
de esta traducción fue publicado en la revista Scilicet, Nº 5,
aux Éditions du Seuil, Paris, 1975, pp. 11-17.
[i]


El sentido del sentido (the meaning of meaning),[ii] se ha plan­tea­do la pre­gunta al respecto. Habitualmente puntualizaría que esto era por te­ner su respuesta, si ahí no se tratara simplemente de una pres­ti­di­gi­ta­ción uni­versitaria.
El sentido del sentido en mi práctica se capta (Begriff) por el he­cho de que fuga: a enten­der co­mo de un tonel, no de una es­ca­pada.

Es por el hecho de que fuga (en el sentido: tonel) que un dis­cur­so toma su sentido, o sea: por el hecho de que sus efectos sean im­po­si­bles de calcular.
El colmo del sentido, es sensible que es el enigma.
En cuanto a mí, que no me exceptúo de mi susodicha regla, es por la respues­ta, encontrada por mi práctica, que formulo la pregunta del signo al signo: de cómo se señala que un signo es signo.
El signo del signo, dice la respuesta que da pre-texto a la pre­gun­ta, es que cual­quier signo cumpla igualmente la función de cual­quier otro, precisamente porque pueda sus­ti­tuírsele. Pues el signo no tie­ne alcance sino por deber ser descifrado.
Sin duda es preciso que la serie de los signos tome sentido del desciframiento. Pero no es porque una dit-mensión[iii] dé a la otra su tér­mino que ella entrega su es­truc­tu­ra.
Hemos dicho lo que vale la vara del sentido. Desembocar en él no le impide ha­cer agujero. Un mensaje descifrado puede seguir sien­do un enigma.
El relieve de cada operación — una activa, la otra sufrida — si­gue siendo dis­­tinto.
El analista se define por esta experiencia. Las formaciones del inconsciente, co­mo yo las llamo, demuestran su estructura por ser des­cifrables. Freud distingue la es­pecificidad del grupo: sueños, lapsus y chistes, por el modo, el mismo, con que ope­ra con ellos.
Sin duda Freud se detiene cuando descubrió el sentido sexual de la estructu­ra. Aquello de lo que en su obra no se encuentra más que sospecha, es verdadero for­mu­lado, esto es que el test del sexo no se sostiene sino en el hecho del sentido, pues en ninguna parte, bajo nin­gún signo, se inscribe el sexo por una relación.
Es sin embargo con pleno derecho que podría exigirse la ins­cripción de esa re­lación sexual: puesto que le es reconocido al in­cons­ciente el trabajo del ciframiento, — o sea, de lo que deshace el des­ci­framiento.
En la estructura, puede pasar por más elevado cifrar que contar. El embrollo, pues está bien hecho para eso, comienza en la am­bi­güe­dad del término cifra.
La cifra funda el orden del signo.
Pero por otra parte hasta 4, quizá hasta 5, vayamos hasta 6 co­mo máximo, los nú­meros, que son de lo real, aunque cifrado, los nú­meros tienen un sentido, y dicho sen­tido denuncia su función de goce sexual. Este sentido no tiene nada que ver con su función de real, pero abre un panorama sobre lo que puede dar cuenta de la entra­da de {lo} real en el mundo del «ser» hablante (estando entendido que sostiene su ser de la palabra). Sospechemos que la palabra tiene la misma dit-men­sión gracias a la cual el único real que no pueda inscribirse en ella, es la relación sexual.
Digo: sospechemos, para las personas, como se dice, cuyo es­ta­tuto está tan li­­ga­do ante todo a lo jurídico, al semblante de saber, in­cluso a la ciencia que se ins­­ti­tu­ye precisamente de lo real, que ellas ni si­quiera pueden abordar el pensa­mien­­to de que sea a la inaccesibilidad de una relación que se encadena la intrusión de esa parte al menos del res­to de lo real.
Esto en un «ser» viviente del que lo menos que se pueda decir, es que se dis­tin­gue de los otros por habitar el lenguaje, como dice un alemán que me honro de co­nocer (como uno se expresa para denotar que lo ha conocido). Este ser se distin­gue por esta morada, la que es algodonosa en el «sentido» de que él la rebaja, dicho ser, hacia todo ti­po de conceptos, o sea de toneles, cada cual más fútil que los otros.
Esta futilidad, yo la aplico, sí, incluso a la ciencia, de la que es ma­nifiesto que no progresa sino por la vía de tapar los agujeros. Que siempre lo logre, es lo que la hace segura. Mediante lo cual no tiene ninguna especie de sentido. No diría tan­to de lo que ella produce, que curiosamente es la misma cosa que lo que sale por la fuga de la que es responsable la hiancia de la relación sexual: o sea, lo que yo ano­to con el objeto (a), a leer a minúscula.
Para mi «amigo» Heidegger evocado más arriba por el respeto que le tengo, que él quiera detenerse un instante, anhelo que emito de una manera puramente gra­tui­ta puesto que bien sé que él no podría ha­cerlo, detenerse, digo, sobre esta idea de que la metafísica jamás ha si­do nada y no podría prolongarse más que al ocuparse de ta­par el agu­jero de la política. Es su resorte.
Que la política alcance la cima de la futilidad, es pre­ci­sa­mente en eso que se afirma el buen sentido, el que hace la ley: no ten­go que sub­rayarlo, dirigiéndome al público alemán, que le ha añadido tra­di­cionalmente el llamado sentido de la críti­ca. Sin que sea vano re­cordar aquí a dónde lo condujo eso hacia 1933.
Inútil hablar de lo que articulo del discurso universitario, puesto que éste es­pe­cula lo insensato en tanto que tal y que, en ese sentido, lo mejor que puede pro­du­cir es la agudeza {mot d’esprit} que sin em­bar­go le da miedo.
Este temor es legítimo, si pensamos en el que aplasta a los ana­listas, o sea a los hablantes que resultan estar sujetos a ese discurso analítico, del que no podemos si­no asombrarnos que haya advenido en unos seres, hablo de los hablantes, de los que es decir todo que no han podido imaginarse su mundo más que al suponerlo embru­te­cido, o sea con la idea que tienen desde no hace tanto tiempo del animal que no ha­bla.
No les busquemos excusas. Su ser mismo es una. Pues par­ti­ci­pan de ese nue­vo destino, que para ser, les sea preciso ex-sistir. No en­casillables en ninguno de los discursos precedentes, sería preciso que ex-sistan a éstos, mientras que se creen obli­ga­dos a tomar apoyo del sentido de esos discursos para proferir aquel con que el su­yo se con­tenta, con motivo por ser más fugitivo, lo que lo acentúa.
Todo los devuelve sin embargo a lo sólido del apoyo que tienen en el signo: aunque más no fuere el síntoma con el que tienen que vér­selas, y que hace un gran nu­do del signo, nudo tal que un Marx lo per­cibió incluso ateniéndose al discurso polí­ti­co. Apenas me atrevo a de­cirlo, porque el freudo-marxismo es el embrollo sin salida.
Nada les enseña, ni siquiera que Freud fuese médico y que el médico, como la enamorada, no tiene la vista muy larga, que es pre­ci­so entonces que vayan a otra par­te para tener su genio: especialmente para hacerse sujeto, no de un machaconeo, si­­no de un discurso, de un discurso sin precedente, por el que sucede que las enamo­ra­­das se ha­gan geniales al volver a encontrarse en él, ¿qué digo? al haberlo in­ven­ta­do mucho antes de que Freud lo estableciese, sin que para el amor, por lo demás, les sirva en na­da, esto es patente.
Yo, que sería el único, si algunos no me siguieran en esto, en hacerme sujeto de ese dis­curso, voy a demostrar una vez más por qué los analistas allí se ven en un aprieto, sin recursos.
Mientras que el recurso es el inconsciente, el descubrimiento por parte de Freud de que el inconsciente trabaja sin pensar en ello, ni calcular, tampoco juzgar, y que sin embargo ahí está el fruto: un saber que sólo se trata de descifrar, puesto que consiste en un ciframiento.
¿Para qué sirve este ciframiento? diría para retenerlos, abun­dan­do en la manía, pos­tulada por otros discursos, de la utilidad (decir: manía de lo útil, no niega lo útil). No se da el paso con ese recurso, que sin em­bargo nos recuerda que fuera de lo que sir­ve, está el gozar. Que en el ciframiento está el goce, sexual, por cierto, está desarrolla­do en el decir de Freud, y suficientemente bien para concluir de ello que lo que im­pli­ca, es que ahí está lo que hace obstáculo a la relación se­xual establecida, por lo tanto a que jamás pueda escribirse esa re­la­ción: quiero decir que el lenguaje nunca trace de ella otra huella que por una chicana infinita.
Seguramente, entre los seres que son sexuados (aunque el sexo no se inscriba más que por la no-relación), hay encuentros.
Hay buena suerte {bon heur}. Incluso no hay sino eso: ¡a lo que salga la suerte! Los «se­res» hablantes son felices {heureux}, felices por naturaleza, es incluso todo lo que les queda de ésta. ¿Acaso por medio del discurso analítico, no podrían llegar a serlo un poco más? Esa es la cuestión cuyo ritornelo, yo no hablaría si no estuviera ya la respuesta.
En términos más precisos, la experiencia de un análisis entrega al que yo llamo el analizante — ¡ah! qué éxito obtuve entre los pre­ten­di­dos ortodoxos con este término, y cuánto confesaban así que su de­seo en el análisis, era el de no estar allí para nada — entrega al ana­li­zante, digo entonces, el sentido de sus síntomas. Y bien, planteo que esas experiencias no podrían adicionarse. Freud lo dijo antes que yo: en un análisis hay que acoger todo —donde vemos que el analista no puede es­ca­­bullirse—, hay que acoger todo como si por otra parte nada estuviera establecido. Es­to no quiere decir sino que siempre hay que volver a abrir la fuga del tonel.
Pero ese es también el caso de la ciencia (y Freud no lo entendía de otro mo­do, poco sagaz).
Pues la cuestión comienza a partir de esto, que hay tipos de sín­toma, que hay una clínica. Pero vean: ésta está desde antes que el dis­curso analítico, y si éste le aporta una luz, esto es seguro pero no cier­to. Ahora bien, nosotros tenemos necesidad de la cer­te­za porque sólo ella puede transmitirse por demostrarse. Es la exigencia de la que la his­to­ria muestra, para nuestro estupor, que ha sido formulada mucho antes de que la cien­cia respondiera a ella, y que incluso si la respuesta fue muy otra que el des­bro­za­mien­to que la exigencia había producido, la con­di­ción de la que ella partía, o sea que la certeza fuese en ella trans­mi­si­ble, ha sido por ella satisfecha.
Habríamos estado equivocados de fiarnos a no hacer más que restablecer eso — aunque fuese con la reserva de a lo que salga la suerte.

Pues hace mucho tiempo que una opinión semejante hizo su prueba de ser verdadera, sin que por eso hiciera ciencia (cf. el Menón, donde se trata de eso).
Que los tipos clínicos resulten de la estructura, eso es lo que ya puede escri­bir­se, aunque no sin fluctuación. Eso sólo es cierto y trans­misible para el discurso his­térico. Es incluso por eso que allí se ma­ni­fiesta un real próximo al discurso cien­tí­fi­co. Se observará que he ha­blado de lo real, y no de la naturaleza.
Por donde indico que lo que resulta de la misma estructura, no tiene forzosa­men­te el mismo sentido. Es en eso que no hay análisis si­no de lo particular: de nin­gún modo es por un sentido único que pro­cede una misma estructura, y sobre todo no cuando ésta alcanza al dis­curso.
No hay sentido común del histérico, y aquello por lo que juega en ellos o ellas la identificación, es la estructura, y no el sentido, como eso se lee bien en el hecho de que ésta lleva sobre el deseo, es decir sobre la falta tomada como objeto, no sobre la causa de la falta. (Cf. el sueño de la bella carnicera —en la Traumdeutung— vuel­to ejemplar gracias a mis cuidados. No prodigo los ejemplos, pero cuando me pongo en ello, los llevo al paradigma.)
Los sujetos de un tipo no tienen por lo tanto utilidad para los otros del mismo tipo. Y es concebible que un obsesivo no pueda dar el menor sentido al discurso de otro obsesivo. Es incluso de ahí que par­ten las guerras de religión: si es cierto que para la religión (pues es el único rasgo por el cual constituyen una clase, por lo demás insu­fi­cien­te), está la obsesión en el asunto.
Es de ahí que resulta que no hay comunicación en el análisis si­no por una vía que trasciende el sentido, la que procede de la su­po­si­ción de un sujeto al saber in­consciente, o sea al ciframiento. Lo que yo he articulado: el sujeto supuesto saber.
Es por esto que la transferencia es amor, un sentimiento que ahí adquiere una forma tan nueva que ésta introduce en él la subversión, no porque sea menos ilusoria, sino porque se da un partenaire que tie­ne la chance de responder, lo que no es el caso en las otras formas. Vuelvo a poner en juego la suerte {bon heur}, salvo que esta chance viene esta vez de mí, y que yo debo proveerla.
Insisto: es el amor el que se dirige al saber. No el deseo: pues en cuanto a la Wisstrieb, aunque tuviera el sello de Freud, podemos re­ca­pacitar, no hay nada de eso. Esto incluso al punto de que se funda en esto la mayor pasión en el ser hablante: que no es el amor, ni el odio, sino la ignorancia. Lo palpo todos los días.
Que los analistas, digamos aquéllos que únicamente por pos­tu­larse como ta­les sostienen su empleo, y yo lo acuerdo por este único hecho: realmente, que los analistas, lo digo entonces en el pleno sen­ti­do, sea que me sigan o no, todavía no ha­yan comprendido que lo que hace entrada en la matriz del discurso, no es el sentido, sino el signo, eso es lo que da la idea que hace falta de esta pasión de la ignorancia.
Antes de que el ser imbécil ganara terreno, sin embargo otros, no zonzos, enun­cia­ban del oráculo que no revela ni oculta: σημαίνει {se­mainei} hace signo.
Eso era en el tiempo anterior a Sócrates, quien no es res­pon­sa­ble, aunque fue­ra histérico, de lo que siguió: el largo rodeo aris­to­té­li­co. Por donde Freud, al es­cu­char a los socráticos que he dicho, volvió a aquéllos anteriores a Sócrates, a sus ojos los únicos capaces de tes­ti­moniar de lo que él encontraba.
No es porque el sentido de su interpretación tuvo algunos efec­tos que los ana­listas están en lo verdadero, puesto que aunque fuera justa, sus efectos son incal­culables. Ella no testimonia de ningún sa­ber, ya que al tomarlo en su definición clá­si­­ca, el saber se asegura por una posible previsión.
Lo que ellos tienen que saber, es que allí hay un saber que no calcula, pero que por ello no trabaja menos para el goce.
¿Qué es lo que del trabajo del inconsciente no puede escribirse? He ahí dón­de se revela una estructura que pertenece precisamente al lenguaje, si su función es permitir el ciframiento. Lo que es el sentido por el que la lingüística ha fundado su ob­je­to al aislarlo: con el nom­bre de significante.
Este es el único punto por el cual el discurso analítico tiene que enraízarse so­bre la ciencia, pero si el inconsciente testimonia de un real que le sea propio, ahí es­tá, inversamente, nuestra chance de elu­ci­dar cómo el lenguaje vehiculiza en el nú­me­ro lo real con el que se ela­bora la ciencia.
Lo que no cesa {ne cesse pas} de escribirse, está soportado por el juego de pa­la­bras que lalen­gua mía ha conservado de otra, y no sin razón, la certeza de la que tes­ti­mo­nia en el pen­samiento el modo de la necesidad {nécessité}.
Cómo no considerar que la contingencia, o lo que cesa de no es­cribirse, no sea por donde la imposibilidad se demuestra, o lo que no cesa de no escribirse. Y que por ahí se atestigüe que un real, por no es­tar mejor fundado en ello, sea trans­mi­si­ble por la fuga a la que res­pon­de todo discurso.

El 7 de octubre de 1973



[i] La versión francesa de este texto puede consultarse también en Pas-tout Lacan, re­copilación de la ma­yo­ría de los pe­queños escritos, charlas, etc., de Lacan entre 1928 y 1981, que ofre­ce en su pá­gi­na web (http://www.ecole-lacanienne.net/ la école la­canienne de psy­cha­na­lyse, y en: Jacques LACAN, Autres écrits, aux Éditions du Seuil, Paris, avril 2001, pp. 553-559. — No parece inútil recordar al lector que ca­si un mes después de redactado, y en el curso de su intervención del 2 de No­viem­bre de ese año en el VIº Congreso de la École Freu­dien­ne de Paris, el que tuvo lu­gar en La Grande-Motte, Montpellier, Lacan leyó y parafraseó este texto para sus alum­nos (cf. «Intervention au Congrès de l’EFP à La Gran­de-Motte», en Lettres de l’École Freudienne de Paris, nº 15, y en Pas-tout La­can, op. cit.). — Salvo in­di­cación en contrario, todas las no­tas son de esta tra­duc­ción, así como todo lo que, in­tercalado en el cuerpo del tex­to, está encerrado entre lla­ves {}.

[ii] La referencia es a Kay Charles OGDEN & Ivor Armstrong RICHARDS, The Mea­ning of meaning. A study of the influence of language upon thought and of the scien­ce of sym­bo­lism. Hay versión castellana: El significado del significado, Edi­to­rial Paidós, Bue­nos Aires, 1964.

[iii] dit-mension: condensación de dit (dicho) y dimension (dimensión).