Estimado Ricardo: muchas gracias.
PP.
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Introduction à l’édition allemande d’un premier volume des Écrits
(Walter Verlag). Redactado el 7 de Octubre de 1973, el texto fuente
de esta traducción fue publicado en la revista Scilicet, Nº 5,
aux Éditions du Seuil, Paris, 1975, pp. 11-17.[i]
El sentido del sentido (the meaning of meaning),[ii] se ha planteado la pregunta al respecto. Habitualmente puntualizaría que esto era por tener su respuesta, si ahí no se tratara simplemente de una prestidigitación universitaria.
El sentido del sentido en mi práctica se capta (Begriff) por el hecho de que fuga: a entender como de un tonel, no de una escapada.
Es por el hecho de que fuga (en el sentido: tonel) que un discurso toma su sentido, o sea: por el hecho de que sus efectos sean imposibles de calcular.
El colmo del sentido, es sensible que es el enigma.
En cuanto a mí, que no me exceptúo de mi susodicha regla, es por la respuesta, encontrada por mi práctica, que formulo la pregunta del signo al signo: de cómo se señala que un signo es signo.
El signo del signo, dice la respuesta que da pre-texto a la pregunta, es que cualquier signo cumpla igualmente la función de cualquier otro, precisamente porque pueda sustituírsele. Pues el signo no tiene alcance sino por deber ser descifrado.
Sin duda es preciso que la serie de los signos tome sentido del desciframiento. Pero no es porque una dit-mensión[iii] dé a la otra su término que ella entrega su estructura.
Hemos dicho lo que vale la vara del sentido. Desembocar en él no le impide hacer agujero. Un mensaje descifrado puede seguir siendo un enigma.
El relieve de cada operación — una activa, la otra sufrida — sigue siendo distinto.
El analista se define por esta experiencia. Las formaciones del inconsciente, como yo las llamo, demuestran su estructura por ser descifrables. Freud distingue la especificidad del grupo: sueños, lapsus y chistes, por el modo, el mismo, con que opera con ellos.
Sin duda Freud se detiene cuando descubrió el sentido sexual de la estructura. Aquello de lo que en su obra no se encuentra más que sospecha, es verdadero formulado, esto es que el test del sexo no se sostiene sino en el hecho del sentido, pues en ninguna parte, bajo ningún signo, se inscribe el sexo por una relación.
Es sin embargo con pleno derecho que podría exigirse la inscripción de esa relación sexual: puesto que le es reconocido al inconsciente el trabajo del ciframiento, — o sea, de lo que deshace el desciframiento.
En la estructura, puede pasar por más elevado cifrar que contar. El embrollo, pues está bien hecho para eso, comienza en la ambigüedad del término cifra.
La cifra funda el orden del signo.
Pero por otra parte hasta 4, quizá hasta 5, vayamos hasta 6 como máximo, los números, que son de lo real, aunque cifrado, los números tienen un sentido, y dicho sentido denuncia su función de goce sexual. Este sentido no tiene nada que ver con su función de real, pero abre un panorama sobre lo que puede dar cuenta de la entrada de {lo} real en el mundo del «ser» hablante (estando entendido que sostiene su ser de la palabra). Sospechemos que la palabra tiene la misma dit-mensión gracias a la cual el único real que no pueda inscribirse en ella, es la relación sexual.
Digo: sospechemos, para las personas, como se dice, cuyo estatuto está tan ligado ante todo a lo jurídico, al semblante de saber, incluso a la ciencia que se instituye precisamente de lo real, que ellas ni siquiera pueden abordar el pensamiento de que sea a la inaccesibilidad de una relación que se encadena la intrusión de esa parte al menos del resto de lo real.
Esto en un «ser» viviente del que lo menos que se pueda decir, es que se distingue de los otros por habitar el lenguaje, como dice un alemán que me honro de conocer (como uno se expresa para denotar que lo ha conocido). Este ser se distingue por esta morada, la que es algodonosa en el «sentido» de que él la rebaja, dicho ser, hacia todo tipo de conceptos, o sea de toneles, cada cual más fútil que los otros.
Esta futilidad, yo la aplico, sí, incluso a la ciencia, de la que es manifiesto que no progresa sino por la vía de tapar los agujeros. Que siempre lo logre, es lo que la hace segura. Mediante lo cual no tiene ninguna especie de sentido. No diría tanto de lo que ella produce, que curiosamente es la misma cosa que lo que sale por la fuga de la que es responsable la hiancia de la relación sexual: o sea, lo que yo anoto con el objeto (a), a leer a minúscula.
Para mi «amigo» Heidegger evocado más arriba por el respeto que le tengo, que él quiera detenerse un instante, anhelo que emito de una manera puramente gratuita puesto que bien sé que él no podría hacerlo, detenerse, digo, sobre esta idea de que la metafísica jamás ha sido nada y no podría prolongarse más que al ocuparse de tapar el agujero de la política. Es su resorte.
Que la política alcance la cima de la futilidad, es precisamente en eso que se afirma el buen sentido, el que hace la ley: no tengo que subrayarlo, dirigiéndome al público alemán, que le ha añadido tradicionalmente el llamado sentido de la crítica. Sin que sea vano recordar aquí a dónde lo condujo eso hacia 1933.
Inútil hablar de lo que articulo del discurso universitario, puesto que éste especula lo insensato en tanto que tal y que, en ese sentido, lo mejor que puede producir es la agudeza {mot d’esprit} que sin embargo le da miedo.
Este temor es legítimo, si pensamos en el que aplasta a los analistas, o sea a los hablantes que resultan estar sujetos a ese discurso analítico, del que no podemos sino asombrarnos que haya advenido en unos seres, hablo de los hablantes, de los que es decir todo que no han podido imaginarse su mundo más que al suponerlo embrutecido, o sea con la idea que tienen desde no hace tanto tiempo del animal que no habla.
No les busquemos excusas. Su ser mismo es una. Pues participan de ese nuevo destino, que para ser, les sea preciso ex-sistir. No encasillables en ninguno de los discursos precedentes, sería preciso que ex-sistan a éstos, mientras que se creen obligados a tomar apoyo del sentido de esos discursos para proferir aquel con que el suyo se contenta, con motivo por ser más fugitivo, lo que lo acentúa.
Todo los devuelve sin embargo a lo sólido del apoyo que tienen en el signo: aunque más no fuere el síntoma con el que tienen que vérselas, y que hace un gran nudo del signo, nudo tal que un Marx lo percibió incluso ateniéndose al discurso político. Apenas me atrevo a decirlo, porque el freudo-marxismo es el embrollo sin salida.
Nada les enseña, ni siquiera que Freud fuese médico y que el médico, como la enamorada, no tiene la vista muy larga, que es preciso entonces que vayan a otra parte para tener su genio: especialmente para hacerse sujeto, no de un machaconeo, sino de un discurso, de un discurso sin precedente, por el que sucede que las enamoradas se hagan geniales al volver a encontrarse en él, ¿qué digo? al haberlo inventado mucho antes de que Freud lo estableciese, sin que para el amor, por lo demás, les sirva en nada, esto es patente.
Yo, que sería el único, si algunos no me siguieran en esto, en hacerme sujeto de ese discurso, voy a demostrar una vez más por qué los analistas allí se ven en un aprieto, sin recursos.
Mientras que el recurso es el inconsciente, el descubrimiento por parte de Freud de que el inconsciente trabaja sin pensar en ello, ni calcular, tampoco juzgar, y que sin embargo ahí está el fruto: un saber que sólo se trata de descifrar, puesto que consiste en un ciframiento.
¿Para qué sirve este ciframiento? diría para retenerlos, abundando en la manía, postulada por otros discursos, de la utilidad (decir: manía de lo útil, no niega lo útil). No se da el paso con ese recurso, que sin embargo nos recuerda que fuera de lo que sirve, está el gozar. Que en el ciframiento está el goce, sexual, por cierto, está desarrollado en el decir de Freud, y suficientemente bien para concluir de ello que lo que implica, es que ahí está lo que hace obstáculo a la relación sexual establecida, por lo tanto a que jamás pueda escribirse esa relación: quiero decir que el lenguaje nunca trace de ella otra huella que por una chicana infinita.
Seguramente, entre los seres que son sexuados (aunque el sexo no se inscriba más que por la no-relación), hay encuentros.
Hay buena suerte {bon heur}. Incluso no hay sino eso: ¡a lo que salga la suerte! Los «seres» hablantes son felices {heureux}, felices por naturaleza, es incluso todo lo que les queda de ésta. ¿Acaso por medio del discurso analítico, no podrían llegar a serlo un poco más? Esa es la cuestión cuyo ritornelo, yo no hablaría si no estuviera ya la respuesta.
En términos más precisos, la experiencia de un análisis entrega al que yo llamo el analizante — ¡ah! qué éxito obtuve entre los pretendidos ortodoxos con este término, y cuánto confesaban así que su deseo en el análisis, era el de no estar allí para nada — entrega al analizante, digo entonces, el sentido de sus síntomas. Y bien, planteo que esas experiencias no podrían adicionarse. Freud lo dijo antes que yo: en un análisis hay que acoger todo —donde vemos que el analista no puede escabullirse—, hay que acoger todo como si por otra parte nada estuviera establecido. Esto no quiere decir sino que siempre hay que volver a abrir la fuga del tonel.
Pero ese es también el caso de la ciencia (y Freud no lo entendía de otro modo, poco sagaz).
Pues la cuestión comienza a partir de esto, que hay tipos de síntoma, que hay una clínica. Pero vean: ésta está desde antes que el discurso analítico, y si éste le aporta una luz, esto es seguro pero no cierto. Ahora bien, nosotros tenemos necesidad de la certeza porque sólo ella puede transmitirse por demostrarse. Es la exigencia de la que la historia muestra, para nuestro estupor, que ha sido formulada mucho antes de que la ciencia respondiera a ella, y que incluso si la respuesta fue muy otra que el desbrozamiento que la exigencia había producido, la condición de la que ella partía, o sea que la certeza fuese en ella transmisible, ha sido por ella satisfecha.
Habríamos estado equivocados de fiarnos a no hacer más que restablecer eso — aunque fuese con la reserva de a lo que salga la suerte.
Pues hace mucho tiempo que una opinión semejante hizo su prueba de ser verdadera, sin que por eso hiciera ciencia (cf. el Menón, donde se trata de eso).
Que los tipos clínicos resulten de la estructura, eso es lo que ya puede escribirse, aunque no sin fluctuación. Eso sólo es cierto y transmisible para el discurso histérico. Es incluso por eso que allí se manifiesta un real próximo al discurso científico. Se observará que he hablado de lo real, y no de la naturaleza.
Por donde indico que lo que resulta de la misma estructura, no tiene forzosamente el mismo sentido. Es en eso que no hay análisis sino de lo particular: de ningún modo es por un sentido único que procede una misma estructura, y sobre todo no cuando ésta alcanza al discurso.
No hay sentido común del histérico, y aquello por lo que juega en ellos o ellas la identificación, es la estructura, y no el sentido, como eso se lee bien en el hecho de que ésta lleva sobre el deseo, es decir sobre la falta tomada como objeto, no sobre la causa de la falta. (Cf. el sueño de la bella carnicera —en la Traumdeutung— vuelto ejemplar gracias a mis cuidados. No prodigo los ejemplos, pero cuando me pongo en ello, los llevo al paradigma.)
Los sujetos de un tipo no tienen por lo tanto utilidad para los otros del mismo tipo. Y es concebible que un obsesivo no pueda dar el menor sentido al discurso de otro obsesivo. Es incluso de ahí que parten las guerras de religión: si es cierto que para la religión (pues es el único rasgo por el cual constituyen una clase, por lo demás insuficiente), está la obsesión en el asunto.
Es de ahí que resulta que no hay comunicación en el análisis sino por una vía que trasciende el sentido, la que procede de la suposición de un sujeto al saber inconsciente, o sea al ciframiento. Lo que yo he articulado: el sujeto supuesto saber.
Es por esto que la transferencia es amor, un sentimiento que ahí adquiere una forma tan nueva que ésta introduce en él la subversión, no porque sea menos ilusoria, sino porque se da un partenaire que tiene la chance de responder, lo que no es el caso en las otras formas. Vuelvo a poner en juego la suerte {bon heur}, salvo que esta chance viene esta vez de mí, y que yo debo proveerla.
Insisto: es el amor el que se dirige al saber. No el deseo: pues en cuanto a la Wisstrieb, aunque tuviera el sello de Freud, podemos recapacitar, no hay nada de eso. Esto incluso al punto de que se funda en esto la mayor pasión en el ser hablante: que no es el amor, ni el odio, sino la ignorancia. Lo palpo todos los días.
Que los analistas, digamos aquéllos que únicamente por postularse como tales sostienen su empleo, y yo lo acuerdo por este único hecho: realmente, que los analistas, lo digo entonces en el pleno sentido, sea que me sigan o no, todavía no hayan comprendido que lo que hace entrada en la matriz del discurso, no es el sentido, sino el signo, eso es lo que da la idea que hace falta de esta pasión de la ignorancia.
Antes de que el ser imbécil ganara terreno, sin embargo otros, no zonzos, enunciaban del oráculo que no revela ni oculta: σημαίνει {semainei} hace signo.
Eso era en el tiempo anterior a Sócrates, quien no es responsable, aunque fuera histérico, de lo que siguió: el largo rodeo aristotélico. Por donde Freud, al escuchar a los socráticos que he dicho, volvió a aquéllos anteriores a Sócrates, a sus ojos los únicos capaces de testimoniar de lo que él encontraba.
No es porque el sentido de su interpretación tuvo algunos efectos que los analistas están en lo verdadero, puesto que aunque fuera justa, sus efectos son incalculables. Ella no testimonia de ningún saber, ya que al tomarlo en su definición clásica, el saber se asegura por una posible previsión.
Lo que ellos tienen que saber, es que allí hay un saber que no calcula, pero que por ello no trabaja menos para el goce.
¿Qué es lo que del trabajo del inconsciente no puede escribirse? He ahí dónde se revela una estructura que pertenece precisamente al lenguaje, si su función es permitir el ciframiento. Lo que es el sentido por el que la lingüística ha fundado su objeto al aislarlo: con el nombre de significante.
Este es el único punto por el cual el discurso analítico tiene que enraízarse sobre la ciencia, pero si el inconsciente testimonia de un real que le sea propio, ahí está, inversamente, nuestra chance de elucidar cómo el lenguaje vehiculiza en el número lo real con el que se elabora la ciencia.
Lo que no cesa {ne cesse pas} de escribirse, está soportado por el juego de palabras que lalengua mía ha conservado de otra, y no sin razón, la certeza de la que testimonia en el pensamiento el modo de la necesidad {nécessité}.
Cómo no considerar que la contingencia, o lo que cesa de no escribirse, no sea por donde la imposibilidad se demuestra, o lo que no cesa de no escribirse. Y que por ahí se atestigüe que un real, por no estar mejor fundado en ello, sea transmisible por la fuga a la que responde todo discurso.
El 7 de octubre de 1973
[i] La versión francesa de este texto puede consultarse también en Pas-tout Lacan, recopilación de la mayoría de los pequeños escritos, charlas, etc., de Lacan entre 1928 y 1981, que ofrece en su página web (http://www.ecole-lacanienne.net/ la école lacanienne de psychanalyse, y en: Jacques LACAN, Autres écrits, aux Éditions du Seuil, Paris, avril 2001, pp. 553-559. — No parece inútil recordar al lector que casi un mes después de redactado, y en el curso de su intervención del 2 de Noviembre de ese año en el VIº Congreso de la École Freudienne de Paris, el que tuvo lugar en La Grande-Motte, Montpellier, Lacan leyó y parafraseó este texto para sus alumnos (cf. «Intervention au Congrès de l’EFP à La Grande-Motte», en Lettres de l’École Freudienne de Paris, nº 15, y en Pas-tout Lacan, op. cit.). — Salvo indicación en contrario, todas las notas son de esta traducción, así como todo lo que, intercalado en el cuerpo del texto, está encerrado entre llaves {}.
[ii] La referencia es a Kay Charles OGDEN & Ivor Armstrong RICHARDS, The Meaning of meaning. A study of the influence of language upon thought and of the science of symbolism. Hay versión castellana: El significado del significado, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1964.
[iii] dit-mension: condensación de dit (dicho) y dimension (dimensión).
Introduction à l’édition allemande d’un premier volume des Écrits
(Walter Verlag). Redactado el 7 de Octubre de 1973, el texto fuente
de esta traducción fue publicado en la revista Scilicet, Nº 5,
aux Éditions du Seuil, Paris, 1975, pp. 11-17.[i]
El sentido del sentido (the meaning of meaning),[ii] se ha planteado la pregunta al respecto. Habitualmente puntualizaría que esto era por tener su respuesta, si ahí no se tratara simplemente de una prestidigitación universitaria.
El sentido del sentido en mi práctica se capta (Begriff) por el hecho de que fuga: a entender como de un tonel, no de una escapada.
Es por el hecho de que fuga (en el sentido: tonel) que un discurso toma su sentido, o sea: por el hecho de que sus efectos sean imposibles de calcular.
El colmo del sentido, es sensible que es el enigma.
En cuanto a mí, que no me exceptúo de mi susodicha regla, es por la respuesta, encontrada por mi práctica, que formulo la pregunta del signo al signo: de cómo se señala que un signo es signo.
El signo del signo, dice la respuesta que da pre-texto a la pregunta, es que cualquier signo cumpla igualmente la función de cualquier otro, precisamente porque pueda sustituírsele. Pues el signo no tiene alcance sino por deber ser descifrado.
Sin duda es preciso que la serie de los signos tome sentido del desciframiento. Pero no es porque una dit-mensión[iii] dé a la otra su término que ella entrega su estructura.
Hemos dicho lo que vale la vara del sentido. Desembocar en él no le impide hacer agujero. Un mensaje descifrado puede seguir siendo un enigma.
El relieve de cada operación — una activa, la otra sufrida — sigue siendo distinto.
El analista se define por esta experiencia. Las formaciones del inconsciente, como yo las llamo, demuestran su estructura por ser descifrables. Freud distingue la especificidad del grupo: sueños, lapsus y chistes, por el modo, el mismo, con que opera con ellos.
Sin duda Freud se detiene cuando descubrió el sentido sexual de la estructura. Aquello de lo que en su obra no se encuentra más que sospecha, es verdadero formulado, esto es que el test del sexo no se sostiene sino en el hecho del sentido, pues en ninguna parte, bajo ningún signo, se inscribe el sexo por una relación.
Es sin embargo con pleno derecho que podría exigirse la inscripción de esa relación sexual: puesto que le es reconocido al inconsciente el trabajo del ciframiento, — o sea, de lo que deshace el desciframiento.
En la estructura, puede pasar por más elevado cifrar que contar. El embrollo, pues está bien hecho para eso, comienza en la ambigüedad del término cifra.
La cifra funda el orden del signo.
Pero por otra parte hasta 4, quizá hasta 5, vayamos hasta 6 como máximo, los números, que son de lo real, aunque cifrado, los números tienen un sentido, y dicho sentido denuncia su función de goce sexual. Este sentido no tiene nada que ver con su función de real, pero abre un panorama sobre lo que puede dar cuenta de la entrada de {lo} real en el mundo del «ser» hablante (estando entendido que sostiene su ser de la palabra). Sospechemos que la palabra tiene la misma dit-mensión gracias a la cual el único real que no pueda inscribirse en ella, es la relación sexual.
Digo: sospechemos, para las personas, como se dice, cuyo estatuto está tan ligado ante todo a lo jurídico, al semblante de saber, incluso a la ciencia que se instituye precisamente de lo real, que ellas ni siquiera pueden abordar el pensamiento de que sea a la inaccesibilidad de una relación que se encadena la intrusión de esa parte al menos del resto de lo real.
Esto en un «ser» viviente del que lo menos que se pueda decir, es que se distingue de los otros por habitar el lenguaje, como dice un alemán que me honro de conocer (como uno se expresa para denotar que lo ha conocido). Este ser se distingue por esta morada, la que es algodonosa en el «sentido» de que él la rebaja, dicho ser, hacia todo tipo de conceptos, o sea de toneles, cada cual más fútil que los otros.
Esta futilidad, yo la aplico, sí, incluso a la ciencia, de la que es manifiesto que no progresa sino por la vía de tapar los agujeros. Que siempre lo logre, es lo que la hace segura. Mediante lo cual no tiene ninguna especie de sentido. No diría tanto de lo que ella produce, que curiosamente es la misma cosa que lo que sale por la fuga de la que es responsable la hiancia de la relación sexual: o sea, lo que yo anoto con el objeto (a), a leer a minúscula.
Para mi «amigo» Heidegger evocado más arriba por el respeto que le tengo, que él quiera detenerse un instante, anhelo que emito de una manera puramente gratuita puesto que bien sé que él no podría hacerlo, detenerse, digo, sobre esta idea de que la metafísica jamás ha sido nada y no podría prolongarse más que al ocuparse de tapar el agujero de la política. Es su resorte.
Que la política alcance la cima de la futilidad, es precisamente en eso que se afirma el buen sentido, el que hace la ley: no tengo que subrayarlo, dirigiéndome al público alemán, que le ha añadido tradicionalmente el llamado sentido de la crítica. Sin que sea vano recordar aquí a dónde lo condujo eso hacia 1933.
Inútil hablar de lo que articulo del discurso universitario, puesto que éste especula lo insensato en tanto que tal y que, en ese sentido, lo mejor que puede producir es la agudeza {mot d’esprit} que sin embargo le da miedo.
Este temor es legítimo, si pensamos en el que aplasta a los analistas, o sea a los hablantes que resultan estar sujetos a ese discurso analítico, del que no podemos sino asombrarnos que haya advenido en unos seres, hablo de los hablantes, de los que es decir todo que no han podido imaginarse su mundo más que al suponerlo embrutecido, o sea con la idea que tienen desde no hace tanto tiempo del animal que no habla.
No les busquemos excusas. Su ser mismo es una. Pues participan de ese nuevo destino, que para ser, les sea preciso ex-sistir. No encasillables en ninguno de los discursos precedentes, sería preciso que ex-sistan a éstos, mientras que se creen obligados a tomar apoyo del sentido de esos discursos para proferir aquel con que el suyo se contenta, con motivo por ser más fugitivo, lo que lo acentúa.
Todo los devuelve sin embargo a lo sólido del apoyo que tienen en el signo: aunque más no fuere el síntoma con el que tienen que vérselas, y que hace un gran nudo del signo, nudo tal que un Marx lo percibió incluso ateniéndose al discurso político. Apenas me atrevo a decirlo, porque el freudo-marxismo es el embrollo sin salida.
Nada les enseña, ni siquiera que Freud fuese médico y que el médico, como la enamorada, no tiene la vista muy larga, que es preciso entonces que vayan a otra parte para tener su genio: especialmente para hacerse sujeto, no de un machaconeo, sino de un discurso, de un discurso sin precedente, por el que sucede que las enamoradas se hagan geniales al volver a encontrarse en él, ¿qué digo? al haberlo inventado mucho antes de que Freud lo estableciese, sin que para el amor, por lo demás, les sirva en nada, esto es patente.
Yo, que sería el único, si algunos no me siguieran en esto, en hacerme sujeto de ese discurso, voy a demostrar una vez más por qué los analistas allí se ven en un aprieto, sin recursos.
Mientras que el recurso es el inconsciente, el descubrimiento por parte de Freud de que el inconsciente trabaja sin pensar en ello, ni calcular, tampoco juzgar, y que sin embargo ahí está el fruto: un saber que sólo se trata de descifrar, puesto que consiste en un ciframiento.
¿Para qué sirve este ciframiento? diría para retenerlos, abundando en la manía, postulada por otros discursos, de la utilidad (decir: manía de lo útil, no niega lo útil). No se da el paso con ese recurso, que sin embargo nos recuerda que fuera de lo que sirve, está el gozar. Que en el ciframiento está el goce, sexual, por cierto, está desarrollado en el decir de Freud, y suficientemente bien para concluir de ello que lo que implica, es que ahí está lo que hace obstáculo a la relación sexual establecida, por lo tanto a que jamás pueda escribirse esa relación: quiero decir que el lenguaje nunca trace de ella otra huella que por una chicana infinita.
Seguramente, entre los seres que son sexuados (aunque el sexo no se inscriba más que por la no-relación), hay encuentros.
Hay buena suerte {bon heur}. Incluso no hay sino eso: ¡a lo que salga la suerte! Los «seres» hablantes son felices {heureux}, felices por naturaleza, es incluso todo lo que les queda de ésta. ¿Acaso por medio del discurso analítico, no podrían llegar a serlo un poco más? Esa es la cuestión cuyo ritornelo, yo no hablaría si no estuviera ya la respuesta.
En términos más precisos, la experiencia de un análisis entrega al que yo llamo el analizante — ¡ah! qué éxito obtuve entre los pretendidos ortodoxos con este término, y cuánto confesaban así que su deseo en el análisis, era el de no estar allí para nada — entrega al analizante, digo entonces, el sentido de sus síntomas. Y bien, planteo que esas experiencias no podrían adicionarse. Freud lo dijo antes que yo: en un análisis hay que acoger todo —donde vemos que el analista no puede escabullirse—, hay que acoger todo como si por otra parte nada estuviera establecido. Esto no quiere decir sino que siempre hay que volver a abrir la fuga del tonel.
Pero ese es también el caso de la ciencia (y Freud no lo entendía de otro modo, poco sagaz).
Pues la cuestión comienza a partir de esto, que hay tipos de síntoma, que hay una clínica. Pero vean: ésta está desde antes que el discurso analítico, y si éste le aporta una luz, esto es seguro pero no cierto. Ahora bien, nosotros tenemos necesidad de la certeza porque sólo ella puede transmitirse por demostrarse. Es la exigencia de la que la historia muestra, para nuestro estupor, que ha sido formulada mucho antes de que la ciencia respondiera a ella, y que incluso si la respuesta fue muy otra que el desbrozamiento que la exigencia había producido, la condición de la que ella partía, o sea que la certeza fuese en ella transmisible, ha sido por ella satisfecha.
Habríamos estado equivocados de fiarnos a no hacer más que restablecer eso — aunque fuese con la reserva de a lo que salga la suerte.
Pues hace mucho tiempo que una opinión semejante hizo su prueba de ser verdadera, sin que por eso hiciera ciencia (cf. el Menón, donde se trata de eso).
Que los tipos clínicos resulten de la estructura, eso es lo que ya puede escribirse, aunque no sin fluctuación. Eso sólo es cierto y transmisible para el discurso histérico. Es incluso por eso que allí se manifiesta un real próximo al discurso científico. Se observará que he hablado de lo real, y no de la naturaleza.
Por donde indico que lo que resulta de la misma estructura, no tiene forzosamente el mismo sentido. Es en eso que no hay análisis sino de lo particular: de ningún modo es por un sentido único que procede una misma estructura, y sobre todo no cuando ésta alcanza al discurso.
No hay sentido común del histérico, y aquello por lo que juega en ellos o ellas la identificación, es la estructura, y no el sentido, como eso se lee bien en el hecho de que ésta lleva sobre el deseo, es decir sobre la falta tomada como objeto, no sobre la causa de la falta. (Cf. el sueño de la bella carnicera —en la Traumdeutung— vuelto ejemplar gracias a mis cuidados. No prodigo los ejemplos, pero cuando me pongo en ello, los llevo al paradigma.)
Los sujetos de un tipo no tienen por lo tanto utilidad para los otros del mismo tipo. Y es concebible que un obsesivo no pueda dar el menor sentido al discurso de otro obsesivo. Es incluso de ahí que parten las guerras de religión: si es cierto que para la religión (pues es el único rasgo por el cual constituyen una clase, por lo demás insuficiente), está la obsesión en el asunto.
Es de ahí que resulta que no hay comunicación en el análisis sino por una vía que trasciende el sentido, la que procede de la suposición de un sujeto al saber inconsciente, o sea al ciframiento. Lo que yo he articulado: el sujeto supuesto saber.
Es por esto que la transferencia es amor, un sentimiento que ahí adquiere una forma tan nueva que ésta introduce en él la subversión, no porque sea menos ilusoria, sino porque se da un partenaire que tiene la chance de responder, lo que no es el caso en las otras formas. Vuelvo a poner en juego la suerte {bon heur}, salvo que esta chance viene esta vez de mí, y que yo debo proveerla.
Insisto: es el amor el que se dirige al saber. No el deseo: pues en cuanto a la Wisstrieb, aunque tuviera el sello de Freud, podemos recapacitar, no hay nada de eso. Esto incluso al punto de que se funda en esto la mayor pasión en el ser hablante: que no es el amor, ni el odio, sino la ignorancia. Lo palpo todos los días.
Que los analistas, digamos aquéllos que únicamente por postularse como tales sostienen su empleo, y yo lo acuerdo por este único hecho: realmente, que los analistas, lo digo entonces en el pleno sentido, sea que me sigan o no, todavía no hayan comprendido que lo que hace entrada en la matriz del discurso, no es el sentido, sino el signo, eso es lo que da la idea que hace falta de esta pasión de la ignorancia.
Antes de que el ser imbécil ganara terreno, sin embargo otros, no zonzos, enunciaban del oráculo que no revela ni oculta: σημαίνει {semainei} hace signo.
Eso era en el tiempo anterior a Sócrates, quien no es responsable, aunque fuera histérico, de lo que siguió: el largo rodeo aristotélico. Por donde Freud, al escuchar a los socráticos que he dicho, volvió a aquéllos anteriores a Sócrates, a sus ojos los únicos capaces de testimoniar de lo que él encontraba.
No es porque el sentido de su interpretación tuvo algunos efectos que los analistas están en lo verdadero, puesto que aunque fuera justa, sus efectos son incalculables. Ella no testimonia de ningún saber, ya que al tomarlo en su definición clásica, el saber se asegura por una posible previsión.
Lo que ellos tienen que saber, es que allí hay un saber que no calcula, pero que por ello no trabaja menos para el goce.
¿Qué es lo que del trabajo del inconsciente no puede escribirse? He ahí dónde se revela una estructura que pertenece precisamente al lenguaje, si su función es permitir el ciframiento. Lo que es el sentido por el que la lingüística ha fundado su objeto al aislarlo: con el nombre de significante.
Este es el único punto por el cual el discurso analítico tiene que enraízarse sobre la ciencia, pero si el inconsciente testimonia de un real que le sea propio, ahí está, inversamente, nuestra chance de elucidar cómo el lenguaje vehiculiza en el número lo real con el que se elabora la ciencia.
Lo que no cesa {ne cesse pas} de escribirse, está soportado por el juego de palabras que lalengua mía ha conservado de otra, y no sin razón, la certeza de la que testimonia en el pensamiento el modo de la necesidad {nécessité}.
Cómo no considerar que la contingencia, o lo que cesa de no escribirse, no sea por donde la imposibilidad se demuestra, o lo que no cesa de no escribirse. Y que por ahí se atestigüe que un real, por no estar mejor fundado en ello, sea transmisible por la fuga a la que responde todo discurso.
El 7 de octubre de 1973
[i] La versión francesa de este texto puede consultarse también en Pas-tout Lacan, recopilación de la mayoría de los pequeños escritos, charlas, etc., de Lacan entre 1928 y 1981, que ofrece en su página web (http://www.ecole-lacanienne.net/ la école lacanienne de psychanalyse, y en: Jacques LACAN, Autres écrits, aux Éditions du Seuil, Paris, avril 2001, pp. 553-559. — No parece inútil recordar al lector que casi un mes después de redactado, y en el curso de su intervención del 2 de Noviembre de ese año en el VIº Congreso de la École Freudienne de Paris, el que tuvo lugar en La Grande-Motte, Montpellier, Lacan leyó y parafraseó este texto para sus alumnos (cf. «Intervention au Congrès de l’EFP à La Grande-Motte», en Lettres de l’École Freudienne de Paris, nº 15, y en Pas-tout Lacan, op. cit.). — Salvo indicación en contrario, todas las notas son de esta traducción, así como todo lo que, intercalado en el cuerpo del texto, está encerrado entre llaves {}.
[ii] La referencia es a Kay Charles OGDEN & Ivor Armstrong RICHARDS, The Meaning of meaning. A study of the influence of language upon thought and of the science of symbolism. Hay versión castellana: El significado del significado, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1964.
[iii] dit-mension: condensación de dit (dicho) y dimension (dimensión).