El libro viene causando bastante sensación en los Estados Unidos, Inglaterra y en otros países donde se lo ha empezado a traducir. Es la primera novela de Jed Rubenfeld, un especialista en la Constitución de los Estados Unidos, graduado en Harvard y por otra parte versado en Freud y Shakespeare. La interpretación del asesinato es un producto a contrapelo de las grandes tendencias de los thrillers mundiales. Por empezar, resulta casi insólito que siendo abogado y experto en jurisprudencia, Rubenfeld no haya encarado el siempre rendidor rubro de novelas con juicios y abogados. Sí llevó adelante un cocktail con Freud, Hamlet, novela histórica y detectivesca con suspenso y acciones vertiginosas y funambulescas, a la manera de Sherlock Holmes o La piedra lunar de Willkie Collins, por citar algunos modelos posibles.
Situada en 1909 en Nueva York –tierra de promisión, cuna de modernidad y corrupción política–, parte de un hecho real: la visita de Freud a los Estados Unidos para dar unas conferencias en la Universidad de Clark. Lo que intrigó a Rubenfeld, y se constituyó en el disparador concreto de la intriga, es la aversión irremediable que Freud desarrollaría hacia los Estados Unidos después de ese viaje del que poco se sabe; por decirlo en términos locales, Freud “vio algo” que le desagradó infinitamente, causándole horror y repugnancia hacia el gran país del Norte.
De todas formas, Freud no es el protagonista de la novela aunque sí aparece como personaje. Lo suyo es más bien una función (de disparador y referencia cultural) y un intertexto (el psicoanálisis en general y El caso Dora en particular). En verdad, el protagonista es un joven médico, Stratham Younger, adepto al psicoanálisis y fanático de Hamlet que se verá involucrado en unos casos policiales sinuosos: unos crímenes sexuales que podrían involucrar a altas esferas del poder político, económico y científico de la pujante sociedad neoyorkina de esos tiempos. Una chica llamada Nora Acton ha sobrevivido al ataque sexual perdiendo a cambio el habla y la puntual memoria del suceso. Así dará comienzo al juego del análisis, la histeria y la transferencia negativa, ingredientes básicos y picantes del famoso caso Dora. Y como si fuera poco, a pesar de su respeto y admiración hacia Freud, el joven Younger (hijo de padre suicida) no termina de digerir la crudeza del complejo de Edipo.
Pero éste es sólo uno de los tentáculos de esta novela pulpo. Hay de todo. Cadáveres que desaparecen, persecuciones, escenas dignas de película de acción, un investigador encantadoramente naïve como Littlemore, sociedades secretas y otros tantos ingredientes que se entremezclan, van y vienen. Y ¡ah! un “villano” de la intriga psicoanalítica llamado Carl Jung. El lector sólo debe dejarse deslizar por el tobogán novelesco.
Bien podría decirse que La interpretación del asesinato es una novela posmoderna. Hay mezcla de géneros, citas culturales, guiños e intertextualidades diversas. Eso sí, hay que agregar que no lo hace con un tono soberbio ni pretende disfrazarse de novela culta para traficar data frente a un lector ávido de esa clase de información. Es una novela extensa, de entretenimiento, que a veces se regodea demasiado en sus pases de magia y piruetas acrobáticas, pero que muestra un gusto genuino por una literatura de acción que se ha quedado fuera de época (porque supone una inocencia en la mirada que ya nadie puede tener) y por eso admite esta clase de homenajes.
La interpretación del asesinato hace pie en el best seller de calidad pero no deja de lado un saludable gusto popular, como el de los viejos parques de diversiones, con sus atracciones baratas, sus parejitas en el tren fantasma y sus espejos deformantes.