"El sol de los Scorta" (ambos en Ed. Salamandra)
Una madre debe vengar a su hijo, una niña busca sepultura para su padre; un pueblo quiere matar a un recién nacido para dar fin a su maldición; un hombre viola a la hermana de la mujer a quien deseó durante quince años; un cura despojado de su sotana prefiere morir caminando y calcinado por el sol antes de afrontar su desnudez: el último sobreviviente de una tribu diezmada pacta con el rey vencedor: será su servidor más fiel hasta que llegue la hora de vengar a los suyos.
Esta enumeración es incompleta –ya que los episodios dramáticos se suceden a cada vuelta de página–, pero es la prueba de que al menos dos de las cuatro novelas que ha publicado Laurent Gaudé hasta ahora están aquí, traducidas al castellano: El legado del rey Tsongor, que ganó el Premio Goncourt de Lycéens en 2002 (es el que otorgan los jóvenes lectores, alumnos de secundario) y El sol de los Scorta que recibió, entre otros, el Premio Goncourt en 2004. He aquí un dramaturgo francés nacido en 1972 –autor, por ejemplo, de la pieza Onysos le furieux donde reconstruye la gesta de un héroe épico totalmente inventado, aunque a imagen y semejanza de los griegos–, puesto a escribir novelas sin abandonar su sino; el espectro más recalcitrante de la tragedia determina la estructura de su razonamiento y la secuencia de sus acciones. El azar, el mandato de la casta, la negritud de las almas culminan siempre en anagnórisis, liberadora, se sabe, pero tardía.
En sus ejercicios humanistas, Gaudé utiliza el tono sostenido con el que suelen narrarse los episodios mitológicos. A cambio de la sumisión o el encanto ante la frase impostada, ofrece su extraordinaria capacidad de síntesis. Las historias son breves; el narrador afectado no da rodeos, va directo al punto, combina crueldad con compasión. Así es que los hechos pueden estar situados en Africa ancestral o en un pueblo del sur de Italia de la actualidad; sea como sea, el recurso poético buscará siempre resguardo en la cadencia y el ritmo de Esquilo y de Eurípides, combinación de grandilocuencia e intimidad mientras cumple todas sus promesas de entramado y resolución.
Los personajes, así como las descripciones estetizadas de los ambientes (además, aquí el clima siempre determina el carácter), son piezas arquetípicas, densas pero previsibles a causa de la hybris o la prudencia que lleven en su sangre.
El legado del rey Tsongor, con su violencia mágica en las batallas, con su corte de ingeniosos guerreros que se maquillan de mujer para herir la dignidad de un enemigo que se siente superado por el sexo débil, esgrime un parentesco lejano pero evidente con La Ilíada. El soberano de un vasto imperio se prepara para casar a su única hija, pero pocas horas antes surge un segundo pretendiente a quien ella le había prometido casamiento siendo apenas una niña. Los argumentos de cada parte son tan atendibles como irreconciliables. El padre no puede elegir entre el candidato legítimo y el joven que él mismo ama como al hijo pródigo que vuelve luego de años de exilio. De pronto, a este reino fundado sobre victorias sangrientas que se disponía a gozar de tiempos de paz le nace una Helena. La peor guerra estalla y entre los despojos, la hija menor –una valiente émula de Antígona– tendrá que pagar los excesos y la rectitud de su padre.
En El sol de Los Scorta el autor reconstruye la vida cotidiana, creencias y personajes típicos de un pequeño pueblo del sur de Italia, Montepuccio. De este pueblo que actúa como bloque, sobresale la figura del bandido, delincuente y violador que busca generación tras generación la muerte, el goce que dure un instante y el reconocimiento de la plebe. Las sucesivas generaciones de este clan cubren un período que va desde finales del siglo XIX hasta el presente. Pero serán finalmente los cuatro hermanos Scorta –nietos del malo del pueblo– quienes intentarán torcer lo que manda el destino, actuando como cuatro cabezas alla italiana, con reuniones familiares, mesa grande y pasta con rico tuco, de un mismo monstruo.
Los Scorta y el rey Tsongor reiteran la absurda y bella lucha de los seres que nacen marcados, contra el mandato superior. Los acontecimientos que ocurren fuera de las paredes de la casa, tras el más mínimo descuido, se entrometen y se instalan como parte de la intimidad cotidiana. A estos seres trágicos siempre les llega el momento en el que no pueden hacer otra cosa que buscar amparo en el mismo destino que los carcome.
Bajo el amparo de la Antigüedad, Laurent Gaudé cuenta bellas, morales y entretenidas historias.
Esta enumeración es incompleta –ya que los episodios dramáticos se suceden a cada vuelta de página–, pero es la prueba de que al menos dos de las cuatro novelas que ha publicado Laurent Gaudé hasta ahora están aquí, traducidas al castellano: El legado del rey Tsongor, que ganó el Premio Goncourt de Lycéens en 2002 (es el que otorgan los jóvenes lectores, alumnos de secundario) y El sol de los Scorta que recibió, entre otros, el Premio Goncourt en 2004. He aquí un dramaturgo francés nacido en 1972 –autor, por ejemplo, de la pieza Onysos le furieux donde reconstruye la gesta de un héroe épico totalmente inventado, aunque a imagen y semejanza de los griegos–, puesto a escribir novelas sin abandonar su sino; el espectro más recalcitrante de la tragedia determina la estructura de su razonamiento y la secuencia de sus acciones. El azar, el mandato de la casta, la negritud de las almas culminan siempre en anagnórisis, liberadora, se sabe, pero tardía.
En sus ejercicios humanistas, Gaudé utiliza el tono sostenido con el que suelen narrarse los episodios mitológicos. A cambio de la sumisión o el encanto ante la frase impostada, ofrece su extraordinaria capacidad de síntesis. Las historias son breves; el narrador afectado no da rodeos, va directo al punto, combina crueldad con compasión. Así es que los hechos pueden estar situados en Africa ancestral o en un pueblo del sur de Italia de la actualidad; sea como sea, el recurso poético buscará siempre resguardo en la cadencia y el ritmo de Esquilo y de Eurípides, combinación de grandilocuencia e intimidad mientras cumple todas sus promesas de entramado y resolución.
Los personajes, así como las descripciones estetizadas de los ambientes (además, aquí el clima siempre determina el carácter), son piezas arquetípicas, densas pero previsibles a causa de la hybris o la prudencia que lleven en su sangre.
El legado del rey Tsongor, con su violencia mágica en las batallas, con su corte de ingeniosos guerreros que se maquillan de mujer para herir la dignidad de un enemigo que se siente superado por el sexo débil, esgrime un parentesco lejano pero evidente con La Ilíada. El soberano de un vasto imperio se prepara para casar a su única hija, pero pocas horas antes surge un segundo pretendiente a quien ella le había prometido casamiento siendo apenas una niña. Los argumentos de cada parte son tan atendibles como irreconciliables. El padre no puede elegir entre el candidato legítimo y el joven que él mismo ama como al hijo pródigo que vuelve luego de años de exilio. De pronto, a este reino fundado sobre victorias sangrientas que se disponía a gozar de tiempos de paz le nace una Helena. La peor guerra estalla y entre los despojos, la hija menor –una valiente émula de Antígona– tendrá que pagar los excesos y la rectitud de su padre.
En El sol de Los Scorta el autor reconstruye la vida cotidiana, creencias y personajes típicos de un pequeño pueblo del sur de Italia, Montepuccio. De este pueblo que actúa como bloque, sobresale la figura del bandido, delincuente y violador que busca generación tras generación la muerte, el goce que dure un instante y el reconocimiento de la plebe. Las sucesivas generaciones de este clan cubren un período que va desde finales del siglo XIX hasta el presente. Pero serán finalmente los cuatro hermanos Scorta –nietos del malo del pueblo– quienes intentarán torcer lo que manda el destino, actuando como cuatro cabezas alla italiana, con reuniones familiares, mesa grande y pasta con rico tuco, de un mismo monstruo.
Los Scorta y el rey Tsongor reiteran la absurda y bella lucha de los seres que nacen marcados, contra el mandato superior. Los acontecimientos que ocurren fuera de las paredes de la casa, tras el más mínimo descuido, se entrometen y se instalan como parte de la intimidad cotidiana. A estos seres trágicos siempre les llega el momento en el que no pueden hacer otra cosa que buscar amparo en el mismo destino que los carcome.
Bajo el amparo de la Antigüedad, Laurent Gaudé cuenta bellas, morales y entretenidas historias.
(tomado del suplemento Radar Libros, de Página 12, domingo 21/10/07).
>
Si acaso alguna vez se animaron a leer La Ilíada, "El legado del rey Tsongor" les producirá un efecto muy similar.
"El sol de los Scorta" es una maravillosa puesta en escena de la tradición familiar y de cómo es posible cambiar alguna cosa...
Ambos son imperdibles.
PP